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El cambio no es un milagro sino un esfuerzo común, por Armando Martini Pietri

 

¿Hay esperanza? Sí, por supuesto. Sin embargo, la esperanza, como los objetivos de vida, ni es lotería ni se consigue sentándose a esperar. Demasiado tiempo, llevamos esperando una solución casi mágica a nuestros problemas, confiando en caudillos y manipuladores habladores que prometen y parlotean demagogia populista para llamar nuestra atención y usarnos como pasivos escalones hacia el poder.

 

En una empresa, hasta la de algún miserable aprovechador, hay una relación de mutua dependencia, te pago para que hagas un trabajo, el empresario más abusador es mejor que el esclavista que no paga, y el vendedor de ilusiones que quiere primero tú le des fuerza y fe para alcanzar sus objetivos y después te darán un montón milagroso de beneficios y regalos para que seas feliz, como si ganaras un sorteo. El detalle, esos ilusionistas suelen tener retentiva casual, sólo reaparecen cuando te vuelven a necesitar.

 

Que ciertos políticos profesionales son así, es irrelevante, lo que cuenta es que nosotros, los ciudadanos, no seamos así. Algunos activistas se transforman en permanentes proclamadores de ilusiones y profetas de falsedades, esa es su culpa, pero también nuestra responsabilidad. Que hayan venido reproduciendo las fallas, es asunto nuestro porque los hemos escuchado y creído con fe ciega, y no desarrollamos líneas de comunicación con la memoria ni la capacidad de razonamiento; hemos concurrido, con la vida, lucha y sacrificio hasta que empezamos a darnos cuenta que somos instrumentos ilusionados y resignados en vez de ciudadanos de verdad conscientes de sus derechos, deberes y compromisos.

 

Lo que angustia es que seguimos actuando similar. La decisión de ir o no a votar no está siendo consecuencia de cambios de actitud, sino de la rabia por el engaño. La esperanza debe ser una realidad hecha por nosotros, y quienes proponen unión no son capaces de unirse a quienes han sido maltratados, ignorados y apartados pero que han tenido la razón, mientras fracasados negociaban y siguen negociando con la dictadura.

 

Torpes en el ejercicio de la administración, pero astutos en la conservación del poder, y la astucia no es sólo viveza, también truculencia. Son protervos para dar servicios y una economía que, cumpliendo deberes sociales, sea eficiente, pero con trucos, zancadillas, falsos positivos, y toda perversidad sociopolítica aprendida y mejorada, por décadas de comunismo castrista que se ha sostenido como fuerza beligerante de un pequeño grupo sobre un pueblo que lleva medio siglo de hambre y pobreza. Y continúan, esperando primero a Barack Obama ahora algún milagro, como que el tirano muera o se aparte por ancianidad desplomándose la estructura castrista.

 

Los cubanos llevan años presenciando un éxodo, y no han reaccionado más allá de convertirse ellos mismos en exiliados. Y está pasando en Venezuela, nos estamos quedando sin profesionales, con un detalle en común: la mayoría de esos integrantes de la emigración son jóvenes que, tras la progresiva filtración que los gobiernos vecinos aplican, se convierten en combustible para sus economías mientras Venezuela se va quedando en país de adultos y viejos. Obviamente no son todos los casos, pero ésa es la tendencia mientras naciones receptoras, los van legalizando y digiriendo. El caso de los centenares de médicos venezolanos en el remoto Puerto Montt, muy al sur de Chile. No son simples casualidades, son realidades. Como lo es la unidad de estrategia firme, coherente sin contradicciones, sincera, honesta, autentica que no puede ni debe estar expuesta a caprichos politiqueros infames y al deseo calculado de ganancias e intereses vasallos.

 

¿Perdemos entonces esperanza? Eso ya lo hacen miles que dedican su tiempo a la dura labor de buscar comida, y observar familiares, amigos sufriendo y muriendo por desnutrición o enfermedades.

 

Tenemos que transformar el objetivo propio de cada venezolano que continua en el país, de cualquier situación socioeconómica y religión, el mismo que mantienen muchos profesionales y empresarios que salen cada día a luchar por sus vidas, no sólo contra la delincuencia y los abusos del poder pervertido, sino contra la vileza de la resignación.

Ése es el cambio que cuenta, que necesitamos, que derrotará a dirigentes políticos y partidos que envejecieron a gran velocidad convirtiéndose en sucesiones de errores, para satisfacción del régimen que no es sólo de fuerza, sino que hace del debilitamiento nacional su propia estrategia.

