Ángel Oropeza, autor en Runrun

Ángel Oropeza

Bolívar tiene razón, por Ángel Oropeza

UNO DE LOS CONCEPTOS MÁS ampliamente estudiados en la Ciencia Política es el de “gobernabilidad”, entendida esta de manera sintética como una propiedad de los sistemas políticos definida por su capacidad para satisfacer de manera eficiente y adecuada las demandas de la sociedad a quien sirve.

Desde el punto de vista psicosocial, la gobernabilidad se asocia con el grado de acatamiento o aceptación mayoritaria de las acciones gubernamentales por parte de los ciudadanos, y en este sentido tiene que ver con un concepto relacionado como lo es el de “legitimidad de reconocimiento”. Por otro lado, desde una perspectiva técnico-administrativa, la gobernabilidad se asocia con el grado de eficacia y eficiencia en el desempeño del equipo gubernamental, y con su control sobre los procesos políticos y económicos de un país.

Lo contrario a la gobernabilidad, por supuesto, es la ingobernabilidad. Y esta se define, en consecuencia, como la incapacidad de los gobernantes para satisfacer las demandas y expectativas de la población, y por la falta de control sobre los procesos económicos y políticos.

Una rápida mirada a la Venezuela de hoy nos habla a las claras de una situación típica e innegable de ingobernabilidad. Quienes ocupan el poder en el país no gobiernan, ni en el sentido estricto de satisfacer las necesidades básicas de la población ni desde la perspectiva del necesario control sobre los procesos sociales. Y para muestra hay más de un botón.

El régimen de Maduro no puede con la economía (somos hoy el único país del planeta con hiperinflación, con una recesión y decrecimiento ya crónicos, y con un porcentaje mayoritario de la población con severas limitaciones para acceder a la alimentación y a los servicios básicos de salud, luz, agua y educación), no controla la moneda (cada vez más devaluada y casi inexistente), no puede con el hampa (desde que las actuales personas que ocupan el poder lo hacen, somos el país más violento e inseguro del mundo), y ni siquiera controla el propio territorio nacional, hoy víctima de la presencia activa de paramilitares y delincuencia organizada.

Si la capacidad de gobernabilidad es la principal característica de un gobierno, y estamos en presencia indiscutible de una situación de ingobernabilidad estructural, entonces en Venezuela se puede afirmar con propiedad que no existe un gobierno sino unos individuos que ocupan el poder. En sentido estricto, el régimen de Maduro no gobierna, solo usa el poder.

¿Para qué existen los gobiernos? Existen para satisfacer las demandas y necesidades de la población, para administrar los recursos públicos de manera eficiente de cara a la satisfacción de esas necesidades, para garantizar la vida y el bienestar de la población, para asegurar la paz y la convivencia nacional, y para resolver a través de sus instituciones y acuerdos las diferencias inevitables entre personas y sectores distintos. Si ello no ocurre, el gobierno de que se trate no tiene sentido, justificación ni razón de existir.

Venezuela necesita con urgencia un gobierno. Los símbolos y espacios de poder están ocupados por personas que se refugian allí y utilizan el poder. Pero usar el poder y gobernar son dos cosas diferentes. Mientras el beneficiario de lo segundo son los ciudadanos y el país, los que practican lo primero lo hacen fundamentalmente en su propio beneficio.

En 1819, y como parte de su célebre Discurso de Angostura, el Libertador Bolívar afirmaba que el sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política.

Coherente con este pensamiento, un régimen que condena a la población al hambre y la infelicidad, que le priva de siquiera las condiciones mínimas de seguridad social, y que al criminalizar y perseguir a quien no piense igual aleja toda posibilidad de paz y estabilidad política, se convierte de hecho –siguiendo a Bolívar– en el más imperfecto y perjudicial de los gobiernos. Tanto, que ni siquiera merece ese título.

