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Comedia

Rolando Díaz hace comedia en Venezuela consciente de los riesgos
Comediante casi que por accidente, con una licenciatura en física sobre sus hombros, comenzó escribiendo guiones para la radio y hoy ya cuenta con una reputación respetada en el medio
Asegura que es imposible hacer comedia libremente en el país  y hay que estar claros de que hay unas reglas de juego que están ahí, que son crueles e injustas
Nelson Bocaranda, George Harris y Jose Rafael Briceño son algunos de los  personajes con los que le ha tocado trabajar y de quienes tiene muchas lecciones
Considera el mundo de la comedia “innecesariamente hostil” para quienes se aventuran a entrar en él y es por eso que decidió, junto a un gran amigo, Ricardo del Bufalo, comenzar a formar nuevas generaciones de comediantes, con cursos que lo han llevado a formar comediantes a lo largo y ancho de Venezuela

@ldmiquilena

 

Rolando Díaz es comediante, guionista, esposo, papá e hincha del queso parmesano. Así se define este caraqueño quien hoy ya es un nombre respetado y admirado en el mundo de la comedia en Venezuela. También es licenciado en física egresado de la prestigiosa Universidad Simón Bolívar, ubicada en la capital venezolana. Desencantado con sus estudios, consiguió la oportunidad de comenzar a escribir guiones para varios programas radiales con figuras fuertes del medio.

Se ve a sí mismo como una variante extraña entre el “multiverso” de todos los posibles Rolandos, por lo curiosa que fue la manera en la que llegó a donde está: de estudiante de ciencias, a guionista de radio y luego a integrar un grupo de estudiantes que se formaban junto a Bobby Comedia en el stand up. Al principio no estaba muy convencido del tema, pero fueron varias las señales que le dejaron claro que este era el camino a seguir.

Hace apenas unas semanas estrenó su unipersonal “Todo está bien”, un viaje en donde confiesa sentirse cien por ciento satisfecho con el resultado y que define como un viaje bien emocional. Comienza con la risa, típica del stand up, pero también toca temas profundamente personales que logran sacar lágrimas en la audiencia. “Creo que logré algo muy especial con este especial”, confiesa Díaz.

Casi 3 años encerrados cambió muchas cosas en la vida de todos. ¿Qué cambió para ti con el tema de la pandemia?

-Sonará raro, pero creo que no han cambiado tanto las cosas. Cuando comenzó la pandemia pensaba que todo sería diferente una vez que terminara, pero siento que personalmente y como sociedad volvimos a la normalidad bastante rápido. Mi teoría personal es que como venezolanos ya estamos condicionados para olvidar y superar la crisis de turno, no importa que tan grave sea. Todos perdimos en esto, familiares, económicamente y bueno, el encierro con un chamo pequeño fue fuerte.

Y profesionalmente, ¿cuál es el cambio que más valoras?

-El Zoom. Honestamente, es una maravilla moderna. Tener la posibilidad de reunirse con personas en cualquier lugar cambió mi vida profesional para mejor. Para los talleres que dicto fue un “gamechanger”, como dicen. Aunque hoy es más fácil comunicarse a distancia gracias a esta plataforma, es muy difícil superar el poder de sentarse a hablar con otros comediantes para sacar ideas o la magia de un show de comedia en vivo y sé que suena un poco contradictorio.

Venezuela es un país con mucho material para los comediantes hoy en día… ¿Sientes que se puede hacer comedia libremente?

-No. 100% no. Pero eso no significa que no se pueda hacer comedia. Literalmente, hay demasiado material, porque hay cosas que en el fondo uno desearía no tener que hablar de ellas en ese tono. De todo ese material se puede hacer comedia, pero inteligentemente, con cuidado y estando muy consciente de los riesgos. Siempre hay maneras de decir lo que uno quiere decir y que produzca risa, sin meterte en problemas. Cualquier equivocación puede acabar con tu carrera. Puedes terminar preso, exiliado, en la mira del gobierno. Eso lo hace emocionante, pero al mismo tiempo, muy desgastante.

La comedia ha evolucionado y sigue haciéndolo. ¿Cómo valoras esta evolución?

-Ha sido muy rápida esta evolución. La industria de la comedia en nuestro país es algo en constante cambio, por no decir muy convulsionada. Antes todo se trataba de hacer comedia en televisión, ahora el formato cambió con la llegada de las redes sociales. Actualmente, lo peor que te puede pasar es perderle el ritmo a estos cambios, a estos nuevos formatos.

¿Sientes que los comediantes deben tener límites? ¿Hay temas que se deben dejar por fuera?

-Como dijo Andrés Barba en una clase del taller donde lo tuvimos como invitado, la comedia vive en el límite. No se puede hacer buena comedia si no se está en el límite de lo que se puede decir. El talento del comediante es estar pisando siempre esa línea y no salirse completamente hacia el lado de lo inapropiado o inaceptable. Hay temas de los que no se puede hablar irresponsablemente o con flojera. Mientras más denso el tema, más esfuerzo tiene que hacer el comediante.

