siglo XXI archivos - Runrun

siglo XXI

Comparación aventurada con el siglo XIX

Gráficas izq.: fachada del Palacio de las Academias (antigua sede de la UCV), reformada en 1873 (f. en IAM Venezuela); retrato de Antonio Leocadio Guzmán (M. Tovar y Tovar) y estampa caraqueña del siglo XIX. Gráficas der.: obra La educación (Medicina Experimental-UCV); escuela de Biología (f. @VivaLaUCV) y techo de un pasillo de la UCV, patrimonio mundial, desplomado en 2020.

 

@eliaspino

Generalmente nos avergonzamos del siglo XIX, porque pensamos que en su seno reinaron la vulgaridad y la mediocridad para que Venezuela renegara de las altas metas que había propuesto Bolívar. Absurda y lampiña pretensión. Hoy debemos valorar lo que sucedió entonces para que ocupe el lugar que merece en nuestra memoria, especialmente ante las peripecias bochornosas que hemos presenciado desde la llegada del chavismo. Jamás nada tan rudimentario, vulgar y desfachatado en el terreno de los negocios públicos sucedió después de la Independencia, entre los años 1830 y 1899, pese a la mala prensa que los ha zarandeado.

Veamos algunos asuntos relativos a ese lapso fundacional, con el ánimo de sugerir analogías con la oscuridad a la que hemos llegado en el siglo XXI dominado por la barbarie.

Tal vez todo parezca demasiado subjetivo, pero se trata de una propuesta de escribidor sin las ataduras estrictas del oficio de historiar, que puede ser de utilidad. Para lo cual es preciso detenerse en la lucidez de los venezolanos que provocaron el desmantelamiento de Colombia y el desconocimiento de la autoridad del Libertador.

La brocha gorda del patrioterismo, usada por los oradores de turno y por los cagatintas de la oficialidad, que llegaron a la más alta tribuna en el siglo XX cuando el pueblo tuvo la ocurrencia de votar por Hugo Chávez, consideran que entonces floreció una traición debido a la cual el país torció su ascendente rumbo. Han llegado al disparate de hablar de un parricidio colectivo, es decir, de un pecado cometido contra el padre por toda la sociedad que solo se puede lavar después de cruenta penitencia, o gracias al ejemplo y a la doctrina de un iluminado como el “comandante eterno”.

Pero, por fortuna, los pasos de la fundación de la autonomía fueron guiados por la primera generación crítica que pensaba con cabeza propia en Venezuela, hasta el extremo de diagnosticar los males producidos por la guerra contra España y de plantearse una urgente rectificación que obligaba al alejamiento del autoritarismo militar y de quien lo representaba desde Bogotá. De tal atrevimiento nace un dinámico movimiento intelectual, pocas veces repetido en el porvenir, y la siembra de un civismo de cuño liberal que no solo se convierte en la guía del momento, sino también en desafío del futuro.

Un inicio que se baña en esas aguas lustrales para hacer un país, no puede rodar hacia el precipicio de las oscuranas que ven quienes lo miran desde la altura del hombro, o desde el vacío de un desconocimiento generalizado.

Bolívar pronosticó la llegada de una serie de tiranuelos, de lamentables caporales ignorantes, pero la profecía no cristalizó. Ciertamente desfilaron por la casa de gobierno unos mandones en cuyo desempeño resulta difícil encontrar cualidades dignas de encomio, como los hermanos Monagas, Julián Castro y Joaquín Crespo; pero nadie puede descubrir un oprobio como el anunciado por el mayor de nuestros profetas.

Tal vez solo en el predicamento de Crespo, un campesino temeroso ante la letra de imprenta, manipulador del sufragio, respetuoso de las supersticiones, aficionado a la brujería y al derramamiento de sangre, puedan descubrirse pasos sombríos del todo; anécdotas que conviene esconder para que no alienten a quienes nos juzgan como bárbaros antes de la llegada de la barbarie, pero una sola golondrina no hace verano. Gobernaron entonces los que podían gobernar, nacidos de las circunstancias, con pocas letras y muchas aventuras bélicas, sin pupitre elemental ni tradiciones académicas, pero no pudieron liquidar las esperanzas de la sociedad por un futuro mejor.

En los pasos destacables de Páez como estadista, en la sobria prudencia de Soublette, en la afición del mariscal Falcón por las letras, aún en la petulancia de Guzmán y en las administraciones sin eco de Rojas Paúl y Andueza Palacio, pueden encontrarse actos de gobierno y conductas que no solo impiden el naufragio de la república, sino que también conducen a procesos de modernización debido a los cuales Venezuela no es entonces segunda de nadie en el ámbito continental.

La época está dominada por la violencia, ciertamente; las diferencias se resuelven en una cadena de guerras civiles que causan gran mortandad, pero no existe entonces otra manera de buscar el poder, o de mantenerlo. Sin universidades después de la sangría de la Independencia, sin comunicación entre las regiones, desaparecidos o en franco menoscabo los entendimientos de la época colonial, sin partidos realmente establecidos en toda la geografía, sin una pedagogía de republicanismo con raíz asentada, sin recursos materiales para la administración del territorio desde un centro indiscutible, o para la divulgación de la legalidad, las espadas y una clientela de desarrapados son herramientas familiares y accesibles.

Se ha hecho este vistazo para que dejemos de mirar el siglo fundacional con miopía e ignorancia. En realidad se ha redactado para que lo comparen con el tiempo venezolano que presiden Chávez y su opaco heredero, a ver cómo pueden quedar de maltrechos en la analogía.

