Reuben Morales, autor en Runrun

Reuben Morales

Vacaciones a los 20 contra vacaciones a los 40, por Reuben Morales
A los veinte, uno le decía a todo el mundo que salía de vacaciones, emocionado. Ahora, a los 40, uno no dice nada. Más bien se desaparece y apaga el celular

 

@ReubenMoralesYa

  • Cuando tenía veinte, las vacaciones significaban no hacer nada.
  • Cuando llegué a los cuarenta, las vacaciones significaron no hacer nada más que citas médicas y arreglos pendientes en la casa.
  • Cuando tenía veinte, las vacaciones significaban relajarme porque no tenía nada que hacer.
  • Cuando llegué a los cuarenta, las vacaciones significaron estresarme por ver todo lo que no había hecho.
  • Cuando tenía veinte, las vacaciones significaban dormir todo lo que quería.
  • Cuando llegué a los cuarenta, las vacaciones significaron no dormir porque no había quemado toda la energía que quería.

Por ello, traemos dos diarios llenados durante las vacaciones. Uno, es de alguien que tiene veinte años y el otro, de una persona que ya entró en sus cuarenta. Veamos primero, el de la persona de veinte:

“Me desperté como a las doce del mediodía del sábado con una flojera demasiado grande. Por eso no hice sino recostarme todo el día, viendo películas de Netflix. Eso lo acompañé con pizza y refresco, la combinación perfecta. Después me levanté y me fui caminando al supermercado de la esquina para comprar pan, mortadela, salsa de tomate y mayonesa para hacerme unos sándwiches. Luego me bañé con agua hirviendo –como me gusta– porque en la noche había conseguido que me prestaran el carro para ir a rumbear. Pasé buscando a varios amigos que vivían en extremos distintos de la ciudad y nos llegamos como a las diez de la noche al local. Estuvimos ahí hasta las cinco de la mañana rumbeando y grabando historias para las redes. Nos bebimos como tres botellas de vodka y después nos fuimos a cerrar la noche comiendo parrilla de carne y pollo con yuca. Llegué destruido a la casa y hediondo a cigarro, porque me fumé como dos cajas. Estaba tan molido, que me acosté sin bañarme. No dormí bien porque me dio tremendo dolor de cabeza de la bebedera. ¡No vuelvo a tomar más!”.

Ahora veamos el mismo diario, pero de una persona de cuarenta años durante sus vacaciones:

“Me desperté como a las cuatro de la mañana del sábado. ¡Qué bendición! Esperar ver el amanecer en vivo. Hasta me dio tiempo de meditar, hacer ejercicio, pagar unas cuentas pendientes y preparar los almuerzos de la semana. Cuando llegaron las doce del mediodía me tiré una siesta breve de esas que llaman power nap y después me puse a ver unos cursos en línea. Como a las tres de la tarde, como ya estaba a punto de terminar mi ayuno intermitente del día, me monté en la bicicleta y fui a la verdulería de la esquina. Compré berenjenas, tomates, acelgas, champiñones y unos pimentones para prepararme una rica ensalada que acompañé de un delicioso té verde con panela rayada. Luego, por la noche fuimos a cenar a casa de unos amigos. Es que eso de estar en la bulla de una discoteca un sábado por la noche ya no es para uno. Además, nos fuimos en taxi porque manejar ya me tiene cansado.

“Cuando llegamos a donde nuestros amigos, resulta que tenían una regla: dejar los celulares en una cesta que estaba en la entrada de la casa para que pasáramos tiempo de calidad conversando como en los viejos tiempos. ¡Gran idea! Tomamos vinito, comimos pescadito con puré de batata y, como a las diez, ya estábamos listos. ¡Qué bendición llegar temprano un sábado en la noche para dormir como Dios manda! Entramos a la casa, me di una ducha con agua fría para tonificar la piel y bajar la tensión. ¡Qué rico! Dormí como un bebé hasta que se hicieron las cuatro de la mañana y volví a despertarme, pero esta vez para hacer yoga”.

