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Diego Arroyo Gil Sep 16, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Franbo
A Fran no le importaba para nada esa bobería de quién-es-quién

@diegoarroyogil

Para Boris

Con la muerte de Fran Beaufrand la fotografía venezolana pierde a un artista excepcional, de hecho, a un maestro. Como si eso fuera poco, sus contemporáneos además perdemos a un ser humano cuya presencia directa era una verdadera delicia. Siempre, siempre, siempre con esa sonrisa de hombre como confiado en las bondades de la vida, cuando Fran aparecía el ambiente se aliviaba y se hacía exquisito, con una exquisitez sin presunciones, una exquisitez de la cual incluso podías no darte cuenta. No encuentro una exquisitez más exquisita que esa. Saqué la cuenta esta mañana cuando me enteré de la última noticia sobre Fran: lo conocí hace dieciocho años. Yo tenía veinte y él casi la edad que tengo yo ahora. Él ya era el gran Beaufrand y yo un estudiante universitario que daba sus primeros pasos en el periodismo como pasante de una revista de moda a la que me había llevado a trabajar un modelo de la época, Adrián Acevedo, un narizón con mucho estilo por el que mucha gente se volvió loca. A Fran no le importaba para nada esa bobería de quién-es-quién –al menos no vulgarmente–, y esa noche se pasó un buen rato charlando con el pasante, aderezando la conversa con una simpatía que me dio la impresión de que, aunque se movía como pez en el agua en aquel coctel en el que estábamos, igual de cómodo habría estado en su casa viendo una buena película o leyendo un buen libro. Quiero decir: pese a que Fran era un animal social protagónico indiscutible, se notaba que tenía un asiento interior muy propio: se notaba que era libre. Ignoro si fue siempre así, pero ese fue el hombre que yo conocí y del que conservé idéntica opinión en el transcurso de todos los años que seguí encontrándome y compartiendo con él, las más de las veces con Boris Izaguirre, su inmemorial amigo. Educadísimos y cultísimos ambos, al verlos juntos uno sabía que aquella hermandad se había fraguado en el fervor de la vida, con todos sus callejones y todos sus escenarios. Boris tiene razón cuando dice que ya habrá tiempo para demorarse, de nuevo, en la obra artística de Fran. Tiempo para que nos detengamos en su mirada que creó un mundo cuya factura estética es de una calidad irrebatible. Por lo pronto, besos al aire para ese sonriente muchacho que la belleza sentaba sobre sus piernas.

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

#MonitorDeVíctimas | Vecinas asesinaron a fotógrafo jubilado de la alcaldía de Iribarren
En complicidad con tres jóvenes le dieron muerte al sexagenario la madrugada del domingo 24 de mayo. Al siguiente día, un hombre celoso asesinó al novio de su ex pareja

 

@KariPerazaR 

 

Milvio José Peña Romero, de 68 años de edad, vivía en la calle 3 entre carreras 12 y 13 del barrio Unión, al noroeste de Barquisimeto. Como muchos,  acostumbraba sentarse en la puerta de su casa cuando se cortaba el fluido eléctrico en el sector. Allí se reencontraba con otros vecinos que tenían igual hábito. Ese domingo 24 de mayo, estuvieron al menos cinco horas en penumbra y, a las 11:00 pm, cuando  llegó la luz, se despidió de sus vecinos y se metió a su vivienda.

Una hora después, pasada la medianoche, un vecino se extrañó de verlo nuevamente en la puerta de la casa y le preguntó qué hacía afuera. El sexagenario le dijo que unas vecinas, con las que tenía constante contacto, le habían pedido que les hiciera comida y él las estaba esperando. 

En horas de la mañana del día siguiente, vecinas de Peña Romero se preguntaban por qué éste no había salido y decidieron tocar a la puerta. Lo hicieron en varias oportunidades, pero nadie respondía. Al notar que la puerta trasera de la vivienda estaba abierta, una de las mujeres decidió entrar a la casa. 

Lo que encontró fue una escena espeluznante, la vivienda se encontraba totalmente desordenada y al avanzar hasta la habitación encontró a su vecino tirado en el piso, muerto y con evidencia de haber sido asesinado. 

El cuerpo del sexagenario tenía el rostro prácticamente desfigurado por golpes  y  estaba atado de pies y manos con cinta de embalar, una correa y trozos de sabanas. 

Detectives del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) recabaron evidencias en el lugar y entrevistaron a los vecinos quienes aportaron información valiosa que ayudó a capturar a Génesis Daimar Martínez Quevedo y Angie Daimar Quevedo Mendoza, de 23 y 22 años de edad, respectivamente, así como a Luis José Chirinos Ure, de 20 años de edad, uno de los autores materiales del homicidio. Fuentes policiales calculan que el crimen se perpetró aproximadamente la 1:00 am. 

