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#10PensadoresIneludibles | Juan Vicente González

Caricatura de Juan Vicente González, por Cruz Álvarez García, en El Cojo Ilustrado, 1895 / Wikipedia.org

@eliaspino

Si se compara con los autores que hemos visitado –Roscio, Lander, Guzmán y Toro—Juan Vicente González desentona. Pese a que deja obras de gran importancia, carecen de la coherencia que permita agruparlas en un bloque capaz de ofrecer una posibilidad de solvencia. Ocupa lugar de excepción en la literatura y en la pedagogía, pero su entendimiento de la sociedad no fue producto de un análisis como el que usualmente se pide a los creadores de ideas. ¿Por qué, entonces, su inclusión en el cuadro de nuestros pensadores ineludibles?

Gonzáles es un personaje que piensa en función de las solicitudes cotidianas guiado por las pasiones banderizas, feroz en el combate del enemigo, abanderado del libelo y la exageración, pluma que va de la belleza a la procacidad, campeón de peleas memorables que marcan una época.

Lee de manera copiosa y desordenada, se comunica en prosa atractiva que captura lectores a granel, se mete en todas las lides que le atraen. Para ganarlas o, en su defecto, para moler los huesos del contrincante. Hace discursos escandalosos en la Cámara, mas no deja de atemperarlos cuando la conveniencia sugiere. Así como funge de carcelero, también sufre penosas prisiones. Pero no estamos ante un predicamento insólito. De manera semejante actúan mucho de los autores del estado nacional en ciernes, no son pocos los que se le parecen como gotas de agua en cualquiera de los bandos que buscan el poder.

Llamado Tragalibros, es un prototipo sin cuyo examen no se puede comprender, ni respetar, el trabajo intelectual de los venezolanos entre las postrimerías de la Independencia y el fin del siglo XIX.

Hay un centenar de ellos con semejanzas de mellizos en nuestra naciente república de las ideas. Por eso cabe con creces en el paquete: encarna y resume un género esencial para el entendimiento de la sociedad.

Licenciado en Filosofía por la Universidad de Caracas, su carrera comienza en 1831 con la publicación de Mis exequias a Bolívar, y como profesor de gramática en la Sociedad Económica da Amigos del País. Desarrolla su vocación política en órganos muy buscados por el público entre 1830 y 1866,  como El Liberal, El Venezolano, el Diario de la Tarde, La Prensa  y El Foro. Dirige un periódico especialmente dedicado al ataque de Antonio Leocadio Guzmán y de su Partido Liberal: Cicerón a Catilina. Funda El Salvador del Mundo, colegio para niños y adolescentes, y escribe volúmenes que no pueden pasar inadvertidos. En especial: Compendio de gramática castellana según Salvá y otros autores, Biografía de José Félix Ribas, Manual de Historia Universal, Páginas de la Historia de Colombia y Mesenianas, una serie apologética sobre personajes de su afecto en torno a cuya prosa abundan los comentarios entusiastas.

También es editor de la Revista Literaria, que reúne a escritores  veteranos con plumas principiantes. Diputado en tres legislaturas y asiduo de los clubes políticos, cercano a Páez y más tarde su adversario, liberal del primer lote del partido y después rival encarnizado, simpatizante de la administración central y desdeñoso de las banderías federales, es el polemista más ácido del período de la fundación republicana. Sobre sus letras y vicisitudes se habla en infinitos papeles de la época, alusión que impide la posibilidad de desdeñarlo.

De tales producciones conviene ahora detenerse en su juvenil Mis exequias a Bolívar y en Cicerón a Catilina, trajín semanal de 1845 y 1846. El texto sobre el Libertador es uno de los que inicia su culto, de los que mueve los ritos y las exageraciones que llegan a nuestros días. Plantea la idea de la traición de los venezolanos a su inmaculado y desamparado padre y la necesidad de expiar la culpa, una de las constantes de la liturgia cívica que nos ha marcado como sociedad a través del tiempo.

La república es un producto del parricidio, anuncia entre metáforas intensas. De allí su trascendencia.

Los feroces dicterios que abundan en su semanario contra Guzmán no solo influyen en el estilo de las contiendas políticas que será una constante secular, sino también en el planteamiento insistente sobre la incapacidad del pueblo para acceder a la democracia. Presenta a los pardos, a los sirvientes y a los campesinos como un conjunto caracterizado por la ineptitud y, en consecuencia, destinado a una pedagogía de largo plazo llevada a cabo por un conjunto selecto de catedráticos, por los letrados del concierto y el talento. De allí la necesidad de analizarlo con cuidado.

Entre los planteamientos que divulgó con mayor constancia, tal vez sean esos los que han dejado huellas susceptibles de mayor indagación. Por consiguiente, después de pasearse por la atmósfera del país que se estrena como estado nacional, los investigadores de lo que se ha pensado entre nosotros no tendrán mal camino si buscan en las cálidas páginas de Juan Vicente González.

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