El año pasado vivimos algo sin precedentes: la cachetada de Smith a Rock… ¿qué pasó allí?

-Para mi lo que vimos fue un comediante que no imaginó que sus chistes pudieran salir mal y un actor que no tenía claro cómo comportarse apropiadamente o cómo manejarlos. Hubo errores de ambas partes.

¿Cómo ves a la generación que viene formándose en relevo y en la cual tienes una fuerte influencia?

-Te confieso que me entusiasma ver a tantos jóvenes interesados en la comedia, en el stand up particularmente. Por un lado, como comediante, porque la disciplina en la que me desarrollé seguirá creciendo y no es una moda que llegó y murió al poco tiempo, como la de vender Herbalife, por citar un ejemplo. Por otro lado, como público de comedia, porque muchos de ellos son MUY pero muy buenos. Me hacen reír genuinamente y me parece que hacen un trabajo increíble.

Es gratificante ver cuando llegan comediantes más jóvenes y hablan de cosas que a ti jamás se te hubieran ocurrido.

¿Te consideras influenciador de tu audiencia, o le huyes a esa palabra?

-No, nunca me he considerado un “influencer”. Ni siquiera en la época de Viral, el show que hacía junto a Kabeto y Ricardo y cuando mis “followers” en Instagram crecían constantemente y la gente me pedía fotos en la calle y ese tipo de cosas. Mi carrera me ha llevado más hacia ser un comediante respetado por otros comediantes, y eso me gusta. Si tuviera que elegir, prefiero ese tipo de prestigio a la fama del influenciador.

Comenzaste a formar comediantes junto a otro gran nombre en la industria, Ricardo Del Búfalo, con una serie de talleres. ¿Qué los impulsó a esto?

-Creo que era la consecuencia natural de la manera en la que Ricardo y yo nos acercamos a la comedia. Él es una persona extremadamente apasionada por la comedia, que la estudia y hasta libros tiene. Yo soy un comediante que ve la comedia de una manera muy organizada, casi algorítmica, creo que en buena parte por mi formación en una carrera científica. Ver la comedia desde estas perspectivas hace que pasemos mucho tiempo analizando chistes y entendiendo por qué dan risa. Viendo la comedia de una manera casi académica. Estos talleres casi que fueron una válvula de escape para toda esa energía nerd de ambos.

Los cursos van dirigidos a una generación que no la ha tenido fácil. ¿Cuál sientes que es tu mayor contribución hacia ellos?

-Hacer la comedia accesible, porque creo que esta industria es innecesariamente hostil para los que quieren entrar en ella. Hay demasiado “gatekeeping”, como dicen los gringos. No solamente el stand up, sino la radio y el trabajo creativo en general. En la comedia se supone que tienes que tener el «talento» para entrar. Tienes que haber hecho algo, pero hay muchos que no hacen nada porque sencillamente no saben cómo hacerlo.

Para mí es importante poder ahorrarle a otras personas todo ese tiempo que yo estuve, como decimos en criollo, meando fuera del perol, al principio de mi carrera.

No cobran por estos cursos ¿Por qué hacerlos gratis? ¿El país, ganas de enseñar, pasar el “testigo” de alguna manera o simplemente evitar la mediocridad en el tema?

-Bueno, la explicación corta es que conseguimos una alianza espectacular con los CVA (Centros Venezolanos Americanos) en toda Venezuela. Siendo el stand up una forma de expresión artística que nació en los Estados Unidos, pudimos ponernos de acuerdo para que estos talleres fueran parte de un proyecto de intercambio cultural. Eso fue una gran victoria para Ricardo y para mí a nivel profesional. Recibimos mensajes de chamos que no tenían los recursos para un cupo en nuestros talleres y quienes estaban súper emocionados por aprender pero que la situación del país no los dejaba. A esos chamos le pudimos llegar con este proyecto y eso ha sido una experiencia increíble.

Rodaste por Venezuela con el taller de escritura humorística durante un tiempo, hasta que el coronavirus tocó la puerta. ¿Cómo fue el cambio de lo presencial a lo virtual?

-Como te comenté al principio, el Zoom cambió todo para mejor. Hoy en día creo que sería difícil retomar de forma presencial estos talleres. En línea todo es más organizado, los recursos visuales son más fáciles de manejar, hay mejores herramientas pedagógicas. Eso sí, hay temas que no deben ser presenciales, la prueba final es uno de ellos. Para probar un chiste, debes hacerlo en público.

Has tenido la oportunidad de salir de Venezuela y presentarte fuera de Venezuela. Cuéntame un poco sobre esto

-Es curioso porque aunque la mayoría de los shows que he tenido afuera han sido con público venezolano, son muy diferentes las sensibilidades. Para ponerte un ejemplo, uno en Venezuela habla de la gente que pasa hambre o de que te secuestraron o apuntaron con un arma, y la gente se ríe muy fácilmente. Se ríen porque te entienden, porque también les ha pasado y porque, al final, es la vida que compartimos y de la que no podemos escapar. Hay un sentimiento de complicidad. Ese mismo chiste en Nueva York o en Miami o en cualquier lugar y la gente no se reirá tanto.