Las mujeres detenidas, quienes también vivían en el sector, fueron quienes pidieron a Peña Romero que les hiciera comida. Una vez dentro de la vivienda, le abrieron la puerta a Chirinos Ure y dos jóvenes más que actualmente son prófugos de la justicia. Trascendió que los tres hombres sometieron al sexagenario y, una vez que cometieron el robo y el crimen, escaparon con las dos mujeres por la parte de atrás de la casa luego de saltar una pared.  

Los maleantes robaron una cámara fotográfica, una laptop, dos teléfonos celulares, una planta de música y documentos personales. 

Uno de los tres hijos del sexagenario, el único que vive en el país, se presentó al lugar y manifestó que su padre era una persona de gran corazón, muy querido por la comunidad. Por más de 20 años trabajó como fotógrafo de la Alcaldía de Iribarren y además fue locutor de Radio Minuto. Por falta de gasolina en su vehículo tenía dos meses que no veía a su padre, pero a diario se comunicaba con él vía telefónica.

Lo amenazaron y lo cumplieron 

La tarde del 25 de mayo transcurría tranquila en el sector 1 de Chirgua, al este de la capital del estado Lara, donde Víctor Manuel Rivas García estaba jugando pelota con dos niños, hermanos de su novia.

Aproximadamente a las 5:30 pm, un hombre armado se presentó al lugar. Cuando Víctor Manuel lo vio sabía que venía por él y corrió tratando de salvar su vida, pero el sujeto lo alcanzó y le propinó un disparo en el abdomen que le segó la vida de manera instantánea. Posteriormente, el asesinó escapó del lugar. 

Los vecinos avisaron a la madre del joven, quien reside a unas dos cuadras del sitio del crimen. Al llegar al lugar y en medio del llanto, contó que el homicida había amenazado a Víctor Manuel, quien tenía 19 años de edad y era el segundo de sus cuatro hijos. Cree que este sujeto estaba molesto porque Rivas García era el novio, desde hace tres meses, de una joven que había sido pareja de su victimario.   

Antes de la cuarentena decretada para impedir el contagio de la Covid 19, la víctima se ganaba la vida como parquero en el hospital central de Barquisimeto y, además, laboraba en una tipografía. Actualmente no estaba trabajando porque no podía movilizarse por falta de transporte.

 

el futuro de la juventud en sectores populares

Uno se casa con el fotógrafo, por Reuben Morales

 

Si usted piensa que se casó con su cónyuge, está equivocado. Si piensa que los dueños de la fiesta eran los papás de los novios, está equivocado. Si piensa que la unión la santificaba Dios, usted es un hereje. El verdadero dueño de un matrimonio tiene nombre y apellido: el señor fotógrafo. Puede haber whisky, pero si no hay fotógrafo, se arruinó la fiesta. Puede haber conjunto en vivo, pero si no hay fotógrafo, eso no existió. Uno puede estar celebrando el matrimonio en la mejor casa de fiestas de la ciudad, pero si no hay fotógrafo, eso se convierte en el peor terminal de autobuses.

El fotógrafo de la boda tiene más poder que un hijo concebido entre de Kim Jong Un y Maduro. Él pasa a ser como un Darth Vader. Con solo un movimiento de su mano, mueve a los invitados para donde él quiera. Tú puedes estar casándote en el Vaticano, con el mismísimo Papa, pero ahí manda es el fotógrafo. “Que el fotógrafo dice que cuando les den la ostia, que se queden un rato con la boca abierta y la lengua afuera para agarrar bien el momento”. “Que el fotógrafo dice que cuando se den el beso, que se queden pegados un rato, pero que no junten tanto los labios para que las bocas no salgan apurruñadas”. “Su Santidad Papa Francisco, que el fotógrafo dice que dé la misa más lenta para no perder ningún detalle”. “Que el fotógrafo dice que recojan el arroz del piso y se lo vuelvan a lanzar a los novios para capturar el momento”.

Termina la ceremonia. Uno se va a la fiesta, pensando que la pesadilla acabó, ¡pero no! ¡Ahora comienza lo bueno! Uno quiere llegar al salón de fiestas para beber, bailar y comer como loco, ¡pero es imposible! Toca tomarse las fotos con los novios. “Que el fotógrafo pide que todos vayan a la entrada del salón”. Todo el mundo se va para allá… “¡Ya va, ya va!… ¡Que el fotógrafo dice que dejen los tragos en las mesas para que no salgan en la foto, que eso se ve feo!”. Todo el mundo devuelve los tragos.

