Mis primeros días en Venezuela los pasé entrando en supermercados y tomando fotos de comida. Tenía que desmontar en parte el temor de amigos y familiares.
Se sorprendieron -y yo también- de ver puestos repletos de verduras, cajas de cereales, pan integral de bolsa.
Mi conclusión rápida fue que en Venezuela, o al menos en Caracas, hay comida. Aunque sea a un precio cada vez mayor por la inflación, y por ello inaccesible para la mayoría de la gente.
Conviven tiendas con productos de lujo importados a precios muy superiores a los de Europa o Estados Unidos con supermercados en los que hay que hacer fila durante horas en busca de alimentos básicos a precios regulados que desaparecen con rapidez.
En unos abunda el agua mineral con gas europea. En los otros es imposible ver el arroz, que pertenece a los productos de precio bajo, regulado, entre los que estánlos básicos para la dieta de un venezolano (harina de maíz precocinada para las arepas, leche, azúcar…) y otros como el papel higiénico o el jabón.
«Yo tengo tiempo sin ver el azúcar», dice Luz, que cada viernes, el día que le toca comprar por su número de cédula, debe dejar de trabajar para ir al supermercado en busca de algo. A veces lo que sea. Si no lo necesita, le servirá para un trueque.
Luz vive en Petare, uno de los barrios más populares de Caracas. Los viernes se desplaza hasta un supermercado de Santa Fe, una zona de clase media.
«Allí está todo más ordenado», dice.
«Productos sensibles»
Llegar a las 3:00 de la madrugada a hacer fila; sin embargo, no le asegura nada. Puede que a las 06:00 el supermercado le diga que no llegaron productos de precio regulado. O que cuando sea su turno, se hayan acabado. O que sólo haya jabón cuando ella quería azúcar.
«No tendremos a la venta productos sensibles», se lee ya en la tarde en un eufemístico papel colocado sobre la M del McDonald’s aledaño al supermercado de Santa Fe al que acude Luz los viernes.
Ya a esa hora de la tarde no hay filas. Al entrar se comprueba, como en otros supermercados, que es imposible ver papel higiénico, arroz, azúcar ni leche. Son los grandes desaparecidos de los anaqueles de un país que vive con escasez de productos.
El Banco Central de Venezuela (BCV) no publica su índice oficial de escasez desde abril de 2014. Entonces lo cifraba en 25,3%. Según la consultora Datanálisis, este índice en comercios de Caracas es de más del 80%. Y es mayor en las provincias.
Se ven cientos de frascos de salsa de tomate, pero no hay pasta. Encuentras decenas de geles para fijar el pelo con «efecto cemento», pero no hay rastro del champú, necesario para que el cabello vuelva a un estado natural menos rígido.
La caída de los precios del petróleo, la principal fuente de divisas de Venezuela, ha debilitado la capacidad de importar productos del país. Llegan menos y son más caros por una inflación que el Fondo Monetario Internacional (FMI) establece para fin de año en el 700%.
El gobierno reconoce la inflación, que en diciembre de 2015 -último dato publicado- cifraba en 180%. Y trata de combatir un desabastecimiento que considera provocado por una «guerra económica» del sector privado y de países extranjeros.