Los estudiantes protestaron con cuadernos "de sangre" frente al Ministerio de Justicia
Los estudiantes protestaron con cuadernos «de sangre» frente al Ministerio de Justicia

El Movimiento Estudiantil de Venezuela se movilizó para condenar lo que consideran una actuación desproporcionada de los cuerpos de seguridad del Estado en el control de manifestaciones, un día después del asesinato del liceista tachirense de 14 años

@AdrianitaN

 (Foto: @Andreina)

Ayer un funcionario de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) asesinó a Kluiverth Roa, un adolescente de 14 años, a sangre fría: le dio un tiro de gracia que terminó en su nuca. Hace poco más de un año otro joven, Bassil Dacosta, cayó muerto tras ser víctima, también, de un cuerpo policial del Estado.

Son las 9 de la mañana del 25 de febrero de 2015 y aún nadie sabe cuál es el destino de la marcha. Cuchicheos. Una mirada para acá y otra para allá. “¿De qué medio es que eres tú? Ah, ok. Es que estamos pendientes de los infiltrados”. Decenas de estudiantes se reúnen en la parroquia universitaria de la Universidad Central de Venezuela (UCV), disimuladamente, como quien no quiere la cosa, para no levantar sospechas.

A las 9:30 llega a la pequeña plaza Hasler Iglesias, recién electo presidente de la Federación de Centros Universitarios (FCU-UCV). Saluda, abraza. Es él quien tiene el plan de hoy dibujado en su mente. “La cosa es para el centro, pero no te puedo decir todavía”, dice sonriendo, confiado en la efectividad del plan. Otros estudiantes se aglomeran a su alrededor buscando orientaciones. “Nuestro camino es la protesta pacífica”, recuerda Iglesias.

“Coño, el pote de pintura está en 50 bolos. Pude comprar nada más estos dos”, explica un chamo a otra que carga una bolsa llena de cuadernos usados. “Dale, dale, eso sirve igual. Pero quítale los nombres porsia”, responde ella. A las 10 de la mañana alrededor de 300 jóvenes, dirigidos por los líderes estudiantiles Hasler Iglesias, Hilda Rubí González y Sairam Rivas, se montaron en el Metro para llevar las libretas hasta su destino final.

El presunto financiamiento de «Álvaro Uribe, Barack Obama, de potencias extranjeras» no alcanza para comprar tickets para todos, por lo que a cada quien le tocó reunir las moneditas para comprar su boleto.

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El 12 de febrero de 2014, la estación Parque Carabobo, del Metro de Caracas, fue testigo de una sangrienta jornada. Desde entonces -quizás desde antes-, el centro se convirtió en territorio prohibido para el Movimiento Estudiantil. Pero hoy, 25 de febrero de 2015, se cayeron las apuestas: están aquí de nuevo.

“Muévela, pues, que no nos vean a todos juntos”, dice uno de los manifestantes. La estrategia es irse disimuladamente, graneaítos, no vaya a ser que los colectivos armados (afectos al gobierno), la Policía Nacional Bolivariana (PNB) o la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) noten que los estudiantes saben que protestar es un derecho.

Los jóvenes recorren un pedacito de la avenida México, dejan atrás la sede del Ministerio Público. En minutos, el paisaje colonial de La Candelaria, se ve como el día antes de un “puente”, un viernes de quincena o el 31 de diciembre. Ellos siguen su camino, en silencio. El destino es el despacho de Carmen Meléndez, es decir, la sede Ministerio de Interior, Justicia y Paz (MIJP), en la avenida Urdaneta.

La protesta “relámpago”, compuesta por estudiantes de la UCV, USB, UCAB, Unexpo y ULA, agarra “fuera de base” a siete funcionarios de la PNB, apostados frente al Ministerio con sus equipos antimotines. Los cuadernos teñidos con pintura roja, la que costó 50 bolos cada pote, se distribuyeron rápidamente en las manos de los estudiantes. Los abrían y cerraban, como un pájaro herido de muerte; como si los cuadernos que Kluiverth Roa llevaba en su morral, al momento de ser asesinado, hubiesen cobrado vida al mancharse con su sangre.

“¿Por qué, por qué nos asesinan si somos el futuro de la América Latina?”, gritan indignados los jóvenes frente a la altísima reja negra que resguarda el MIJP. “Es que los quieren recibir y ellos no hablan, por eso es que les dan sus coñazos”, comenta un funcionario a otro, por un lado; por otro, Hasler Iglesias “cuadraba” lo necesario para entregar un documento con peticiones dirigido a la vicealmiranta Meléndez.

“Con permisito, epa, con permisito que aquí lo que queremos es trabajar”, grita una trabajadora de la institución que intenta pasar la barrera de los siete funcionarios con antimotín. Ella que entra a trabajar y el viceministro del Sistema Integrado de Policía, Giuseppe Cacioppo que sale a atender a los estudiantes que protestan.

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El ministerio condena el asesinato de Roa, no va a permitir que quede impune, los policías serán formados en el uso de armas no letales en manifestaciones, es un hecho aislado, jura y perjura Cacioppo. Iglesias escucha con atención y lanza las tres peticiones, como dardos. “Que destituyan al director del cuerpo policial que asesinó a Dacosta y a Roa”, dice. “¡Maduro, farsante, asesino de estudiantes”, gritan los manifestantes en el fondo.

“Que deroguen el decreto 008610, que permite a funcionarios utilizar armas de fuego para controlar manifestaciones”, retoma Iglesias. “Por esa vaina fue que mataron a Kluiverth”, replica indignado, entre dientes, otro joven.

La tercera demanda es que sean sentenciados, no solo encarcelados temporalmente, los asesinos de los 43 muertos en las protestas de 2014 y los de las protestas de 2015. Cacioppo es ahora quien escucha con atención y asiente con la cabeza. “Muchas veces nos han prometido. No nos vamos a quedar con las palabras bonitas, queremos resultados”, advierte el presidente de la FCU-UCV.

Iglesias y Alfredo Graffe, presidente de la FCU de la Universidad Simón Bolívar, ingresan al ministerio para entregar el documento y dos “femeninas” de la PNB anotan sus nombres en un cuadernito. Cuando salen del edificio se sabe que llegó el momento de la retirada.

Cantan sus consignas a todo pulmón en el camino al Metro, ya todo el mundo sabe que están allí, ya se llegó al llegadero. “Esos como que son los de la UCV. Por algo deben estar protestando”, le comenta una vendedora a otra, parada en la puerta de un negocio.

Los estudiantes hacen una última parada: la esquina Tracabordo de La Candelaria, el lugar en el que la vida le fue arrebatada a Bassil Dacosta. Al minuto de silencio siguió la consigna, como un rugido: “¡Bassil, hermano, tu muerte no fue en vano!”.

Un solitario policía nacional mira el acto desde lejos. Intercambia unas palabras con Graffe, suelta una carcajada y le da dos palmadas en el hombro. “Es que cuando nosotros marchamos nos mandan policías como si fuésemos a poner una bomba”, se queja la dirigente estudiantil Sairam Rivas, quien estuvo presa más de cuatro meses en el Sebin. “No, chica, vale”, dice el funcionario entre risas.

A las 11:30 de la mañana los estudiantes volvieron a hacer la cola para comprar su ticket. Vinieron, vieron y vencieron, por hoy.