Una vez que está todo el mundo en el área de las fotos, el fotógrafo es una prueba de cuánto puede durar nuestra pinta intacta. Uno se vistió, perfumó, peinó, maquilló (en pocas palabras, uno no quiere que ni lo toquen) y el fotógrafo empieza: “¡Ok, caballeros! Necesito que carguen a la novia”. Y uno la carga… aprieta la cara… se sonroja… comienza a sudar… y en eso el fotógrafo suelta la perla: “¡Pero sonrían!”. Entonces uno sale en esa foto con cara de hacer número 2.

De ahí en adelante, la fiesta comienza a tomar un rumbo aparentemente más liberado, pero el personaje sigue ahí… al acecho. “¡Ponte este sombrero de hora loca para la foto!… ¡Pero sopla el pito!… ¡Esoooo!”… Y te lanza una foto con ese flash que te ciega dejándote desubicado de lo más importante: saber dónde dejaste el trago.

Termina la fiesta, pasa la luna de miel y uno cree haberse liberado del yugo fotográfico, pero no. Los siguientes seis meses el fotógrafo gobierna tu relación por bluetooth sin tú saberlo. Deja un chip instalado en la mujer, el cual solo repite: “¿Cuándo estarán las fotos?”… “Amor, llámalo para ver cuándo las entrega”… “Amor, que mi mamá está preguntando por las fotos”… “Amor, esto ya es un abuso”. Finalmente, tras varios meses, llegan las fotos. Pero la cosa no acaba ahí. Ahora debes ser anfitrión de varias reuniones en tu casa donde solo hay un objetivo: ver las fotos del matrimonio.

Afortunadamente, como todo mandato dictatorial, la tiranía del fotógrafo se acaba. El recuerdo de su gobierno solo permanece en esa clásica foto de la boda ubicada el lugar más privilegiado de la sala (y que cada año te atormenta recordándote lo viejo que estás).

Si acaso usted ha sido sobreviviente del yugo de un fotógrafo profesional, por favor contácteme. Estoy creando una fundación secreta sin fines de lucro para el apoyo de las víctimas. En ella damos cursos de fotografía a todos los miembros con el fin de cobrar venganza. Nuestra meta: que algún día nos contrate un fotógrafo para fotografiarle su boda.

 

@reubenmorales

Trasladan a tribunales al fotógrafo Leonardo Guzmán

leonardoguzman

 

Este miércoles el fotógrafo de la Alcaldía de Caracas, Leonardo Guzmán fue trasladado a los tribunales, confirmó el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa.

«Así trasladan a tribunales al reportero gráfico Leonardo Guzmán, detenido arbitrariamente. Leonardo es periodista, no terrorista», señaló la organización.

La Guardia Nacional Bolivariana detuvo el lunes al reportero de la Alcaldía Metropolitana durante un allanamiento en los edificios de Montaña Alta. Guzmán fue sacado a la fuerza de su casa y en un primer momento llevado al Instituto Nacional de Orientación Femenina (INOF). Sin embargo, a las 2:30 de la madrugada habría sido trasladado al destacamento GNB de Puerta Morocha, en Tejerías, reseñó El Universal.

 

 

Los Expedientes de Juan Toro convierten a la violencia, el estrés y el desabastecimiento venezolano en arte
El seguimiento que desde 2008 el fotógrafo Juan Toro le ha hecho a la violencia en Venezuela, así como también a las protestas de 2014, al cierre progresivo de empresas, a la ansiedad y al desabastecimiento de alimentos y productos básicos en el país, están registrados en su libro Expedientes que recientemente salió a la venta. El reportero gráfico acompaña las fotografías que ha documentado desde hace ocho años con textos de profesionales y amigos de distintas áreas, que asegura, lo han acompañado durante su carrera

 

@Angelicalugob

LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO EXPEDIENTES, del fotógrafo Juan Toro, resumen varios aspectos que en la actualidad preocupan a los venezolanos. La violencia y los homicidios son documentados con fotografías de balas y de las etiquetas que se les asignan a los cadáveres que son ingresados en la morgue de Bello Monte, en Caracas. La escasez es reseñada con productos que no se consiguen en anaqueles, pero que el fotógrafo los fotografía con un objeto blanco para sacarlos de contexto. El estrés y la ansiedad, son reflejados con fotos que el reportero gráfico ha hecho de pastillas y ansiolíticos que toman pacientes que asisten a consulta psicológica, mientras que para el cierre de empresas, por la crisis económica que hay en el país, el fotógrafo exhibe las imágenes de los llaveros de empresarios y trabajadores que se han ido de Venezuela.

