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Alejandro Armas

Alejandro Armas Feb 23, 2024 | Actualizado hace 2 meses
Una virtud inherente, pero insuficiente
¿Por qué la gente le da la espalda a la democracia? Pues porque la relación del ciudadano común con la forma de gobierno de la nación que habita rara vez es deontológica. Por lo general es utilitaria

 

@AAAD25

Siguen las dificultades para el orden democrático a lo largo y ancho del planeta. La revista The Economist acaba de emitir el informe más reciente de su Índice de democracia, uno de los estudios más respetados académicamente sobre la salud de esta forma de gobierno, urbi et orbi. Como ha pasado en años anteriores, el diagnóstico no es alentador. Solo 8 % de la población mundial vive en democracias plenas, mientras que 40 % habita Estados con regímenes autoritarios. 

Lo más preocupante es que, si bien en algunas partes del mundo (sobre todo África), el golpe de Estado sigue siendo algo frecuente, durante el siglo XXI ha emergido una forma más sutil de desmantelamiento de la democracia. No la liquidan de un tiro, sino que se le desarrolla un cáncer que la va matando poco a poco. A menudo, de la mano de mandatarios electos democráticamente pero que luego abusan de su poder para socavar las instituciones democráticas y republicanas.

TALITA CUMI

TALITA CUMI

Pudiera uno creer que los venezolanos estaríamos particularmente inoculados contra este tipo de politicastros, ya que eso fue exactamente lo que hizo Hugo Chávez. Pero ahora tenemos a un número impreciso de compatriotas fascinados por el presidente salvadoreño Nayib Bukele (que hace algo muy parecido a Chávez) y manifestando fantasías de que surja un émulo local. Dentro de la misma nación centroamericana, la popularidad de Bukele es abrumadoramente alta, como demuestra su victoria aplastante en las recientes elecciones presidenciales. A los millones que votaron por él les importó un comino que su candidatura fuera inconstitucional.

¿Por qué la gente le da la espalda a la democracia? Pues porque la relación del ciudadano común con la forma de gobierno de la nación que habita rara vez es deontológica. Por lo general es utilitaria.

En otras palabras, la mayoría de las personas se inclina por aquel gobierno que le brinde mayor calidad de vida, determinada a su vez por experiencias concretas de su cotidianidad, como poder adquisitivo, infraestructura pública y seguridad ciudadana. Las abstracciones éticas típicamente asociadas con la vida en democracia (e. g. libertad, justicia, etc.) tienen una capacidad mucho más restringida para persuadir a las personas sobre qué es preferible. De manera que una apelación a la conciencia moral de las masas (“Debes apoyar la democracia porque ella va de la mano con estos valores”) difícilmente tendrá el resultado esperado.

Ahora bien, ¿significa esto que ha quedado refutada la supremacía de la democracia entre las formas de gobierno conocidas? No. La democracia tiene una ventaja inherente con respecto a las demás opciones. Algo que la hace especial. Y afortunadamente, es algo con valor utilitario. A saber, que brinda infinitas oportunidades para corregir errores gubernamentales, sin traumas. No importa cuántos gobiernos terribles haya. En democracia siempre habrá otra oportunidad para escoger algo mejor. Si consideras que todo se ha puesto carísimo bajo un gobierno o que ha aumentado la delincuencia, puedes votar por una alternativa en la próxima elección. Con los regímenes autoritarios no pasa lo mismo. 

No faltan, sin embargo, los que desechan este argumento señalando que hay gobiernos que nunca necesitan ser cambiados, pues las cosas jamás marcharán mal bajo su égida. Este es el caso de las doctrinas totalitarias como el fascismo o el marxismo. O de los líderes populistas ideológicamente vagos pero muy carismáticos, como Bukele (recuérdese, como explicó Weber, que el carisma es irracional). Los apologistas del autoritarismo insisten en que el gobierno de su preferencia tiene las respuestas para todo. Pero se equivocan o mienten.

La historia ha demostrado que no hay gobierno infalible. ¿Hasta cuándo seguiremos con la fantasía platónica del “rey filósofo” (Bukele, a propósito, se identifica como tal en su cuenta de Twitter)? No importa cuán sabios sean los mandatarios. Tarde o temprano las cosas empezarán a ir mal. Esa es la consecuencia necesaria de la imperfección humana. Saberlo todo es un rasgo exclusivo de Dios, si es que existe. Pero quienes gobiernan no son dioses. Son seres humanos. Por eso la creencia en un gobierno infalible es insólitamente arrogante y la atribución de un manto de infalibilidad a un mandatario es un culto a la personalidad, una forma de endiosamiento siempre ridículo y que aun así puede cautivar a millones de personas.

Pero la ventaja inherente de la democracia tiene una debilidad: es en esencia una promesa. Una promesa de cumplimiento garantizado, pero promesa al fin. Ello implica que es una ventaja siempre proyectada hacia el futuro. Y, lamentablemente, muchas veces la gente no piensa en el futuro o no le da mucha importancia. Sobre todo, cuando en el presente hay problemas graves (la pobreza en Venezuela en 1998, la delincuencia en El Salvador hoy, y así). Pero esta tendencia no por real es sabia o prudente. No es bueno mandar al demonio toda consideración sobre el futuro con tal de atender una cuestión del presente, por urgente que esta sea. 

Dice Heidegger que el rasgo existencial del Dasein, ese ser que se pregunta sobre sí mismo, es la importancia que se da a sí mismo y al mundo en el que fue “arrojado”. Al ser temporalizada dicha importancia, el futuro no es más que el entendimiento, la proyección de nuestras posibilidades. De manera que desdeñar el futuro es suspender nuestro entendimiento. Estas tesis ontológicas pueden sonar complicadas, pero, como todo pensador, Heidegger lo que hace es presentar unas conclusiones a las que todos deberíamos poder llegar. ¿No es acaso, en esta oportunidad, lo que hace un progenitor cuando aconseja a su hijo pensar en su futuro?

