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Fuerzas de Acciones Especiales

Cifras de mayo de la PNB confirman que sus funcionarios matan más que los delincuentes en Caracas

AL MENOS 67 % DE LOS HOMICIDIOS REPORTADOS por las estaciones de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) en la región Capital durante mayo fueron cometidos por sus funcionarios. Eso es lo que señalan las cifras extraoficiales del cuerpo de seguridad que fueron difundidas esta semana.

Entre el 1 y 31 de mayo de 2019 se registraron 81 homicidios en la zona que comprende los estados Miranda, Vargas y el Distrito Capital. De estos, 55 fueron catalogados como «resistencia a la autoridad», móvil que usan los funcionarios para designar aquellas muertes de civiles ocurridas en medio de presuntos enfrentamientos. El resto de las víctimas, 26, cayeron por otros motivos.

Los números confirman que, tal como lo indicaron las estadísticas recolectadas por Monitor de Víctimas durante 2018, la mayoría de los homicidios son cometidos por las fuerzas de seguridad del Estado. El informe sobre las cifras del año pasado demostró que los cuerpos policiales y militares actuaron como victimarios en 601 muertes violentas, que representan 44 % de las 1.364 que se registraron.

El reportaje también apuntó que la PNB participó en la muerte de 345 personas. De estas, 256 fueron cometidas por el que hoy se considera su cuerpo de exterminio: las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) .

De acuerdo con Monitor de Víctimas, entre enero y abril de 2019 la tendencia de las muertes policiales siguió en alza: 47 % de los homicidios ocurridos en el año –153 de 323 – han sido cometidos por policías y militares. De estos, 135 casos han sido señalados como ejecuciones o «resistencia a la autoridad».

La PNB ha actuado en 108 muertes y casi todas, 106, han sido cometidas por las FAES.

Informe Monitor de Víctimas 2018: 256 personas murieron a manos de las FAES en Caracas http://bit.ly/2HLKCTK

La Vega, Sucre y Antímano con la mayor incidencia

Según el reporte de la PNB de mayo, en el móvil de «resistencia a la autoridad» los uniformados participaron en 12 muertes en la parroquia Sucre, seguida de 11 en La Vega y cinco tanto en Antímano como en El Recreo.

En Santa Rosalía y El Valle hubo cuatro homicidios a manos de la Policía Nacional, mientras que en Ciudad Caribia ocurrieron tres. En San Agustín y Ciudad Tiuna se registraron dos.

Hubo una muerte por «resistencia a la autoridad» en las parroquias La Pastora, San Juan, San Pedro, Candelaria y San Bernardino del municipio Libertador del Distrito Capital. En las estaciones policiales de Ciudad Belén (Guarenas) y Guarenas-Guatire, en Miranda, también se reportó una muerte en cada una.

En cuanto a los homicidios, las parroquias del Distrito Capital donde se registraron la mayor cantidad de muertes fueron San Juan y La Vega, con cinco casos en cada una; seguidas de Antímano, con cuatro; y luego Sucre y San Agustín, con tres.

En El Valle hubo dos homicidios en mayo, mientras que en Santa Rosalía y El Recreo hubo uno en cada parroquia.

El reporte asegura que en comparación con el mismo mes en 2018, «se registró una reducción de 42,22% (-19)  homicidios en la región Capital». Las cifras también confirman que la PNB actuó en casi el doble de las parroquias en donde se produjeron homicidios: mientras que el cuerpo policial causó muertes en 15 sectores, los otros móviles las provocaron en ocho.

@loremelendez

Monitor de Víctimas: Gobierno admite que resistencia a la autoridad es un delito http://bit.ly/2HU51Yf

Disfrazar a un niño de FAES fomenta la cultura de la muerte

María Yolanda García | Reporte Proiuris

EL PASAMONTAÑAS NEGRO, MISMO COLOR DE LA CHAQUETA QUE LO CUBRE, esconde su rostro. Solo se observan sus ojos y una diminuta nariz, rasgos que denotan que tiene unos 8 o 9 años. Carga un “arma” de cartón en una mano y con la otra hace equilibrio sobre quien lo lleva en hombros. Mira la cámara con la inocencia de quien no sabe que el atuendo que usa es, para muchas familias venezolanas, sinónimo de intimidación, terror y muerte. Está disfrazado de “FAES”.

Zair Mundaray, ex director de Actuación Procesal del Ministerio Público, subió a su cuenta en la red social Twitter la imagen del menor de edad vestido como un agente de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana, el temido grupo élite que, según Provea, cometió 205 asesinatos durante 2018.

“Me la envió un amigo. Fue tomada en un acto que hubo el miércoles (27 de febrero) en Caracas”, explicó Mundaraín. La actividad se denominó “Carnavales Caribe 2019” y a ella se incorporaron alumnos y docentes de algunos planteles de Caracas. Fue un desfile que partió del Liceo Andrés Bello y llegó a la Plaza de Los Museos. Niños, niñas y adolescentes, algunos acompañados por sus padres o representantes,  iban disfrazados.

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La fotografía fue tomada durante una comparsa de Carnaval este 27 de febrero  | Foto: Cortesía

Y es que, en medio de la profundización de la represión policial como recurso extremo del régimen de Nicolás Maduro para mantenerse en el poder, el gobierno decidió adelantar el asueto de Carnaval.

“Es un tema de modelaje. Cuando vistes a un niño de FAES, a modo de superhéroe, estás convalidando lo que ese grupo policial hace.  Y cuando analizas lo que ese grupo policial hace, te percatas de que hay un antivalor con graves implicaciones para los derechos humanos”, señaló el abogado.

