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El revisionismo histórico contra la democracia

@AAAD25

Si usted es de esos venezolanos que, frustrado o simplemente aburrido por la inercia en la que ha caído el juego político criollo, se ha sumergido en el juego de otras latitudes, probablemente ya se habrá familiarizado con la expresión “guerras culturales”. En caso contrario, permítame aclararle que la misma alude al cúmulo de disputas sociales no materiales que caracteriza a una parte considerable de la diatriba política en los países desarrollados. Querellas como los roles de géneros o la influencia de la moral judeocristiana en la sociedad.

Se habla de “guerras” porque las posiciones asumidas a cada lado de los desacuerdos son cada vez más irreconciliables, y cada parte trata a la otra con creciente hostilidad. En otras palabras, son un factor importante de la polarización en países como Estados Unidos o España. La división es lo opuesto a la comunidad. Por eso, cuando una sociedad está severamente polarizada, ello suele ser síntoma de que el sentido común brilla por su ausencia. En cambio, abundan el absurdo y la insensatez.

La semana pasada leí un artículo maravilloso del historiador Tomás Straka, en el cual hizo alusión a lo que denominó “guerras históricas”. Estas no son otra cosa que la penetración de las hoy tristemente inefables guerras culturales en el terreno de la historia. La invasión de la doxa en el campo de la epistemehistórica. Me la paso advirtiendo sobre la peligrosa pretensión nietzscheana de relativizar todo, de negar la realidad objetiva. Eso está pasando con el estudio de la historia, a menudo con motivaciones políticas de las peores, ligadas con las guerras culturales, pero también con el resentimiento, el revanchismo y la intolerancia autoritaria.

La herramienta aquí es un revisionismo que no desafía interpretaciones tradicionales de los hechos pasados (cosa sana para la pluralidad de ideas), sino que niega los hechos y pretende suplantarlos con ficciones. Hay revisionismo para todos los gustos. Está el del chavismo y el de otras especies de la ultraizquierda tumbaestatuas, con sus juicios anacrónicos y abuso tosco de la noción de «genocidio», como vemos cada 12 de octubre.

Conócete a ti mismo

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Pero también está la derecha reaccionaria y nostálgica de la monarquía y las castas, con sus panegíricos ridículos de la conquista, su visión romántica del colonialismo español y condena desproporcionada de la independencia. Y así, vemos una fauna variopinta que incluye a comunistas trasnochados que glorifican las guerrillas de los 60, así como a neogomecistas y neoperezjimenistas psicopáticamente fascinados por La Rotunda y Guasina. Sé que el adverbio “psicopáticamente” suena duro, pero no se me ocurre otra palabra para describir a sujetos que son conscientes de los horrores de las cárceles de Gómez y Pérez Jiménez, ¡y lo reivindican! Así es la mediocridad intelectual, incapaz hasta de los juicios éticos más sencillos, lo cual se traduce en la banalidad del mal que Arendt diagnosticó en Eichmann.

Hoy me voy a detener en el fenómeno de los nuevos admiradores de Pérez Jiménez, un grupo cuyas filas me atrevería a decir que no son lo suficientemente grandes como para constituir una amenaza para una hipotética Venezuela poschavista y democrática… Aún. Como señalé en una emisión previa de esta columna, tampoco me parece prudente asumir que nunca podrán aumentar su membresía.

Por ello, es pertinente desmentir el revisionismo de estos señores, en aras de mantenerlos relegados a los márgenes del debate político. ¿Que la prioridad en este momento debe ser la restauración de la democracia suplantada por el chavismo? No me digan.

Pero, no me canso de repetir, más vale estar prevenidos para cuando llegue ese momento y nunca volver a perder la democracia a manos de otra camarilla autoritaria.

Además, considerando que, insisto, el juego político se halla lamentablemente inerte, ¿por qué no?