Es que mientras más pasan los años, más cosas busca hacer uno con el tiempo que le queda. Por eso, a los veinte, uno le decía a todo el mundo que salía de vacaciones, emocionado. Ahora, a los cuarenta, uno no dice nada. Más bien se desaparece y apaga el celular. No vaya a ser que se manifieste alguien del trabajo con alguna emergencia y termine arruinándonos toda esa semana de divertidas y enriquecedoras citas médicas.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Exigimos silla azul para los dormidos del bus, por Reuben Morales
Una razón para asignarnos la silla azul es el bamboleo de la cabeza. Es incómodo cuando un dormido se va recostando de lado lentamente hasta que termina cayendo en el hombro de otro pasajero

 

@ReubenMoralesYa

Las sillas azules son aquellas del trasporte público destinadas a personas de la tercera edad, mujeres embarazadas, mujeres con niños en brazos u hombres que, debido a su barriga de cervecero, ahora de autodefinen como mujeres embarazadas de gemelos.

Sin embargo, hay otra categoría de persona que debería estar autorizada para utilizar dichas sillas: los que llegan con demasiado sueño y terminan quedándose dormidos en el bus. ¡Es que se han vuelto un problema de salud pública! Y lo digo con toda la propiedad del caso. Los he observado, los he analizado y, bueno… yo soy uno de ellos.

Aunque vale hacer una acotación antes de seguir. Esta petición no pretende incluir a quienes fingen hacerse los dormidos cuando entra una persona de la tercera edad o una embarazada al bus. Para ellos solicitamos que, mientras fingen estar dormidos, el resto de los pasajeros finjamos que son un asiento vacío y nos sentemos sobre ellos.

Por el contrario, esta petición más bien va dirigida a quienes genuinamente nos quedamos dormidos en el bus. Aquellos a quienes se nos puede comprobar la somnolencia mediante tres señales: en la nariz tenemos un ronquido, en el mentón tenemos un hilo de baba y en la frente tenemos un morado del frenazo que acaba de pegar el bus. Esta petición de asientos azules va para nosotros.

Porque ese pasajero que se queda dormido en el bus, suele dormir con la boca abierta, los ojos a medio cerrar y las pupilas volteadas para atrás.

Esto, además de causarles traumas a los niños presentes, haciéndoles creer que se adelantó el Halloween, podría causar una catástrofe si otro pasajero que va dormido se despierta, ve esa cara mortuoria y termina pensando que va en el transporte refrigerado de la morgue. Por eso, asiento azul para los dormidos.

Una segunda razón para asignarnos la silla azul es el bamboleo de la cabeza. Es muy incómodo cuando un dormido se va recostando de lado lentamente hasta que termina cayendo en el hombro de otro pasajero. Aunque lo realmente comprometedor no es donar el hombro como almohada provisional para el dormido. Lo fastidioso es que luego uno no se puede mover para que el dormido no termine despertándose de golpe cantando reguetón, en arameo antiguo y con los ojos volteados para atrás. Por eso, reiteramos nuestra petición de asiento azul para nosotros los dormidos (para que, además, desde afuera, aprecien cómo nuestra cara recostada del vidrio parece un bagre de pecera).

La última razón para darnos dicha silla azul a los dormidos, es que así nadie acaba teniendo la responsabilidad de despertarnos cuando llegue nuestra parada. Como los asientos azules suelen estar algo aislados, eso le deja la responsabilidad completamente al dormido. Aunque esto también podría ser motivo de un nuevo emprendimiento: el despertador de paradas. Una persona que se dedique a anotar las paradas en donde se quedan todos los dormidos, para luego irlos despertando una estación antes y así cobrar por ello. Por eso exigimos asiento azul para los dormidos (para que el despertador de paradas también cobre doble vigilando que al dormido no le roben nada del bolso).

¿No les parece que sería una sociedad mucho más justa e inclusiva? ¿Qué cuesta soñar con un transporte público en donde se respeten los derechos de quienes nos quedamos dormidos en el bus? Ojalá y algún día un congresista de algún país tome esta iniciativa en cuenta y la proponga… (bueno, si no es que se queda dormido en el bus camino a la sesión).