Les sugiero, amigos lectores, que partan de cualquiera de las conductas inciviles del chavismo, escogida al azar, para ver si es posible que topen con unas peripecias tan bajas en la centuria injustamente subestimada; con actos tan viles y bárbaros como los que desfilan en la actualidad frente a nuestros ojos, con un basurero semejante, con algo tan alejado de la civilización que se fue formando cuando nos convertimos en estado autónomo.

Pueden escoger cualquier pormenor que salte a la vista, cualquiera de las declaraciones de la dirigencia roja-rojita, cualquier evidencia de corrupción o de ineficacia, y terminarán admirando las peripecias de una época desconocida e injustamente despreciada. Es probable que la ignorancia en torno a lo que hicimos después de separarnos de Colombia, en torno al edificio levantado con descomunal esfuerzo en tiempos de modestia que no nos encandilan, haya conducido a los horrores que ahora nos avergüenzan.

¿De peores hemos salido?

¿De peores hemos salido?

Debe recordarse que no había petróleo en el siglo XIX, ni se habían construido eficientes tramos de carreteras, ni era frecuentes los vínculos con el exterior, ni existía una prensa de alcance masivo, ni estudios a los que tenía acceso la mayoría de la sociedad. Son elementos que conspiran contra una analogía como la que ahora se intenta, pero, a la vez, con una buena dosis de atrevimiento, dan idea del vergonzoso retroceso de la actualidad.

¿Por qué se propone este viaje a un universo casi desconocido, hacia una época ignorada y subestimada? ¿Por qué la necesidad de unos parangones atrevidos? ¿Por qué una incitación al anacronismo? Debido a que pocas veces se hacen, pese a su utilidad, y a que nadie puede manejarse con propiedad y con seguridad si no ubica el espejo retrovisor en el lugar adecuado para correr con intrepidez el sendero. Se trata ahora de usarlo un rato, con las prevenciones del caso.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Laureano Márquez P. Dic 15, 2020 | Actualizado hace 1 mes
A propósito de Güiria

Humanidad… «quizá nuestro prójimo proyecto tendría que ser llegar amarte». Foto obra de Oswaldo Guayasamín, perteneciente a la serie La edad de la ira.

@laureanomar

Termina un año. Termina la segunda década del siglo XXI. Quizá los que nos precedieron, los soñadores de utopías, imaginaron que para este tiempo la humanidad habría encontrado camino de justicia, equilibrio y libertad. Los venezolanos concluimos este año con la dura noticia de lo acontecido a nuestros paisanos en Güiria. No solo en las cárceles venezolanas se tortura, la vida en nuestra tierra se ha vuelto una tortura en sí misma de la que la gente huye poniendo en riesgo su vida. Mientras el régimen venezolano persista, la gente preferirá el peligro de una eventual muerte, a la espera de la que le viene segura.

Pienso en Güiria, la nuestra y tantas otras «güirias» en distintos lugares del planeta. Avanzado el siglo, la humanidad sigue huyendo de sí misma, como era en el principio.

El fin de año nos convoca a pensar el tiempo, nuestro tiempo, el tiempo todo del que formamos parte. Somos entre todos los animales que tuvieron la suerte de existir en este planeta, los únicos capaces de pensar y comunicar nuestros pensamientos. Detrás de estas líneas, que usted sin dificultad lee e interpreta, querido lector, hay miles de años de trayectoria: las pinturas rupestres, petroglifos, lenguas indoeuropeas, migraciones, la escritura cuneiforme, fenicios, griegos, romanos, navegantes, religiones. Para el perro amable que mueve la cola a nuestro lado y que muestra una inteligencia que nos asombra, no existe el mundo, ni Dios como idea, ni la muerte como línea final de la existencia, ni el sistema solar, ni la luna y aunque también le afecten las cosas del universo, no hay ningún concepto en él.

Nuestro entendimiento ha constituido una cosmovisión del mundo, que a partir de principios que nos resultan hoy lejanos, ha ido edificando ideas complejas como justicia, libertad, derecho, democracia. Ideas para desplazarnos, comunicarnos, almacenar nuestros conocimientos, difundirlos, ideas para curar nuestras enfermedades, para alimentarnos mejor, para vivir más. Sin embargo, concluye el 2020 y el hombre sigue huyendo del hombre, que es su principal amenaza. Si uno se detiene a pensar y evoca el viejo intelectualismo ético de los antiguos griegos, no logra comprender por qué a estas alturas no hemos alcanzado la sabiduría para construir sistemas económicos equilibrados, regímenes políticos democráticos y honestos, ciudadanos formados para vivir la libertad y el bien.

Vuelvo a Güiria, me pongo en la piel de mis paisanos, pienso en el desespero que les movió a tomar el riesgo de la muerte para partir, además, a un país cuyo régimen nos aborrece y remata a nuestra gente.

Voy más allá: el mediterráneo, las costas de África, la frontera norte de México, Siria, Etiopía y tantos otros lugares en los cuales, como un preso que huye de una torturante prisión, la gente prefiere tomar el riesgo de morir en el escape antes de continuar con una existencia inviable. El hombre huye del hombre. Huye de regímenes políticos tiránicos y corruptos y de la pobreza agobiante. Es oxímoron: la pobreza produce regímenes tiránicos que producen más pobreza que produce más tiranía. De esto huye la gente, de esto nace un negocio. El ser humano, como ha hecho toda la vida, busca un lugar donde vivir mejor, donde alimentarse y existir en paz. En África apareció el hombre que luego migró a Europa. El hombre hace lo que ha hecho durante miles de años

¿Cómo revertir esta desigualdad? ¿Cómo lograr una humanidad más equilibrada política y económicamente?

Mientras la tiranía y su correlato económico que es la pobreza, sigan perpetuándose, el ser humano tratará de escapar, cueste lo que cueste.