Es importante entonces reconocer la ventaja inherente de la democracia. Pero me temo que no es para nada suficiente. Convencer de ello a millones de personas es una labor cuesta arriba y tal vez como Sísifo con su roca. Es luchar con demasiadas pasiones. Por eso, las democracias tienen que enfatizar ese mensaje, pero también hacer mucho más. Tienen que ser eficaces. Tienen que brindar soluciones a problemas reales del ciudadano común. Tienen que dar al traste con la corrupción. Nada aleja más a la sociedad de la democracia que la visión de que sus funcionarios son negligentes o incompetentes, y de paso ladrones. No es casual que estos flagelos sean endémicos en democracias frágiles, como las latinoamericanas. Remito de nuevo al caso salvadoreño, donde el descontento con la clase política previa a Bukele es comprensible. Al final, las instituciones son de la calidad de las personas que las hacen posibles.

Los demócratas del mundo tienen, pues, que asumir ese compromiso. Porque la virtud inherente de la democracia no les va a hacer la tarea.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 
Alejandro Armas Feb 16, 2024 | Actualizado hace 2 meses
Excusas de mala fe
Decir que los empresarios pueden colaborar con el gobierno y a la vez pretender que al hacerlo están exentos de que los cuestionen por una supuesta obligación es un argumento de mala fe

 

@AAAD25

Quienes me conocen en persona o leen esta columna regularmente saben que una opinión mía, nada exenta de polémica, es que cabe esperar que los grandes entes de la sociedad civil mantengan trato cordial con la elite chavista mientras no se vea un cambio de gobierno en el horizonte. Así sea solo para sobrevivir. Debido a la intolerancia extrema del chavismo a la crítica, lograr aquella cordialidad pasa necesariamente por abstenerse de criticarlo, lo que a su vez supone en términos prácticos abstenerse de hablar de política venezolana en general. Así, desde una posición neutral, pueden entenderse con Miraflores y procurar que el poder cree o mantenga las mejores condiciones posibles para sus respectivas actividades. Si el resultado en tal sentido es subóptimo, no importa, ya que la alternativa es el reclamo que puede desatar la furia gubernamental y la consecuente posible aniquilación.

Pero siempre he dejado claro que hay un límite ético para esta postura, un punto a partir del cual el cuestionamiento se vuelve inevitable. Y es cuando los entes de la sociedad civil, en vez de evitar “meterse en política”, intervienen en respaldo de la elite gobernante. Lamentablemente, ya está ocurriendo. Se ve sobre todo en las grandes organizaciones patronales, representantes de las elites empresariales del país. No solamente porque repiten la propaganda chavista sobre las sanciones internacionales como culpables del empobrecimiento de las masas, sino además porque promueven con entusiasmo sus actos, aunque sea evidente que, como todo lo que hace este gobierno, el propósito es en beneficio exclusivo de los poderosos y no del país entero. Verbigracia, llamaron a votar en la “consulta” sobre el reclamo del Esequibo, aunque su objetivo no fuera realmente fortalecer la posición de Venezuela en la disputa, sino desviar la atención puesta en la exitosa elección primaria de la oposición y tratar de movilizar ciudadanos a favor del chavismo.

Ahora tenemos a Fedecámaras tomando parte en las reuniones convocadas por la elite chavista para definir el cronograma de las “elecciones” presidenciales y emergiendo de las mismas sin más que un tímido y anfibológico llamado a que se mantengan los llamados Acuerdos de Barbados y un tácito consentimiento de los planes de llevar a cabo el proceso excluyendo a la candidata unitaria de la oposición, María Corina Machado.

Hasta donde yo sé, la propia organización ha preferido ignorar el torrente de repudio resultante. Pero no le han faltado terceros que acudan en su defensa. Entre sus argumentos está algo que más o menos refleja la premisa en el primer párrafo de este artículo, pero que ignora el límite ético. Si usted sospecha que me refiero a conspicuos devotos del fetichismo electoral y edulcorantes del panorama político para justificar a una oposición de mentira, pues acierta. Dicen, pues, estos señores que los empresarios están obligados a involucrarse en la simulación de democracia porque lo contrario sería un desplante que el chavismo vería con muy malos ojos y que los expondría a represalias que harían daño a lo que queda de sector privado. Dado que son empresarios y no dirigentes políticos opositores, pues es natural que hagan lo que tengan que hacer para velar por sus intereses empresariales. No se les puede juzgar porque actúan más allá de la política.

¿Es esto cierto? En primer lugar, hay que decir que la elite chavista no necesita de ninguna manera que Fedecámaras le legitime sus argucias. Le basta con que la organización, así como el público en general, no lo estorbe con gestos de oposición. En otras palabras, la tesis sobre una supuesta obligación es espuria y era posible que la patronal se quedara, digamos, en neutro. Pero no. Prefirieron tomar partido. Al hacerlo, se convirtieron en actores políticos. Y todo actor político, que interviene a favor o en contra de un orden público cualquiera, está sujeto a crítica por el público afectado. No se vale inventar privilegios metafísicos de “actor político que trasciende la política”.

Aquellos señores decidieron involucrarse en los planes antidemocráticos del gobierno. Esa escogencia es el quid de la cuestión. Actuaron libremente. Sartre consideraba que los seres humanos siempre actúan libremente pero que, a veces, para no lidiar con las posibles consecuencias negativas de sus decisiones, aducen que factores externos los forzaron. Es un autoengaño y un intento de renegar de la libertad propia para no asumir responsabilidades. Sartre lo llama “mala fe”. Decir que los empresarios pueden colaborar con el gobierno y a la vez pretender que al hacerlo están exentos de que los cuestionen por una supuesta obligación (cuya existencia, repito, resulta dudosa) es un argumento de mala fe.

Tenemos una elite gobernante a la que la inmensa mayoría de la población atribuye, con toda razón, el desplome de su calidad de vida. Ergo, quien se asocie con ella con miras a mantener el statu quo seguramente se ganará una opinión no precisamente favorable por parte de la ciudadanía. De manera que los órganos de la sociedad civil pueden escoger entre las recompensas materiales de la cercanía al poder arbitrario o el aprecio y la deferencia de la población. Pero no contar con ambas cosas. Creo que, en el caso de las elites empresariales, ya escogieron y la selección es obvia. Sus apologistas deberían tener al menos la dignidad de no lloriquear por el desdén de la gente en un país marcado por exclusiones injustamente grotescas.

