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11 de septiembre

Podcast | La privatización del polideportivo de Santa Paula, salones de clases vacíos y el mundo después del 11 de septiembre del 2001
En el episodio 232 de este condensado de información semanal, tres grandes reportajes destacaron esta semana por Tal Cual, El Pitazo y Runrun.es, los tres medios digitales venezolanos que conforman la Alianza Rebelde Investiga (ARI)

Listen to «Episodio 232. Tres en uno: La privatización del polideportivo de Santa Paula, salones de clases vacíos y el mundo después del 9/11» on Spreaker.

En El Pitazo destacan el trabajo «Privatización del polideportivo de Santa Paula: rechazo de vecinos y silencio de autoridades”. Vecinos de la urbanización Santa Paula rechazan que la Alcaldía de Baruta junto con la empresa Ludus Sports C.A. pretendan cambiar el uso de un bien público de deportivo a comercial privado. Mientras, existe un amparo constitucional que introdujo la sociedad mercantil y una demanda de los vecinos contra el alcalde Darwin González y Armando de Armas, representante de la mencionada empresa. 

“Los alumnos se quedan por fuera del salón de clases» es el #RRPlus que destacan en Runrun.es esta semana. Según Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), un millón y medio de niños, niñas y adolescentes han dejado la escuela a todos los niveles por falta de motivación académica, falta de recursos y acceso a los servicios básicos. Pero también porque la escuela no está apta para recibirlos y ni siquiera cuenta con pizarras, pupitres o baños operativos.

Desde Tal Cual esta semana nos comparten el trabajo: “La caída de las torres gemelas: el 11S que marcó al mundo». Fue un día en que el mundo se conmocionó. Ocurrió el 11 de septiembre de 2001 cuando aún despuntaba el nuevo siglo, y sus cicatrices marcaron al planeta. Los atentados terroristas a las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York, en Estados Unidos, se estima dejaron 2.996 muertos y más de 25.000 heridos.

Te invitamos a sumarte a nuestra comunidad desde tu plataforma de podcast preferida y compartirlo, para que se mantengan informados. 

Además, puedes visitar las páginas web para tener acceso a las noticias y mayor detalle de los reportajes que destacaron esta semana en el Tres en Uno, tu suplemento informativo semanal.

Narración y producción ejecutiva: Luis D. Miquilena

Guión: Francisco Zambrano

Edición y montaje: Abrahan Moncada

Cotufas y lealtades… (escrito en 11 de septiembre)
Conspiraciones, traiciones, arreglos por intereses son el pan de cada día en las mesas de discusión de los grandes poderes fácticos del mundo

 

@juliocasagar

Por una curiosa coincidencia, un 11 de septiembre ocurrieron dos acontecimientos importantísimos para la historia contemporánea. Uno en el año 1973 que fue el derrocamiento de Salvador Allende en Chile y otro, el año 2001, el atentado terrorista que derribó las Torres Gemelas en Nueva York.

Sobre el primero ha quedado claramente establecido, luego de la desclasificación de muchos documentos, que se trató de un pronunciamiento militar apoyado y planificado por la CIA, al cual le dio un correlato, que vino como anillo al dedo, las “vacaciones” en las que convirtió Fidel Castro su viaje al país austral.

Sobre el segundo evento, basta decir que desde el ataque a Pearl Harbour, dirigido por el almirante Yamamoto, los Estados Unidos no habían sufrido un impacto moral tan grande y contundente. Dos fallos de inteligencia, ocasionados ambos por la arrogancia de gran potencia que suele nublar el entendimiento y la comprensión de quienes se sienten invulnerables.

Ambos acontecimientos, bien que espaciados en el tiempo y en la geografía, tienen, no obstante, un hilo conductor que merece ser puesto de relieve.

Ese sustrato común tiene que ver con el quiebre de lealtades de los círculos íntimos del poder que son tan viejos como las piedras y cuyo máximo exponente en la historia antigua fue la frase de Julio Cesar, dirigida a su hijo, cuando caía apuñalado “¿Tú también, Brutus?”

Para ilustrar el primer caso hay que remontarse a la época en la que los talibanes combatían la invasión soviética a Afganistán y que ocurrió en la primavera de 1979, con el argumento de la defensa del “gobierno revolucionario” de Kabul.

La intromisión soviética alerta a los Estados Unidos y sus servicios de inteligencia ponen en marcha la llamada Operación Ciclón, mediante la cual se aporta ayuda militar, política y económica a los “combatientes por la libertad” a quienes, el propio Ronald Reagan llega a recibir en su despacho en la Casa Blanca.

La lealtad de los yihadistas llegó hasta que se produjo la retirada de los soviéticos. Los talibanes, armados por los Estados Unidos, emprendieron la segunda etapa de su proyecto. Tomar el poder de Afganistán y continuar su guerra santa contra occidente. El propio Osama Bin Laden, perteneciente a una rica familia saudí, intermediario financiero en el armamento de su guerrilla, comienza a dar los pasos para la constitución de Al Qaeda, organización que reivindica los atentados del 11 S en Nueva York.

En el caso chileno, la ruptura de la cadena de lealtades fue aun más evidente. El general Rene Schneider, comandante del Ejército y ministro de la Defensa de Eduardo Frei, un oficial demócrata que había desarrollado una doctrina muy similar a la doctrina Betancourt, era partidario del respeto de la voluntad popular de los chilenos. Schneider es asesinado en un atentado, como parte de un movimiento para impedir lo que parecía inevitable: la elección de Salvador Allende. En sustitución, el presidente Frei designa a Carlos Prats, muy allegado a Schneider y a su doctrina.

