#10DocumentosBolivarianos | Carta a Santander sobre Colombia, o la república como imposición militar
Es difícil la selección de una carta de Bolívar que pueda resumir las ideas que tiene del gobierno y de la orientación de sus proyectos, en sentido general. Un epistolario copioso y cargado de recursos retóricos, el más importante de su época, lleno de piezas susceptibles de atención especial, o de detalles sobre circunstancias pasajeras, puede conducir el trabajo del investigador hacia un mar de ardua navegación. Una mina rica en vetas puede llevar a exploraciones sin fruto.
Está reunido el Congreso de Cúcuta para redactar la Ley Fundamental de Colombia y se acerca el día de la Batalla de Carabobo, mientras disminuye la fuerza de los ejércitos realistas en Venezuela. La causa republicana y su líder pasan por situaciones auspiciosas, sobre las cuales habla sin la rémora de las minucias. Se lleva a cabo el estreno de un sistema político en el cual ha puesto todas sus esperanzas, pero cuyos problemas no quiere ignorar. Lo que escribe a una figura de trascendencia como Santander, entonces su colaborador más cercano y conocedor como pocos de los negocios públicos en la Nueva Granada, es de vital importancia. No solo por los aprietos que percibe sobre la vida de la naciente Colombia, sino también por la solución que plantea para superarlos. Quizá no solo advierta el peso de los inconvenientes: también anuncia la fórmula unilateral e inflexible de solucionarlos que aplicará en el futuro.
Vemos, primero, cómo se expresa de los legisladores ocupados de redactar la Constitución. No son la estima, ni el respeto, los rasgos que mueven su parecer.
Por aquí se sabe poco del Congreso de Cúcuta: se dice que muchos en Cundinamarca quieren federación; pero me consuela con que ni Vd., ni Nariño, ni Zea, ni yo, ni Páez, ni otras muchas autoridades venerables que tiene el ejército libertador gustan de semejante delirio. Por fin, por fin, han de hacer tanto los letrados, que se proscriban de la República de Colombia, como hizo Platón con los poetas en la suya. Esos señores piensan que la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército, porque realmente está, y porque ha conquistado este pueblo de mano de los tiranos; porque además es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que puede; todo lo demás es gente que vegeta con más o menos malignidad, o con más o menos patriotismo, pero todos sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos. Esta política, que ciertamente no es la de Rousseau, al fin será necesario desenvolverla para que no nos vuelvan a perder esos señores.
Es evidente cómo subestima la capacidad de los políticos y los intelectuales para diseñar el camino de la república en ciernes. Si se parte textualmente de la referencia a Platón, no cabe duda de cómo prefiere no contar con ellos para la propuesta de las regulaciones más importantes. Pero, así como los descalifica, coloca a los militares en la cúspide de las decisiones. No solo porque cita específicamente a los más renombrados como muestras exclusivas de sensatez, sino especialmente porque concede a los miembros de los contingentes armados la única instancia de decisión que puede llevar a la república por buen sendero.
Los letrados, los diputados civiles, los redactores de la prensa insurgente, las gentes sencillas, ocupan un segundo plano frente a la soldadesca y frente a los oficiales que la dirigen. Debido a sus hazañas, las únicas que han conducido a resultados concretos, ha nacido una forma política fundamental, pero los políticos pretenden suplantarlos como protagonistas estelares. Los militares son ciudadanos de primera, frente a una masa de segundones. Algunos historiadores han visto en el fragmento una alarma sobre los riesgos de un sistema político que desdeña la realidad debido a la influencia vana de las teorías, sutileza que oculta el abrumador militarismo que destila.
La descalificación de los políticos y los intelectuales no solo es peligrosa en sí misma, cuando advertimos que se gesta una etapa primordial de nuestro republicanismo, sino también debido a los problemas que se ciernen sobre Colombia por la heterogeneidad de sus componentes. Escribe Bolívar a continuación:
Piensan esos caballeros (los legisladores) que Colombia está cubierta de lanudos, arropados en las chimeneas de Bogotá, Tunja y Pamplona. No han echado sus miradas sobre los caribes del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los bandidos de Patia, sobre los indómitos pastusos, sobre los guajibos de Casanare y sobre todas las hordas salvajes de África y de América que, como gamos, recorren las soledades de Colombia.
En la hora del nacimiento de Colombia, el fundador muestra las razones de su futuro derrumbe. Es cierto que describe una realidad con el objeto de desacreditar a los parlamentarios que no la han observado, según él, pero es evidente cómo muestra un desfile de elementos humanos, de diversidades históricas y culturales, a través de los cuales se advierte la demasía de su amalgama, su rompecabezas de imposible soldadura. A menos que las piezas se reúnan a la fuerza por coerción militar.
De lo cual se desprende la trascendencia de la carta. No solo es una confesión de que ha pensado una configuración política de difícil o imposible sostenimiento, de que se ha empeñado en levantar la más estrambótica de las “repúblicas aéreas” que ha criticado antes, sino también de que ella solo puede aterrizar con el peso de las bayonetas. ¿No ha asegurado ahora, en el punto de partida, que “el pueblo está en el ejercito”? ¿No trata después de mantener el proyecto colombiano, ejerciendo una dictadura nacida en los cuarteles?
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