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Rómulo Betancourt

Rómulo Betancourt, a 40 años de su partida
Rómulo Betancourt ha sido nuestro estadista más importante. Demostró valor para defender una democracia imperfecta, pero perfectible, y se negó a ser nuevamente candidato cuando todavía era joven

 

Cuarenta años del fallecimiento de don Rómulo Betancourt es un tiempo relativamente corto para emitir opiniones que no despierten controversias sobre una personalidad polémica, que copó el escenario político de Venezuela durante varias décadas. Con el atrevimiento de quien no es historiador, sino simple testigo, unas veces de cerca, otras de lejos, y haber conocido a muchos actores, me permito unos pocos comentarios sobre algunos puntos que todavía se discuten. En el libro Construcción y destrucción de un país: presidentes de Venezuela 1900-2020, de Rafael Gallegos y de mi autoría, se ofrecen más opiniones sobre Betancourt y nuestros últimos presidentes.

De Cipriano Castro a Maduro

De Cipriano Castro a Maduro

Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno entre 1945 y 1948, presidente constitucional durante el período 1959-1964. Exiliado por el dictador Juan Vicente Gómez, acusado de comunista y exiliado por el general López Contreras, desacreditado por muchos seguidores del general Medina Angarita, perseguido y exiliado por el dictador Pérez Jiménez, percibido con recelo por las Fuerzas Armadas, combatido por la extrema izquierda que lo consideraba pitiyanqui y por la derecha que lo tildaba de populista y de  comunista. 

Su actuación en la tercera década del siglo XX, con la redacción del Plan de Barranquilla y el haber sido uno de los fundadores del Partido Comunista de Costa Rica, constituyen la base de las descalificaciones que perduraron muchos años. Cabe destacar que Betancourt nunca aceptó la línea soviética y gradualmente se desplazó hacia la social democracia.

Todavía permanecen las acusaciones sobre su encompinchamiento con los militares para el golpe del 18 de octubre de 1945 que derrocó al presidente Medina. Betancourt y un grupo reducido de dirigentes de Acción Democrática no se comprometieron cuando fueron informados por los militares de que darían el golpe, con o sin apoyo civil. Algunos lo critican por no haberlo denunciado, pero hay que considerar que se había cumplido un ciclo histórico que obligaba la desaparición de la escena política de los residuos del gomecismo. Además, Medina se negaba a realizar elecciones presidenciales mediante el voto universal. Los militares le ofrecieron a Betancourt la presidencia de la Junta Revolucionaria de Gobierno. La misma quedó integrada por cuatro dirigentes de Acción Democrática (AD), un independiente claramente pro AD, y dos militares. Esa hegemonía de un partido fue un error costoso. 

1945-1948, un trienio sectario

El período 1945-1948 fue de mucho populismo y polarización. El mismo Betancourt escribió que el sectarismo y arrogancia de sus compañeros había hecho daño. La aprobación del Decreto 321 en contra de la educación privada lo perjudicó, a pesar de que de que fue derogado y que, según él, le pasaron un strike sin percatarse. Aprobó la política de no más concesiones petroleras, punto que todavía se discute, y logró que se hiciese realidad que las compañías compartieran las ganancias en igual proporción con la nación. Fue factor determinante para que la nueva constitución contemplara la elección del presidente por todos los venezolanos. Tuvo la virtud de prohibir la candidatura de los miembros de la junta en las siguientes elecciones.

Por su lealtad con don Rómulo Gallegos se empeñó que el candidato presidencial de AD fuese el ilustre escritor, quien no era la persona adecuada. Los errores cometidos, y la actitud de Gallegos, influyeron en el golpe de los militares del 24 de noviembre de 1948.

Guerrilla castrista y militares

Durante su presidencia constitucional debió enfrentar graves problemas económicos, un atentado cobarde realizado con apoyo del dictador Trujillo, de República Dominicana, la insurrección castro comunista y varios alzamientos militares.

