Conversa con el alcalde de El Hatillo, Elías Sayegh: “Yo no comulgo con eso de que el alcalde es el conserje”
@solmorillob
Dicen que el carnaval es tiempo para no pensar, para embriagarse y dejarse arrastrar por la locura. Que son días para fingir lo que no se es y ponerse máscaras del disimulo. Yo creo que es lo contrario. Estos días, demasiado ruidosos y que algunos sienten son de meter todo en el saco del olvido, son para esta pequeñita mujer que soy tiempos buenos para mirar con claridad lo que suele confundirse en el éxtasis y el vértigo de un país que se deja seducir por versos con errores ortográficos y música sin lírica, un país que ya no sabe leer las señales.
Elías Sayegh tiene 35 años. Apenas 35. Y, como es de esperarse, su cuerpo y su mente hospedan un entusiasmo que va a mil por hora. Pero -importante- a no confundir la energía de su juventud con inexperiencia o, mucho menos, con populismo ramplón o con incapacidad para desactivar la desesperación como modelo de gestión. Si algo destaco de él es el aplomo. Probablemente de la nueva hornada de políticos venezolanos, Sayegh impacta por su comedida habilidad para estructurar pensamiento y acción, sin perjuicio de uno y otra.
Me gusta que es afable, que no grita ni dice improperios. Que tiene buenos modales y que no es un simple. Que no anda rebuscando en el glosario de la politiquería las palabras subidas de tono para herir a los que no lo apoyan. Desde muy jovencito intentaba edificar consensos. Acostumbrados como hemos estado en los últimos años a la permanente diatriba y a los políticos hiperkinéticos y en constante e improvisado modo «para ya», la serenidad con la que habla me produce algo de lo que todos los venezolanos tenemos sed: confianza. Su voz es serena, sin afanes desgastantes.
Elías es abogado, graduado con méritos en la Universidad Metropolitana de Caracas y con estudios de posgrado en gerencia. Se zambulló en la política desde muy joven. Lo conocí hace ya varios años, cuando en esa cabeza no se asomaba ni una sola cana y esos ojos estaban libres de patas de gallo. La política es un oficio que pasa facturas temprano. Y a Elías la agenda le puso enfrente trabajo de calle, de ese que agobia, encanece y arruga.
Pasó por la mejor experiencia que alguien que quiere hacer carrera política puede vivir: perder una elección. Sí, lo digo en serio. Esos que solo ganan, no aprenden a ganar. Usted leyó bien. No es un error de tipeo. Repito, los que solo ganan no saben ganar. Es como la gente que jamás se ha equivocado, o que nunca ha pasado por angustias y penurias. Nada es más educativo que el fracaso, porque los que nunca pierden no entienden a cabalidad el valor del triunfo. El dolor es un buen maestro. La vida nos enseña mucho más y mejor con los traspiés que con los éxitos. Las caídas nos liman las torpezas y los desatinos. Los golpes que recibimos nos templan el carácter, nos configuran la resistencia, nos enseñan buen juicio y nos desvisten del inmenso defecto de la pedantería. Los tropiezos se convierten en faros que nos iluminan el camino de la sensatez.
Así fue para Elías. Por allá, por 2013, compitió por la alcaldía de El Hatillo. Y perdió. Y eso, creo yo, fue una magnífica lección de vida y de política. Sé que le dolió. Comprensible. Pero no se hundió en la derrota. No se dedicó a ese deporte nacional que es el buscar a quién echarle la culpa. Se lamió las heridas, se levantó del suelo, se limpió las rodillas, se plantó frente al espejo para entender en qué había fallado y, entonces, siguió adelante. En las elecciones de 2017 volvió a candidatearse. Y ganó. Y recientemente, en noviembre de 2021, compitió por la reelección y volvió a ganar. Haber perdido le permitió aprender a ganar.