En los convulsos días de la presidencia de Allende, un incidente callejero con manifestantes provoca la reacción del general que dispara contra un automóvil conducido por una mujer. El escandalo lleva a su dimisión. Es en ese momento cuando, en consulta con el propio Salvador Allende, resuelven que el oficial de mayor confianza era Augusto Pinochet. Es así designado comandante general del ejército y ministro de la defensa. Lo demás es cuento sabido. Prats, a su vez, sería también asesinado junto con su esposa en un espantoso atentado en Buenos aires, unos meses después.

Todos estos acontecimientos, como sacados de un filme de suspenso y espías, son parte del “Juego de tronos” con el que la geopolítica del mundo suele sorprendernos. Conspiraciones, traiciones, arreglos por intereses son el pan de cada día en las mesas de discusión de los grandes poderes fácticos del mundo.

No cabe duda, no obstante, que en este 11 de septiembre para los venezolanos hay muchísimas razones para comprar cotufas y esperar los desenlaces que el show nos sigue deparando. Se ha producido la captura del Pollo Carvajal en Madrid, donde se sentía relativamente seguro por sus antiguos nexos con la inteligencia de ese país y por la particular composición del gobierno español.

Alex Saab acaba de recibir la noticia de que ya terminaron sus recursos contra la extradición hacia los Estados Unidos. En muchos medios se especula sobre la posible extradición (esta vez a Venezuela) nada menos que de Rafael Ramírez. Todos estos hechos podrán a prueba lealtades y nos revelarán los pliegues desconocidos de grandes intereses (hasta Rusia se ha mezclado con el tema de Saab).

No quisiera estar en los zapatos del círculo íntimo de Miraflores esperando ver de dónde vienen las puñaladas y hasta donde todo esto puede desestabilizar al régimen.

A los venezolanos de a pie, que observamos este espectáculo y no podemos influir en él, no nos queda sino una cita con la responsabilidad. Este 21 de noviembre tenemos que hacer lo posible para que los votos contra Maduro sean más que los votos a favor de Maduro. Necesitamos que el mundo entero sepa que él es una ínfima minoría del país. Por ello, hay que seguir trabajando la unidad y yendo a cada rincón de la geografía nacional para explicar la importancia del compromiso. Esa es nuestra manera de ayudar a que el enredijo mundial y los juegos de lealtades se resuelvan en favor de nuestra democracia y nuestra libertad.

A comprar cotufas entonces y a defender la voluntad que expresemos en las urnas.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

El 11 de septiembre, la inutilidad del terror, la ira y la fuerza
El costo de la «guerra contra el terror», por el 11 de septiembre, es 2 de billones de dólares y más de cien mil vidas humanas

 

@fariasjoseluis

A las 8:55 de la mañana de aquel martes, el repique del teléfono celular interrumpió mi modorra. Era el día de mi cumpleaños y en ese entonces la celebración –aún se podía– comenzaba con la semana. Entenderán por qué la llamada me sorprendió en la cama.

Creí que eran mis hijas para llenarme de alegría con sus felicitaciones, deseos y parabienes, pero todavía adormecido recordé que lo habían hecho a las 12 en punto de la noche, como solían.

Se trataba de mi buen amigo «negro Blanco», siempre entre los primeros en llamar, esta vez no para felicitarme sino para pedirme, con voz agitada y nerviosa, encender el televisor y enterarme de lo que sucedía en Nueva York.

Me pregunté en ese momento qué podía estar pasando tan lejos que fuera de mi interés y sin alcanzar a interrogarlo vino la respuesta:

Un avión acaba de estrellarse contra las Torres Gemelas.

Sin dar crédito a sus palabras, sintonicé CNN en español -su señal todavía era posible por acá- y pude ver de inmediato en repetición cómo un avión, que después supe era un Boeing 767, el vuelo 11 de American Airlines con 92 pasajeros a bordo y 32.500 litros de combustible en sus alas, viajando a 600 kilómetros por hora, se incrustaba entre los pisos 94 y 99 de la torre norte del World Trade Center, desatando una inmensa ola de polvo y una horrenda tormenta de fuego.

Era el primero de cuatro aviones secuestrados por 19 miembros de Al Qaeda para cometer un increíble acto de terrorismo en «pleno corazón del Imperio», según expresión posterior de su principal inspirador, por aquellos días un tal Osama Bin Laden.

A las 9:03, vi la transmisión en vivo de un segundo Boeing 767 de United Airlines estrellarse contra la torre sur. Poco después supe que a las 9:37 el vuelo 77 de American Airlines impactaba la fachada del edificio del Pentágono, en Washington, y que a las 10:03 el vuelo 93 de United Airlines se estrella en un campo de Shanksville, en Pensilvania.

¡Increíble! El más trágico atentado terrorista de la historia. Según datos de la Federal Emergency Management Agency (FEMA), en total murieron 2996 personas, incluyendo a los 19 secuestradores y a las 24 personas desaparecidas:

2606 muertos en el World Trade Center.

189 fallecidos en el Pentágono.

44 muertos en Pensilvania.

El susurro de Card y «el aparente ataque terrorista» de Bush

Días después, en mi afán por informarme de todo lo relacionado con el abominable atentado, pude leer en la crónica de William March, reportero del Tampa Bay Times, publicada el mismo 11 de septiembre, que: «El presidente George W. Bush se enteró del ataque al World Trade Center a las 9:07 a. m. de hoy mientras leía a 18 estudiantes de segundo grado en una escuela primaria de Sarasota para destacar un nuevo programa de lectura». No es ocioso el detalle: unos doce minutos después de mí y de millones de personas más.

La fotografía que acompañaba la crónica de March, por demás elocuente, reseñaba en su nota: «En esta foto del 11 de septiembre de 2001, durante una visita al Emma E. Booker, escuela primaria en Sarasota, el jefe de gabinete de la Casa Blanca, Andrew Card, le susurra al oído al presidente George W. Bush acerca del accidente aéreo en el World Trade Center. (AP/Doug Mills, File).

