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Monseñor Mario Moronta: Con totalitarismo y militarismo no existe paz
El religioso considera que la única vía para salir de la crisis es un cambio en la dirección del país

 

La verdadera crisis en Venezuela es de tipo moral y humano. Así lo refirió en entrevista con La Prensa de Lara monseñor Mario Moronta, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), al señalar que el país está sumergido en una emergencia humanitaria a la que el oficialismo y la oposición no han sabido dar respuestas. El también Obispo de San Cristóbal considera que la única vía para ver mejoras es con un cambio en la dirección del país, pues asegura que con totalitarismo y militarismo no hay camino hacia la paz.

La Iglesia se ha manifestado por un cambio en el país, ¿Cómo puede darse con un gobierno que tiene control de las instituciones y una oposición que está fragmentada?

Los mensajes de la Iglesia han sido claros en este sentido: no se puede dar un cambio con este sistema de gobierno. Es necesario un reconocimiento de que se necesita un cambio en la dirección del país. Con totalitarismo y militarismo no se puede construir la paz ciudadana. Es necesario que se dé el cambio en el sistema de gobierno y este termine de escuchar el clamor de la gente.

¿Cree que el gobierno de Maduro sigue escondiendo la crisis al otorgar bonos como el petroaguinaldo?

No hay peor ciego que quien no quiere ver. Decir que no hay crisis es querer tapar el sol con un dedo. No es con dádivas como se va a salir de la crisis ni se va a fortalecer la dignidad del ser humano tan golpeada. Considero que los bonos y las dádivas son para tranquilizar a la gente; pero en el fondo no alcanza para nada.

¿Se aprovecha el chavismo del caos generalizado en Venezuela?

Toda la dirigencia del país se aprovecha de lo que está pasando. Son pocos los que de verdad piensan en la gente y en su dignidad.

¿Ante la emergencia humanitaria cree que la oposición ha estado a la altura de la situación?

La oposición ha hecho su trabajo. Pero no termina de mostrar dos cosas importantes: la unidad interna (y no la búsqueda de puros intereses y conveniencias) y su cercanía a la gente. Hay un serio divorcio de la oposición con el pueblo. A este no hay que buscarlo sólo para las marchas y para las elecciones.

Sigue leyendo esta entrevista de Ágatha Reyes en La Prensa (Lara)

Víctor Maldonado C. Sep 02, 2019 | Actualizado hace 2 semanas
El socialismo que acecha

@vjmc

Debemos a Kant una sentencia terrible: “Con madera tan torcida como de la que está hecho el hombre no se puede construir nada completamente recto”. La historia del hombre es, por lo tanto, la secuencia de caídas y esfuerzos monumentales para volverse a levantar. Nadie quiere decir con esto que no se reconozcan los aportes maravillosos del progreso tecnológico y las inmensas oportunidades que se han hecho disponibles gracias al capitalismo, o si se quiere, la economía de mercado. Entre otras, la idea de libertad y el derecho de propiedad, la exigencia del poder hacer y también el reclamo de que nos dejen hacer con lo que seamos capaces de producir; en boca de Norberto Bobbio, libertad de obrar y libertad de querer. O como lo plantearía Ayn Rand, el compromiso ético de no ser el siervo de nadie ni de exigir la servidumbre de nadie. Cada ser humano con el potencial para ser su propio protagonista y de escribir su propio guion.

Pero en las cercanías siempre ha estado la tentación. La envidia por las realizaciones de los otros, la reelaboración ideológica de la riqueza como un robo, la insólita idea de que los ricos producen pobres, y el uso mediocre de las estadísticas y los promedios para determinar la desigualdad, como si alguna vez en nuestra historia fuimos más iguales que ahora. Con esto perdemos de vista que solo el hombre es capaz de inventar, innovar, crear, producir y pensar que siempre lo puede hacer mejor, siempre y cuando eso que haga, el esfuerzo que invierta le suponga alguna utilidad o ganancia.

Cuando la envidia consiguió juglares e ideólogos, rápidamente se propuso que no debía tolerarse, que era inmoral enriquecerse mientras otros no lo lograban.

Se inventó la justicia social, mecanismo redistribuidor que pasó a ser una imposición política, y se dejó de lado la ética de la solidaridad, la caridad y la filantropía. Con el socialismo el buen samaritano pasó a ser un impuesto, se olvidó que el hombre progresa desde la construcción creciente y voluntaria de la virtud, la religión dejó de tener sentido orientador y el Estado se propuso como el gran gendarme.

Hobbes lo planteó como una exigencia de vida o muerte. Peor es no tenerlo, porque el hombre, víctima de sus pasiones y ganas, entraba en guerra y provocaba la extinción de cualquier cosa parecida a la humanidad. De nuevo el fuste torcido, la generalización del mal, la confusión entre libertad y libertinaje, el uso de la fuerza y la ausencia de orden social. Y es que libertad y propiedad corresponden a un orden social donde se respeta la vida, se aprecian los resultados de los otros, se respeta lo ajeno y se tiene un gobierno limitado a eso, a garantizar que nadie prevalido por la fuerza usada ilegítimamente viniera a romper los equilibrios naturales.

Adam Smith fue en eso preclaro. A pesar de su optimismo, propio de la escuela de filosofía moral escocesa, también advertía en el ser humano esa tendencia a hacer daño, que por lo tanto había que regularlo; de eso se encargaba la sociedad que definía lo aceptable de lo inaceptable, y también la policía, que administraba la justicia como expresión de los sentimientos de venganza de los ciudadanos. ¿A quién se le ocurrió esa espantosa escalada de totalitarismo, capitalismo de Estado y tutoría tiránica de los seres humanos?

Llamemos al gran culpable como lo hizo Isaiah Berlin: “el pensamiento progresista” que surgió con el racionalismo del siglo XVII, siguió su fatal argumentación con el empirismo del siglo XVIII, se consolidó en el resentimiento con el marxismo del siglo XIX y, por supuesto, tomó el Estado y la política mediante el leninismo del siglo XX. Todos ellos, provistos de una inmensa prepotencia intelectual, estaban dispuestos a reorganizar racionalmente la sociedad, superar cualquier tipo de confusión o prejuicio, y llevar a la humanidad a una nueva época de luz, donde “el hombre nuevo” no padecería ningún tipo de necesidad porque ellos habían descubierto la forma de satisfacerlas. Y lo iban a hacer a la fuerza y mediante la revolución si eran necesarias.