Conozco muy bien El Hatillo. No solo fui vecina de ese municipio por muchas y lindas décadas; me cupo además el privilegio de ser concejal suplente por ocho años. Y no, no fui un suplente de adorno. Me lo tomé muy en serio y trabajé con intensidad y denuedo por hacer de ese espacio territorial un modelo de progreso. Creo que no lo logramos. Al menos no según mis estándares. Muchas cosas se mantuvieron igual o hasta empeoraron. Pero dejamos sembrado el deseo de cambio. Llevo años viviendo fuera de El Hatillo, pero jamás me he desentendido de él. Sigo aportando en cada oportunidad que me lo solicitan. Sigo creyendo que quien no suma, resta.
El escenario de la política en Venezuela está muy enredado y empatucado. Cuesta entenderlo y cuesta todavía más explicarlo. Llevamos ya demasiados años en estado de defensa, pataleando en el fango de la impronta anti Venezuela. Esto no es tan solo, como algunos equivocadamente piensan, una lucha por recuperar la democracia. Esto es ya un asunto de conseguir tener algo que es fundamental: una república.
Venezuela es hoy un país arrasado y atrasado. Pero que nuestro país esté en este lamentable estado, que haya sido desguazado por estos bandoleros, que haya algunos que se han echado en brazos de la displicencia, no significa que esté firmada la rendición. De hecho, uno puede detectar un ánimo imbatible en una nueva generación de políticos. Solemos enumerar las naciones que han caído en desastre, como Cuba. Y poco espacio dedicamos a países que sufrieron percances muy dramáticos y se recuperaron al punto de ser modelos hoy de progreso, bonanza y prosperidad, como Uruguay. Cuba sigue hundiéndose. Uruguay trabajó para su renacimiento.
El tiempo no ha pasado en vano. Estos largos años han sido penosos y destructivos, pero el esfuerzo y el indecible sufrimiento también produce réditos. Esta nueva camada de la que Sayegh forma parte no quiere recuperar, quiere rehacer. Acaso por eso Elías siempre es un entusiasta gerundio.
Quiero hacerle preguntas. Me interesa saber qué sueños habitan en el alma de este joven venezolano. Descubrir cómo son las angustias que se le asoman por los portales y que seguramente le acosan con insomnios. Entender los dolores que lo hacen dejarse llorar por las esquinas cuando nadie lo ve. Quiero saber cosas del hombre y también del político, porque no se puede separar el uno del otro. Procuro hallar el que intuyo quiere ser un creativo gerente de lo público, y no apenas, y con penas, un alcalde más que se sume a la larga lista de los que pasan por un cargo y es más lo que se llevan que lo que dejan. Quiero saber de este hombre que es un creyente. Del Elías que es hijo, esposo y padre. Quizás quiero descubrir qué hay en la mente de uno de los que se niega al “más de lo mismo”, uno que entiende que el camino correcto no es la mediocridad, que el conformismo es de idiotas y que la pasividad es artilugio de los que no entienden que la pereza es sinónimo de involución.
Y entonces, le pregunto cosas así:
−Eres muy venezolano, muy hatillano. Pero algo debe pesar en tu modo de ser, de pensar y de actuar tu herencia libanesa. Dime, ¿en qué te define ser descendiente de libaneses?
−Siempre he estado muy orgulloso de mi familia, de mi origen. Por parte de mi papá, mi abuelo era sirio; mi abuela de origen libanés. Por mi mamá, mi abuelo era dominicano, huyó de la dictadura de Trujillo. Mi abuela era venezolana, hija de españoles. La verdad es que soy producto de inmigrantes, que llegaron al país sin nada, que llegaron a estas tierras a trabajar, que hicieron suyas estas tierras y echaron raíces. Siempre se me inculcó en casa vivir bajo unos códigos muy claros, Dios, familia y trabajo. Sobre todo, esa colonia libanesa de la que me preguntas, son personas en su mayoría muy religiosas, de fe, que le dan a la familia un valor único, sin igual. Son gente entregada a su trabajo. Y eso es lo que he recibido en mi familia; es eso lo que he tratado de poner en mi vida, en lo que soy, en lo que hago, mientras hemos crecido, en cada paso que hemos ido avanzando. Mis antepasados llegaron aquí muy jóvenes. Llegaron sin nada y, a través del trabajo duro, arduo, con el sudor de la frente, es que se lograron las cosas. Nos enseñaron a valorarlas, a que las cosas se consiguen con mucho sacrificio, con mucho esfuerzo, trabajando todos los días, que es con trabajo de hormiguita que se va avanzando. Eso lo tengo muy claro y muy arraigado. Siempre se me enseñó que las cosas fáciles no valen la pena; que uno debe luchar por las cosas con mucho ahínco, con perseverancia, con constancia. Esos son los valores que nos definen, y que de algún u otro modo siempre están de manifiesto en nuestro accionar.