La guerrilla urbana no daba cuartel. Los comunistas todavía lo acusan de dar órdenes de disparar primero y averiguar después. La verdad es que declaró que contra el bandidaje armado de explosivos había dado órdenes de disparar, y no al aire, en contra de personas agarradas in fraganti. También tuvo que suspender innumerables veces las garantías, por lo que hubo presos sin juicios e incluso un puñado de exiliados. La masacre ejecutada por la guerrilla en el tren de El Encanto mereció repudio general. Como consecuencia el Congreso allanó la inmunidad de varios parlamentarios de extrema izquierda.

En las insurrecciones militares de Carúpano y Puerto Cabello hubo participación de dirigentes y militantes comunistas. En esta última, Betancourt ordenó al general Monch que atacara, a pesar de que algunos oficiales recomendaban solo sitiar la ciudad para evitar muertos. El argumento de Betancourt fue que cualquier demora podía incentivar el alzamiento de otras guarniciones y, además, quería dar un ejemplo. 

La estatura de estadista de Rómulo Betancourt

Hubo varias insurrecciones de militares no relacionados con la extrema izquierda. Frecuentemente se les acusa de proceder por perezjimenistas o por ambición. Realmente ninguno de los participantes apoyó al dictador e incluso la mayoría contribuyó a su derrocamiento. Unos insurgieron por considerar, erróneamente, que los militares son los llamados a enderezar entuertos. Tesis equivocada cuando se trata de un gobierno constitucional. Otros procedieron pensando que Betancourt era un comunista solapado y otros por pensar que estaba permitiendo que la guerrilla tomara cuerpo. Esto último es algo que debe profundizarse. Hay señales de que sí fue permisivo. ¿Consideró que, ante el peligro de un triunfo comunista, los militares preferirían respaldarlo y no intentar otro golpe? Un hecho repudiable ocurrió en la insurrección del cuartel Freites, en Barcelona, en donde fueron masacrados civiles, cuando oficiales leales al gobierno retomaron las instalaciones. ¿Quién dio la orden?

Betancourt ha sido nuestro estadista más importante. Demostró valor para defender una democracia imperfecta, pero perfectible, y se negó a ser nuevamente candidato cuando todavía era joven. Su libro, Venezuela, política y petróleo es de lectura obligatoria. Muchos de sus adversarios de ayer, entre ellos quien esto escribe, reconocemos su contribución a la evolución política de Venezuela. El saldo de su gestión fue positivo. Su figura crece con el tiempo.

Como (había) en botica

El pasado día 25 se cumplieron 18 años del cobarde asalto de la Guardia Nacional de Paraguaná al campo residencial petrolero de Los Semerucos. Damelys “Mey” Zambrano, de la sociedad civil, nos lo recuerda con un emotivo artículo del año pasado. También Horacio Medina. El hoy general Lenín González Trómpiz, quien era el comandante del destacamento, así como otros oficiales y civiles como Iván Hernández tendrán que ser enjuiciados.

amentamos el fallecimiento del distinguido y apreciado cardenal Urosa.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Rómulo y la resistencia adeca en tiempos de jauja (II)

Rómulo Betancourt, foto en LHistoria

@fariasjoseluis

El fracaso de la estrategia fallida obliga a la revisión y rectificación, mientras la cultura del rentismo crece como mala hierba…

A comienzos de 1955 la lucha contra la dictadura perezjimenista seguía en un atolladero. La estructura clandestina de Acción Democrática estaba prácticamente desmantelada, al igual que la del resto de los partidos políticos.

La cadena de errores pasaba factura. El drama planteado era cómo salir del atasco. ¿Cómo rectificar? Años de sectarismo y canibalismo interpartidista entre AD, URD, COPEI y el PCV habían lesionado la capacidad y la disposición para articularse en un plan político común.

El aterrizaje en una política unitaria que enderezara el rumbo se veía lejos. Los sucesivos fracasos en la conspiración impusieron el repliegue, la represión acentuaba la desmoralización que indisponía a seguir en la lucha.

La escasa dirigencia política interna estaba inhibida y apabullada. El éxito de los planes económicos desarrollistas de la dictadura apaciguaba el país. No había luz al final del túnel.

La rectificación

En tan duras circunstancias se imponía el lento y complejo camino de la rectificación política. Casi en solitario, de las mentes más lúcidas y los espíritus más dispuestos.