Refiere March que a las 9:30, Bush se acercó a la audiencia congregada en el centro educativo para dar una breve declaración:

–»Este es un momento muy difícil para Estados Unidos. Hoy hemos tenido una tragedia nacional. Dos aviones se estrellaron contra el World Trade Center en un aparente ataque terrorista en nuestro país».

Y dio cuenta de que el presidente informó que había hablado con el vicepresidente Dick Cheney, el director del FBI y el gobernador de Nueva York:

–He ordenado que todos los recursos del gobierno federal ayuden a las víctimas y sus familias, y que realicen una investigación a gran escala para perseguir y encontrar a las personas que cometieron este acto”.

Por último, Bush pidió un momento de silencio y cerró diciendo:

–Que Dios bendiga a las víctimas y sus familias, muchas gracias.

«La caravana presidencial partió inmediatamente de la escuela y lo llevó al aeropuerto internacional de Sarasota-Manatee. El presidente abordó el Air Force One y el avión partió a las 10:55 a. m.», narra Card.

Ya en Washington, el Bush desconcertado y de rostro sombrío de la escuela había tomado aire para elevar el tono en su segunda declaración del día:

–No se equivoquen, los Estados Unidos cazará y perseguirá a los responsables de estos actos cobardes.

«Incredulidad» e «ira inquebrantable»

Doce horas más tarde, desde la Casa Blanca, es el momento del discurso estructurado. Bush dispone de información para delinear con más claridad la respuesta de su gobierno. Va su breve discurso:

Buenas noches. Hoy, nuestros estimados ciudadanos, nuestro estilo de vida, nuestra misma libertad fueron atacados en una serie de actos terroristas deliberados y mortales. Las víctimas estaban en aviones o en sus oficinas; secretarias, hombres y mujeres de negocios, miembros de las fuerzas armadas y trabajadores federales; mamás y papás, amigos y vecinos. Miles de vidas fueron destruidas por actos de terror malvados y despreciables.

Las imágenes de los aviones que volaban hacia los edificios, de los incendios que ardían, del colapso de inmensas estructuras, nos han llenado de incredulidad, de una tristeza terrible y de una ira callada e inquebrantable. Se pretendió que estos actos de asesinatos masivos asustaran a nuestra nación, llevándola hacia el caos y la retirada. Pero han fracasado; nuestro país es fuerte.

Un gran pueblo ha sido llevado a defender a una gran nación. Los ataques terroristas pueden sacudir los cimientos de nuestros mayores edificios, pero no pueden tocar los cimientos de los Estados Unidos. Estos actos destrozaron acero, pero no pueden mellar el acero de la determinación estadounidense.

Estados Unidos fue blanco de un ataque porque somos el faro más brillante de la libertad y oportunidad en el mundo. Y nadie hará que esa luz deje de brillar.

Hoy, nuestra nación vio la maldad, lo peor de la naturaleza humana. Y reaccionamos con lo mejor de los Estados Unidos –con la audacia de nuestros trabajadores de rescate, con el cariño de los extraños y vecinos quienes acudieron a donar sangre y a ayudar en la manera en que pudieran.

Inmediatamente después del primer ataque, implementé los planes de respuesta a emergencias de nuestro gobierno. Nuestras fuerzas armadas son poderosas y están preparadas. Nuestros equipos de emergencia estaban trabajando en la Ciudad de Nueva York y en Washington, D.C., para ayudar con los esfuerzos de rescate locales.

Nuestra primera prioridad es llevar ayuda a aquellos que fueron heridos, y tomar todas las precauciones para proteger a nuestros ciudadanos en casa y por todo el mundo de más ataques.

Las funciones de nuestro gobierno continúan sin interrupción. Las agencias federales en Washington que hoy tuvieron que ser evacuadas volverán a abrir esta noche para el personal esencial, y estarán abiertas para operaciones mañana. Nuestras instituciones financieras permanecerán sólidas, y la economía estadounidense también estará lista para operaciones.

La búsqueda de aquellos que están detrás de estos actos malvados está en camino. He encauzado todos los recursos de nuestra inteligencia y nuestras comunidades que velan por el cumplimiento de la ley para encontrar a aquellos responsables y enjuiciarlos. No haremos distinción alguna entre los terroristas que cometieron estos actos y aquellos que los protejan.

Estoy muy agradecido a los miembros del Congreso que se me han unido en condenar firmemente estos ataques. Y en nombre del pueblo estadounidense, agradezco a los muchos líderes internacionales quienes han llamado a ofrecer su condolencia y asistencia.

Los Estados Unidos y nuestros amigos y aliados se unen con todos aquellos que quieren la paz y la seguridad en el mundo, y somos solidarios para ganar la guerra contra el terrorismo. Esta noche, pido sus oraciones por todos aquellos quienes se acongojan, por los niños cuyos mundos han sido deshechos, por todos aquellos cuya sensación de seguridad ha sido amenazada. Y rezo por que los consuele un poder superior a cualquiera de nosotros, el que se ha pronunciado a través de las eras en el Salmo 23: ‘Aunque camine por el valle de la sombra de la muerte, no temeré mal alguno; porque Tú estás conmigo’.

Este es el día en que todos los estadounidenses estamos unidos por nuestra determinación a favor de la justicia y la paz. Estados Unidos ha aplastado a nuestros enemigos anteriormente, y volveremos a hacerlo esta vez. Ninguno de nosotros olvidará jamás este día. Seguimos hacia adelante para defender la libertad y todo lo que es justo y bueno en nuestro mundo.

Gracias. Buenas noches y que Dios bendiga a los Estados Unidos.»

«El bien contra el mal»

En sus declaraciones a la prensa del día 12 de septiembre, el presidente Bush dijo: «Los ataques deliberados y mortales que se produjeron ayer contra nuestro país fueron algo más que meros actos terroristas. Fueron actos de guerra”.

