Llegó mayo, y las dudas siguen sin despejarse. A poco menos de veinte días para que tenga lugar el evento legitimador orquestado desde la ANC, el CNE y el Poder Ejecutivo, la ciudadanía sigue sin obtener respuestas del liderazgo político.
Por una parte, están los que no quieren prestarse a ningún juego sucio, los que no quieren ir a votar en un evento, que lo saben, tiene fallas de origen y no cumple ni con los más elementales requisitos que debe cumplir una elección, mucho menos una presidencial. A este grupo, la actividad convocada originalmente por la ANC (constituida de manera ilegítima y, en todo caso, sin competencias para ello) y luego “avalada” por el CNE, no le convence. Si nos guiamos por las redes sociales, que no siempre reflejan la realidad, son la mayoría de los venezolanos. De las encuestas ni hablar. Como siempre, y lamentablemente, pasa en Venezuela, según la que se lea o, mejor dicho, de acuerdo a los propósitos del que las pague, nos dirán que la intención general de ir a votar es altísima o bajísima, según convenga. Todo se mueve en los terrenos de las contradicciones y de las incertidumbres, y sobre esa base es imposible formarse un criterio sólido distinto al de la abstención como método.
Por otro lado, están los que llaman a votar, a pesar de las adversidades, de las ilegitimidades y del fuerte olor a trampa que emana de todo el tinglado. Lucen como minoría, al menos de cara a la audiencia, pero en esto, como en casi todo en nuestro país, no hay certezas. En este grupo están los que genuinamente se niegan a renunciar al voto como herramienta para el logro de los cambios políticos que necesita nuestro país desesperado, los que son esencial e íntimamente demócratas y se niegan a entregar o a abandonar este último resquicio de civilidad que es el ejercicio de la soberanía popular a través del sufragio; pero también están los que quieren que el pueblo acuda masivamente a las urnas en procura de la defensa de sus propios intereses (así lo quieren el gobierno y los que se han postulado para competir en evidente desigualdad de condiciones) dejando de lado cualquier otro cuestionamiento. Este último bloque, a mi entender, solo puede estar integrado por dos tipos de personas: las que están en el gobierno, o no están, pero quieren legitimarlo para luego ser parte de la estructura y del sainete, así sea como oposición falsa o disfrazada de tal, o las que, sus razones tendrán, y esto lo escribo con mucha preocupación, están convencidas de que en Venezuela de hoy aún es posible cambiar las cosas votando.
Mientras tanto, solo en el gobierno existe claridad en cuanto a lo que se espera que ocurra “el día después”. Para Maduro y sus acólitos está claro que tras el evento del 20M lo que sigue es la permanencia y la profundización de su proyecto, garantizadas por el mantenimiento de éste y de sus fichas por los menos seis años más en el poder, que tal y como están las cosas suenan a eternidad. Los que se presentan como “opositores” dispuestos a participar y a “medirse”, eluden deliberadamente la realidad de la falta absoluta de condiciones adecuadas para que, al final de ese día, se haga valer de verdad la voluntad soberana, y tampoco sueltan prenda sobre lo que significaría o lo que harían si, en un escenario hipotético, resultasen victoriosos el 20M, pero dicha “victoria” no les fuese reconocida o les fuera escamoteada. Por su parte, desde los que proponen la abstención como protesta cívica, como medio para demostrar a propios y a ajenos que Maduro no cuenta con respaldo popular alguno, tampoco nos dicen qué se espera de los venezolanos, ni cuáles serán los pasos a seguir, desde “el día después” en adelante, cuando Maduro se haya atornillado en la silla, así sea mediante jugarretas y de espaldas al rechazo mayoritario que genera.