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Alejandro Armas Feb 09, 2024 | Actualizado hace 2 meses
¿Y qué hacemos ahora?
Me parece estupendo que Machado y quienes la apoyan digan que no se van a doblegar. Pero el público que ha depositado sus esperanzas en ellos necesita más que consignas y eslóganes positivos

 

@AAAD25

Este artículo ve la luz cuando se cumplen dos semanas del pronunciamiento del Tribunal Supremo de Justicia, hablando en representación de la elite chavista que realmente toma tales decisiones en atención a sus intereses privados, reafirmando la inhabilitación de la candidata presidencial unitaria de la oposición, María Corina Machado. Desde entonces, se ha intensificado la discusión entre elementos que se identifican como “opositores” (aunque algunos en realidad no se opongan de ninguna manera al gobierno) sobre cómo proceder. Están por un lado quienes instan a designar ya mismo a un abanderado sustituto sobre el que no pese ningún veto. Por el otro lado están los que insisten en que Machado, como ganadora de la primaria de octubre de 2023, sea la retadora de Nicolás Maduro o cualquier otra persona que el chavismo lance. En este grupo se encuentran, por los momentos, todos los partidos de la Plataforma Unitaria, principal coalición opositora.

Como es normal en este tipo de diatribas desde hace años, la amargura visceral no falta. Los partidarios del reemplazo inmediato acusan a los otros de crear un culto personalista intransigente en torno a Machado, que ata los destinos de la disidencia a los caprichos egoístas de una sola persona. Los que se inclinan por seguir clamando por la habilitación de ella, por su parte, dicen que el otro bando desdeña la voluntad ciudadana expresada en los comicios internos y pretende que el candidato opositor sea alguien que el gobierno considere aceptable porque no interferirá con los vicios del sistema.

Quienes me conocen saben que yo pienso que la oposición debería al menos intentar hacer valer el resultado de la primaria. He sido desde años bastante crítico de la idea de que plegarse a las arbitrariedades de la elite gobernante y pese a ellas propinarle una derrota electoral con margen inmenso hará que ella acepte finalmente un cambio político. Hoy, no obstante, me voy a dirigir en tono no precisamente halagüeño a los otros. A los que dicen que se mantendrán en pie de lucha. Mi pregunta para ellos es: ¿y ahora qué?, ¿cuál es el plan? Me parece estupendo que Machado y quienes la apoyan digan que no se van a doblegar ante los abusos. Pero el público que ha depositado sus esperanzas en ellos necesita saber más. Necesita más que declaraciones de principios, por nobles que estos sean. Necesita más que consignas y eslóganes positivos, como “Hasta el final”. Lo que necesita es una estrategia. Un conjunto de pasos concretos que pueda seguir.

Estrategia mata dilema

Estrategia mata dilema

Ah, qué hacer, qué hacer. Probablemente sea la pregunta por antonomasia para la humanidad. La conseguimos hecha meme a partir de una escena de Buscando a Nemo y también en un panfleto de Vladimir Lenin devenido en libro. Arendt sostuvo que la acción es lo que nos permite distinguirnos como individuos. Esto es especialmente importante en política, puesto que las comunidades libres, o que aspiran a serlo, son los espacios en los que diferentes personas pueden actuar con relativamente pocas limitaciones, reafirmando así su identidad y, al mismo tiempo, convenciendo a otros sobre la validez de las ideas propias. Es así como los individuos se articulan para transformar su entorno… Precisamente lo que a los venezolanos nos urge.

Aunque Arendt incluyó con énfasis el discurso en el rango de lo que tenía en mente al hablar de acciones, es necesario que vayamos más allá de lo estrictamente retórico. Facta, non verba. Es más, la palabra debe estar al servicio de la acción no verbal. Debe ser para convocar, para organizar, para movilizar. Acciones cívicas y pacíficas que involucren a todos los ciudadanos interesados en un cambio de gobierno. Porque sin ese tipo de presión interna, la probabilidad de que la oposición alcance ese objetivo las veo mínimas. La presión internacional es importante pero no suficiente. Quien crea que las sanciones, de regresar en abril, por sí solas van a hacer todo el trabajo, se equivoca. Los más de cuatro años en que estuvieron vigentes son prueba más que suficiente.

No me vengan con que seguramente hay un plan, pero no lo han revelado todavía. No estamos para esas. El reloj corre en contra. El chavismo quiere hacer las “elecciones” lo más pronto posible para que la oposición tenga poco margen de maniobra.

Entiendo perfectamente el tamaño del desafío. No es nada fácil alentar a una población que está aterrorizada por la represión gubernamental y que concentra su esfuerzo en actividades productivas para apenas llenarse el estómago todos los días. Pero si no se intenta por lo menos, el fracaso es una profecía autocumplida. Así, en unos meses (o, quizá, en unas semanas), la oposición estaría nominando a una alternativa y rogando que el gobierno no la inhabilite también. Un escenario bastante subóptimo, que indicaría poca o nula disposición a defender el voto en caso de abusos desde el poder. Si ese va a ser el desenlace, la trifulca verbal con los actuales partidarios de la sustitución no tiene ningún sentido.

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¿Hasta cuándo las concesiones unilaterales?
El maquiavelismo acartonado podrá hablar todo lo que quiera sobre buscar una candidatura que no tenga el ‘extremismo’ de MCM. A quien pueda dar una pelea electoral competitiva le van a aplicar lo mismo

 

@AAAD25

Eso de que “Es viernes y el cuerpo lo sabe” es bastante cierto. Hacia el ocaso del día cuya etimología remite a la diosa Venus, siempre asociada a los placeres sensuales, el ciudadano común lo que quiere es distenderse, charlar con los amigos, tomarse una cerveza y así. Para los periodistas y demás personas que nos ganamos la vida observando hechos de interés público y comunicando al respecto, el desorden inherente a un gobierno arbitrario nos impide aquel alivio más de una vez. Por ejemplo, el viernes pasado, cuando el Tribunal Supremo de Justicia anunció las decisiones sobre la apelación de impedimentos a políticos para que lancen candidaturas a cargos de elección popular. Los resultados fueron anunciados a cuentagotas, en un melodrama de poca monta que recuerda a esos pésimos reality shows en los que al final de cada episodio hay uno o varios eliminados. Por supuesto, a manera de clímax, el pronunciamiento verdaderamente importante quedó para el final: el veto a María Corina Machado, candidata unitaria de la oposición a las elecciones presidenciales, quedó incólume.