 

@AngelOropeza182

SIN ÁNIMOS DE OFENDER a la inteligencia de quienes leen esto, comencemos con recordar una precisión teórica necesaria y básica: todo pensamiento o diseño estratégico parte de la definición de un objetivo, luego de lo cual se establecen o planifican los pasos requeridos para alcanzarlo. En consecuencia, los pasos se definen en función del objetivo. Esto es, son útiles en la medida que nos acercan o contribuyen a la consecución del objetivo planteado. Es el objetivo lo que importa. Los pasos son herramientas para alcanzarlo.

En el diseño estratégico de lucha de la oposición democrática venezolana, el objetivo es claro y compartido por todos: la finalización cuanto antes de la dolorosa tragedia humanitaria que sufren los venezolanos, lo cual no es posible sin la urgente superación de la dictadura.

Para lograr este objetivo se han establecido una serie de pasos, simplificados de manera didáctica en terminación de la usurpación, conformación de un gobierno de transición y  realización de elecciones libres. Por supuesto, cada uno de estos pasos supone a su vez un conjunto de tácticas, que son las acciones necesarias y tareas concretas para desarrollar esa estrategia.

Ahora bien, una condición indispensable para que una estrategia resulte exitosa es su viabilidad práctica, lo que implica –entre otras cosas– su capacidad para adaptarse y responder a la naturaleza cambiante del entorno que enfrenta. Es por ello que el orden original de los pasos de una estrategia diseñada es uno, y su factibilidad real (que es producto de las circunstancias inciertas y muchas veces impredecible de la lucha política) una vez que ella comienza a ejecutarse puede ser algo distinto. Lo importante es que no se abandone ni se sacrifique el objetivo.

En días recientes algunos opinadores han salido –seguramente de muy buena fe– a exigir el respeto estricto al orden original de la estrategia cuando fue diseñada (esto es, antes de comenzar a ser desarrollada en la práctica), y a denunciar como sacrílego cualquier intento de modificar su secuencia inicial.  Si bien algunos de sus argumentos resultan interesantes y válidos, quienes así se expresan olvidan que la estrategia siempre debe ser evaluada en función de su factibilidad concreta. Y si el objetivo es alcanzable por una secuencia distinta a la prevista, esa es la secuencia correcta. Así, por ejemplo, puede que las circunstancias conduzcan a que el cese de la usurpación se logre por una elección que garantice el respeto a la voluntad de las mayorías. Si esa resulta en la práctica la forma más rápida o factible de alcanzar el objetivo, ello es lo que verdaderamente importa. Aquí la clave es el producto, no el orden de los factores.

Pero más allá de esto, lo que está resultando peligroso es que esta discusión sobre la secuencia estratégica originaria vs la factible nos está haciendo olvidar que lo crucial –y lo que el país realmente reclama–  es que nos pongamos de acuerdo para trabajar con urgencia en lo que todos parecen coincidir, y es que sin presión social no hay salida posible, no importa la secuencia.

Hay que decirlo con claridad: si no hay una presión social contundente, sostenida y sistemática, ninguna de las “secuencias” estratégicas que hoy se discuten podrá tener éxito. Por ello, es urgente no abandonar y seguir fomentando la movilización social cívica y la protesta pacífica permanente y creciente, articulándolas y dándoles contenido político, generando en conjunto con el resto de las formas de presión y lucha cívica (tales como la negociación y la presión internacional), las condiciones que precipiten una salida constitucional del gobierno.

Si a pesar de nuestras diferencias, todos asumimos esta tarea común y nos lanzamos a la única acción urgente y necesaria de presión social que reclama este momento histórico, no solo construiremos en la práctica la verdadera unidad que demandan los venezolanos, sino que estaremos generando las condiciones políticas que conduzcan al éxito de la estrategia democrática, sea cual sea su secuencia de ocurrencia.  Sin estas condiciones derivadas de la presión social, el cambio del régimen y la superación de la crisis seguirá siendo un irrealizable e insatisfecho anhelo.

Si estamos unidos en el objetivo, que no nos separe ni la táctica ni el orden de los pasos para alcanzarlo. Sin embargo, como hemos dicho otras veces pero es necesario repetirlo, el problema no es ponernos de acuerdo en cómo es el final, sino hacer lo que se requiere para que haya un final. 