¿Cómo ves el tema de la diáspora?

-Mi sensación sobre eso es que cada día que pasa los venezolanos afuera y los venezolanos en el país se vuelven más y más diferentes. Y a medida que se vuelven más diferentes, por vivir vidas tan distintas, empatizan menos con los otros. Eso, en mi opinión, es triste y peligroso, y se hará más fuerte con el tiempo. Siento que nos estamos convirtiendo en dos tribus diferentes, los que se fueron y los que se quedaron.

Acabas de estrenar el unipersonal “Todo Está Bien”, grabado el año pasado. ¿Qué tal fue la experiencia?

-Bueno, eso fue un logro profesional. “Todo Está Bien” es mi primer show en solitario y la primera vez que grabo un show del cual estoy 100% conforme y satisfecho. En ese show reuní mis mejores chistes. Además mezclé eso con historias más personales, como la muerte de mi papá, que es un tema que necesitaba hablar en la tarima. Obviamente fue difícil entrarle a algo tan duro desde el lado de la comedia, pero creo que conseguí abordarlo de una manera que da risa, y más importante aún, honra la memoria de mi padre. Es un show que te hace reír por una hora y después te da un golpe en el estómago y te saca un par de lágrimas.

Ahondas en lo personal en este especial. ¿Qué te impulsó a contar lo que podría considerarse íntimo, por decirlo de alguna manera?

-Que sabía que iba a dar risa con eso. Cuando uno hace chistes de las cosas que te afectan y te duelen y te importan, hay una energía distinta. La empatía que recibes con lo que estás contando tienen un significado real para ti y te acompañan en el sentimiento que expresas en la tarima. Cuando el público conecta tan fuertemente con lo que dices, puedes lograr mucho.

También creo que a un nivel más egoísta, escribir comedia de mi propia vida es una manera de autoanalizarme, de revisar qué es lo que en el fondo pienso y siento sobre algo que me esté atormentando.

¿Por qué esperaste todo este tiempo para lanzarlo?

-Honestamente, no estaba feliz con detalles de postproducción, como la colorización y el sonido, y estaba tan ocupado en otros asuntos personales que no había querido enfrentar eso. Procrastiné mucho, pero todo lo que digo es tan válido hoy como lo fue hace seis meses que lo grabé.

¿Ser padre te cambió? Cuéntanos cómo.

-Estoy más llorón. Es raro, pero ser papá me convirtió en una persona más emocional. Desde siempre he sido un tipo bastante frío, pero ahora creo que mi manera de ver y sentir la vida ha cambiado totalmente. Al ser padre he tenido alegrías y momentos hermosos como nunca antes, pero también he pasado por momentos extremadamente complicados y dolorosos. Por eso creo que es importante ser padre en un momento donde estás bien, no solo económicamente, sino emocionalmente también.

Paralelo a todo lo que nos has contado ¿En qué anda Rolando en estos días?

-Actualmente ando en los Estados Unidos visitando a la familia de mi esposa y explorando oportunidades académicas. Desde hace unos años estuve involucrado en un proyecto con una universidad estadounidense y apareció la posibilidad de entrar a un doctorado en comunicaciones. Eso es un sueño para mi.

También soy editor de El Fake Post, que es una página de noticias y memes satíricos sobre Venezuela. Es un proyecto del que soy co-fundador y le tengo mucho cariño. Estamos en Twitter, Instagram y TikTok por si quieren seguirnos, valga la cuña… (risas)

Ah, y no sé si lo mencioné, acabo de estrenar mi primer especial unipersonal de stand up en Youtube.

Llego el momento de la pregunta #modomiss ¿cómo perfilas a tu país en unos 5 años?

-No soy optimista. Yo estoy muy desencantado con la política venezolana y hoy en día no creo que haya nadie que le haga frente al gobierno de manera realista. No veo una propuesta realista por ningún lado que pueda generar un cambio.

Venezuela es como una escuela estadounidense en la que cada tres días hay una tragedia, un tiroteo, todos saben cuál es la razón de fondo del problema (el fácil acceso a armas) y saben que eso no va a cambiar. Así que todos terminan optando por hacer pupitres blindados, puertas de plomo o cualquier otro intento absurdo para hacer más manejable la tragedia y haya la menor cantidad de víctimas. Venezuela se siente así, como un control de daños constante.

Danos 3 herramientas que podamos usar a la hora de escribir

-Para empezar, hay que escribir mucho. Escribir las cosas aunque tu sepas que no son buenas. Escribir una página entera de cosas que pueden o no servir. El secreto es que uno tiene que entender que hay una parte de nuestro cerebro que crea y una parte de nuestro cerebro que edita, y son dos procesos totalmente diferentes que con frecuencia se cruzan y sabotean entre sí.

