La burla de proporciones astronómicas - Runrun
Alejandro Armas Sep 15, 2023 | Actualizado hace 2 meses
La burla de proporciones astronómicas
Tras el alunizaje de Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins no ha habido mucho más que contar en estos últimos 50 años. Hasta que… aparece el señor Nicolás Maduro

 

@AAAD25

Desde tiempos inmemoriales, la luna ha ejercido sobre la humanidad una fascinación que pocos fenómenos de la naturaleza han podido igualar. A duras penas se puede pensar en una cultura arcaica que no haya tenido una deidad lunar. La mayoría de las veces, quizá por una asociación entre las fases mensuales del cuerpo celeste y el ciclo menstrual, una deidad femenina (en contraste y complemento sexual con el sol como dios masculino): Selene, entre los griegos; Chandra, entre los hindúes del período védico; Chía, entre los muiscas; Mama Quilla, entre los incas.

Pudiera decirse que es un arquetipo junguiano, pues en algunas mitologías su relación con los humanos es metafórica o literalmente maternal. Como una madre, vela por la protección de sus hijos en las tinieblas y brinda su luz para guiar. Una Reina de la Noche mucho más benévola que la que Mozart puso a entonar juramentos vengativos en La flauta mágica.

Siguiendo la cronología epistemológica de Comte, ya en la “etapa científica” posterior a la reivindicación de Galileo, la luna pasó a ser un objeto de curiosidad técnica. A partir del siglo XIX, la idea de explorar la luna se volvió una de las grandes ambiciones de la humanidad, no sin un aura de romanticismo aventurero. No en balde uno de los Voyages extraordinaires de Jules Verne más trascendentes es De la Tierra la Luna. Como aventura humana por antonomasia de aquellos tiempos, tampoco es casual que esa misma historia sea la trama más influyente de las películas de Georges Méliès, padre del cine como forma de arte.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, los cálculos de Wernher von Braun, nazi devenido en respetable míster al servicio de la NASA, hicieron del viaje una cuestión de ciencia sin ficción. Todo eso al calor de una carrera armamentista en la que los soviéticos comenzaron con ventaja frente a los estadounidenses, lo cual se revirtió con el momento cumbre de esta historia: el alunizaje de Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins. Después MTV se encargaría de añadirle unos capítulos apócrifos, pero lo cierto es que no ha habido mucho más que contar en estos últimos 50 años.

Hasta que… Aparece el señor Nicolás Maduro, anunciando con pompa y circunstancia (y nada de la majestad de las marchas homónimas de Elgar), que Venezuela, de la mano de sus amigos en Pekín, enviará a uno de nuestros conciudadanos a la luna.

En otras palabras, la venezolana será la segunda nacionalidad en alcanzar el satélite natural de la Tierra. Ni los cosmonautas soviéticos les siguieron los pasos a los astronautas norteamericanos hasta ese páramo sideral. China, la nueva retadora de Estados Unidos por el puesto de máxima potencia mundial, tampoco lo ha hecho con uno de los suyos. A estas alturas, tal vez más por falta de interés que por falta de capacidad. He aquí la primera observación que merece la proclama de Maduro: es bastante anacrónica. Su efectismo propagandístico es particularmente burdo porque, insisto, la saga de la luna ya no tiene el mismo brillo de antes. Entró en una etapa menguante permanente. Es una frontera ya cruzada y los ojos del mundo miran hacia otros espacios estelares.

Dicho eso, es obvio que un viaje a la luna en nuestros tiempos sigue requiriendo una tecnología que muy pocos tienen y que exige a su vez inversiones gigantescas y un alto grado de desarrollo por parte de quienquiera que lo emprenda. Hecho que nos lleva a la segunda y mucho más importante observación sobre el anuncio de “un venezolano rumbo a la luna”. A saber, que, por el amor de Dios, tras años de negligencia y rapacidad abismales, Venezuela es un país con una economía arruinada. Un país que ha perdido cuatro quintos de su producto interno bruto, lo cual tiene un correlato igualmente catastrófico en la infraestructura nacional.