Nadie con dos dedos de frente a estas alturas asume que el Poder Judicial toma decisiones así de manera autónoma. Los textos leguleyos de las cortes, con sus latinajos pomposos y gimnasia mental jurídica digna de Nadia Comaneci, son solo intentos de dar un barniz de institucionalidad a decisiones que la elite chavista, ama y señora de la nación, toma de forma privada y pensando tan solo en sus intereses. Por lo tanto, la decisión sobre Machado proviene de Nicolás Maduro y compañía. Ni más ni menos que Jorge Rodríguez lo dejó bien claro al vociferar, tan solo un día antes, que ella “no puede ser candidata a nada”.

Así, como siempre entre improperios y proyecciones freudianas, el chavismo reafirmó que no permitirá elecciones democráticas, y por lo tanto verdaderas, en Venezuela. Solo la simulación de siempre. La misma película con el mismo final. El “ganador” está cantado porque las reglas del sistema solo eso permiten, por diseño.

Personalmente, no me sorprendió ese desenlace. Como todos los derivados de los diálogos previos entre el chavismo y la oposición o entre el primero y el gobierno de Estados Unidos, vi con algo de escepticismo el proceso desde un principio. No lo identifiqué como condenado al fracaso, pero tampoco me produjo mucho entusiasmo (tengo suficiente humildad como para no creerme Casandra o Nostradamus y para considerar escenarios que, por mis propios sesgos, me parecen improbables).

Quisiera saber, por otro lado, qué tienen que decir los integrantes de cierta corriente “analítica” que lleva años traficando la especie de que si solo se dialogara con la elite gobernante, sin sanciones ni protestas ni ningún otro tipo de presión sobre la misma, entonces veríamos con toda seguridad cambios para bien en la política del país. Más democracia y un Estado de derecho más robusto. Pues bien, con la manifestación política de masas prácticamente inexistente desde al menos 2019, y ahora con las sanciones de Estados Unidos levantadas en su casi totalidad, lo que obtuvimos, en vez de una supuesta cara amable de esta autoproclamada “revolución”, fue la “furia bolivariana”. Presos políticos que ocuparon las celdas vaciadas por los liberados en diciembre pasado (recuerdo a unos caballeros burlándose entonces de quienes expresaron temor por tal posibilidad, alegando que son más dramáticos que Delia Fiallo). Las organizaciones defensoras de DD. HH. bajo amenaza. Machado y Henrique Capriles aún inhabilitados.

No, ya va. ¿Saben qué? En realidad, no tengo interés en las explicaciones de aquel sector de la opinión pública. Como cabía esperar por parte de cualquiera que lo ha observado con detenimiento, no hay ningún reconocimiento de errores. Al contrario, insisten en sus postulados de que la oposición tiene que seguir cediendo, a cambio de nada. Ahora, con su candidatura. Insinúan o, en el caso de los más desbocados, gritan a todo pulmón que es necesario reemplazar a Machado como abanderada. Ni se les ocurre que haya que buscar formas de presionar para que la inhabilitación arbitraria sea levantada. Qué va, si eso sería “extremista”. No están para pensar en formas de acabar con el statu quo opresor, única forma ética de poner la ciencia política al servicio del bien común en la Venezuela actual. Están para racionalizar la sumisión a aquel, y para eso darán cuántos pasos sean necesarios. Cada vez que la oposición haga concesiones sin correspondencia por el oficialismo, acto seguido exigirán más.

Imagino que en los meses por venir estarán más alborotados que nunca, habida cuenta de que la Casa Blanca acaba de advertir que restaurará las sanciones si para abril no se permite a todos los interesados en ser candidatos presidenciales participar efectivamente. Ya están farfullando, coléricos, que de concretarse eso, todo sería culpa de la “oposición radical”, esa que según ellos solo existe en Twitter. Claro, como si unos tuiteros venezolanos tuvieran más influencia en Washington que el lobby millonario de tenedores de bonos y petroleros tejanas. Para exigirle al gobierno las reformas democráticas que revocarían las sanciones definitivamente, no tienen las mismas agallas.

Con tanta genuflexión, de esto no vamos a salir nunca. Ni siquiera a Capriles, una figura mucho más moderada que Machado, le quitaron la inhabilitación. El maquiavelismo acartonado podrá hablar todo lo que quiera sobre buscar una candidatura alternativa que no tenga el “extremismo” de la actual nominada. A quien pueda dar una pelea electoral competitiva le van a aplicar lo mismo. Hora de entenderlo.

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Alejandro Armas Ene 26, 2024 | Actualizado hace 2 meses
23 de enero: de la esperanza al terror

Foto Fundación Leo Matiz Espinoza, 23 de enero de 1958.

Los creyentes en la democracia siguen conmemorando el 23 de enero de forma sincera. Pero al mismo tiempo se da el triste espectáculo de las celebraciones oficialistas

 

@AAAD25

Leí hace poco a un usuario de Twitter (no creo que pueda llamarlo “X”) expresar que el 23 de enero es una efeméride de la que, como venezolano, se siente particularmente orgulloso. Explicó que no todos los países tienen una fecha para celebrar la democracia. Me identifico plenamente con su afirmación. Cada aniversario del despegue del Vaca Sagrada, los demócratas venezolanos cumplimos con un ritual conmemorativo. Las fotografías de Leo Matiz, reflejo de la ciudadanía celebrando en las calles la caída de la tiranía, son acaso el principal tótem en torno al cual hacemos esta “danza de culto”.

Pudiera decirse que, durante los 40 años de democracia, esas imágenes se volvieron “mitos” en el sentido que da Barthes al término. Llegamos a creer que la democracia era nuestra condición natural, truncada por generaciones de tiranos ilegítimos. En realidad, como sucede con todo sistema político, nuestra democracia fue producto de decisiones humanas que no seguían ninguna ley. Y así como la sociedad decidió implementarla, igualmente abrió la puerta a su desmantelamiento. Una de las fotos de Matiz de aquel día, la de los dos hombres con el letrero que reza “Nunca más dictadura”, esa que capturó la esperanza del momento, fue desgraciadamente traicionada.

¿Qué tenemos ahora, sesenta y seis años más tarde? Pues los creyentes en la democracia siguen conmemorando el 23 de enero de forma sincera. Pero al mismo tiempo se da el triste espectáculo de las celebraciones oficialistas.