Otra cosa importantísima es trabajar en equipo. En general, todo esfuerzo creativo es mejor en grupo. Eso no significa que no se puedan hacer las cosas en solitario, pero será más lento. Trabajar en grupo hace que todo fluya mejor. Hay algo en nosotros como seres humanos que cambia cuando tienes a otros enfrente. Además los demás nos sacan de nuestra perspectiva personal, nos hacen darnos cuenta de cuando estamos hablando de cosas que están demasiado metidas en nuestro mundo, cosas que el público podría no darles tanta importancia como uno le da.

Y por último, para crear hay que vivir. No hay nada que mate más la creatividad o la espontaneidad que la rutina. El ingenio es una semilla que germina de la experiencia. La materia prima en la que uno trabaja como creativo es la vida misma, todas esas cosas que uno ve o escucha y te llaman la atención.

Roberto Moldavsky, el top top del humor
Además de ser muy gracioso, el comediante Roberto Moldavsky demostró que nunca es tarde para cumplir un sueño

 

@SoyJuanette

En mi columna de esta semana les quiero hablar de quien es para mí, y para muchos, uno de los mejores comediantes de la Argentina. Pero además de ser muy gracioso demostró que nunca es tarde para cumplir un sueño. Hoy les quiero contar la historia de Roberto Moldavsky.

Como esta columna se lee mucho en Venezuela, España, Estados Unidos, tal vez muchos no le conozcan, así que les relato: Roberto Moldavsky fue hasta hace una década un comerciante de camperas (chaquetas) en el barrio de Once en Buenos Aires, hasta que un día se anotó en un curso gratuito de stand up en la AMIA, y como él mismo contó en una entrevista: “Lo tomé porque era gratuito, y para un judío cuando escucha gratis, no hay quien lo detenga”.

En aquel momento Roberto tenía casi 50 años, dos hijos, cuentas por pagar y muchas responsabilidades más. Pero decidió tirarse a la piscina y luchar por vivir de la comedia, pero además lo hizo a una edad donde todos pensarían que su tren ya pasó.

Obviamente no fue fácil Y, como hacemos todos en el mundo del stand up, tuvo que volantear en la calle para meter gente, presentarse en el under, y hacer eventos privados. Hasta que con esfuerzo pasó al teatro de la mano de Gabo Grosvald, después pasó a la Tele en el programa de Gerardo Rozin y finalmente al rey midas del teatro argentino, Gustavo Yankelevich.

La primera vez que vi a Roberto Moldavsky fue en La Peña de Morfi, un programa de cocina dominguero donde invitaban a varios humoristas y músicos para que divirtieran al televidente mientras estaba la comida que un cocinero y su asistente preparaban. Era un tipo gordo y barbudo cuya ceja le daría envidia a Frida Kahlo. Recuerdo que contó un chiste de judíos que me hizo escupir el café.

En aquel entonces, estoy hablando de hace unos cinco años, yo estaba llegando a la Argentina con más dudas que certezas, y tratando de encontrar mi tipo de humor. Una de mis grandes inquietudes era ¿será que los argentinos se reirán de mis chistes? Y dar con Roberto en aquel programa me abrió sin duda una puerta.

A través de su humor, Roberto Moldavsky muestra con gracia las internas del mundo judío para los “goy, goy”, que es como nos dicen los judíos a quienes no lo somos. Pero no solo se queda en eso, sino que también hace comedia con la actualidad política y con la cotidianidad; esto lo hace un comediante muy versátil.

Aunque “Rober” no lo sabe, yo tengo mucho que agradecerle, pues luego de conocer su historia, él me inspiró. Esto es algo que no conté hasta ahora, pero cuando migré, algunos días me cuestionaba si había tomado una buena decisión, pues había dejado una vida hecha y cierto reconocimiento profesional para empezar de nuevo, y muchas veces parecía que no lo lograría.

El gran Roberto Moldavsky, en el centro de la foto.

Pero con el tiempo descubrí que la vida que llevaba en Venezuela estaba buena, pero no era quien realmente quería ser, y, cuando comencé a hacer comedia en Buenos Aires cumplí (y sigo cumpliendo) mi sueño.

Cuando llegué a la Argentina en 2016 no podía permitirme una entrada al teatro para ver ni a Roberto Moldavsky ni a nadie, pues la meta era poder traer a mis hijos a esta tierra. Pero una vez que pude hacerlo, y ya estando mucho mejor económicamente, cada año voy a “pagar promesa” al show de Moldavsky, como si fuese a Fátima, Lujan o al muro de los lamentos (para que él entienda).

¡Gracias Roberto!