Pero los cambios de rumbo político se toman su tiempo. Además, no era una convicción unánime ni al ritmo del deseo general de la gente. La rectificación es una tarea paciente de reflexión, debate, persuasión y convencimiento. Necesita, primero que nada, un clima de confianza entre los protagonistas del cambio. Y la confianza supone el respeto al otro. Dicho así, pareciera una fórmula sencilla. Sin embargo, del dicho al hecho hay mucho trecho, como nos recuerda el refrán.

Construir una estrategia política no es solo un asunto de buenas intenciones, ni de la formulación de un plan de ideas coherentes y adecuadas a la realidad.

Se requerían las condiciones subjetivas: ese intangible llamado madurez política, además del coraje y la convicción para abandonar las líneas políticas erradas y asumir con determinación la labor que permita abandonar el callejón sin salida.

La tarea del exilio

El repliegue obligado por los sucesivos fracasos de las acciones violentas animadas por la tesis del «regreso inmediato al poder» dio paso a un lento inicio de la reformulación política en AD. Con el avance del año 1955, el viento comienza a soplar a favor de la unidad, como camino para guiar la lucha y levantar la esperanza contra la dictadura.

Había que acabar con las ideas de invencibilidad y eternidad de la dictadura, pese a los reveses y a la depresión profunda que dejó la muerte de dos figuras icónicas: el poeta Andrés Eloy Blanco, el 21 de mayo en México; y el periodista Valmore Rodríguez, el 10 de julio en Chile.

Era oficial: el reflujo del movimiento de masas y el desmantelamiento de la estructura partidista de Acción Democrática durante 1953 y 1954 le habían puesto punto final a la línea política «putchista» del partido.

El deslinde con el PCV

Betancourt y el Comité Coordinador del Exilio asumen con particular optimismo la compleja tarea de definir la nueva política, con oposición de muchos de los que desarrollaban la «vida de topo», como llamaba Rómulo al riesgoso trabajo clandestino.

La decisión inicial fue el contundente y público deslinde del Partido Comunista de Venezuela en una polémica pública que se extiende durante todo el año 1955.

La creación del Frente Nacional de Resistencia en febrero de 1954 a iniciativa del PCV, y al cual se integran representantes de AD y URD, había crispado los ánimos en la vieja guardia de Acción Democrática, acelerando las acciones para romper definitivamente con los comunistas venezolanos.

Es en Gonzalo Barrios en quien recae la labor de argumentar desde Venezuela Democrática los motivos de la ruptura y el rechazo al «Plan de Unidad» propuesto por el PCV desde su órgano Noticias de Venezuela.

Rómulo y la resistencia adeca en tiempos de jauja (II), por José Luis Farías"
Portada del periódico Venezuela Democrática y fragmento del editorial de Gonzalo Barrios. Imágenes: captura de pdf de la página cic1.ucab.edu.ve

En el editorial del primer número del periódico de los «desterrados» de AD en México, publicado en abril de 1955, la consistente prosa de Gonzalo Barrios expone las razones:

«En todas las fusiones de grupos políticos, aquel que ostenta las consignas más extremas o radicales tiende a definir el conjunto, a colorearlo y a dominarlo».

«Por tal motivo, una amalgama de fuerzas con participación comunista provocaría de inmediato -cuando menos- el retraimiento y la inhibición de buena parte de los sectores venezolanos adversos a la dictadura y también al comunismo…”.

«En Venezuela no han ocurrido grandes acciones de masa contra la dictadura porque aún no se han dado allí las condiciones sociales que para el caso se requieren. Dichas acciones no han dejado de producirse por falta de ‘unidad’ ni esta tendría especial virtud para producirla. Al contrario, es lógico pensar que las obstaculizaría seriamente al provocar el ya señalado retraimiento de importantes sectores de la población».

«La participación comunista trataría, en todo momento, de convertir lo que debería ser instrumento de la lucha contra la dictadura venezolana en aparato de pugna y propaganda contra EE. UU. en su antagonismo contra el bloque soviético…”.