Pero esta no es la primera vez que se difunden imagenes de niños y niñas para exaltar a las FAES como figuras a imitar. El ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, Néstor Luis Reverol, también ha usado las redes sociales (específicamente el 6 de febrero de 2019) para mostrar fotografías con niños ataviados con “uniformes” de este grupo policial que ejecuta razzias y masacres en los barrios populares del país. Proiuris ha documentado historias que dan cuenta de al menos 15 asesinatos cometidos por las FAES en Caracas durante las últimas cinco semanas.

Expertos en derechos de la niñez consideran preocupante que el Estado fomente la cultura de la violencia y la muerte.

“Cuando llegan las FAES llega la muerte”

Gloria Perdomo, miembro de la Red por los Derechos Humanos de Niños, Niñas y Adolescente (Redhnna), considera que estas imágenes y la carga que tienen van contra el interés superior de niños, niñas y adolescentes.

“Los niños deben ser formados y educados para la convivencia pacífica, el diálogo y la relación armoniosa con las otras personas. Es contrario al interés superior de los niños, a su adecuado desarrollo, promover símbolos bélicos”.

Educadora, trabajadora social y doctora en Ciencias Sociales, Perdomo señala que en un país estremecido por situaciones de violencia y agresión que cotidianamente afectan a los niños, niñas y adolescentes la respuesta del Estado no debe ser el auspicio de modelos de conducta violentos. La experta manifestó su preocupación ante la exaltación,  por parte de padres y representantes, de figuras cuestionadas por violar los derechos humanos, como es el caso de las FAES.

“Las FAES son un cuerpo de seguridad que viene siendo reiteradamente acusado, ante instancias nacionales e internacionales, por violar derechos humanos,  por cometer crímenes. Es muy lamentable que un papá se plantee, como juego, sin calcular las consecuencias que eso tiene en la formación del niño o niña, vestirlo o disfrazarlo con esa indumentaria ¿Qué es lo que trata de promover en el menor de edad? ¿Su disposición o entusiasmo por usar armas y procedimientos o violatorios de derechos? Porque las FAES no son reconocidas como un cuerpo de seguridad que respeta la ley y protege a la ciudadanía, sino, por el contrario, la idea posicionada en los barrios es terrible: cuando llegan las FAES llega la muerte”.

Niñez desprotegida

El abogado Carlos Trapani, coordinador general del Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap) e investigador de la Universidad Católica Andrés Bello, fue tajante al cuestionar el uso de la imagen de niños, niñas y adolescentes en situaciones vinculadas a la violencia. En su opinión ello es violatorio de sus derechos.

“Es preocupante que una autoridad (como el ministro Reverol) promueva a las FAES como un referente para los niños, pues es un cuerpo de seguridad gravemente cuestionado por los excesos que se le atribuyen”, dijo Trapani.

“Por omisión también se vulneran los derechos de los niños, niñas y adolescentes. En Venezuela, el sistema de protección de niños, niñas y adolescentes está en un cierre técnico. Ante esta y otras situaciones violatorias de derechos, no ha tenido ningún pronunciamiento público”, agregó.

“Los niños, niñas y adolescentes necesitan tener otros referentes que reivindiquen la convivencia, la paz, la tolerancia y el respeto a las normas. Las FAES están muy cuestionadas por sus prácticas, por la violencia extrema que ejercen. No constituyen un modelo a seguir para el ejercicio de la ciudadanía. Preocupa que alguien tenga interés en incorporarlos al imaginario colectivo del venezolano como héroes”, reiteró el experto.

El coordinador Cecodap recordó que, desde hace diez años,  en Venezuela existe una ley que prohíbe los juguetes bélicos. De modo que es una insalvable contradicción que el ministro Reverol promueva el uso de indumentarias policiales en niños, niñas y adolescentes.

Trapani también rechazó que en las escuelas se estén haciendo prácticas militares, como habría ocurrido en un plantel del estado Apure: “En un contexto de violencia generalizada, como el que existe en Venezuela, la escuela como espacio para la paz es fundamental”.

Faes localiza a manifestantes en los barrios a través de las listas Clap

“UNA CACERÍA”. ASÍ ES COMO LOS VECINOS DE BARRIOS EN LA CARRETERA CARACAS-LA GUAIRA, Catia, zonas populares de Baruta y Petare califican las incursiones de las Fuerzas de Acciones Especiales de la Policía Nacional Bolivariana (Faes) en sus comunidades, después de las protestas antigubernamentales que han tenido lugar en estos sectores.

Denuncian que las Faes “mezclan la búsqueda de delincuentes comunes con el amedrentamiento y la detención de los jóvenes que han salido a protestar por temas sociales en los barrios”, tal como lo explicó un líder vecinal de El Limón, cuya identidad es reservada por su seguridad.

“Este es un patrón que ya hemos vivido, pero que se está dando con más fuerza ahora, porque los funcionarios tocan directamente la puerta de las casas de la gente que salió a protestar entre el 21 y el 24 de enero y esa identificación viene de la propia comunidad… No hay otra manera de tener tanta precisión en estos ataques a los barrios, donde incluso se han llevado a mujeres que encabezaron la protesta”, explicó el consultado a El Pitazo.

Incluso aseguró que las fuerzas policiales están usando a presuntos antisociales de la zona para dirigir las incursiones policiales y entrar a las casas sin orden, ni nada que implique el procedimiento regular. “Claro que esta no es la primera vez, solo que es más duro… Incluso algunos oficialistas nos comentan que nos cuidemos, porque pasan fotos nuestras protestando a las direcciones de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap) para que ellos den la información a la policía”, dijo.