 

@AngelOropeza182

El Nacional

¿Qué significa “todas las opciones”? Por Ángel Oropeza

EN UNA DEMOCRACIA, LO QUE HAY QUE hacer para sustituir a un gobierno es perfectamente predecible, porque la alternabilidad y el cambio político son rasgos característicos y consustanciales con ella. La gente se organiza, expresa su voluntad soberana a través de mecanismos electorales, y todos respetan la decisión mayoritaria de los ciudadanos.

En una dictadura, por el contrario, el cambio de gobierno no solo está prohibido, sino que quienes lo intenten son considerados por los usurpadores como reos de delito. Por tanto, lo que hay que hacer para superar una dictadura tiene que enfrentar la inevitable incertidumbre de lo no predecible, pero además debe asumir la necesaria flexibilidad que requiere una lucha contra un enemigo que desconoce normas y escrúpulos.

Cuando la oposición democrática venezolana habla responsablemente de que en la estrategia de liberar a Venezuela “todas las opciones están sobre la mesa”, se refiere a la necesidad de enfrentar a la dictadura con todas las armas de la lucha cívica. Y en esta lucha, como en el ajedrez, todas las piezas cuentan. Es un grave error pensar que con solo una de ellas se puede ganar el juego. De hecho, si usted en el ajedrez mueve bien todas sus piezas, pero se equivoca con una, no importa lo bien que lo hayan hecho las demás, usted no va a ganar. Exactamente igual que en la lucha política.

La alternativa democrática venezolana tiene en su tablero de juego varias piezas simultáneas: la articulación social, la organización popular, la presión de calle, la protesta legítima, el trabajo político de socavamiento de las bases de apoyo del régimen, la presión y la acción internacionales, la docencia social, el acompañamiento a las luchas ciudadanas y la exploración sobre la viabilidad de mecanismos de negociación con el enemigo, por citar solo las más importantes.

Todas estas modalidades del combate político son complementarias e incluyentes. Unas son más visibles, públicas y evidentes; otras más propias del trabajo callado y sin estridencias, y algunas se desarrollan con el menor ruido posible, como corresponde a quienes enfrentan una dictadura. Pero todas son elementos necesarios de una misma ecuación, que deben ser combinados y coordinados con adecuada direccionalidad, de manera inteligente y simultánea.

Lamentablemente, cuando algunas personas oyen la expresión “todas las opciones sobre la mesa” piensan solo en la que les gusta y tienden incluso a satanizar a las demás. Es necesario, por tanto, seguir insistiendo: no se trata de una opción o la otra. Es una estrategia integrada, de adelantar y trabajarlas todas, porque todas las opciones se alimentan mutuamente y contribuyen al mismo objetivo. 

En el tablero del modelo fascista que hoy nos explota también hay varias piezas de juego. De ellas, hay tres de mayor peso e importancia, sobre las cuales descansa su esperanza de ganar el juego. En primer lugar, la represión y el uso de la fuerza bruta, con los cuales se busca quebrar la capacidad de resistencia de la gente y disuadir sus expresiones políticas a punta de miedo. Luego, el uso de los recursos del Estado para chantajear a los más vulnerables, obligándolos a canjear su dignidad por derechos que les son propios. Y, por último, la emisión sistemática de mensajes cuyo objetivo es generar desánimo, desunión y desesperanza en la población.

Aquellas son las piezas de la estrategia democrática. Estas últimas, las armas de la dictadura. Pero nótese algo importante. En esta etapa del combate por la liberación de Venezuela, hemos avanzado al punto de que ya nadie habla del símil de “David contra Goliat” para referirse a la asimetría de fuerzas de la oposición democrática frente a la tiranía. Hoy se usa, en cambio, la analogía del “choque de trenes” para describir la paridad de la coyuntura. Del lado democrático tenemos a la inmensa mayoría de la población, a casi todos los sectores sociales organizados, a la comunidad internacional y a la Constitución. ¿Qué tiene la dictadura? Recursos para chantajear y capacidad de represión y tortura.