Parece que nuestro desarrollo tecnológico como especie no va a la par de nuestro desarrollo espiritual: los teléfonos celulares llegan a todos los rincones del planeta, pero no las ideas de justicia y libertad. Todos bailamos al ritmo de Jerusalema, una canción que viene de África, sin saber que su letra -como quien traza un rumbo- dice: “Jerusalén es mi casa, sálvame y camina conmigo, no me dejes aquí”. Quizá la humanidad tenga que aprender a bailar una mejor coreografía de justicia y libertad, comenzar a salvarnos unos a otros y caminar juntos a esa evocadora Jerusalén espiritual cuyo nombre significa “ciudad de la paz”, aunque la terrena no la haya conocido nunca. Probablemente tengamos que abocarnos a la astronomía interior, quizá nuestro prójimo proyecto tendría que ser llegar amarte

Que Dios nos acompañe este 2021.

La otra cara

La otra cara

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Antonio José Monagas Dic 28, 2019 | Actualizado hace 3 semanas
Bueno para nada…

Los venezolanos del siglo XIX, que proclamaron la independencia y formalizaron la República sobre la cual se depararon importantes derechos y deberes, supieron desafiar momentos críticos. En su afán por exaltar ideales de democracia, fundamentaron valores políticos que sirvieron para esclarecer condiciones de libertad necesarias. Todas dirigidas a reivindicar mejores niveles de vida de la población. 

De tales coyunturas, derivaron oportunidades que de alguna forma fueron aprovechadas por hombres con talentos para así infundir la conciencia que debió requerirse para darle el sentido de patria digna que bien mereció ser razón de calificación de la Venezuela que había comenzado a forjarse. Aún, entre los problemas que complicaron tan avezadas intenciones.

Sin embargo es evidente en muchos sentidos que los acontecimientos que marcaron el discurrir del siglo XIX, no fueron suficientes para determinar un comportamiento político, cultural y social que garantizara un siglo XX mejor portado. O que siguiera el molde de lo que anteriormente había vivido el país en materia de organización política. Particularmente, en términos de las iniciativas que significaron el adelanto que había caracterizado los años precedentes. 

El siglo XX venezolano no fue más coordinado y motivado sobre principios y valores, que el siglo decimonónico. La aparición del petróleo como recurso energético del cual se valió el Estado venezolano para impulsar su crecimiento, tuvo resultados que transgredieron la ciudadanía. Asimismo, trastornaron costumbres y tradiciones que significaron la idiosincrasia de venezolanos apegados a la familiaridad y estamentos de una vida de trabajo en bonanza.

Los vaivenes de la política, agitada por dictaduras  de mala racha o por atropelladas circunstancias económicas, definieron un siglo XX bastante aturdido. Pero cuando se advirtió que el ocaso del siglo comenzaba a darle la bienvenida al siglo XXI, las esperanzas se diluyeron entre factores de ambivalente condición. Sobre todo, por razones que sólo podían provenir del enredo político que, alevosamente, se había establecido con la insurgencia de militares desleales y traidores a su juramento. Pero particularmente, a lo que la Constitución Nacional instituida, dictaminaba respecto al carácter subordinado, institucional y nacionalista del militar venezolano. 

Actualmente, la sociedad venezolana se ha visto irrumpida por contravalores que desdicen de lo que el civismo, la dignidad, la ética, la moralidad y la tolerancia, establecen.

 

La condición de “Estado democrático y social de Justicia y de Derecho”, del cual vienen hablando las distintas cartas magnas que han cimentado el ordenamiento jurídico nacional en lo que va de vida republicana, poco o nada ha sido respetado. Menos aún, entendido y atendido.

El ingreso al siglo XXI, se vio trastocado por el influjo de múltiples corrientes sociales y políticas que lamentablemente dejaron ver que las susodichas doctrinas comenzaban a fenecer. Las ofertas electorales que condujeron al militarismo (retrógrado por populista) a encumbrarse en el poder político al alcanzar la presidencia de la República en diciembre de 1998, entró en decadencia tan pronto como demostró su incapacidad para reivindicar lo que la oferta electoral, del candidato “golpista” de 1998, prometía. Tal cual como ha sucedido con ideologías montadas sobre concepciones de factura vertical, militarista, demagógica, quiméricas o engañosas. 

Desde que desapareció el marxismo, casi al término del siglo XX, el espacio político pretendió atiborrarse de ideas sin forma ni sentido. Aunque con mucha retórica. Sin embargo, tantas presunciones de seguir una línea política suscrita a cuantas categorías marxistas fuera posible, devino en un cambio desarreglado de la realidad ideológica del mundo. Eso determinó una transición de un mundo perfectamente reconocible e inteligible, a otro en el que todas las fluctuaciones e imprecisiones eran posibles. Y así ocurrió. 

Fue momento para que surgieran ideas apodadas como “revoluciones”. Pero que en el fondo, no eran más que razones para descomponer sin ordenamiento alguno realidades cuyas estructuras ideológicas eran identificables y conocibles. Fue oportunidad para profundizar crisis que ya para entonces hacían mella en propósitos trazados con sumo esfuerzo. Fueron tiempos de los años noventa, conocida como la “década boba” dada su peculiaridad frente a los avatares que los conflictos del momento comenzaban a generar. Fue la ocasión perfecta para que militares “revanchistas y resentidos” dieran forma a la doctrina del árbol de “Tres Raíces” que posteriormente sirvió de aliciente a la insurrección de Febrero de 1992. 