No debe sorprendernos que el neoperezjimenismo (llamémoslo así por falta de un mejor término) concentre sus esfuerzos revisionistas en denigrar del período democrático. Tal como hace el chavismo, ¿saben? Y es que el neoperezjimenismo y el chavismo tienen mucho en común, incluyendo un desprecio total por la democracia (espero que no se hayan olvidado de aquella entrevista que Chávez tuvo con Pérez Jiménez en la mansión de La Moraleja, el acaudalado vecindario madrileño donde el dictador pasó su último exilio). Pero dejemos esa comparación para otro artículo.

En esencia, el revisionismo neoperezjimenista actúa de dos maneras.

 La primera consiste en magnificar el legado de la dictadura militar para hacerlo parecer más grande que el de los gobiernos democráticos.

Como sabemos, dicho legado es única o principalmente material. Obras de infraestructura. Todos hemos escuchado la cantinela: “Ay, es que al menos ese hombre construía cosas”. Si no fuera por el carácter inherentemente pretoriano de la admiración por Pérez Jiménez, al señor bien pudieran cambiarle el quepis por un casco de obrero en todas sus evocaciones. Ahora bien, nadie puede desconocer las obras que en efecto fueron realizadas en esos años, incluyendo la autopista Caracas-La Guaira, los primeros tramos de las autopistas Francisco Fajardo y Regional del Centro, las torres del Centro Simón Bolívar en El Silencio, el Teleférico de Caracas, la Ciudad Universitaria de Caracas y los bloques 2 de Diciembre (hoy 23 de Enero).

Pero precisamente por eso me resulta tan mezquino que se desconozca las obras hechas total o parcialmente en democracia, entre las cuales están los puentes Rafael Urdaneta, Angostura, Simón Bolívar y José Antonio Páez; el Teleférico de Mérida, los tramos restantes de las autopistas Francisco Fajardo y Regional del Centro, las autopistas Prados del Este y Centroocidental, las avenidas Boyacá y Libertador de Caracas, los distribuidores La Araña, El Pulpo y El Ciempiés; los embalses de Guri y Macagua, la urbanización Caricuao, el Metro de Caracas, el complejo arquitectónico de Parque Central y el Teatro Teresa Carreño.

Noten que estas obras están dispersas a lo largo y ancho del territorio nacional, a diferencia de las de la dictadura, muy concentradas en Caracas y sus alrededores.

Una ficción particularmente burda del revisionismo neoperezjimenista es atribuir a la democracia la formación de barriadas informales en los cerros de Caracas y otras ciudades, insinuando así que durante el gobierno de Pérez Jiménez no se veía tal cosa. Si bien la democracia experimentó un déficit de vivienda notable, que el chavismo heredó y explotó demagógicamente, este problema no comenzó con ella. Comenzó con el petróleo, con los millones de campesinos que se desplazaron a las urbes industriales y comerciales buscando una vida mejor. Por lo tanto, los barrios fueron un problema antes, durante y después de la dictadura militar. En De la cuadrícula al Aleph: Perfil histórico y social de Caracas, Francisco Ferrándiz refiere que, según estimaciones de la época, para 1950 había 40.000 ranchos en Caracas. Obviamente esos ranchos no desaparecieron entonces para reaparecer ocho años más tarde, como consta en Caín adolescente y otras películas venezolanas de la década.

Por otro lado, el progreso educativo durante los 40 años de democracia fue significativo. Cerca de la mitad de la población nacional era analfabeta cuando volvió la democracia, y menos de 10 % lo era cuatro décadas después, gracias a iniciativas como Acude. Fue en democracia que se masificó la matrícula universitaria femenina. Para 1958, solo había cuatro universidades públicas en Venezuela (UCV, ULA, LUZ y UC), ninguna creada por Pérez Jiménez. Esa cifra se disparó durante los gobiernos democráticos, con la fundación de la USB, la UCLA, la Unerg y la Unellez, entre otras.

 La segunda manifestación de revisionismo neoperezjimenista pretende desdibujar las distinciones que separan a la dictadura del período democrático.