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Cómo NO se debe pedir un favor, por Reuben Morales
Hay otro tipo de favor parecido que engancha por el halago que le hacen a uno para subirle el ego. El favor suele comenzar con palabras como “Príncipe”, “Hermano querido”, “Admirado y respetado”…

 

@ReubenMoralesYa

Las tres peores clases de escalofríos que puede sentir un ser humano son las siguientes: cuando vas a una cita amorosa y no te pasa la tarjeta, cuando llevas una semana sin que le venga la menstruación a tu pareja y cuando escuchas “¿me puedes hacer un favor?”. Por ello y para evitar caer en la trampa de un favor que no quiera realizar, aquí le dejamos las cinco formas más engañosas de pedir favores.

La primera de estas es la que denominamos el favor meloso. Es una modalidad muy practicada por mujeres que se saben hermosas. Consiste en que ellas llegan muy sonrientes y coquetas y le dicen a uno: “¡Esa camisa te queda espectacular!… ¡Te resalta los músculos!”. A lo que uno responde “Gra… gra… gracias”. Y justo cuando te tienen sedado y con las defensas abajo, te sueltan: “Porque justo necesito esos músculos para que me ayudes a bajar una caja de ollas que está en el depósito de la azotea” (¡y cuántas tareas de matemáticas no me sacaron así en bachillerato!).

Hay otro tipo de favor parecido que no engancha por un cortejo, sino por el halago que le hacen a uno para subirle el ego. El favor suele comenzar con palabras como “Príncipe”, “Hermano querido”, “Admirado y respetado”, “Tú eres el indicado” y cuando uno ya cree que tiene más méritos que el inventor de la vacuna contra la flojera de los lunes, entonces vienen y te lanzan el zarpazo: “Ayúdame ahí a empujar la moto por las escaleras hasta el piso 17 porque se me quedó sin gasolina y no sirve el ascensor”.

Luego tenemos el favor de tía mayor. Es un favor que te pide una tía, valiéndose de que tú le debes una larga lista de favores (como haberte cambiado los pañales unas veinte veces). Además, al pedir dicho favor, siempre aprovechan de meter una pequeña tosecita preocupante. Usted puede detectarlo fácilmente porque es algo así: “Mijito… (TOSECITA DE POR MEDIO) mire, es que me he estado sintiendo malita (NUEVA TOSECITA) y quería pedirle el favor de que me lleve al automercado a comprar unas cositas (TOSECITA REMATADORA)”.

¿Cómo va a negarse uno? Luego el problema no está en el favor en sí. El inconveniente aparece cuando ya están en el automercado y la tía dice: “Papito, mire, aprovechando que ya estamos en el automercado, acompáñeme a la tintorería que está aquí al lado”. Luego, en la tintorería, dice: “Ay, y aprovechando que estamos en la tintorería, pasemos por la ferretería un momento”. Por lo cual es importante llevarse la lección de que apenas escuche la palabra “aprovechando”, arranque a correr como si usted le hubiese robado el celular a un policía.

Existe otra especie de favor maligno: el favor en diminutivo. Suelen usarlo con la finalidad de que algo salga gratis. El mismo puede detectarse fácilmente, pues quien lo pide suele agudizar la voz diciendo: “Amiguito… ¿tienes unos minuticos ahorita para un diseñito chiquitico de un loguito, rapidito, una tonteriííta?” (y el tamañito del encarguito en verdad es ese diminutivito multiplicadito por el doblecito).

Por eso, si quiere sacudirse a este tipo de personas, respóndale lo siguiente: “Amiguito… no tengo tiempito porque voy saliendito a pagar unas deuditas con el banquito para evitar un embarguito de la casita de mi familita. Ya sabes… una tonteriííta”.

Y, por último, tenemos la pedida de favor más efectiva de todas: el favor consulta-agenda. Ante este, siempre finja tener una agenda llena de compromisos, pues el favor siempre lo comienzan con una oferta sumamente tentadora, así como: “¿Qué vas a hacer este sábado a las 8 de la noche?”. Ante lo cual uno se va de jeta: “¡NADA!… ¿¿PA’ DÓNDE VAMOS??”. Y es ahí cuando le lanzan la estocada: “Perfecto, porque necesito que me ayudes a mudarme. Quedas anotado”.

Sí esto le llega a pasar, simplemente ponga una excusa que suene muy rimbombante, como: “Ay, es que justo ese día, a esa hora, me voy a practicar una barnizada de glándula sudorípara lateral como posritual de higienización” (así usted sepa que eso es solo echarse desodorante después del baño).