Otros de esos actos de júbilo forzoso, decretado, con unas pocas cuadras de avenidas llenas de empleados públicos obligados a marchar. Al ritmo de canciones de Alí Primera, los oradores de turno brindan un relato que reivindica el fin de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez desde una perspectiva marxista de rebelión proletaria, que hoy luce ridícula considerando el abandono del socialismo revolucionario por la elite gobernante. Pinta a la hegemonía chavista como una consecuencia natural, aunque demorada, del 23 de enero (otro mito barthesiano para hacer pasar lo histórico por obra de la naturaleza). Ah, y claro, contribuye con la simulación de la democracia que dice celebrar. Habla de un pueblo libre que vive en democracia.

El descaro. Ese mismo día, se desató el nuevo rostro de un viejo conocido autoritario, ahora con el remoquete de “furia bolivariana”. Ese día, sedes de partidos políticos y gremios profesionales amanecieron vandalizadas con la consigna chavista del momento, en claro tono de amenaza. Solo ese día, tres miembros del equipo de campaña de María Corina Machado, candidata unitaria de la oposición a las elecciones presidenciales, fueron detenidos arbitrariamente.

Prácticas que fácilmente recuerdan a las de la infame Seguridad Nacional de Pérez Jiménez y Pedro Estrada. Las denuncias de lo que les hacen a los presos políticos en este país, recogidas en los informes de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU y en expedientes de la investigación sobre Venezuela que se lleva a cabo en la Corte Penal Internacional, son como una lectura de la novela de José Vicente Abreu Se llamaba SN. El Helicoide, prodigio de la ingeniería que casualmente data de los tiempos de Pérez Jiménez, es la nueva Guasina.

Y pensar que hoy, cuando los venezolanos volvemos a sufrir en carne propia los horrores de la falta de democracia, hay una parranda de tarados rindiendo tributo al fantasma de Pérez Jiménez y clamando por un régimen como aquel. Les encanta excusar sus inclinaciones con el tan manido “En esa época, si no te metías en política, no te pasaba nada”. Omitiendo la mediocridad de semejante conformismo que renuncia a los derechos y deberes cívicos, hay que decir que es una afirmación falsa. Los regímenes autoritarios atropellan a quien les dé la gana, por las razones más triviales que uno pueda imaginar.

Recordemos el caso de Genaro Salinas, el bolerista mexicano que fue hallado muerto en una calle de Caracas en 1957, luego de protagonizar un lío de faldas con Zoé Ducós, la diva argentina entonces casada con Miguel Silvio Sanz, el segundón de Estrada. Claro, tal vez sea mucho pedir que aprendan de las tragedias del pasado si no aprenden de las del presente. Porque hoy vemos lo mismo. Antonia Turbay estuvo más de un año presa por ser vecina de Iván Simonovis cuando este se fugó de su cautiverio domiciliario.

No sé cuán eficaz vaya a ser el gobierno esta vez intimidando a la población. No voy a subestimarlo, pues su talento en la materia es innegable. Pero algo de la esperanza del 23 de enero sigue viva en quienes insisten en celebrar la fecha, sin hipocresía. Ya por ahí hay un punto de partida para la acción civil que necesitamos.

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Alejandro Armas Ene 19, 2024 | Actualizado hace 2 meses
Falsas equivalencias inmorales
Me deja perplejo ver a personas haciendo falsas equivalencias entre gobierno y oposición, aduciendo que las dos tienen la misma responsabilidad ética por el daño inmenso que ha sufrido Venezuela

 

@AAAD25

“Meh”. Si tuviera que escoger una palabra que sintetizara la actitud de buena parte de la población mundial hacia la política, tal vez sería ese neologismo de popularización anglosajona (tengo entendido que su hipotético origen es yiddish) pero de uso global, en esta era de nativos digitales. Es, aunque suene paradójico, un grito sotto voce. De indiferencia. Bien sea por desencanto resignado ante lo que se percibe como un futuro irremediablemente oscuro o por fanatismo ideológico que desdeña las posibles consecuencias de saltar al vacío en busca de una utopía.

En Venezuela, la indiferencia pertenece a la primera categoría. Es producto de un gobierno al que la inmensa mayoría de los ciudadanos atribuye el desplome abismal en su calidad de vida mientras no ve que la dirigencia opositora sea capaz de lograr un cambio político. Así hemos estado por unos cuatro años, desde el fracaso del “gobierno interino” de Juan Guaidó. Solo ahora, con la candidatura de María Corina Machado a la presidencia, tal vez se esté revirtiendo la despolitización de las masas venezolanas. La participación asombrosamente alta en la elección primaria de octubre fue un indicio esperanzador. Pero sigue siendo algo hipotético y, de ser real, muy frágil. Como todos los períodos de entusiasmo por la posibilidad de un cambio de gobierno, obviamente puede finalizar en otra decepción amarga si no se cumple un objetivo cuyo alcance hoy sigue viéndose distante.

En síntesis, no es nada fácil tener una buena impresión del liderazgo opositor venezolano, y ni hablar de una excelente. Pero cuando examinamos las razones para el desdén, encontramos que algunas tienen más sentido que otras. A duras penas se le puede reprochar a un ciudadano común que reclame a la dirigencia opositora su ineficacia. Ah, ¿que no es fácil oponerse a un régimen completamente desprovisto de escrúpulos, como este? Sin duda. Pero ese es el desafío que decidieron asumir nuestros políticos. Ningún tercero los obligó. Si aspiran a que las masas los sigan, que en otras palabras reconozcan su liderazgo, tienen que mostrar un mínimo de resultados. Las buenas intenciones no bastan. Además, apartando los retos inherentes al tipo de gobierno, la oposición tiene vicios y errores en sí misma que chocan con su razón de ser. Hablo del sectarismo, de la pobreza comunicacional y sí, porque también hay que decirlo, de la poca transparencia que hace que sospechas de corrupción sean cuanto menos razonables.

Pero los problemas de la oposición en su mayoría son más técnicos que morales. Y aquellos que son morales no se acercan ni remotamente a la inmoralidad de la elite gobernante. Volviendo al juicio sobre la validez de las razones para despreciar al liderazgo disidente, es por esto que me deja perplejo ver a personas haciendo falsas equivalencias entre ambas partes y aduciendo que las dos tienen la misma responsabilidad ética por el daño inmenso que ha sufrido Venezuela. Esto es risiblemente falso en cuanto a los hechos y un vicio moral en sí mismo. Banaliza el perjuicio que la elite gobernante le ha hecho a Venezuela desde 1998 de una forma tan grotesca que es difícil saber por dónde empezar. Intentémoslo, no obstante.