La respuesta del gobierno norteamericano ganó forma rápidamente dentro del esquema de valores absolutos: bueno y malo, blanco y negro con los que Bush veía al mundo.

El concepto fue presentado con concisión y claridad: “Estamos en una lucha monumental del bien contra el mal”.

Así, el anterior combate de su admirado Ronald Reagan contra el «imperio del mal» devino en la «Guerra contra el terror».

El 15 de septiembre, en su programa radial, Bush sentenció: «Quienes hacen la guerra contra los Estados Unidos han escogido su propia destrucción».

Advirtiendo:

La victoria contra el terrorismo no se logrará en una sola batalla, sino en una serie de acciones decisivas contra organizaciones de terroristas, y contra los que les dan asilo y los apoyan. Estamos planeando una campaña amplia y sostenida para asegurar a nuestro país y erradicar el mal del terrorismo.  Y estamos empeñados en ver este conflicto hasta su final».

«Nuestro duelo se ha convertido en ira y la ira en resolución»

Pero el anuncio definitivo de la «guerra contra el terror», la declaración formal del presidente George W. Bush, tras considerar que «el 11 de septiembre los enemigos de la libertad cometieron un acto de guerra contra nuestro país», fue el 20 de septiembre, en sesión conjunta del Congreso estadounidense.

En su discurso están los trazos generales de cómo concebía el conflicto que estaba por iniciar: “Esta noche estamos en un país consciente del peligro y llamado a defender la libertad. Nuestro duelo se ha convertido en ira y la ira en resolución».

Le habla al país, al mundo y a los terroristas:

Los estadounidenses se preguntan: ¿Cómo lucharemos y ganaremos esta guerra? Dedicaremos todos los recursos bajo nuestro poder (…) a la interferencia y derrota de la red global de terror.

Esta guerra no será como la guerra contra Irak hace una década, con una liberación decisiva del territorio y una conclusión rápida. No será igual a la guerra aérea sobre Kosovo hace dos años, donde no se utilizaron tropas terrestres y donde no se perdió un solo estadounidense en combate».

Bush preparaba al pueblo norteamericano para una guerra larga, como en efecto lo ha sido:

Nuestra reacción involucra mucho más que la retaliación instantánea y los ataques aislados. Los estadounidenses no deben esperar una batalla, sino una campaña larga, distinta a cualquier otra que hemos visto. Posiblemente incluya ataques dramáticos, que se puedan ver en la televisión, y operaciones encubiertas, que permanecerán secretas aún tras el éxito».

El resto del mundo no podía quedar fuera de la cruzada contra el terrorismo:

«Privaremos a los terroristas de financiamiento, pondremos a los unos contra los otros, los haremos ir de un lugar a otro, hasta que no haya refugio o descanso. Y perseguiremos a las naciones que ayuden o den refugio al terrorismo.

Toda nación, en toda región del mundo, ahora tiene que tomar una decisión. Están de nuestro lado, o están del lado de los terroristas. A partir de hoy, cualquier nación que continúe albergando o apoyando al terrorismo será considerada un régimen hostil por los Estados Unidos.

Nuestra nación ha sido advertida: No somos inmunes a los ataques. Tomaremos medidas defensivas contra el terrorismo para proteger a los estadounidenses».

«Los estadounidenses no deben morir…»

Como enseñanza para quienes por estas latitudes asientan sus esperanzas en una fuerza militar norteamericana o internacional que nos libere de la opresión, va la rotunda declaración del presidente Biden: «Los estadounidenses no deben morir en una guerra que los afganos no están dispuestos a luchar por sí mismos».

La peregrina idea de que los actos de fuerza aseguran soluciones estables es desmentida una vez más, quedando sujeta, si acaso, a circunstancias muy específicas que puedan hacerlas posibles.

«La difusión de valores e instituciones –asienta Eric Hobsbawm– así nunca puede materializarse por medio de la imposición súbita de unas fuerzas externas; a menos que en su punto de aplicación se den ya las condiciones capaces de adaptarlas al entorno y de hacer que se acepte su introducción». Y nos recuerda: «existen muy pocos atajos en la historia: una lección que el autor ha aprendido, entre otras razones, por haber vivido y reflexionado sobre buena parte del siglo pasado».

Veinte años después de «guerra contra el terror», según Los Ángeles Times, el costo es de 2 de billones de dólares y compromisos por 2 billones de dólares más por pagos en atención médica, discapacidad, entierros y otros costos para los aproximadamente 4 millones de veteranos de las guerras de Afganistán e Irak.

El costo humano en vidas, hasta abril de 2021, es de 2448 militares estadounidenses, 3846 contratistas estadounidenses, 66 000 militares y policías afganos, 1145 miembro de fuerzas aliadas, incluidas de la OTAN, 47 245 civiles afganos, 51 191 combatientes del Talibán, 444 trabajadores humanitarios y 72 periodistas.

El argumento humanitario para justificar la invasión armada, sustentado en la promesa de reconstruir el país y dotarlo de instituciones democráticas firmes y duraderas, tiene poderosos mentís en la realidad: en Afganistán la mortalidad infantil se redujo solo en 50 % y apenas un 37 % de las niñas aprendieron a leer.

Aaaahhh, la «Guerra contra el terror» se echó diez años para dar de baja, ahora sí, al «diabólico» Osama Bin Laden. Pero los talibanes han regresado al poder sembrando el terror, destruyendo inhumanamente todo el whisky y el vino que encuentran a su paso y lo peor: cubriendo el rostro de sus hermosas y sensuales hembras.

