En la Venezuela de la perestroika bananera, el espejismo socialista es cada vez menos visible, mientras se les exige a los trabajadores empobrecidos que aguanten su sufrimiento callados
No puedo decir que tenga muchos más motivos para el orgullo que el promedio de mis compañeros mortales. Pero uno de esos motivos es el haber detectado con bastante anticipación el discreto abandono del socialismo revolucionario como ideología oficial de la elite gobernante venezolana. Desde luego, eso es algo que los responsables jamás han aceptado en público, aunque el proceso ya lleva varios años en marcha. El contraste entre la realidad y lo que queda de discurso y propaganda ñángaras es cada vez más fuerte.
Una de sus manifestaciones es el fin del interés fingido de la elite gobernante en las penurias de la población de bajos recursos. Ya ni siquiera simulan tener la empatía hacia los pobres con la que la extrema izquierda hace gala de una insufrible pretensión de superioridad moral. Se acabaron los aumentos nominales de salario mínimo con los que la elite gobernante concretaba su histrionismo de gran benefactor de las víctimas de una “guerra económica” impulsada por los sospechosos habituales: el “imperio capitalista yanqui” y sus lacayos en la “oligarquía” local. Esas alzas por decreto se hacían sal y agua de inmediato por la inflación resultante, claro. Pero, insisto, lo que me interesa es el mensaje. Ahora entramos de lleno en la etapa en la que Miraflores, si bien sigue culpando a otros por la pobreza extrema del país, ahora les dice a quienes la padecen que no hay cómo mejorar la situación. Que se la calen o… Sufran las consecuencias de no aceptar la excusa oficial y reclamarle al gobierno.
El nauseabundo desdén a la furia cívica
En la Venezuela de la perestroika bananera, el espejismo socialista es cada vez menos visible,…
Al ver que esa era la reacción del chavismo a las protestas por mejoras salariales que se han venido dando desde el año pasado, me volví un escéptico sobre la posibilidad de éxito de las mismas, pese a su tenacidad. Luego de intimidar suficiente a las masas con la represión salvaje de las manifestaciones de 2014 y 2017, Nicolás Maduro y compañía pueden darse el lujo de ignorar olímpicamente las exigencias de personas a las que, por razones fáciles de entender, les aterra alzar la voz a un punto que sí se vuelva incómodo para los poderosos. No importa que dichas exigencias sean mucho más limitadas que el “Maduro, vete ya” de estallidos sociales previos.
Acabamos de ver el castigo ejemplarizante que se implementó contra seis trabajadores que sí protestaron al punto de volverse incómodos: 16 años de cárcel, por acusaciones de criminalidad que serían risibles de no ser por la tragedia de vidas arruinadas y familias rotas. La Coalición por los Derechos Humanos y la Democracia denunció que las únicas pruebas esgrimidas para justificar la sanción draconiana fueron… Unas capturas de pantalla y unos tuits. Casualmente, se trata de connotados manifestantes contra la Oficina Nacional de Presupuesto (Onapre), el rostro de los sueldos paupérrimos en el sector público.
Estos son los sindicalistas condenados a 16 años en el gobierno del presidente obrero
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Así van las cosas en el gobierno del “Presidente obrero” que se dio un banquete de carne en el restaurante del chef turco Salt Bae mientras en su país había una calamidad humanitaria en pleno desarrollo. La actividad sindical, uno de los objetos de culto onanístico de la izquierda, se une a la política opositora, el periodismo, la defensa de los Derechos Humanos y otros oficios que el régimen no tolera. Este no sería, por supuesto, el primer caso de una “dictadura del proletariado” que suprime al proletariado. Recordemos la represión del gobierno de Wojciech Jaruzelski contra el activismo de Solidarność en la Polonia del ocaso del Telón de Acero. O, si nos vamos más atrás, la supresión del alzamiento en Kronstadt contra los bolcheviques.
Los discípulos ortodoxos de Marx, partiendo de la inversión materialista que el maestro hizo de la dialéctica de Hegel, sostienen que cada orden económico está embargado por contradicciones que llevan a su propia destrucción. Solo la transición al comunismo estaría libre de esas contradicciones e inauguraría así una cumbre insuperable del desarrollo humano. El fin de la historia. Ah, pero las contradicciones sí se dieron y han condenado a todos los experimentos marxistas a volverse represores de la clase a la que supuestamente representan. Es lo que sucedió con los ejemplos repasados. Pero al menos en los casos ruso y polaco, los apparatchiks trataron de mantener la ilusión de un proceso enrumbado al paraíso comunista. En cambio, en la Venezuela de la perestroika bananera, el espejismo es cada vez menos visible, con tanta privatización de facto de servicios públicos que el gobierno arruinó y tanto empresario amigo de la elite gobernante agarrando de la piñata de bienes que habían sido estatizados durante la etapa cuasi estalinista del régimen.
Todo eso mientras, repito, se les exige a los trabajadores empobrecidos que aguanten su sufrimiento callados. Como si no fueran humanos con aspiraciones legítimas a una vida decente. Como si fueran solo engranajes de la máquina que mantiene al país funcionando a medias. Es la reificación del proletariado de la que habló Lukács en su exégesis de la crítica de Marx al capitalismo. Solo que ahora, en vez de una “plusvalía” que el capitalista arrebata al trabajador explotado, lo que tenemos es un Estado empleador que paga salarios miserables mientras el botín de las arcas públicas pasa a cuentas bancarias en Suiza, Panamá o alguna islita del Caribe, para el beneficio de un miembro de la oligarquía boliburguesa.
Pudiera decirse que tenemos lo malo de ambos mundos. Porque si bien la elite gobernante no muestra reparo alguno en que la pobreza abismal se prolongue ad infinitum, tampoco se da la disciplina fiscal rígida que uno esperaría de un ajuste “neoliberal” (por eso, entre otras razones, es necio calificar como liberal el giro de la política económica chavista). Más bien el gasto público aumenta de forma intermitente, recurriendo al financiamiento monetario por el BCV. En otras palabras, siguen activos los factores detrás de la inflación elevada, que pulveriza el poder de compra, frena el consumo y, por lo tanto, el crecimiento económico.
Estamos en una espiral de fracaso político, económico y social de la que no saldremos sin un cambio de gobierno. Quedaron desmentidas las fantasías de prosperidad material sin libertad cívica que venden la oposición prêt-à-porter y los traficantes de conformismo mediocre. También queda aun más en entredicho que antes el empeño de un sector de la opinión pública en que los adversarios del gobierno solo pueden limitarse a dialogar con el poder arbitrario, sin ninguna presión sobre el mismo, porque lo contrario sería “radical”. ¿“Radical” como los trabajadores condenados a más de tres lustros tras las rejas? No estaban clamando por la salida inmediata de Maduro ni ninguna otra exigencia “maximalista”. Aun así, los criminalizaron sin piedad.
No hay evasión posible. O seguimos en este foso de oprobio y humillación, o nos dejamos de pretensiones de que estamos lidiando con sujetos con un ápice de altruismo y de escrúpulos y entendemos la magnitud del desafío que tenemos como ciudadanos.
“Justicia socialista” contra todos
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