«La posición comunista – identificar la resistencia contra la dictadura con la lucha contra EE. UU.- tendría una lógica, aunque para desesperados, si pudiéramos realmente jugar la carta de la guerra y de la victoria soviética. Pero, aun admitiendo que esa victoria significaría nuestra liberación, hay que reconocer que Rusia ni tampoco EE. UU. pueden ganar la guerra. La perderían, como todo el mundo en un caos de ruina y miseria, muy propicio por cierto para que los regímenes autocráticos de la América Latina no solo se mantengan sino que proliferen y acentúen su primitivismo».

«Ahora bien, si la estrategia comunista, como es conjeturable, no presupone la guerra sino que tiene como objetivo presionar a EE. UU. para que llegue a un arreglo de coexistencia pacífica entre ambos bloques, el razonamiento variaría pero no en favor de la tesis unitaria. En efecto, si tal es la situación, habría que concluir que la oposición comunista a la dictadura es un simple recurso táctico que podría resultar sacrificado en las negociaciones del arreglo»…

«Creemos que la paz debe ser finalidad esencial de toda política contemporánea y que ella no puede alcanzarse sino mediante concesiones recíprocas…”. (1)

Vientos del cambio

El aniversario del partido, 13 de septiembre, es momento para insuflar ánimos. El mensaje de Rómulo alude con especial interés la «crisis de los gobiernos autocráticos de hispanoamérica» como un signo para el optimismo en la lucha contra la dictadura.

Destaca la situación interna de Argentina, «signada de malos augurios para Perón y el ‘justicialismo'». Aprecia que en el Perú, el general Odría (a quien considera «ductor y tutor del despotismo en Venezuela), ha debido anunciar que no irá a la reelección». 

En Cuba, distingue que «se resquebraja a ojos vistas los resortes del sistema dictatorial» y distingue que «hasta en la Nicaragua de Somoza se aprecia cómo una satrapía casi mineralizada enfrenta un poderoso movimiento anti reeleccionista».

De igual modo, con su habitual agudeza, no desatiende cuanto sucede a escala mundial:

“… el reciente aflojamiento de la tensión entre Oriente y Occidente hace prever que en América Latina disminuya el apoyo más o menos activo que los gobiernos de Estados Unidos y otros países han dado a los regímenes de fuerza, so capa de la «estabilidad política» que supuestamente garantizaban y de su aparatoso y espectacular anticomunismo». (2)

Empujar y replegar

El mensaje directo a la militancia partidista es de «Reafirmación de fe» y de compromiso, «frente a todo avatar, nuestra decisión es una, la misma de siempre: seguir luchando».

Le habla sin tapujos:

–»Un Partido popular y revolucionario puede equivocarse, y se equivoca a menudo, cuando se trazan rutas a seguir. Lo que no puede hacer, sin arriesgar su vida misma y sin desertar de su responsabilidad histórica, es permanecer estático».

Enterado de las contingencias dramáticas por las cuales ha atravesado el partido en Venezuela, dirige sus palabras a sacudirlo:

–»La actitud de brazos cruzados se deja para las capillas de teorizantes y para los sanedrines de contemplativos. Los movimientos de masas demuestran su vitalidad y su razón de ser actuando siempre, unas veces empujando y orientando la acción popular, en las etapas ascendentes de la marea colectiva; otras, replegándose para la mejor estructuración y adoctrinamiento de sus cuadros, a fin de que sean más aptos para afrontar las luchas futuras. Pero, en todo caso, respondiendo activamente a los requerimientos y necesidades planteadas en cada oportunidad». (3)

Y por supuesto, no olvida su interés estratégico de construir una determinada plataforma unitaria para la acción política:

–»En esta hora de nuestra fecha aniversaria, renovamos el llamamiento leal ya formulado en otras ocasiones a las fuerzas políticas nacionales organizadas -Unión Republicana Democrática, Copei- para que articulemos mejor y más eficazmente el frente de la resistencia. Llamamiento extendido a todos los grupos e individualidades, de todos los sectores sociales, con sentido de responsabilidad ciudadana, potencialmente aptos para formar en el Frente de la Libertad». (4)

Pronóstico «realista con fe»

En paralelo al mensaje aniversario de AD, Rómulo Betancourt escribe el texto confidencial donde esboza las primeras ideas de reformulación de la política asomadas en el texto público.