−El Hatillo es uno de los municipios de la ciudad de Caracas. Y es por tanto parte de la ciudad Capital. Algunos han querido mantenerlo siempre como un lugar modesto, sin brillo. Son los de mirada conservadora. Además de los graves problemas del país, de los que El Hatillo no escapa, hay quienes no quieren que haya cambio y progreso. Lo quieren mantener como chiquitico, calladito, muy provinciano. Ven la modernidad como una afrenta. Y resulta que El Hatillo tiene enormes potenciales aún no explotados. Me refiero a la prosperidad de tener más comercio, más turismo, más universidades, más deporte, más cultura, más oportunidades. Tiene grandes posibilidades de generación de empleos de calidad. Y aunque parezca una incongruencia, cuando se producen estos desastres en los países, también hay más imaginación, más creatividad. No me refiero a unos bodegones o algunos negocios que no son más que bachaquerismo glorificado. Hablo de inversión privada de calidad, perdurable, no de capitales golondrinos oportunistas. Yo me niego a creer que los jóvenes gestores públicos compren esquemas pasados de moda. Pero sé que existe una resistencia al cambio. Hay una visión muy equivocada que ve a los alcaldes como “solucionadores de problemas” y no como lo que pueden y deben ser: los grandes planificadores y creadores de oportunidades de progreso y prosperidad. ¿Cómo se hace para cambiar la mentalidad tanto en los funcionarios como en los ciudadanos?
−Una vez me dijeron que ser alcalde es ser bombero y filósofo a la vez. Debe apagar los fuegos del día a día, mientras piensa en la nueva generación que va a vivir en esta ciudad. Eso es un poco lo que nos toca. Yo no comulgo con eso de que el alcalde es el conserje. Tiene que ser algo más. A la alcaldía le tocan obligaciones y responsabilidades muy variopintas, disímiles, pero muy importantes. Así que nos hemos trazado objetivos muy claros. Tenemos un proyecto escrito desde 2012. En este proyecto hemos plasmado nuestras intenciones. El proyecto lo denominamos “El Hatillo Posible”, porque es posible.
Soñamos con un municipio de avanzada. No llegamos improvisando y tirando flechas. Llegamos sabiendo a dónde vamos, con objetivos muy claros. Invertimos mucho tiempo y recursos, con los mejores asesores por cada área de trabajo. El Hatillo Posible es un municipio productivo, que busca que el ciudadano pueda vivir bien dentro de su municipio, que nadie tenga que salir a buscar empleo o estudios o ninguna otra cosa fuera del municipio.
Hoy 6 de cada 10 hatillanos deben salir del municipio para ir a trabajar. Hace 10 años eran 8 de cada 10. Hemos ido mejorando.