En otro barrio del este de Caracas, fue a una propia jefa de calle, encargada de recibir y vender a la comunidad los alimentos subsidiados por el Gobierno, a quien los dirigentes de los Clap amenazaron con quitarle el beneficio de la bolsa de comida por ofrecer declaraciones a los medios de comunicación.

“Ellos están revisando la lista y haciendo inteligencia. Además de que la entregan a la policía, chequean todos los nombres para marcar quién protestó, quien está contra el Gobierno, quién es opositor y entonces todo eso lo pasan a sala situacional”, contó la mujer.

Julio Cesar Reyes, dirigente político de Nuvipa, hizo pública en sus redes sociales la forma en que funcionarios de las Faes incurrieron en su comunidad, en la carretera Caracas-La Guaira, y fueron directamente a su casa.

“El pasado domingo 27 de enero, el Faes entró a mi casa, sin ninguna orden, sin ningún fiscal público, con las caras tapadas, sin identificación, apuntándome delante de mi esposa y tres hijos menores de eda d… A las 8:00 am, más de 10 motos del Faes con parrilleros se apostaron frente a mi vivienda, la rodearon y tomaron fotos, al mismo tiempo que algunos funcionarios saltaban las rejas e ingresaban al porche de mi casa. Mis hijos entraron en pánico y mi esposa. Comenzaron hacerme preguntas que no podía responder porque desconocía lo que argumentaban, mientras otro grupo entraba a los cuartos y revisaba mi casa”, escribió el dirigente social.

El miedo

Desde finales de marzo de 2018, el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) inició una campaña en redes sociales promocionando  e incentivando la creación la la Red de Articulación y Acción Sociopolítica (Raas), instancia definida por la propia tolda roja como “un modelo de unidad y de organización superior para la defensa integral de la nación” que debe: identificar con claridad quién es su enemigo histórico, fortalecer la unidad para enfrentar al enemigo, elevar al máximo su voluntad de lucha contra el enemigo y organizarse y adquirir el conocimiento necesario para vencer al enemigo.

Rafael Uzcátegui, coordinador general de Provea, define este sistema como  un programa de “inteligencia social”, que la revolución ha intentado implantar en otras oportunidades, y prueba de ello es el empeño del presidente Hugo Chávez, en 2008, de crear la Ley del Sistema Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia, bautizada como la “Ley Sapo” y que fue derogada, gracias a la presión social, en junio de ese mismo año.

Provea determinó que “las Raas se basan en la filosofía del enemigo interno con la excusa de enfrentar un enemigo externo.  Quien reclame derechos, quien proteste por mejores servicios públicos, quien exija mejor atención médica. Enemigo interno será quien alce su voz y critique al Gobierno… Las Raas es la reactivación de la Ley Sapo que Chávez vetó cuestionando que se pretendiera obligar a la gente a actuar de sapo en la sociedad. Dile NO al uso del pueblo para reprimir al pueblo y pretender contener el derecho a exigir derechos, tu derecho a manifestar y expresarte”.

Uzcátegui plantea que, aunque la plataforma del partido rojo no tiene la misma capacidad de articulación que en años anteriores, esta “inteligencia social” se ejerce desde los consejos comunales, los Clap y las Ubch, organizaciones ya creadas en los barrios y con una data que “le permite al Estado tener ojos donde es más difícil llegar”.

“Se trata de otra forma de violación sistemática a los Derechos Humanos y en 2017 la vivimos porque yo mismo viví en carne propia como en mi comunidad, la urbanización María Teresa Toro, de Las Acacias, era la jefa del Clap la que señalaba a los manifestantes… Yo llevé la denuncia al Ministerio Público y eso es parte de los expedientes de denuncias internacionales”, cuenta el activista, quien asegura que esta denuncia vivida en carne propia lo obligó a aumentar su protocolo de seguridad en aquella época.

Aunque este órgano no ha sido establecido formalmente dentro de las Unidades de Batalla Bolívar-Chávez (UBch), parece haber cobrado fuerza en las recientes protestas, donde los propios ciudadanos hablan de “salas situaciones” para referirse a espacios dentro de las comunidades en los que investigan y estudian a fondo las circunstancias y acciones de cada grupo familiar de su entorno directo.

En Petare, una dirigente comunal aseguró a El Pitazo que “se está haciendo depuración de las lista Clap”. Explicó que se trata de un proceso periódico y “común”. “Es normal, porque si no quieres al Gobierno no tienes por qué recibir sus beneficios”, sentenció la dirigente comunitaria.

Al preguntarle si las datas de las comunidades estaban siendo enviadas a los cuerpos policiales, se limitó a responder: “eso se pasa a sala situacional”.

“Nos están sapeando”

Al respecto, funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana confirmaron a El Pitazo que esas listas del Clap son uno de los mecanismos que utilizan para llegar directamente a las viviendas de los manifestantes.

Líderes comunitarios y luchadores sociales de Altavista y el Cuartel de Catia reportan también que han debido salir de sus viviendas, tras el amedrentamiento y persecución impuesta por las autoridades policiales en estas zonas.

“Están allanando casas específicas de personas que salieron a protestar el 23 y eso no es casual. Nos están sapeando y dando nuestros datos. Pero no solo de los que siempre hemos sido opositores, sino de los que salieron estos días a protestar porque están cansados de la falta de  agua, de luz, de comida… Resulta que aquí ahora uno no se puede quejar”, contó un vecino de San Agustín, que prefirió no dar su nombre.

Aunque desde Provea no han recibido denuncias formales sobre este hecho, Uzcátegui asegura que “se están usando esas bases de datos” y recuerda la necesidad de llevar registro de las denuncias para poder demostrar que se trata de una violación sistemática e instaurada como política de represión.