¡Listo!… Con esto espero haber contribuido a que usted no vuelva a caer en otra pedida engañosa de favores. Solicitudes incómodas y fastidiosas, así como: “¿Tienes un chancecito de compartir un articulito de un escritorcito con cinco de tus contacticos que no te llevará ni cinco minuticos de tu tiempito?”.

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Cartera que se respeta, por Reuben Morales
Comencemos con las carteras de las mujeres. Su interior viene a ser como una tienda por departamentos al final de un Black Friday

 

@ReubenMoralesYa

Hay un universo que es totalmente desconocido para los seres humanos hasta que llegan a ese momento en el que están en un aeropuerto o en un terminal de buses sin nada que hacer: el interior de sus carteras. Un microambiente en donde se mezclan una cantidad de partículas tan diversas que podrían ser capaces de originar nuevamente el petróleo.

Comencemos con las carteras de las mujeres. Su interior viene a ser como una tienda por departamentos al final de un Black Friday. Maquillaje por aquí, papelitos por allá, migas de pan pegadas a un chicle viejo y derretido, una cadena enredada en un bolígrafo, un lápiz labial, un ChapStick, una base de maquillaje, un perfumito y el olor de todo eso mezclado que termina conformando una esencia mejor conocida como “aroma de cartera de mamá”.

En estas, siempre hay un monedero donde irónicamente guardan de todo, menos monedas. Además, siempre cargan una foto de algún hijo que fue tomada hace como quince años, una estampita de algún santo y otra foto del marido de cuando tenía mostacho de Cantinflas (y el único que está pulcro, sin arrugas y bien cuidado es el santo). A todo esto, agréguele una lista de compras de mercado de cuando vendían Gatorade en envases de vidrio.

Luego tenemos el fondo de la cartera. Un espacio que los diseñadores crearon para un objeto en particular: las llaves. Seguramente con el fin de generar ese instante en donde todo hombre pregunta “¿Dónde están las llaves?” y ella dice “En la cartera”. Lo cual termina convirtiéndose en una pelea porque uno nunca las consigue, ella termina encontrándolas y luego acaba diciendo: “Es que en esta casa todo lo tengo que hacer yo”. Por último, también existe un compartimiento secreto que está hecho para guardar el teléfono celular sin que nadie se dé cuenta. Se llama brasier.

Pasemos ahora a las billeteras masculinas. Que, si las de mujeres son una especie de Museo del Louvre de París; las de hombres son pequeñas, pero sustanciosas, como el museo de la casa natal de Simón Bolívar. Toda billetera viene compuesta por un compartimiento hecho para guardar billetes. ¿Y para qué lo utilizamos nosotros los hombres? Para guardar billetes, porque la creatividad no nos da para más (bueno, sí, para también guardar cuanta tarjeta nos den de plomeros, taxistas y técnicos de lavadoras).

Luego, hay una cantidad de bolsillos hechos para guardar tarjetas. ¿Y para qué los utilizamos? Para guardar tarjetas, porque la creatividad no nos da para más.

Sin embargo, los diseñadores de billeteras siempre les han hecho dos bolsillos y que “ultrasecretos” para guardar ahí lo que no queremos que el ladrón vea (aunque el ladrón tenga una billetera igualita a la nuestra). Son los bolsillos destinados a guardar el dólar de la suerte, un condón viejo que tiene ahí como diez años (y está cercano a convertirse nuevamente en petróleo) y lo que en Venezuela llamamos la “caleta”; que es el dinerito de emergencia (el cual siempre nos emociona no por el monto, sino porque habíamos olvidado por completo que lo teníamos ahí).

Además, un principio universal que aplica a toda billetera masculina es que la riqueza del dueño es inversamente proporcional al espacio que esta ocupa en la nalga. Por ello, cuanto más abultada la billetera, menor es la riqueza del dueño y viceversa.

¿Ahora ve todo lo que se estaba perdiendo en su vida? Por eso, la próxima vez que esté en un aeropuerto o en un terminal de buses y se haya quedado sin datos o sin pila en el celular, acuda al mejor de los pasatiempos que jamás pasará de moda: revisar su cartera para limpiarla.

