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Unidad sin principios no es unidad
Nosotros apoyamos la unidad de principios desde Canadá. Es la unidad de los diferentes con un mismo corazón. Sigamos ese ejemplo…

 

@ovierablanco

La unidad sin duda es un valor relevante en la política. Lo primero es distinguir en qué circunstancia, propósito y contra quién escogemos estar unidos. No es lo mismo la unidad enmarcada en un terreno democrático, a la unidad política que demanda luchar contra un modelo totalitario. Esto nos lleva a un “análisis estructuralista” (o acaso no-estructural), donde la unidad política, si se trata de alcanzar victorias electorales es una cosa; pero si el reto es derrotar un régimen totalitario, es otra. En un primer supuesto bastan alianzas partidistas, mientras que en el segundo, la unidad demanda un movimiento inspirador, sustantivo, ilustrado y liberal.

Ofrecer un modelo de poder alternativo

Armando Chaguaceda en su obra La izquierda como autoritarismo nos alerta sobre algunas ideas posmodernas del posestructuralismo francés y el posmarxismo, representados en autores como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe o Judith Butler: “(…) Existen diferencias teóricas, epistemológicas y políticas sustantivas entre los pensadores actuales de la izquierda posmoderna, cuyo surgimiento fue posible luego del auge del posestructuralismo representado en figuras como Jacques Derrida, Michel Foucault y Jacques Lacan”. El tema no se reduce a un debate sobre derecha o izquierda, sobre estado centralizado o descentralizado, libertad o igualdad, mercado o lucha de clases. El reto es alertar entre totalitarismo y democracia.

Es impostergable definir el ideal de poder. Concebimos el análisis de lo particular a lo general. Foucault habla del análisis microscópico del poder. De las relaciones más íntimas del hombre. Del hombre y la mujer, del niño y el adulto, entre vecinos, padre e hijo, la familia, estudiantes y profesores; en fin, del hombre en su microcosmos. A partir de esa relación estrecha, íntima, capilar, el poder se construye sobre bases sólidas y originarias. El tejido social va de lo fraterno –por cercano e inclusivo– a lo ciudadano. No es el Estado estructuralmente concebido como una institución superior que decreta su autoridad. Es el Estado constituido por una diversidad concertada, donde la unidad es la nación, que son los valores culturales, históricos, identitarios y democráticos de la sociedad.  

Aún en Venezuela no hemos resuelto nuestras diferencias porque desconocemos qué tipo de democracia queremos y cuál es el cambio social que debemos emprender.

No basta una unidad funcional para rescatar la república. Mal podemos darle sustentabilidad política a una transición democrática si antes no hemos discutido, desde lo más íntimo de la sociedad, qué modelo de poder deseamos implementar. 

Pensadores críticos –apunta Chaguaceda– como Roger Bartra, Luis Villoro, Beatriz Sarlo o Amartya Sen “tienen en común, dentro de la izquierda posmoderna, su deriva autoritaria”. Y otros, los denominados «aceleracionistas» (Alex William, Nick Srnicek, Enrique Dussel, Alfredo Serrano Mancilla, Chantal Mouffe y Judith Butler) son más agresivos e impugnan el pluralismo, la libertad individual, los DD. HH., la institucionalidad y economía de mercado de la democracia liberal”.

La izquierda –autoritaria o acelerada– tiene un discurso epistemológico que embiste el fundamento básico de la democracia liberal “como es el individuo en su capacidad de decidir”. Entretanto intelectuales ganados a la democracia liberal deshojan margaritas sobre una unidad instrumental ausente de pensamiento crítico (unido) y de una oferta política constructivista, potable, creíble y alternativa a la izquierda globalizante.

La unidad de Occidente duerme en sus laureles

“Atención –continúa Chaguaceda–, la palabra «Occidente» resume todos los males posibles: ciencia, tecnología, democracia liberal, cultura letrada, pensamiento (valores) que llegan a contemplarse como manifestaciones de la colonialidad del saber y del poder (…) como racismo, explotación y opresión.  

¿Quién le da respuesta unida, con sentido de responsabilidad histórica a este despropósito de “descolonización” y desintegración cultural? ¿Acaso una unidad peregrina, sin ideología? Entonces vamos derrotados por la vanguardia esclarecida leninista en detrimento de la cultura, el saber y la libertad (…). Un ethos (irracional) con impronta religiosa que alimenta el rescate del populismo como política de izquierda, reivindicador del líder carismático, de la razón populista (Ernesto Laclau / 2005).

La deuda de Occidente con la modernidad es que no ha sabido –al decir de Foucault– penetrar las entrañas de las comunidades, de nuestros jóvenes, nuestras madres, vecinos, pensionados y trabajadores con libros, saber, tecnología, pico y pala, para construir un ideal fraterno de poder.

De París a El Cují

Lo que hace el líder vecinal, prof. Oswaldo Rodríguez (82) en El Cují, distrito Iribarren, estado Lara, es fascinante por hacer política artesanal, capilar, originaria (París, Foucault). Un artista, que educa a los niños de su barrio y a sus madres. Que pide ordenadores, softwares, consolas de internet, a la par de alimentos, sillas de rueda y guantes de béisbol. Desde esos valores es que se construye la verdadera unidad. Nosotros lo apoyamos desde Canadá. Es la unidad de los diferentes con un mismo corazón. Sigamos ese ejemplo…

La unidad política se construye en torno a principios –nos dice el chileno Miguel Lawner– si no, se trata de un simple revoltijo. La unidad es un compromiso no una fachada (María Isabel Puerta dixit). Unidad no solo de los venezolanos sino de Occidente, de las democracias liberales, humanistas y solventes del mundo.

* Embajador de Venezuela en Canadá

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Relanzando la democracia liberal
El gran enemigo contemporáneo de la democracia liberal, definida como respetuosa de la ley, el Estado de derecho, el ejercicio de la pluralidad, ha sido el populismo redentor aderezado de electoralismo mesiánico

 

@ovierablanco

La democracia liberal moderna se ha venido extendiendo como referente (no consolidado) de las luchas políticas de las olas democratizadoras (Asia, África, Latinoamérica). La doctrina reconoce dos modelos tradicionales de democracia liberal:

I. El liberalismo republicano de los fundadores del sistema representativo, por encima a la democracia participativa. Como establece Madison, “por contener las amenazas de la mayoría, separar la ciudadanía de la política y seleccionar a las elites más capaces de gobernar en forma democrática y justa; donde dichas élites mediante elecciones periódicas y un sistema de contrapesos hacen que “la ambición controle la ambición”.

II. El liberalismo elitista y pluralista que ve la democracia como un sistema de competencia pacífica. Según Hamilton “por el poder diferentes élites, grupos y partidos luchan por obtener el voto ciudadano, como método político para tomar decisiones legítimas”.

El gran enemigo contemporáneo de la democracia liberal, definida como respetuosa de la ley, el Estado de derecho, el ejercicio de la pluralidad y la tolerancia para pensar, educarse, transitar, elegir, emprender, asociarse o ser juzgado debida, libre y responsablemente, ha sido el populismo redentor aderezado de electoralismo mesiánico, astuto y autoritario.

Despertar o morir

Los padres fundadores de la democracia representativa, James Madison y Alexander Hamilton, han alimentado una tradición liberal republicana; mientras los trabajos de Wilfredo Pareto (1848–1923), Gaetano Mosca (1858–1941), Robert Micheles (1875–1923), Max Weber (1864–1929) y Joseph Schumpeter (1883–1946) corresponden a un enfoque de una democracia representativa liberal de élites partidistas y movimientos sociales, que compiten por el poder. El primer modelo de democracia liberal es el sistema representativo de Estados Unidos, “quienes conciben la democracia liberal representativa como el mejor sistema para evitar la tiranía de la mayoría”.

La democracia representativa no fue diseñada para que la ciudadanía gobernara ni como una forma indirecta de gobierno del pueblo; por el contrario, fue creada para separar a la ciudadanía de las decisiones públicas y evitar su incidencia en las cuestiones de Estado. A contravía una narrativa seductora, redentora, promotora de la bondad colectiva y de una suerte de fe religiosa en un gran mesías del reparto, patriotismo, socialismo e inclusión, minó aquella oferta de poder concebida como aristócrata y excluyente.

Latinoamérica ha sido penetrada por el método del poder absoluto y totalitario concebido por el foro de São Paulo, donde el desprestigio de la representación de la voluntad popular fabricado por la narrativa de “bondad colectivista” ha socavado la democracia liberal –tanto censitaria como partidista–. Y ha dado paso peligroso, por artificioso, a la justificación de un Estado centralizador, planificador, interventor y gendarme.