#MonitorDeVíctimas | Faes mató a tres jóvenes señalados de quemar casa de la alcaldesa de El Tocuyo

 

 

ERAN LAS 2:00 DE LA TARDE DEL VIERNES 25 DE ENERO. Cristian Alejandro Ramos, de 17 años, jugaba en su computadora Canaima, esperaba a su tío para trabajar en el piso del cuarto que construían juntos, en el mismo terreno donde está la casa de su madre, ubicada en el sector El Bosque de El Tocuyo, municipio Morán del estado Lara.

A Ramos lo acusan desde el gobierno municipal, de haber intentado quemar la casa de Gisela Rodríguez, la alcaldesa de El Tocuyo, junto a los hermanos José Alfredo (24 años) y a Anderson Torres Cortez (17 años), durante las protestas del 23 de enero en la noche que se presentaron en varios puntos de la ciudad morandina, señalamiento que desmienten sus familiares y vecinos.

“A Cristian lo sacaron de su cuarto, su mamá gritaba y él también. Lo llevaron a la casa de los hermanos [Torres Cortez]. Allí los torturaron y los mataron. Eran demasiados funcionarios, nos apuntaban por las ventanas y nos mandaban a encerrarnos en los cuartos. Fue una especie de toque de queda que impusieron mientras los mataban”, cuenta una de las vecinas del sector.

En el terreno de los Torres Cortez hay dos casas, en “la de abajo” como ellos la describen, era donde estaban los hermanos cuando llegaron los funcionarios de las Fuerzas de Acciones Especiales (Faes), con pasamontañas, armados y apuntando a todas las personas que veían en su camino.

“Ellos acaban de hacer el porche de la casa… lo hicieron para que los velaran ahí”, dijo entre lágrimas la viuda de José Alfredo y madre de un niño de cuatro años.

La mamá de Cristian escuchaba que los muchachos gritaban, pero no podía salir porque los funcionarios que tenían la zona rodeada se lo impedían y le decían: “Vete para allá vieja chismosa … en vez de estar pendiente de los choros cuando están robando …”.

Vecinos aterrorizados

En la comunidad El Bosque, todos sus habitantes querían hablar al mismo tiempo, cada uno relataba lo que vivió, lo que conocían de los tres jóvenes asesinados y sobre el miedo que ahora tienen por lo que ocurrió.

“Igualmente vamos a denunciar todo esto, porque no podemos esperar que se repita una masacre”, declararon.

Los habitantes de la comunidad tienen temor por la vida de sus hijos, porque han observado durante el día y la noche a patrullas de la policía y a funcionarios del Faes rondando las calles de tierra de esta humilde barriada.

“Esta vez fueron a ellos -señalando a los familiares de los asesinados- pero mañana podría ser en contra de nuestros hijos. Ahora hay que tenerle más miedo a ellos que a los malandros”, dijo un vecino que relataba lo que vivió esa tarde.

La tarde del suceso mandaron a desalojar a quienes vivían en un perímetro aproximado de 30 metros a la redonda de la casa de los hermanos Torres Cortez. A las personas que caminaban por las calles las devolvían y no las dejaban pasar.

Durante nueve horas, los habitantes de El Bosque sufrieron porque no sabían a quiénes habían matado ni a cuántos.

Casi a las 11:00 de la noche los vecinos pudieron volver a sus casas y saber qué había pasado. En el caso de las personas que los funcionarios mantuvieron encerradas desde las 2:00 de la tarde, sin agua y sin alimentos, en cuartos calientes, al fin pudieron salir.

Resistencia a la autoridad

En la reseña del cuerpo policial donde detallan el hecho donde murieron los tres jóvenes de El Bosque, se lee que hubo resistencia a la autoridad y posterior enfrentamiento con los funcionarios del Faes y del Cicpc que los acompañaban. Se indica que incautaron dos escopetas y un escopetín.

“Eso es mentira. Esos muchachos no eran ningunos azotes como han intentado hacer creer, que muestren esos supuestos antecedentes por homicidio y droga, no existen… muestren también el vídeo donde supuestamente estaban protestando alrededor de la casa de la alcaldesa, que lo muestren”, expresaban los vecinos con indignación.

Los habitantes de la zona señalaron a los funcionarios del Cicpc apodados “El Bomba” y “El Nariz”, como los funcionarios que guiaron a los del Faes hasta la casa de los Torres Cortez.

Dos pensaban en emigrar

Cristian Alejandro, próximo a graduarse de bachiller, tenía el cabello rojizo, por eso le decían “el ruso”. Le había dicho a su familia que quería emigrar a Perú, para trabajar y ayudarlos a todos. Mientras tanto, terminaba de construir una pieza en el terreno donde vive su madre.

“Cada platica que agarraba cuando iba a la finca a trabajar con el papá o limpiando solares, la invertía para su cuarto, ese día íbamos a echar el piso. Él tenía visión de futuro, le gustaba ser ordenado y yo puedo dar fe que el 23 en la noche estaba con nosotros y se acostó a dormir como a las 11:00”, relata uno de los tíos quien exigió a las autoridades que mostraran los antecedentes del niño.

José Alfredo, el mayor de los tres, había ido con su mamá al banco ese día, más temprano, porque estaba juntando efectivo para irse a trabajar a Colombia, debido a que la situación económica no era favorable para la familia Torres Cortez.

Ninguno de los dos pudo cumplir su meta de emigrar para ayudar a sus familias.

“Esto no es posible, no puede ser que porque seamos humildes nos tengan pisoteados. El vandalismo está de lado del gobierno. Esto duele, yo no estoy defendiendo a ningunos delincuentes ¿por qué el gobierno más bien nos le dio una oportunidad de trabajo, una beca de estudios y los apartaban de la pobreza en vez de perseguirlos como criminales?”, dijo entre sollozos otro tío de los jóvenes.