Hemos pensado en frenar el desarrollo residencial y volcarnos en ser un municipio productivo, privilegiando usos comerciales y de oficina y también, en la medida de lo posible, industriales. El Hatillo se forma bajo el esquema de las ciudades de los 70, las ciudades dormitorio. La ciudad de Caracas tenía su núcleo urbano, sobre todo la vida a nivel comercial y financiero, lo que llaman los “downtown”. Caracas fue así. El centro de Caracas, luego lo que es la parte de Chacao y ese eje norte de la ciudad. La periferia era vista como zona dormitorio. El Hatillo era un sitio al que la gente iba básicamente a dormir. Hoy, en la teoría moderna urbanística, y es lo que se está aplicando en los países desarrollados, el ser humano debería poder hacer su vida dentro de 20 cuadras. Dentro de ese espacio uno debería tener un centro asistencial, un lugar para estudiar, para esparcimiento, para vivir, para trabajar, para hacer las compras, etc.
Nosotros vamos con esa nueva visión. Son conurbaciones autónomas, que no dependen de que el ciudadano deba viajar horas o largos minutos para llegar a su sitio laboral. ¿Cómo se cambia la mentalidad?, me preguntas. Es un tema de paciencia, de predicar con el ejemplo, una tarea de todos los días del que lleva el timón, de mostrar con resultados que lleva el barco a puerto seguro. Y a medida que se generan esos logros, la gente va comprando la idea y se monta en el barco. No siempre la gente sabe lo que le conviene, no siempre la gente sabe hacia dónde le conviene ir. Y esa justamente es la tarea del liderazgo responsable, del liderazgo que piensa en las próximas generaciones, del liderazgo decente que tiene una verdadera vocación de servicio.
−Hablemos de política. Estás ahora en un nuevo partido. No voy a decir si me parece bien. Solo apunto que, para tener oportunidad de ganar en 2024, la unidad es imprescindible. En cada elección en la que vamos divididos, perdemos. Y todo lo que se escucha es pleito. Algunos, con poca visión, creen que falta mucho para el 2024, que hay tiempo de sobra. Hablando corto y claro, el 2024 es pasado mañana y hay muchísimo trabajo por hacer. Trabajo duro y fuerte, que tiene que estar muy bien sincronizado. Sea Maduro el candidato, o Héctor Rodríguez, o Rafael Lacava, o el que se saquen de la chistera, la elección va a ser ruda. Y alguien como tú puede convertirse en un gran catalizador de pasiones. A ti te respetan en muchas organizaciones políticas y sociales. Luces como una voz que puede ser escuchada, un constructor de puentes, un armador del rompecabezas de piezas rotas. Eso no tiene que ser con estridencia, ni por Twitter. Puede ser en voz baja. Te pregunto, ¿qué pensamientos tienes en tu cabeza para contribuir?
−El país vive probablemente los peores momentos de su historia. Y necesita liderazgos con la suficiente estatura moral y espiritual para encarar los procesos que vienen. No será fácil, pero la decisión que hemos tomado es ayudar, es sumar. Por eso los sacrificios y el trabajo que estamos haciendo.
Yo creo que debe venir un tiempo en el que el liderazgo realmente genere un reencuentro de país. Ningún país dividido avanza.
Nosotros tenemos que reunificar a Venezuela. Y no, no va a ser fácil. Son muchas las diferencias, muchos años de polarización, de enfrentamientos muy duros y con razones, años de confrontación y de enemistad. Pero debemos buscar las formas de unirnos otra vez, y sobre todo de unir a la gente. Porque esto se trata de la gente, de unir a Venezuela en torno a un nuevo proyecto común, un nuevo gran consenso nacional, un nuevo proyecto de país que rescate a Venezuela de la tragedia que vive.
Es doloroso que el país con más proyección, con más recursos de América Latina y uno de los que más recursos ha tenido en el mundo entero esté viviendo esta situación desastrosa. Y a mi generación, siempre le digo que no somos los culpables, no vivimos las épocas del ta’ barato dame dos, no vivimos esos tiempos de bonanza petrolera que permitía muchas cosas. Pero, aunque no somos los culpables, sí somos responsables de lo que pase de aquí en adelante. Yo creo que hay mucha conciencia en una parte importante de mi generación. Nos toca, pues, romper paradigmas, abrirnos paso poco a poco. Ser pacientes, luchar de forma constante, predicar con el ejemplo. Demostrar que sí hay un país posible, distinto. Mostrar que hay liderazgos emergentes que son responsables, personas decentes, que pueden llevar el barco a puerto seguro. Y de eso se trata. No será fácil, no será de la noche a la mañana, pero hay que empezar cuanto antes y nosotros estaremos donde Dios diga.