La oposición venezolana no tiene en su haber la aplicación de políticas económicas cuasi estalinistas que asfixiaron el aparato productivo nacional hasta dejarlo sobre cuatro bloques, desencadenando así una escasez de bienes y una pérdida de poder adquisitivo que se tradujeron en emergencia humanitaria compleja. Por el contrario, advirtió de forma constante y sistemática que nos estaban conduciendo a un precipicio más profundo que la Fosa de las Marianas.

Tampoco fue ella la que se apropió indebidamente de las riquezas del Estado venezolano, de nuestra res publica, hasta que quedara incapacitado para cumplir sus funciones de garantizar la vida de los ciudadanos. Las posibles corruptelas en la oposición (verbigracia, el caso Monómeros) son insignificantes frente a los miles de millones de dólares que se esfumaron de las arcas públicas durante los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Eso no significa que deban quedar impunes, pero los montos simplemente no son tales como para explicar la catástrofe humanitaria. El arrase de escuelas y hospitales públicos, del sistema eléctrico, del dotamiento de agua y combustible solo fue posible por una rebatiña que, comparada con los casos referidos en la oposición, es como Gargantúa y Pantagruel caminando entre liliputienses.

La oposición tampoco es responsable de un aparato de represión, persecución y violaciones de derechos humanos por el que hoy la Corte Penal Internacional investiga a Venezuela. Puede hablarse de situaciones puntuales de violencia opositora, pero son casi todas reacciones a una violencia que ya se estaba ejecutando contra sus filas, desde el oficialismo. Y es una violencia que, de nuevo, palidece frente a la perpetrada por el otro bando. No existe un Helicoide opositor.

Todas estas desproporciones parten de una perogrullada: que es el chavismo el que ha detentado el poder todos estos años. Un poder absoluto. Nunca es igual ni más o menos responsable quien desde la omnipotencia hace trizas un país que quien, fuera del poder, fracasa en su intento de evitar tal cosa. Sugerir siquiera lo contrario es un insulto grosero a la inteligencia. Perogrullo se propone alcanzar a quienes tienen tal osadía, pero ellos corren mucho más rápido y sin ver atrás.

No me parece casual que dos grupos salgan a relucir entre los artistas de la falsa equivalencia en la política venezolana. Por un lado están los militantes de la extrema izquierda poschavista. Esos que rechazan al gobierno pero que odian a la dirigencia opositora porque es “de derecha”. Por el otro lado está la peculiar comunidad online de ultramontanos con afinidad por el autoritarismo. No abrazan del todo al chavismo por sus orígenes marxistoides, pero les encanta encontrarles excusas a sus prácticas más arbitrarias, que al parecer admiran, mediante la criminalización de la dirigencia opositora. Que nadie se sorprenda por la curiosa coincidencia de extremos. Es solo una prueba más de la teoría de la herradura.

Lo más peligroso de estas falsas equivalencias es que son un pretexto para la resignación y la pasividad. Un intento de racionalizarlas. “Como todos son igual de malos, no hay nada que hacer”. Vaya ayuda al statu quo del que nos urge librarnos.

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Alejandro Armas Ene 12, 2024 | Actualizado hace 2 meses
La espalda del Tío Sam
¿Debería sorprendernos si el gobierno de Estados Unidos, hasta ahora el más poderoso aliado de la causa democrática venezolana, le diera la espalda, para mantener una relación cordial con el chavismo?

 

@AAAD25

Una de las primeras lecciones de todo aprendiz de diplomático o de internacionalista es que los Estados no tienen amigos, sino intereses. Que la guía del accionar geopolítico siempre es egoísta y utilitaria. Nunca altruista y deontológica. Esa es la dimensión internacional de un fundamento teórico de la política, según el cual quien ejerce el poder siempre lo hará pensando primero que nada en su propio beneficio. Fundamento que a su vez se apoya en una visión filosófica de la humanidad que es bastante pesimista. Es la de aquellos pensadores que pusieron en marcha la filosofía política occidental moderna durante el Renacimiento y sus secuelas: Maquiavelo y Hobbes. En síntesis, como indicó este último (citando al dramaturgo latino Plauto), Homo hominis lupus. Solo podemos moderar estos instintos primigenios, pero no desaparecerlos del todo. Entonces, nunca hallaremos un actor político individual totalmente desinteresado. Mucho menos, un Estado.

Con lo anterior en mente, ¿debería sorprendernos si el gobierno de Estados Unidos, hasta ahora el más poderoso aliado de la causa democrática venezolana, le diera la espalda, para mantener una relación cordial con el chavismo aunque Venezuela siga siendo un régimen autoritario? La realización de esa hipótesis luce cada vez más probable, aunque todavía no podamos asegurarla. A todos nos asombró la amplitud del relajo de sanciones sobre la elite chavista por parte de Washington a finales de 2023. Y como si fuera poco, se le añadió la excarcelación de Alex Saab.

Todo eso a cambio de la liberación de unas decenas de presos políticos y una vaga posibilidad de mejoras en las condiciones electorales de Venezuela, cuya única manifestación específica por los momentos es la apertura de un proceso para que María Corina Machado, candidata unitaria de la oposición a las elecciones presidenciales, apele la inhabilitación arbitraria que pesa sobre ella. Un pésimo trato para la oposición venezolana, a primera vista. Los principales mecanismos de presión sobre el gobierno para que emprenda reformas democratizadoras desaparecieron casi completamente en un santiamén, sin garantía alguna por la otra parte. Solo si el veto sobre Machado fuera levantado podríamos al menos creer que hay una transición en marcha y que, por lo tanto, los acuerdos entre Miraflores y la Casa Blanca suponen un beneficio para el esfuerzo por restaurar la democracia venezolana.

Asumamos que nada de eso ocurre. Que la inhabilitación se mantiene, el statu quo autoritario persiste incólume y, sin embargo, EE.UU. no restaura las sanciones e inaugura así una nueva etapa, en general amistosa o cuanto menos acrítica, en sus relaciones con el chavismo. Vuelvo con la pregunta: ¿Nos debe sorprender? No, por supuesto. No sería la primera vez que Washington se toma de manos con un régimen antidemocrático si lo cree conveniente a sus intereses (que, en el presente caso, pudieran ser sobre mercados energéticos y alejar de la influencia de potencias enemigas a un país geográficamente cercano). Basta con recordar su espaldarazo a dictaduras latinoamericanas anticomunistas, pero además sangrientas, durante la Guerra Fría. Contemporáneamente, ahí está su abrazo a autocracias en el Medio Oriente, como Arabia Saudita y Egipto.