Alcaldía les regala una bolsa Clap

El sábado, un día después de la masacre, dos funcionarios de la alcaldía fueron a las casas de los familiares de Ramos y de los hermanos Torres Cortez, para entregarles unas bolsas de comida Clap y a preguntarles si necesitaban dinero para el pago de los entierros.

Ambas familias rechazaron lo que consideraban un soborno.

“Ellos creen que la vida de nuestros hijos vale una bolsa de comida. Lo que queremos es justicia”, insistieron.

Un representante del consejo comunal rechazó lo que consideró actos vandálicos de los funcionarios del Faes y del Cicpc, quienes después de los asesinatos robaron la bombona, comida, las pilas de las computadoras Canaima y unos zapatos rotos del hermano menor, según su mamá, los únicos que tenía para salir.

“Si cometieron un delito tenían el derecho a tener un abogado, la presencia de un fiscal y lo más importante: el derecho a la vida”, acentúo con sus palabras.

#MonitorDeVíctimas | Mueren dos jóvenes durante protestas en Las Adjuntas y San Agustín
Las FAES y la GNB son los presuntos victimarios de los jóvenes de 25 y 19 años

 

@loremelendez

EL CADÁVER DE FRANK DAVID CORREA GUTIÉRREZ, de 25 años, estaba la mañana del jueves, 24 de enero, envuelto en una sábana en la entrada de uno de los edificios de las residencias Hornos de Cal, en San Agustín del Sur, al oeste de Caracas. Le habían dejado una inscripción en el suelo: «Otro crimen de Maduro y sus esbirros». Según testigos, fuerzas de seguridad del Estado le dispararon durante una protesta que empezó en la noche del 23 de enero y culminó en la madrugada.

Correa Gutiérrez es, junto a Nick Samuel Oropeza, una de las dos últimas víctimas que han caído en Caracas durante las manifestaciones espontáneas contra Nicolás Maduro. Ambos murieron horas después de que Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, se juramentara como Presidente encargado de la República durante una multitudinaria marcha que culminó en Chacao, en el área metropolitana de la capital venezolana, y que se replicó en 52 ciudades y pueblos del país.

Al caer la noche, las protestas se iniciaron en varias zonas populares de Caracas. En San Agustín, según los vecinos, todo comenzó alrededor de las 8:00 pm y continuó hasta la madrugada. Correa Gutiérrez, quien era mecánico, salió de la calle La Yerbera, donde vivía en una pensión, a comprar una botella de alcohol. En el camino, funcionarios de las Fuerzas de Acciones Especiales lo sorprendieron y señalaron como un «guarimbero».

La víctima salió corriendo a refugiarse en la torre B de Hornos de Cal. Los uniformados lo persiguieron hasta allí mientras huía. Su cuerpo quedó boca abajo con un tiro en la espalda.

Correa Gutiérrez era mecánico automotriz y trabajaba en un taller de la zona. Nació en Caja Seca, estado Zulia, donde viven sus dos hijos. Llevaba 5 años viviendo en Caracas con una pareja que hace poco emigró.

«El FAES nos arrolló anoche», reclamó Édgar Palacios, un vecino de la zona que reclamó que ese cuerpo de seguridad entra a diario en los barrios a asesinar a sus habitantes.

A más de 15 kilómetros, en Las Adjuntas, al suroeste de Caracas, el joven Nick Samuel Oropeza, de 19 años, murió en otra protesta por disparos de la Guardia Nacional. El hecho ocurrió alrededor de las 10:00 pm, cerca del comando de ese cuerpo militar, mientras la víctima participaba en una manifestación.

El muchacho, que estudiaba quinto año de bachillerato en el Liceo Juan Lovera, recibió varios disparos. Uno le perforó el pulmón. Cuando cayó, sus compañeros lo llevaron a un Centro de Diagnóstico Integral cercano y luego al Hospital Dr. Miguel Pérez Carreño, pero no sobrevivió. Una bala le perforó un pulmón.

Oropeza vivía en el boulevard Santa Cruz de Las Adjuntas. Lo conocían sus vecinos como un jugador de fútbol de la zona.

Con las muertes de Oropeza y Correa Gutiérrez ya son seis las personas que han caído durante las manifestaciones en Caracas. Las otras víctimas murieron en Cotiza, El Junquito y Catia.

Masacre en la torre Viasa: historias de siete víctimas y un sobreviviente

En las escaleras de los primeros pisos de la torre Viasa, en la avenida Sur 25 de la parroquia Candelaria en Caracas, hay gotas de sangre seca. Su tono amarillento destaca sobre el granito pálido y se distingue de la capa ennegrecida y pegajosa de grasa y suciedad que cubre la mayor parte del suelo. Las marcas son el rastro del paso de los siete cadáveres que desde el piso 11 bajaron envueltos en sábanas, luego de que las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) tomaran el edificio en medio de un operativo que, este lunes, 12 de noviembre, se prolongó desde el mediodía hasta las 8:00 pm.

El movimiento de los uniformados, que acordonaron la zona durante toda la tarde, era en realidad la búsqueda de los presuntos culpables del intento de homicidio del oficial agregado de la PNB, José Antonio Canales Alemán, ocurrido un poco antes en la avenida Bolívar, a menos de 15 minutos caminando de la torre. Según ellos, allí estaban escondidos quienes le dispararon y robaron su arma de reglamento.

“Esos funcionarios lo que hicieron fue una masacre. Aquí no hubo ninguna clase de enfrentamiento”, dice un hombre de franela roja que roza los sesenta y que niega que los supuestos delincuentes se guarecieran en el edificio.