Ante el choque de trenes, cobra más importancia que nunca la activación integrada y coordinada de todas –léase bien, de todas– las piezas y herramientas que conforman la estrategia democrática. Dejar de lado alguna por razones de popularidad, simpatía o argumentos subjetivos es simplemente debilitar las opciones de liberación, que al final de todo es lo que el pueblo pide a gritos y lo único que verdaderamente cuenta.

 

@AngelOropeza182

El Nacional 

Ángel Oropeza Mar 21, 2019 | Actualizado hace 5 años

LA SUPERACIÓN DE LA TRAGEDIA VENEZOLANA se juega en varios tableros: en lo internacional, a lo interno del estamento militar y en la lucha política que encabezan sectores sociales y partidistas. Pero más allá de estos escenarios, existe un terreno –no siempre visible– donde se efectúa una confrontación decisiva porque su resultado, al final del día, va a condicionar la viabilidad, legitimidad y eficacia política de lo que se haga en los tres tableros anteriores. Ese terreno es el de las condiciones subjetivas de sustento, tanto de la dictadura como de la opción democrática de liberación.

Consciente de la importancia clave de este último factor, la dictadura centra precisamente allí su estrategia de supervivencia. Y para ello su preocupación permanente es cómo desmotivar a quienes luchan contra ella, y cómo generar la necesaria frustración que debilite los esfuerzos por enfrentarla y superarla.

Es así como todos los días observamos un esfuerzo sostenido y sistemático del régimen en esta dirección. La dictadura confía en su demostrada capacidad para provocar desesperanza en la inmensa población que le adversa, a través de una tan inteligente como perversa mezcla de desinformación, represión selectiva, matrices opináticas de laboratorio y generación de confusión e incertidumbre. Su gran carta, con la que pretende seguir disfrutando de los placeres del poder a costa del sufrimiento y pauperización de la mayoría de los venezolanos, es simplemente el desgaste psicológico de la población, paso previo indispensable para intentar apagar la necesaria presión popular, la cual –de  nuevo– es la que da sustento al resto de las formas de lucha.

Frente a ello, y adicional a las estrategias de resistencia anímica que diseñan los especialistas, los distintos sectores sociales y las propias personas, se plantea un mecanismo de organización basal denominado “Comités de ayuda y  libertad”, los cuales pretenden constituirse en instancias de activación y articulación de acciones a niveles grupales básicos (caserío, bloque, calle, manzana, edificio). Estos comités son el paso superior de un proceso de organización ciudadana que se inició con los cabildos populares y siguió luego con las asambleas vecinales, y pretenden tanto la construcción de una gran red de comunicación y actividad ciudadana, como lograr una capacidad instalada de organización en todos los rincones del país. Son instancias ciudadanas básicas con tres objetivos cruciales: organizar, comunicar y movilizar.

¿Por qué estas células de organización son tan importantes frente a la estrategia gobiernera que se describe más arriba? Porque, como lo hemos afirmado en otros artículos, la mejor forma de evitar que las condiciones subjetivas de sustento de la lucha democrática por la liberación se vean infiltradas externamente por el desgaste psicológico y el cansancio anímico, es que las personas se organicen en torno a tareas concretas, cada quien dentro de su especificidad y circunstancias particulares. La conformación de estas células básicas de lucha ciudadana y la integración de las personas a ellas, no solo contribuye a fortalecer el necesario sentido de pertenencia de todos a una lucha común, y a canalizar con sentido de eficacia política la natural indignación y las energías de cambio, sino a evitar el peligro de convertirnos en espectadores pasivos de la realidad para, por el contrario, estimularnos a asumir un rol activo de incidencia política, lo cual es clave para mantener la motivación y la presión social creciente.