En fin, háganse el favor de ver a Roberto, les puedo garantizar que no pararan de reír:

Video: Roberto Moldavsky – Odio viajar en avión | Canal en Youtube de Roberto Moldavsky

Argentina

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Juan E. Fernández Ago 08, 2021 | Actualizado hace 1 mes
¿Murió el periodismo?
El periodismo no murió para mí, solo estábamos peleados. Me tomé unos vinos con él y ya somos amigos de nuevo

 

@SoyJuanette

Quienes me conocen saben que desde hace unos años me alejé del periodismo. No solo por la migración sino también por la decepción. De hecho, me refugié en la comedia porque creo que es uno de los géneros más genuinos y al servicio de la sociedad que cualquier otra profesión o disciplina. Porque “jodiendito” (bromeando) podemos marcarle al poder sus errores, aunque eso tenga como consecuencia boicot, multas, demandas y a veces hasta prisión.

Pero ¿por qué me divorcié del periodismo? Sin duda fue por mi culpa, por comenzar a ejercerlo desde la adolescencia en el diario del liceo y no parar; es decir, ejercí el periodismo más de la mitad de mi vida. Hacerlo por tanto tiempo me llevó al detrás de escena, a descubrir que, sea que escribas para un diario del gobierno o de la oposición, eres solo un peón que defiende los intereses de alguien. No del pueblo o del oprimido, sino de alguien poderoso.

Sin embargo, esta semana recibí dos señales que me hicieron ver que el periodismo idealista, ese por el que decidí ejercer la carrera, no ha muerto. La primera de ellas ocurrió el martes, cuando mi amigo comediante argentino, Nico, decidió entrevistarme para un examen final “por mi carrera periodística”. Créanme que traté de convencerlo de que buscara a otra persona, pero mi amigo es terco.

Durante la conversación Nico me hizo viajar a las redacciones que pisé, a la gente que entrevisté, a los profesionales con los que trabajé y a los sueños que cumplí gracias al periodismo.

En este ofició conocí a cineastas, deportistas, ministros, políticos (de esto no me siento orgulloso) y hasta un premio nobel de literatura. Pero lo más importante es que pude hablar con el obrero que vivía a cuatro horas de su trabajo y tenía que levantarse temprano para ganar una miseria, a la madre soltera que debía tener dos empleos para mantener a sus hijos, y a mujeres que, por mucho que lo intentaron, no lograron sacar a sus hijos de la delincuencia y tuvieron que llorarlos.

En fin, gracias a Nico redescubrí (porque en algún momento lo había olvidado) que existen varias caras del periodismo: la más terrible es esa que pone a “la profesión más bonita del mundo” al servicio de los poderosos, ya sean de izquierda o derecha; y el otro periodismo, ese que visibiliza los problemas que no vemos o no queremos ver.

Y afortunadamente de esos periodistas todavía quedan muchos. Me siento agradecido porque me crucé con alguno de ellos, como Norma Rivas, Gisela Rodríguez, Yudeima Sotillo, Gabi Rojas, Olga Maribel Navas, Hugo Vílchez, y muchos otros que, en un país donde el manejo de las influencias campea, lucharon y siguen luchando para reseñar los problemas de las comunidades más golpeadas.

Pero no solo en la fuente «comunidad» existen buenos periodistas; de hecho me crucé con muchos en las fuentes de cultura, radio, deporte y sucesos. Todo joven periodista (porque yo una vez lo fui) tuvo buenos y grandes maestros. En mi caso fueron Humberto Márquez “el bueno”, Enrique Rondón y Jaime Barres. Aprovecho este espacio para enviarles un abrazo.

La segunda señal me llegó ayer, cuando, buscando qué ver, me topé con el documental de HBO Breslin and Hamill Deadline artist. En esta maravillosa pieza de los directores Jonathan Alter, John Blocky y Steve McCarthy, se cuenta la historia de los columnistas de la ciudad de Nueva York Jimmy Breslin y Pete Hamill, quienes marcaron un estilo distinto de periodismo, dando voz al desvalido, luchando contra la corriente y ganando, en los años duros que se vivieron en EE. UU. Es un viaje por el periodismo desde mediados del siglo pasado y hasta las torres gemelas.

En fin, el periodismo no murió para mí, solo estábamos peleados; pero me tomé unos vinos con él y ya somos amigos de nuevo.

Hasta la próxima semana, ¡seguiremos informando!

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Juan E. Fernández Jun 27, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Cumplir años

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

¿Pueden creer que hay personas a quienes no les gusta cumplir años? Pues sí, aunque parezca insólito, existen. Por fortuna a mí me encanta cumplir años. El día de mi cumple es la excusa perfecta para que mis amigos y familiares me escriban y me hagan saber cuánto me quieren (y yo a ellos por supuesto). En estos tiempos, donde ya sea por la distancia geográfica o por la falta de tiempo, es justo tener un día donde uno pueda dedicar unos minutos a agradecer a la gente que te quiere por estar acompañando.

Este cumpleaños en particular tiene un aire nostálgico, pues he recordado todo el día a aquellos que ya no están. Ya sea porque están regados por todo el mundo, o porque dejaron este plano y se fueron a otro mejor o peor, depende del cristal con que se mire.

