“Nosotros mismos éramos los bárbaros” - Runrun
“Nosotros mismos éramos los bárbaros”

En su apartamento alquilado en algún barrio de Madrid, la filóloga Laura Cracco (Barquisimeto, 1960) piensa todos los días en su país, en sus demonios, en la frivolidad de su gente. Ha estado inmersa en una depresión, o en varias; ha escrito y sigue haciéndolo desde el desasosiego, preguntándose una y otra vez por qué Dios parece estar ausente de algunos lugares. Sus dos últimos libros son un grito de angustia y una denuncia del totalitarismo a la criolla

 

@sdelanuez

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Todas las mañanas se sienta y escribe, se levanta y fuma. Pasó una terrible temporada en Barquisimeto: con el descubrimiento del sida en carne propia y la constatación del totalitarismo metiéndosele por los resquicios de lo cotidiano le llegó su peor hora. Y escribió, escribió como una demente para sacarlo todo afuera. No lo ha terminado de hacer. Cuesta sacar las Áfricas, la externa y la que lleva por dentro. Ambas son la metáfora de la vulnerabilidad, del desamparo. Tiene dos libros bajo el brazo, recientes: uno titulado, precisamente, África íntima (Ediciones Kalathos, 2017) y otro, El ojo del mandril (Universidad de Los Andes, 2014), que busca reeditar en España.

Y sigue escribiendo, cada día, como si en ello le fuera la vida. La vivencia de lo totalitario no puede sacudírsela fácilmente; no logra vaciarla completa sobre el papel. Ella es parte de la diáspora que escribe desde España con Venezuela atragantada en el pecho.

Laura Cracco es poeta, sus libros anteriores a estos dos son casi todos de poesía. Es de una fina sensibilidad, alerta, observadora. Escritora de fecundo talento, ha sido catedrática de la Universidad de Los Andes —departamento de Filología Clásica, Escuela de Letras— tras formarse como filóloga en esa misma universidad. Después completó estudios en Grecia, donde vivió varios años.

África íntima es una novela en forma de diario escrita entre 2010 y 2012. Es su texto más doloroso. Cuando lo terminó, cuenta, le quedó un gran vacío, y por eso, de inmediato, acometió El ojo del mandril, un conjunto de relatos de una cotidiana tragedia. África íntima guarda un símil con la idea del descampado, lo que ella llama “el silencio de Dios”. El personaje principal, que en buena medida es la autora, descubre su enfermedad (ella lo dice en plural, sus enfermedades) y, al mismo tiempo, experimenta la vivencia de lo totalitario: la vulneración de la intimidad, esa pérdida paulatina e incesante del terreno que solo debería pertenecer al individuo y a su libre albedrío.

—Y algo todavía más terrible —agrega—, cuando sientes que tu destino ya no te pertenece, que forma parte de una condena común.

¿Por qué? Por la incertidumbre que la acogotaba ya en 2011 viviendo en Barquisimeto (¿conseguiré la medicina para mi padecimiento la próxima vez?), o por las calles ya no eran para pasear sino para transitar lo más deprisa posible, o por todo lo demás. Dice:

—La revelación de ser seropositiva en Venezuela en ese momento, bajo el chavismo, bajo la experiencia del régimen totalitario, todo eso para mí es África: el África externa y el África interior, pues ambas implican desamparo. De alguna manera, el libro fue una manera de sobrevivir a ese horror.  

—¿Por qué ese sentimiento? ¿Sientes que, a través de la escritura, pones orden interno en ti misma, o se trataba de descargarte de algo?

—Creo que era la necesidad de dar forma a algo que es absolutamente informe y amenazante, la crueldad diaria.

—¿Lo llamarías fascismo?

—Absolutamente. No se trataba de poner orden sino, de alguna manera, arañar algún sentido a lo que sucede, entender esa brutalidad. ¿Qué nos pasó a los venezolanos? ¿Por qué nuestra frivolidad nos condujo a elegir un dictador, y además, uno sangriento? Las consecuencias del chavismo son monstruosas.

El amor de Cracco por los clásicos griegos y su mitología está presente en sus textos. Pero no son referencia meramente literaria. Los griegos advirtieron de los peligros de la demagogia hace muchos siglos. Polifemo, el ciclope de un solo ojo, funciona como metonimia del poder totalitario y el individuo ante ese poder es nadie. Ulises utilizó este ardid, autodenominarse Nadie, para escapar del cíclope que lo amenazaba. En esa entidad está concentrado el horror, la amenaza. Cuando eres Otro, eres enemigo del poder totalitario.

 

EL BÁRBARO EN EL ESPEJO

Laura Cracco espera que un proceso de anagnórisis esté en desarrollo desde ya en el alma del pueblo venezolano. Anagnórisis es la facultad de reconocer al prójimo, al contrario: admitir que tiene sus razones y que hay unas causas para que ese Otro sea nuestra contradicción.

—Nosotros no somos víctimas del chavismo, somos parte —dice—. Esa frivolidad nuestra, que implicó no valorar la democracia es la causa de que Chávez haya llegado al poder. Hay que hacer ese reconocimiento y dejar toda esa fábula de los sesenta y los setenta como paraíso. Hubo grandes injusticias sociales que no reconocíamos. Por supuesto, no se compraran con las injusticias actuales, pero había allí un germen  que tomó cuerpo en el chavismo.

—Pareces estar, por lo que me contaste que escribes ahora, en una búsqueda del ser venezolano.

—Exacto. Se ha dicho que a Venezuela no llegó precisamente lo mejor de España: el hecho de que fuera una capitanía de puerto, es decir, un sitio para la extracción … Creo que la psiquis del venezolano es la del minero. El garimpeiro. Resulta estremecedor. Estando todavía en Grecia, en unas vacaciones en Venezuela fui con mis hijos [Federico y Abelardo, ya mayores; Sebastián nació después, es el único que vive con ella en Madrid] a visitar la Cueva del Guácharo: resulta que las estalactitas estaban mutiladas. Las cortaban para venderlas o guardarlas como recuerdo. Fue triste, desolador. En estos libros no pretendo hacer nada sociológico, es solo mi memoria de los años sesenta. Creo que el punto de quiebre estuvo en los setenta: cuando combinas la miseria espiritual con la obscena riqueza, el cóctel es fatal.

Recalca: la anagnórisis es fundamental cuando todo esto pase.

—Y no estoy hablando de los capos, porque creo que hay crímenes imperdonables; los crímenes de lesa humanidad no deben olvidarse. Pero hay mucha gente que apoyó a Chávez y no son Chávez. La idea de que en algún  momento hay que conciliar con una parte del país que ha sido chavista todavía está lejana, y eso me causa tristeza. ¡Nosotros mismos éramos los bárbaros! Es que el chavismo generó una red de complicidades casi tan extensa como Venezuela. El hecho de haberlo reelecto, de mirar para otro lado, de no haber reaccionado ante leyes que parecían poco importantes porque había dinero; cuando hacen el reacomodo de los circuitos electorales a su conveniencia. Es decir, hubo una gran laxitud; ese sentimiento de que nos tomaron por sorpresa. ¡Eso se gestó durante muchos años y no lo vimos! ¡Había que estar ciego para no verlo!

El ojo del mandril está dedicado a Franklin Brito. Todo el tiempo ella pensó que le estaba dando una lección de dignidad al país, y sin embargo todos, o muchos, decían que estaba loco.