 

La farsa electoral negociada y propuesta es un intento desesperado por conseguir disculpas y aceptación por parte del mundo que olvidó carantoñas y comprensiones fáciles y ahora anota cuidadosamente ilegitimidades, mentiras y verdades contrarias. Por eso requieren con desesperación urgente que la oposición y al menos un candidato por encima de sospecha salga a enfrentar al madurismo. Los necesitan para el lavado de cara, pero no saben cómo hacerlo, les da más miedo que la misma realidad. Cambiarlos es obligación moral y hasta religiosa; su objetivo es inhumano y la metodología cruel.

 

Muchos creen que hay que ir a votar, más descontentos y hartos piensan lo contrario. En cualquier caso, el candidato oficialista quedará mal, nadie confía ni respeta su ética y menos la organización que lo respalda, saldrá erosionado -no importa los votos que le atribuya el sumiso poder electoral-, las bayonetas dan miedo, pero no popularidad y menos prestigio. El régimen está desarrollando una batalla que no tiene salida ni glorias de victoria.

 

Lo importante entonces, es que los ciudadanos cambiemos en profundidad, asumamos nuestra responsabilidad -no se llega al poder sólo porque se quiera-, terminemos de entender que el único caudillo que vale la pena seguir con fuerza es cada uno de nosotros.

 

Expresó sabiamente John Fitzgerald Kennedy, en otras palabras, no es el país quien nos hace a los ciudadanos sino somos los ciudadanos los que hacemos al país. Hemos sido exitosos en disfrutar a Venezuela mientras había una Venezuela para ser disfrutada, pero hemos fracasado rotundamente en hacer una nación como anhelamos o decimos que desear.

 

Esa Venezuela que no empieza en Miraflores ni en Fuerte Tiuna, sino que termina allí después que nace de cada uno de nosotros y juntos la convertimos día tras día en la gran realidad que puede ser. Si cambiamos. La esperanza debe ser una realidad hecha por los venezolanos unidos.

 

@ArmandoMartini 

Año nuevo, vida vieja, por Laureano Márquez

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Cuando un año comienza, parece que uno renovara la esperanza en muchas cosas: en la humanidad, en el propio destino dentro de ella, en la trascendencia del ser humano. También uno renueva la ilusión en cosas mucho más mundanas: un mejor trabajo, un mejor sueldo, un viaje… bueno, un viaje de vainas, pues.

Los venezolanos —y creo que algunos otros gentilicios también— comenzamos el año con la certeza de que todo será peor. De hecho, llevamos demasiados años con esa certeza, que es la misma que ha llevado al 10% de nuestros conciudadanos a abandonar el país en busca de reconstruir la esperanza en otro lugar, lo cual ya es mucho decir, porque para un venezolano no hay cosa más dolorosa que abandonar su casa, su clima, sus playas y sobre todo su paisaje espiritual y humano.

Este año será peor en todos los aspectos. Una sensación de que ningún cambio es posible se apodera de nosotros. Inverosímiles evasiones pasan por nuestras cabezas; ya imaginamos salidas extraterrestres: una invasión del planeta desde el espacio exterior, Dios nos libre. Y es que los venezolanos tenemos tal sino fatal sobre nosotros que es capaz de que se acaba el mundo y Venezuela sigue.

Quisiera ser algo más alentador en este primer escrito del 2018, pero me inquieta —en este comienzo de año— el empecinamiento en la demolición de lo poco que, a pesar de las circunstancias, sigue en pie. Abruma el cinismo. Se adueñaron del lenguaje. Pretenden hacerle creer a la gente que lo nombrado es real, que el pernil de carne y hueso se halla contenido todo él en la palabra “pernil” y que hoy te puedes comer la “p”, mañana la “e” y la “r”, y que el “nil” se puede congelar para la semana que viene. “¡El sol de Venezuela nace en el Esequibo! ¡Nace en el Esequibo!” les oigo decir, mientras la ExxonMobil anuncia nuevas perforaciones en el susodicho. Cuando hablan de que esto es “una guerra de ricos contra pobres”, la mala conciencia salta: ellos son los ricos, los que comen, los que tienen medicina y seguridad. Y la guerra la tienen casi ganada. Incluso palabras tan estimables como “democracia” y “libertad” terminan resonando en sus labios como mofa e insulto.

