Los agónicos zarpazos de la dictadura, por Antonio José Monagas
Los agónicos zarpazos de la dictadura, por Antonio José Monagas

 

La connotaciones que pueden endilgársele al término “dictadura”, si bien forman parte de la esencia semántica bajo la cual la teoría política puede distinguirlo, no deja de saturar realidades cuya caracterización denota una barbarie que excede la razón y rebasa cualquier medida de conciencia. Así lo resume la historia política de aquellas naciones que padecieron su aplicación. De manera que al final de todo, no necesariamente cabe diferenciar entre “tiranía” y “dictadura” por cuanto los procedimientos empleados para subyugar al individuo en aras de desmoralizarlo y humillarlo con la idea de someterlo ante propósitos propios de la demagogia característica, no son disparejos. Sin embargo, sus efectos son distintivos al marcar la diferencia  entre un régimen dictatorial y otro tiránico. Aún así, la crueldad los homologa.

En todo caso, son estilos de gobierno en que el esfuerzo deliberado por satanizar a unos o victimizar a otros, tiene como parangón las circunstancias políticas en que dicho esfuerzo se lleva a cabo. Aunque en medio de tan falaces situaciones, tienen exacta cabida problemas de la magnitud de las hambrunas, represiones desmedidas, amenazas sin precedente alguno, corrupción al extremo, desorganización institucional favorable a desórdenes administrativos, financieros y económicos, entre otros igualmente infames.

En la mitad de tanto zarandeo y serio revuelo, el gobernante insiste en verse y ser reconocido como el “salvador de la patria”, el “revolucionario con patente de libertador”, el “conciliador de oficio y por naturaleza”, el único “apaciguador capaz de imponer la paz” (aunque a costa de sangre).

De todo modos, aún cuando la historia política universal es testigo de muchas y discutibles formas de dictaduras, asentidas con o sin sufragios o procesos político-eleccionarios, cualquier especie de régimen político apuntalado en la violencia apoyada por sectores de fuerza, ya sea militar o mercenaria, las secuelas provocadas terminan arrasando todo vestigio de civilidad, decencia y de ciudadanía.

Indistintamente de la narrativa dictatorial para preservar condiciones de convivencia y dignidad, los resultados de toda “dictadura”, son viscerales. Vistos desde cualquier ángulo. Sobre todo, cuando la apetencia del gobernante observa como horizonte su aterramiento al poder político.

Es ahí cuando las dictaduras o las tiranías (de izquierda o de derecha), sacrifican todo por enquistarse al poder. Es cuando la gestión pública pretendida se vale de cualquier argumento válido o no, para justificar su tiempo y consolidar el espacio político desde el cual hace posible dispensar sus yerros. Por eso busca disfrazarlos de procedimientos democráticos, para lo cual se vale de una justicia amoldada y ajustada a sus intereses y necesidades.

El caso Venezuela es representativo de todo lo que caracteriza tan osadas insolencias políticas. Precisamente, estimulada por la crisis política y económica que discrecionalmente ocasionó. Con total desfachatez.  Aún cuando tal realidad puede dar cuenta de un craso contrasentido pero que políticamente es válido. Sobre todo, dada las exigencias y condiciones del proyecto ideológico usufructuado y diligentemente encubierto mediante argumentos que se volvieron letra muerta. Argumentos intencionalmente disfrazados de Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. O también, mediante discursos que sólo han sabido acusar con la idea despotricar al otro.

De esa manera, la dictadura venezolana o la tiranía que sigue castrando al país de sus capacidades y potencialidades, que sigue amputando la autonomía universitaria y mutilando libertades, como en efecto ha realizado al inculpar a diligentes profesionales de la salud, o de cualquier otro ámbito del espectro laboral nacional, cuando buscan coadyuvar con la resolución de la crisis humanitaria que casi ha diezmado a la población.

Luego de casi veinte años de vulgar régimen dictatorial o tiránico, sus gobernantes se convirtieron en verdugos de capirote rojo. Los abusos cometidos en nombre de tantos cuentos de trilladas  conjuras, parecieran verse como los últimos resoplos de un animal herido de muerte. O para decirlo con el argot que da prestado el ejercicio de la política, esas actitudes gubernamentales, declaradas reincidencias o burdas sacudidas de quien se ve atrapado en su propia fechoría, no son otra cosa políticamente distinta de lo que pudieran ser los agónicos zarpazos de la dictadura.

 

@ajmonagas