De esa forma, se motivaron propuestas que si bien no se manejaban al amparo de la teoría política, si se fundamentaron en conceptos de la “teoría de la conspiración”. Y así, derivó todo lo que luego cimentó la gestión pública del militarismo que se adueñó de Venezuela. Pero que al mismo tiempo, se aprovechó del poder para violentar el Estado de Derecho. Y en consecuencia, ahondar la crisis que, el electoralismo había prometido superar. 

La crisis social, consiguió adentrarse más rápido que la crisis política. Incluso, que la crisis económica. El venezolano, fue viéndose reducido en casi todo. No obstante, aquellos que más inmediatamente cedieron, fueron presas de la apatía que desde un principio, convenía al régimen. En medio de dicha situación, era fácil “subordinar” políticamente aquella población que se sometería a las necesidades e intereses políticos gubernamentales. Quizás, por codicia. Pero fue fácil provocar el descontrol bajo el cual podría el militarismo populista, marcar el ámbito de sus ejecutorias tanto como de sus fechorías. 

El régimen logró, en buena parte, sus objetivos. No sólo dividió al país político-social-económico. Igualmente, cambió la perspectiva del venezolano cuya conducta mostraba rasgos dubitativos.

 

Fue así como consiguió que esos venezolanos se volvieran más holgazanes. Sin mucha capacidad de emprendimiento, aunque con mucha disposición para vivir supeditados a los mandamientos, mezquindades y dádivas que el régimen ha preparado para enquistarse en el poder el mayor tiempo posible. Sin medir consecuencias.

A inicios de una nueva década, la tercera del siglo XXI, luce inaudito que, con el auxilio de una narrativa agorera y de absurdos planteamientos (de continuar el curso trazado por tan chapucera bitácora socialista), el régimen haya logrado cambiar el perfil de un venezolano honrado, decente y trabajador por otro que delinea un venezolano perezoso. Tan negligente, que si algo comienza obligado por las circunstancias, nunca llega a finalizar el proyecto pensado. Vacilan y dudan, tropiezan y caen. 

Estos individuos, aceptan ser sujetos impersonales al servicio del régimen toda vez que son conformistas y resignados. Para ellos, el reparto de la miseria constituye una suerte de compensación que reciben a gusto, sin vergüenza ni razón exacta alguna. Es la manera más deshonrosa de sentirse un venezolano esperanzado. Aunque a todas estas, ese mismo venezolano humillado, puede reconocer que el país está sumido en el marasmo por culpa de un régimen cuyos dirigentes y funcionarios son nefastos en todo. O que es lo mismo a decir, que por causa de un régimen que por alardear lo que no tiene, hizo que el país entrara en “picada”. Y es porque ese mismo régimen (usurpador), ha sido siempre: bueno para nada

El avance de las ideas, ha dado con cuestiones fundamentales que han puesto al descubierto causas y efectos de situaciones cuya movilidad se ha dado al borde de susceptibles y perceptivas realidades. Sus análisis han derivado en crudas sacudidas económicas, sociales y políticas que, en buena forma, han captado la atención de estudiosos y fisgones de las sociedades actuales. 

En consecuencia, ha habido más que un cambio de las metodologías que indagan la dinámica de los movimientos toda vez que buscan encauzar al mundo por nuevos caminos. Que si rupturas o reacomodaciones de civilizaciones que devinieron en rigurosas modificaciones o readecuaciones de valores que terminaron animando la deserción de la moral, la ética. Asimismo, de la ideología como fundamento de razones que apuestan a la convivencia humana.

La desesperación, sumada a la angustia propia de problemas fluctuantes o irresueltos, ha sido factor de desarreglo económico, social y político en el fragor de realidades sumidas en conflictos generados por la ingobernabilidad creada como resultado de graves imprecisiones al momento de elaborar y tomar decisiones de fuerte impacto. Muchas fueron desavenencias de consideraciones, producto éstas de ideales que no cuajaron ni tampoco terminaron en buena lid.

Una de las ideas que resultaron en craso fracaso, fue la de “socialismo” cuyo terreno de experimentación, la extinta Unión de República Socialistas Soviéticas, URSS, terminó desapareciendo bruscamente de la ecuación política internacional. En contraste con la idea de “desarrollo”, la de “socialismo”, no tuvo el realce que su ductor Carlos Marx, había imaginado. Particularmente, luego de que el gobierno de cual nación servida a manera de “caldo de cultivo” dispusiera del poder en manos de individuos para quienes la condición de “obrero” fuera argumento suficiente para asumir el papel de estadista. 

La idea de “socialismo” quiso forzarse a congraciarse con realidades –muchas de las cuales, no fueron consideradas como variables de la relación estimada entre la idea de “progreso” inconsistentemente argumentada en la perspectiva política, y la de “desarrollo”. Ésta tampoco finalizada en cuanto su estructuración sociopolítica. 

 

Peor aún fue la idea de “socialismo del siglo XXI”, cuya delineación fue pautada a la sombra de elementos cualitativos que comprometen la determinación del hombre (latinoamericano) en su medio de producción y en la óptica que configura su capacidad de consumo, de ingreso, formación. Y sobre todo, su motivación al logro. vista la misma como palanca de empuje a su vida económica, política y social.

Es decir, el esbozo del mentado y manoseado “socialismo del siglo XXI”, no consideró la naturaleza humana en medio de lo que las necesidades e intereses del hombre -supuestamente considerado como sujeto plural de dicha doctrina- proyectarían de cara a las realidades por las que debía transitar quien habría de habitar el entorno y contorno socialista. 

Por tan mayúscula razón, el “socialismo del siglo XXI” no pudo articularse con fuentes que le habrían permitido la construcción del mundo que, teoréticamente, se planteó. Así quedó relegado y luciendo como meras palabras o frases de invitación, todo lo que debía exaltarse desde el enfoque de lo que refiere la organización productiva y las relaciones sociales entre instancias de toda naturaleza.