– ¿Cómo surge la idea de Expedientes?

– Para hablar de Expedientes, tenemos que hablar cómo se inicia el proyecto como tal. En el año 2008 comencé a involucrarme un poco en el mundo de la violencia a través de mi amiga periodista María Isoliett Iglesias. Nuestro proyecto era, con el blog Voces de la Muerte, la idea era empezar a hablar de la violencia a través de las personas que generaban y sufrían la violencia. El 25 de diciembre de 2008 fue mi primer encuentro con la muerte, con esa muerte violenta que ocurre en la madrugada, esa muerte a la cual los periodistas y fotógrafos de sucesos le van siguiendo el rastro día a día. Cuando uno comienza a trabajar de manera profunda un tema, ese tema va abriendo puertas y ese tema se va transformando en cosas. Recuerdo que ese día, como no sabía cómo tenía que desenvolverse, me quedé atrás porque uno tiene que aprender de las personas que hacen eso todos los días. En ese camino de este trabajo, la violencia me fue abriendo algunas puertas y pasé de fotografiar la escena del crimen, esa violencia directa que puedes ver en la calle, a fotografiar objetos que están vinculados a la violencia. 

 

Expedientes

 

– ¿Por qué fotografiar los objetos que encuentras en una escena del crimen?

– Pasé de fotografiar el hecho, la escena del crimen, esa violencia directa que puedes ver en la calle, para fotografiar objetos que están vinculados a la violencia, porque entendí que al fotografiar esos objetos puedes tener un acercamiento distinto a esa realidad y las personas pueden de alguna manera acercarse también a ella. He fotografiado esos objetos sobre fondo blanco para sacarlos de contexto, porque si los fotografiaba en el lugar donde los encuentro, todavía los objetos están rodeados de la escena de violencia, del ruido que produce la escena como tal. Al llevarlos al estudio, el objeto adquiere otra dimensión porque además al fotografiarlo puedo redimensionar el tamaño del objeto y eso lo convierte en un objeto diferente al que produjo el dolor o que causó la muerte. Ahora ese objeto no puede volver a herir, pero sí nos puede hablar del daño que hizo. Y en ese momento cuando te enfrentas a él, lo que busco es que se establezca un diálogo en un espacio que lo permite, donde no hay gritos, ni confrontación. Es un espacio donde el objeto habla de lo que hizo y tú como persona que formas parte de una sociedad, entiendes desde la distancia lo que eso puede causar. Yo he ido reconstruyendo reconstruyendo una especie de memoria de esta situación que está viviendo el país a través de estos objetos que están vinculándose al hecho como lo es la violencia.

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– ¿Cómo has clasificado en estos años el material que has documentado?

-Desde el año 2009 he comenzado a hacer esto y lo que hacía, de alguna manera, era ir organizando esos objetos en pequeñas carpetas. Fui haciendo como una suerte de pequeños expedientes en cada una de esas series. Cuando nace el proyecto del libro, que además es algo que inicialmente nunca me planteé, lo que hice fue incorporar estos objetos como si fuesen una suerte de expediente y acompañarlo de unos textos que hablan un poco de la situación país.

– ¿Qué se te hizo más difícil de recolectar?, tienes balas, desechos, llaves…

– El proceso de recolección es difícil. Cada cosa tuvo su dificultad, sobre todo el hecho de enfrentarse a los objetos, porque el objeto está cargado. Uno sabe que ese objeto causó un daño, que habla sobre situaciones de las cuales a uno no le gustaría ni siquiera vivir, ni que personas alrededor de uno la vivieran, o que el país las estuviera viviendo. Entonces de alguna manera siempre manipular ese tipo de cosas, es complicado.

– Uno de los capítulos del libro es de las etiquetas que les colocan a los cadáveres ingresados en la morgue de Bello Monte…