Conócete a ti mismo

Conócete a ti mismo

Isaiah Berlin nos relata que eso era lo que soñaba el ilustrado Condorcet en su celda de la cárcel en 1794. Decía emocionado que por la vía de la razón iban a ser capaces de “crear el mundo libre, feliz, justo y armonioso que todos deseaban”. ¿Quiénes lo iban a crear y administrar? Obviamente ellos, los progresistas. ¿Cómo lo iban a lograr? Mediante la imposición autoritaria del socialismo que, de suyo implicaba tres cosas: planificación central de la economía, creciente capitalismo de Estado, y restricciones progresivas de los derechos de propiedad. Con su natural corolario, la violencia de Estado, porque por lo general a la gente no le gusta que la nariceen y mucho menos que le expolien sus activos. Pero ¿qué es eso  en términos de costos si a cambio pasas a un nuevo estadio de humanidad donde todos viven felices, liberados de cualquier mezquindad?

Ya sabemos que todo socialismo real se descompone rápidamente en colapso, represión, violencia y ruina social.

Lo que prometen es imposible de lograr porque el hombre es como es, no hay nada semejante al “hombre nuevo”; y lo que produce es una escoria que es capaz de cualquier cosa: matar, corromperse o asociarse con cualquier otra expresión del mal para lograr aferrarse cada vez más precariamente al poder.

A estas alturas cualquier ciudadano medianamente informado debería sospechar de todos aquellos que vienen con intentos de seducción política mediante un plan. Llámese como quiera, “plan de desarrollo económico y social del socialismo” o el “plan país”, que también es socialista. Es la misma pretensión progresista de encargarse de las vidas y suerte de los ciudadanos desde el ejercicio tiránico del poder. Todos llegan diciendo más o menos lo mismo, que son ellos los que saben, que deberíamos agradecer tanto talento prestado al servicio público, que en las carpetas que tienen en los maletines están los cálculos, y que ellos, esa clase esclarecida, tienen el inventario de todos los problemas y también todas las soluciones. Recuerdo ahora la famosa canción de Rubén Blades para comentar que incluso tienen “lentes oscuros pa’ que no sepan qué está mirando, y un diente de oro que cuando ríe se ve brillando”. Toda una canallada. Porque luego resulta que no pueden con tanta matriz de insumo-producto, ni quieren, ni tienen el tiempo necesario, ni es real tanto talento. Pura soberbia estructural, y parafraseando a Berlin, una insaciable ansia de poder.

Porque como lo plantea Hayek, la sociedad libre, que existe cuando los individuos tienen libertad y derechos, se organiza de manera espontánea, mediante las decisiones particulares y empresariales que adoptan los individuos sobre parcelas específicas que les preocupan, y que dominan. Los iluminados racionalistas vienen a decir que esas decisiones, que se dan por millones cada minuto, son más imperfectas que su especial talento para recomponer el mundo. Mises dirá al respecto que los que pretenden tamaña hazaña no hacen otra cosa que tantear en la oscuridad, y yo complementaría diciendo que no hacen otra cosa que sumirnos a todos en la oscuridad y el oscurantismo.

Volvamos al pecado socialista por excelencia cual es la acumulación obsesiva del poder entendido como control crecientemente totalitario. Su fracaso es tan ominoso que no toleran el éxito privado, por pequeño que resulte. De allí las expropiaciones con el mezquino sentido de la destrucción. Millones de hectáreas que se dejan en barbecho, monopolios manufactureros completos que terminan siendo inservibles, bienes inmuebles que se expolian para transformarlos en monumentos a la desidia. Y la corrupción que deja la traza de obras inconclusas que se deben sumar al colapso de las que heredaron como infraestructura de servicios públicos. Mientras transcurre tanto destruccionismo por diseño, la libertad sufre, aplastada, acechada, comprometida por el hambre, la soledad, la enfermedad incurable, la ausencia de medicinas, el aislamiento porque ya no hay cobertura de telefonía, la ausencia de un servicio de energía eléctrica confiable, la falta de agua, o lo que quieran imaginar, porque el colapso se sufre a la medida de las necesidades insatisfechas de cada uno.

El socialismo es ese acto de soberbia y prepotencia que termina en crimen de lesa humanidad. Pero también es esas ansias enfermizas de poder que los transforma en tiranías totalitarias que cercenan la libertad y censuran cualquier resquicio de verdad. El fracaso los conduce a la mentira, la mentira los empuja al crimen, y a todos ellos los convierte en secuestradores de cualquier posibilidad de cambio político que pueda ser pactado. El socialismo nunca se va por las buenas.

Frente al socialismo hay solamente dos opciones: colaboración o ruptura. El problema reside en cuanta cultura socialista hay en la dirigencia política. Cuántos de ellos creen que los que pueden intentar el gran salto hacia la sociedad feliz y planificada son ellos. Cuántos asumen la justicia social, cuántos desprecian el mercado, cuántos no conciben el orden extenso como verdadera posibilidad, y cuántos se ven como usufructuarios del poder entendido como capacidad de disponer sobre la vida y bienes de los demás. La ruptura es mercado, libertad, gobierno limitado, pequeño pero eficaz, y un liderazgo de servicio público, poco estruendoso, incluso poco interesante.

Por eso el verdadero peligro es que la alianza que sostiene al gobierno interino del presidente Guaidó es socialista, estatista, populista y clientelar.

El discurso de todos ellos, sean de AD, PJ, UNT, o VP es el mismo: tomar por asalto el poder para administrar el Estado patrimonialista venezolano. Invertir los escasos recursos en tener empresas públicas, mantener la ficción de una empresa petrolera del Estado, y reservarse los recursos del país y sus fuentes de riqueza para que sean “administrados” por esa legión de burócratas sin experiencia alguna que se pasean por el país con programas sectoriales bajo el brazo. Ese plan país, he dicho muchas veces, no es el plan del país, pero ellos insisten en imponerlo porque es el consenso de unos centenares de técnicos y cuenta con el aval de las universidades. Se han convertido en expertos de las puestas en escena y de los hechos cumplidos.

Porque los consensos del país parecen ser otros. No quieren un Estado que los aplaste. No están dispuestos a pagar la reposición del saqueo de empresas públicas. No quieren seguir intentando lidiar con una moneda que es manoseada por el populismo y malversada por la demagogia. Están hartos de un Estado dadivoso en la miseria, extorsionador a través de sus programas sociales, asqueroso en el uso de la historia, prepotente en la injerencia de su Estado docente, y represor brutal de la libertad de hacer y de poder que comentamos al principio. Quieren libertad, seguridad ciudadana y posibilidades. ¿Van a seguir ofreciendo lo mismo? ¿Van a cambiar las cajas CLAP por las que tienen impresa la cara de Leopoldo? ¿Van a seguir trajinando con las necesidades de la gente sin darles una mínima oportunidad de ser libres? ¿Van a seguir con el festín de la corrupción?

