Autocensura con esteroides - Runrun
Alejandro Armas Mar 22, 2024 | Actualizado hace 1 mes
Autocensura con esteroides
Hay mucho miedo y con mucha razón. Cabe esperar que veamos una discusión política incluso más autocensurada que lo que ya estaba antes

 

@AAAD25

Comienzo el artículo de esta semana refiriendo a dos de sus predecesores, puesto que junto con el presente constituyen un triángulo que brinda la idea completa que tengo en mente. Uno es el antecesor inmediato, que vio luz la semana pasada. Si quien esto lee no pasó sus ojos por aquel, brindo ahora un resumen.

La tesis central es que, mucho más allá del aparato de propaganda chavista formal, hay toda una red de medios privados, partidos opositores solo de nombre y “analistas políticos independientes” dedicados a difundir, mano con mano, una imagen de Venezuela totalmente distorsionada de la realidad y que replica la ilusión de un país más o menos democrático y sin urgencia socioeconómica alguna de un cambio de gobierno.

En el otro artículo, que data del año pasado, señalo que los voceros de la oposición prosistema tienen una ventaja comunicacional que sus pares de la oposición antisistema no tienen, pues no están vetados de los grandes medios tradicionales y, por el contrario, se la pasan deliberando en ellos, por lo que es ridículo que desestimen a la oposición antisistema por estar confinada a redes sociales, único espacio en el que pueden expresarse.

Pues bien, ahora ni esa libertad está asegurada para quienes creen que la oposición necesita de alguna manera presionar cívicamente al gobierno para que este acepte negociar una transición y que no se limite a pedir de rodillas que la voluntad ciudadana mayoritaria sea respetada. No porque las redes sociales y, sobre todo Twitter, que es el principal foro virtual para esas discusiones en Venezuela, hayan cambiado. Bueno, sí. En realidad, Twitter, ahora bajo la fea identidad de “X”, ha cambiado considerablemente bajo la égida de Elon Musk. Pero esos cambios no impiden que los venezolanos lo sigamos usando como ágora. El problema es exógeno. Cada vez son más las proclamas furiosas desde el poder para anular el discurso opositor inconforme con el mantra prosistema de que “Si votamos, ganamos”. El objetivo claramente es intimidar a esa corriente de opinión para que no siga hablando. En una sola palabra, autocensura.

No importa cuántas veces se haga la aclaratoria de que las acciones alternativas para presionar deben ser pacíficas. No importa cuántas veces se haga la aclaratoria de que el objetivo es una transición negociada con la elite gobernante para que este malhadado país pueda salir del hueco en el que está. El aparato de propaganda gubernamental ignora eso y sistemáticamente identifica a los blancos de su ira como potenciales delincuentes peligrosos contra quienes pudiera haber represalias en cualquier momento. Así, desde los medios del Estado, pero al servicio de la elite gobernante, salen las acusaciones más descabelladas sobre tramas malignas y conexiones inexistentes. ¿Las pruebas? No las necesitas cuando lo que buscas no es convencer sino, de nuevo, amedrentar.

Pero resulta que no son solo los miembros de la elite gobernante quienes acometen la atroz labor. Militantes de partidos de la oposición de cartón y algunos de los “expertos independientes” hacen eco, demostrando así una vez más que son copias grises de los jerarcas rojos (y en este caso hay que estar de acuerdo con Platón en su señalamiento de que las copias son versiones degradadas del original). También ellos caracterizan a los adversarios del gobierno como enemigos del pueblo. A veces hasta claman porque se les castigue. Se juntan en redes sociales, cual enjambre de avispas de Aristófanes, para hostigar y tergiversar.

Me gustaría poder decir que es todo un esfuerzo vano, pero eso no sería realista. Hay mucho miedo y con mucha razón. Cabe esperar que veamos una discusión política incluso más autocensurada que lo que ya estaba antes. No hablamos de personas que, con mucho temple, decidieron militar en partidos que hacen oposición de verdad, a sabiendas de los riesgos que ello implica en un entorno político como este. Hablamos de ciudadanos comunes, estudiosos profesionales de la política, o simplemente personas con una opinión, que naturalmente no estarán dispuestos a ser objeto de persecución por un comentario en redes sociales. En muchos casos, antes de presionar el botón de “postear”, lo pensarán dos veces y llegarán a la conclusión de que no vale la pena. Nadie puede culparlos.

También me gustaría pensar que aquellos individuos que son genuinamente opositores y no se prestan para estas artimañas, pero tienden a despreciar a todo lo que cuestione el “Si votamos, ganamos” y a tildarlos de “radicales de Twitter”, caerán ahora en cuenta de lo que produjo el confinamiento digital y de que hasta eso peligra. Menos soberbia. Más solidaridad.

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