EN VENEZUELA, EL JUEGO POLÍTICO CAMBIÓ. Ni siquiera las contingencias recién vividas a consecuencia del colapso sistémico provocado por el blackout eléctrico, informativo y comunicacional nacional acontecido durante cinco días consecutivos. Las realidades tomaron otro rumbo. Ya no son aquellas inducidas por la violencia o la intimidación. Las tendencias fijaron una nueva ruta por la cual trascender entre un estado de barbarie y un estado de progreso y bienestar. Enero fue tiempo que marcó un corte o interrupción a mitad del trasegado camino por el que venía movilizándose el país democrático.
Aún cuando, los hechos políticos sucedidos a consecuencia de la juramentación del diputado presidente de la Asamblea Nacional, como presidente encargado de Venezuela, dada la falta absoluta de presidente de la República según lo establece el artículo 233 constitucional y sumado a la declaratoria de la Asamblea Nacional sobre el respecto y al fraudulento evento electoral del 20-M 2018, que terminaron por definir la falta absoluta de quien debería presidir al Estado venezolano, determinaron una escisión de extraordinarias características. Dichos eventos, sentaron un definitivo marcaje histórico.
El llamado “chavismo” entendido como ideario asociado a lo que pudiera considerarse una vacía “revolución de corte socialista”, no sólo se topo con la “horma de su zapato”. Sino que más allá de lo que dicha situación derivó, el oficialismo gubernamental venezolano comenzó ha advertir serias trabas en su gestión.
La arrolladora fuerza política que ha resultado ser el arrojo temerario del diputado Juan Guaidó, ha sido exactamente del tamaño que se necesitaba para medirse en términos del poder político azuzado por el régimen bolivariano.
De la intolerancia, la conminación y el amedrentamiento se han valido quienes han conducido hasta ahora el traumatizado recorrido de una país arruinado para ahondarlo en una crisis que más que económica, es de objetivos y de orientaciones. Pero que además, arrastra otras crisis de productividad y de eficiencia. Tanto como de los esquemas de organización y coordinación del desarrollo. E igualmente, de un paradigma de política y planificación del discurrir en el cual se debaten los desafíos que comprometen el futuro nacional.
La anarquía bolivariana que acertadamente devino en una impunidad revolucionaria sobre la cual se asintió un gobierno conspirativo que permitió la mayor corrupción de la historia nacional e hizo que el régimen se convirtiera en un sistema de oprobiosos y delictuosos negocios, debe ser objeto de un proceso de judicialización que termine castigando sus actores. En todos sus ámbitos de responsabilidades.
La justa y necesaria prédica de la ruta por la cual debe transitar la dinámica política venezolana, o sea el cese de la usurpación, un gobierno de transición y elecciones libres y democráticas, concienció la actitud de una población que, mayoritariamente, logró recuperar el terreno expropiado por un régimen violador de derechos ciudadanos y principios republicanos. No le ha valido al régimen acusar a supuestos victimarios, a los fines de justificar su negligente gestión que derivó en el craso apagón que afectó la economía nacional a razón de las invalorables pérdidas sufridas.
Ahora, el momento pone a la orden de los demócratas venezolanos, la imponderable posibilidad de construir la oportunidad de recuperar las libertades por tantos años conculcadas. La gloriosa oportunidad de fundamentar las decisiones de defenestrar definitivamente a los secuestradores de la verdad. Maleantes estos que hicieron de dos décadas, el tiempo exacto para manchar de sangre y luto a un país al cual le inculcó el grave problema de vivir con miedo a la esperanza.
Se agotó el tiempo de hablar para no hacer nada. Pese al esfuerzo realizado en dirección contraria, el régimen entró a una fase necesaria de oclusión en la que comenzó a verse arrinconado, solo y desesperado. Se alcanzó una situación de tiempo que hace que las mentiras colectivas se conviertan en deslegitimación del gobierno socialista. Y aunque pueda suponerse que la desobediencia suena duro, no hay de otra pues finalizó el pervertido juego del “huevo y la gallina”.
No es momento de malgastar discursos en fastuosidades que dejaron de ser elementos lingüísticos y dialécticos de una nueva gramática y narrativa política que está motivando la transición política ya iniciada desde el mismo 23-E de 2109. La lógica política invirtió las variables que sirvieron al régimen para desgarrar el alma de venezolanos. Para descuadrar y malograr el merecido desarrollo económico y social del país.
Multiplicar algo por nada, no da todo. De ahora en adelante, las perspectivas han trazado la ruta de ansiadas libertades y apetecidos derechos humanos y fundamentales que están a la puerta de un nuevo y mejor tiempo para Venezuela. Pero igualmente, para América Latina pues es indiscutible que geopolíticamente la crisis venezolana también se vio afectada por esta nueva dimensión. De ahí que vale regocijarse ante la oportunidad que habrá de construirse con el apoyo y aporte de tantos países y gobiernos que han manifestado su viva solidaridad con Venezuela. Y es que pese al flagelo de los eventos eléctricos acontecidos, se han revertido muchas realidades. Más, cuando el país está posicionándose frente a una nueva lógica política.