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Nov 13, 2018 | Actualizado hace 5 años
Testimonio, por Alejandro Moreno

CEDO AQUÍ HOY LA PALABRA A JULIO del CIP, narrando su sentir de migrante.

“Es necesario narrar la experiencia de tantos venezolanos que han tenido que partir optando por la vida de los suyos o por ayudar a sus familias desde fuera. Desolación de aquello que ha sido lo más fundamental y propio de la vida misma. Porque es reinterpretar la práctica de la vida en momentos de gran crisis, de encontrarse en un proceso real de exterminio, de cómo ella se resiste y renueva en su forma de habérselas ante una inédita amenaza de su más íntima forma de realizarse. Para nosotros, es un reto muy grande el seguir siendo venezolanos desde donde nos encontramos y vivir sin perder lo que ha sido nuestra esencia fundamental. Es un reto porque sencillamente la vida obligada-afuera, es una verdadera calamidad, un sin sabor tan desagradable, que se hace solo por garantizar la vida misma de la familia y de las personas que amamos. Esta distancia nos ha trastocado desde lo más profundo de la existencia. Se experimenta un abismal vacío, un sentimiento de que nos hemos desperdigado y hasta la sensación de estar perdidos unos con otros. Lo más duro es que también siento que no hay mucha diferencia con los que se han quedado porque no pueden salir o sencillamente han decidido por una serie de razones bien respetables, quedarse en Venezuela, en lo que era nuestro nido y nuestro mundo, esos sentimientos reales de hallarse fracturado, roto, desprendido, arrancado del hogar, en el aíre, sin tocar piso en el real acontecimiento de ser y vivirse, desterrados, inclusive estando en la propia tierra. Lo cierto es que el significado de esa experiencia sabe a descalabro y desentrañamiento. La esperanza no la logro ver con claridad. Lo que nos ha pasado, ha trascendido nuestra persona y nos ha condenado a ser extranjeros dentro y fuera de nuestra tierra. Extranjeros que sufren en carne propia, el oprobio de la maldad de un proyecto ideológico inhumano, excluyente y totalitario desde la semilla de toda su dinámica. Los convivientes venezolanos en medio de este terrible proceso de exterminio llevado a cabo por una mentalidad ajena a lo que históricamente hemos sido, guardamos en nuestras más profundas y claras esperanzas aquello que nos da sentido de pertenencia y nos permite encontrarnos en apertura, en convivencia y solidaridad ante tan macabro proyecto. En ese acontecimiento por el cual todos hemos sido tocados, maltratados y golpeados, también se encuentra la Bondad y el Poder Supremo de Dios, en el cual aguardamos con fe contra toda evidencia”.

 

ciporama@gmai.com

Este es el testimonio del copiloto de Avianca sobre accidente de Chapecoense

chapecoense-logo

Juan Sebastían Upegui es un copiloto de Avianca que se encontraba volando cerca del área en que el avión que llevaba al Chapecoense, equipo de fútbol brasileño, sufrió el accidente que dejó 71 personas fallecidas.

Los dos aviones se encontraban volando en la misma zona. El copiloto de Avianca cuenta que el piloto de la nave de la aerolínea LAMIA (Línea Aérea Mérida Internacional de Aviación), se declaró en emergencia y por dos minutos estuvo pidiendo vectores para aterrizar en la pista a la torre de control, tras lo que declaró que tenían una falla total eléctrica antes de perder contacto.

Upegui afirmó que el RJ85 estaba por encima de ellos, dando vueltas también. «‘Solicitamos prioridad para proceder a la pista, tenemos problemas de combustible’ y recuerdo que el comandante dijo ‘¿tienen problemas de combustible y no se van a declarar en emergencia?'». La controladora respondió que en ese momento otro avión en emergencia estaba aterrizando en la pista, por lo que no se podía proceder. Ante esto, el avión del equipo de fútbol descendió rápidamente, lo que obligó a la nave de Avianca a desviarse de su rumbo para no chocar.

Al bajar, el piloto se declaró en emergencia e informó a la controladora que estaba sufriendo una falla eléctrica. El Rj85 se encontraba a nueve mil pies de altura antes de que las comunicaciones con la torre de control cesaran.

Cubo 7 presentará Testimonio, la serie fotográfica de Roberto Mata

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A partir del 24 de mayo a las 11:00 de la mañana se expondrá en los espacios de Cubo 7 una serie fotográfica realizada por Roberto Mata en diferentes lugares de Venezuela; se trata de un proyecto en el que, más allá de las imágenes, pueden escucharse las voces de sus protagonistas.