De manera que la arrogancia estructurada en forma de preceptos que responden al usurero “socialismo del siglo XXI”, no pudo ni siquiera convenir con la creencia de la continua perfectibilidad del hombre en los mayores y mejores ámbitos de la vida económica, social y política. Más aún, siguió errando cuando trató de exhortar su criterios como práctica cotidiana del hombre y vincularlos a la política, la moralidad, el pensamiento, las libertades y una continua refinación de sus gustos y costumbres. Tanto como con su cultura y su sentido de afirmación familiar.  

Evidentemente, no es posible conseguir razones que tiendan a hacer consistente y firme la idea de “socialismo del siglo XXI”. Menos si tal idea, busca exportarse como sistema político-económico que a juicio de sus proyectistas, podría “soportar la responsabilidad del desarrollo económico y social” de cuantas naciones se adhirieran (bobaliconamente) a su causa de estupidez ilustrada. 

 

Ni hablar de los costos que su implantación contrajera, con el cuento manido de “(…) darle poder a los pobres”,. Por donde se esto vea, compromete peligrosamente todo imaginario que juegue a la idea de implantar tan rapaz ideario político. Más, cuando por delante  está el hecho de evitar su enfermizo contagio. Aunque ello no sería un problema de teoría económica, ni tampoco de sensibilidad o carencia de motivaciones. Sería un problema de sobrevivencia.

Particularmente, sólo al imaginar que la civilización de esta parte del mundo, pueda caer en la fauces de lo que suena a “socialismo del siglo XXI”. Y es precisamente, lo que caracterizaría situarse, aunque por escasos segundos, más allá del “socialismo del siglo XXI”.

El obsceno cinismo (del socialismo del siglo XXI)

NO SOLAMENTE EL CINISMO SE HA CONCEBIDO como la exacerbación de lo impúdico con la intención de actuar sin menoscabo de lo que la dignidad, en consonancia con la moralidad, puede instar como comportamiento o actitud de vida. Por eso, bajo esa acepción, el cinismo está emparentado con la ironía desde el mismo momento en que recurre al engaño para lograr groseras maquinaciones. 

Pero también del cinismo, cabe agregarse lo que representó como corriente filosófica cuyo más excelso conductor fue el griego Diógenes de Sinope. Igualmente conocido como Diógenes, el Cínico. Aunque el cinismo que desarrolló esa escuela, no devino en lo que la dinámica social y cultural convirtió luego en actitudes sarcásticas que apuntaban a exhibir la desvergüenza como conducta. De ahí que el reconocido poeta y dramaturgo Oscar Wilde, infiriendo de este cinismo una alusión al desparpajo, llegó a expresar que “un cínico es un hombre que conociendo el precio de todo, no da valor a nada”. Ya Friedrich Nietzsche, en su obra: Más allá del Bien y del Mal, había señalado que “el cinismo es la única forma bajo la cual las almas bajas rozan lo que se llama sinceridad”.

Distinto de lo que la tradición filosófica expuesta por Diógenes de Sinope, cuando exaltaba al cinismo como aquella virtud del ser humano la cual le concedía la voluntad para libarse de los lujos innecesarios y así purificar su espiritualidad ante la frivolidad, del cinismo también puede decirse que bajo su égida reside el ejercicio de la política (ramplona). Pues su praxis rebasa las fronteras de la hipocresía, apostando a asumir una actitud de expresa complicidad con antivalores de toda índole lo cual hace que el cinismo sea acentuadamente perverso y malintencionado.

No cabe la menor duda que la revolución bolivariana, actuando en nombre del “socialismo del siglo XXI”, se maneja con un guión cuyos criterios conducen y animan ese tipo de conducta. Sobre todo, al momento de verse hurgada por la inmediatez, los recursos escasos y al afán de enquistarse en el poder. Todo ello, a sabiendas que su espacio se ha acortado a consecuencia de la torpeza y deshonestidad de quienes se han prestado para actuar como gobernantes de un régimen no sólo usurpador. También, inepto y embaucador. 

El cinismo político es el instrumento mediante el cual, los revolucionarios de mentira y los politiqueros de oficio utilizan como medio para demarcarse de lo que puede ser posible en términos de todo lo que en realidad pone a prueba sus capacidades de gente proba. Por eso, “el socialismo del siglo XXI” se convirtió en mecanismo de especulación cuyo valor de uso y valor de cambio sirvieron para arrollar condiciones democráticas. Y para ello, se valió de la exaltación de la infamia, la malicia y de la obscenidad como recursos del ejercicio de la política en curso. De ahí la importancia que para el funcionario oficialista tiene el hecho de actuar cínicamente al momento de exponer su retórica ante medios de comunicación que favorezcan su imagen de engañosa erudición.

Es cuando en el fragor de tan circunspecta praxis política, surge la figura del cínico politiquero quien, apostando a lo mejor que su talante puede ofrecer, rápidamente cae en su propia trampa. Trampa ésta que si bien le sirvió en algún momento para urdir situaciones o tratar personajes de su misma calaña, no le funcionó para mantener elevada su palabra articulada desde el discurso callejero. Ejemplos de este género de personajes, todos ubicados en los altos niveles del régimen urticante, sobran. 