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Reuben Morales Ene 19, 2023 | Actualizado hace 2 meses
La sangrada familia, por Reuben Morales
La familia es algo tan extraño y paradójico, que hoy me hace añorar cada una de aquellas torturas de nuestro reencuentro

 

@ReubenMoralesYa

La Sagrada Familia es la de Jesús, María y José. Tres seres bíblicos, idolatrados y con un vínculo sanguíneo no apto para una prueba de paternidad. La Sangrada Familia, en cambio, es la mía. La que tuve el placer de ver esta Navidad tras más de siete años sin verlos. No seremos bíblicos, idolatrados, pero sí fue una bendición y, además, tenemos vínculos sanguíneos a prueba de cualquier prueba de paternidad. Así lo demuestra el hecho de que la mayoría somos calvos, flacos, usamos lentes y tenemos una extraña adicción al béisbol.

Fue con esta familia que recibí el año nuevo. Dieciocho personas metidas en una posada donde confirmé que el ser humano es masoquista. Nadie te deja descansar ni desconectarte del mundo e incluso así, lo disfrutas. Hasta desarrollas Síndrome de Estocolmo, pues terminas sintiendo afecto por unos captores que te hacen cosas horribles que extrañamente terminan causándote placer.

En nuestro caso, estos captores fueron un grupo de sobrinos e hijos, menores de edad, quienes se agruparon en el SINDECA (Sindicato de Carajitos). Una organización hecha para exigir cosas que ningún patrono de trasnacional aguantaría. Correr por toda la posada haciendo ruido frente a las habitaciones de otros huéspedes, pedir a gritos una pelota, eructar en la mesa, jugar pelota, comer haciendo desastres, golpear la pelota contra los vidrios de la posada, dejar los baños encharcados, rebotar la pelota contra las paredes, traficar dulces y chocolates, pelear por la pelota, tirarse peos, esconder la pelota, botar jugo en la mesa, pedir que les compren otra pelota, saltar en las camas con los pies sucios, pegarse con la pelota, pelear por el Nintendo y enseñarnos que en el siglo XXI el mejor juguete sigue siendo… una pelota.

Y entre nosotros, los padres y madres secuestradas, la relación tampoco prosperaba. El hacinamiento llevaba a que nos aplicáramos torturas que ya no eran físicas, sino psicológicas. La más recurrente: dejarle nuestro niño al otro. Fue así como formamos un círculo vicioso de reciclaje de hijos en donde los de mi primo pasaron a nuestra custodia, el nuestro a la de mi hermano, los de mi hermano a la de mi otro primo y, al final, siempre había un niño que desaparecía y entrábamos en pánico.

La otra tortura venía cuando tocaba regañar a un niño ajeno. Porque en ese momento uno quiere (no debe) y por ello comienza a mandar señales telepáticas a los padres responsables. Entonces, cuando en efecto vienen a regañarlo, uno aplica la de hacerse el loco y fingir que tiene que ir al baño para no presenciar el regaño. Y si no funcionaba la telepatía, admito que muchas veces me vi tentado a pagarle a otro sobrino con chocolates para que “impartiera justicia”.

Sin embargo, fue en el baño donde estuvo la otra fase de esta tortura psicológica. Éramos tantos, que había que agendar y respetar los turnos. Además de que era indispensable un buen ojo, porque eran tantas toallas, cepillos y jabones que terminabas cepillándote con el cepillo de tu sobrino, bañándote con el jabón de tu primo y secándote con la toalla de tu cuñada. Esto hizo que saliéramos del encuentro familiar repotenciando no solo de alma, sino los anticuerpos gracias al poco de gérmenes ajenos que agarramos en cada ida al baño. Y eso, sin contar el interior de un primo que terminó en nuestra maleta tras la lavada de ropa comunal.

Pero nunca deja de haber otra tortura en estos encuentros familiares. El momento “Es hora de decir unas palabras”. Momento en el que el cerebro se te bloquea, entra en pánico y terminas hablando como Tarzán: “Yo… feliz… reunión… los quiero… ¿sí?… ¿no?… ¡salud!”.