Inspirado en Gramsci y su tesis de la cooptación de todos los sectores culturales de la nación (Revolución cultural del Libro rojo de Mao), esto es el adoctrinamiento, desmantelamiento de la fe, las instituciones, la academia, las fuerzas del orden, la justicia, la ley (en un prístino sentido reformista y ciudadano) y la identidad.

El socialismo que acecha

El socialismo que acecha

El método revolucionario chino, ruso y cubano introdujo no solo la lucha de clases, el poder proletario o el Estado central y planificador, sino además el sensible desplazamiento de la vida, la libertad, la pluralidad y la propiedad por ser esas virtudes, inalienables del ser humano, una amenaza “al ideal revolucionario, nacionalista, masivo, popular y partidista”.

Discontinuidad antropológica de la virtud

¿Por qué Latinoamérica, Asia Central y África han sido seducidas por este método ocupacional, nihilista y redentor? Entre otras cosas porque la democracia liberal no ha logrado preservar la confianza en el factor fundamental de representación; que no es solo rendir cuenta de los actos de poder, sino hacer percibir en los ciudadanos que la democracia les representa, les beneficia. Y, en efecto, la libertad que enarbola les resulta por inclusiva, funcional, apreciable y realizable.

Cuando existía una elite virtuosa preocupada por los intereses públicos de la nación, los individuos no resultaban egoístas, sectarios, privilegiados sino personas con capacidad de actuar y resolver en función del bien público. Pero cuando se apartaron de esa virtuosidad, el discurso separatista, disfuncional, caótico, tremendista, revanchista y guerrerista, fundamentalmente anticiudadano y contracultural, hizo estragos. Félix Ovejero lo llama la tesis de la “discontinuidad antropológica de la virtud”, donde a “los traidores” del bien público hay que castigarlos, defenestrarlos, liquidarlos. Freír sus cabezas en aceite…

Esta narrativa populista, violenta, maniquea y clientelar cabalga por las “venas rotas” de América latina. Lamentablemente aún no ha se ha podido reconstruir y relanzar el tejido virtuoso y noble de la democracia liberal, por carecer de un frente unitario organizado, articulado, coordinado e ilustrado que exhiba la urgencia de rescatar los conceptos clásicos que fundamentan el liberalismo moderno, como los son la familia, la pluralidad, la cultura, la diversidad y la tolerancia.

El Foro de Sao Paulo sigue su avance sin moros en la costa… Pero estamos a tiempos de despertar y relanzar, al decir Siéyes, la elección de los hombres virtuosos de la cosa pública, como base de la representación liberal. Con un sistema de pesos y contrapesos reales, que contenga las ambiciones de los tiranos. Y, como agrega Dahl, solo mediante el consenso (prerrequisito de la democracia liberal) garantizaremos la estabilidad democrática.

* Embajador de Venezuela en Canadá.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Antonio José Monagas Jun 05, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Política chicharronera

@ajmonagas

Decir pues que la política está en crisis constituye una auténtica y crecida verdad. Sin embargo, detrás de dicha afirmación suelen plantearse algunas preguntas. Formuladas sobre adverbios o pronombres interrogativos (qué, quién, cómo, dónde, por qué  y cuándo), estos pueden enfatizar cada respuesta asomada a dicho respecto.

Así pues, se buscará una respuesta envolvente que considere el mayor número de pronombres interrogativos a los fines de entrelazar ideas, con consideraciones y condiciones propias de la dinámica política.

De modo que afirmar que “la política está en crisis”, podría obedecer a distintas razones. Pero luce válido intentar una respuesta construida por el lado de lo que representa la política “chicharronera”. O sea una política desinflada y extraviada. Desinflada, por cuanto la falta de un liderazgo idóneo ha estrechado sus ámbitos de acción y expansión. Extraviada, dado que perdió el rumbo de lo que señala el concepto de política. Sobre todo, de aquel que exalta el pluralismo como el terreno sobre el cual se desarrolla su actuación.

En consecuencia, cabe admitir que la política se derrumbó. Tanto que sus operadores, indistintamente del nivel jerárquico que ocupen en la estructura político-partidista, se han visto derrotados por causas que no lograron controlar o manejar.

La gestión política ha caído abatida por la incertidumbre. Entendida esta como la incógnita que está fuera de lugar en la ecuación política. Por tanto, no ha podido resolverse. Cada día transcurrido se engorrona aún más el problema.

¿Qué complicó la política?

En el entramado que la política -en su desorden- ha creado, se han encontrado problemas de desvío conceptual, doctrinario y procedimental. Asimismo, conflictos provocados por incongruencias, inconsistencias y contradicciones que afectan disposiciones, organización y coordinación. Igualmente, hay burocratismo, sectarismo, hermetismo y amiguismo. Y desde luego, corrupción, complicidad para delinquir, así como un espasmódico fanatismo que no conduce a nada.

La ausencia de formación política, sumada a la depravación que alimenta el poder concentrado, afectó el principio de la política de convertirse en referente de educación, decencia, transparencia, tolerancia, respeto y solidaridad.

Y lo peor de todo es que no hay excepción, por mínima que sea, que pueda justificar la salvación de algún bando político. Ningún movimiento o partido político puede escapar de verse señalado o acusado como factor movilizador y motivador de la crisis que padece el ejercicio de la política.

En el caso venezolano, la historia de la política contemporánea ha sido una recopilación de episodios que muestran una endémica sucesión de abusos. Unos cometidos por intereses mampuestos. Otros, perpetrados por forjamiento inducido. Por consiguiente, el Estado ha ocupado casi todo los espacios correspondientes a la sociedad y a la economía.

Podría decirse que nada queda fuera de tan grotesca aberración que protagoniza el Estado a través del gobierno. Y ello a su vez, mediante el ejercicio de la política. Es entonces cuando la política se vuelve un solo revoltijo de hechos que transgreden la moralidad y dignidad de las personas. De igual forma, transponen atribuciones legales con el único propósito de concentrar el mayor número de asuntos imaginables de poder en la sociedad.

Casi nada tiene fuerza propia para eludir el complicado juego de interacciones que la política busca relajar. Particularmente, cuando incita conflictos entre posturas y decisiones propias de la movilidad del ser humano en el contexto de sus valores políticos, económicos y sociales.

Es ahí cuando el ejercicio de la política invalida o execra a cualquier actor que ponga al descubierto sus más soterradas y oscuras ambiciones. O para enquistarse en el poder, o para aniquilar a quien contraríe su ideología política.

Por otra parte, se tiene que el discurso proferido en nombre de la política, se convirtió en un peligroso punto de inflexión. De ello se valen quienes ejercen la política (con cuestionada legitimidad), para exhortar el alcance de términos como “libertad”, “igualdad”, “revolución”, “democracia”. Y es justo en ese terreno donde todo comienza a transformarse en un fatídico juego por el poder. Aunque dicho juego es temerario como aventura. Muchos quieren participar sin siquiera conocer algo sobre teoría política o teoría social. Mucho menos sobre teoría económica.

Sin embargo, tan perverso juego está a disposición de cualquiera. Sin que tenga idea cuándo se gana, o cuándo se pierde. O de su normativa. Es la razón por la cual el mismo se concibe como política “chicharronera”.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Carta abierta al político desconocido

@vjmc

Me atrevo a escribirte y designarte de alguna manera. “Político desconocido” es una calificación que podría tener muchas acepciones. La primera es la más obvia pues es la que alude al hecho de que todavía no sé quién eres. Pero no es solamente por eso que te llamo así. Hay otro significado que se mezcla y que no puedo dejar de mencionar, no te reconozco porque hace rato que la dedicación a la política se ha envilecido hasta hacerla extraña a los ojos de los ciudadanos. ¿Si no eres político, entonces qué eres? Por ahora no vamos a aventurarnos a una respuesta apresurada. Aunque prometo que al final del texto tal vez tenga algún criterio que quiera compartirlo contigo.

Si tuviera que comenzar por una pregunta, esa no sería otra que preguntarte por el país. Pero no aspiro a que me respondas con uno de esos informes que, en el peor de los casos, llenas de estadísticas a las que les falta correlación y alguna determinación causal. Me refiero más bien a una conjura.

Te pregunto por el país para recordarte que la política deja de tener sentido si no tiene como referente algo más que tus propias aspiraciones.

Me refiero al país que has perdido, que se ha alejado de tus preocupaciones y que ahora luce nada más como una excusa para mantener tu estatus. ¿Y el país? debería de ser para ti esa trompeta que te convoca a una realidad un poco más amplia que el cálculo chiquito, ese que te ronda como falsa conciencia cuando actúas con criterio de cerebro reptiliano, calculando cómo quedas tú ante cada giro de la situación.