Al parecer se cierra una era de la seguridad nacional y la política exterior estadounidense dominadas por la ira…

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Recuerdo del 11 septiembre se remueve con temor a nuevas amenazas terroristas
Se cumplen 20 años de los ataques  en Estados Unidos que dejaron casi 3 mil muertos, 25 mil personas heridas, miles de millones de dólares en pérdidas materiales y pánico en la población 
El regreso de los talibanes al poder en Afganistán enciende las alarmas sobre posibles  atentados contra occidente

@franzambranor

El 11 de septiembre de 2001, el nadador australiano Ian Thorpe se levantó temprano con la intención de subir a lo más alto de una de las torres gemelas de Nueva York. En la puerta de uno de los rascacielos, el ganador de medallas olímpicas y campeón mundial se percató de que  había olvidado su cámara fotográfica y se devolvió al hotel donde se hospedada, encendió la televisión y miró  una de la torres arder en llamas. “Eso le salvó la vida”, dijo su entonces representante Frank Turner, quien añadió que, de no ser por ese descuido, el apodado “Torpedo” hubiese sido una de las casi 3 mil personas que perecieron luego que dos aviones fueron estrellados contra el World Trade Center en el mayor atentado terrorista de la historia.

A 20 años de la fatídica fecha, todavía se tejen teorías sobre la preparación de estos ataques, sus protagonistas y la supuesta negligencia de las autoridades de inteligencia estadounidense.

El suceso alteró los protocolos de seguridad en los aeropuertos y desató la invasión de las fuerzas armadas estadounidenses a Afganistán, ocupación que apenas hace un mes se dio por terminada y produjo el regreso de los talibanes al poder. 

“Fue una conmoción desde lo personal, entre el pánico, la conciencia de vulnerabilidad y la indignación, hasta lo gubernamental, en cuanto revelación de vulnerabilidad e incertidumbres en materia de seguridad nacional”. dijo la internacionalista Elsa Cardozo. 

Cardozo expuso que aún hay decenas de preguntas sobre los hechos. “Ha habido desde entonces mucho análisis ex post facto sobre las señales no atendidas, los errores y omisiones en las políticas de seguridad y la idea de invulnerabilidad cultivada desde la superioridad de Estados Unidos como potencia militar tras la disolución de la Unión Soviética y la primera Guerra del Golfo”.

Esa mañana siniestra 

Tres cuartos de hora después de haber despegado del aeropuerto internacional de Logan en Boston (a las 8:46 de la mañana), el vuelo 11 de American Airlines con destino a Los Ángeles y con 92 personas a bordo se estrelló contra la torre norte del World Trade Center en Manhattan. Al principio, los organismos de inteligencia y los medios de comunicación pensaban que se trataba de un accidente, pero el impacto de un segundo avión contra la torre sur del complejo 15 minutos después les hizo caer en cuenta de que la nación estaba bajo ataque. El vuelo 175 de United Airlines, que chocó contra la torre sur, también partió de Boston hacia Los Ángeles y llevaba a bordo 65 personas. 

Luego de una hora del primer atentado, el vuelo 77 de American Airlines que iba de Washington hacia Los Ángeles con 64 personas impacta contra una de las alas del Pentágono, sede militar ubicada en la capital estadounidense y a las 10 de la mañana, la aeronave 93 de United Airlines con 44 personas, cuyo destino era la Casa Blanca, se precipita a tierra en un campo de la localidad de Shanksville, Pensilvania.

Aparentemente, los pasajeros dominaron a los secuestradores e hicieron que el aparato cayera antes de llegar al hogar del presidente de los Estados Unidos.

Mientras todo esto sucedía, el entonces mandatario George W. Bush se encontraba en una actividad con niños en una escuela en Sarasota, Florida. Antes del mediodía de ese 11 de septiembre, las dos torres habían colapsado, ordenaron a todos los vuelos sobre cielo estadounidense aterrizar en el aeropuerto más cercano. El Congreso, la Casa Blanca y el edificio de la Organización de las Naciones Unidas fueron evacuados y Bush declaró “alerta máxima”. 

“Hubo efectos inmediatos y consecuencias mundiales que aún no cesan de manifestarse humana, material e institucionalmente, así lo revelaron las expresiones de solidaridad y los acuerdos y resoluciones internacionales con apoyos de Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU, para responder a esos ataques y promover cooperación para prevenir y evitar nuevos atentados”, indicó Cardozo. 

Los responsables

Apenas 72 horas después de los atentados, el FBI identificó a los 19 secuestradores que formaron parte de la operación y revelaron su vinculación con la célula terrorista Al Qaeda y su líder, Osama Bin Laden

En un comunicado que emitió la cadena Al Jazeera, Bin Laden negó su participación en el 11S, pero en noviembre de 2001 soldados estadounidenses encontraron una cinta de video en la ciudad afgana de Jalalabad donde este habla de los ataques y sus implicaciones.

Según funcionarios de inteligencia estadounidense en principio planeaban secuestrar doce aviones para estrellarlos contra las torres gemelas, el Pentágono, la Casa Blanca, el Capitolio, el Empire State en Nueva York, la torre Sears en Chicago y otros cuatro edificios en Boston, Los Ángeles, San Francisco y Seattle

Luego del 11S, Estados Unidos emprendió una guerra al terrorismo que no solo abarcó la ocupación a Afganistán por parte de tropas americanas sino la caceria y posterior muerte a Bin Laden diez años después de los sucesos, el 2 de mayo de 2011, durante el mandato del presidente, Barack Obama. 

La internacionalista Elsa Cardozo aseveró que los atentados del 11S modificaron la política internacional estadounidense.

“En primer lugar, alentó la movilización colectiva, a través de las Naciones Unidas, ante un problema de seguridad propia y mundial, estimuló prevenciones, definiciones y medidas que alentaron confusión y radicalismos frente al mundo islámico y desde éste y en tercer lugar, pero de mucha gravedad, las violaciones de derechos humanos en la guerra contra el terrorismo restaron eficacia y legitimidad a las acciones de la alianza occidental y al liderazgo de Estados Unidos, particularmente en Irak y en Afganistán”, sostuvo Cardozo.