Cabe decir que este género de cínicos politiqueros, presume de lo que carece. En consecuencia, su actitud raya con la arrogancia y la ridiculez que exhibe cada vez que debe manifestarse públicamente como representante del poder acaparador y fustigante en que se transformó el régimen socialista venezolano. Tales razones lograron accionar, desgraciadamente, una gestión pública que ha sido incapaz de enmendar los errores cometidos (con o sin intención). Tales contra-virtudes sirvieron a todos ellos de excusas para atropellar al venezolano y las legítimas instituciones del Estado. Puede decirse que se desempeñaron como agentes corrosivos que carcomieron y atascaron los mecanismos que, en algunos momentos republicanos le imprimieron sentido, velocidad y dirección a la democracia que -con esfuerzo- había comenzado a activarse.

Sin embargo, más pudo la inercia que descollaba por cuanto resquicio existía, que la dignidad, la moralidad y la conciencia sobre la cual se depara y se arraiga el funcionamiento de un sistema político que busca concebirse como democrático. Lo contrario, dejó verse desde el mismo instante en que desde 1999 el militarismo pretendió adueñarse del país. Y para lo cual se ha servido, siempre acompañado de la corrupción, de lo que puede contenerse bajo el obsceno cinismo (del socialismo del siglo XXI)

Antonio José Monagas Sep 28, 2019 | Actualizado hace 3 días
Ni mansos ni pendejos

¿QUIÉN DIJO QUE LA POLÍTICA ES IMPOLUTA? O sea, ¿impecable o perfecta? Ni lo uno ni lo otro. La política es tan impredecible que por su misma esencia y de tan característica condición, es imperfecta en términos de sus inferencias. Sobre todo, al momento de determinar una respuesta que arroje con exactitud la razón del fenómeno político observado o estudiado. 

De ahí que muchas gente la aborrece como práctica. Pues en su ejercicio, casi siempre, termina reventando hipótesis. O poniendo en duda, argumentos que, en principio, pudieron demostrar los yerros que sus realidades consintieron. O que por alcahuetería, dejaron pasar por encima de lo que la tolerancia podía determinar. 

El hecho de no comprender la política en su dimensión teórica, produce el desánimo que invita a desatenderla como condición de vida. Además, condición ésta: sine qua non. Así que no entenderla desde el enfoque sociológico que su ejercicio acuerda, provoca casi todos los problemas que viene padeciendo el hombre –particularmente- en lo social. Aunque igualmente, en el ámbito político. 

He ahí la razón por la cual innumerables sociedades, no alcanzan el desarrollo que sus necesidades y carencias requieren a los fines de superar tales inconveniencias. Incluso, que proponen como parte de sus planes y programas de gobierno. Todo es tamizado por el cedazo de las mezquindades, las envidias, los recelos y las apetencias lo que deviene en groseras rivalidades que a su vez finalizan en conflictos de todo género. Por supuesto, dado el grado de confusiones que sus realidades incitan. Además, con el mayor apresuramiento posible. 

Es el problema que mantiene a Venezuela apegada a prácticas ortodoxas y retrógradas. Según las mismas, desatinadas aunque solapadamente invocadas entre los principios fundamentales que refiere la Constitución de la República, pues el crecimiento y el progreso colisionan con un concepto amplio y claro de desarrollo económico y social. Ciertamente, así se infiere toda vez que su prolegómeno exalta derechos inducidos por un modelo arrugado por el tiempo, al margen de derechos construidos con base en lo que pivota la vigorización de una nación. Y que en efecto, es la economía que debe emprender su sociedad motivada por políticas públicas consecuentes y alineadas con las capacidades y potencialidades que residen en sus esferas funcionales. 

Lejos de haberse erigido construcciones fundamentales de las cuales se depare el afianzamiento institucional en el cual debe anclarse la concepción de un sistema político democrático, el régimen se empeñó en enquistarse a manera de perpetuarse en el poder. Como si por esa vía, podía indultarse –a si mismo- los errores cometidos de cara a una fracasada conciliación entre los problemas económicos terminales del sistema social y los problemas intermedios o inmediatos que trastornaron a Venezuela desde el mismo momento que el susodicho régimen arribó al poder en 1999. 

Para lograr su cometido de naturaleza groseramente populista y demagógico, el régimen dirigió sus esfuerzos a darle cabida a urgencias que no supo discriminar. Ni siquiera logró distinguirlas de las prioridades. Y esa situación, hizo que la crisis política que venía cabalgando desde la década de los setenta correspondiente al siglo XX, se profundizara a honduras que ni siquiera fueron estimadas sus consecuencias. 

Fue entonces cuando de las entrañas del régimen, emergen tantas caracterizaciones de la política que alcanzaba a ejercer, que resultaron ser patéticas expresiones de la inmoralidad, la perversidad, la impudicia, la intolerancia y el resentimiento que horadaba la actitud de militaristas disfrazados de demócratas. Eran personajes con imagen de demócratas. Pero que escondían en sus bolsillos, el autoritarismo y el totalitarismo que luego dejaron ver sin vergüenza alguna. 

El país, se enlodó al caer en el tremedal que el régimen venía preparando para desde tan nauseabundo espacio, hacer de las suyas urdiendo al país en la incertidumbre, el conflicto, la división, la fractura, la ruina y la dispersión. Así justificó la concreción del llamado “socialismo del siglo XXI”, el cual asociado al fenómeno que denominó “revolución bolivariana”, descompusieron y desarreglaron el país convirtiéndolo en una “mísera Venezuela”.

Pero con todo lo que –hasta ahora- ha logrado el régimen ( a paso de vencedores) e intenta proseguir escarbando en su “charco” de ruinas, basura y excrementos, no dará con la fórmula cuyos ingredientes podrían seguir descomponiendo la estructura social, emocional, espiritual y cultural del país.