Como no tiene sentido hablar en el vacío nos vamos a referir al caso venezolano. Vamos para veintitrés años de una derrota tras otra. Como bien sabes, en política el que gana se lo lleva todo. Los segundos puestos resultan vergonzosos. Pero en nuestro caso hay un elemento que hace peor toda la trama de esta época. El país institucional fue desguazado. Y la tendencia nunca fue otra que instaurar un socialismo totalitario, una versión aun más escalofriante de lo peor del castro-comunismo.

El vacío totalitario

El vacío totalitario

Fuiste ciego ante las evidencias, o te faltaron cojones (perdona lo escatológico) para asumir lo que venía. Decidiste acampar en el campo yermo de libertades y derechos y esperar a que cayera el maná del cielo. Asumiste la ruta electoral, perdiste cada oportunidad, decidiste comprar a granel toda la argumentación provista por el régimen y te atrincheraste en unas cuantas gobernaciones y alcaldías.

La confianza que el país depositó en ustedes fue derrochada con cada oportunidad en la que aflojaron. Me refiero a cuando dejaron de cumplir con lo prometido o jugaron a dos bandas, diciendo una cosa al país y haciendo otra muy diferente.

Por cierto, eso lo tomaron como costumbre, y así pervirtieron toda relación con los ciudadanos. En el fondo, escenificar la política, decir los discursos que convienen, adular al populacho y en simultáneo tener las mejores relaciones posibles con un ecosistema criminal voraz y depredador, terminó por engullirlos. No vale la pena aludir a hechos y circunstancias concretas que todo el mundo conoce.

Tampoco insistir en la corrupción en la que han caído y el daño que les ha provocado el tener como excusa la emergencia y la supuesta persecución para no rendir cuentas, ni presentar un plan, ni siquiera para dar excusas razonables. Ni siquiera por falso decoro intentaron presentar un argumento que vaya más allá de ese gemir falsario que invocan cada vez que dicen haber dejado el pellejo en la lucha. A mí, en lo particular, me gustaría más eficacia en los resultados, y superar tanto esfuerzo chucuto y esa sospechosa insistencia en hacernos recorrer el mismo camino que nos conduce al mismo barranco.

Lo cierto es que ahora tenemos que lidiar con el peligroso vacío político. Vale la pena intentar definir mejor el concepto. Me refiero a la muy peculiar situación en la cual lo que se ha intentado hasta ahora no funciona y lo nuevo que podría funcionar todavía no ha aparecido. Y eso envuelve no solo a las estrategias fallidas sino al elenco del fracaso que las ha protagonizado. Te incluye a ti.

El vacío tiene como indicadores concretos la desafección y el hastío que en este momento muestra la sociedad, que decidió vivir al margen.

También se representa el vacío en que nadie los ve a ustedes como parte de ninguna fórmula salvífica. Nadie imagina que la solución a la que ellos aspiran sea provista por ustedes. Ni mejoras en la libertad política ni en el bienestar social pasa por lo que ustedes hagan o dejen de hacer. El vacío es también un abismo de desencuentros, similar a esa gran sima que impide el encuentro o comunicación entre los que están en el seno de Abraham y los que sufren el lugar de los tormentos.

Es un vacío de legitimidad que ya no tiene ni origen ni desempeño a los cuales aferrarse. La gente sabe que a ustedes se les agotó el tiempo y las oportunidades y está a la expectativa de cualquier oferta diferente. El vacío es peligroso porque es el espacio propicio para los oportunistas, los demagogos y los falsos profetas. Pero esa amenaza no es condición suficiente para seguir intentando lo mismo con los mismos. Al fin y al cabo, veintidós años es tiempo suficiente para el veredicto: fallos en peso y tamaño, tibios y mediocres, pendencieros, pero no valientes, y totalmente ainstrumentales.

El vacío es de sentido y de propósitos. La política y los políticos han abandonado los porqués trascendentales y hecho absolutamente vanos tanto los esfuerzos como los sufrimientos de millones de venezolanos. ¿Vale la pena acaso arriesgar algo si ustedes son los directores de una orquesta desafinada, atonal, de desertores de la decencia y de farsantes del coraje? La política carece de metas y se mantiene en un “mientras tanto” que ya no satisface, porque los tiempos de Dios, que son los de la realidad concreta, son cada día más veloces y arrebatan vida y capacidades al hombre histórico que todos somos, condenados a la pobreza, el miedo y la precariedad de una existencia desgastada en este deshacer.

¿Cuál es la intencionalidad del hacer político en este momento? Lo que dejan colar es un grito muy deshonesto de rendición que recuerda al sagaz “compañeros, por ahora no hemos podido cumplir con las metas que teníamos planteadas”. Solo que ustedes ni siquiera lanzan el “por ahora” que resultó tan funesto en la boca del demagogo. Ustedes se hincan y en la posición más cómoda posible se entregan a esa violación ritual en la que sacrifican a todo el país. No hay trascendencia alguna en esa declaración de convivencia descarada en la que comparten lecho tiranos y tiranizados, víctimas y victimarios, violadores y violados. Ustedes se quebraron en la esencia del alma.

Son conciencias resquebrajadas e irrecuperables. Es difícil esperar algo más de ustedes, entre otras cosas porque tampoco les queda pudor.

El vacío también es de propósito. Y en este caso la culpa es absoluta de parte de quienes han dirigido fallidamente la lucha. Porque ustedes quieren dar por visto todo este sufrimiento. Los cientos de miles de muertos por violencia. Los que han sido víctimas de las ejecuciones sumarias practicadas por los cuerpos represivos.

Los que se suicidaron al ver que no podían salir de la trampa. Los que han padecido hambre, los que han sido golpeados por la injusticia, los presos y los presos políticos, víctimas de una ausencia absoluta de derechos y garantías. Los que decidieron irse porque a su puerta llamaba la desolación. Las familias destruidas en el transcurso. Los niños abandonados, sin educación y sin mañana. Las universidades devastadas. Las industrias saqueadas. El vacío de propósito que ustedes pretenden al pasar la página y al tratar de convivir con el mal, nos niega el derecho a darle sentido a todo este sufrimiento colectivo. Ustedes tienen las almas rotas.

Porque no se trata solamente de formar parte de los afortunados que tal vez sobrevivan. Es poder gritar un ¡nunca más! que sirva de consigna y amuleto a las generaciones por venir. Es escribir la historia con adjudicación de responsabilidades. Es tener claro quien lo hizo mal y quien intentó hacerlo bien. Pero a ustedes les falta honestidad para ir más allá del sinsentido del acuerdo concupiscente y de la ominosa declaración de que están fatalmente condenados a ser la comparsa del falso realismo que impone un compartir obsceno que los transforma en meretrices de una tiranía que cabalga un ecosistema criminal siempre dispuesto a asimilarlos a ustedes. Por eso el vacío es de sentido, de propósito y de coraje moral.

Los traidores

Los traidores

Insisto, el vacío es un constructo que implica el dejarlos de ver. El abandonar sus caminos. El no sentirlos como necesarios. El comprender el fraude implícito en un mensaje que ha perdido valor. El asumir con dolor que ustedes malversaron tiempos y oportunidades. Que se vendieron ustedes, y que ahora también quieren vender la verdad, para encubrir al mal, para volverlos “ángeles de luz” a aquellos que merecerían una eternidad de oscuridad, llanto y crujir de dientes.

Creo que me equivoqué al pedirles alguna vez que concretaran una estrategia de liberación. Para los efectos de la libertad, el signo de toda acción promovida por ustedes es la improvisación, pero para mantener el statu quo, todo parece cuadrar perfectamente, tanto que es casi imposible imaginar que el fracaso sea producto de mera incapacidad. Las delaciones y la imposibilidad de adelantar ningún curso de acción sin que el primero en conocerlo sea el régimen son las medidas de las tuberías subterráneas que comunican y permiten el flujo de una relación que no se reconoce públicamente, dada la necesidad de mantener esa ilusión de que el totalitarismo no es tal, porque sigue habiendo lucha política.

Empero la coreografía está agotada, y los guiones ya los conoce todo el mundo. Combaten sin hacerse demasiado daño. Les toman rehenes sin que corran demasiado peligro. Lo he dicho otras veces, esta coreografía de “lucha libre” donde toda la confrontación es espectáculo de simulación solo conserva su sentido si mantiene buenos niveles de credibilidad aparente. Esa época ya pasó.