También ha sido el día para agradecer a Dios por darme unos padres maravillosos que siempre me han apoyado en todo, a un hermano que a pesar de la distancia siempre siento cerca, y por supuesto a esos dos regalos que me ha dado la vida, mis hijos, mi norte, mi presente y mi futuro.

Otra de las cosas que debo agradecer a Dios son estos años “Al aire”, en este show que se llama vida y que en esta nueva etapa ha querido que se llame “Comedia” (gracias a que también me ha apoyado en todas mis travesuras).

Tengo la fortuna de tener una de las profesiones más bonitas del mundo y, aunque García Márquez y mis colegas se escandalicen, no hablo del periodismo, sino de la comedia.

Diga usted amigo lector, ¿acaso hay algo más bonito y loable que hacer reír al otro? Allá voy, con mis aciertos y desaciertos, labrándome un camino en el humor; luchando por esa visa, por obtener la nacionalidad en lo que mi admirado Andreu Buenafuente llama “el país de la comedia”.

Cumplo años el 28 de junio, un día antes del Día del Periodista en Venezuela y el mismo día que se celebra el Día Nacional de Teatro en Venezuela. Digo esto porque, tal vez, los planetas se alinearon y como la situación está tan difícil y no se pueden tener dos celebraciones distintas, el universo quiere que me dedique al teatro y así celebrar el día de mi cumple y el Día de El Teatro (una sola torta, un solo regalo, todo cuadra).

En fin, espero, si estoy aquí el año que viene, seguir contando con su atención, con sus comentarios, con su cariño ¡pero sobre todo con sus risas!

Un abrazo, suyos de ustedes:

Juanette.

PD: Feliz cumpleaños a Tom Cruise y a Laureano Márquez, que nacieron el 4 de julio.

No se puede vivir sin humor

No se puede vivir sin humor

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Juan E. Fernández Abr 11, 2021 | Actualizado hace 1 mes
No se puede vivir sin humor

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

Desde hace algunas semanas he experimentado el miedo de estar frente a la pantalla del computador viendo una hoja de Word totalmente en blanco. Y es que ¿cómo se puede hacer reír cuando todo lo que ves alrededor es un desastre?

La verdad es que para aquellos que usamos la cotidianidad para buscar temas y sacarle ese lado humorístico no ha sido fácil. El aislamiento, la segunda ola, y todo lo que dicen que se va a venir te consume los nervios. Sin embargo, estoy convencido de que es importante ver el vaso medio lleno ya sea de agua, de vino o del líquido de su preferencia.

A los humoristas nos toca la difícil tarea de hacer reír al que no tiene ganas, ni tiempo de hacerlo; y esa tarea se pone más cuesta arriba cuando es uno mismo el que no tiene ganas de reír… eso es bien jodido.

Pero tenemos que buscar dentro de nosotros esa chispa para pintar en el rostro del otro las ganas de vivir, las ganas de luchar.

El otro día, mientras googleaba sin sentido, tal vez buscando alguna receta mágica para lidiar con este bloqueo creativo que a veces no me deja dormir, me topé con una publicidad de una compañía de embutidos cuyo eslogan es “Que nadie nos quite la manera de disfrutar de la vida”. Y aunque parezca algo loco, luego de verlo me sentí mucho mejor.

En el primer video, titulado El CV de todos aparece el genial Fofito (sí, el de Miliki, no se hagan que no saben), dando algunas claves para sentirse mejor, en un mundo donde, minuto a minuto, se vive en crisis. Es un video que sin duda todos deberíamos ver, sobre todo si eres migrante, o si te quedaste en tu país luchándola…

Acá se los dejo:

El segundo video lleva por título Cómicos, y tiene que ver mucho con lo que inspiró la columna de esta semana. La pieza es una invitación a buscar el génesis de humor, excelente para cuando no tengas ganas de reír: 

Para despedirme quiero recordarles dos frases que es bueno ponerlas en práctica por estos días. La primera es el eslogan de la empresa de embutidos: “Que nadie nos quite la manera de disfrutar de la vida”.

Y esta última es mía, y fue una reflexión que inspiró el título de mi primer libro: “Que no te quiten las ganas de vivir, de reír, y mucho menos de hacer reír al otro… Miren que la vida no se puede vivir sin humor”.

Hasta la próxima semana.

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Juan E. Fernández Mar 07, 2021 | Actualizado hace 1 mes
La comedia hace milagros

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

El otro día, mientras esperaba en la fila para pagar un servicio, una persona invidente me tropezó con su bastón y me hizo recordar a Juan, un señor que asistió a un show de stand up que hice en San Telmo.

Aquello ocurrió hace unos tres años, cuando desde una parrilla en el barrio porteño de San Telmo contrataron un show de comedia. La idea era armar un espectáculo para entretener a los comensales que iban al establecimiento a degustar una tira de asado, chinchulines, morcillas y obviamente los chorizos.

En aquel show me acompañaron dos grandes amigos y comediantes Sury y Garufa. En el caso de Sury es el argentino más venezolano que conozco (creo que podría darle pelea a Domingo Mondongo), y Garufa, quien es un enfermo del fútbol, que adora al Club Huracán con todas sus fuerzas.