Porque el Estado patrimonialista no solamente es delincuente sino corrupto. Y el dinero sucio tiene agenda política, se ceba en el compadrazgo, cultiva las relaciones clientelares, financia políticos y partidos políticos y luego exige favores. Seguir dentro de los márgenes del socialismo garantiza que la corrupción sea la gran ganadora. Y el cinismo, ese que exhiben políticos de vieja y nueva data, que no tienen como explicar su tren de vida, pero retan a que les descubran el cómo. La corrupción y los ilícitos, como hemos visto, tiene sus canales (sus cloacas), sus capilaridades siniestras y clandestinas, y al final, dejan pocas pruebas diferentes a una gran suspicacia, y preguntas sin respuesta: ¿cómo vives así?, ¿cómo vives donde vives? ¿si no recibes sueldo alguno, si tu partido no recauda entre sus militantes. ¿Si no hay transparencia en la rendición de cuentas? Porque ahora resulta que, apostando a la memoria corta del venezolano, todos son ricos de cuna, si no ellos, sus suegros, todos tienen “empresas” o negocios. Todo eso es obviamente una pantalla argumental que no termina de explicar nada.  El “contratismo” podría explicar muchas de esas vidas inexplicablemente infatuadas. Eso también es socialismo esencial. 

Al final uno no termina de saber si tanto izquierdismo vernáculo, dicho con tanta displicencia, solo demuestra la fatal ignorancia de nuestra clase política, así como la innegable responsabilidad de nuestras instituciones generadoras de cultura y educación en el esfuerzo perverso de replicar el pensamiento socialista, incluso en aquellos que estudiaron en las mejores universidades privadas. Me temo que es también el producto de falta de carácter, o de talante, como lo planteaba José Luis López Aranguren. Porque a estas alturas algo es innegable: el socialismo promete, pero no cumple. Es una mula ideológica, estéril, primitivo y devastador. Decir que se es de izquierda es apostar a montarse en esa mula, o terminar siendo una muy especial versión del minotauro mitológico, mitad mula, mitad progresista.

Quedemos al menos advertidos sobre lo que podría venir: la ratificación del fracaso que ya vivimos. El socialismo degradado que hemos descrito acecha y pretende desde ya que no hablemos mal de sus nuevas posibilidades. Porque ya empezaron, si no fuera así, ¿cómo podemos explicar la campaña que exige que no se hable mal de Guaidó? ¿Cómo podemos explicar que no quieren debate real sobre el plan que ellos llaman plan país, sino que lo presentan como un hecho cumplido, aduciendo que están preparados porque tienen un plan? Precisamente, porque tienen ese plan no están preparados. En todo caso, los consensos básicos son otros, empeñados en la liberación y la exigencia de libertad (incluida la de expresión), así como también los venezolanos estamos en camino de construir nuevos tabúes políticos. El socialismo es uno de ellos.

Receso parlamentario, verdad y lucha se imponen, por Armando Martini Pietri

EN TIEMPOS ARBITRARIOS, la verdad se rodea de confusión. En el totalitarismo es absoluta y la determina el poder dominante, que la distribuye como panfleto politiquero. Las dudas sobran, es peligrosa para el pensamiento que se pretende imponer. Nadie critica ni debe hacerlo. Es pecado mortal.

Son pocas las veces que piensan en la nación. Sin embargo, con criterio de estado en emergencia, unidos por las amenazas socialistas, castristas y comunistas; conscientes de lo riesgoso que es el fondo del pozo en el cual ya no hay salida sino hacia arriba. Los diputados a la Asamblea Nacional, decidieron continuar trabajando en sus responsabilidades parlamentarias. Hicieron lo correcto y juicioso, porque el oficialismo los está rebanado como embutido. No obstante, actitudes estultas e irresponsables, ególatras y egoístas, perjudican el proceso para deponer la dictadura. El ciudadano debe estar pendiente de los que se ausenten, para reclamarles y no elegirlos jamás, por majaderos y sinvergüenzas.  

Produce satisfacción ciudadana comprobar que representantes, atendiendo la solicitud de la Fracción 16J, demostraron conciencia del enorme reto que les plantea un régimen destructor, un país arruinado, devastado, manteniéndose al pie del cañón. Es necesario insistirles, la nación también se protege sin asuetos. La angustia, incertidumbre, el hambre, la economía que, en vez de llenar vacía bolsillos, no da cuartel ni descanso, no tiene paz con la miseria, no hay vacaciones para un pueblo humillado, engañado, defraudado.

Financistas bolichicos ambidiestros, cohabitantes cómplices, socios, afiliados electoreros, testaferros y lobistas, andan cual gallina clueca, corriendo desesperadas de lado y lado, chifladas, despistadas, llorosas; la fiesta se les aguó, perdieron los reales de boletos aéreos, resorts caribeños, hoteles, bebidas y demás placeres planificados. 

Así como enorgullece observar a un parlamento laborando sin descanso, ofendería gravemente la ausencia voluntaria. Hay suplentes, es cierto, pero votos y confianza de los electores es de cada diputado, especialmente en tiempo cuando el régimen, busca debilitarlos forzando ilegítimamente la falta de quórum inhabilitando, persiguiendo y obligando la huida.

Siguen siendo representantes, aunque hayan tenido que asilarse o buscar refugio, son para sus curules los suplentes que actuarán como ellos. Pero los diputados que calladamente decidan tomarse recreos, no merecen ni suplentes ni confianza. Habrá que someterlos al escarnio público no para que sean agredidos física o verbal, sino para recordarles son repudiados, y no serán elegidos en la próxima ni siguientes contiendas electorales. 

Parlamentarios dando la cara, ocupando curules, exponiendo ideas y observaciones, haciendo sentir a los ciudadanos que el país libre por el cual luchamos, el rescate político, ético, económico y social que exigimos, el país que se ponga de pie para reconstruir su dignidad y futuro, está allí, en la Asamblea Nacional, legitima, reconocida por el mundo libre y democrático, activa, confiable. Digna y decorosa al oponerse a unas elecciones en Venezuela mientras el usurpador usurpe. 