Es una afirmación con la que coinciden al menos una decena de los entrevistados, quienes reiteran que allí viven y fabrican los tostones, embolsados y sin etiquetas, que se pueden comprar a los buhoneros en las calles de la ciudad. El negocio beneficia a casi las 200 familias que habitan la estructura invadida y escasamente iluminada, que no tiene agua ni tuberías de gas.

Las víctimas de la masacre de la torre Viasa se unen a las 175 muertes de ciudadanos en manos de las FAES ocurridas entre enero y septiembre de 2018 en el Área Metropolitana de Caracas, estadísticas registradas por Monitor de Víctimas. El número representa 60 % de los casos de homicidio en los que están implicados los uniformados de la PNB, que son 287 en total. El año pasado, de mayo a diciembre, al menos 125 personas cayeron por las balas de las FAES.

“Tú, ven acá, vas pa’ arriba”

El hombre de franela roja se ofrece a mostrar cómo quedó su casa. Pasa entonces por el medio del pasillo de entrada, flanqueado por pequeños montículos de conchas de plátano verde. En el aire se percibe el olor del aceite recalentado que proviene de un caldero ubicado al fondo en una cocina improvisada, donde unos hombres fríen las finas láminas del fruto. A lo largo del camino hay mujeres sentadas en bancos, con cajas de madera rectangulares llenas de tostones que encajan entre sus piernas. Son ellas quienes los empacan de forma casi mecánica mientras miran a la visita que pasa.

Veinte horas antes, en ese mismo lugar, los hombres de la torre permanecían arrodillados. Cuentan los testigos que, con las manos enlazadas detrás de la nuca, los funcionarios de las FAES les lanzaban puntapiés y culatazos al tiempo que les preguntaban por los supuestos criminales que vivían allí. A todos los habían sacado de sus apartamentos y de sus quehaceres para el interrogatorio que, horas después, se convirtió en un proceso de selección.

“Ellos agarraban y miraban el teléfono y luego nos miraban a nosotros y decían: ‘tú, ven acá, vas pa’ arriba’”, relata uno de los sobrevivientes. Lo que veían en las pantallas de los smartphones eran presuntamente las fotos de quienes tenían antecedentes penales. Eso, según los hombres de la torre, bastaba para la condena a muerte.

“Todos esos muchachos trabajaban con los tostones”, dice el hombre de franela roja, quien antes de llegar a su casa hace una parada en uno de los apartamentos de la planta baja. “¿Que qué nos quitaron? Pues la comida, que era lo que había aquí. Nos robaron los alimentos, la leche”, comenta una mujer joven que carga a un niño en sus brazos, mientras otro pequeño juega entre sus muslos. Se apoya sobre la puerta, rota en el espacio del pomo, que lleva calcomanías de las propagandas electorales de Nicolás Maduro de este año. En una de las paredes hay una foto enmarcada de Hugo Chávez en flux y con la bandera venezolana a sus espaldas.

El hombre de franela roja continúa y cruza hacia otro pasillo sin ventanas convertido en tendedero de extremo a extremo. Finalmente, abre su puerta sin esfuerzo, porque la cerradura se la rompieron a mandarriazos. En medio de escaparates rotos y desvalijados, ropa regada en el suelo junto a juguetes y bolsos infantiles, se va en llanto. “Tanto sacrificio que hace mi hija. Nosotros estamos cuidando aquí porque ella está en Bogotá. Y mire cómo dejaron esto”, añade al sollozar.

Alrededor del hombre de rojo hay niños que se entristecen por su reacción. Una pequeña de dos clinejas mira absorta la pila de ropa, mientras los adultos de la habitación hablan de lo que sucedió.  A la 1:00 pm, las FAES ingresaron a las instalaciones. Piso por piso, revisaron cada rincón mientras sometían a sus habitantes. A las mujeres las dejaron encerradas en sus apartamentos y a los hombres los agruparon para golpearlos. Dos horas después, sonaron al menos 10 disparos. Quienes estaban en los pisos 10 y 12 escucharon los gritos de sus vecinos pidiendo que no los mataran.

“Llegaron aquí como locos y me agarraron y me empujaron con mi bebé”, relata una habitante de los niveles superiores mientras amamanta a su hijo menor. Recuerda que vio cómo se llevaron a los ejecutados al piso 11 y asevera que les pusieron una camisa en la cabeza y les dieron tiros en la cabeza. “A mí me dejaron encerrada aquí. ¿Y si una bala loca me mata a uno de mis muchachitos?”, cuestiona.

Los seleccionados

La torre Viasa fue sede principal de la línea aérea venezolana del mismo nombre que privatizaron en 1991 y declararon en quiebra a finales de la década de los noventa. Se trata de un edificio de 14 niveles con fachada de concreto claro y ladrillos naranja. En los costados tiene ventanales con marcos oscuros de esquinas redondeadas que recuerdan la estética de los aviones.

Desde hace alrededor de 15 años, la edificación fue ocupada ilegalmente. “Aquí hasta metieron a familias del deslave de Vargas”, relata un hombre de mediana edad y camiseta de la Vinotinto que fue uno de los primeros habitantes de la torre. Aclara que no es un invasor. Asegura que el alcalde Mayor de entonces, Juan Barreto, concedió los permisos para que se alojaran allí temporalmente mientras el gobierno les conseguía casa. Afirma que durante los primeros años de la Misión Vivienda, querían trasladarlos a un urbanismo de los Valles de Tuy, pero al final nada se concretó.

“Nosotros somos los olvidados”, asevera el hombre de franela roja, otro de los habitantes más antiguos del edificio, poco antes de pedir que no le tomen ninguna foto. “Después vienen y me matan a mí”, dice para excusarse.