En su libro Ideología y utopía, Karl Mannheim señala que una de las maneras de entender la ideología es no solo como disfraz de la verdadera naturaleza de una situación cuyo reconocimiento podría perjudicar los propios intereses, sino también como autoengaño. Es decir, “mentiras” que uno se cuenta a uno mismo para ocultar la realidad. En mi modesta opinión, la realidad —contrariamente a la versión oficial— es que el modelo político y económico implantado en Venezuela la destruye cada vez más aceleradamente y la conduce a una peligrosa situación de desesperación.

La pregunta que brota inmediatamente es: ¿por qué alguien tendría tanto interés en acabar con su propia patria, en destruirla? ¿Cuál es la ganancia? ¿Esto es pura maldad o es incapacidad? Uno tiende a inclinarse por lo primero. Mannheim quizá nos diría que maldad y bondad no tienen nada que ver cuando se habla de opresión; que, aunque estemos convencidos de que estas personas actúan por pura maldad, ellas no lo ven así.

Analicemos a los esclavistas, por ejemplo, donde se ve todo más claro: con la mirada de hoy, sabemos que lo que hacían estaba mal, pero ellos estaban convencidos de lo contrario, de que los esclavos eran seres inferiores y conseguían que los propios siervos así lo creyesen. Es el mayor logro de quien somete: lograr que el sometido considere su situación como algo normal.

Apuntaba Marx en Sobre la cuestión judía: ninguna liberación parcial es buena; la liberación del hombre debe ser total. Es decir, la esclavitud, aunque él no lo sepa, oprime también al amo; menester es también liberarlo a él. Es solo en momentos de extrema opresión cuando los oprimidos se rebelan, cuando las opciones son sublevarse o morir y cuando toman conciencia de su poder, porque su opresor nunca dejará de pisotearlos mientras en ello encuentre beneficio y justificación.

La sociedad venezolana llego al límite. Ojalá que desde el Empíreo el Supremo Autor infunda al pueblo un sublime aliento.

@laureanomar

La pesadilla sigue por Marianella Salazar

VenezuelaBandera

 

La Navidad en Venezuela se encuentra en proceso de extinción, ese momento en que todo parece conjugarse en la familia, en recibir a esos hijos, hermanos o amigos, que han tenido que emigrar a lugares inimaginables, se ha visto desgraciadamente frustrado, y los que pudieron llegar han sufrido el calvario de tener pocas líneas aéreas que cubren este destino y padecieron largas horas en escalas inconcebibles.

Progresivamente el gobierno de Maduro, siguiendo el guion cubano, nos viene aislando, amenaza con cerrar fronteras, no solo con Colombia, también considera “cerrar toda vía de comunicación y comercialización con Aruba, Curazao y Bonaire”. Entrar o salir se ha vuelto tan bizarro en Venezuela, que hasta las maletas que traen nuestros familiares llegan con productos básicos y artículos de higiene personal. Una vergüenza.

Lo más cruel es el caso de los venezolanos en el exterior con pasaportes vencidos; no han podido renovarlos porque les ha sido imposible entrar a la página del Saime y se encuentran varados en esos países. Ese método de renovación ha significado una burla. Otro hecho que merece ser censurado ha sido la anulación de los pasaportes a 130 niños que iban a encontrarse en esta Navidad con sus padres que emigraron a Perú; ha sido un acto de maldad infinita y produjo un dolor inconmensurable no solo en sus familias sino en gran parte de los ciudadanos, conmovidos por la separación forzosa de esos inocentes, víctimas de la arbitrariedad, la discriminación y el totalitarismo.

Hay un ensañamiento en contra de toda la población, que es permanentemente humillada y engañada, como sucedió con los prometidos perniles que no hicieron acto de presencia. Para intentar palear el profundo rechazo nacional a Nicolás Maduro, en su infinita amoralidad, el gobierno pretendió llenar los estómagos vacíos con operativos contra el comercio y las licorerías, para que la caña les haga olvidar que la comida tienen que buscarla en la basura.

La realidad bolivariana no ha hecho otra cosa que producir una tétrica ilusión de felicidad. El régimen nos ha brindado la oportunidad para no celebrar nada. Las fiscalizaciones que provocan el cierre de muchos comercios y de fuentes de trabajo, además de la persistente desolación en las estanterías y con productos a precios astronómicos, imposibles de financiar, nos ha descendido hasta lo más bajo y lo depresivo. La situación de colapso que vivimos se le fue de las manos al gobierno, los intentos de saqueos se registran por todo el país. Son absolutamente incapaces de controlar al dólar paralelo, convertido en marcador de la paupérrima economía de importación de este país. La falta de dinero en efectivo es el preámbulo a una devaluación más dura que nos tocará padecer en 2018.