A lo largo de su carrera, Roberto Mata ha explorado las diferentes posibilidades que ofrece la fotografía como medio de expresión, sin embargo, podría decirse que ha sido el retrato lo que ha signado su trabajo. Esa suerte de necesidad de capturar personajes con el lente habla, a su vez, del interés del autor en lo humano y es una de las razones que lo llevaron a desarrollar la serie Testimonio.

Habitantes de diversos lugares del interior de Venezuela son fotografiados por el móvil de Mata quien, además de mostrar sus rostros y sus entornos, deja escuchar sus voces: Cada una de las imágenes viene acompañada de un relato breve -escrito por el mismo fotógrafo-, en el cual los individuos retratados hablan de sus intereses, valores, alegrías o carencias.

Al unir imágenes y textos se define una muestra compleja que deja al descubierto las marcadas diferencias entre habitantes de un mismo país; muchas de estas particularidades parten de que quienes viven en grandes ciudades y en zonas rurales viven realidades disímiles, para bien o para mal. De esta manera el fotógrafo logra una aproximación íntima que invita al espectador a vivir esas existencias variopintas.

Este es un proyecto que Roberto Mata comenzó divulgando a través de su cuenta en Instagram y en Prodavinci.com, y aún continua desarrollando. Ahora se exhibirá en Cubo 7 Espacio Fotográfico en un montaje que incluye catorce piezas -imágenes y escritos-, acompañado de un texto de sala, autoría de Federico Vegas.

Corresponsal de Táchira se quiebra al aire: Uno no termina de salir del horror

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La corresponsal de Unión Radio en el estado Táchira, Eleonora Delgado detalló en el programa radial de César Miguel Rondón, cómo había sido el sepelio del joven asesinado el pasado martes. La periodista se quebró en llanto cuando César Miguel le preguntó su opinión con respecto a las declaraciones Diosdado Cabello por este hecho, y dijo: «Aquí la gente no termina de salir de la sorpresa y del horror de la muerte de este joven».

Escuche la entrevista completa (minuto 8) a Eleonora delgado aquí:

Lea el reportaje de Eleonora Delgado para El Nacional

“El niño le suplicó que no lo matara”

 

Por Eleonora Delgado

«Nos atacaron a todos”, afirmó Glenda Lugo, habitante de la calle donde fue asesinado el liceísta Kluivert Roa , de 14 años de edad, el martes en San Cristóbal por el oficial de la PNB Javier Mora Ortiz. La frase resume el sentimiento de vulnerabilidad de quienes presenciaron el crimen y que se extendió por todo el país.

La mujer relató detalles de lo ocurrido en la carrera 15 de Barrio Obrero: “¿Cómo es posible que un niño venga corriendo y este policía se baje de la moto, le apunte y el niño le suplique que por favor no lo mate y este desgraciado le dispare? Después se arrodilló y le pidió perdón. Y todavía tenía la concha de llevárselo. Aquí están los golpes, miren mis brazos como están, golpeados por ese policía porque no quería que yo agarrara al niño porque ellos se lo querían llevar a rastras en la moto, y yo misma les dije: ‘Después de que lo mataron como a un perro ¿qué van a hacer… tirarlo como un perro?’. Lo que hicieron fue destapar bombas lacrimógenas y tirárnoslas para dispersarnos”, contó Lugo.

La carrera 15 de Barrio Obrero, donde murió Roa, está apenas a dos cuadras de la Residencia Oficial de Gobernadores y a igual distancia del Colegio Agustín Codazzi, donde estudiaba la víctima. Ayer fue cerrada por estudiantes y vecinos que dibujaron siluetas en el lugar donde cayó el muchacho, y levantaron un altar en su honor, donde fueron colocados los zapatos que usaba cuando fue atacado. El rastro de sangre aún estaba fresco. En las paredes de las casas colocaron banderas de Venezuela.

Aunque había expectativa de que el féretro del muchacho fuese llevado al lugar donde murió, los padres decidieron trasladarlo directamente al cementerio. No hubo velorio porque la familia no es católica. Al paso de la caravana fúnebre, las personas que estaban en las calles daban la bendición y otros se persignaban.