Las consecuencias

Además de los casi 3 mil muertos, 24 desaparecidos y 25 mil heridos, los atentados terroristas del 11S dejaron pérdidas económicas por un aproximado de 10 mil millones de dólares y la adopción de una férrea política de seguridad en aeropuertos y terminales marítimas y terrestres en Estados Unidos.  

La economía americana entró en fase de recesión, bajó la demanda de vuelos comerciales y el consumo, especialmente en sitios con alta concentración de gente. Para aliviar la situación, el Congreso estadounidense aprobó 15 mil millones de dólares para el sector aéreo y adelantó un recorte a los impuestos. 

El polvo originado por las miles de toneladas de escombros causaron enfermedades respiratorias en centenas de personas. Familiares de la cantante Donna Summer dijeron que la muerte de ésta a causa de un cáncer de pulmón en mayo de 2012 se produjo debido a la inhalación de gases tóxicos luego del derrumbe de las torres gemelas. 

Los atentados también ocasionaron daños en la salud mental de los estadounidenses, especialmente en la de los neoyorquinos, acostumbrados a asistir a lugares concurridos donde hay una economía pujante. 

“Las consecuencias se extienden hasta el presente, como lo remueven, para la memoria de la inseguridad y para las políticas de seguridad, la persistencia de ramificaciones de Al Qaeda en la península arábiga, Siria, Libia, el Magreb musulmán e India, así como los temores de su fortalecimiento en Afganistán. De modo menos directo, la huella de aquellos ataques también se encuentra en la dificultad para desarrollar políticas y cooperación internacional en materia de seguridad y de atención al desafío migratorio para evitar el aliento a radicalismos y actitudes antioccidentales”, opina la experta. 

Según Cardozo, el regreso de los talibanes al poder en Afganistán pone en alerta a las naciones de occidente, especialmente al gobierno de Estados Unidos, en torno a una posible nueva amenaza terrorista.

“Ese es un fundado temor, visiblemente confirmado desde el atentado en el aeropuerto de Kabul perpetrado el pasado 26 de agosto por el llamado Isis-K (la vertiente afgana del estado islamico). Fue un ataque no solo contra la operación de evacuación organizada por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, sino también contra el propio régimen de los talibanes, con quienes llevan tiempo enfrentados, cada vez con más frecuencia y violencia. De allí que quepa esperar tanto más enfrentamientos en Afganistán como la continuación del fortalecimiento del Isis-K”.

Alejandro Armas Sep 14, 2018 | Actualizado hace 3 semanas
Dos malos recuerdos del 11 de septiembre

 

El 11 de septiembre trae una disputa amarga para los latinoamericanos, la generada por el golpe de Estado de Pinochet en el Chile de 1973

 

@AAAD25

Este es el primer artículo que escribo fuera de mi (pese a todo) adorada Caracas. Redacto desde un pequeño apartamento en el Bronx, en Nueva York, donde acabo de comenzar estudios de maestría en Ciencias Políticas, específicamente en la Universidad de Columbia. Cuando llegué al campus este miércoles me llamó la atención el despliegue de barras y estrellas por doquier. Solo entonces caí en cuenta de que se estaba conmemorando el ataque terrorista contra el World Trade Center en 2001.

No pude evitar pensar que, mientras para los estadounidenses cada 11 de septiembre es un día en el que el recuerdo de esa tragedia nacional los une, los latinoamericanos entramos en el terreno de la disputa amarga como consecuencia de otra efeméride. Me refiero al golpe de Estado liderado por Augusto Pinochet que derrocó a Salvador Allende en 1973.

Por supuesto, Chile es el país donde el disenso se manifiesta de manera más encarnizada. No obstante, el accidentado devenir histórico compartido en la región hace que este evento sea hasta el sol de hoy tema de debate álgido en toda América Latina, al igual que, por poner otro ejemplo, la Revolución cubana. Resulta verdaderamente lamentable comprobar, año tras año, cómo los latinos seguimos en muchos aspectos anclados a una visión geopolítica propia de la Guerra Fría y cómo nos armamos falsos dilemas que nos condenan a escoger entre polos de la política (excusen la cacofonía) terribles. Por un lado, los ñángaras trasnochados se empeñan en glorificar el gobierno de Allende, mientras que el conservadurismo rancio hace otro tanto con Pinochet. En realidad, tanto Allende como Pinochet fueron nefastos para Chile.

Vayamos en orden cronológico. Concedamos que sectores de la derecha chilena se confabularon para sabotear un gobierno socialista electo democráticamente. También debemos reconocer el papel que Estados Unidos tuvo en la ofensiva contra Allende. Pero el desastre económico de esos años no tuvo sus raíces en tales factores. La economía chilena acumulaba problemas, como alta inflación crónica, desde antes de la llegada al poder de la Unidad Popular… Y las políticas económicas de esta, típicas de la izquierda populista latinoamericana, agravaron la situación.

Para empezar, hubo un aumento dramático del gasto público, con incrementos de salarios cuantiosos que finalmente no tuvieron un correlato en cuanto a productividad. A lo largo de 1971 hubo una ilusión de prosperidad que, por supuesto, no podía durar mucho. El déficit fiscal tocó la puerta y la inflación se disparó. Los dos años siguientes fueron de un verdadero caos: se desplomó el producto interno bruto y cundió la escasez, con los problemas asociados. A saber, colas y racionamiento. En vez de olvidarse de dogmas y emprender correctivos urgentes, el Gobierno, cada vez más influido por los comunistas, reaccionó radicalizándose. Surgieron las Juntas de Abastecimiento y Control de Precio (JAP), organismos a cargo de imponer el racionamiento en cada localidad. Durante el período hubo abundantes denuncias de discriminación política por parte de estas entidades. Según algunas versiones, incluso se exigía compromisos de militancia con el oficialismo para acceder a sus “beneficios”. Sobre las JAP como posible inspiración de los CLAP venezolanos ya he hablado en otro artículo.