Los que han planteado sus candidaturas contra la de Maduro, supuestamente como “opositores” (permítasenos el beneficio de la duda) también callan ante esta realidad aplastante: Aún si ganan, y aún si tal “triunfo” les es reconocido, todavía tendrían que esperar más de ocho meses, hasta que puedan “tomar posesión” del cargo, lo cual, se supone, ocurriría en los primeros meses de 2019. Tendrían además que lidiar en paralelo con la ANC, que seguirá ejerciendo de facto sus “funciones”, por encima de cualquier otro poder público, incluso del poder ejecutivo, al que seguramente le exigirá sumisión absoluta; con un TSJ cuyos magistrados, completamente sometidos a Maduro, seguirán en sus despachos haciendo y deshaciendo en sus fallos lo que a Maduro le plazca; con un Fiscal General manifiestamente oficialista, presto a activar el poder persecutor del Estado contra el que así le sea indicado y, en general, con casi la totalidad de las instituciones y órganos del Poder Público (Contraloría, Procuraduría, Cancillería, CNE, Defensoría del Pueblo y hasta con la mayoría de las gobernaciones y de las alcaldías) aún en manos de “revolucionarios” que, a no dudarlo, no vacilarán en convertir el ejercicio de una hipotética presidencia distinta de la Maduro en una difícil, o hasta imposible, carrera de obstáculos.
Como vemos, en todas las posturas, tanto en las que promueven la participación como en las que no, quedan todavía muchas preguntas sin responder. La única certeza es que, si “gana” Maduro, así sea con un margen mínimo de votos, las cosas seguirán igual o peor.
La responsabilidad de despejar estas dudas que quedan y de dar estas respuestas que no tenemos no la tienen los votantes, la tienen los dirigentes políticos, al menos si es que quieren seguir siendo tenidos como tales. No basta decir “debemos votar”, como tampoco basta decir “no debemos votar”, hay que ir más allá, hay que medir y ponderar todas las posibilidades y, de manera anticipada, tener listas las respuestas y las acciones a seguir tras lo que sea que ocurra el 20M.
Es una absoluta falta de respeto poner sobre los hombros de la ciudadanía, a modo de chantaje, la carga y la culpa de lo que ocurra después del 20M, tanto si se decide participar y votar como, muy especialmente, si se decide no participar y no votar. Si un importante número de electores ha decidido no votar en el evento del 20M, eso es responsabilidad del gobierno, que muchas muestras ha dado de que se limpia la parte en la que espalda pierde su nombre con lo que se logra en las elecciones, pero también de la oposición, que no ha sabido defender como corresponde los espacios ganados mediante el voto (por ejemplo, la AN, y hasta las gobernaciones y alcaldías) y que, también muchas veces, cuando ha debido luchar y mostrar los dientes, porque así lo exigían la verdad y la ciudadanía, lo que ha hecho, ante la primera amenaza roja, es replegarse y huir con el rabo entre las piernas.
Si otros han decidido o quieren votar por las alternativas a Maduro, tampoco puede defraudárseles, hay que respetarlos y debe decírseles también claramente cuáles son las acciones y los pasos a seguir si es que el 20M se produce la derrota o un fraude masivo o si, aun ganando, como ya ha pasado, no se gana nada y todo queda en las mismas. Del que, incluso llamando vehementemente a la participación, no esté dispuesto a dejar su pellejo en la defensa de la voluntad de quienes le apoyen, y no aborde ni tome previsiones ante estas otras posibilidades, no cabe más que concluir que está puesto allí como parte de una charada a la que nadie en su sano juicio debe prestarse.
Como recurso, y ya a los efectos de nuestra decisión personal, ante la ausencia de conducción y de línea política que vaya más allá del “no votes” o de un “vota”, a los ciudadanos, a muy poco de un evento que definirá nuestro futuro próximo, no nos queda más que volver a lo básico, a lo elemental, lo cual solo podemos hacer desde la respuesta que nos demos a estas preguntas: ¿Quién quiere que votes, o que no votes? ¿Por qué quiere que votes, o que no votes? ¿Para qué, en realidad, quiere que votes, o que no votes? Y, sobre todo, tenemos que preguntarnos, para validar nuestra decisión personal, qué tiene preparado, y cómo enfrentará, cualquiera de los escenarios posibles después del 20M.