Lo peor está por venir, más devaluaciones, más escasez, más pobreza, más desempleo y los pronósticos sobre el panorama político estarán signados por el chantaje y el condicionamiento al reconocimiento de la inconstitucional asamblea nacional constituyente. A partir de enero la Asamblea Nacional estará en manos de los partidos políticos que representan a la “oposición oficial”, Un Nuevo Tiempo y Avanzada Progresista, que están dispuestos a una coexistencia con la ANC, como lo reconoció recientemente el diputado de UNT, Enrique Márquez, próximo presidente de la AN, cuando también afirmó que de llegarse a acuerdos, impulsarían el levantamiento de las sanciones impuestas al gobierno de Nicolás Maduro por violaciones de los derechos humanos.

Esa oposición colaboracionista, que ha impedido el final de esta pesadilla, también será juzgada cuando recuperemos la democracia y las libertades. La esperanza es lo último que se pierde. Fortaleza para enfrentar el año 2018.

 

@AliasMalula

El Nacional

De lo fatal a la última esperanza, por Edward Rodriguez

EleccionesR2017

 

El 2017, diría yo que igual al 2002 pero con más detonantes sociales, fue el año en el que la llamada “Revolución” instaurada por el fallecido Presidente Hugo Chávez y heredada por Nicolás Maduro, transitó y experimentó momentos difíciles e impensables para sus protagonistas, pero resistió la pela gracias a la protección de los militares; no hay otra explicación para que terminen el año y lleguen al 2018.

Hace aproximadamente seis meses un reportaje de la revista Semana, reseñaba que el año más difícil para la estadía de Maduro en el poder fue el 2016, y no este; efectivamente fue así, hoy los hechos le dan la razón.

En estos 12 meses pasó de todo. En enero se instaló el segundo año de la Asamblea Nacional bajo la presidencia de Julio Borges, pero casi de inmediato el Tribunal Supremo de Justicia aplicó medidas que ya comenzaban a ponerle una camisa de fuerza al parlamento para asfixiarlo y finalmente en un hecho sin precedentes en Venezuela, dar un golpe de Estado institucional, al arrebatarle las competencias.

La oposición unida salió a la calle para rechazar inicialmente este hecho inédito, durante cuatro meses ininterrumpidos las protestas en la capital y las principales ciudades del país pusieron en jaque a Nicolás y su régimen; durante ese tiempo vimos perder la vida de 120 jóvenes que sólo luchaban por un mejor país; pero también fuimos testigos de la furia de un gobierno acorralado y contra las cuerdas.

La cifra de detenidos pasó de los tres mil; la de violación de DDHH se perdió de vista y la de torturados igual; sin embargo, la calle no se abandonaba, no había miedo y paradójicamente eso le daba más temor a Maduro que al pueblo; pero todo terminó cuando desde la misma oposición se dijo que la protesta ahora sería encerrados en la casa por 48 horas sin ni siquiera mirar por el balcón, cosa que llamaron “paro nacional”.

Aprovechando las grietas que ya empezaban a marcarse en la Unidad, el régimen aprovechó y aplicó el “ácido” con la elección de la Asamblea Nacional Constituyente; consumada y ya en ejercicio fraudulento, convocó las elecciones regionales y posteriormente las municipales; ¿resultado? El partido de gobierno barrió con todo.

Sin dar el mínimo espacio a la oposición para pensar, reacomodar piezas y replantear estrategias, el Gobierno continuaba con su agenda; propició encuentros para el diálogo y tras varias reuniones “fallidas” entre el 23 y 24 de diciembre dieron libertad a 44 presos políticos.

Ahora bien, a pesar de que el régimen dice estar fuerte, de la boca para afuera, lo cierto es que hay una especie de calentamiento de la etapa final de la “Revolución”, y no es más que la crisis que hay con los alimentos, medicinas, repuestos, efectivo, combustible, alto costo de la vida, y para remate, con la electricidad que ha golpeado duro al Zulia; a tal punto que la Navidad fue recibida en penumbra literalmente. Durante dos días seguidos lo zulianos fueron víctimas de sendos apagones que marchitaron el poco espíritu navideño que quedaba.