El régimen aulló para disimular su derrota, no acepta un diálogo inútil para el país, pero útil y oportuno para el castrismo, que no sabe qué hacer. Ha perdido la nación que engañó, destruyó, no tiene a dónde ir. Pesadilla aterradora. El malandraje político, la politiquería ladrona, cómplices cooperantes, enchufados, bolichicos; es decir, socios, se preparan para continuar robándose el tesoro público, dinero del pueblo, anunciando diálogo acordado en negociaciones indignas, oscuras, turbias.

Venezuela, sus ciudadanos, no aceptarán al castrismo-madurismo y están dispuestos a dar batalla. La fuerza institucional, internacional, ciudadana, la ruta del coraje debe librarse, no existe alternativa. La unión nacional, la verdadera, no la del chantaje, o imposición obligada; desafiará al régimen, nos liberemos de la ignominia abusiva, opresora, que si no al inicio, casi de inmediato, derivo en un proyecto dictatorial. El fracaso del llamado socialismo del siglo XXI, era previsible y ocurrió.  

La verdad, el coraje, la honestidad son valores liberadores de una sociedad seria y responsable. La decencia y decoro no premia prácticas fraudulentas, negocios mal habidos, corrupción, narcotráfico, lavado de dinero. Falso que la oportunidad debe aprovecharse a costa de cualquier sacrificio. El ingenio y agilidad, no consiste en robar. Agudeza e inspiración no es delinquir. Hay que combatir la corrupción del Estado. Hagamos de los principios éticos y morales, buenas costumbres ciudadanas una práctica, un hábito, una razón de vida. 

@ArmandoMartini

 

Víctor Maldonado C. Jun 25, 2019 | Actualizado hace 2 semanas
2021 el año de la distopía
 
 
 
A David Moran, el amigo
 
A VECES NUESTRA ORACIÓN NO ALCANZA los oídos de Dios. Los venezolanos estamos inmersos en la terrible circunstancia de no poder alcanzar la salida a una trampa laberíntica, llena de falsas salidas y consignas fraudulentas. La gente tiene razón en sus dudas, porque lleva veinte años de lucha inútil, en los cuales se ha intentado casi todo, y sin embargo, todavía nos resulta imposible desasirnos de esta pesadilla, de este castigo similar al absurdo de hacer sin sentido alguno, tal y como Mercurio decidió castigar a Sísifo, amante de la vida por la vida misma, a quien condenó a llevar una piedra hasta la cima, simplemente para verla caer hasta la llanura. Y esto, una y otra vez.
 
Los totalitarismos son sistemas institucionalizados de represión. No tiene rostro aprehensible, tiene vocación de omnisciente omnipresencia, supuestamente capaz de estar en todos lados, de saberlo todo, de construir un gran expediente de cada uno, que le permite golpear allí donde duele más. Para ellos su ocupación primordial consiste en practicar el juego del gato con el ratón. Sus garras encajan allí donde se asoma la disidencia. Se trata de reducirlo todo a una incidencia estadística con el fin de reducir al individuo a una categoría superflua, inhabilitado para construir e imaginar proyectos de vida. Los totalitarismos niegan el derecho elemental de soñar, tratando de que nuestra vivencia sea un fatal e indoblegable insomnio.
 
A diferencia de la tiranía, que se personaliza en el tirano, o de las dictaduras convencionales, con su junta de comandantes y el estamento militar como titular del poder ejercido, el totalitarismo es un intento de copar toda la trama, ser a la vez protagonista, antagonista, y todos los personajes secundarios. No acepta desvío alguno de una narrativa predeterminada. Tampoco tolera improvisaciones en el libreto. Todo, absolutamente esta pautado, incluso esos brotes de rebeldía que al final se disuelven entre la frustración y el desasosiego. Y también las esporádicas huidas.
 
Hannah Arendt, la creadora del término, señaló preocupada que en las fauces del totalitarismo la política deja de tener su sentido original como “búsqueda afanosa de la libertad del hombre”. Todo lo contrario, en este tipo de regímenes la política se convierte en su antítesis, porque el poder se practica para tratar de esquilmar a los ciudadanos toda posibilidad de actuar como gestores del propio progreso, pero todavía peor, evita por todos los medios que el ser humano pueda compartir una visión del mundo, dinamita los consensos y nos coloca a todos en la infeliz circunstancia de intentar la mera supervivencia, donde el otro se vuelve fatalmente irrelevante.
 
El totalitarismo nos somete a la agonía política, al jadeo constante, a la inaccesibilidad del otro, reducidos a lo mismo, la mirada nublada por una oscuridad que se cierne sobre el todo, que pesa y abruma. Se pierde interés por la vida con propósito, que parece un esfuerzo imposible. Se pierde interés en el otro, no hay fuerza suficiente. Nos incapacita para luchar contra la imposición de un paisaje de hambre, enfermedad, violencia, cárcel y muerte. Lo vemos y nos parece normal. Nos castra la indignación y nos transforma en impertérritos espectadores de nuestro propio exterminio. Por eso es obvia la respuesta al por qué muchos se reducen a la servidumbre mas abyecta sin poder resolver a favor el conflicto. Sin dar la pelea.
 
La gente tiene derecho a sentir esta frustración generalizada. Está permanentemente bombardeada por los sinsentidos y las paradojas que tienen como propósito el horadar el sentido de realidad de la mayoría, que no logra entender la escasez de relaciones causales cuando se trata de buscar fórmulas para intentar la liberación. No entienden por qué nunca se logra salir del laberinto, y cuales son las razones que les tocó en suerte el ser parte de esta devastación. Los totalitarismos transforman a los países en campos de concentración donde la única conducta valiosa es la huida, o el encaramiento de los costos crecientes del colapso.
 
Vivimos la verdadera antipolítica, engendro natural de la violencia, que a su vez provoca tantos desencuentros. Porque ellos se encargan de descuartizar la disposición a la convivencia entre los que son diversos. Porque ellos son los verdaderos inventores del unanimismo impracticable, una versión especular del mismo totalitarismo excluyente que se paga y se da el vuelto, perfectamente pautado para que nada extraordinario ocurra, y siempre el régimen termine siendo el que rige, mientras que los que gravitan a su alrededor deban conformarse con el rol de oposición apaciguada. La antipolítica se mueve dentro de los confines del mal. Benedicto XVI afirma que “la violencia siempre tiene en sí algo de bestial y sólo la intervención salvífica de Dios puede restituir al hombre su humanidad”. Pero hay que pedir su ayuda. ¡No podemos solos!
 
Para que el régimen no termine engullido por el final de la historia, se provee a sí mismo de una narrativa novelesca donde las cosas ni son ni ocurren como parecen. Pero allí están, con la provisión de estímulos intermitentes, para que sigamos jugando una partida trucada por anticipado. Ellos solo quieren un buen espectáculo. Solo los muy esclarecidos aprecian la trampa y renuncian a seguir jugando.
 