Ustedes se han hecho acompañar de una sociedad civil cuyas expresiones han sido penetradas y vencidas por la complicidad, el origen de los recursos que manejan y las ganas de no dejar de morder tajantemente el trozo de poder correspondiente. Entre ellas y ustedes no hay ni debates ni exigencias. Una lamentable comparsa que asiente y consiente todos los garabatos que se intentan.

El Frente Amplio, la última consulta “popular”, el desgaste de las organizaciones de los empresarios, las universidades e incluso la iglesia, todos lucen aferrados a un salvavidas sin poder evitar el naufragio.

No hay una referencia al país sino al ustedes, como si ceder, negociar y unirse sean los únicos verbos de la política buena. Han tratado de recitar un catecismo “apendejeado” donde el perdón no exige ni contrición, ni enmienda, ni penitencia.

En el caso de los dirigentes de los empresarios, “botaron tierrita” y rompieron filas. Encabezan una negociación ineficaz hacia una situación imposible. Ellos sueñan reconectarse dentro de la lógica de un país y todas las modalidades de hacer empresa, la cubana, sin duda la más lambucia, la rusa que es la más mafiosa, la china que es la más despiadada, y otras que mejor es no nombrarlas. Ellos son parte de ese repertorio del fiasco en el que han desempeñado todos los papeles posibles, desde el bufón hasta el tirano, con el aplauso de quienes esperan que sigan siendo los benefactores indulgentes y alcahuetas de lo que ustedes se inventan.

Por eso, si les preguntamos a los venezolanos, la mayoría estaría muy de acuerdo en cerrar el teatro y clausurar el vodevil que ustedes no se cansan de interpretar. Por eso vivimos la época del vacío. Un país buscando nuevos intérpretes, agobiado de la farsa y a la expectativa de un obrar que los salve del péndulo cuyos extremos son la tragedia y la farsa.

¿Y la libertad qué? Sigue siendo una tarea pendiente que requerirá de los ciudadanos una revisión existencial, incluida la reflexión sobre el que hacer y un nuevo hacer. El tiempo perdido solo servirá para aprender. Tal vez la consigna más sana sea que “volvamos a comenzar nosotros, mientras ustedes se hunden en el mar del olvido”.

Ustedes no son políticos. Son embaucadores que se juegan al país en cada dado que lanzan irresponsablemente.

victormaldonadoc@gmail.com

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Antonio José Monagas Ene 30, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Pandemia y ciudadanía

@ajmonagas

Es imposible dudar que la pandemia de covid-19, ocasionada por el surgimiento y propagación del coronavirus, ha actuado como la razón de crudos y enormes problemas que han atascado el desarrollo del planeta en casi toda su extensión.

La pandemia visibilizó, amplificó y agudizó dinámicas económicas, políticas y sociales destructoras de ciudadanía.

Con la llegada de la pandemia los conflictos preexistentes no marcaron mayores diferencias con las controvertidas situaciones causadas por la incidencia del virus. Las convulsiones generadas desde la irrupción de la covid-19, en todas las instancias de la sociedad, indistintamente del tamaño de los países afectados, alcanzaron abrumadoras proporciones. Aun cuando uno de los espacios donde mayor daño indujo tuvo que ver con el tejido de la ciudadanía y su ejercicio.

COVID-19 y derechos humanos

Las medidas de aislamiento impuestas a la población, a manera de prevención sanitaria, provocaron el resurgimiento de uno de los problemas que con más fuerza ha deshilachado las vestiduras de las libertades y de los derechos humanos. Incluso, hasta desnudarla de los principios que configuran sus consideraciones. Aquellas que escudriñan los resquicios donde se ocultan las desigualdades sociales.

Precisamente, es el tejido en el que se articulan las realidades que suscriben la ciudadanía, entendida como ejercicio de la política, fundamento de la convivencia, aliciente de la pluralidad y ancla de valores morales. Y por razones que explica la teoría de la democracia, es el contexto del cual, en contraste con la igualdad o valor sobre el que se construye el Estado democrático y social de Justicia y de Derecho, brotan las desigualdades sociales.

En el fragor de tan aberrantes contradicciones, el campo político ha sido bastión de crisis, fluctuaciones y movilizaciones que han puesto en entredicho conceptos que fundamentan la teoría de la democracia. Las limitaciones suscitadas del forzado confinamiento forman parte de la retahíla de torpezas que, en el marco de la democracia, han constreñido libertades y derechos.

Muchas realidades se han visto incitadas a rebatir estas limitaciones que impiden el alcance de objetivos libertarios trazados a manera individual o colectiva. De hecho, la economía se vio profundamente arrollada por las excesivas imposiciones. Asimismo, las sociedades han reducido sus necesidades casi que obligadamente. Sin embargo, esto no ha sido óbice para que el ejercicio de la política se aproveche de las debilidades expuestas para radicalizar ejecutorias que rayan con el abuso que finalmente ha permitido todo tipo de revancha, improvisaciones y decisiones acusadas de intemperancia.  

Ciudadanía limitada

Las condiciones que impuso la pandemia bajo el argumento del cuidado individual, con sus manipuladas medidas “preventivas”, terminaron frustrando importantes esfuerzos encaminados en la dirección de ampliar libertades y derechos del ciudadano. Es decir, esfuerzos dirigidos a validar potencialidades como personas autónomas frente al poder político. Más, cuando este pretende mantener al ciudadano  recluido en ámbitos cerrados.

La oquedad del ideario político bajo la cual los Estados intentan ordenar criterios y postulados constitucionales, salvo escasas excepciones, no se corresponde con las necesidades que clama la resolución de problemas del ciudadano.

El ejercicio de la política, en tales casos, contrario a lo que describen sus discursos, insufla vacíos e imprecisiones jurídicas que desvirtúan la construcción de ciudadanía.

En el fondo, estos ha sido el “caldo de cultivo” de todo lo que evidencia una ciudadanía escasa de estructura, identidad y pertinencia. Y es el terreno proclive en donde las carencias y ausencias han adquirido la fuerza necesaria para que la concepción de ciudadanía haya sucumbido ante convencionalismos y formalismos sectarios y arbitrarios.

Es ahí de donde emergen hechos que por, obstinados y ampulosos de mediocridad, se convierten en causales de problemas que asfixian la ciudadanía en su esencia. Sobre todo, al horadar lo que envuelve la convivencia. Particularmente, promoviendo acciones de violencia, regresivas y de la peor calaña en cuanto a sus estamentos de valores morales.

La pandemia, al concebir el confinamiento de las poblaciones de modo reactivo, sobre todo, en países con tendencias autoritarias y totalitarias, implicó el arraigo de las crisis humanitarias y de salud que ya venían haciendo estragos en importantes grupos de población. De ahí derivaron conflictos ocasionados por la polarización entre facciones políticas, la estigmatización de comportamientos sociales, el surgimiento de mecanismos sociales de violencia, los desplazamientos y migraciones de grupos humanos, entre otros.

No hubo el apoyo necesario de esos regímenes para contrarrestar con efectividad el susodicho abanico de problemas. El impacto de la pandemia desnaturalizó el ejercicio de la política. Tanto así, que se afectaron aquellos esfuerzos que dieron a la tarea de apalancar el desarrollo sobre lo que podía apuntalar la construcción del tejido social. Así ha sido esta realidad. Como la versión más afinada de la disconforme relación pronunciada entre pandemia y ciudadanía.

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La hipernormalización de Venezuela: cuando el futuro nos alcanzó

@narrativaoral

En el documental HyperNormalisation (2016), que el cineasta británico Adam Curtis realizó para la BBC, se argumenta que a partir de los años 70 del siglo XX, políticos, corporaciones, banqueros y tecnólogos crearon un mundo de mentiras y corrupción que ha sustituido al mundo “real”. El problema, dice Curtis, es que la mayoría piensa que ese es el mundo “normal”, porque no puede ver otra cosa. 

El término hipernormalización lo introdujo el antropólogo ruso Alexei Yurchak en su libro Everything Was Forever, Until It Was No More: The Last Soviet Generation (2005). Yurchak estudió la vida en la Unión Soviética en los años 70 y 80. Todo el mundo sabía que el sistema era disfuncional, pero la gente no podía imaginar una alternativa al status quo.

Se instaló entonces un clima de resignación colectiva para mantener la apariencia de una sociedad que supuestamente funcionaba. La hipernormalización, escribe Yurchak, era una forma de aceptar las paradojas de un discurso oficial que al mismo tiempo criticaba al occidente capitalista pero que también defendía la idea un internacionalismo que se alimentaba de los valores del mundo occidental. En la Unión Soviética del “socialismo tardío” el discurso y las prácticas desde la autoridad (totalitarias), llenas de contradicciones y mentiras, eran aceptados como parte de los principios y las rutinas del sistema. 