La resistencia democrática que se fragua debajo de los ribetes que sus ansias de lucro y poder ha desatado, es imponente, sólida e indestructible. Porque el pueblo consciente y librepensador, no es tonto. Tampoco estúpido, como para dejar que la usurpación le arrebate sus derechos y libertades. Ya están preparadas las barricadas y las trincheras desde donde va a darse la lucha contra la opresión y la represión del régimen. Y es que hay una razón. Los venezolanos no son ni mansos ni pendejos

@ajmonagas

NO SIEMPRE, ES POSIBLE hablar de continuidad de los procesos históricos como condición inexorable para determinar la periodización en función de eventos marcados por la irrupción de brechas que, para la historia, representan hitos fundamentales los cuales permiten la comprensión de hechos, circunstancias y coyunturas. Sobre todo, cuando algunas fracturas devenidas en realidades políticas, económicas o sociales, definen cortes profundos que obligan a dividir el tiempo según el desarrollo de situaciones bajo estudio.

Cabe este preámbulo a los fines de fijar el contexto que abre el sentido al problema que esta disertación busca revisar. Particularmente, al tratar de cuestionar el llamado propagandista del cual se vale el ámbito institucional nacional para plantear conjuntos de ofrecimientos que comprometerían el ingreso de Venezuela al siglo XXI. Sin resultado alguno.

En lo esencial, la intención en ciernes es poner en duda el ingreso de Venezuela al siglo XXI. Independientemente del hecho que representa el manejo del calendario gregoriano. Pues si bien la incidencia del orden cronológico que establece el calendario, dictamina el ordenamiento cardinal y ordinal del tiempo, en términos de su difusión, trascendencia y, por tanto, de su progresivo discurrir, no así sucede si la eventualidad de las realidades es implantada por las contingencias que se dan alrededor del desarrollo de los tiempos.

Entonces de aceptar este criterio o postulado, puede exponerse que la idea de estas líneas, es dar cuenta que Venezuela sigue sin haber entrado al siglo XXI. Se atascó resabiadamente en el siglo XX. Y cuidado si no fue que retrocedió muchos años atrás. Habida cuenta, es el mismo problema que vivió el país de cara a su ingreso en el siglo pasado.

Cronológicamente, hoy se vive un país que -en poco o nada- se parece a lo que ha pautado el desarrollo científico, tecnológico, humanístico y artístico característico del siglo XXI. Desarrollo éste que ha acompasado la incorporación política, económica y social de una multiplicidad de países insertados en el mismo espacio geográfico donde igual reposa Venezuela. Justamente, he ahí el problema que disloca el acceso de Venezuela al siglo XXI.

Por mucho que algunas empresas e instituciones nacionales hayan realizado un importante esfuerzo para emparejar procesos propios a los adelantos infundidos por las nuevas tecnologías, características del siglo XXI, el problema por el cual Venezuela sigue rezagada es de otra índole. No es exactamente esta medida, lo que pudiera notar que la realidad venezolana pueda suscribirse al nuevo siglo.

Lo que en verdad hace que un país se registre a las exigencias de los nuevos tiempos, son razones que dejan ver hasta dónde el habitante nacional se acoge a las determinaciones dictadas por la cultura, la economía, la ciudadanía, la educación, la ética y la moralidad. No son necesariamente categorías modeladas por indicadores desprendidos por la dinámica administrativa, el ingreso per cápita, el Producto Interno Bruto, la relación financiera entre la oferta y la demanda canalizada desde lo público o lo privado, tanto como por la construcción de flamantes estructuras. Ni tampoco, por el número de emprendimientos o de empréstitos alcanzados.

La entrada de Venezuela al siglo XXI sigue esperando por condiciones que, ciertamente, conciban consideraciones reales que no sólo parezcan tener la forma necesaria para reconocerlas como acontecimientos que trasciendan en significación, contenido y esfuerzo. También, consideraciones que sean representativas de hechos capaces de movilizar al país en virtud de lo que su trazado pueda inducir actitudes que inciten el ejercicio cabal de todo lo que envuelve el concepto de “soberanía” y la debida noción de “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”. Pero todo esto concebido como objetivo de un “proyecto nacional” integrado desde la perspectiva educacional. Y para ello, empleando el sentido de “contemporaneidad” con el mayor valor posible que otorga el criterio de “ecuanimidad”.

Es decir, de un “proyecto nacional” entendido no como un “plan” pues seguramente no superará la frontera que a todo plan le impone el carácter indicativo y sugestivo. O sea, populista de “pésima forraje”. Y que termina desfigurándolo y asfixiándolo, en un breve plazo. Se trata de un “proyecto nacional” que articule orgánicamente contextos de ciudadanía, capacidad de gobierno y capacidad productiva, triada ésta capaz de soportar la gobernabilidad necesaria para equilibrar las dinámicas política, económica y social. Condiciones fundamentales para hacer que Venezuela ingrese definitivamente al siglo XXI. Y así, pueda dejar de ser un país rezagado

El perdón hipócrita y la amnistía irresponsable, por Armando Martini Pietri

TEMA ÁLGIDO, COMPLEJO, POLÉMICO, de difícil conversación, pero de necesaria y obligatoria discusión, hay que abordarlo, guste o no. Muy de moda y actual en estos tiempos de quiebre y transición. ¿Interés político o reconciliación sincera? ¿En qué beneficia a la Venezuela decente, honesta, de principios éticos, valores morales y buenas costumbres ciudadanas, que una caterva de hampones, bandidos, ladrones del tesoro público, violadores de los Derechos Humanos, verdugos y ejecutores “suplicantes arrepentidos infelices” sean parte del cambio y se incorporen a la causa de la libertad y democracia?