Cuando llegamos los tres al local nos recibió el dueño, un tipo muy buena onda quien estaba con su familia. Y cuando digo su familia es que estaba acompañado por sus hijos pequeños, la esposa, la mamá y hasta la abuela.

El propietario del lugar nos dio algunos lineamientos, por no decir que “nos bajó línea”. Aquel hombre nos pidió que no habláramos de drogas, licor, fútbol, política, rock, violencia, nada de chistes contra quienes comen carne, y tampoco de veganos, vegetarianos ni de religión; pero de resto podríamos decir “lo que se nos cantara” (se ve que el hombre no había leído el libro Disparen al humorista, de Darío Adanti).

Pero eso no fue todo. En el lugar no había escenario sino unos pallets bastantes desprolijos y el micrófono se mezclaba con la música de fondo y con el celular de quien tomaba los pedidos. Así que no era raro que mientras decías un chiste, por la misma corneta que te escuchaban, se oyera también “sale media porción de vacío”. Sin duda era un quilombo hermoso, pero aun así hicimos el show.

Y por si no era suficiente, Boca Juniors había ganado esa noche un partido importante, por lo que su hinchada estaba por doquier festejando. De hecho, mientras estábamos haciendo nuestra rutina, más de una vez fuimos interrumpidos por el sonido de cornetas, vuvuzelas y otros artilugios futboleros.

Finalmente, y para ponerle la guinda a la torta, mientras yo estaba haciendo mi parte, entró al local una persona muy borracha, con lentes oscuros gritando “viva Boca” y pidiendo que le dejáramos cantar una canción. Yo paré lo que estaba haciendo y le pregunté al hombre: Hola, ¿cómo te llamas?

Y el hombre me contestó

– Soy Juan y quiero cantar una canción.

Así que arreglé con él lo siguiente:

– Juan hagamos algo, yo termino mi parte y tú te subes a cantar una canción, ¿dale?

– Trato hecho, me contestó Juan.

Acto seguido, le pedí al público un aplauso para Juan. Y fue ahí cuando dije la frase más desafortunada que he dicho en mi carrera:

– Demos un aplauso a Juan que nos vino a ver…

Me pareció raro que la gente no aplaudiera y que mis compañeros Sury y Garufa casi se desmayaran… Resulta que Juan era ciego, y no me había dado cuenta, ergo, no podía pedir un aplauso “porque nos vino a ver”…

Sin embargo, Juan aplaudió, se rio y después del show se acercó y me dijo:

– Te felicito, te vi muy cómodo en el escenario y me reí mucho.

Fue así como a través del humor logré que un ciego me viera… Si eso no es un milagro, entonces no sé lo que fue.

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Vive como un mendigo, baila como un rey

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

Si hay algo que me enseñó la pandemia es que debemos darnos algunos gustos mientras podamos. Y una de mis grandes pasiones, además de la comedia, ¿saben cuál es? Leer libros de comedia. Soy muy admirador del humor español, desde los tiempos del Hostal Royal Manzanares, pasando por La hora chanante y, obviamente, por Buenas noches y buena fuente.

Así que cuando supe que Ignatius Farray, “El loco de las coles” de La hora chanante y protagonista de El fin de la comedia había sacado un libro, enseguida supe que lo tenía que comprar. Ustedes se preguntarán ¿qué dificultad hay en comprar un libro? Pues, si vive en Venezuela o Argentina, traer un libro desde España es sin duda una proeza.

Pero como “querer es poder”, me enfrenté al coronavirus, al cepo cambiario y cometí la locura de comprar la biografía de Ignatius Farray. No me arrepiento. Nacho, como me enteré que le llaman sus amigos, es el cómico más transgresor de España. Para que se entienda bien, es como Migue Granados (para los argentinos) o José Rafael Guzmán (para los venezolanos).

Pasaron 30 días desde que hice la compra, y Correos Argentinos me entregó Vive como un mendigo y baila como un rey en tiempo y forma. Y desde que abrí el libro ya no pude parar de leer; en serio les digo que hace mucho no encontraba un libro tan atrapante. (Desde Alcatraz)

Vive como un mendigo y baila como un rey para mí es el primer libro de autoayuda para comediantes. Allí se explican emociones muy recurrentes en los cómicos, como la soledad, la melancolía y, por supuesto, el bullying escolar; en nuestra época no se llamaba así, sino “desaparece de aquí, gordito”.  

En este libro, que fue producto del encierro por la pandemia, Ignatius Farray nos presenta a Nacho, un chico canario (de las islas Canarias, no es que sea un pájaro o se lo crea), que era visto como “el distinto”; ese compañero “raro” que todos conocimos alguna vez, y que a través del humor pudo contar, a través de Ignatius, lo que no se atrevía a decir Nacho.