Pasemos ahora al caso de Pinochet. Debido a la montaña de evidencia en su contra, hoy son relativamente pocos los que se declaran abiertamente admiradores del general. Sin embargo, existe una tendencia entre no pocos latinoamericanos, sobre todo aquellos que se identifican con la derecha conservadora o liberal, a presentar a Pinochet como una especie de “mal necesario”. Es decir, reconocen los crímenes abominables cometidos por la dictadura pero sostienen que el gobierno militar fue un período “menos malo” que el se hubiera dado de no ser por el golpe de septiembre. Este es un argumento sumamente errado, por varias razones. Para empezar, cuando se hace un juicio histórico, no tiene sentido preguntar “qué hubiera pasado si…”. Lo importante es lo que pasó. Eso es lo único que se puede evaluar. Punto. Ergo, cualquier planteamiento del tipo “Es que Pinochet salvó a Chile de convertirse en otra Cuba” es desechable.

Supongamos por un momento que sí se puede invocar la imaginación para este tipo de situaciones. ¿Entonces los miles de asesinados, torturados y desaparecidos fueron sacrificios indispensables para evitar que el comunismo se apoderara de Chile? Absolutamente no. La rebelión contra un régimen opresivo no necesariamente tiene que implicar un baño de sangre, sobre todo después de que los opresores fueron desalojados del poder y están a merced de los insurrectos. Eso fue lo que pasó en Chile, y las víctimas no fueron todas individuos que usaron el poder durante el gobierno de Allende para cometer abusos. Muchas eran sencillamente personas con alguna forma de pensamiento izquierdista.

Otra barajita repetida en el álbum de la apología: “Sí, mataron a miles y eso estuvo muy mal. Pero de no ser por el golpe el comunismo habría asesinado a millones, como en Rusia y China”. Cuando se trata de dictaduras que asesinan a mansalva, no se puede distinguirlas entre “más y menos malas” por el número de muertos. Estamos hablando de vidas humanas, algo muy precioso y complejo como para sopesarlo fríamente en una balanza y por cantidad. Pinochet y Mao. Franco y Lenin. Todos merecen el mismo lugar en el recuerdo histórico. Basta de usar las calamidades del comunismo para justificar las calamidades de otras ideologías.

Ahora llegó el momento de hablar de otras cifras. Es común escuchar que la dictadura militar no solo acabó con el desastre socialista, sino que además, gracias a su visión liberal, inauguró la prosperidad económica chilena que hoy perdura. Una vez más, esto no exculpa a Pinochet de sus delitos, y aunque lo hiciera, un examen más detallado permite entender que su legado económico en realidad está bastante sobrevalorado.

A partir de 1975, Pinochet entregó las riendas financieras del país a un grupo de economistas que pasaron a ser conocidos como los Chicago Boys, por haberse formado en la prestigiosa casa de estudios en esa ciudad. Encabezados por el ministro de Finanzas, Sergio de Castro, pusieron en marcha una terapia de shock basada en el monetarismo que dio al traste con las políticas del gobierno anterior: fin de los controles de precios (algo siempre necesario en estos casos, vale decir) y demás regulaciones al mercado, reducción de impuestos y privatización de casi todas las empresas en manos del Estado, con la notable excepción de las minas de cobre, el principal producto de exportación chileno (por ley, 10 % de las ganancias de este sector debe ir al presupuesto de defensa; es decir, se trataba de un punto de interés para los amigos castrenses de Pinochet). Durante la segunda mitad de la década de los 70 y principios de la siguiente, el PIB se disparó y superó el promedio latinoamericano. La inflación, aunque alta, se mantuvo muy por debajo de los niveles de la presidencia de Allende. Hasta este por lo general llega el relato de algunos liberales, quienes apelan a la autoridad intelectual de Milton Friedman, el mentor de los Chicago Boys, que visitó Chile entonces y aseguró haber atestiguado un “milagro económico”.

Lo que estas versiones suelen dejar por fuera es lo que ocurrió a partir de la crisis de 1982. Cierto, este fue un episodio que impactó a toda Latinoamérica. Pero en Chile el golpe fue particularmente duro. Según algunas estimaciones, el PIB se hundió ese año casi 15 %, mientras que la caída regional promedio fue de 3 %. De Castro y los otros Chicago Boys más dogmáticos se negaron a cambiar de rumbo, así que Pinochet, que no era ningún tonto, decidió prescindir de sus servicios y nombrar como ministro de Finanzas a Hernán Büchi, alguien mucho más flexible y pragmático. El nuevo plan consistió en un conjunto de medidas de intervención estatal nada despreciable, aunque no con orientación socialista, desde luego: bancos intervenidos para evitar su quiebra, nuevas regulaciones en el flujo de capitales, aumento de aranceles, etc. Poco a poco se retomó el crecimiento y para finales de los 80 la economía se había estabilizado, pero el costo social fue grande. Casi la mitad de los chilenos era pobre hacia el final de la dictadura. Además, a lo largo del gobierno militar hubo alto desempleo y desigualdades socioeconómicas elevadísimas. Economistas como Ricardo Ffrench-Davis atribuyen estos problemas a los excesos de los Chicago Boys.

En conclusión, a la dictadura de Pinochet solo se le puede atribuir haber estabilizado la economía chilena, y eso después de 1982, no durante los siete años de experimentos monetaristas que, por alguna razón, han recibido una publicidad mucho más generosa. Pero estabilidad no es prosperidad. La relativa prosperidad de la que goza la mayoría de los chilenos y que tanto maravilla a los latinoamericanos de otras nacionalidades fue más bien un producto de los gobiernos democráticos posteriores a la dictadura. Durante los años 90, la pobreza se redujo a la mitad de los últimos niveles del gobierno militar. Hoy es aun más baja. El desempleo también se contrajo. En cambio, los salarios reales subieron, al igual que el PIB.