Por eso, por su dimensión sistémica y su vocación de control total, no tiene ningún sentido creer que sea posible una negociación para su desalojo ni un esquema de convivencia entre propuestas tan antitéticas. Una significa la total anulación de la otra, tal y como ocurre entre la libertad y la servidumbre. Tampoco se puede esperar que una forma arbitraria de regir tenga la disposición de cumplir sus compromisos. Y finalmente, es imposible que coexistan la lógica del saqueo y la devastación con una que propenda a la reconstrucción productiva y del sistema de mercado. Dicho de manera más clara. Una rotación del presidente del ejecutivo, dejando indemne el resto del sistema, no perturba el carácter totalitario de lo que vivimos. No tenerlo claro nos hace perdedores perpetuos. Ya llevamos veinte años.
 
Entonces, ¿Cómo nosotros logramos combatir la desolación generalizada? Si al régimen le conviene la desolación, a nosotros nos debería convenir la moralización del país. Solamente un país devastado en su autoestima se conforma con la escasez de resultados genuinos y la falta de impacto político para lograr su liberación. Tener la moral en alto significa mantener el sentido de realidad para hacer lo que se deba hacer con el fin de destruir un sistema perverso y sustituirlo por otro que garantice derechos y libertades.
 
Necesitamos tener una versión de lo que significa liberar al país. Que no es solamente cambiar al presidente sino derrotar un sistema de opresión y servidumbre que se ha instaurado desde el poder arbitrario y que niega garantías, derechos, seguridad y justicia. Liberar al país significa entonces instaurar una república civil que resguarde al ciudadano y le permita vivir y progresar en libertad, sin miedo a la violencia, y sin temor al regreso del totalitarismo.
 
Necesitamos un discurso de ruptura. No podemos seguir cohonestando un juego perverso que nos condena a la servidumbre mientras vemos cómo saquean al país y lo convierten en tierra agreste y violenta. No podemos seguir participando en una relación arbitraria que nos quiere reducir a ser las fichas desechables de un actor que presume de ser todopoderoso. No podemos seguir sosteniendo, ni siquiera con nuestra indiferencia, un orden social y político que nos condena al exterminio. No podemos jugar a ser los sumisos miembros de un campo de concentración, pero tampoco aspirar a seguir siendo los que colaboran con el régimen que nos tiene en condición de reclusos.
 
Necesitamos comunicar mejor que si es posible la liberación del país. Y que por lo tanto es irrelevante pensar en una imposible connivencia con un régimen que no puede sobrevivir con injertos de democracia. Los sistemas totalitarios se especializan en comunicar sus mentiras. Son expertos en propaganda, y en comprar voceros formalmente independientes que amplifican y le dan credibilidad a lo que ellos quieren “informar”.
 
Necesitamos mantener el foco en la realidad. Un país que ha visto arruinar sus empresas públicas, que vive las consecuencias del saqueo más brutal y que ha sido sometido a la devastación de su economía no puede creer en la eficacia de un régimen tan incapaz. Ellos viven la crisis de los rendimientos decrecientes. Ellos han quebrado su sistema simbólico. Nosotros no podemos mantenerlo vigente, ni con el beneficio de la duda, ni con esa práctica de la evasión que se niega a tratar el presente tal y como es.
 
Necesitamos articular medios y fines. El cómo es importante. Implica calibrar las fuerzas y pedir ayuda de ser necesario. Lo hemos dicho anteriormente, pero vale la pena repetirlo. Si encaramos un régimen totalitario, solos nunca vamos a poder, por nuestra condición de víctimas civiles, que no pueden enfrentar con éxito un régimen armado y sin pudor a la hora de usar la fuerza pura y dura. Necesitamos pedir ayuda hasta que consigamos los mejores medios para nuestro rescate. Y concentrarnos en ese curso estratégico sin caer en la tentación de volver a desempeñar el rol de actores de reparto en el guión totalitario.
 
Necesitamos transformar el enfado y el desinterés fatalista en capacidad para actuar a favor de la liberación del país. Implica arrebatar al régimen totalitario el resentimiento y el odio funcional y volverlo contra ellos. Eso solo es posible mediante contraste radical, sin concesiones, sin la impostura de la falsa compasión política. Mientras la gente considere que no hay cambio real entre las alternativas disponibles, no será posible el cese de la usurpación. Hay que habilitar los significantes de integridad versus corrupción, libertad versus represión, mercado versus estatismo, propiedad versus colectivismo, estado de derecho versus arbitrariedad, soberanía del ciudadano versus autoritarismo del funcionario, sobriedad republicana versus prepotencia caudillista, visión de libre desarrollo versus servidumbre totalitaria. Hay que vivir y difundir el contraste. No se puede vivir como corrupto y proponer honestidad.
 
Necesitamos desmontar el engranaje totalitario que acumula poder sin otro fin que concentrar todo el poder. Ese esfuerzo está íntimamente relacionado con la trampa, el ventajismo, la corrupción y el saqueo. No se puede negociar la liberación del pais teniendo como socios a los que han condenado al pais a un proceso tan brutal de devastación. La política alternativa debe comprometerse a un proceso radical de multiplicación de los poderes a través de esquemas de delegación, descentralización y ampliación de los procesos genuinos y autónomos de participación, para garantizar diversidad, pluralidad y respeto. Este es el objetivo de la libertad.
 
Si el régimen sobrevive aún es porque su narrativa y sus procesos de comunicación y retroalimentación están intactos. Y lo están porque la oposición es funcional, piensa de la misma manera y tiene los mismos fines. Esa relación simbiótica no está concebida para liberar al país sino para sobrevivir, independientemente de las condiciones ecológicas. De mantenerse, el 2021 será nuestro 1984, porque tal y como lo decía Orwell, los que desean libertad “hasta que no tengan conciencia de su fuerza, no se rebelarán, y hasta después de haberse revelado, no serán conscientes. Ese es el problema”.
 
No olvidemos que por todas estas razones, la liberación del pueblo venezolano es una cruzada espiritual. Hemos sufrido los embates del mal. Necesitamos restaurar el bien. A veces nuestra oración no parece ser escuchada. Por eso la desolación de sentirnos abandonados. Ojalá podamos decir con Benedicto XVI que, llegado el momento “ell Señor acudió en nuestra ayuda, salvó al pobre y le mostró su rostro de misericordia. Muerte y vida se entrecruzaron en un misterio inseparable, y la vida ha triunfado, el Dios de la salvación se mostró Señor invencible, que todos los confines de la tierra celebrarán y ante el cual se postrarán todas las familias de los pueblos. Es la victoria de la fe, que puede transformar la muerte en don de la vida, el abismo del dolor en fuente de esperanza”. Que así sea.
 