Por eso, confieso que preferí esperar para escribir estas palabras de una forma más asentada y contemplativa. Ya concientizando de que la familia es algo tan extraño y paradójico, que hoy me hace añorar cada una de esas torturas; queriendo que se repitan mil veces más en un futuro. Pues, tras esta reunión, llegué convencido de que mi familia tiene cualidades bíblicas, es idolatrada y, más que una sangrada familia, es mi Sagrada Familia.

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Reuben Morales Dic 22, 2022 | Actualizado hace 3 meses
Uña idea de regalo, por Reuben Morales
Entonces el vigilante echa un vistazo rápido a las bolsas, lo coteja con la factura y luego saca su sello troquelado de legalidad internacional: la uña

 

@ReubenMoralesYa

Cuando toca dar regalos, siempre pensamos en opciones caras y deslumbrantes, pero muchas veces dejamos de lado que sean realmente indispensables. Y entre esas cosas verdaderamente necesarias, hay una que además ha demostrado ser superpoderosa: la uña.

Para evidenciarlo, solo transportémonos a ese momento que evidencia lo valiosa que es una uña. Es cuando usted viene saliendo de un supermercado, con todas las bolsas en las manos, hasta que llega a la puerta y lo detiene el vigilante para cerciorarse de que usted no robó nada. Entonces echa un vistazo rápido a las bolsas, lo coteja con la factura y luego saca su sello troquelado de legalidad internacional: la uña. Después posiciona esta sobre la factura y ¡zas!… forma una raya negra que ya se constituye como un símbolo universal de que eres libre de salir del supermercado.

Un símbolo que vale más que los informes auditados por el contador del supermercado. Un símbolo más potente que las fiscalizaciones que pueda ejercer la superintendencia tributaria de la nación. Símbolo que lo acredita a usted como inocente ante cualquier tribunal contencioso en lo penal. Porque si llegase a haber un robo en el supermercado y llega la policía para detener a sospechosos, usted puede sacar su factura rayada de uña y mostrársela al policía: “¡Oficial, mi factura tiene el uñazo del vigilante!”. ¡Y lo dejarán libre!

Si vieran la colección de facturas uñeteadas que tengo acá en la casa. Incluso se comienzan a evidenciar patrones. El vigilante joven uñetea de una forma. El vigilante viejo, de otra. La vigilante uñetea según la uña que tenga. Si son acrílicas es una cosa y si son naturales, otra. Y, como todo lo que uno ve en la calle, las veces que he tratado de uñetear un papel acá en mi casa, no me sale igual.

Es por todo esto que me pregunto. ¿Por qué Moisés perdió tanto tiempo escribiendo los diez mandamientos en tablas de piedra cuando lo pudo haber hecho con la uña? ¿Por qué Gutenberg perdió tanto tiempo fabricando una imprenta si todo ha podido publicarse a punta de uña? Imaginen lo rápido que hubiese salido la primera Biblia de haber sido escrita a fuerza de uña. Imaginen si Miguel de Cervantes hubiese escrito Don Quijote de La Mancha de un uñazo. ¿Simón Bolívar escribió La Carta de Jamaica con su uña? De hecho, imaginen si los médicos generaran sus récipes y constancias con tan solo usar sus limpias y desinfectadas uñas. Capaz les entenderíamos mejor.

Dígame los artistas gráficos, que deben comprar marcadores de distinto grosor para trabajar. ¡Ya con la uña se acabó eso! Tiene la punta gruesa, que es la del pulgar. La punta media, que, casualmente, es la del dedo medio. La punta tres cuartos, que sería la del índice. Y la punta fina, para detalles, que vendría a ser la uña del dedo meñique.

La uña incluso sería una manera hasta más auténtica de firmar un contrato. Si ya la firma es considerada como una expresión auténtica de la persona, imagínese usted si la firma es con la uña. ¿Y cuánto podría costar un autógrafo de un famoso si lo escribe con uña? Uña bola de plata.

Por ello, si está pensando en regalar algo esta Navidad, no se quiebre tanto el coco. Regale una uña acrílica o simplemente infórmele a su familiar o amigo de los beneficios y el valor que traería para su vida el usar la uña como instrumento de trabajo. Créame que, si antes de eso eran amigos, después de ese regalo dejarán de ser amigos. Ahora pasarán a ser “uña y mugre”.