La Psicología Social está repleta de ejemplos sobre la correlación negativa y alta entre la participación de las personas en tareas grupales concretas que representen una incidencia práctica en su realidad circundante, y la aparición de síntomas que van desde sentimientos de apatía, abulia, depresión, resignación o conformismo, hasta manifestaciones somáticas y alteraciones del sistema inmunológico. En otras palabras, mientras más se involucran las personas en grupos pequeños para desarrollar actividades específicas que representen una forma de influir sobre su entorno, mayor sentido de la propia importancia, niveles más elevados de perseverancia y mayor resistencia al desánimo y a la desesperanza.

Venezuela nos necesita a todos. El enemigo posee aparatos comunicacionales y recursos de poder formidables para intentar derrotarnos psicológicamente. La respuesta frente a su estrategia no es solo individual, sino primordialmente grupal. La clave es organizarnos para hace cosas concretas, que nos hilvanen a todos en esta inmensa lucha común. Este es un momento en el que la diferencia la van a hacer la organización y la inteligencia social. Esa es la batalla crucial, la que en verdad cuenta. No nos está permitido fallar.

SE HA AVANZADO MUCHO. La estrategia envolvente de acumulación progresiva de presión –internacional, institucional, de organización y de calle– está dando sus frutos. La dictadura se encuentra más débil que nunca, al punto de que solo se mantiene temporalmente sostenida de las manos que en las otras empuñan los fusiles. En estas condiciones, son pocas las opciones que le quedan. Pero le quedan, y esto es lo importante.

Sin embargo, los dos planos anteriores –el internacional y el militar– cobran mayor viabilidad de incidencia en la medida en que se ven acompañados por un tercer factor, que es un rechazo popular que se visibilice en las calles y haga presencia activa en todos los espacios y rincones del país. Sin esto último, los primeros pueden sufrir una mengua importante en el sustento que les da legitimidad y eficacia política. La dictadura lo sabe, y por eso apunta hacia allá su estrategia de supervivencia. ¿Cómo desmotivar a la gente, cómo desactivar las calles y la presión ciudadana generando la necesaria frustración que las apague?

Lo primero, por supuesto, es reprimir y disuadir con la amenaza de la fuerza bruta. Al momento de escribir esto, ya suman 73 los venezolanos asesinados y 956 los detenidos a raíz del grito de libertad y justicia del 23 de enero pasado. La esperanza de la dictadura es repetir su exitosa estrategia de 2017, cuando la sanguinaria represión fue el factor principal en el agotamiento de las protestas de entonces.

Lo segundo –y en esto el gobierno es demostradamente bueno– es generar campañas mediáticas y digitales que propicien desinformación y confusión. La psicología de las masas ha demostrado cómo el paso previo a la frustración y a la desmotivación que se busca es inundar a los adversarios con informaciones falsas, contradictorias, que produzcan vaivenes afectivos de alegría y tristeza, en una especie de “montaña rusa” emocional difícil de soportar en el tiempo y que suele terminar irremediablemente en desilusión y apaciguamiento. En este esfuerzo se incluye el jugar con el tiempo, para provocar el desgaste de unas expectativas que venden su caída como fácil e inminente.

Y por último, hacer lo que sea para dividir a las fuerzas del cambio. Desde inventarse una elección parlamentaria extemporánea e ilegal, con la esperanza de que algunos acepten participar en ella, hasta propagar los consabidos cuentos de negociaciones de trastienda para intentar renacer el fantasma de la oposición “mala” vs la “buena”, tratando de ocultar que el verdadero enfrentamiento es entre un inmenso país que se cansó de sufrir y una minoría corrupta que se empeña en seguir sometiéndolo por la fuerza.

Una cosa es que vayamos bien, y otra que se haya logrado el objetivo final. Por eso hay que entender la estrategia del enemigo y evitar que la necesaria presión popular disminuya, sino que por el contrario se mantenga y aumente. Para ello, la mejor forma de hacerlo –y al mismo tiempo el reto que se nos presenta– es que la población y sus sectores sociales se organicen en torno a identificar y definir actividades y tareas concretas que les lleven del peligro de convertirse en espectadores pasivos a un papel activo de incidencia política, cada quien dentro de su especificidad y circunstancias particulares, lo cual es clave para mantener la motivación y la presión social creciente.