Estoy convencido que en el 2018 nos queda una última esperanza para poner fin a esta pesadilla: la elección presidencial. Del lado opositor es necesario y urgente lograr la Unidad verdadera y el mejor candidato, aunque me simpatice Lorenzo Mendoza no creo que vaya correr esa válida, su prioridad son sus empresas y familia.

Esa última esperanza la tienen sobre todo los seguidores al régimen, ellos se van debatir en vivir en la miseria el resto de sus vidas o cambiar para siempre, si ese 30% de ciudadanos no rompen las cadenas y entienden que nos llevaron hasta lo más profundo y que sólo de pan no vive el hombre pues, esa última esperanza desaparecerá; y así como muchos, nos tocará emprender otro camino, mientras tanto apuesto al 2018 a la sensatez y al cambio absoluto del peor gobierno de la historia venezolana.

Me despido, agradeciendo a estos medios de comunicación que me permitieron este 2017 emprender una nueva etapa en mi carrera como articulista de opinión y a los lectores por su confianza, fidelidad y comentarios. Nos leemos en el 2018.  

@edwardr74

Más allá del círculo íntimo, por Ángel Oropeza

Esperanzavzla

 

Los humanos tenemos una tendencia natural y explicable a rodearnos de quienes piensan como nosotros. Según las teorías psicológicas de la Consistencia (Heider, Festinger, Osgood y otros), ello obedece a que mantener relaciones inconsistentes, como lo sería discrepar de nuestros amigos en cuestiones ideológicas o confrontar constantemente opiniones contrarias a la nuestra por parte de quienes nos rodean, termina generando un disconfort psicológico que se busca siempre evitar y reducir.

Adicionalmente, y de acuerdo con las teorías de formación de estereotipos, la información del entorno que coincide con nuestras creencias recibe mayor atención y tiende a recordarse con mayor exactitud que la información que no es consistente con las opiniones propias. De hecho las personas, por un mecanismo de ahorro cognitivo y de “comodidad” psicológica, solemos prestar atención preferencial y considerar como cierta la información que es consistente con lo que creemos, y rechazar, negar o simplemente no ver aquella que no concuerda con lo que pensamos.

Así, lo usual es que las personas busquen confirmación permanente a sus opiniones y creencias rodeándose preferentemente de quienes piensen igual a ellas, y obviando informaciones que reten las que ya poseen. Esto termina generando la ilusión de creer que todo el mundo –o al menos la mayoría– piensa igual que nuestro círculo íntimo, cuando en realidad no es así.

El último estudio nacional de Percepción pública de la Universidad Católica Andrés Bello (Ratio-UCAB), cuyo campo terminó hace apenas 2 semanas, es un buen ejemplo de la distancia que con frecuencia existe entre lo que la mayoría del país percibe y lo que se suele aceptar como cierto en el mundo restringido de las redes sociales o en el de las declaraciones de algunos actores políticos. En ese limitado cosmos, existen –entre muchos– dos mitos a los que hay que hacer obligatoria referencia: el de la disolución de la Mesa de la Unidad Democrática, y la supuesta resignación colectiva frente a la actual coyuntura. Comencemos por el primero.

Si usted no levanta la vista del Twitter que siempre sigue, puede que termine comprando la tesis, compartida de manera curiosa por el gobierno y algunos extraños opositores, según la cual el país rechaza de manera abrumadora a la Mesa de la Unidad Democrática y desea su pronta eliminación. Pues bien, ante la pregunta “¿Qué cree usted que debería pasar con la MUD?”, 64,9% opina que debe preservarse y mantenerse unida para enfrentar lo que viene, mientras 24,1% responde que debería desaparecer para que aparezcan nuevas opciones.

Pero más relevante todavía es lo referido a la supuesta “resignación” colectiva. Ante la pregunta de si se van a resolver los problemas de inflación y desabastecimiento en 2018, un sorprendente 73,6% cree que sí. Pero antes que alguien grite que esta es una muestra de ingenuidad e imperdonable optimismo, lo interesante es que casi la mitad de quienes así opinan, ante la pregunta de a qué se debe su respuesta, afirman que porque va a haber un cambio de gobierno en 2018.

No sigamos confundiendo desorientación e incertidumbre, más que justificadas por lo demás, con resignación y entrega. Esto último es ciertamente un peligro potencial, pero todavía no es una realidad. Estamos frente a un país que sufre, que no le gusta lo que está pasando, donde muchos compatriotas no solo hurgan en la basura sino que ahora hasta hacen cola para poder comer de ella, pero que al mismo tiempo es optimista sobre lo que viene. Porque saben que el gobierno no es mayoría, conocen lo que ocurre y se siente en las profundidades del pueblo adentro, y saben que esta película continúa.

