La que nunca se rinde, por Carolina Jaimes Branger
La que nunca se rinde, por Carolina Jaimes Branger

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La bisabuela de Clara nació cuando Venezuela era un país rural, atrasado y pobre. Su familia cultivaba café en el Táchira. Habían subido desde Barinas en la época de la Guerra Federal, justo antes de que Zamora y sus huestes arrasaran con su pueblo, en el que no quedó hombre vivo ni mujer que no hubiera sido violada. No eran pobres, pero tampoco eran ricos. Campesinos como casi todo el resto del país, trabajaban de sol a sol. De once hermanos nacidos vivos, habían sobrevivido cinco. A dos se los llevó la fiebre amarilla, uno murió de “cólico miserere” –aparentemente apendicitis- y los otros tres de distintas infecciones en una época cuando no había antibióticos.

Por desgracia, la nieta de Clara también nació en una Venezuela rural, atrasada y pobre, aunque habían transcurrido más de un siglo entre el nacimiento de la quinta abuela y ella. A la bisabuela de su abuela Clara le dio tifus cuando tenía quince años y el médico sentenció: “si se salva, va a vivir cien años” y así fue. Vivió 103 años y murió lúcida, entera, rodeada de sus seres queridos. Y es que esa mezcla de razas, blanca, india y negra logró milagros. Gente fuerte y aguerrida. Y con las mezclas con los inmigrantes que llegaron después, mejor aún.

La nieta de Clara, cinco generaciones después, murió por falta de medicamentos en un país petrolero. Tenía dos años apenas. Cuando los medicamentos enviados por familiares en el exterior llegaron, ya era demasiado tarde.

La bisabuela de Clara vivió unas cuantas revoluciones. Por su pueblo pasó toda suerte de caudillos. Le mataron dos hijos, y cuando los gochos de Cipriano Castro se detuvieron para apertrecharse en su ruta hacia Caracas, ella sacó dos escopetas que tenía y se las dio a sus hijos menores: “vayan a luchar por la patria”, les dijo. Uno murió en una montonera antes de alcanzar la capital, pero el abuelo de Clara sobrevivió no sólo para contarla, sino para fundar una familia de bien. Ésas fueron las familias que construyeron el país moderno. Gente trabajadora, decente, consciente de su papel de constructores en un país donde todo estaba por hacerse.

El abuelo de Clara trabajó desde los dieciséis años, edad que tenía cuando su madre lo envió detrás del hombre a caballo. Cuando el petróleo empezó a ser nuestro producto estrella, se fajó a construir una empresa metalmecánica que surtía a la industria. Hizo dinero y les dio a muchas familias de empleados y obreros las oportunidades que no habían tenido. Deseaba que “la segunda generación”, como con orgullo los llamaba, fueran todos universitarios y lo logró. Sus hijos, los de sus empleados y los de sus obreros. Profesionales estupendamente bien formados, cuyos nietos hoy engrosan las filas de los mejores profesionales… en otros países.

Su empresa ha pasado momentos muy difíciles. Le ha llegado toda clase de funcionarios, sobre todo en los últimos años, exigiendo el pago de una vacuna so pena de expropiación. Estuvo a punto de mandarlos a la porra, pero pensó en su gente y aguantó. Ahora su nieta está al frente y sigue aguantando. Ella no sólo está al frente de su compañía, sino también se encarga de distribuir comida en los barrios más pobres. Cada día hay más gente pasando hambre, pero también hay más gente que ayuda.

Y es que está convencida de que en Venezuela amanecerá. Ha amanecido siempre. Y hay millones de venezolanos como ella, dispuestos a luchar, a no cejar ante las injusticias y a reconstruir. Son hijos de Venezuela, la que nunca se rinde.

 

@cjaimesb