La mejor forma de ayudar a que la dictadura permanezca es bajar la guardia, y que nuevamente triunfe su estrategia de desmovilización y desesperanza.

Pero como usted, al igual que la inmensa mayoría del país, ya tiene tiempo resistiendo y abogando por un país distinto, la invitación es a que no luche solo. Somos millones en esta cruzada. Si nos acercamos y articulamos esfuerzos en tareas comunes, no solo alejaremos el riesgo de la desmotivación y el desgaste, sino que estaremos transformando en formidable realidad aquello de que un pueblo unido jamás será vencido.

 

@AngelOropeza182

El Nacional

Ángel Oropeza Oct 18, 2018 | Actualizado hace 6 años
El último santo, por Ángel Oropeza

LO MILITAR TIENE QUE VER FUNDAMENTALMENTE con la defensa de la soberanía y la integridad territorial de un país. Esta es una función no solo importante para cualquier nación, sino merecedora de consideración y respeto. El militarismo, por el contrario, constituye una auténtica perversión social, generadora de repulsión y condena por sus efectos catastróficos sobre cualquier sociedad.

El militarismo es un fenómeno frecuente en países del Tercer Mundo y uno de los síntomas típicos del subdesarrollo. Y esto es así porque en las sociedades modernas, a diferencia de los países más primitivos, nadie discute que la fuerza militar tiene que estar subordinada al poder civil.

El militarismo tiene dos facetas principales. Por un lado, se entiende como la intrusión indebida de las fuerzas armadas en la conducción del Estado. Un país preso del militarismo es uno donde la población es convencida de que la fuerza armada tiene el derecho de tutelar el mundo civil y decidir sobre el destino de los demás.

La segunda faceta es igualmente perversa, porque supone la imposición a la sociedad de los códigos, lenguaje y formas de comportamiento castrenses, donde estos resultan no solo extraños sino inaplicables. En los cuarteles la vida está signada por necesarias relaciones jerárquicas de obediencia y mando. En el mundo civil la convivencia social está caracterizada –y no puede ser de otra manera– por la discrepancia de opiniones y por la heterogeneidad de criterios entre personas iguales. Imponerle entonces los códigos y maneras de actuar y pensar castrenses a esta complejidad social es tan contranatura que solo puede hacerse a través de la represión de unos y la sumisión de otros.

En América Latina el militarismo se ha expresado en gobiernos de distinto signo ideológico: Trujillo, Batista, Stroessner, Pérez Jiménez, Somoza, Perón, Duvalier, Castro, Pinochet son todos ejemplos de esta perversión militarista. Los últimos ejemplos que registra la literatura ocurren en nuestro país, con Chávez y Maduro como lamentables referencias.

El domingo 14 de octubre, el papa Francisco presidió en la Basílica de San Pedro la canonización de un valiente sacerdote, arzobispo de San Salvador, quien enfrentó con fuerza esta enfermedad del militarismo: Óscar Arnulfo Romero. A la edad de 62 años, y mientras oficiaba misa en el Hospital de la Divina Providencia, fue ejecutado por un francotirador al servicio de los violentos de su país. El día anterior a su asesinato, durante la homilía dominical en la Catedral de San Salvador, Romero había lanzado una hermosa y contundente proclama antimilitarista, que hoy resuena con contundente vigencia en esta Venezuela devenida en una inmensa cárcel cuartelaria:

“Quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado… En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”.