Un joven con sueños. Erickson Roa contó que su hermano menor medía 1,83 metros, lo que lo favorecía para jugar baloncesto. Lo veía a él como ejemplo: “En una oportunidad habló conmigo y me dijo que quería ser como yo. He luchado para seguir adelante. Él quería estudiar Educación Física. Me decía que quería tener trofeos como los míos de fútbol, pero él los quería en baloncesto”, recordó Erickson, que está por graduarse en el núcleo Gervasio Rubio de la UPEL.

Reconoce que su hermano tenía facilidad para hacer amigos, “como todo niño de su edad”.

Erick Roa, padre de la víctima, hizo un llamado a las personas que están en la calle manifestando para que no se expongan a la violencia.

 

“Disparar perdigones de goma al rostro es fatal”
El oficial Javier Mora Ortiz, de 23 años de edad, fue imputado ayer por los delitos de homicidio intencional calificado por motivos fútiles e innobles con agravante,  previsto en la Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes, y uso indebido de arma, informó la fiscal general Luisa Ortega Díaz.

La audiencia de presentación del funcionario se efectuó en el Tribunal 4° de Control, instancia que a solicitud del Ministerio Público acordó la privativa de libertad contra Mora Ortiz, que permanecerá detenido en el Centro Penitenciario de Occidente.

El defensor del pueblo, Tarek William Saab, afirmó que de acuerdo con las experticias del Ministerio Público el disparo que recibió el liceísta fue efectuado con una escopeta de perdigones de plástico “que no debe ser usada en manifestaciones públicas ni tampoco en el rostro, porque el resultado es fatal”.

Erick Roa, padre del joven asesinado, dijo que el acta de defunción señala que la muerte fue causada por arma de fuego, sin especificar cuál.

El reporte del Eje de Homicidios del Cicpc Táchira indica que la “evidencia incautada” a Mora Ortiz fue una escopeta, marca Remington, modelo 870, serial V539405V, calibre 12, con 2 cartuchos con perdigones de goma. Tenía inscripción de la Policía Metropolitana.

Fuentes de la Policía Nacional Bolivariana explicaron que ese cuerpo heredó las escopetas calibre 12 de la PM, que son utilizadas para controlar las alteraciones del orden público. A esas les introducen cartuchos plásticos contentivos de partículas de polietileno. Se desconoce si actualmente en vez de polietileno a los cartuchos les introducen partículas de plomo. Desde el año pasado se ha reportado el uso de metras como municiones para estas escopetas, que han causado heridas de gravedad a manifestantes.

Geraldine Moreno murió a consecuencia de múltiples heridas de perdigón en la cara, disparados a corta distancia. Según testigos, a Kluivert Roa le dispararon a quemarropa.

 

Contradicciones
* Ramón Cabeza, jefe de Seguridad Ciudadana del Ejecutivo regional, aseguró que el oficial de la PNB Javier Mora Ortiz recurrió a su arma en defensa: “Un estudiante resultó fallecido luego de una confrontación violenta de un grupo de estudiantes contra unos policías nacionales y uno de estos funcionarios, en defensa de la integridad del resto de esa comisión, tuvo que responder con su arma de fuego disparando contra el piso”. Sin embargo, la minuta del Eje de Homicidios del Cicpc de Táchira señala que el oficial “en efecto persiguió a pie al hoy occiso… y le efectuó un disparo con municiones de goma”. Además, testigos aseguran que el funcionario sacó al joven de debajo de un carro donde se ocultó para resguardarse y le disparó a quemarropa sobre la nuca.

* El reporte policial del Cicpc también indica que el estudiante fue “auxiliado por sus compañeros y efectivos policiales”. Sin embargo, un video grabado por un testigo muestra que fueron otros jóvenes los que intentaron ayudar al liceísta, y minutos más tarde se observa a rescatistas que llegaron al lugar y lo trasladaron al Hospital Central. Las imágenes también muestran a agentes de la PNB lanzando bombas lacrimógenas contra las personas que se encontraban en la calle donde ocurrió el crimen mientras el joven estaba tendido en el pavimento.

Luisana Solano Nov 11, 2014 | Actualizado hace 9 años
Mi testimonio por Asdrúbal Aguiar

rafaelcaldera

 

Escribe Juan José Caldera, con prólogo de su hermano Rafael Tomás, académico de la lengua, un libro testimonio sobre la vida de su padre, el ex presidente venezolano Rafael Caldera. Y da cuenta de la presencia a su lado de una mujer hecha dignidad y de origen corso, Alicia Pietri Montemayor, “compañera de vicisitudes”, como la llama el mismo biografiado en una de sus obras fundamentales, Moldes para la fragua, publicada en 1962.