Dicho esto, hay algo de ridículo en la pose de sabiduría de quienes (llamémoslos nihilistas pantalleros) reaccionaron al alivio de sanciones y a la entrega de Saab aduciendo que “nadie puede sentirse decepcionado”, considerando que Estados Unidos es igual que los demás países en su desapego a los valores universales. Eso no es cierto. Es un hecho irrefutable que, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, entre las grandes potencias, la que más ha promovido la democracia en el mundo es EE. UU. De forma inconstante y a menudo hipócrita, ciertamente. Pero lo ha hecho.

Como sucede demasiado a menudo, la comprensión de este fenómeno pasa por aceptar sus distintos matices, aunque sea complicado. Simplista, y por eso mediocre, es caer en uno de los extremos del maniqueísmo: romantizar al Tío Sam como un impoluto guerrero servidor de la democracia o como un valedor sempiterno de la opresión de terceros. Nadie se decepciona porque Rusia o China exportan sus moldes autoritarios a otras latitudes, porque nadie espera que se esas potencias se comprometan con la democracia en primer lugar. En cambio, con Washington cabe al menos una posibilidad. Puede darse o puede no darse.

Además de los nihilistas pantalleros, hubo otro grupo de venezolanos que reaccionó a las concesiones de Estados Unidos a Nicolás Maduro y compañía desestimando y desdeñando las protestas de sus compatriotas. Son aquellos que emigraron al país del norte y han hecho del respaldo al gobierno de Joe Biden, o del Partido Demócrata en general, parte de una nueva identidad que coexiste con la vieja, la de ciudadano venezolano. Como es Biden quien tomó las medidas que desencadenaron un torbellino de rechazo por estos lares, salen en su defensa, aduciendo que la prioridad del presidente de Estados Unidos es defender los intereses de Estados Unidos. No los de venezolanos. Y si se tiene en cuenta que en Venezuela había ciudadanos norteamericanos presos, con más razón.

Todo bien hasta ahí. El problema está en decirles a los venezolanos en Venezuela que su molestia es estúpida. Vaya solipsismo burdo. Una falta total de empatía. Desde la relativa comodidad de un café en Coral Gables no puedes decirle a alguien que está atravesando su tercer apagón del día, en Araure, que no tiene razones para sentirse desilusionado por lo que el gobierno de Biden acaba de hacer. Esas personas no tienen ni una oportunidad de ver justicia en su propio país, así que pusieron sus esperanzas en que, tal vez, la de aquellos Estados donde por lo general sí se cumplen las leyes actúe. 

Sospecho que la motivación de aquellos venezolanos es el pánico, por demás razonable, que tiene la mitad de los habitantes de Estados Unidos por un posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.

Como Biden será el encargado de evitar que tal cosa ocurra, han llegado a un punto en el que se toman cualquier crítica al actual mandatario como impulso a un peligro existencial. No reparan en que prácticamente ningún votante por allá va a decidir por quién sufragar por la política de Washington hacia un país del que más de 90 % de los norteamericanos no sabe nada. Pueden dejar el dramita. Si la reelección de Biden peligra, no es por eso. Matthew Peterson, vecino de Oshkosh, Wisconsin, no va a votar por Trump porque unos tuiteros en San Cristóbal repudian a Biden.

Lo que sí les puedo decir es que si la actual Casa Blanca normaliza relaciones con Miraflores sin que haya un cambio político, probablemente van a tener que pasar por una situación bastante incómoda: hacer campaña por alguien que para millones de sus compatriotas del otro pasaporte no es más que quien eliminó las sanciones a la elite gobernante venezolana, contra quien las instituyó. Como cada quien piensa primero que nada en sus intereses (epa, ¿eso fue lo que hizo Biden liberando a Saab?), a esos venezolanos no les importará que Trump sea un peligro para la democracia en Estados Unidos.

Tal vez nada de eso ocurra. Tal vez sí hay una transición en marcha en Venezuela, pero no podemos verla aún. O tal vez no la haya y eventualmente Washington reanudará la presión. Pero hasta entonces, el pesar de la gente es comprensible.

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Alejandro Armas Dic 15, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Lo bueno que aún hay en Venezuela
En aras de cerrar el año con, bueno, ánimo positivo y vigor para empezar el siguiente, hoy voy hablar de lo que está bien en Venezuela, en medio del desastre

 

@AAAD25

Una columna de opinión en un medio de comunicación masiva no suele ser, metafóricamente hablando, un “sitio feliz”. El columnista por lo general no está ahí para hablar de asuntos positivos o gozosos, sino para expresar lo que, a su juicio, está mal en el mundo. En palabras de Cabrujas, para “pellizcarle el trasero a la sociedad” y hacerle notar que tiene problemas que deben ser atendidos. Ese papel de tábano socrático puede prestarse para reacciones adversas (“¿Quién eres tú para decirnos lo que está mal?”) y hacer que el columnista pase por una especie de ser gris, tedioso y lúgubre, por estar de manera reiterada pensando en problemas. Tal como Heráclito, “el filósofo que llora”.

¿Quién quiere más crisis?

¿Quién quiere más crisis?

¿Es que acaso no es más divertido hablar del show en tarima de Anitta y Peso Pluma que sobre derechos humanos? Sí, quizá. Pero por penoso que sea (y créanme, tampoco es que sea penoso al punto de lo insufrible), hay que hacerlo. Incluso si, por ser Venezuela el entorno, los problemas son más numerosos y peores que lo normal. Lo contrario sería incurrir en el error conformista de Leibniz, que Voltaire puso en boca de su Pangloss para alertar sobre la resultante abulia.

No obstante, hoy me voy a desviar de la norma. En aras de cerrar el año con, bueno, ánimo positivo y vigor para empezar el siguiente, hoy voy hablar de lo que está bien en Venezuela, en medio del desastre. El puntito de yang en medio del yin que siempre existirá (“Todas las cosas tienen en su espalda la oscuridad y tienden a la luz”, reza el Tao Te Ching) aunque, si nos atenemos a los fundamentos de la psicología Gestalt, por predominio perceptivo del todo sobre las partes parezca inconcebible que haya algo de bondad en medio de tanta maldad. Veamos, pues.

