Bueno para nada… - Runrun
Antonio José Monagas Dic 28, 2019 | Actualizado hace 2 semanas
Bueno para nada…

Los venezolanos del siglo XIX, que proclamaron la independencia y formalizaron la República sobre la cual se depararon importantes derechos y deberes, supieron desafiar momentos críticos. En su afán por exaltar ideales de democracia, fundamentaron valores políticos que sirvieron para esclarecer condiciones de libertad necesarias. Todas dirigidas a reivindicar mejores niveles de vida de la población. 

De tales coyunturas, derivaron oportunidades que de alguna forma fueron aprovechadas por hombres con talentos para así infundir la conciencia que debió requerirse para darle el sentido de patria digna que bien mereció ser razón de calificación de la Venezuela que había comenzado a forjarse. Aún, entre los problemas que complicaron tan avezadas intenciones.

Sin embargo es evidente en muchos sentidos que los acontecimientos que marcaron el discurrir del siglo XIX, no fueron suficientes para determinar un comportamiento político, cultural y social que garantizara un siglo XX mejor portado. O que siguiera el molde de lo que anteriormente había vivido el país en materia de organización política. Particularmente, en términos de las iniciativas que significaron el adelanto que había caracterizado los años precedentes. 

El siglo XX venezolano no fue más coordinado y motivado sobre principios y valores, que el siglo decimonónico. La aparición del petróleo como recurso energético del cual se valió el Estado venezolano para impulsar su crecimiento, tuvo resultados que transgredieron la ciudadanía. Asimismo, trastornaron costumbres y tradiciones que significaron la idiosincrasia de venezolanos apegados a la familiaridad y estamentos de una vida de trabajo en bonanza.

Los vaivenes de la política, agitada por dictaduras  de mala racha o por atropelladas circunstancias económicas, definieron un siglo XX bastante aturdido. Pero cuando se advirtió que el ocaso del siglo comenzaba a darle la bienvenida al siglo XXI, las esperanzas se diluyeron entre factores de ambivalente condición. Sobre todo, por razones que sólo podían provenir del enredo político que, alevosamente, se había establecido con la insurgencia de militares desleales y traidores a su juramento. Pero particularmente, a lo que la Constitución Nacional instituida, dictaminaba respecto al carácter subordinado, institucional y nacionalista del militar venezolano. 

Actualmente, la sociedad venezolana se ha visto irrumpida por contravalores que desdicen de lo que el civismo, la dignidad, la ética, la moralidad y la tolerancia, establecen.

 

La condición de “Estado democrático y social de Justicia y de Derecho”, del cual vienen hablando las distintas cartas magnas que han cimentado el ordenamiento jurídico nacional en lo que va de vida republicana, poco o nada ha sido respetado. Menos aún, entendido y atendido.

El ingreso al siglo XXI, se vio trastocado por el influjo de múltiples corrientes sociales y políticas que lamentablemente dejaron ver que las susodichas doctrinas comenzaban a fenecer. Las ofertas electorales que condujeron al militarismo (retrógrado por populista) a encumbrarse en el poder político al alcanzar la presidencia de la República en diciembre de 1998, entró en decadencia tan pronto como demostró su incapacidad para reivindicar lo que la oferta electoral, del candidato “golpista” de 1998, prometía. Tal cual como ha sucedido con ideologías montadas sobre concepciones de factura vertical, militarista, demagógica, quiméricas o engañosas. 

Desde que desapareció el marxismo, casi al término del siglo XX, el espacio político pretendió atiborrarse de ideas sin forma ni sentido. Aunque con mucha retórica. Sin embargo, tantas presunciones de seguir una línea política suscrita a cuantas categorías marxistas fuera posible, devino en un cambio desarreglado de la realidad ideológica del mundo. Eso determinó una transición de un mundo perfectamente reconocible e inteligible, a otro en el que todas las fluctuaciones e imprecisiones eran posibles. Y así ocurrió. 

Fue momento para que surgieran ideas apodadas como “revoluciones”. Pero que en el fondo, no eran más que razones para descomponer sin ordenamiento alguno realidades cuyas estructuras ideológicas eran identificables y conocibles. Fue oportunidad para profundizar crisis que ya para entonces hacían mella en propósitos trazados con sumo esfuerzo. Fueron tiempos de los años noventa, conocida como la “década boba” dada su peculiaridad frente a los avatares que los conflictos del momento comenzaban a generar. Fue la ocasión perfecta para que militares “revanchistas y resentidos” dieran forma a la doctrina del árbol de “Tres Raíces” que posteriormente sirvió de aliciente a la insurrección de Febrero de 1992. 

De esa forma, se motivaron propuestas que si bien no se manejaban al amparo de la teoría política, si se fundamentaron en conceptos de la “teoría de la conspiración”. Y así, derivó todo lo que luego cimentó la gestión pública del militarismo que se adueñó de Venezuela. Pero que al mismo tiempo, se aprovechó del poder para violentar el Estado de Derecho. Y en consecuencia, ahondar la crisis que, el electoralismo había prometido superar. 

La crisis social, consiguió adentrarse más rápido que la crisis política. Incluso, que la crisis económica. El venezolano, fue viéndose reducido en casi todo. No obstante, aquellos que más inmediatamente cedieron, fueron presas de la apatía que desde un principio, convenía al régimen. En medio de dicha situación, era fácil “subordinar” políticamente aquella población que se sometería a las necesidades e intereses políticos gubernamentales. Quizás, por codicia. Pero fue fácil provocar el descontrol bajo el cual podría el militarismo populista, marcar el ámbito de sus ejecutorias tanto como de sus fechorías. 

El régimen logró, en buena parte, sus objetivos. No sólo dividió al país político-social-económico. Igualmente, cambió la perspectiva del venezolano cuya conducta mostraba rasgos dubitativos.

 

Fue así como consiguió que esos venezolanos se volvieran más holgazanes. Sin mucha capacidad de emprendimiento, aunque con mucha disposición para vivir supeditados a los mandamientos, mezquindades y dádivas que el régimen ha preparado para enquistarse en el poder el mayor tiempo posible. Sin medir consecuencias.

A inicios de una nueva década, la tercera del siglo XXI, luce inaudito que, con el auxilio de una narrativa agorera y de absurdos planteamientos (de continuar el curso trazado por tan chapucera bitácora socialista), el régimen haya logrado cambiar el perfil de un venezolano honrado, decente y trabajador por otro que delinea un venezolano perezoso. Tan negligente, que si algo comienza obligado por las circunstancias, nunca llega a finalizar el proyecto pensado. Vacilan y dudan, tropiezan y caen. 

Estos individuos, aceptan ser sujetos impersonales al servicio del régimen toda vez que son conformistas y resignados. Para ellos, el reparto de la miseria constituye una suerte de compensación que reciben a gusto, sin vergüenza ni razón exacta alguna. Es la manera más deshonrosa de sentirse un venezolano esperanzado. Aunque a todas estas, ese mismo venezolano humillado, puede reconocer que el país está sumido en el marasmo por culpa de un régimen cuyos dirigentes y funcionarios son nefastos en todo. O que es lo mismo a decir, que por causa de un régimen que por alardear lo que no tiene, hizo que el país entrara en “picada”. Y es porque ese mismo régimen (usurpador), ha sido siempre: bueno para nada