Minutos más tarde, le pasa el testigo a uno de los adolescentes que lo acompaña: un silente jovencito flaco, de camiseta naranja y sin mangas, que en adelante será el Virgilio que guíe hacia las alturas de la torre que el 12 de noviembre se convirtió en un infierno.

El camino que recorrieron las siete víctimas, escaleras arriba, es estrecho. En cada piso hay solo dos puertas, una en cada extremo, que se abren hacia locales amplios que hoy están divididos con paredes de cartón piedra para alojar, en cada cubículo, a una familia.

El chico de franela naranja sabe que en los niveles más altos sucedió lo peor. Mientras subía, pasó al lado de otro adolescente que leía en voz alta la noticia de la masacre en un periódico. “Todo es mentira, esto no fue un enfrentamiento”, arengaba una mujer frente al muchacho.

El olor del aceite quemado llega hasta las escaleras porque en los apartamentos también fríen, empacan y venden tostones. La fábrica no ha parado por el luto. Solo algunas de las puertas están abiertas de par en par. En varias, los vecinos salen al paso para contar lo que vieron.

“Los policías decían que los malandros estaban del piso 10 para arriba”, cuenta uno de los jóvenes que el día anterior estuvo de rodillas en el pasillo de la planta baja. A su apartamento llegaron los funcionarios de las FAES con amenazas y señalamientos. Les abrió la puerta para que no se la rompieran, pero no pudo evitar que reventaran la cerradura de uno de los cubículos que estaba solo. “Ahí le revolvieron todo a la vecina”, explica.

La masacre del piso 11 ocurrió en el apartamento de la izquierda, justo a donde entra el chico de naranja luego de tocar la puerta un par de veces. Un día después, sus habitantes habían limpiado casi toda la sangre que había cubierto el suelo de baldosas blancas tanto del salón como del baño. Solo un manchón rebelde y amarillento quedaba en uno de los rincones.

Deivinson Antonio Fernández Maiz, un joven de 22 años que trabajaba como tostonero, terminó en el nivel donde ocurrió la masacre. A él, padre de tres niños, le preguntaron si tenía antecedentes penales y respondió que sí. Cuando quisieron saber por qué, Deivinson contestó que la misma PNB lo había sembrado con droga hace un año en la torre Viasa. De inmediato lo agarraron y lo subieron al piso 11. Este es, por cierto, el tercer allanamiento que ocurre en el lugar en menos de dos años.

A Maibert Jesús Roca Castro, de 20 años, también lo hicieron subir porque había estado detenido siete años atrás por un hurto. Él solamente acudía a la torre para trabajar con los tostones, pues en realidad vivía en Petare. Tenía cinco hijos, dijeron familiares.

Alexis Richard Losada tampoco vivía en la torre, pero su madre sí. Él iba hasta el sitio a visitarla y a laborar todos los días desde Santa Teresa del Tuy, donde residía. Estaba bajo presentación por robo y tenía dos niños. Uno de sus familiares aseguró que el disparo que lo mató fue en la cara.

Johan Alberto Mijares Isquiel, de 22 años, dejó huérfana a una niña de 4 años. Vivía en la torre desde hace tiempo junto a otros ocho miembros de su familia. Hace años estuvo detenido por hurto y aún se debía presentar en tribunales. Contó su padre que esta era la segunda vez que perdía un hijo por la violencia. Siete meses atrás, uno de sus muchachos, hermano de Johan, murió al quedar en la línea de fuego de un enfrentamiento de bandas en Petare.

Asley José Flores Rodríguez, de 41 años, estaba rallando tostones cerca de una de las calderas cuando las FAES entraron. Era padre de un adolescente y tenía su hogar desde hace 14 años en el edificio de la masacre. En una pieza de uno de los pisos altos dormía con su esposa. Todavía se estaba presentando ante tribunales por un delito cometido varios años atrás: porte y ocultamiento de armas, según versión policial.

Por esa misma razón tenía un antecedente penal Bladimir de Jesús González García, otro de los ejecutados. Sus familiares informaron que tenía dos hijos y que había nacido en Yaracuy, donde hace años estuvo detenido por tres días por porte ilícito de armas.

Jhoanni José Roca Gil era el único sin registro. Aunque estaba solicitado, en el Sistema Integrado de Información Policial (Sipol) no aparecía ni el motivo ni la dependencia que exigía que se presentara ante tribunales. El hombre de 37 años, padre de tres, fue la única víctima que no estaba vinculada a la fábrica de tostones, sino que se dedicaba a reparar teléfonos móviles. “Era sano y un líder cristiano”, dice un vecino que lo conocía.

Como en las OLP

El patrón de ejecuciones cometidas por las FAES ha sido denunciado con frecuencia por los familiares de las víctimas. Sus actuaciones son similares a las desarrolladas por las Operaciones de Liberación y Protección del Pueblo (OLP), que de acuerdo con una investigación publicada por Runrun.es, entre 2015 y 2017 fueron las responsables de las muertes de al menos 560 personas en todo el país.

Tales operativos comenzaban con la toma del barrio –en este caso, del inmueble– así como con la irrupción violenta dentro de las viviendas, en donde suelen romperse las cerraduras y puertas y hacerse allanamientos sin ningún tipo de orden judicial. Continúa con el maltrato a mujeres y niños y su posterior aislamiento, ya sea sacándolos de sus casas o encerrándolos en habitaciones. A los hombres, los agrupan, acorralan, arrodillan y ejecutan con disparos en el tórax. Después, los funcionarios simulan la escena del crimen al hacer tiros al aire o contra las paredes, para luego poner las armas en las manos de las víctimas. Al final, saquean las propiedades y se llevan desde comida hasta electrodomésticos. Todo esto pasó en la torre Viasa.