Si comencé este artículo denostando contra Allende y Pinochet pero las críticas a este último se llevaron el grueso del texto, es por una razón. Me preocupa mucho ver hoy en Venezuela una tendencia a clamar por una especie de Pinochet caribeño. Resulta alarmante que muchos conciudadanos recurran a la ya desmontada tesis del “mal necesario” para dar sustento a la idea de que es imprescindible una experiencia como la chilena para recuperar el país una vez que termine la desgracia que hoy lo atormenta. Yo no sé como lograr el cambio político urgente. Lo que sí sé es que, una vez que ese cambio llegue, no quiero que sea para instaurar un régimen al estilo de Pinochet. Venezuela ya ha sufrido demasiado como para tener que atravesar otro karma.

Lo mismo vale para el resto de Latinoamérica. Todo el mundo tiene derecho a opinar, pero me gustaría que cada vez menos personas se arrojaran a defender modelos tan nocivos. Sobre todo porque la discusión se presta para avivar las llamas de un odio que, al igual que Allende y Pinochet, hoy debería estar confinado al sepulcro de la Guerra Fría. Ojalá llegue un 11 de septiembre cuando la enorme mayoría de los latinos nos unamos en el repudio a estos dos malos recuerdos.

[EE UU] Obama decretó tres días de oraciones en recuerdo de las víctimas del 11-S

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El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, decretó hoy que el viernes 11, sábado 12 y domingo 13 de septiembre de este año serán días nacionales de oración en recuerdo de las víctimas de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.

«Yo, Barack Obama, presidente de EE.UU., en virtud de la autoridad que me confieren la Constitución y las leyes de EE.UU., proclamo desde el viernes 11 hasta el domingo 13 de septiembre días de oración y conmemoración nacional», indicó el mandatario en un comunicado.

«Pido a los estadounidenses que honren y recuerden a las víctimas del 11 de septiembre de 2001 y a sus seres queridos a través de los rezos, la contemplación, la visita a homenajes, el doblar de las campanas, las vigilias a la luz de las velas y otros homenajes y actividades», apuntó, para añadir que también «invita» a la gente de todo el mundo a participar en esta conmemoración.

«Hace 14 años, la paz de una bonita mañana se rompió. Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 dejaron una marca permanente en el espíritu de todo estadounidense, y nuestra nación cambió para siempre. Se perdieron casi 3.000 valiosas vidas, y sus seres queridos debieron afrontar una aflicción inimaginable», indicó el mandatario.

El 11 de septiembre de 2001 EE.UU. sufrió el peor ataque terrorista de su historia, cuando dos aviones secuestrados por Al-Qaeda impactaron contra las Torres Gemelas en Nueva York, otro contra el Pentágono en Washington y un cuarto se estalló contra el suelo en Pensilvania.

El reporte sobre la tortura por Luis DE LION

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El reporte sobre el « programa de detención y de interrogatorio » de la CIA, publicado el martes 9 de diciembre, es apenas una exigua versión del original de 6.000 páginas. Se trata de un muy chocante reporte que detalla las técnicas utilizadas por la agencia estadounidense sobre ciertos prisioneros después de los atentados del 11 de septiembre 2001.

La lista de sevicias practicadas por la CIA es interminable. Métodos, que en muchos casos tuvieron consecuencias muy graves.

Comenzando por, la simulación de ahogo, el famoso «waterboarding» que en 2009 el expresidente Bush reconoció haber autorizado. Khalid Cheikh Mohammed, señalado como el cerebro de los atentados del 11 de septiembre, fue sometido al menos a 183 sesiones de waterboarding.

Le siguen, la alimentación por vía rectal y las amenazas con un taladro, para hacer hablar a Abd Rahim Al-Nashiri, acusado de haber organizado el atentado contra el USS Cole, en Yemen en el año 2000.

Hasta llegaron a torturar, por error, a un par de sus propios informantes. También practicaron detenciones abusivas y la jerarquía ante la queja de algunos agentes hastiados de tener que torturar, optó por ratificar la cadencia y las técnicas de tortura.

La práctica, se internacionalizó. Muchas prisiones y centros de tortura secretos de la CIA fueron ubicados en Europa (Polonia, Rumania, Lituania) así como también en Afganistán y en Tailandia.

La CIA también le mintió a sus propias autoridades. A la Casa Blanca y al Consejo de Seguridad Nacional. Le aportaron importantes cantidades de informaciones inexactas e incompletas. Tampoco consideraron, los de Longley, necesario de informar al Secretario de Estado sobre sus centros de detención en el extranjero.

La CIA durante años sostuvo que gracias a la tortura de miembros de Al Qaeda se logró frustrar atentados como los del 11S en Londres. Pero el reporte, concluye que la tortura en nada alertó a la CIA de amenazas de atentados. Muchos prisioneros inventaron hechos y enviaron a la CIA sobre pistas falsas.

En el presente, lejos del provecho político que, Obama pueda sacarle al reporte sobre la tortura, la interrogante, que toca hacerse es, cómo una democracia le puede hacer la guerra a un enemigo como Al Qaeda. El contexto del reporte es, el 11 de septiembre 2001, no debemos olvidarlo.

El relator especial de la ONU, Jean Ziegler, dijo éste viernes que: «85 países de los 196 miembros de la ONU practican regularmente la tortura».

Sin duda, el Torture Report, es un muy oscuro capítulo en la historia de los EEUU, pero en la más importante democracia del mundo han decidido ser transparentes.

¿Veremos algo así en la Venezuela post castrochavista?

 

@ldelion