Tenemos las reservas petroleras más grandes del planeta, pero la gasolina escasea porque las refinerías de Amuay y Cardón están en condiciones deplorables. Tenemos abundantes fuentes de agua potable, pero hay comunidades que pasan semanas o hasta meses sin que una sola gota les llegue a sus tuberías. Tenemos un prodigio de generación hidroeléctrica llamado Guri, otrora orgullo para los venezolanos ante todo el planeta, pero los apagones y “cortes programados” son una constante que amarga la vida a los habitantes de este pobre país.

Me quiero detener sobre todo en el tema eléctrico porque, en vinculación con el mismo, Maduro escogió el peor día posible para hacer su fabuloso anuncio (cualquier día hubiera sido malo, claro está). Mientras el señor presidente estaba pintando villas y castillos y, acaso, degustando platillos de la exquisita gastronomía de Sichuan con sus camaradas chinos, en Venezuela cundían los bajones a un ritmo alarmante. Con una frecuencia mucho mayor de lo normal. La población, traumatizada por el gran apagón de 2019, vivió momentos de angustia terrible pensando que todo el sistema eléctrico colapsaría de nuevo y que la experiencia infernal se repetiría.

Cuanto menos, temieron por la salud de unos electrodomésticos de muy difícil reemplazo debido a los míseros salarios que la mayoría de los venezolanos devengan. Ni siquiera Caracas, por lo general menos vulnerable a estos desperfectos, se salvó. El metro y los trenes suburbanos dejaron de funcionar brevemente, justo en hora pico. Las calles colapsaron con miles de personas que, agobiadas por otra jornada de trabajo, debían buscar alternativas superficiales para regresar a casa. Desde La Rinconada, los autobuses cobraban cinco dólares para el traslado hasta Charallave. Gasto adicional para personas, repito, brutalmente empobrecidas.

Mientras tanto, ninguna autoridad con competencia en materia eléctrica se pronunciaba. Ni siquiera para dar el pretexto típico y palurdo de un “saboteo” (sic) orquestado desde Miami. Nadie hablaba. Ni en Corpoelec ni en el Ministerio de Energía Eléctrica. Venezuela es el único país del mundo que tiene una cartera ministerial entera dedicada al asunto y que sin embargo guarda silencio cuando se presenta una crisis de tal magnitud. Su mera existencia es un fracaso escandaloso. Hace ya 14 años que Hugo Chávez lo creó, para atacar el problema de unos apagones que ya entonces era grave. ¿Cuál ha sido el resultado? ¿Una mejora? No. Todo lo contrario. Eso sí: más de un funcionario o empresario pillo, como Nervis Villalobos, se hizo millonario mediante los jugosos contratos para dizque arreglar el estropicio. Hoy, viven rumbeándose esos reales bien lejos del desastre agravado que dejaron, en Alcobendas o alguna otra zona adinerada de Madrid.

En fin, volviendo a lo medular de hoy, este es el país que Maduro dice que remitirá a alguien a la luna. Pero, un momento, ¿no estaremos siendo demasiado duros en nuestro juicio? ¿No estaremos omitiendo algún prodigio de la ciencia o la ingeniería que este gobierno ha acometido pese al descalabro generalizado de Venezuela (por culpa del “imperio y sus lacayos”, desde luego)? Bueno, recordemos que el chavismo, junto con China, ya ha tenido aventuras siderales. Por ejemplo, el satélite Simón Bolívar lanzado al espacio en 2008. Tres años antes del fin de su vida útil esperada, salió de su órbita y se desactivó. Quién sabe si ya estará por los límites del sistema estelar Alfa Centauri. Toda una muestra de la manera en que Chávez administraba los recursos del Estado: gastar una fortuna en proyectos faraónicos, cuyo producto final eran armatostes inútiles para la ciudadanía pero que complacían los caprichos megalomaníacos del líder.

Aquella fue una burla de proporciones astronómicas para los venezolanos. Maduro nos acaba de brindar otra. Tengan por seguro que vendrán muchas más.

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