PD: Quise certificar que había terminado el artículo con un uñazo. La cosa es que la uña no raya la pantalla de mi computadora. Seguiré intentando.

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Ventajas de tener cara de ingenuo, por Reuben Morales
Nacer con esta cara de ingenuo trae muchos beneficios. Aunque lo primero que la gente piense es: “¡Ay, pobrecito! Con esa cara seguro se van a aprovechar de él

 

@ReubenMoralesYa

Me costó bastante decidirme por el título de este artículo, pero el que terminé colocando fue lo más políticamente correcto que encontré para evitar titular con lo que en verdad tenía en mente: “Ventajas que se consiguen en la vida por tener cara de huevón” (o ahuevado, gilipollas, bobo, bolsa, pendejo, ñoño o como le digan en su país). Espero así poderme evitar censuras por parte de ese algoritmo secreto de redes que, de seguro, está supervisado por alguien que comparte esta misma cara que Dios me dio.

El hecho es que nacer con esta cara trae muchos beneficios, aunque lo primero que la gente piense es: “¡Ay, pobrecito! Con esa cara seguro se van a aprovechar de él”. Pero cuando uno sale del clóset y asume que el Creador le ha dado este rostro y ya no hay nada que hacer, uno comienza a tomar ventaja de él inmediatamente.

Es un momento de epifanía en donde uno integra y hace cuerpo ese popular dicho que reza: “Tiene cara de huevón bien administrada”. Fenómeno en donde se usa este rostro para que todos crean que piensas lento, cuando en verdad estás aprovechando para pensar rápido y tomar ventaja de alguna situación.

Por ejemplo, este rostro ayuda mucho cuando uno está en la calle, porque puedes preguntarle cosas a desconocidos sin que piensen que los vas a robar. Te dan la hora, te dan ubicaciones y haces amigos, con lo cual ahorras pila del celular y no arriesgas a que te lo arranque de la mano algún ladrón.

Otra gran ventaja de llevar este semblante es que brinda ventajas económicas. Es la cara idónea con la que uno puede entrar a un banco y sentarse frente a un ejecutivo de la institución para pedirle un crédito.

Ya yo lo he hecho. No te piden papeles, ni soportes, ni referencias. La sola cara es garantía de que te vas a gastar la plata en cosas inofensivas como libros, cursos online, juegos de mesa y muñecos de Star Wars.

Así mismo, la cara de bolsa es perfecta para hacer negocios, pues te permite regatear. Es que los portadores de esta cara sabemos que, cuando te ven entrando a una tienda, los vendedores automáticamente le aumentan 15 % a toda la mercancía. Aunque, por otro lado, es una cara perfecta para cobrar bien tus servicios profesionales o pedir aumento de sueldo. La gente no sabe si realmente estudiaste o te graduaste con buenas notas, pero tu cara es garantía suficiente de que prefieres trabajar un sábado en la noche que estar borracho en una discoteca.

Por ello, otro punto positivo que trae consigo esta carota es que te brinda beneficios en instituciones serias. Por ejemplo, si estás envuelto en una emergencia hospitalaria de algún familiar, te puedes poner una bata blanca mientras manejas tu carro y en el hospital pensarán que eres médico, te dejarán estacionar en los puestos preferenciales del personal e incluso te dejarán ver a tu familiar en horas donde está prohibida la visita.

Y si bien todo pareciera ser bueno, esta cara también tiene su lado malo. Las ópticas saben que dependerás de ellos de por vida para seguir teniendo esa cara. Por eso se afincan y te cobran bien caro. Por otro lado, los estafadores te ven como una presa más fácil que un elector latinoamericano, la gente duda de que tu hijo es realmente tuyo, apuestan a que usas zapatos mocasines cuando te pones bermudas y en un atraco, siempre eres la primera opción del delincuente.

Sin embargo, siguen siendo muchos más los beneficios que trae nacer con una cara así. Aunque, luego de haber escrito esto, creo que el mundo habrá descubierto nuestros secretos y no nos dará créditos, aumentos ni accesos VIP en clínicas. Lo cual me confirma que, en mi caso, no solo tengo cara, sino que soy en un verdadero y auténtico huevón.