 
 
“Nosotros mismos éramos los bárbaros”

En su apartamento alquilado en algún barrio de Madrid, la filóloga Laura Cracco (Barquisimeto, 1960) piensa todos los días en su país, en sus demonios, en la frivolidad de su gente. Ha estado inmersa en una depresión, o en varias; ha escrito y sigue haciéndolo desde el desasosiego, preguntándose una y otra vez por qué Dios parece estar ausente de algunos lugares. Sus dos últimos libros son un grito de angustia y una denuncia del totalitarismo a la criolla

 

@sdelanuez

www.hableconmigo.com

 

Todas las mañanas se sienta y escribe, se levanta y fuma. Pasó una terrible temporada en Barquisimeto: con el descubrimiento del sida en carne propia y la constatación del totalitarismo metiéndosele por los resquicios de lo cotidiano le llegó su peor hora. Y escribió, escribió como una demente para sacarlo todo afuera. No lo ha terminado de hacer. Cuesta sacar las Áfricas, la externa y la que lleva por dentro. Ambas son la metáfora de la vulnerabilidad, del desamparo. Tiene dos libros bajo el brazo, recientes: uno titulado, precisamente, África íntima (Ediciones Kalathos, 2017) y otro, El ojo del mandril (Universidad de Los Andes, 2014), que busca reeditar en España.

Y sigue escribiendo, cada día, como si en ello le fuera la vida. La vivencia de lo totalitario no puede sacudírsela fácilmente; no logra vaciarla completa sobre el papel. Ella es parte de la diáspora que escribe desde España con Venezuela atragantada en el pecho.

Laura Cracco es poeta, sus libros anteriores a estos dos son casi todos de poesía. Es de una fina sensibilidad, alerta, observadora. Escritora de fecundo talento, ha sido catedrática de la Universidad de Los Andes —departamento de Filología Clásica, Escuela de Letras— tras formarse como filóloga en esa misma universidad. Después completó estudios en Grecia, donde vivió varios años.

África íntima es una novela en forma de diario escrita entre 2010 y 2012. Es su texto más doloroso. Cuando lo terminó, cuenta, le quedó un gran vacío, y por eso, de inmediato, acometió El ojo del mandril, un conjunto de relatos de una cotidiana tragedia. África íntima guarda un símil con la idea del descampado, lo que ella llama “el silencio de Dios”. El personaje principal, que en buena medida es la autora, descubre su enfermedad (ella lo dice en plural, sus enfermedades) y, al mismo tiempo, experimenta la vivencia de lo totalitario: la vulneración de la intimidad, esa pérdida paulatina e incesante del terreno que solo debería pertenecer al individuo y a su libre albedrío.

—Y algo todavía más terrible —agrega—, cuando sientes que tu destino ya no te pertenece, que forma parte de una condena común.

¿Por qué? Por la incertidumbre que la acogotaba ya en 2011 viviendo en Barquisimeto (¿conseguiré la medicina para mi padecimiento la próxima vez?), o por las calles ya no eran para pasear sino para transitar lo más deprisa posible, o por todo lo demás. Dice:

—La revelación de ser seropositiva en Venezuela en ese momento, bajo el chavismo, bajo la experiencia del régimen totalitario, todo eso para mí es África: el África externa y el África interior, pues ambas implican desamparo. De alguna manera, el libro fue una manera de sobrevivir a ese horror.  

—¿Por qué ese sentimiento? ¿Sientes que, a través de la escritura, pones orden interno en ti misma, o se trataba de descargarte de algo?

—Creo que era la necesidad de dar forma a algo que es absolutamente informe y amenazante, la crueldad diaria.

—¿Lo llamarías fascismo?

—Absolutamente. No se trataba de poner orden sino, de alguna manera, arañar algún sentido a lo que sucede, entender esa brutalidad. ¿Qué nos pasó a los venezolanos? ¿Por qué nuestra frivolidad nos condujo a elegir un dictador, y además, uno sangriento? Las consecuencias del chavismo son monstruosas.

El amor de Cracco por los clásicos griegos y su mitología está presente en sus textos. Pero no son referencia meramente literaria. Los griegos advirtieron de los peligros de la demagogia hace muchos siglos. Polifemo, el ciclope de un solo ojo, funciona como metonimia del poder totalitario y el individuo ante ese poder es nadie. Ulises utilizó este ardid, autodenominarse Nadie, para escapar del cíclope que lo amenazaba. En esa entidad está concentrado el horror, la amenaza. Cuando eres Otro, eres enemigo del poder totalitario.

 

EL BÁRBARO EN EL ESPEJO

Laura Cracco espera que un proceso de anagnórisis esté en desarrollo desde ya en el alma del pueblo venezolano. Anagnórisis es la facultad de reconocer al prójimo, al contrario: admitir que tiene sus razones y que hay unas causas para que ese Otro sea nuestra contradicción.

—Nosotros no somos víctimas del chavismo, somos parte —dice—. Esa frivolidad nuestra, que implicó no valorar la democracia es la causa de que Chávez haya llegado al poder. Hay que hacer ese reconocimiento y dejar toda esa fábula de los sesenta y los setenta como paraíso. Hubo grandes injusticias sociales que no reconocíamos. Por supuesto, no se compraran con las injusticias actuales, pero había allí un germen  que tomó cuerpo en el chavismo.

—Pareces estar, por lo que me contaste que escribes ahora, en una búsqueda del ser venezolano.

—Exacto. Se ha dicho que a Venezuela no llegó precisamente lo mejor de España: el hecho de que fuera una capitanía de puerto, es decir, un sitio para la extracción … Creo que la psiquis del venezolano es la del minero. El garimpeiro. Resulta estremecedor. Estando todavía en Grecia, en unas vacaciones en Venezuela fui con mis hijos [Federico y Abelardo, ya mayores; Sebastián nació después, es el único que vive con ella en Madrid] a visitar la Cueva del Guácharo: resulta que las estalactitas estaban mutiladas. Las cortaban para venderlas o guardarlas como recuerdo. Fue triste, desolador. En estos libros no pretendo hacer nada sociológico, es solo mi memoria de los años sesenta. Creo que el punto de quiebre estuvo en los setenta: cuando combinas la miseria espiritual con la obscena riqueza, el cóctel es fatal.