−Eres un hombre joven, que tiene mucho para decirle a los jóvenes y también a los mayores. La gente está harta de los discursos vacíos, de las frases insípidas, de la necedad grandilocuente. La abrazadera y la besuqueadera no sirven ya. La gente pasa de eso, lo ve como gallina que mira sal. Porque la gente ha sufrido mucho. Y todavía más hastiada está de los que pontifican y pretenden sermonear y dictar cátedra mientras están cómodamente sentados en sus burbujas, flotando en su tierrita del verde jengibre, en una fantasía francamente idiota y desvergonzada. Pero la gente quiere creer en los políticos. Necesita creer en los políticos. Este silencio ensordecedor de los ciudadanos no quiere decir que la gente no quiera escuchar sobre política. Quiere decir más bien que la gente guarda silencio porque está a la expectativa, tiene los oídos atentos a lo nuevo inteligente que van a decirle los políticos. Hay que escribir un nuevo relato, del nuevo liderazgo, con nuevo sujeto, con verbos y predicados nuevos. ¿Estás en eso?
−Se trata de un proceso de construcción de un liderazgo en equipo cuya plataforma es una nueva organización política, Fuerza Vecinal, en la que hemos puesto mucho tiempo y cariño para que las cosas se puedan hacer bien. No es un proceso fácil. Los procesos de construcción siempre son difíciles; fácil es destruir. Lo que nosotros pensamos es que se deben generar los espacios para que esa Venezuela decente, esos jóvenes que tienen hambre de ver un país distinto, que quieren sumarse a un movimiento de cambio real, pues puedan tener cabida.
Para eso son las organizaciones políticas. Nosotros estamos apostando a un liderazgo en equipo, con una estructura que es bastante distinta a la de los demás partidos y organizaciones políticas. Me cupo el honor de trabajar mucho en esa propuesta distinta de estructura para una nueva organización que debería estar a la vanguardia de un proceso de cambio en Venezuela. En lo personal, yo estaré en ese proceso de cambio, desde la posición en la que mejor pueda ayudar. Yo soy un jugador de equipo. Si el equipo necesita que yo esté en la arquería, pues allí estaré para parar los goles; si me necesita en la defensa, allí estaré; si me necesita metiendo gol, yo estaré allí. De eso se trata, de entender que cada uno es un factor que se puede sumar y que cooperativamente con los otros pueda hacer que el país avance. Esa es justamente nuestra intención.
Hay que quebrar la dinámica del caudillismo, del liderazgo unipersonal, del gendarme necesario, de ese héroe salvador todopoderoso que puede cambiarlo todo y que es la salvación del país. No, la salvación del país es un movimiento de ancha base, con liderazgos verdaderamente humanos que estén preparados moral, espiritual y académicamente para conducir un proceso que será duro, que encarará muchísimos obstáculos, pero que será el proceso por el que el país pueda tomar un rumbo de progreso, de avanzada, el rumbo que queremos que tenga Venezuela para las próximas generaciones.
−Como bien sabes, yo he trabajado muy de cerca con muchos políticos de oposición. Los he visto acertar y errar. Y a pesar de los errores, pienso que el país del mañana habrá de reconocerles su esfuerzo, su lucha y su inmenso sacrificio. Algunos no aguantaron. No tuvieron el cuero lo suficientemente duro y se rindieron, o entregaron su alma al diablo, cayendo en ese patético ejercicio de lo que el pueblo de a pie llama «picados de alacrán», una figura literaria muy descriptiva. El país está invadido de oportunistas que ven a Venezuela, no como una nación, sino como un negocio, como un botín. Están por todas partes. En los medios, las industrias, el comercio, la escena inmobiliaria. Y como se sienten muy exitosos, no tienen pudor alguno y son rastacueros.