En otras palabras, tratan de mostrar a la democracia venezolana como un régimen tan autoritario como el de su ídolo, en aras de exponer a los demócratas como manipuladores hipócritas. Ello es bastante irónico, dado su afán por demostrar que la democracia es una estafa hasta en sus cimientos teóricos. ¿Se puede destapar dicha estafa examinando algo que no es realmente democrático? En fin, no esperen coherencia de estos atolondrados.

Para ilustrar su disparatado ejercicio de equiparación, los neoperezjimenistas señalan las violaciones de derechos humanos cometidas por los gobiernos democráticos en el combate a las guerrillas comunistas. Si se le recuerda a la gente el asesinato de Víctor Soto Rojas, el de Leonardo Ruiz Pineda deja de verse tan perverso, piensan ellos. Si bien ambos casos son inexcusables, igualarlos, omitiendo su contexto, es una barbaridad muy descarada. Hay tantas diferencias que no sé por dónde empezar. En un conflicto armado, como el que Venezuela vivió en los 60, es inevitable que ambos bandos cometan excesos.

Y aunque hubo resistencia armada a la dictadura por parte de adecos y comunistas, nada de eso se compara con la magnitud de la insurrección guerrillera de la década siguiente, respaldada firmemente por un agente extranjero (Cuba).

En segundo lugar, no es lo mismo en términos morales rebelarse contra un gobierno electo y ampliamente legitimado por la ciudadanía en pleno, que hacerlo contra uno de origen golpista y que no permite al pueblo expresarse en las urnas. Por último, en democracia había una sociedad civil y unos medios de comunicación que denunciaban activamente los excesos en la supresión de la izquierda armada. No en balde hubo castigos severos para los responsables de algunos crímenes (no todos, por desgracia). Todo esto era impensable en dictadura. Nadie iba a sancionar a los esbirros y matones de Pedro Estrada.

Otro argumento revisionista para negar el carácter democrático de la mal llamada “cuarta república”: la interferencia en las candidaturas del exiliado Pérez Jiménez. Ocurrió con su nominación al Senado en 1968, y a la presidencia en 1973. Los argumentos jurídicos empleados en ambas instancias (Pérez Jiménez estaba inhabilitado debido a su sentencia penal por crímenes de peculado y malversación) ciertamente lucen en retrospectiva como una aplicación politizada y personal de la ley, incompatible con el Estado de derecho propio de una democracia moderna y republicana. Sin embargo, el truco aquí es exigir pulcritud absoluta a algo que en el mejor de los casos puede tener muy pocas manchas. No hay democracia perfecta e inmaculada. Estados Unidos carga con la vergüenza del macartismo y la supresión del voto negro. La España postfranquista, con los infames GAL. Cuán democrático es un Estado es algo que se determina observando una suerte continuum, no con categorías maniqueas.

Así que el veto a Pérez Jiménez no basta para negar el carácter democrático del sistema responsable, ni lo hace equiparable con la persecución y el fraude electoral sistemáticos de la dictadura.

Para muestra, las demás candidaturas de Cruzada Cívica Nacionalista, partido de Pérez Jiménez durante la democracia, no fueron obstaculizadas. CCN tuvo nominados presidenciales en 1978, 1988 y 1993. Ninguno obtuvo más de 0,1 % del sufragio.

Tristemente, me atrevería a decir que no veremos el fin de las guerras históricas pronto. Ni en Venezuela ni fuera de ella. En nuestro país, algunos de sus “generales” han estado gobernando desde 1998. Han tratado de reescribir la historia nacional a su antojo, lo cual ha sido objeto de críticas numerosas desde este modesto espacio. Hoy toca desmentir a otros revisionistas. Si quieren guerra, guerra tendrán. No para promover una narrativa alternativa pero igualmente falaz y mentirosa, sino para, siguiendo a Popper, repudiar a los intolerantes que quieren justificar su intolerancia retorciendo el pasado. Y para defender un mínimo de verdad objetiva, ajena al relativismo. Que esa verdad sea también el arma para su propia defensa. Veritas liberabit vos, escribió el evangelista. La verdad es nuestro muro de contención contra los autoritarios de todo cuño.

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