Juan José, que es diputado y fue senador por el estado Yaracuy, donde nace su padre y en el que a la sazón también ejerciera como gobernador, aclara que no escribe una biografía ni un libro de historia; pero, como lo aprecio, narra cronológicamente con pluma diestra, enlaza fechas y vuelve sobre ellas con ritmo en la medida en que avanzan sus trazos, argumentando sin especular y apelando siempre a las fuentes documentales.

Anda y desanda pasos para refrescar la memoria colectiva, sobre todo la de una opinión pública que como la nuestra, la venezolana, mineraliza percepciones, consejas, creencias que corren de voz en voz y nada tienen que ver con la realidad de los sucesos oficiales.

Muestra –es testigo de excepción– cómo se cuecen y hacen los verdaderos hombres de Estado –su padre es uno de ellos– destacando el valor de la paciencia, del estudio, el compromiso con los ideales, sobre todo el sentido de la oportunidad –cosa distinta del oportunismo– para navegar en medio de las aguas encrespadas, mirándolas y enfrentándolas por encima de los traspiés e intentando conservar siempre el norte, los intereses superiores de la patria como tarea existencial que no se agota en lo momentáneo.

Alguna vez afirme que así como Rómulo Betancourt, hombre ilustrado, se hace a puñetazos sacando del calor de la refriega las enseñanzas que luego moldean sus ideales democráticos, Caldera se aproxima a la realidad aferrado a principios trascendentes que toma del magisterio de la Iglesia e intenta insuflarlos como en el quehacer de nuestra república civil en el siglo XX, incluso a contracorriente, que es lo propio de los líderes; cosa distinta del deshacer de quienes se aproximan a la diatriba ciudadana en calidad de candidatos, como sirvientes de la opinión pasional y no como sus constructores.

Debo decir que Mi testimonio, título de la obra que desde ya circula, es, dentro de sus características, la autobiografía esperada y que no llega de manos del propio presidente Caldera, autor, no obstante, de una amplia obra escrita que inicia a temprana edad, cuando sin cumplir los 20 años recibe ya los honores de la Academia Nacional de la Lengua por su texto sobre Andrés Bello. Nos deja como legado último, sí, su testamento político y el libro Los causahabientes, que algunos, de buenas a primera, aprecian de insuficiente pero que, al releerlo, también dicen que solo pudo escribirlo un estadista cabal.

El expresidente, padre de la democracia cristiana continental y copartero de la democracia venezolana, deja el poder a los 83 años y fallece a los 93. Hasta ese instante priva en sus decisiones –me consta como su secretario presidencial y ministro– el cuidado celoso de los intereses superiores de Venezuela, acertando o errando como lo reconoce; al margen de sus humanas debilidades o de sus legítimos afectos, que solo decanta en la estricta privacidad.

Prefiere echar tierra sobre los desencuentros de la brega cotidiana para darle vuelo a las enseñanzas que mejor ayuden al porvenir de los venezolanos. Y quizás por eso deja en reposo sus vivencias y su monumental archivo epistolar y político, evitando atizar las pasiones en una hora crucial para la vida del país, que coincide casualmente con el final de su vida. Opta por soportar las incomprensiones y las más injustas agresiones, con estoicismo y admirable resignación cristiana.

Como líder y constructor que fue, insobornable en las convicciones, Caldera supo que el costo de su amor por Venezuela es evitar la cultura del collage y las medianerías del clientelismo, por lo que carga sobre sus hombros el equívoco señalamiento de soberbio.

No adelanto sobre el contenido del libro de Juan José, cuya mejor virtud es contar lo esencial sin huirle a los asuntos más polémicos que rodean la vida intelectual y de Estado de su padre. Sin zaherir, eso sí, pone el dedo sobre la llaga.

Saludo que, en un momento de pérdida de nuestras certezas históricas, ahíto de reconstrucción de lazos que nos devuelvan el sentido de sociedad como venezolanos, tres hombres forjados dentro del ideario socialcristiano contribuyan con seriedad, sin ánimo subalterno, con ese propósito: Del Pacto de Puntofijo al pacto de La Habana, de José Curiel; Venezuela, raíces de invertebración, de Pedro Paúl Bello; y Mi testimonio, motivo de estas notas.

 

@asdrubalaguiar

El Nacional