La hipernormalización de Venezuela: cuando el futuro nos alcanzó, por Isaac Nahón Serfaty - Runrun
La hipernormalización de Venezuela: cuando el futuro nos alcanzó, por Isaac Nahón Serfaty

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En el documental HyperNormalisation (2016), que el cineasta británico Adam Curtis realizó para la BBC, se argumenta que a partir de los años 70 del siglo XX, políticos, corporaciones, banqueros y tecnólogos crearon un mundo de mentiras y corrupción que ha sustituido al mundo “real”. El problema, dice Curtis, es que la mayoría piensa que ese es el mundo “normal”, porque no puede ver otra cosa. 

El término hipernormalización lo introdujo el antropólogo ruso Alexei Yurchak en su libro Everything Was Forever, Until It Was No More: The Last Soviet Generation (2005). Yurchak estudió la vida en la Unión Soviética en los años 70 y 80. Todo el mundo sabía que el sistema era disfuncional, pero la gente no podía imaginar una alternativa al status quo.

Se instaló entonces un clima de resignación colectiva para mantener la apariencia de una sociedad que supuestamente funcionaba. La hipernormalización, escribe Yurchak, era una forma de aceptar las paradojas de un discurso oficial que al mismo tiempo criticaba al occidente capitalista pero que también defendía la idea un internacionalismo que se alimentaba de los valores del mundo occidental. En la Unión Soviética del “socialismo tardío” el discurso y las prácticas desde la autoridad (totalitarias), llenas de contradicciones y mentiras, eran aceptados como parte de los principios y las rutinas del sistema. 

Ni Curtis ni Yurchak son proponentes de teorías de conspiración ni de una visión paranoica de la historia. Los dos nos ofrecen claves para entender la realidad que muchas veces se disfraza con neologismos o se maquilla a base de eufemismos, ya sea en los países del socialismo real o en el occidente capitalista.

Crímenes hipernormales

La Venezuela gobernada por el chavismo-militarismo está entrando aceleradamente en una etapa de hipernormalización. El primer signo es la dolarización de facto de la economía, y la desaparición del bolívar como moneda nacional. El “socialismo bolivariano” (como el comunismo cubano) ha renunciado a tener soberanía monetaria y adopta la divisa de los Estados Unidos, poniendo en evidencia la gran paradoja que ya a nadie sorprende. Más allá de lo ideológico, que en el caso del chavismo ha sido siempre accesorio, están los intereses de los millonarios de la corrupción, del tráfico de drogas, de los bonos soberanos y de PDVSA, del contrabando de oro, y de otros negocios ilícitos, que necesitan un mercado donde blanquear sus capitales.

Y por supuesto, ese mercado tiene que operar en divisas duras, y no en bolívares ultradevaluados o en petros, la supuesta criptomoneda creada por el régimen chavista.

A nadie sorprende tampoco que un renovado entusiasmo por los negocios se esté respirando en la Venezuela chavista en 2021. Empezó ya en 2019 con la fiebre de los bodegones que crearon la ilusión de un país próspero en el que se consigue de todo como en Miami, como dicen algunos consumidores en Venezuela. Pero eso era solo un síntoma de una actividad económica que se refleja también en la Bolsa de Valores de Caracas, donde se emiten títulos de deudas de empresas en divisas o se buscan tasas de retorno interesantes para capitales que ya no pueden circular tan libremente por Estados Unidos o Europa. Y un miniboom de construcción en la zona de Las Mercedes en Caracas, es también muestra de una lavandería de dinero que va encontrando su ruta en un mercado dolarizado.

Un analista venezolano lo ha caracterizado como “socialismo oligárquico”, noción que pone demasiado énfasis en lo de socialismo (una palabra hueca en boca de Maduro y sus secuaces) y no tanto en las características criminales de esta hipernormalización que se va instalando en Venezuela.

Al mismo tiempo que la economía vuelve a dar signos de vida (periodistas especializados reportan un posible crecimiento de 3% del PIB este año después de varios años de decrecimiento), la realidad sigue mostrando sus colmillos ensangrentados. La FAES, cuerpo con prontuario de asesinatos y desapariciones, sigue matando gente.

Los venezolanos siguen huyendo del país como pueden, a pie, en lanchas, y siguen muriendo en el intento. El tráfico de personas parece ser otro negocio rentable. La gente sigue cocinando con leña a falta de gas. Los periodistas siguen siendo perseguidos. Los representantes de organizaciones no gubernamentales que ayudan a quienes necesitan medicinas o comida también son acosados por las autoridades.

Pero la hipernormalización sigue a paso de vencedores, para usar términos chavistas. Como un velo que tapa la cara fea de 21 años de destrucción chavista, los principios y rutinas de la dictadura, con su barniz de “legitimidad” electoral, se van consolidando en la vida cotidiana. Y quien no acepta las reglas del juego, con sus trampas y sus vicios, está a riesgo de terminar preso, exilado o incluso muerto. Incluso, corre el riesgo de no disfrutar de los beneficios de los negocios que el blanqueo de capitales está haciendo posible en la Venezuela pospetrolera.

No sorprende en la era de la hipernormalización que empresarios asuman con entusiasmo el “renacer” económico de la patria, ni que formadores de opinión prefieran soslayar ciertos temas espinosos como el blanqueamiento de capitales (“muy difícil de probar”, me han dicho).

En la hipernormalización manda el principio de supervivencia (o del “sálvese quien pueda”). Ya sé que me dirán que es muy fácil decirlo desde Canadá, donde vivo, sin vivir bajo las amenazas de la dictadura. Sin embargo, no se puede tapar el sol con un dedo.

Es justamente con el discurso que enfatiza una falsa prosperidad (al menos, la que genera beneficio a unos pocos) y que prefiere los eufemismos para evitar llamar a las cosas por su nombre (una economía que crecerá en algunos nichos gracias al blanqueamiento de dinero corrupto y de la actividad criminal), que la hipernormalización venezolana se consolida.

Alguien decía en una emisora de radio que, si bien la noticia sobre el supuesto concesionario Ferrari en Caracas era falsa, no es algo que habría que criticar, pues si la empresa italiana decidiera instalarse en Venezuela para vender sus lujosos automóviles eso sería fuente de empleos y de actividad económica. Claro que sería positivo en teoría, le replico a la comentarista, siempre y cuando sus clientes no sean los que expoliaron al país, los violadores de derechos humanos o los que han destruido a PDVSA. Pero eso es mucho pedir en la Venezuela hipernormal.

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