Ni Curtis ni Yurchak son proponentes de teorías de conspiración ni de una visión paranoica de la historia. Los dos nos ofrecen claves para entender la realidad que muchas veces se disfraza con neologismos o se maquilla a base de eufemismos, ya sea en los países del socialismo real o en el occidente capitalista.

Crímenes hipernormales

La Venezuela gobernada por el chavismo-militarismo está entrando aceleradamente en una etapa de hipernormalización. El primer signo es la dolarización de facto de la economía, y la desaparición del bolívar como moneda nacional. El “socialismo bolivariano” (como el comunismo cubano) ha renunciado a tener soberanía monetaria y adopta la divisa de los Estados Unidos, poniendo en evidencia la gran paradoja que ya a nadie sorprende. Más allá de lo ideológico, que en el caso del chavismo ha sido siempre accesorio, están los intereses de los millonarios de la corrupción, del tráfico de drogas, de los bonos soberanos y de PDVSA, del contrabando de oro, y de otros negocios ilícitos, que necesitan un mercado donde blanquear sus capitales.

Bloqueo vs. blanqueo

Bloqueo vs. blanqueo

Y por supuesto, ese mercado tiene que operar en divisas duras, y no en bolívares ultradevaluados o en petros, la supuesta criptomoneda creada por el régimen chavista.

A nadie sorprende tampoco que un renovado entusiasmo por los negocios se esté respirando en la Venezuela chavista en 2021. Empezó ya en 2019 con la fiebre de los bodegones que crearon la ilusión de un país próspero en el que se consigue de todo como en Miami, como dicen algunos consumidores en Venezuela. Pero eso era solo un síntoma de una actividad económica que se refleja también en la Bolsa de Valores de Caracas, donde se emiten títulos de deudas de empresas en divisas o se buscan tasas de retorno interesantes para capitales que ya no pueden circular tan libremente por Estados Unidos o Europa. Y un miniboom de construcción en la zona de Las Mercedes en Caracas, es también muestra de una lavandería de dinero que va encontrando su ruta en un mercado dolarizado.

Un analista venezolano lo ha caracterizado como “socialismo oligárquico”, noción que pone demasiado énfasis en lo de socialismo (una palabra hueca en boca de Maduro y sus secuaces) y no tanto en las características criminales de esta hipernormalización que se va instalando en Venezuela.

Al mismo tiempo que la economía vuelve a dar signos de vida (periodistas especializados reportan un posible crecimiento de 3% del PIB este año después de varios años de decrecimiento), la realidad sigue mostrando sus colmillos ensangrentados. La FAES, cuerpo con prontuario de asesinatos y desapariciones, sigue matando gente.

Los venezolanos siguen huyendo del país como pueden, a pie, en lanchas, y siguen muriendo en el intento. El tráfico de personas parece ser otro negocio rentable. La gente sigue cocinando con leña a falta de gas. Los periodistas siguen siendo perseguidos. Los representantes de organizaciones no gubernamentales que ayudan a quienes necesitan medicinas o comida también son acosados por las autoridades.

Pero la hipernormalización sigue a paso de vencedores, para usar términos chavistas. Como un velo que tapa la cara fea de 21 años de destrucción chavista, los principios y rutinas de la dictadura, con su barniz de “legitimidad” electoral, se van consolidando en la vida cotidiana. Y quien no acepta las reglas del juego, con sus trampas y sus vicios, está a riesgo de terminar preso, exilado o incluso muerto. Incluso, corre el riesgo de no disfrutar de los beneficios de los negocios que el blanqueo de capitales está haciendo posible en la Venezuela pospetrolera.

No sorprende en la era de la hipernormalización que empresarios asuman con entusiasmo el “renacer” económico de la patria, ni que formadores de opinión prefieran soslayar ciertos temas espinosos como el blanqueamiento de capitales (“muy difícil de probar”, me han dicho).

En la hipernormalización manda el principio de supervivencia (o del “sálvese quien pueda”). Ya sé que me dirán que es muy fácil decirlo desde Canadá, donde vivo, sin vivir bajo las amenazas de la dictadura. Sin embargo, no se puede tapar el sol con un dedo.

Es justamente con el discurso que enfatiza una falsa prosperidad (al menos, la que genera beneficio a unos pocos) y que prefiere los eufemismos para evitar llamar a las cosas por su nombre (una economía que crecerá en algunos nichos gracias al blanqueamiento de dinero corrupto y de la actividad criminal), que la hipernormalización venezolana se consolida.

Alguien decía en una emisora de radio que, si bien la noticia sobre el supuesto concesionario Ferrari en Caracas era falsa, no es algo que habría que criticar, pues si la empresa italiana decidiera instalarse en Venezuela para vender sus lujosos automóviles eso sería fuente de empleos y de actividad económica. Claro que sería positivo en teoría, le replico a la comentarista, siempre y cuando sus clientes no sean los que expoliaron al país, los violadores de derechos humanos o los que han destruido a PDVSA. Pero eso es mucho pedir en la Venezuela hipernormal.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Víctor Maldonado C. Jul 17, 2020 | Actualizado hace 1 mes
Política, poder y realidad

Ruinas de Maracaibo. Foto David Mark en Pixabay

@vjmc 

Comencemos por enunciar la tesis de este artículo: en un país devastado institucionalmente la política, el liderazgo, el poder y la realidad no confluyen necesariamente por el mismo cauce, ni hacen sinergia. Todo lo contrario, lucen a veces ausentes, pero siempre descoyuntadas, disociadas, y en algunos casos con definiciones y cursos de acción mutuamente excluyentes.

Si no estamos lo suficientemente claros sobre la situación política, si no hacemos una precisa composición de lugar, vivimos la paradoja y por lo tanto, no entendemos los porqués, no logramos atinar sobre las razones por las que es imposible salir de este atolladero, y a por qué cometemos la tontería de seguir cavando el foso aunque nuestro deseo sea salir del hueco.

Hay realidades que necesitan precisiones conceptuales. La política es una de ellas. Comprender esta situación paradójica requiere que partamos de algunos conceptos básicos.

 Comencemos por la política

Sin política el hombre se reduce a ser el depredador de sus semejantes, en una guerra sin fin que recude la vida a la miseria más abyecta. Manuel García Pelayo diría que “es vida humana objetivada”, producto de los esfuerzos de la civilización para superar las relaciones violentas por el uso indiscriminado de la fuerza.

Es una creación humana que sirve para arbitrar la convivencia entre los que son diferentes. Y forma parte de una articulación compleja, racional y lógica, de carácter sociocultural, por la cual se generan las condiciones de marco para alcanzar buena parte de los ideales del hombre.

¿Cuáles ideales? “El arte que trata de alcanzar la belleza, la ciencia en cuanto trata de alcanzar la verdad, el derecho en cuanto trata de alcanzar la justicia, la ética en cuanto trata de realizar el bien, la economía en cuanto pretende alcanzar lo útil, la religión en tanto pretende alcanzar la santidad”. La política es el encuadre y el contexto de los proyectos que asumen los hombres, entendiendo que para lograrlos requieren de unas mínimas condiciones que reglen la convivencia.

La alegría y la política

La alegría y la política

Hannah Arendt lo plantea así: “La política es imprescindible para la vida humana, tanto individual como socialmente. La misión y el fin de la política es asegurar la vida en el sentido más amplio. Es ella quien hace posible al individuo perseguir en paz y tranquilidad sus fines”.

Pero el concepto queda incompleto si no le agregamos otra categoría adicional. La política es una realidad social. Es un complejo de relaciones entre los hombres, que se desarrollan dentro de ciertas formas de carácter permanente a las que llamamos instituciones, y mediante determinados sistemas de la acción colectiva. Sin embargo, lo importante es que la política como realidad social es un esfuerzo precario que solamente se mantiene a través de las decisiones prudentes y acciones sensatas de los individuos.

No hay política sin políticos, y sin ciudadanos que sean sus contrapartes activas. La política es un hacer constante, expresado en una serie de decisiones y de actos que son asumidos y encarados por las personas.

El interés totalitario es devastar esta realidad social, acabando con la dinámica de la ciudadanía y decantando a los políticos.

A los primeros los degrada a condiciones de lucha por la más elemental sobrevivencia. A los segundos los invalida cuando transforma el rol en una inutilidad a los efectos del cambio deseado. Por eso los políticos terminan siendo en estos casos complacientes capataces de una realidad inescapable.

