De la gran ilusión a la gran resignación - Runrun
De la gran ilusión a la gran resignación
La gran ilusión dio paso a una especie de gran resignación. Mucha queja y lamento porque la economía se va una vez más al demonio, pero no más que eso

 

@AAAD25

La aseveración de que “Venezuela se arregló” casi siempre ha sido usada como chiste. Pero no es mentira que varios incautos se la creyeron. Entre ellos, algunos de los pocos afortunados que no cayeron en la pobreza durante lo peor de la crisis humanitaria que arrastra casi una década. Aquellos que podían darse el lujo de frecuentar los nuevos restaurantes chic en Las Mercedes y Los Palos Grandes y relatarle al mismo público exclusivo del que son parte sus experiencias culinarias con videos en TikTok. Como los “eloi” del futuro ficticio de H. G. Wells, viven en su pequeño mundo de placeres y diversiones, sin adentrarse jamás en las catacumbas tenebrosas de los “morlocks”, donde la vida es dura y brutal.

Otros creyentes genuinos en la supuesta reparación de Venezuela, me parece, se aferraron a esa fe más por desespero que por gozo de los deleites de la burbuja donde uno efectivamente se siente de maravilla. Son miembros de la casi extinta clase media que en los últimos años pasaron a engrosar las filas de venezolanos técnicamente en situación de pobreza. Hartos de los sucesivos fracasos de la dirigencia opositora de la que alguna vez fueron la principal base de apoyo, traumatizados por la represión de las protestas de 2014 y 2017 y convencidos aunque jamás lo admitan de que el chavismo muy probablemente gobernará por mucho tiempo más, para los oídos de estas personas fue música el pregón de que en realidad no es para nada urgente el cambio político en Venezuela, pues el chavismo vio la luz del libre mercado y muy pronto sus reformas le devolverán a todos su vieja calidad de vida. Música para sus oídos, digo, de la calidad del “Trío para piano no. 2” de Schubert o una composición de Miles Davis (o, para el gusto más contemporáneo, una canción del último disco de Taylor Swift).

Ah, pero en realidad eran puros cantos de sirena. Y como esta nao llamada Venezuela está tan maltrecha, no había suficiente mástil como para que todos siguieran el ejemplo que Odiseo dio. Así que muchos se dejaron llevar por los vaticinios melifluos de los traficantes de conformismo y de la adaptación disfrazada de oposición. Así fue hasta que las reformas de la perestroika bananera agotaron su capacidad para impulsar una recuperación económica. Sobre todo, en lo relacionado con la contención del aumento de precios. El salto olímpico del tipo de cambio y de la inflación en la segunda mitad de 2022 fue el balde de agua fría que espantó a los dedicados apaciguadores y buscadores de buenas señales y despertó de su letargo a más de un ilusionado con el regreso de las vacas gordas para todos.

Puede que hacia el cierre del año pasado hubiera factores ad hoc que retrasaran la plena asimilación del nuevo desastre, con todas sus consecuencias psicológicas. Pienso sobre todo en el mundial de fútbol y la temporada navideña. Disipados estos, tengo la impresión de que el estado de ánimo colectivo en Venezuela se ha vuelto bastante sombrío y pesimista. No es que en algún momento de los últimos años haya sido brillante. Pero, para quienes pensaron que el chavismo había enmendado la plana a lo grande, hubo al menos la esperanza de volver a lo que tanto octogenario venezolano falazmente evoca: “Con Pérez Jiménez vivías bien si no te metías en política”. Es decir, la engañifa de una vida materialmente plena y sin peligro alguno para la integridad personal, siempre y cuando uno no se oponga al gobierno.

Hoy dicho espejismo parece haber sido expuesto como lo que siempre fue. No veo a nadie augurando una recuperación económica inclusiva. Vuelve la angustia generalizada sobre el presente y el porvenir. Las protestas de docentes son apenas la manifestación más visible de ese descontento. Es bueno que la gente se haya quitado la venda. No porque todo venezolano debería tener una vida miserable e infeliz mientras el chavismo gobierne (vivo haciéndole la guerra a semejante dislate), sino porque los hechos demuestran que un país próspero es extremadamente improbable mientras el chavismo gobierne. Ergo, es de interés de la ciudadanía en pleno actuar para impulsar un cambio político.

Desafortunadamente, no luce que haya voluntad para proceder de esa manera. La gran ilusión dio paso a una especie de gran resignación. Mucha queja y lamento porque la economía se va una vez más al demonio, pero no más que eso. Creo que la consigna viene siendo algo así como “Ajá, nos seguirán arruinando la vida, pero ojalá no sea tanto como antes”. Hasta cierto punto es comprensible. Como ya dije, hay un miedo totalmente razonable a las repercusiones de la protesta. Además, no es probable, aunque tampoco imposible, que la ciudadanía común tome la iniciativa ella sola. Las masas esperan que sea la dirigencia opositora la que se encargue de eso, con algún plan. Pero la fe es poca.

Mientras tanto, ante el panorama de un chavismo atornillado en el poder hasta quién sabe cuándo, surgen fenómenos sociológicamente interesantes, pero nada alentadores desde el punto de vista ético. El más llamativo es la aceptación, primero a regañadientes y luego con algo de entusiasmo, de la nueva oligarquía como elite, no solo política y económica, sino también social y cultural. Quisiera hablar sobre eso también. Pero con más detalle, por lo que amerita otro artículo.

En la película de Jean Renoir La gran ilusión, militares alemanes y franceses enfrentados en la Primera Guerra Mundial terminan creando relaciones de empatía que los llevan a cuestionar el sentido de las hostilidades en primer lugar. Es así como se desvanece el espejismo epónimo de causa noble presente en cada bando, no sin que antes la nueva amistad internacional se viera manchada por sangre. Pero siguiendo la tradición de Esopo y La Fontaine, de todas formas hubo moraleja. Nuestra propia gran ilusión no fue tan trágica, pero depende de nosotros que también deje enseñanza. Quizá entonces podremos salir de la gran resignación.

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