Comenzaré con lo que es mi área de dedicación profesional y tal vez sea más inverosímil: la política. Sí, quedan algunos huesos sanos en la política venezolana, que en general es la fuente putrefacta de las cuitas infernales que se viven en este país. Puede que sean, como el martillo, el yunque y el estribo en el oído humano, los huesos más pequeños, pero ahí están. Me refiero a personas honestas que siguen en la vanguardia de la tan difícil causa democrática venezolana. Muchas no ocupan cargos públicos. Y si los ocupan, no suelen pasar de concejales. La regla tácita, impuesta por el chavismo, de que para ser gobernador o alcalde ajeno al PSUV o sus socios minoritarios hay que renunciar a la oposición activa no permite más que esas modestas posiciones. Otros no son políticos profesionales, pero militan en los partidos que siguen haciendo disidencia real. Hacen el trabajo de hormiga que permite a esas organizaciones seguir funcionando.

Aparte, hay todo un microcosmos de periodistas, politólogos, sociólogos, historiadores y profesionales de otras ciencias sociales abocados a entender la calamidad política venezolana y a reflexionar sobre cómo ponerle fin. Muchos de ellos son jóvenes que no han llegado a los 30 años y que, por una u otra razón, no se han sumado a los cientos de miles de sus coetáneos que optaron por emigrar, en la mayor fuga de cerebros que ha experimentado Venezuela. Siguen aquí, con sus respectivos proyectos. Al igual que los referidos en el párrafo anterior, estos ciudadanos no figuran a menudo en medios de comunicación tradicionales por la censura y la autocensura. Dependen de los medios digitales y las redes sociales para hacer llegar su mensaje.

Luego tenemos a las personas que, a pesar de una de las catástrofes económicas más grandes a nivel mundial en al menos dos siglos, decidieron seguir apostando por la provisión de bienes y servicios en Venezuela… Y sobrevivieron a lo peor de aquella crisis. Porque hay que decir que no todos los que se propusieron esa labor titánica lo lograron. Se valora toda perseverancia, pero si me pusiera a hablar de aquellas empresas privadas que desaparecieron, pues estaría regresando a mi oficio típico de columnista y no es la idea hoy. También los hay que abrieron nuevos negocios de distinta envergadura. Cuando esa envergadura es amplia, es decir, cuando requiere inversiones cuantiosas, a los propietarios frecuentemente se les acusa de “ser enchufados”, “lavar plata”, etc. Señalamientos hechos a la ligera que no reparan en el principio del Derecho por el cual quien acusa tiene la carga de la prueba. Eso no quiere decir que en Venezuela no exista una pantagruélica economía turbia, con fondos originados en la corrupción y otras prácticas ilegítimas. Pero, de nuevo, no quiero hablar de lo negativo hoy. Más bien quiero alzar una copa de fiesta decembrina por todos esos panaderos, zapateros, agricultores, proveedores de fibra óptica, dueños de restaurantes y demás que siguen haciendo la vida en Venezuela más soportable.

Eso, incluye, por cierto, las actividades culturales. Pudiera pensarse que las artes son lo primero en extinguirse en un país en emergencia humanitaria. Después de todo, no representan para nada necesidades básicas. Pero como sostuve en una de las emisiones más recientes de esta columna, la realidad siempre es algo más compleja y la coexistencia de factores a primera vista incompatibles no es una aberración. Ni natural ni moral, puesto que un hipotético desvío de todos los recursos originalmente dedicados a la vida cultural hacia la atención de la emergencia humanitaria pudiera ser contraproducente (piensen nada más en todos los trabajadores de ese sector, de pronto desempleados y engrosando las filas de los que necesitan ayuda).

De manera que la cultura afortunadamente pervive. No hay razones para creer que eso vaya a cambiar en el corto o mediano plazo. Al menos en Caracas (el resto del país es, desgraciadamente, otra historia), la movida artística nunca se detuvo. Ni siquiera en 2018, cuando la crisis era más aguda que hoy. Ese año, me fui a Nueva York por razones académicas. Obviamente, ni en su mejor época Caracas pudo competir con la capital cultural del planeta en estos menesteres. Y, sin embargo, no puedo decir que me sienta insatisfecho desde que volví a mi ciudad. He podido ver montajes de Sófocles, Ibsen, Ionesco, Sartre y Cabrujas. También exposiciones de Picasso, Cruz-Diez, Botero, Vigas y Soto. Estuve en una función de Fidelio, la única ópera compuesta por Beethoven. Este fin de semana honraré una tradición navideña caraqueña yendo a ver El cascanueces, con la música de Chaikovski y la coreografía de Vicente Nebrada.

Por último, no puedo dejar de mencionar que quizá lo mejor que sigue habiendo en Venezuela es la solidaridad entre sus habitantes. A lo largo de las décadas, como sociedad consentimos el desarrollo de un Estado elefantiásico, con la expectativa de que nos lo diera todo. Por una cruel ironía, quienes prometieron llevar esa cobertura a su máxima expresión acabaron por dejar el Estado sobre cuatro bloques, totalmente incapacitado para cubrir aquellas necesidades que nadie o casi nadie le desconocería como parte de su rango de acción natural. Mientras que la elite chavista se aseguró para sí el gozo de un Estado privatizado de facto, los ciudadanos comunes quedamos desamparados. Pero seguimos siendo una comunidad, en palabras aristotélicas, de animales políticos. Naturalmente, hemos llenado hasta cierto punto el vacío que dejó el Estado. A veces, con fines de lucro que no por ello son repudiables. Pero otras veces, por pura empatía. Es lo que hace la organización Alimenta la Solidaridad, con sus comedores populares en barrios reducidos a una pobreza mucho más abismal que la que tenían antes.

No son solo necesidades básicas. Cada diciembre, el gremio periodístico venezolano lleva a cabo Un juguete, una buena noticia: una recolección de juguetes donados para regalar a niños de escasos recursos. Son iniciativas como esta las que mantienen sin romper algo de tejido social, que necesitaremos para reconstruir en serio la nación cuando las circunstancias políticas lo permitan.

Como ven, en Venezuela sí hay gente de bien haciendo el bien. Espero que leer estas líneas les brinde al menos un poco de optimismo. Con ellas, la presente columna se despide hasta enero. ¡Felices fiestas!

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