Recalca: la anagnórisis es fundamental cuando todo esto pase.

—Y no estoy hablando de los capos, porque creo que hay crímenes imperdonables; los crímenes de lesa humanidad no deben olvidarse. Pero hay mucha gente que apoyó a Chávez y no son Chávez. La idea de que en algún  momento hay que conciliar con una parte del país que ha sido chavista todavía está lejana, y eso me causa tristeza. ¡Nosotros mismos éramos los bárbaros! Es que el chavismo generó una red de complicidades casi tan extensa como Venezuela. El hecho de haberlo reelecto, de mirar para otro lado, de no haber reaccionado ante leyes que parecían poco importantes porque había dinero; cuando hacen el reacomodo de los circuitos electorales a su conveniencia. Es decir, hubo una gran laxitud; ese sentimiento de que nos tomaron por sorpresa. ¡Eso se gestó durante muchos años y no lo vimos! ¡Había que estar ciego para no verlo!

El ojo del mandril está dedicado a Franklin Brito. Todo el tiempo ella pensó que le estaba dando una lección de dignidad al país, y sin embargo todos, o muchos, decían que estaba loco.

Eddie A. Ramírez S. Oct 02, 2018 | Actualizado hace 2 semanas
Una pizca más de sensatez

eddieaaramirez@hotmail.com

SER SENSATO DEBE SER MUY ABURRIDO. De vez en cuando hay que cometer  alguna desmesura para disfrutar la vida con intensidad. Pretender que nuestra dirigencia y los ciudadanos en general nos comportemos siempre  con responsabilidad, con mesura y aplomo es una utopía. Dirigentes y dirigidos nos equivocamos y tenemos la tendencia humana a no reconocer errores y por ello se nos dificulta rectificar.

Sin embargo, seríamos  torpes si nos equivocamos todo el tiempo y  nunca estemos dispuestos a enderezar entuertos. En esta lucha en contra del totalitarismo hemos cometido algunos errores, pero también hemos tenido aciertos.   Ahora, que contamos con un gran apoyo de las democracias del mundo, requerimos una pizca más de sensatez para lograr una unidad que muestre al mundo que sí hay una alternativa de poder. Caso contrario, ese apoyo se irá erosionando y  en Venezuela se impondrá el desaliento.

Esa unidad la tuvimos en varias etapas de esta lucha por la democracia, por lo que no debería ser difícil reconstruirla. Quizá el escollo es  que algunos creen que ya los mangos están bajitos y pueden cosecharse, sin mayor esfuerzo, acudiendo a votar o mediante negociaciones bien llevadas,  mientras que otros los perciben más altos y quieren recurrir a las piedras para apearlos.

Esta diferencia no puede ser tan insalvable. Para cosechar los mangos bajitos se debe contar con una organización perfecta que impida la trampa y, principalmente, que los ciudadanos estén dispuestos a votar. Al respecto hay que entender que ningún líder tiene suficiente carisma para entusiasmar a unos votantes que eluden bejucos por estar  picados de culebra. También hay que considerar la desconfianza en negociaciones, dado que las anteriores no han dado fruto, tanto porque no es fácil que un totalitarismo claudique, así como por falta de unos facilitadores imparciales.

Quienes piensan que la única forma de agarrar los mangos es a pedradas, deben evaluar si cuentan con  piedras de tamaño adecuado y suficiente puntería. Hasta el presente, muchos valientes fueron víctimas de la represión. Gracias a ellos, a la gestiones internacionales de muchos de nuestros dirigentes, así como  por la brutalidad de la Guardia Nacional, de la policía y de los paramilitares rojos, se logró despertar la atención de muchos países, pero eso no es suficiente.

Un paso previo para lograr entenderse es aceptar que ninguno de los partidos de oposición, ni sus principales dirigentes, son colaboracionistas. Todos quieren la salida del régimen ya que, contrario a lo que algunos piensan, estar en la oposición no proporciona dividendos. Sin duda que, frecuentemente, nos amotinamos con algunas declaraciones con las que no comulgamos, pero hay que entender que cada cabeza es un mundo y ser tolerantes. Con el debido respeto a gente bien intencionada, pensamos que algunos dirigentes y opinadores actúan echándole leña al fuego, en vez  de agua para apaciguar los ánimos.

Seguimos siendo optimistas. El tiempo del narcorégimen terrorista está cercano a terminar.   No creemos en que pueda producirse una intervención militar extranjera, pero sí en que nuestros dirigentes podrán coincidir en acuerdos mínimos que animen al resto de los ciudadanos a protestar masivamente y que pierdan el comprensible temor a una huelga general para que esta sea exitosa.  Todos debemos apoyar a Almagro, la intervención humanitaria y la denuncias ante la Corte Penal Internacional con sede en La Haya.

Como dice  Adolfo Salgueiro en su artículo del sábado : “Pareciera que estamos en presencia de los últimos manotazos de desesperación que podrían extenderse hasta que China  -y un poco menos Rusia- lleguen al precio que su interés geopolítico haya establecido como tope para asegurar su presencia en América Latina. Hasta entonces es necesario el milagro de trabajar con unidad sabiendo que el mayor y más decisivo esfuerzo es el que nos compete a nosotros, los de a pie”.

También somos optimistas en que se pueda lograr la recuperación económica de Venezuela en poco tiempo. El reciente artículo de Ricardo Haussman sobre el caso de Albania proporciona elementos para ello. Solo se requiere que todos aportemos una pizca más de sensatez.  

Como (había) en botica:  Argentina, Canadá, Chile, Colombia, Francia, Paraguay y Perú dieron un ejemplo al mundo de su compromiso con la defensa de los Derechos Humanos al denunciar a la dictadura venezolana ante la Corte Penal Internacional. Igualmente Almagro y el Grupo de Lima. Nuestra solidaridad con La Patilla, acosada por la justicia chavista que maneja Diosdado. Los gritos del coronel Jorge Eleazar Márquez Monsalve a la periodista Carla Angola evidencian que es un tipo de mala calaña. Lamentamos el fallecimiento Alirio Sifontes, compañero de Gente del Petróleo y de Unapetrol. ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

La estrella amarilla y la segregación roja, por Brian Fincheltub

La estrella de David ha sido usada desde tiempos inmemoriales por el judaísmo como símbolo de protección, pero no siempre fue así, en el siglo XX la estrella de David se convirtió en una de las marcas que utilizó el nazismo para estigmatizar a la comunidad judía. Lo que comenzó como una forma de identificar los comercios judíos durante el boicot nazi de 1933, pasó a ser un instrumento de segregación en medio de una sociedad donde el antisemitismo era un sentimiento creciente alimentado por la propaganda. Se buscaba marcar, pero también que quienes la llevarán sintieran vergüenza de sus propios símbolos, evitando así que pudiesen camuflarse y entrar en contacto con la sociedad alemana. Para los judíos un símbolo sagrado, para los nazis un símbolo que generaba repulsión.