Solo unos pocos salen ilesos de estos procedimientos y el chico de franela naranja conoce a uno de ellos. “A mí me salvó, primero, que mi sobrino estaba conmigo, porque yo lo cuido mientras su mamá trabaja”, relata un tostonero sin franela que habita uno de los cubículos del piso 11. Gracias al niño, pudo zafarse momentáneamente de los uniformados. Al bajar, se refugió con un cuñado discapacitado en el estacionamiento. Pero hasta allá llegó las FAES a buscarlo.

“A mí me querían subir de una vez”, asegura el muchacho y luego suelta la frase que le repetía uno de los funcionarios: “Me están pidiendo un muerto y vas a ser tú”. Otro policía lo amenazaba con sembrarle “creepy”, conocida también como “súper marihuana”, si no le hablaba de las supuestas bandas que había dentro del edificio.

Ante la insistencia de los miembros de las FAES, el joven negoció su libertad con uno de sus bienes más preciados: una laptop. Fue así como volvió al piso 11 a buscarla y allí vio cómo las piezas estaban destruidas. Su computadora portátil había desaparecido y él había quedado sin posibilidad de cambiar su vida por un objeto de valor que hiciera desistir a los funcionarios de matarlo.

“A mí no me iban a bajar sano”, recuerda el tostonero. Su última opción fue, entonces, apelar por unos tenis que se había comprado el fin de semana por un valor cercano a los 100 dólares. “Los policías empezaron a negociarlos. A mí me salvaron esos zapatos”.

@loremelendez

Familiares denuncian que Faes mató a exreo que estaba en proceso de reinserción

Un disparo en el pecho, proveniente de un arma de un funcionario de las Fuerzas de Acciones Especiales (Faes) —ente adscrito a la PNB—, le causó la muerte a Maike Jesús Barrios Sanoja, de 28 años, este martes 22 de octubre. El joven se encontraba en régimen de presentación, y fue herido en el cuarto que compartía con su novia en Cacique Tiuna. Estaba de día libre en su trabajo como ayudante de cocina.

Familiares de Maike Jesús narraron que el joven iba a cumplir un año de haber salido en libertad. A principios de diciembre de 2017 salió de la cárcel de Tocorón, estado Carabobo, tras cumplir una pena de cuatro años por estar involucrado en un homicidio. Este 23 de octubre, como todas las semanas, se debía presentar en los Tribunales, pero no pudo. Sus hermanos contaron que comisiones del Faes llegaron al refugio que compartía con su pareja y le dispararon. Desconocen los motivos de los efectivos para cometer el ataque.

Maike, según sus deudos, realizaba labores de limpieza en la casa para luego visitar a su mamá en Coche, cuando llegaron las comisiones policiales. A las 12 del mediodía, los efectivos entraron a su cuarto y, al rato, se escucharon los disparos. Se conoció que el joven estaba en su casa ese lunes porque había pedido el día libre en su sitio de trabajo, en el centro comercial El Recreo, donde trabajaba como ayudante de cocina.

La víctima tenía tres semanas residiendo en los refugios de Cacique Tiuna. Anteriormente vivía con sus padres y hermanos en Coche, pero “allá la situación para él estaba peligrosa. Prefirió mudarse”, narró su hermana, quien pidió omitir su identidad, cuando esperaba la entrega del cadáver en la morgue de Bello Monte.

El joven pasó de pagar una condena de diez años a una de cuatro en la cárcel de Tocorón, tras presentar buen comportamiento y realizar trabajos de reivindicación. Actualmente, y desde su liberación, asistía cada semana a unas charlas de reinserción en la plaza La Candelaria, en el centro de Caracas, específicamente en el edificio París, sede de varios despachos del Ministerio de Servicios Penitenciarios. Las ayudas psicológicas también las recibían sus padres, para colaborar con su salida del mundo criminal.

Desde unas bancas de la medicatura, sus familiares pidieron justicia: “Tenemos conocimiento de que las autoridades están haciendo una limpieza de todos los chamos que están en régimen de presentación, pero no entendemos por qué mataron a Maike, si él se estaba encarrilando. Él asistía a sus charlas, tenía su trabajo. No pueden matarlos a todos porque su nombre aparece en una lista”.

@Daigalaviz

Diez días después de la masacre de El Junquito, Tarek William Saab se limitó a ofrecer condolencias a familiares de víctimas

Tarek William Saab

El fiscal designado por la asamblea nacional constituyente, Tarek William Saab, ofreció condolencias a los familiares de los presuntamente ejecutados en la denominada «masacre en El Junquito», incluyendo a los integrantes del grupo de la resistencia liderado por Óscar Pérez y a los funcionarios «porque todos son venezolanos».

William Saab considera que se debe abrir un debate en la población tras la operación realizada por parte del gobierno nacional contra el ex policía y su grupo.

«Un grupo armado se alzó contra el Estado y dejó en luto a sus hogares. Es lamentable», indicó.

El designado por la ANC no explicó si su despacho se encargará de investigar los sucesos ocurridos en El Junquito, que varias ONG nacionales e internacionales definen como una ejecución extrajudicial.

Saab tampoco se refirió a la presencia en el operativo policial de Heiker Vásquez, líder del «colectivo Tres Raíces», quien fue identificado por el ministro de Interior y Justicia, Néstor Reverol, como supervisor jefe de la Polícia Nacional Bolivariana adscrito a las Fuerzas de Acciones Especiales bajo el nombre de Adriun Ugarte.

Instó a que se realice un debate en el que se discuta el tema de los derechos humanos para que se fomente el rechazo a la «toma de poder por la vía armada».