Ésa es una pregunta importante y, al menos hasta ahora, sin réplica. Balbuceos y divagaciones sí, respuestas no. ¿Ha perdonado la jueza Afiuni y todas las víctimas de tormento, prisión y exilio a la Fiscal apurruñada y dirigente opositora? ¿Perdonarán al vulgar general exjefe del Seguro Social los familiares de los enfermos que sufrieron e incluso murieron por el uso de medicinas restringidas a estrategias de captación electoral? ¿Deben ser amnistiados altos funcionarios civiles y militares enriquecidos por narcotráfico, hurto, y cualquier otro delito, por confesar crímenes del que ellos fueron autores por conocimiento, acción u omisión?

Robaron a mansalva las finanzas públicas, violentaron inmisericordes los derechos ciudadanos elementales; asesinaron, torturaron, encarcelaron, reprimieron y exiliaron a ciudadanos sólo por expresar su opinión, expropiaron tierras, fincas, empresas sin respetar ni cumplir la ley y, además, las destruyeron o simplemente las abandonaron y dejaron perder; han desconocido su propia constitución, sus prácticas son violatorias de todo convenio nacional e internacional de convivencia. Son delincuentes que, de pronto, por obra y gracia del Señor -o sea del miedo a las represalias- se regeneran, o al menos eso dicen de la boca para afuera y tratan de rehabilitarse convirtiéndose en santos angelitos que, con sólo solicitar perdón, darse golpes de pecho, rezar un Padre Nuestro y dos Ave Marías, se arrepienten sin deseos de contrición, pagan su penitencia, y aspiran ser absueltos por una Ley de Amnistía, concebida por intereses politiqueros para ocultar y proteger a sectores amigos podridos y sin ningún planteamiento serio para el restablecimiento de la concordia entre partes enemistadas. ¡No puede haber ni habrá reconciliación sin justicia!

Es una componenda sórdida y miserable. La pregunta real para ellos y las nuevas autoridades que insurgen para erradicar la usurpación es ¿los amnistiará el pueblo, miles que comen de la basura, los que mueren por falta de medicina y tratamiento, millones que han tenido que irse del país, padres que perdieron sus hijos e hijos que se quedaron sin padres? 

¿Cómo disculpar y perdonar semejante arbitrariedad e ignominia? ¡No hay justicia con impunidad! No se puede ofrecer amnistía a diestra y siniestra, olvido a grito pelado y clemencia selectiva, a quienes no la tuvieron. Tiene que haber justicia, probidad e imparcialidad, es un reclamo natural de una sociedad íntegra y consiente. Perdonar es cristiano, castigar es humano y también divino, ¿o es que Jehová estaba loco cuando castigó a Sodoma y Gomorra, por ejemplo?

Los que quieran realmente arrepentirse, estén sinceramente afligidos y a quienes el remordimiento no les deje la conciencia en paz, que apoyen -ahora- la libertad y la democracia, enfrenten a la justicia, cancelen sus deudas con la sociedad, devuelvan el dinero robado, y entonces, sólo entonces, reorganicen sus vidas, salven el honor y decoro propio, de sus hijos, nietos y familias. Los ciudadanos no están de acuerdo con una amnistía sin miramiento, ni siquiera para los aprovechados oportunistas que salten la talanquera y apoyen a Guaidó. Son demasiados los responsables directos e indirectos, eso también es un crimen de lesa humanidad.

Hoy cuando este desecho fecal del socialismo bolivariano del siglo XXI, que es el mismo comunismo asesino y fracasado de siempre sólo que con frase nueva, y que conjuntamente con el castrismo madurista se derrumba, es opción para roedores nauseabundos hacerse los locos, y muy fácil exclamar en público “lo reconozco como presidente interino, me pongo a su orden y disposición”, es decir, borrón y cuenta nueva. Cínicos, impúdicos. Y lo peor, es que, ese discurso desvergonzado, lo aprueban e imponen algunos también de dudosa reputación en las cercanías de influencia del cambio tan anhelado, lo que resulta peligroso y preocupante. ¿Es que piensan incorporarlos en el nuevo gobierno? Hacerlo puede describirse como futilidad del mal.

Los eternos e incansables colaboracionistas, cooperantes miserables, defensores de bolichicos y enchufados realizan lobby en la capital del imperio, inventando, buscando eliminar sanciones del malandraje y cuatreros del dinero público, que  pasen por debajo de la mesa, incorporándose en la “nueva Venezuela” para que continúen incólumes, felices, sin obstáculos morales y éticos con la corrupta negociadera logrando la tan soñada y costosa impunidad, que les permita el disfrute de lo robado al pueblo venezolano.

La insensibilidad, displicencia de los pillos y bandidos que ahora procuran hacer creer que se arrepienten sólo es comparable a la de quienes regentaban campos de exterminio alemanes y sometían a crueles torturas a sus ocupantes. Entregaron Venezuela a los cubanos, contribuyeron y se beneficiaron de su defalco y ruina, participando activos en el crimen organizado. Sinvergüenzas que pretenden derecho a ser condecorados -por servicios de acusadores, delatores de sus propios delitos-, cual ilustres e insignes ciudadanos. ¡Vayan muy directo al carajo!

Muchos de estos hampones tienen a sus hijos viviendo a sus anchas en Estados Unidos, países de Europa y otras regiones desde hace años, con apartamentos y casas propias, dándose la gran y buena vida, mientras los venezolanos mueren de hambre y falta de medicinas. ¿De dónde sacan el dinero los ahora virtuosos e impolutos arrepentidos? Pero no se salvarán han hecho demasiado daño ciudadano.

La justicia divina no es suficiente, la terrenal cuenta, nunca debe olvidarse. Porque democracia sin justicia tangible, no funciona, no es democracia. Y esto no es incitar al odio es la verdad, y con ella, ni ofendo ni temo.

 

@ArmandoMartini