Gobierno criminal

Gobierno criminal

García Pelayo cierra diciendo que la política es “un proceso integrador de una pluralidad de hombres y de esfuerzos en una unidad de poder y de resultados, capaz de asegurar la convivencia pacífica hacia lo interno, y la existencia autónoma en relación con el exterior”. Y aquí formulamos la primera de varias interrogantes, ¿puede existir la política sin unidad de poder y sin resultados, sin políticos y sin ciudadanos? ¿Puede existir la política en ambiente signado por la antipolítica, o sea, determinado por la violencia, en ausencia de instituciones, sin las organizaciones que canalizan la acción colectiva?

El totalitarismo del siglo XXI, el sistema perverso de relaciones perversas que nos niega la condición de contrapartes habilitados, en esa misma medida reniega de la política.

El sentido de la política es la libertad, por lo tanto, un sistema de represión ilimitado, que ha desahuciado cualquier apelación a derechos y garantías, y trastocado todo acuerdo o relación social para asumirlos solamente como parodia, no puede proveer las condiciones mínimas para que se viva la política como vida humana objetivada.

Nosotros somos una ficción de ciudadanos. Lo somos, porque ni tenemos derechos reconocidos, ni podemos exigirlos a nadie. Los que aquí vivimos sabemos que dependemos de los mendrugos de una colosal operación de saqueo, y de la supuesta necesidad que todavía tiene el régimen de mantener las apariencias. Sin embargo, sabemos que de vidrieras, formas y propaganda conocen bastante los que necesitan ocultar la realidad.

La política no sobrevive sin apego a la verdad, sin estética y búsqueda afanosa de la belleza, sin preocupaciones éticas y sin el reconocimiento del ser humano como entidad trascendente.

En ausencia de política la vida y sus atributos humanos no tienen sentido. Tampoco el ejercicio del liderazgo, visto y asumido de la manera convencional. Por lo pronto, si esto es así, el papel crucial de los líderes no es otro que luchar hasta restaurar las condiciones para que haya política. Si no lo entienden, se vuelven triviales y anecdóticos. Contingentes y despreciables.

 Hablemos de liderazgo

Dankwart A. Rustow, en su estudio sobre liderismo, propone que el líder afortunado se basa en una congruencia latente entre las necesidades psíquicas del líder y las necesidades sociales de sus seguidores. A pesar de los excesos narcisistas de algunos políticos, lo cierto es que no hay líderes sin seguidores. Esa ligazón que ocurre entre ellos es compleja, y confluye en el acatamiento voluntario de las opciones que plantea el dirigente. Allí, el hábito, el interés y la devoción personal se conjugan para terminar legitimando aquello que ocurre.

La parte que no se cuenta es que, si bien es cierto se busca que no haya violencia, también lo es que no hay forma de liderazgo que excluya la coacción, que puede ser abiertamente extorsiva, pero que la mayoría de las veces transcurre por rumbos mucho más sutiles. Y aunque eso ocurra, cuando hay una relación carismática, los seguidores construyen una percepción sobre los alcances del líder que los ciega sobre sus verdaderas cualidades, y los medios que usan para lograr el pleno y total acatamiento.

Pero vamos a lo esencial: al líder, o le hacen caso, o no es líder.

Llamémoslo una referencia si quieren, un punto de vista, pero si ante sus llamados a asumir un curso de acción no hay una masa crítica dispuesta a tomar el riesgo, entonces no es líder. Recuerden la raíz etimológica: el que conduce, el que guía.

Cuando hay condiciones políticas apropiadas, se plantea una relación muy estrecha entre liderazgo y autoridad legítima. Algunos cuentan con autoridad formal sin tener liderazgo, y en ese caso son las instituciones, o la tradición, o ambas, las que apuntalan al que se siente con el derecho de mandar. Porque ese es otro atributo, el líder no es una impostura sino un agente social para lograr resultados. Un experto como Max Weber señaló lo estruendosas que suelen ser las revoluciones, su secular destruccionismo de las tradiciones y de las instituciones, y el vacío que provocan, que no deja otra opción que apelar al carisma para restaurar la autoridad legítima, o sea, para reponer la política.

Por eso mismo el socialismo del siglo XXI trabaja afanosamente para envilecer hasta el extremo los candidatos a líderes, para mostrarlos en su peor condición de impudicia, para anunciar el precio por el que se venden, y así denostarlos hasta crear una ausencia absoluta de alternativas de conducción.

Pero supongamos que sobreviva un líder que apueste a su carisma, igual tiene que mantener una tasa productiva de “milagros” para seguir vigente. Un líder que solamente tenga atractivo pero que es a-instrumental se desvanece rápidamente. Tiene que ser capaz de producir resultados en la misma línea de lo que plantea su discurso, o la propia inestabilidad de su autoridad carismática se lo llevará por el medio. Porque si bien es cierto que los momentos carismáticos son altamente emocionales y forjadores de compromiso, a la hora de la verdad (la verdad es la realidad) o hace, o queda como un hablador de pistoladas.

Por eso las preguntas de Rustow al respecto son cruciales: ¿Quién dirige a quién? Eso nos permite saber quién es el líder, porque tiene seguidores. Y la segunda es todavía más importante, ¿quién dirige a quién, desde dónde a dónde? Porque o tienes un curso estratégico y las capacidades para recorrerlo, o eso que dice ser liderazgo es solamente una frustrante ensoñación.

Finalmente, la necesidad de tener un líder es proporcional al desamparo de sus seguidores.

Más miserable y desestructurada la condición de la gente, más interesados estarán en identificar a un profeta que los saque del desierto y los conduzca a la tierra prometida. Y este mundo está lleno de falsos profetas. Por eso no hay tiempo que perder, ni posibilidad de esperar la mejor oportunidad.

Hasta ahora podemos decir que en Venezuela no tenemos política, y por lo tanto se necesita un liderazgo con carisma que insurja y restaure las condiciones para que tengamos política. El problema ha estado en que la dirigencia “política” nunca lo ha visto así, y por eso mismo ha sido revolcada una y otra vez. Pero ¿los venezolanos están más claros que sus dirigentes, o son parte del problema? Porque el escenario sigue ocupado por usurpadores con algo de respaldo social.

 El tercer concepto es el poder

Apelo a Talcott Parsons para enunciar que el poder es una capacidad que tiene un actor social para movilizar recursos en interés de lograr los objetivos que tiene planteados. Se refiere a la legitimidad social del proyecto, porque en ausencia de reconocimiento y respaldo social, nada es posible. La sociedad debe reconocerlo a él (me refiero al líder, como líder) y a su proyectos como válidos. Pero también se refiere al atractivo que es capaz de generar en el grupo de ciudadanos que se van a requerir para definir una organización con potencial y capacidades, los recursos financieros que se necesitan, y las facilidades de infraestructura que le son necesarias para tener éxito.

Para el sociólogo norteamericano el poder es capacidad organizacional legitimada por su atractivo, y por las facilidades que la sociedad está dispuesta de aportar al proyecto. El poder es una variable objetiva, cuya intensidad se mide en un continuo que va de menos a más, y que ranquea al líder y a sus oportunidades de ganar la partida. El poder es el dinero del sistema político. Si tienes más, puedes gastar más, si tienes menos, el consumo será más limitado.

El problema en la Venezuela totalitaria es que nadie tiene poder suficiente para derrocar un sistema de relaciones perversas del calado que tiene el socialismo del siglo XXI.

Además, el poder acumulado por las oposiciones se dilapida dentro de una lógica también perversa, rentista y demagógica, que es obsesivamente autorreferencial y nutre principalmente a los que se dedican a la política como fraude y parodia, pero no a la política y mucho menos a los ciudadanos. Su uso es onanista, sin finalidades específicas, y conchupante. Se usa para mantener privilegios propios y no para conseguir el cambio. El poder es usufructuado con severa amoralidad, fomenta las relaciones de complicidad, establece mafias, no está dispuesto al juego competitivo y apegado a reglas universales, condiciones que son inexcusables si se quiere realizar el cambio que ofrecen, pero que no están dispuestos a cumplir.

Pero volvamos a la línea principal de mi argumento. Liderazgo y poder no están debidamente acoyuntados. No solamente porque los montos de poder que se pueden recaudar para la causa son escuálidos, sino que está concentrado indebidamente por quienes no quieren hacer política. La situación es compleja. Hay varias oposiciones, ya lo sabemos. Las plegadas a las condiciones impuestas por la antipolítica, que solamente son capaces de reproducir un totalitarismo perverso, que tienen poder delegado pero limitado para el mero usufructo, incluso para demostraciones sensacionalistas de provocación, pero incapaces e indispuestas para intentar un cambio. Luego tenemos su némesis en liderazgos desafiantes, pero que no tienen poder ni claridad sobre los requisitos para generar el poder que necesitan.