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Mensaje a quien quiso estafarme, por Reuben Morales
Todos tenemos dos genes que se activan en estafas telefónicas: el gen chisme y el gen arma peo

 

@ReubenMoralesYa

Hace unos días me llamó por teléfono un estafador. Se hacía pasar por un enfermero que estaba atendiendo a mi hijo en la sala de emergencia de una clínica de Bogotá por un golpe que se había dado en el colegio. El objetivo de la estafa era transferirle un dinero para autorizar unos medicamentos urgentes que el seguro me pagaría luego por reembolso.

Ya entrados en contexto, ahora le escribo a mi amigo estafador. Aunque te confieso que casi caigo, quiero que tomes este artículo como una encuesta de calidad de servicio que te llenaré amablemente para que tus tácticas sean más convincentes la próxima vez.

Para comenzar, si tu objetivo fue crearme angustia, quiero que sepas que me la creaste, pero por las razones equivocadas. Sinceramente, lo primero que pasó por mi cabeza fue el regaño que le iba a dar mi hijo por haberse lesionado. Esto le haría perder unos entrenamientos en la selección de natación en la que está y quizás hasta pondría en riesgo su pertenencia a dicho equipo.

Luego de eso pensé: “Con todo el trabajo que tengo que hacer, este carajito viene a golpearse hoy”. Mi real preocupación era pensar si iba a aguantar la trasnochada trabajando a punta de café. En mi caso, créeme que eso me da más ansiedad que estar toda la tarde en una clínica.

Luego me vino otro estrés menor, pero estrés al fin. El teléfono ya tenía poca pila y me tenía realmente angustiado el pensar en qué parte de la clínica iba a encontrar un enchufe para cargar el celular. Para luego juntarlo con el estrés de tener que ir uno por uno mis contactos diciéndoles que me tendría que ausentar de todos los asuntos de trabajos de ese día.

Finalmente, debo confesarlo, se me generó otra angustia muy banal, pero que existió: salir a la calle con la ropa que tenía puesta en la casa. Además, son el tipo de salidas en las que uno llega al otro sitio y comienza a pensar: “¡Co… ¡No me cepillé los dientes! ¡Y me vine sin efectivo!”.

Aunque luego usted hizo algo que no me gustó. Fue cuando le pregunté quién había llevado a mi hijo a la clínica. Ahí usted me tranco. Y aunque eso no fue lo que me molestó, lo que realmente me indispuso fue que yo le devolví la llamada y usted nunca me contestó. Secretamente yo quería que me estafara y ahora es que me doy cuenta.

Además, ¿usted no conoce la naturaleza del ser humano promedio? Todos tenemos dos genes que se activan en casos como estos: el gen chisme y el gen arma peo. Con el primer gen, lo primero que hice fue llamar al colegio a ver si en efecto se habían llevado a mi hijo a la clínica. Y como no fue así, me quedé con el gen arma peo atragantado. Porque cuando me confirmaron que él seguía en el colegio, no pude armarle un rollo a ninguna autoridad del colegio para descargar los otros cuatro estreses previos que ya tenía encima.

Además, para la próxima, le recomiendo: si desea prestar un mejor servicio de estafas, estudie bien a su víctima. Le cuento que yo soy venezolano. El que me llamen para avisarme que mi hijo está siendo atendido –y bajo control– en la sala de emergencias de una clínica para mi es todo un lujo. Incluso sentí alegría. ¡Me provocó hasta abrazarlo! Eso sin mencionar que usted me quería estafar en pesos colombianos. En Venezuela las estafas eran en dólares y créame que eso me dejó totalmente entrenado para defenderme de estafas en cualquier moneda menor.

¿No ve toda la cantidad de zozobras que me generó en un solo día? Por eso, para la próxima, hagamos algo para que usted preste un servicio más eficiente y yo me sienta más a gusto como cliente: simplemente llame y dígame que necesita dinero. Si lo tengo, hacemos algo. Yo se lo transfiero, me relajo y así, hasta lo estaría graduando de enfermero de verdad. Porque no sabe la cantidad de estrés que me estaría quitando de encima.

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