El gobierno necesita de la desesperanza y la división para aspirar sobrevivir a un país que le es adverso. No contribuyamos con su estrategia. Más allá de algunos círculos íntimos, en muchas ocasiones engañosos, bulle la esperanza de una mayoría que no tiene pensado ni abandonar la lucha ni sentarse a llorar su entrega.

@AngelOropeza182

El Nacional

Movilizar la esperanza, por Roberto Patiño

Esperanzavzla

 

La Negra” es una de las madres participantes, como beneficiaria y voluntaria, de “Alimenta la Solidaridad” en La Vega. Si hablas con ella un rato podrás entender la difícil situación que viven  los venezolanos en este momento.

“La Negra” tiene tres hijos. Solo poseen un par de zapatos de colegio para los tres, por lo que un hijo puede ir a la escuela al día mientras los otros dos se tienen que quedar en casa. Los muchachos están sufriendo enfermedades en la piel. Cuando “La Negra” los llevó al médico, este le dijo que debía hervir el agua, que estaba llegando de color marrón y podría estar contaminada.  La respuesta de “La Negra” fue contundente: “¿cómo la hiervo si no tenemos ni gas, doctor?”

Como el país, cada aspecto de la vida de la Negra se convierte en una dificultad y una lucha, un reflejo de la crisis sistémica que nos desborda. Si ya era grave la situación política, económica y social que disparó las manifestaciones que sacudieron al país de abril a agosto, en los últimos 60 días la crisis se ha profundizado a niveles aún mayores.

Se viven violaciones masivas a los DDHH, reconocidas por organismos internacionales: violencia y persecución política, detenciones ilegales en las que en algunos casos se ignora la salud de los detenidos hasta provocar la muerte o lesiones permanentes, la actuación irregular de cuerpos de seguridad y la participación de grupos paramilitares  afectos al gobierno.

Esto se suma  a la grave emergencia alimentaria, la inflación galopante, imposibilidad de conseguir insumos básicos (desde medicamentos hasta repuestos automotores), brotes de enfermedades nuevas y otras que tenían largo tiempo superadas, cierre de empresas, censura y aumento de la criminalidad. Problemas complejos y crecientes que se reproducen en todos los espacios de la vida del país e impiden una mínima normalidad.

Cuando conocí a “La Negra” hace ya 10 años, tenía en la puerta de su casa una calcomanía que decía “el que no quiere a Chávez no quiere a su mamá”. Pero ya en los últimos años del gobierno de Chávez, y con más fuerza en el de Maduro, “La Negra” se ha convertido en una crítica descarnada del gobierno y de los efectos que sus políticas sobre la vida de las personas. Es una muestra del descontento generalizado al modelo fallido de la ”revolución”, así como de la enorme necesidad de cambio en los sectores populares, que han sido desconocidas e ignoradas por el régimen. El mantenimiento de ese modelo destructivo y empobrecedor y el ejercicio del poder por medio de la violencia y la coacción, han producido un gran desánimo, rabia e impotencia. También ha comprometido uno de los elementos más importantes para el desarrollo de cualquier sociedad: la esperanza.

Esto podemos sentirlo en los miles de jóvenes que se van del país buscando una mejor vida, muchas veces en condiciones desesperadas. O en el aumento significativo del ausentismo y abandono escolar registrado en el actual comienzo de clases. En algunas universidades ya se maneja un descenso del 40 y 50% en la matricula estudiantil, evidenciando la situación  de niños y jóvenes que deben poner en pausa sus expectativas de superación y desarrollo para poder sobrevivir y ayudar a sus familias a mantenerse.

Aunque “La Negra” no le toca votar en las próximas elecciones regionales, defiende esa opción y está dispuesta a promover el voto en su comunidad. Pero para algunos de sus vecinos el evento electoral no está entre sus prioridades. No creen que  incida en los problemas que los afectan a diario, inmersos a los rigores de la crisis y la lucha por la supervivencia. Esta realidad señala uno de los grandes retos que la dirigencia política deberá enfrentar el 15 de Octubre.