Es muy difícil hacer política en Venezuela. Los partidos no tienen fondos, hasta se los quitaron por ley, y estos oportunistas tratan de colarse en las estructuras de oposición para tratar de infiltrarlas. La realidad es que el dinero en Venezuela ha cambiado de manos. Si la oligarquía de antes era reprochable en muchos sentidos, la nueva clase adinerada es más feroz y no tiene ni un ápice de ética. ¿Cómo se hace para que estos individuos voraces no crean que pueden convertir a los partidos, las gobernaciones y las alcaldías en sus oficinas de negociados? Sé que es una pregunta complicada, pero creo que seguramente es algo en lo que piensas, no solo como político y alcalde, sino como venezolano.
¿Acaso no es momento para que una de las banderas de la oposición sea una política de libros abiertos de sus gobiernos y partidos, de transparencia total en la gestión, con auditorías pulcras hechas por instituciones autónomas? Porque si de algo está harto el ciudadano es de lo gris, lo turbio, lo que no se explica. ¿No es tiempo ya de una vez por todas de deslindarse de lo oscuro, denunciarlo y buscar el apoyo del pueblo para limpiar la podredumbre? ¿No es ya el tiempo de lavar bien con agua y jabón la bandera de Venezuela?
−Uno de los principales males que ha tenido la política en Venezuela ha sido justamente la corrupción, el aprovechamiento de los fondos públicos para fines personales. Cuando uno estudia la historia vemos que ha sido una conducta recurrente que los factores de poder político han generado factores con poder económico. Y el chavismo no ha sido una excepción, el chavismo lo ha hecho de manera mucha más exacerbada, con mucha más visibilidad, de forma más grotesca. Pero es un mal que siempre hemos tenido y hay que asumirlo como tal. Yo creo que eso comienza desde que una persona se acerca a la política con ansias de obtener beneficios personales. Hay muchas personas que ven en la política una forma de meterle la mano a fondos públicos, un modo quizás de escalar posiciones sociales, de tener el poder por el poder y el dinero. Y, la verdad, yo siempre le doy gracias a Dios por la formación que uno ha tenido. Quienes me conocen, saben de dónde vengo y saben que no es mi interés el tema económico de la política. Todo lo contrario. Yo vengo del sector privado. Más bien he dejado de hacer muchas cosas en el ámbito privado por dedicar estos años importantes en mi vida a lo público y siempre digo que una de mis aspiraciones es en algún momento volver al sector privado. Tristemente vemos funcionarios que llegan a un cargo de una manera y luego lo dejan viviendo muy distinto a como entraron. Las personas que me conocen saben cómo vivía yo antes de ser alcalde y cómo vivo ahora. Y no hay ninguna diferencia. Somos los mismos de siempre. Nos definen nuestros principios, nuestros valores y, en función de esos, pues trabajamos y obramos.
En Venezuela se debería sincerar los mecanismos de financiamiento a la actividad pública. A mi modo de ver, como en otros países, la actividad pública debería estar financiada por el Estado para prevenir la intromisión del sector privado en la política. Y además debería haber mejores mecanismos de rendición de cuentas, de monitoreo a las gestiones públicas. Siempre lo digo, nosotros nos arropamos hasta donde nos da la cobija. Hemos hecho una gestión en El Hatillo con muchísima austeridad, con los recursos que nos permite nuestro presupuesto municipal, que viene dado en su gran mayoría de los impuestos a las actividades económicas, de los contribuyentes. Y a la vez hemos desarrollado una política agresiva de alianzas con el sector privado, con ONG y fundaciones, que nos ha permitido aumentar nuestras capacidades y así desarrollar programas que de otra manera no hubiésemos podido desarrollar. Yo me siento realmente orgulloso. No le debo este cargo a nadie. Se lo debo a mi propio esfuerzo, al esfuerzo de mi equipo y a los miles de hatillanos que han votado por mí para que podamos estar sirviendo desde esta posición.