Los regímenes totalitarios siempre han buscado etiquetar a sus poblaciones, entre buenos y malos, arios e impuros, patriotas y apátridas. Es una manera de simplificarle la realidad a quienes buscan explicaciones y no las encuentran en la realidad. Fíjense que sencillo: si tú eres pobre es por culpa del rico o tu fracaso se debe al éxito de unos pocos. En estos sistemas donde los “buenos” son premiados y los “malos” castigados, se necesitan, por supuesto, mecanismos para que no haya confusiones y quienes no entran en la definición de estos regímenes puedan ser excluidos más fácilmente. No era lo mismo vivir con una estrella amarilla de seis puntas cocida en la ropa, que sin ella, la vida de millones se convirtió en una verdadera tragedia cuando el uso de esta insignia se hizo obligatorio.

Como aquel símbolo, los instrumentos que hoy utiliza la segregación roja, buscan también premiar y castigar. Por más maquillaje que le pongan, el objetivo último sigue siendo el mismo. Las marcas que hoy se esconden detrás de códigos de barra buscan crear dos tipos de ciudadanos, si es que se puede llamar así a alguien despojado de los más mínimos derechos. Personalmente diría que aquí tanto una y otra parte son víctimas, unos por no entender que sobrevivir humillado no es vida y otros por creer que la dignidad los salvará cuando mueren sin que a nadie le importe. Nuestro drama nos duele más cuando nos damos cuenta que esto ya lo ha vivido el mundo y que no somos más que reproductores de las peores tragedias de la humanidad. Lo único que nos reconforta es saber que como lo hicieron otros pueblos aplastados por el totalitarismo, nosotros también vamos a renacer, no solo para ser mejores personas, sino para convertirnos en lección de vida para futuras generaciones ¡Fuerza Venezuela!

Fincheltubbrian@gmail.com

 

 

Los agónicos zarpazos de la dictadura, por Antonio José Monagas

 

La connotaciones que pueden endilgársele al término “dictadura”, si bien forman parte de la esencia semántica bajo la cual la teoría política puede distinguirlo, no deja de saturar realidades cuya caracterización denota una barbarie que excede la razón y rebasa cualquier medida de conciencia. Así lo resume la historia política de aquellas naciones que padecieron su aplicación. De manera que al final de todo, no necesariamente cabe diferenciar entre “tiranía” y “dictadura” por cuanto los procedimientos empleados para subyugar al individuo en aras de desmoralizarlo y humillarlo con la idea de someterlo ante propósitos propios de la demagogia característica, no son disparejos. Sin embargo, sus efectos son distintivos al marcar la diferencia  entre un régimen dictatorial y otro tiránico. Aún así, la crueldad los homologa.

En todo caso, son estilos de gobierno en que el esfuerzo deliberado por satanizar a unos o victimizar a otros, tiene como parangón las circunstancias políticas en que dicho esfuerzo se lleva a cabo. Aunque en medio de tan falaces situaciones, tienen exacta cabida problemas de la magnitud de las hambrunas, represiones desmedidas, amenazas sin precedente alguno, corrupción al extremo, desorganización institucional favorable a desórdenes administrativos, financieros y económicos, entre otros igualmente infames.

En la mitad de tanto zarandeo y serio revuelo, el gobernante insiste en verse y ser reconocido como el “salvador de la patria”, el “revolucionario con patente de libertador”, el “conciliador de oficio y por naturaleza”, el único “apaciguador capaz de imponer la paz” (aunque a costa de sangre).

De todo modos, aún cuando la historia política universal es testigo de muchas y discutibles formas de dictaduras, asentidas con o sin sufragios o procesos político-eleccionarios, cualquier especie de régimen político apuntalado en la violencia apoyada por sectores de fuerza, ya sea militar o mercenaria, las secuelas provocadas terminan arrasando todo vestigio de civilidad, decencia y de ciudadanía.

Indistintamente de la narrativa dictatorial para preservar condiciones de convivencia y dignidad, los resultados de toda “dictadura”, son viscerales. Vistos desde cualquier ángulo. Sobre todo, cuando la apetencia del gobernante observa como horizonte su aterramiento al poder político.

Es ahí cuando las dictaduras o las tiranías (de izquierda o de derecha), sacrifican todo por enquistarse al poder. Es cuando la gestión pública pretendida se vale de cualquier argumento válido o no, para justificar su tiempo y consolidar el espacio político desde el cual hace posible dispensar sus yerros. Por eso busca disfrazarlos de procedimientos democráticos, para lo cual se vale de una justicia amoldada y ajustada a sus intereses y necesidades.

El caso Venezuela es representativo de todo lo que caracteriza tan osadas insolencias políticas. Precisamente, estimulada por la crisis política y económica que discrecionalmente ocasionó. Con total desfachatez.  Aún cuando tal realidad puede dar cuenta de un craso contrasentido pero que políticamente es válido. Sobre todo, dada las exigencias y condiciones del proyecto ideológico usufructuado y diligentemente encubierto mediante argumentos que se volvieron letra muerta. Argumentos intencionalmente disfrazados de Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. O también, mediante discursos que sólo han sabido acusar con la idea despotricar al otro.

De esa manera, la dictadura venezolana o la tiranía que sigue castrando al país de sus capacidades y potencialidades, que sigue amputando la autonomía universitaria y mutilando libertades, como en efecto ha realizado al inculpar a diligentes profesionales de la salud, o de cualquier otro ámbito del espectro laboral nacional, cuando buscan coadyuvar con la resolución de la crisis humanitaria que casi ha diezmado a la población.

Luego de casi veinte años de vulgar régimen dictatorial o tiránico, sus gobernantes se convirtieron en verdugos de capirote rojo. Los abusos cometidos en nombre de tantos cuentos de trilladas  conjuras, parecieran verse como los últimos resoplos de un animal herido de muerte. O para decirlo con el argot que da prestado el ejercicio de la política, esas actitudes gubernamentales, declaradas reincidencias o burdas sacudidas de quien se ve atrapado en su propia fechoría, no son otra cosa políticamente distinta de lo que pudieran ser los agónicos zarpazos de la dictadura.

 

@ajmonagas