Vamos a ponersela más facilona, por Julio Castillo Sagarzazu
Vamos a ponersela más facilona, por  Julio Castillo Sagarzazu

 

Nicolás Maduro sabe que más temprano que tarde se tiene que ir. El asunto es no ponérselo tan caro. Lo que en estos momentos se está haciendo es correcto. Andar con pasos firmes pero serenos llenando todos los extremos para construir un ambiente de presión nacional e internacional que haga lógica su partida hasta para él y los suyos.

Uno de los temas más importantes, en este terreno, es el tratamiento a la disidencia oficialista. Allí puede estar la clave de un desenlace temprano.

En efecto, Maduro no teme a la oposición en el corto plazo o en su capacidad de derrocarlo. A quienes más teme es a aquellos que están cerca, incluso a su entorno próximo. Las sanciones individuales están obrando prodigios y si se amplían, lograran aún más. Ningún capitoste del régimen se ha metido los millones de dólares en el bolsillo para gastarlos en nuestras playas o en nuestras selvas por más monumentales y bellas que ellas sean. Tampoco para ir a Cuba a “tomarse un daiquiri en el Floridita y un Mojito en la Bodeguita del Medio…”, como recomendaba Hemingway. La migración chavista venezolana a la isla está y se mantendrá en cero por mucho tiempo. Es más que seguro que, así como ya lo han hecho numerosos exfuncionarios civiles y militares, muchos de quienes hoy están a su lado estén negociando hace rato cómo hacer para que les dejen llevar sus nietos a Disneyworld o no les toque la mansioncita de Miami.
Los poderes fácticos del mundo aceptarán esas negociaciones porque saben que es la vía más expedita para dejar solo al dictador. ¿Hay alguien que cree que las grandes potencias que actúan contra Maduro lo hacen porque son amantes de la democracia venezolana? Pues no, en realidad son amantes de su propia democracia y si Venezuela comienza a hacerse un peligro, tanto por los devaneos de sus dirigentes con el terrorismo y por los graves delitos internacionales que se les investiga y si a eso añadimos ahora la emigración desenfrenada, entonces ese peligro lejano se convierte en una amenaza para su propia seguridad y para la de nuestros vecinos.

Para defender esa seguridad interna han demostrado que pueden aliarse con quien sea. Vale la pena preguntarse aquí cómo fue que acabaron con el cartel de Medellín en Colombia. La respuesta es muy sencilla y nada santa: pues aliándose con el cartel de Cali para el que Pablo Escobar representaba un enemigo común. Así de simple y cínica es la política internacional.

Obviamente, el gran trabajo lo harán los grandes. Pero a nosotros, los de a pie, los que sufrimos todos los días la tragedia nacional, nos toca hacer nuestro pedacito también. Por ejemplo, bien nos valdría la pena dejar de considerar a todo disidente del oficialismo como agente de una maniobra del gobierno. Sería bueno dejar de esperar con dos ñascas en la puerta del chavismo a todo aquel que decide deslindarse de él.

Hay chavistas que huyen como es nombrado un popular hashtag de las redes sociales. Lo inteligente es recordar aquella vieja máxima de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Conquistador de Nápoles. “Al enemigo que huye puente de plata…”. Allí están Luisa Ortega Díaz y otros cumpliendo un papel positivo en esta tarea de salir del régimen. Mañana veremos de qué son responsables y, como en Venezuela en algún momento habrá justicia de nuevo, pues responderán ante ella. Por lo pronto dejémosles hacer lo que ellos creen correcto.

En esta materia hay un disidente del chavismo particularmente importante hoy. Es Henry Falcón. Con él tenemos una tarea importantísima que realizar: hay que convencerle de que su participación en este remedo de elección solo conviene a Maduro y al gobierno.

Si es verdad que su presencia en este bulo no es más que la preparación del ambiente para que su nombre sea tomado en cuenta en una transición, hay que decirle que el camino que ha escogido hoy es el peor para ello. Con su posición se está enajenando la buena voluntad de millones de compatriotas y de las direcciones de los partidos de oposición que serían decisivas en un hipotético momento de transiciones en Venezuela.
Ahora bien, para convencerle no podemos caerle a piedras, por más ganas que algunos tengan. Si lo convencemos debemos considerarlo una victoria de la razón y recibirlo con respeto más allá de las diferencias que tengamos. Por supuesto, si no lo convencemos tendrá que asumir las consecuencias de su decisión y entender que “los soldados de la Reina no pueden aspirar a ser condecorados por la República…”.

Dependiendo de cómo tratemos este y otros problemas similares y conexos con la disidencia oficial, tendremos más cerca o más lejos la salida de esta pesadilla.

 

@juliocasagar