Se trata del «MEMORÁNDUM SOBRE LA SITUACIÓN POLÍTICA Y LA DEBILIDAD PARTIDISTA», fechado el 3 de septiembre de 1955, con un breve pero significativo «Anexo» del 10 de septiembre.

Es el espacio para hablar en modo crudo y confidencial, a diferencia de su «Reafirmación de fe».

Con la severidad de quien asume sus errores para rectificar, Betancourt pone un cable a tierra al calificar la coyuntura de «desfavorable» y sin rubor alguno admitir que Pérez Jiménez…

… “ha logrado estabilizarse»;

… que ello «no puede conducirnos al pesimismo»;

… que es imperativo reflexionar «sin ilusiones pueriles pero sin derrotismos liquidacionistas»,

… «con realismo pero con fe en el porvenir». (5).

El recio lenguaje del presidente del partido deja claro el ánimo que debe prevalecer en la dirigencia y la militancia partidista.

El optimismo de Betancourt tiene un nítido sentido táctico hacia el partido. Rómulo advierte que los planes no pueden ser a plazo corto:

-«Tienen que partir de la previa respuesta que se dé a estas preguntas: ¿cuándo hará crisis la dictadura de Pérez Jiménez».

El pronóstico debe hacerse:

–… «sin descartar lo imprevisible – un ‘golpe de palacio’, por ejemplo, realizado por un grupo de militares-«.

Aunque aterrizaba en que lo más lógico era

–… «prever que esa crisis se presentará en el momento en que se abra la cuestión de la sucesión, es decir, a partir de mediados de 1956.»

Para Rómulo… «lo probable es que Pérez Jiménez pretenda reelegirse, pero algunos factores, internos e internacionales, conspirarán contra esa aspiración. Los internos, la ambición de sus asociados. Los internacionales, la crisis que está aflorando dentro del sistema autocrático latinoamericano, teniendo precisamente la no-reelección como punto focal de esa crisis».

Y sintetiza:

–… «nuestra estrategia debe trazarse sobre la base de que el despotismo sufrirá su crisis más seria en cuanto se abra el proceso de sucesión presidencial, es decir, a partir del año próximo». (6)

Un partido para influir

En materia organizativa, las recomendaciones de Betancourt son fundamentales:

–… «reestructurar y reforzar el comité coordinador externo»;

–… «encarar seriamente la cuestión de la reorganización interna del partido»;

–… «vincular las tareas de organización con la propaganda porque «un partido que no habla, que no hace llegar su voz al pueblo, deviene capilla, núcleo enquistado sin capacidad de influencia». (7).

La propuesta táctica de Betancourt, por otro lado, se concentra en desprestigiar nacional e internacionalmente a la dictadura.

La actividad propagandística debía concentrarse en:

Acentuar la… «crítica al régimen, en la persona de Pérez Jiménez y Pedro Estrada en torno a su inmoralidad administrativa, a su negación de libertades públicas, a su intento de prolongarse en el tiempo como la de Gómez».

Hacer énfasis en su «entreguista» política petrolera para golpear la sensibilidad nacionalista de todos los sectores del país.

Reiterar permanentemente «la situación crítica que están confrontando los otros gobiernos de América Latina, con especial reiteración de la actitud no-reeleccionista confesa de Odría y Batista y posibles de Perón y Somoza.

Además de «insistir en la responsabilidad de la FAN porque es en nombre de ellas que se está realizando la gestión actual». (8).

El frente político civil

En el anexo al «Memorándum», Betancourt esbozó su propuesta clave: «La articulación del frente político civil».

Lo considera «de primordial importancia», para la realización eficaz de la estrategia propuesta, es la respuesta concreta de la vieja guardia adeca a la propuesta unitaria de los comunistas, en la cual se habían envuelto varios de sus dirigentes de la clandestinidad.

Propone como pasos previos «establecer contacto con Villalba y Caldera».

Betancourt no descuida aspectos prácticos de su esbozo estratégico y ordena que en los periódicos del partido «deben hacerse comentarios los más frecuentes posibles sobre represiones a copeyanos y urredistas».