El acto electoral deberá enfocarse no solo desde la defensa o recuperación de espacios democráticos, sino también, y con igual importancia, desde la articulación efectiva con la gente. Se debe trabajar en la movilización de las personas no sólo para el logro de una votación masiva sino para promover la participación en acciones políticas.  Planes conjuntos y esfuerzos efectivos que alivien los embates de la crisis y resistan al régimen que promueve la actual situación de empobrecimiento y dificultad.

Ejemplos de esto lo podemos ver las iniciativas de Manuel Olivares en Vargas o Andrés Chola en Petare, reproduciendo, en comunidades de sus respectivas zonas, planes como Alimenta la Solidaridad. Generando una base de trabajo y cooperación con las comunidades para lo social y lo político, construyendo una esperanza real, no desde optimismos vacíos sino desde la organización y la participación.

Estas relaciones son fundamentales en el establecimiento de un compromiso común para un país de inclusión y desarrollo. Cuando hablo con “La Negra” reafirmo ese compromiso con ella y su comunidad. Continúo una relación de años que hemos establecido desde el reconocimiento, el respeto y la confianza. Pero en nuestro encuentro también encuentro esperanza. Veo a una mujer que me brinda su amistad y que en medio de las dificultades se ayuda a sí misma, a sus hijos y vecinos. Un ejemplo que llama a no sucumbir ante la adversidad y seguir trabajando en el logro de cambios. Y ese compromiso, esa esperanza y ese ejemplo, son de inmenso valor en medio de los difíciles tiempos que vive nuestro país.

 

@RobertoPatino

Coordinador de Movimiento Mi Convive

La que nunca se rinde, por Carolina Jaimes Branger

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La bisabuela de Clara nació cuando Venezuela era un país rural, atrasado y pobre. Su familia cultivaba café en el Táchira. Habían subido desde Barinas en la época de la Guerra Federal, justo antes de que Zamora y sus huestes arrasaran con su pueblo, en el que no quedó hombre vivo ni mujer que no hubiera sido violada. No eran pobres, pero tampoco eran ricos. Campesinos como casi todo el resto del país, trabajaban de sol a sol. De once hermanos nacidos vivos, habían sobrevivido cinco. A dos se los llevó la fiebre amarilla, uno murió de “cólico miserere” –aparentemente apendicitis- y los otros tres de distintas infecciones en una época cuando no había antibióticos.

Por desgracia, la nieta de Clara también nació en una Venezuela rural, atrasada y pobre, aunque habían transcurrido más de un siglo entre el nacimiento de la quinta abuela y ella. A la bisabuela de su abuela Clara le dio tifus cuando tenía quince años y el médico sentenció: “si se salva, va a vivir cien años” y así fue. Vivió 103 años y murió lúcida, entera, rodeada de sus seres queridos. Y es que esa mezcla de razas, blanca, india y negra logró milagros. Gente fuerte y aguerrida. Y con las mezclas con los inmigrantes que llegaron después, mejor aún.

La nieta de Clara, cinco generaciones después, murió por falta de medicamentos en un país petrolero. Tenía dos años apenas. Cuando los medicamentos enviados por familiares en el exterior llegaron, ya era demasiado tarde.

La bisabuela de Clara vivió unas cuantas revoluciones. Por su pueblo pasó toda suerte de caudillos. Le mataron dos hijos, y cuando los gochos de Cipriano Castro se detuvieron para apertrecharse en su ruta hacia Caracas, ella sacó dos escopetas que tenía y se las dio a sus hijos menores: “vayan a luchar por la patria”, les dijo. Uno murió en una montonera antes de alcanzar la capital, pero el abuelo de Clara sobrevivió no sólo para contarla, sino para fundar una familia de bien. Ésas fueron las familias que construyeron el país moderno. Gente trabajadora, decente, consciente de su papel de constructores en un país donde todo estaba por hacerse.

El abuelo de Clara trabajó desde los dieciséis años, edad que tenía cuando su madre lo envió detrás del hombre a caballo. Cuando el petróleo empezó a ser nuestro producto estrella, se fajó a construir una empresa metalmecánica que surtía a la industria. Hizo dinero y les dio a muchas familias de empleados y obreros las oportunidades que no habían tenido. Deseaba que “la segunda generación”, como con orgullo los llamaba, fueran todos universitarios y lo logró. Sus hijos, los de sus empleados y los de sus obreros. Profesionales estupendamente bien formados, cuyos nietos hoy engrosan las filas de los mejores profesionales… en otros países.