Resulta trágico, pero hasta ahora no tenemos un ethos político, ni un liderazgo eficaz. Porque no tienen poder suficiente, y tampoco saben crearlo en las proporciones que se necesitan.

Esto ocurre porque los buenos líderes todavía tienen ligazones con los estafadores de la política, transfiriéndoles recursos de poder en el marco de una relación fagocigótica, propia de los parásitos. Por eso, si un líder se quiere dedicar a restaurar las condiciones de la política, tiene que hacer ruptura clara y precisa con el sistema perverso de relaciones perversas que se extiende a los que parecen ser, y no son, sus socios.

 ¿Y las encuestas?

En estos casos de ausencia extrema de condiciones de la política, no tienen ningún sentido, más allá de ser una herramienta para mantener la moral de los propios y la distancia de los ajenos. Con encuestas no se destruye un sistema perverso. Ni se gana el liderazgo y el poder que se necesitan para cambiar radicalmente las condiciones vigentes. Es una foto anómala y una proyección de las necesidades insatisfechas en un concierto de paradojas alucinantes. Si alguien cree que en medio de esta devastación una encuesta va a reflejar algo diferente a las imágenes de la desgracia, se está equivocando. Porque recuerden, un líder sin poder no pasa de ser una configuración espectral de nuestras propias carencias.

¿Y la realidad?

Es el concepto de cierre, porque nos permite sacar las conclusiones que anticipamos. Manuel García Pelayo nos propone un concepto de la realidad política. “Es aquello que existe en el tiempo y, a veces, en el espacio, y que, por sustentarse sobre sí mismo, es independiente de nuestra voluntad”. Hasta aquí lo dicho se puede resumir en “deseos no empreñan”. Pero sigamos. “Realidad es no solo lo que existe, sino lo que resiste”. A partir de allí hace un inventario de la realidad política que vale la pena compartir:

Realidad política son los fenómenos eminentemente políticos: procesos, normas e instituciones políticas, que en el caso venezolano han sido arrasados y sustituidos por lógicas mafiosas, términos oscuros y la vigencia del poder asociado unívocamente a la fuerza.

Realidad política son los fenómenos politizados: aquellos fenómenos no políticos que son capaces de condicionar la política (las redes sociales podrían ser un buen ejemplo), y aquellos fenómenos que son susceptibles de ser condicionados por la política (el arte en los regímenes totalitarios, la economía en los estados intervencionistas, la ciencia y los científicos en las experiencias comunistas).

Ya sabemos que la experiencia totalitaria es una distorsión absoluta de la realidad política.

Y que la realidad efectiva es devastada hasta lograr una condición de incapacidad estructural para instrumentar el cambio deseado, hasta el punto de que es capaz impedir incluso la narrativa clara y prístina de una alternativa instrumentable. De allí que se favorezca tanto la confusión y se financie el ruido y la saturación comunicacional.

Finalmente, ¿Qué es lo que tenemos?

Una realidad política que niega la política. Un liderazgo supuesto que tiene poder limitado. Un liderazgo real que no tiene poder, y que además se deja fagocitar por quienes no aportan poder, sino que absorben el escaso poder que tienen. Y una realidad que está allí, pero que no se reconoce en toda su complejidad. El político está alucinado, no pone el foco en la verdad, no entiende la dinámica del poder, no está al tanto de los requisitos del liderazgo que se necesita en estas circunstancias, y que no termina de comprender y asumir que su única vocación y dedicación debería ser insurgir para restaurar las condiciones de la política. Lo frustrante es que nadie quiere comerse las verdes. Nadie quiere bregar el cese de la usurpación. Y el régimen totalitario lo sabe, sonríe y sigue jugando.

victormaldonadoc@gmail.com

 

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Víctor Maldonado C. Ene 27, 2020 | Actualizado hace 3 semanas
Eso que llaman coraje

Vivimos épocas de falsa cosecha porque antes no se ha sembrado

Vivimos tiempos en donde hasta tus mejores amigos te recomiendan docilidad y apaciguamiento. Otros insisten en que no es tanto lo qué se dice sino el cómo se dice, porque al final las formas importan, y por eso mismo alegan que no tiene sentido que el costo sea tanta gente ofendida por una argumentación que insiste en ir a contracorriente, llevando la contraria al humor y a la interpretación convencional, que suele ir de comparsa y en procesión en el mismo sentido errático de sus dirigentes. Lo mismo da que estemos hablando del combate al totalitarismo o si nos estamos refiriendo a las diversas expresiones del flanco democrático. Todos coinciden en el mismo exhorto: la verdad no es tan importante como la necesidad de mantener las ligazones entre nosotros. La recomendación más popular insiste en que es preferible el compadrazgo fundado en la mentira que la soledad que provoca algunas veces mantener el foco en la realidad.

Por esa razón en Venezuela se la hacen olas a una unidad sin deliberación y sin condiciones. Una congregación donde todos deben sumar, aunque sean sus contradicciones y desvaríos. Una forma de avanzar retrocediendo donde lo importante es la falsa liturgia del estar juntos, a pesar de que en el transcurrir se rompa cualquier fundamento de la confianza y el compromiso. Una unidad planteada sin proyecto común, que por esa misma razón es un homenaje a la fuerza y al fraude. Una unidad que aspira a recomponerse luego de la traición y el desprecio, pero que obviamente nunca lo logra. Una ficción alucinante a la que lamentablemente los venezolanos le rinden pleitesía. Son, por lo tanto, épocas donde se le hacen demasiadas reverencias a la flaqueza de espíritu y muy mala propaganda al coraje.

El coraje y el asumir riesgos insensatos no son la misma cosa

Por otra parte, hay una predisposición a confundir el coraje con la temeridad. No son la misma cosa.  El temerario afronta el peligro sin buen juicio. Arriesga todo, lo suyo y lo ajeno, en embestidas irreflexivas que a veces salen mal. El que es excesivamente imprudente termina tarde o temprano atropellado por su propia insensatez. Nada más peligroso que los que asumen la vida como una partida de dados donde en cada lanzamiento se lo juegan todo. Sin embargo, en el imaginario nacional, hay una especial predisposición a estimular en los otros esa conducta, con el pecado adicional de querer sacar provecho político del que se arriesgó y murió o fue cogido preso, para después terminar negociando la renovación de una capitulación que ya lleva veinte años. Lo verdaderamente repugnante es estimular la conducta temeraria en los otros, esperando que ese cálculo convenga a las propias maquinaciones.

Tampoco es equivalente a la simulación de la lucha

Otros afirman que en el camino han “dejado el pellejo”. Eso ni es coraje ni es temeridad. Es simulación de la lucha. Los que lo dicen por lo general gozan de buena salud e inmejorable posición. Pero ellos insisten en hacer valer como bueno el esfuerzo sin resultados, y la ineficacia que aun así exige reconocimiento social, sin importarles en qué medida terminan pervirtiendo el sistema de méritos cuando se insiste en que es más importante la lástima que los efectos esperados de una política. Teniendo presente el creciente número de políticos que reclaman “el haber dejado el pellejo en la lucha”, nuestra época parece, en muchos sentidos, una telenovela donde la protagonista es la lástima, porque el fracasado pide el homenaje debido a su sufrimiento, esperando además que todos acaten su reciente sabiduría política y social “que solo produce el pasar por condiciones extremas”. No está demás decir que es una conocida falacia el hacer pasar una cosa por la otra. 

¿Y entonces, qué es el coraje?

El coraje es otra cosa. Juan Pablo II decía que el coraje caracteriza a todos los que tienen el valor de decir “no” o “sí” cuando ello resulta costoso. Es una característica propia de los hombres que dan testimonio singular de dignidad humana y humanidad profunda. Justamente por el hecho de que son ignorados, o incluso perseguidos por su compromiso con la verdad y los valores trascendentales como la vida, la libertad, la propiedad, la verdad y la justicia. El coraje es hacer lo correcto, vivir una moral de interrogaciones que se resiste al endoso automático, y tener claro por qué y por quienes vale la pena asumir el riesgo.

