Los demócratas de cartón
Votar y esperar pasivamente a que el gobierno reconozca un resultado desfavorable no te hace un demócrata cabal. No te hace parte de ninguna épica rebelde
Lo que voy a decir a continuación es algo así como el efecto de un espejo reflejado en otro espejo, o la premisa de la película Inception, pero aplicado a una oración. Sé que me voy a repetir al momento de excusarme por ser tan repetitivo al hablar de política venezolana. Pero es que no hay opción, al menos en cuanto a los temas. Quien siga interesado al respecto, debe entender que es un ejercicio de paciencia e insistencia, por la reedición de los mismos problemas. En todo caso, lo que uno puede hacer para mitigar el tedio, es explorar distintas aristas de uno de esos problemas.
Es lo que me toca con la participación opositora en las elecciones presidenciales de 2024. Como la dirigencia disidente puso los ojos en ese evento como próxima oportunidad para lograr el cambio político, y no están surgiendo liderazgos alternativos con planteamientos igualmente alternativos, pues habrá que presionar para que esa candidatura se dé en las mejores condiciones posibles. Ello incluye purgarla de fetichismo electoral, tema que ya abordé en la última emisión de esta columna. Ahora lo haré desde otra perspectiva.
Uno de los principales ganchos del fetichismo electoral es lo que pudiéramos llamar su sencillez engañosa. Sus fundamentos son premisas simples, fácilmente comprensibles para cualquier ciudadano y sin necesidad alguna de estudios especializados en política u otra ciencia social. Sostienen que, dada la naturaleza antidemocrática del chavismo, pues la quintaesencia opositora es ser demócrata. A su vez, la esencia de la democracia es el voto. Por lo tanto, concluye el silogismo, no hay nada más “rebelde” ante el chavismo que sufragar en su contra. Al razonamiento a menudo se le añaden ribetes éticos, igualmente errados. Como, por ejemplo, el postulado absurdo de que el único ejercicio político legítimo, en cualquier circunstancia, es exclusivamente retórico, y cualquier otra opción es “antipolítica” deleznable. Pero incluso prescindiendo de esas bagatelas, el argumento nuclear sobre la cualidad democrática y su instrumento en el voto tiene con qué cautivar a incautos.
Ahora bien, se pudiera pensar que si la susodicha sencillez es engañosa, es porque omite algo. Algo más complejo sobre el voto y la democracia, que requiere de estudios especializados para aprehenderlo. Pero no es así. No hace falta un despliegue de erudición en ciencia política para exponer la mala calidad del fetichismo electoral. Porque la realidad es, asimismo, sencilla.
Un demócrata es un partidario de la democracia. Es decir, del gobierno de la mayoría, con ciertas restricciones constitucionales, que se expresa mediante el voto. Ergo, para ser demócrata no basta con votar. Se debe además velar porque el voto se traduzca en acciones ordenadas por la ciudadanía que se manifestó mediante él. Si eso no ocurre, pues el voto no tiene valor y no puede hablarse de democracia.
Entre la adaptación y la adaptación
Votar y esperar pasivamente a que el gobierno reconozca un resultado desfavorable no te hace…
Entonces, hacer media hora de cola un domingo, depositar un papel en una caja, volver a casa y esperar pasivamente a que el gobierno reconozca un resultado desfavorable; hacer todo esto, digo, en un entorno autoritario como Venezuela, no te hace un demócrata cabal. No te hace parte de ninguna épica rebelde. No te hace moralmente superior al que prefirió quedarse en casa ese domingo viendo televisión. Los que creen todas esas tonterías deberían bajarse del pedestal que se construyeron, en un pobre intento por sentirse bien con ellos mismos, aunque no estén cumpliendo con sus deberes cívicos ni haciendo un gran aporte a su país. No, aquella secuencia de acciones te hace en todo caso un actor secundario o, mejor dicho, un mero extra en la simulación de democracia que una elite gobernante arbitraria usa para lavar su imagen.
¿Qué es entonces ser un demócrata en entornos no democráticos? Es hacer todo lo posible para restaurar la democracia y que el voto vuelva a tener valor. Es hacer que los gobernantes no tengan opción que no sea acatar la voluntad ciudadana. Por supuesto, cuando aquellos dejan claro que no sienten respeto alguno por dicha voluntad, la ciudadanía democrática tiene que presionar por vías que trasciendan el voto, para defenderlo. De manera que la proclama “Si votamos, ganamos”, eslogan del fetichismo electoral, es falsa en un contexto como el que lamentablemente nos ha tocado vivir.
Estrategia mata dilema
Votar y esperar pasivamente a que el gobierno reconozca un resultado desfavorable no te hace…
La oposición prêt-à-porter va a seguir haciendo llamados a un voto que dice amar con pasión y locura, aunque no esté dispuesta a mover un dedo por resguardarlo. Y será tentador escucharla, porque permite creer que se le hace un gran servicio a Venezuela, sin ponerle el empeño que ello amerita. Pero sería una comodidad mentirosa. Tan falsa como el supuesto espíritu democrático que la sustenta. Demócratas de cartón que, como los zapatos de Manacho en la canción del Gran Combo, tratan de pasar por excelentes sin tener con qué aguantar una tormenta.
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