Su empresa ha pasado momentos muy difíciles. Le ha llegado toda clase de funcionarios, sobre todo en los últimos años, exigiendo el pago de una vacuna so pena de expropiación. Estuvo a punto de mandarlos a la porra, pero pensó en su gente y aguantó. Ahora su nieta está al frente y sigue aguantando. Ella no sólo está al frente de su compañía, sino también se encarga de distribuir comida en los barrios más pobres. Cada día hay más gente pasando hambre, pero también hay más gente que ayuda.

Y es que está convencida de que en Venezuela amanecerá. Ha amanecido siempre. Y hay millones de venezolanos como ella, dispuestos a luchar, a no cejar ante las injusticias y a reconstruir. Son hijos de Venezuela, la que nunca se rinde.

 

@cjaimesb

 

Razones para la esperanza, por Pedro Méndez Dager

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FOTO: Carlos García Rawlins / REUTERS

 

Se acercaba la noche y dábamos por terminada la jornada de protesta, caminando por el campo de batalla en que se había transformado el Distribuidor de Altamira, bajo la presión de los pelotones oficiales de la represión totalitaria o de los bandidos paramilitares con licencia para disparar. Necesitábamos un almuerzo urgente que serviría de cena, y acompañados todavía por un grupo de jóvenes manifestantes de la vanguardia que se unieron a nosotros, buscamos un lugar más seguro para sentarnos y comer. La pollera estaba funcionando y había espacio para todos. Pedimos suficiente para que el grupo se mantuviera en pie.

Cerca de nosotros uno de los jóvenes combatientes, sacó un papel y envolvió su ración, luego la metió en su morral destartalado. Andrés “Chola” Schloeter, concejal de Sucre, que estaba allí le preguntó por qué hacía eso y el chamo respondió que se la llevaba a su abuela, que debía tener unos dos meses sin probar una presa de pollo. Pero observamos que otro de los improvisados acompañantes tenía una bolsa y estaba guardando también su parte en aquel almuerzo cena. Anticipando la pregunta nos dijo sin la menor afectación: “es para mamá”.

El hambre no es una fábula. Acosa todos los días de esta Venezuela colonizada -regresada doscientos siete años en la historia de sus instituciones- a capas de la población cada vez más numerosas y menos acostumbradas a pasar los días sin el alimento esencial para vivir. Puede afirmarse, sin mucha probabilidad de alejarse de la realidad nacional, que cada día crecen las dimensiones de la población desnutrida y que ha llegado el tiempo en que la competencia no es ya por un empleo, por un salario, o por un contrato, sino por acceder primero a las bolsas de basura de los restaurantes, mientras queden restaurantes, y de las casas de los poderosos del régimen colonial que hacen la guerra para permanecer allí, por los siglos de los siglos. Este hambre como táctica de dominación y como confesión del más colosal fracaso de nuestra historia, destruye a pasos acelerados el potencial cerebral de centenares de miles de niños, esos chamos pilas, creativos y brillantes con los que comenzaba a equiparse la Venezuela que perdimos.

Pero ahí están los chamos. Andan en rebelión y salen a luchar por una patria mejor que, de ñapa, es perfectamente posible. Unos jóvenes de cuyo corazón no han podido arrancar esas maravillosas virtudes que harán la Venezuela que viene, cuando salgamos de la tragedia: Amor filial, generosidad, solidaridad. Está llegando la hora de empezar a resembrar también el amor el trabajo, la disciplina, la honradez, la puntualidad, el sentido crítico y autocrítico, el auténtico amor a Venezuela.  Ni siquiera veinte años de prédica constante del odio hacia los demás o hacia los que han logrado avanzar un poco más en la ruta del progreso o en el camino de la civilización, han podido arrancar del corazón de la mayoría determinante de los entrañables venezolanos el amor a la familia y la generosidad. Esos que hace tiempo están pensando y preparándose para la difícil pero seductora posibilidad de hacer a Venezuela grande otra vez: en la nueva economía, en la nueva educación, en las instituciones rescatadas puestas al día, en la salud y la seguridad social replanteadas, en la agricultura renovada, en la nueva infraestructura, en las nuevas fuerzas armadas. Hay terreno dónde sembrar, y habrá más todavía. También hay jóvenes llevando las estrellas, soñando con la libertad de su Patria, a la que han jurado y jurarán defender y mantener libre, independiente y soberana, aun a costa de la vida. Porque ahora es cuando va a pelear Rondón.

@pedro_mendez_d