– Estas etiquetas hablan un poco de números. Es como ese texto que escribe María Isoliett Iglesias, que es una crónica muy pertinente porque el número significa la transformación del ser vivo en un ser que ya no está. Ya no te llamas Juan, te llamas 500 ó 300. Los venezolanos nos hemos acostumbrado como al tema de las cifras, por el número de homicidios, por ejemplo. Lo que me interesaba del tema era ponerle una imagen al número que empieza a transformarse en algo cotidiano dentro de esta realidad que estamos viviendo. Me di la oportunidad de darle espacio en el libro a las personas que me han dado espacio. Las personas que escriben en el libro, son personas que me han acompañado desde el día uno, María Isoliett Iglesias, Nelson Garrido, Gerardo Zavarce, Félix Suazo, Alberto Esprino, Lourdes Peñaranda, la psicóloga Carla Valbuena, una amiga periodista de hace muchos años que prefiero mantener su nombre por un tema que tuve que cambiar la firma para poder escribir en el libro, y tuve la suerte además de que el presidente de Datanálisis, Luis Vicente León, escribió un texto que le dio un peso al libro (…) Tener la posibilidad de ver en papel, que las personas puedan tener algo con lo que uno ha trabajado durante tanto tiempo y que es algo que está pasando en el país. No es lo único que pasa en el país, es una visión del país, que no quiere decir que es la única, ni la más correcta, ni es la única verdad que pasa en el país. Pueden leer esa realidad, verla, observarla y pueden entender un poco lo que uno quiso para poder acercarse a ellos y a esa realidad.

Etiquetas Juna Toro

– ¿Tocas también el tema del desabastecimiento, ¿cómo lo manejas en el libro?

-El desabastecimiento, para mí, son unas fotografías que la verdad me han costado mucho convivir con ellas, porque mientras las otras fotografías que aparecen en el libro hay una tendencia a que las mismas tengan detalle, foco, contraste, el tema de estos alimentos que se están buscando hoy en día tenía que tratar de trabajarlos desde el objeto. Eso quiere decir que empecé a buscar ese objeto haciendo las colas en automercados o inevitablemente consiguiéndolos por otras vías, como intercambio o prestado, y me los llevaba al estudio y los fotografiaba sobre exponiéndolos. Eso da la sensación de ese efecto como el que estamos viendo en las vallas a lo largo de la ciudad que tienen tanto tiempo que no se cambian que se van despintando y van perdiendo esa propiedad que los hace únicos. Es partir de una fotografía como anti publicitaria, es partir de un error casi fotográfico que es la sobre exposición, pero a través de esa sobre exposición el objeto comienza a diluirse en el fondo. Ese objeto que se diluye en el fondo, que no está totalmente desaparecido, porque aparece de vez en cuando, ese hecho de desaparecer habla un poco del tiempo que se nos diluye en las colas, habla de la falta de inversión, habla de las peleas que ocurren en las colas por conseguir el objeto.

Juan Toro DesaparecidosFoto: María Isabel Batista

 

Presidente de la SIP cree que México debe hacer algo más tras asesinato fotógrafo

periodismo

El presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), Gustavo Mohme, aseguró hoy en Guatemala que las autoridades mexicanas deben hacer «algo más allá de lo que están haciendo» para resguardar la seguridad de sus periodistas, tras el asesinato del fotógrafo Rubén Espinosa.

«El asesinato de Espinosa no solo es condenable. Evidencia que algo está fallando en México y que las autoridades y el gobierno deben hacer algo más allá de lo que están haciendo», aseguró el periodista peruano en Guatemala, tras participar en un acto público.

«No podemos permanecer impávidos ante una muerte tan impune», añadió el presidente de la SIP.

Espinosa, de 31 años, murió asesinado el pasado viernes en una vivienda de la Ciudad de México junto a cuatro mujeres, con un tiro en la cabeza.

El reportero gráfico había dejado en junio pasado su natal Veracruz (este) debido a amenazas de muerte y hostigamiento por su labor periodística.

«Espinosa estaba cambiando de celular cada cierto tiempo. Tenía un contacto limitado con su familia y no hacía presentaciones públicas», recordó Mohme.

«Su muerte recrudece absolutamente la situación de la región. Es grave y doblemente triste, no solo por la pérdida humana, sino además porque es un periodista que salió de su Veracruz querido en busca de refugio en la capital», concluyó el presidente de la SIP.

El fotógrafo mexicano trabajaba para AVC noticias de Veracruz y era corresponsal de la revista Proceso y de la agencia Cuartoscuro.

Mohme participó hoy en Guatemala en una ceremonia donde los candidatos a la presidencia del país centroamericano ratificaron su respeto a la libertad de prensa al firmar la Declaración de Chapultepec.

Así fueron los últimos días del fotógrafo asesinado en Ciudad de México

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MEXICO (AP) — Fue hasta las 2:13 de la tarde del viernes, cuando el periodista Rubén Espinosa envió un último mensaje a un amigo suyo, todo iba bien.

Se habían puesto de acuerdo para estar en contacto desde que Espinosa decidió autoexiliarse en Ciudad de México. Tuvo que irse de Xalapa, la capital del estado de Veracruz, en el Golfo de México, donde había trabajado durante ocho años, donde han asesinado a 11 periodistas desde 2010 y donde estaba seguro de que su vida corría peligro después de detectar que le seguían.