Para que se entienda mejor, Ignaitus es para Nacho lo que era Tony Clifton para Andy Kaufman; si no sabe de qué hablo, deje de leer ahora mismo y busque la película de Milos Forman Man on the moon, el protagonista es Jim Carrey.

A través de sus páginas Ignatius te habla. ¡¡Sí, te habla!! Es como el Señor Miyagi, que te va dando lecciones no solo de comedia, sino de vida, en cada una de las páginas. Pero ¿cuál es la más grande de todas?

“Vive como mendigo y baila como un rey” que para mí significa: lo material es importante, tener un techo, comida y salud. Pero la verdadera riqueza está en ser feliz haciendo lo que a uno le gusta.

También te enseña que la constancia y la fe en uno mismo, sin importar lo que te digan o pase a tu alrededor, es el único motor que necesitas para alcanzar cualquier meta o sueño que te propongas.

Bueno ahora los tengo que dejar, pues llegó la hora de ponerme mis medias de colores, irme a una plaza, abrir el libro e invocar a Ignatius Farray para que me susurre sus lecciones de vida.

Hasta la semana que viene 😉

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Juan E. Fernández Abr 19, 2020 | Actualizado hace 3 semanas
Hoy no es “Muy domingo

@SoyJuanette 

Estoy escribiendo esta columna un domingo, pero no es un día cualquiera, ojo y no es porque sea de Resurrección, sino porque además es otra fecha sin nuestro show de stand up Muy domingo.

Son las 17:30 en Buenos Aires, y justo me pongo a pensar que ahora mismo estaría en la parada del colectivo 26 (no me estoy refiriendo a un grupo armado sino a un autobús), para ir hasta la casa de mi amigo Fran “El capitán” de Producciones Wakanda y de ahí caminar hasta paseo La Plaza para comenzar a volantear en Calle Corrientes y meter gente al show porque “Si no hay gente, pues no hay show”. El tema es que desde hace mucho no nos estamos presentando en el teatro y eso me jode bastante.

Los días previos a que se decretara la cuarentena fueron bastante pesados, Calle Corrientes se veía bastante apagada, algo que, para quienes la conocen, resulta muy extraño. Ojo, cuando digo “apagada” no me refiero a las marquesinas de los teatros que copan la calle más famosa del centro porteño, sino que no había mucha gente caminando por la peatonal, y menos buscando un show para ver.

Al principio se tomaba lo de la pandemia como una joda, algunos pensaron que lo del coronavirus era un cuento y que no nos llegaría, pero a medida que pasaban los días, se instalaba el miedo y la preocupación del contagio. Las calles empezaron a quedarse desiertas, y Corrientes no fue la excepción.  

Fueron pasando los días y así llegamos a ese domingo, el último día en que hicimos función. La verdad, fue superdifícil “meter gente”; de hecho, teníamos varías reservas por internet, es decir, varios habían pagado la entrada online, pero no asistieron al show. Al final, no teníamos la cantidad de público suficiente para presentarnos, pero como había una pareja que venía de Mar del Plata, decidimos hacerlo.

Creo que para mis compañeros Paula Trillo, Mati Báez y Fran Gontero, ese show siempre será especial. No hemos hablado de este tema, pero siento que fue hermoso, podría decirse que las 6 personas que estaban en la sala John Lennon de Paseo La Plaza aquella tarde, se llevaron muchas risas y un lindo recuerdo.

Pero no solo son los shows lo que extraño, sino también compartir con amigos comediantes de otros espectáculos, con mis compañeros volanteros, y toda la fauna de personas que pululan por el complejo; no solo los domingos, sino cualquier día de la semana.

Aún recuerdo la primera vez que fui a paseo La Plaza, eso fue en el año 2007 (si la memoria no me falla). Me sorprendió que alguien tuviese la idea de meter en un pasaje varios teatros, tiendas y restaurantes, para mí era como “un shopping, pero de teatros”.

Pero lo que realmente me sorprendió fue The Cavern, que es un espacio de salas y un restaurante inspirado en Los Beatles, donde además se encuentra un museo oficial con ropa, discos, instrumentos y otros objetos que pertenecieron a la famosa banda británica. En aquel tiempo yo ni me imaginaba que, 10 años después, no solo estaría viviendo en Buenos Aires, sino que me presentaría en esos teatros.

La verdad es que en poco tiempo logré en esta maravillosa ciudad lo que no pude hacer en mi añorada y maltratada Caracas: presentarme todas las semanas y hasta tener mi show fijo de comedia.

Por lo pronto, no quiero bajar los brazos, y espero que usted querido lector tampoco lo haga. Tomemos este tiempo para reinventarnos, reflexionar y, sobre todo, mejorar. Pues sé que más temprano que tarde volveré a escuchar al MC gritar “Bienvenidos a Muy domingo. Pasarán 60 minutos hermosos y finalmente cantaremos la canción de Diego Torres Hoy es domingo». Y recibiremos el cariño de la gente al terminar la función.

Así que nunca olvidemos que, pase lo que pase, “el show debe continuar”

 

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