El régimen de Maduro, uno de los prototipos de la moderna represión militarista, o de lo que algunos denominan neogorilismo latinoamericano, emitió a propósito de la canonización de monseñor Romero un cínico comunicado de forzado júbilo. Lo que no dicen es que el último santo de la Iglesia llega a los altares justamente por haber enfrentado hasta con su vida el militarismo represor que ayer sometía a su pueblo y hoy oprime por igual a los venezolanos. Su voz sigue tronando en los cuarteles de quienes sostienen dictaduras: “Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla”…

@AngelOropeza182

El Nacional 

¿Contradicción o coherencia? Ángel Oropeza

 

Para entender la estrategia marco tanto del Frente Amplio como de la oposición democrática venezolana, es necesario partir de 3 premisas, las cuales deben ser insistente y repetidamente expuestas: una, el objetivo superior no es otro que salir del gobierno de Maduro como única forma posible de comenzar a resolver la profunda crisis plural que vivimos los venezolanos. Dos, el objetivo inmediato es luchar por el restablecimiento del orden constitucional quebrantado, y por rescatar la soberanía del pueblo como conductor de su destino. Y tres, para logar ambos objetivos, la vía eficaz y más segura es batallar hasta conseguir la realización de elecciones libres y de verdad.

Frente a lo anterior, algunos preguntan –de buena fe– si no es una contradicción esa estrategia marco si estamos en una dictadura. Expliquemos brevemente por qué, en vez de una contradicción, es un signo de coherencia.

En primer lugar, no se trata –ingenuamente– de “pedir” nuevas elecciones. Eso es asumir equivocadamente que el sujeto del cambio político es el gobierno, a quien se le “exigen” cosas en espera de que él decida. Eso sí es un acto de irresponsable candidez. No es un asunto de “pedir”, y menos a una dictadura. De lo que se trata, por el contrario, es de la decisión de profundizar la lucha en todos los frentes para generar las condiciones de presión social y política que obliguen a que haya elecciones como única salida para el propio gobierno.

No es esperar pasivamente una concesión graciosa del opresor. Eso no va a ocurrir, simplemente porque no le conviene. Es utilizar y activar en inteligente vinculación todas las herramientas de la lucha cívica con el objetivo de que el costo para el gobierno de someterse a una elección libre sea menor que el riesgo de no hacerlo.

El principal enemigo del gobierno es la gente. Es a ella a la que más teme. Por ello su terror ante cualquier posibilidad de que el pueblo se exprese libremente. Hace ya tiempo que el régimen decidió que no podía dejar descansar la continuidad de su mandato en los hombros de un “soberano” que le ha sido infiel y poco confiable, porque no quiere entender el juego de empobrecerse y sufrir para que quienes mandan se enriquezcan. Por eso su decisión de robarse las elecciones y sustituirlas por un parapeto controlado que, al impedir la libre expresión de la voluntad de la gente, trate de asegurar de manera fraudulenta su permanencia en el poder.

Así las cosas, si la estrategia del adversario es huir de lo electoral, la nuestra debe ser, por lógica, batallar porque la salida electoral sea inevitable. No hay que olvidar que la lucha porque la gente se exprese libremente en elecciones es el gran movilizador social y al mismo tiempo el gran desestabilizador de los regímenes autoritarios. La dictadura de Pérez Jiménez no cae por el hambre y la necesidad de la población. Cae por la presión electoral de la gente. La bandera que enarbolaba la Junta Patriótica era la de lucha por elecciones libres. Lo electoral era, y vuelve a serlo ahora, el arma subversiva de los venezolanos.

Por eso la decisión mayoritaria del país de no prestarse al juego de la falsa votación del 20 de mayo pasado era coherente. Porque el primer paso para tener elecciones de verdad en Venezuela era rechazar el intento de sustituirlas por una farsa que solo permitía votar pero no elegir.

Para los demócratas, el sujeto del cambio político es el pueblo, y las elecciones libres –como la única forma confiable que existe para que ese pueblo exprese sus decisiones– son siempre su mejor medio de lucha. Pero de lucha, no simplemente de “exigencia”.

Cualquier salida sin elecciones será siempre la voluntad de alguien, pero no de la gente. Y cuando tales “salidas” ocurren, en el fondo se transforman en un juego de azar: pueden salir bien o pueden salir mal. Los venezolanos han sufrido tanto que no merecen que su destino dependa ahora de la suerte o de la voluntad particular de alguien.

Activarnos todos para que sea el pueblo el que decida, es un asunto de coherencia.