«¿Qué onda?», le preguntó su amigo, un fotógrafo de la capital.

«Salí con una amiga y con un compa. Me quedé en su casa y apenas ahora voy a la mía», le respondió Espinosa apenas un minuto más tarde. Tenía prisa. Iba a trabajar esa tarde.

Fue la última vez que su amigo supo de él. Esa misma noche apareció torturado y con un tiro de gracia junto a cuatro mujeres más en el mismo apartamento del que estaba a punto de irse.

Lo que muchos de sus colegas piensan ahora es que las represalias por las fotografías que Espinosa había tomado en Veracruz le siguieron hasta darle caza en la capital.

El Procurador del Distrito Federal dijo el martes que aún no es posible descartar ninguna línea de investigación. Que todas continúan abiertas. Incluida la que vincularía el asesinato de Espinosa al ejercicio del periodismo. Pero también explicó que el robo a una de las víctimas era una de las hipótesis. Hay tres sospechosos. Aparecen en la grabación de una cámara de vigilancia que muestra como abandonan el edificio 49 minutos después del último mensaje que Espinosa le envió a su amigo.

Si fueron ellos tuvieron que entrar a la vivienda, reducir a cinco personas que se resistieron, atarlas, torturarlas, abusar sexualmente de alguna de ellas, saquear la casa, buscar lo que estaban robando, meterlo en una maleta y salir caminando tranquilamente del edificio en 49 minutos.

Aunque la investigación llegue a la conclusión de que la masacre no está relacionada con el fotógrafo asesinado, su muerte ha impactado el círculo periodístico de México y a los defensores de los derechos humanos. El mensaje que creen haber recibido es que ya no hay lugar en el que refugiarse en uno de los países más peligrosos del mundo para el ejercicio de la libertad de prensa.

Incluso después de llegar a la capital, Espinosa siguió sintiendo que le seguían, que le vigilaban. Contó a sus amigos que un hombre que conocía se le había acercado en un restaurante para preguntarle si era el fotógrafo que había escapado de Veracruz. Que lo mismo le había sucedido una segunda vez, en una fiesta.

Espinosa creció en la capital. Pero se sentía estrechamente vinculado a Xalapa, una pequeña ciudad de provincias intensa desde el punto de vista noticioso y donde había hecho su vida profesional, y en gran medida su vida personal y su visión política. Se había especializado en la cobertura de movimientos sociales.

Veracruz, en la costa del Golfo de México, es un estado productor de café y petróleo. Es también ruta de paso de migrantes que viajan desde Centroamérica a Estados Unidos. El gobierno local está fuertemente armado y hace años que se le acusa de tener vinculación con los cárteles de la droga que controlan el puerto de la ciudad de Veracruz.

Desde que gobernador Javier Duarte asumió el cargo en 2010, 13 periodistas han sido asesinados. Once dentro del estado y dos después de abandonarlo. Tres más están desaparecidos según el Comité de Protección de Periodistas, una organización internacional con sede en Nueva York.

Aunque nadie ha podido demostrar que el gobernador tenga algo que ver con la violencia contra la prensa, se le critica por el ambiente negativo para el ejercicio de la libertad de expresión en Veracruz. Ha acusado a los periodistas de estar relacionados con el crimen organizado. Ha encarcelado a blogueros y amenazado a un fotógrafo con terminar tras las rejas por denunciar la aparición de autodefensas en el estado.

La administración de Duarte siempre ha sido ágil a la hora de achacar los crímenes contra periodistas a motivos personales. Tres de los casos de más impacto, con reporteros asesinados tras escribir sobre corrupción, las autoridades dijeron que una murió durante un asalto y otro de una venganza personal. En el tercero de los casos se negó a aceptar que la víctima fueraperiodista y se escudó diciendo que pluriempleaba como taxista.

Cuando Espinosa abandonó el estado a principios de junio de este año, Juan Mendoza Delgado, otro periodista, murió atropellado por un vehículo cuando llevaba días desaparecido.

Ese es el contexto en el que Espinosa trabajaba para varias agencias de noticias y la revista Proceso, especializada en periodismo de investigación. No cubría narcotráfico ni nota roja, los temas más peligrosos que pueden tocarse en México. Pero fotografiar la represión del gobierno a los movimientos sociales puede acarrear consecuencias nefastas.

El 5 de junio fotografió como un grupo de encapuchados con bates de béisbol atacaba a un grupo de estudiantes universitarios. Pocos días después vio a un grupo de hombres extraños frente a su casa. Le fotografiaron y le empujaron. Sus amigos le dijeron que se fuera. Y se fue.