−Tienes una niña pequeña. ¿Qué puedes prometerle y le prometes a Emiliana?
−Es una de las preguntas más bonitas que me han hecho. Yo lo que le prometo a mi hija es que su padre la ama con toda su alma y su corazón, y que estará para siempre trabajando por ella y por su país. Porque el trabajar por su país es también para dejarle un legado a ella y a sus futuros hermanos, si Dios nos los concede. De eso se trata, de que entendamos que al final uno es un servidor público, un instrumento de Dios para lograr transformaciones necesarias en donde estamos, en Venezuela, nuestro país. Y lo que le puedo prometer y le prometo a mi hija es que nada de lo que haga yo la hará a ella bajar la cabeza, sino todo lo contrario. Viviré y trabajaré siempre para que ella pueda sentirse orgullosa de su padre, tal como lo hicieron mis padres y mis abuelos, para que ella pueda sentirse tan orgullosa de mí como yo me siento de ellos.
La entrevista a Elías, más bien conversación, termina como comenzó, con una amorosa alusión a sus padres y abuelos. Mal puede saber a dónde va quien no sabe de dónde viene. Y Elías sabe bien de dónde viene. Quizás por eso tiene la brújula bien calibrada.
Se me apaciguan las angustias cuando escucho a un joven político hablando con sobriedad y huyendo, como de la peste, de la tentación del facilismo y el populismo. Se me amansan las rabias cuando escucho a un joven dejando de lado las insulsas pazguatadas y atreviéndose a decir, sin aspavientos, que liderazgo no es darle a la gente lo que pide sino lograr que desee lo que necesita. Lo escucho, con paciencia y atención. Lo noto entendiendo con diafanidad lo endemoniadamente complejo de los problemas, comprendiendo que no se puede −porque es inmoral− el andar vendiendo pajaritos preñados volando en retroceso. Me dirán que la ética no está de moda, que hay que ser prácticos y no esperar excelencia cuando la masa solo da para “peoresnada”. Eso es pensamiento de holgazanes mentales e idiotas éticos. Yo cambio guateque rastacuero en un tepuy por un vaso de chicha en la plaza Bolívar de El Hatillo, y salgo ganando.
Hay ya en proceso un relevo generacional. Pero esos jóvenes necesitan entender que quien no se ha enamorado de la historia no puede enamorar al futuro. En veintitantos años que ya acumulamos de este proceso de destrucción masiva en Venezuela (toda una generación), muchos errores se han cometido. Pero no es lo mismo un error que un horror. No lo es ni ética ni moralmente.
Elías no tiene miopía ética. Eso es importante. No sufre de presbicia emocional ni de hipermetropía intelectual y es claro que logra leer los mensajes entrelíneas. No se ha dejado infectar por el virus de la ira. Eso es bueno y necesario, equitativo y saludable, es nuestro deber y no sé si nuestra única salvación. Pero una cosa sí sé: esa Venezuela que tiene que renacer de las cenizas solo será posible si nos miramos a los ojos, dejamos de decirnos mentiras y comenzamos a cantarnos verdades. Y si entendemos de una vez por todas que es muy difícil darle la mano a alguien que tiene el puño cerrado. Hay que arrimar el alma. Mirar al cielo y pedir que ojalá llueva república. No por nosotros. Por los grandes inocentes, los niños que nacieron y están por nacer, que no son culpables de nada. Esos niños que arrullamos con el himno nacional necesitan que esta sea la nación a la que puedan, con despliegue de orgullosa sonrisa, llamar «mi país».
En la foto que acompaña esta entrevista está Elías con Daniela, su esposa, y la preciosa Emiliana. Cuando un político entiende el supremo valor del concepto de familia, pues siempre tendrá una concepción mucho más acertada de la noción de país.
La historia hay que escribirla con tinta de sudor, no con tinta de obituarios.
soledadmorillobelloso@gmail.com
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