@AngelOropeza182

El Nacional

 

Era un asunto de eficacia política. El Frente Amplio llamó a no participar en la farsa del 20 de mayo no porque quienes se oponen a Maduro no sean mayoría en el país, sino porque tal conducta contribuía más al objetivo de salir del gobierno, única forma de superar la dolorosa crisis plural que sufrimos. No prestarse a la farsa era políticamente más eficaz, de cara a ese objetivo, que participar y terminar contribuyendo al juego legitimador del régimen.

Tras lo anterior, ¿cómo está Maduro hoy? Más aislado, sin reconocimiento nacional ni internacional y, lo que es más grave para él: si alguien sabe qué pasó ese día es la Fuerza Armada, su principal y casi único sostén.

La estrategia pre-20 funcionó. Los que preguntaban, con legítimo derecho, para qué servía esa estrategia (aunque algunos opinaban que no había ninguna) ya saben para qué sirvió y qué se buscaba. Ahora lo que nos toca es el desarrollo de la estrategia pos-20. En el breve espacio de este artículo tratemos de sintetizarla.

El objetivo superior del Frente Amplio es superar el gobierno de Maduro para poder comenzar a resolver la profunda crisis social que vivimos los venezolanos. Esa es la meta. Para ello, el objetivo inmediato es luchar por el restablecimiento del hilo constitucional quebrantado, y por rescatar la soberanía del pueblo como conductor de su destino. Desde el manifiesto fundacional del Frente, estos dos objetivos –el superior y el inmediato– son los elementos unificadores de la amplia y heterogénea gama de sectores que lo componen.

Para alcanzarlos, la vía constitucional, democrática, pero también la más eficaz y segura, es la realización de elecciones libres y verdaderas. No otra cosa merece la sociedad venezolana.

No se trata ingenuamente, como han hecho algunos, de “pedir” nuevas elecciones. Esa “rogatoria” pasa por la voluntad del CNE. No. De lo que se trata es de profundizar la lucha en todos los frentes para generar las condiciones de presión social y política que obliguen a que haya elecciones como única salida para el propio gobierno. Porque el sujeto del cambio no es el gobierno sino el pueblo.

Por ello, y para alcanzar los dos objetivos descritos arriba, la estrategia se basa en cinco tareas, a saber:

1. Promover la presión social democrática, pacífica y articulada a escala nacional. Aquí la clave es la organización popular y la vinculación y articulación entre sí de las cada vez más numerosas manifestaciones de descontento y protesta de la población.

2. Acrecentar la presión externa, mediante la estimulación de la solidaridad internacional con la lucha democrática de los venezolanos por su país.

3. Reforzar el trabajo institucional de la Asamblea Nacional, único órgano del Estado legitimado por elección popular, tanto en la promulgación de iniciativas legislativas que faciliten el cambio como en el trabajo político de nuestros diputados.

4. Acentuar la organización y el trabajo de docencia política aguas abajo entre la población, como herramientas necesarias para preparar a la gente y convertirla en los principales agentes del cambio.

5. Estimular desde la lucha cívica el quiebre de la coalición gobernante. Esto significa, entre otras cosas, evidenciar sus divisiones y fracturas, y propiciar las contradicciones en el seno de la élite hegemónica.

Al final del día, la clave del éxito de cualquier estrategia es, al mismo tiempo, debilitar la cohesión de la oligarquía gobernante, y ampliar y fortificar la cohesión del bloque opositor democrático.

Esa es la estrategia. Ahora, dado que estamos en dictadura, la táctica –que son las acciones necesarias para llevar a cabo la estrategia– no siempre es visible si quiere ser eficaz.

Para que la estrategia trazada funcione, se requieren dos condiciones ineludibles: unidad de todos quienes creemos en la lucha cívica, democrática, y queremos un cambio pacífico en la conducción del país, y que la población entienda que no se trata de esperar lo que viene, sino de trabajar para que ocurra.

La consigna, ahora más que nunca, es unidad, organización y lucha. Salvo rutas de frustración, este es el único camino.

 

@AngelOropeza182

El Nacional