Cuando llegó al Distrito Federal estableció contacto con Artículo 19, un grupo que defiende aperiodistas y les pidió apoyo. Su amigo le propuso monitorear sus movimientos a través de un sistema informal de mensajes. Nunca acudió al mecanismo federal de protección de periodistas del gobierno. La mayoría de los reporteros no confían en que sirva de nada.

Comenzó a recibir terapia psicológica para tratar el miedo y la ansiedad.

No tardó ni una semana en decirles a sus amigos que echaba de menos Xalapa y que quería regresar. Echaba de menos a su pareja, a su perro Cosmos, un cocker spaniel que no se separaría del ataúd el día del entierro de su dueño, su trabajo, su compromiso político.

Pero se le recomendó que no regresara. La muerte de Mendoza atropellado y un fin de semana con 11 muertos en Xalapa no ofrecían una perspectiva demasiado halagüeña.

Espinosa vivía con su familia, al norte de la capital. Pero muchas veces se quedaba a dormir en casa de amigos en el centro. Le daba miedo viajar hasta la casa de sus padres de noche con su equipo fotográfico por temor a que se lo robasen.

Una de las personas con la que se veía a menudo era Nadia Vera, que se había mudado a la capital un año antes y trabajaba en un festival cultural. Crítica con el gobierno de Duarte, organizadora de protestas, activista. Había coincidido con Espinosa en marchas contra la muerte de periodistas.

Vivía en un piso compartido con otras tres chicas en la colonia Narvarte, un barrio tranquilo, seguro y de clase media del centro de Ciudad de México. Una de ellas estudiaba maquillaje. Se cree que otra era colombiana pero nadie lo ha confirmado aún.

Sobre las dos de la mañana del viernes, Vera, Espinosa y otro amigo llegaron al apartamento donde estuvieron comiendo y bebiendo hasta el amanecer. En algún momento, el otro amigo, no identificado, se fue. El fotógrafo se quedó a dormir y se despertó a la hora de comer. Poco antes había llegado a la casa una mujer que trabajaba allí limpiando y una de las compañeras de apartamento de Nadia se había ido a trabajar.

El fotógrafo amigo de Espinosa le envió un mensaje a la 1:58 de la tarde para preguntarle si estaba bien.

«Yo estuve hasta las 6 de la mañana», le decía.

La respuesta llegó en un minuto.

«Yo igual a esa hora terminé. Hoy tengo guardia en la AVC (Agencia Veracruzana de Noticias)», respondió Espinosa a las 14.11

Dos minutos dijo: «ya voy de salida a la calle».

Fue su último mensaje. Eran las 2:13 de la tarde del viernes.

 

MEXICO-PERIODISTA ASESINADO

MEXICO-PERIODISTA ASESINADO

Ruben Espinosa

MEXICO-PERIODISTA

Luis Brito y la muerte. Por María Gabriela Méndez

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La periodista venezolana María Gabriela Méndez rinde homenaje al maestro Luis Brito, Premio Nacional de Fotografía (1996), quien murió la mañana del domingo 1ro de marzo de 2015. Es un cálido «retrato» del artista y del amigo, de un hombre que vivió con intensidad para ambas cosas 

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“Este país es la muerte de sus creadores”. La última vez que lo entrevisté, en noviembre de 2013, Luis trajo a su memoria esa frase que le había dicho Aldemaro Romero, una vez, mientras él lo retrataba. Se refería Romero a ese país que, por intereses o por envidias, le había negado por años el Premio Nacional de Música. Luis recordaba esas palabras que le hacían verse en un espejo: el fotógrafo, uno de los más grandes de Venezuela y Latinoamérica, miraba hacia atrás y se daba cuenta de que su obra no formaba parte de ninguna de las colecciones de los museos venezolanos.

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No estar representado en su propio país —no por ambición de reconocimiento, que no le hacía falta a su extrema humildad, sino por amor a su país— era una herida profunda en su corazón. Caer en cuenta le hizo tomar una decisión: donar su obra a museos de cualquiera de los tres países que más amaba, después de Venezuela, claro: España, Italia o Colombia.

Así, por intermedio de una amiga común, la fotógrafa venezolana Beatriz Grau, hizo el contacto con María Elvira Ardila, curadora del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBo) y donó 90 obras. Ardila conocía a Brito como uno de los fotógrafos latinoamericanos importantes, e inmediatamente aceptó la donación.

Cuando hablé con la curadora me contó que el día que recibió las obras, quedó impactada: “Me emocioné con cada una de las series”. Luego de la conmoción, decidió que esas 90 obras, ahora parte de la colección, no debían ir a las bóvedas sin antes ser mostradas al público. “Luis Brito en un comienzo no pensó que íbamos a hacer la exposición. Él solo quería dejar legado en un sitio seguro”.