El hombre que tiene coraje cívico sabe que la vida correcta tiene sus peligros. Sabe que debe afrontarlos. Sabe que muchas veces, por defender una causa justa, va a tener que experimentar dificultades y soportar la adversidad. Sabe que tiene que encarar el miedo cotidiano. Y que debe superar la tentación que está allí susurrando que nada vale la pena, que mejor es inclinar la cerviz y dejar pasar, o peor aún, que solo tiene sentido “jugar a ganador” así sea por los mendrugos que recibe de la mesa de sus amos. El que tiene coraje no se da por vencido tan fácilmente, no abandona el esfuerzo sin intentar al menos enfrentar el desafío cuando está en juego lo valioso de la vida. Pero no lo hace irreflexivamente. El coraje es el talante de aquellos que son capaces de diseñar una estrategia y mantenerse en su curso con disciplina.

En el Evangelio según Mateo, capítulo 10, Jesús enseña a sus discípulos la magnitud del compromiso de predicar en su nombre: “Mirad, yo os envío como corderos en medio de lobos. Sed cautos como serpientes y cándidos como palomas”, mantengan la sencillez, prediquen con la verdad, no pierdan la fe ni la confianza en Dios, reúnanse con gente honorable, sean firmes en la adversidad, no teman a la contradicción ni al conflicto, asuman su responsabilidad y sean generosos tanto en el dar como en el recibir. Váyanse de donde no los quieran, y resistan hasta el final. ¿No es ese el coraje que hemos estado buscando como signo de la política buena y sustanciosa?

La ruta del coraje la emprenden los que tienen coraje

Si tuviéramos que hacer un inventario sobre las condiciones del coraje, el primero de ellos sería un indeclinable compromiso con la verdad. Tarea nada fácil porque estamos presionados constantemente para apartar la mirada y dirigirla hacia la mentira por la vía de la ofuscación, el debilitamiento de la voluntad, el relativismo y el escepticismo. Es más fácil vivir aferrados a una mentira condescendiente que asumir la verdad con todos sus requisitos.  Recordemos a Max Weber. Es racional quien hace buenos cálculos entre medios y fines, teniendo como condición que hay un estado de derecho que nos permite predecir la conducta de los otros. Deja de ser racional quien se deja llevar por las emociones o por la tradición, y es más difícil todo cuando se vive bajo el signo de la arbitrariedad totalitaria y la impunidad narco-criminal. Pero nada nos obliga a la evasión. Y mucho menos al silencio cómplice. Este ecosistema se nutre de nuestra complacencia y de la tibieza con la que asumimos la lucha. Nuestro silencio y el constante beneficio de la duda son sus nutrientes, y lo que le ha permitido mantenerse tantos años. La verdad exige el compromiso de proclamarla con claridad y vigor.

Juan Pablo II en su Encíclica “El esplendor de la verdad” nos recuerda el deber ineludible de diferenciar lo que es bueno de lo que es malo, y la búsqueda de la verdad “como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora”. Esta recta razón es la que nos posibilita y exige la disolución de cualquier forma de connivencia con el mal, cualquier arreglo con los que lo provocan, cualquier posibilidad de dejarlo sobrevivir en las estructuras sociales que han medrado hasta aniquilarlas. La ruta del coraje exige ruptura radical con el patrocinio del mal.

Por eso me gustaría decir que la ruta del coraje exige un ineludible sentido de la realidad, ese esfuerzo siempre inacabado de comprender y reconciliarnos con lo que está ocurriendo, sin que necesariamente esto signifique que sea posible la componenda, el perdón o el sometimiento a lo que nos daña y nos reduce al ser animal desprovisto de humanidad. Arendt nos acompaña en este difícil proceso cuando nos propone que entender esto que nos está pasando es reconocer que vivimos en un mundo donde estas cosas que nos ocurren son posibles. Son posibles la crueldad, la traición, la deslealtad, el saqueo, el crimen, el asesinato, la violación de derechos, el desvarío y el alejamiento radical de lo humano. También son realizables sus contrarios, y en eso precisamente consiste el llamado a comprender para luchar por un mundo mejor, en el que la verdad, discernida apropiadamente, puede ser un instrumento de liberación.

El sentido de realidad da paso a otra condición de la ruta del coraje: No se pueden usar medios inútiles, así como tampoco se pueden proponer fines retóricos. La verdad y su concomitante sentido de la realidad, nos exige que evitemos las cláusulas condicionales.

  1. No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista pueda ser derrotado de una forma tan simple como sacar del cargo ejecutivo a uno de ellos. Por lo tanto, proponer esas elecciones donde el retador exige “que ambos se despojen del cargo para ir parejos a unas elecciones” es inútil por incompleto e inconsistente con un diagnóstico apropiado de la situación.
  2. No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista tenga incentivos para dejar el poder mediante procesos de diálogos o negociaciones pactadas. No sólo por su condición de sistema difuso, ambiguo y líquido, sino porque sus condiciones para la cohesión interna exigen el uso impune de la fuerza pura y dura, y que ninguno de ellos caiga en desgracia o sea entregado.
  3. No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista acceda a ceder el poder mediante su sometimiento a elecciones libres, porque es incapaz de garantizarlo y porque el régimen de ventajas, extorsiones, chantajes e impunidad forman parte de la esencia del ecosistema.
  4. No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista se pueda despojar de su propia naturaleza arbitraria, ventajista y mafiosa para abrir espacios al reconocimiento y respeto por otras opciones.
  5. No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista se pueda afrontar eficazmente mediante una rebelión popular que sume testimonialmente más presos y mártires políticos. Porque no hay condiciones de marco institucional que velen por derechos y garantías ciudadanas.
  6. No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista practique la decencia pública y la honestidad en el manejo de los recursos. Todo lo contrario, se enriquece porque practica la corrupción, el saqueo y el cohecho para afianzar su poder y para debilitar moralmente a los que se les oponen. El ecosistema tiene en sus garras a una oposición corrompida, sin principios, incapaz de discernir y diferenciar lo bueno de lo malo, y que se ha visto reducida a ser el contorno del régimen que dicen combatir.
  7. No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista sea derrotado por la vía de una unidad entre corruptos, amorales y honestos. Por eso la unidad ha sido el fetiche explotado e implorado por todos los bandos para simular la lucha e imponer vía trampa y fraude un cómodo modus vivendi entre unos y otros que ahora tiene componentes y escenarios internacionales.
  8. No es verdad que solos podemos derrotar este ecosistema que se nos ha impuesto por la vía de la fuerza. La oposición honesta, no corrompida y que apuesta al coraje necesita toda la ayuda internacional posible.

Entonces la ruta del coraje exige que, reconociendo la realidad tal y como es, se pida ayuda internacional y se nos reconozca como víctimas cuyas estadísticas de éxodo, enfermedad, violencia política y muerte hablan por nosotros. Esta ruta exige denunciar la impostura de medios que no son tales, de cursos estratégicos que simulan la lucha, tanto como la profesionalización de la política como farsa y espectáculo que pide a cambio recursos sobre los que no rinden cuentas, ni permiten observaciones sobre eficacia y efectividad. El coraje exige de nosotros denuncia y propuesta, sin caer en la tentación de la promesa vana. Es una ruta que se esfuerza por tener resultados, usando el tiempo apropiadamente, teniendo presente todas las consecuencias que el mal inflige a la gente, y que insiste en lo que es obvio: que un régimen de hecho solo sale por la fuerza.

Por eso la ruta del coraje necesita de líderes con coraje: Para atenerse a la verdad, analizar los hechos con sentido de realidad, denunciar el mal y comprometerse con el bien, y solamente usar medios eficaces para intentar lograr los resultados que se buscan. Finalmente alinear y organizar el esfuerzo para lograr la fuerza que necesitamos: Alineación internacional, con un solo diagnóstico, un único significado y una sola modalidad de lucha; Alineación institucional, con un solo discurso de denuncia y necesidad de cambio, sin que sean colonizadas por partidos y programas de partidos; Alineación ciudadana, para que sean partícipes cotidianos de la ruta del coraje. Y todos asociados a la misma fuerza moral, capaces de discriminar lo bueno de lo malo, la paja del trigo, la verdad de la mentira, y lo eficaz de lo inútil.

Quisiera terminan citando a José Antonio Marina: “La valentía (el coraje) es la virtud del despegue, porque nos permite pasar del orbe de la naturaleza, sometido al régimen de la fuerza, al orbe de la dignidad, que está por hacer, y que debe regirse por el régimen de la dignidad. Es también la virtud de la fidelidad al proyecto (de la libertad), porque nos permite perseverar en él a pesar de los pesares, al permitirnos esa transfiguración que transforma nuestra fiereza en valor y el egoísmo en razón compartida”. Dicho de otra forma, debemos convertirnos en adalides de nuestra propia liberación sin ceder, sin dudar, sin caer en el conformismo, sin corrompernos ni prostituirnos. Esa es la ruta del coraje.  

 

@vjmc