Su exposición, Fotografías. Donación a la colección, un recorrido por tres de sus más emblemáticas series, coincidió felizmente con la celebración de los 50 años del Museo de Arte Moderno de Bogotá. Ardila me dijo algunas bellas palabras sobre Luis: “Brito es de los artistas íntegros, honestos, generoso con el público. Y, además, técnicamente sorprendente”. Ella estaba feliz de que la obra de Brito formara parte del MAMBo.

En esos días que estuvo en Bogotá, hizo amigos nuevos. No había quien no se rindiera ante su bondad, su sencillez, su simpatía. Todos quedaron enamorados de él. Sin reservas. Así era ese hombre.

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Conocí a Luis Brito antes de conocerlo. Lo vi muchas veces en la Escuela de Nelson Garrido. Lo entrevisté una vez, luego otra y otra. Lo visité en la clínica, en uno de esos sobresaltos de salud. Nos vimos en las exposiciones, en los bautizos de libros, en charlas, en reuniones, en marchas. Comimos arepas de chicharrón en Los Ilustres. Pero no conocí a Luis Brito hasta ese mayo de 2011 que coincidimos en Roma. Le ofrecí una habitación en el apartamento donde yo vivía. Fue lo mejor que pudo pasar. Pasamos juntos una semana maravillosa: me mostró la ciudad donde vivió por ocho años, me llevó a ver el Moisés de Michelangelo, fuimos a tomar fotos a las puertas de Via Cavour, arrancó hojas de laurel –esas que usaban los emperadores romanos- de arbustos vecinos al Coliseo y después las usó para hacer unas caraotas memorables; visitamos la tumba de un amigo y en el cementerio tomamos fotos de ángeles caídos de un cielo inmensamente azul, a lo Eleanor Rigby; comimos pizza al taglio, fuimos al mercado de Portaportese con Leomary (su sobrina y luego amiga), bebimos Peroni, viajamos a Umbria, a un apiario, con uno de sus amigos; fuimos a Trastevere, y nos detuvimos en el edificio donde vivió, en el justo momento en que caía, a centímetros de él, un matero. Aquella mata que casi lo mata fue para él una señal, un revuelo del destino que reconocía su presencia luego de tanto tiempo. Visitamos a sus amigos, quienes lo adoraban con un fervor que pocas veces he visto, lo vi llorar de emoción en esos abrazos que él daba como si no hubiera mañana, lo vi convertir escenas de la realidad en obras de arte, lo vi hacer fotos con una cámara portátil, mínima: lo vi hacer magia.

Me contó por qué había empezado esa serie que luego tituló ¿Recuerdas a Eleanor Rigby? Fue el día que se enteró del asesinato a John Lennon. Estaba en el Cairo y, con la noticia, que sentía tan pesada como la muerte de un familiar, se fue al cementerio. “Miré al cielo y un ángel estaba atravesado en una construcción”, me dijo. Entonces allí, con ese duelo, nació la imagen primigenia de los cielos azules como fondo de los ángeles. Luego vinieron los ángeles en cementerios de varias ciudades.

Me mostró la serie que le había hecho al actor, coreógrafo y bailarín inglés, Lindsay Kemp. Y me contó la historia detrás de esas fotos en el camerino: Luis lo había retratado y tiempo después, en una visita de Kemp durante un Festival de Teatro de Caracas, preguntó por Brito que en ese momento estaba viviendo en Roma. Cuando fue a Roma lo contactó para pedirle que le tomara las fotos de su presentación. Así lo hizo. Lindsay Kemp escogió 57 fotos entre diapositivas y blanco y negro que le había tomado Brito. Cuando le quiso pagar, Luis no aceptó. “Yo no sirvo para que me estén pagando. A cambio le pedí algo más valioso: que me dejara entrar al camerino”. El resultado, es esta maravillosa serie de retratos donde se le ve transformarse, cambiar, maquillarse, ser otro: Una noche en el camerino.

Hoy nos levantamos con esta terrible noticia. Y yo he vuelto a ver sus fotos, las que me regaló, la de los paseos juntos, he vuelto a leer sus correos, sus chat, las entrevistas que le hice. Y no puedo dejar de pensar en esa frase: “Este país es la muerte de sus creadores”. Esa vez me preguntó, triste, “¿Dónde están la plaza Armando Reverón, Jacinto Convit o la Autopista Jesús Soto? Parece que los civiles no existen para este país”.

Su obra, tan luminosa como su alma, sobrevivirá a los desatinos de un país que parece indiferente.