Como bandera blanca señala como indebidas las críticas en medios de prensa partidista al carácter «derechista» y «confesional» de COPEI.

Los explica como «lapsus inevitables», de los compañeros «acostumbrados al lenguaje polémico frente a ambos partidos» que debían ser reeducados «para que enfoquen su conducta no recordando nuestras antiguas disidencias, sino procurando limar aristas hoy y posibilitar ententes mañana».

En su ánimo por asegurar las alianzas, Betancourt señala que es inconveniente alimentar rencores frente a URD y pide a los suyos dar muestras «con hechos» a formar un «frente de partidos políticos nacionales frente a la dictadura y con vista a una común acción cuando el problema de la sucesión presidencial la haga entrar en crisis». (9).

La acumulación de fuerza política en un Frente unitario y anticomunista no es unánime y convoca disidencias en el CEN de la resistencia adeca y en el Buró Juvenil.

No obstante, el plan político general de Betancourt ya tenía sus grandes líneas en marcha, con ajustes tácticos según las circunstancias.

Lo importante era el objetivo: articular el frente político.

Apatía cívica y vivapepismo

La tentación de la inmediatez ha cedido paso al aguante. La paciente espera en el porvenir afirma el deseo de cambio desde una nueva perspectiva que se sostiene en la convicción.

Pero el optimismo de Betancourt apenas oculta sus preocupaciones de fondo expresadas en comunicaciones más íntimas. Esas que se tornan angustiosas bajo el insoportable peso de la realidad: surgen del agudo conocimiento de la realidad que se examina.

En carta a su amigo el Dr. Felipe Massiani, fechada el 23 de octubre de 1955, escribe:

–»De nuestra tierra lo que sabemos. La vanguardia sigue su labor de topos, capeando el temporal del reflujo de la combatividad popular, lógica después de tantos años de tensión. Pero la marea volverá a subir si no se ceja en el trabajo diario. Es más difícil en nuestro país que en otros».

Le angustiaba a Rómulo…

–… «Una mezcla de apatía cívica y de vivapepismo, adobado de nuevorriquismo grosero, hace tantos estragos como Pérez Jiménez, Pedro Estrada y el cartel de los petroleros». (10)

Su visión analítica hurga en lo profundo de la realidad y la naturaleza venezolana y dictamina que «eso forma parte de un problema social grave». (11).

Es la visión del estadista que observa más allá de la superficialidad y proyecta su pensamiento por encima de la operación política para situarse en los problemas más hondos de la nación.

–… «nos parecemos -dice- cada vez más a la California de los días del gold-rush. Hacer dinero es la palabra de orden. Y no importa cómo. En mi concepto, ese problema de desorbitación de las gentes, de pérdida del centro de equilibrio en la familia y los grupos, es más serio que el militarismo. Pervivirá quién sabe por cuánto tiempo, después de que el otro problema sea aminorado, o liquidado. Mucho pienso en eso, Felipe, con preocupación honda, con angustia venezolana. Y si bien creo que todas las cuestiones sociales pueden ser resueltas, si con mente lúcida y ánimo resuelto se enfrentan desde el gobierno, ese desajuste en las costumbres y esa escala ‘minera’ de valores aparecidos en nuestro país los considero entre los problemas-claves, y de los de más difícil solución». (12).

En su reflexión ha apuntado un juicio sociológico que será preocupación de los estudiosos, «cultura del petróleo» la llamará Rodolfo Quintero.

Es la Venezuela en jauja de la cual advirtiera el agudo ojo de Valmore Rodríguez. Es un nuevo problema que crece y se reproduce en familia. Es el del rentismo petrolero que se extiende por los intersticios de la sociedad venezolana.

Notas

(1) Gonzalo Barrios, «Definición» en Venezuela Democrática, México, abril de 1955, Número 1, p. 7

(2) Rómulo Betancourt, «Reafirmación de fe» en Venezuela Democrática, México, septiembre de 1955, Número 5, p. 7

(3) Ídem

(4) Ídem

(5) Rómulo Betancourt, Antología Política, V. VI, p. 301

(6) Ibídem, V. VI, p. 302

(7) Ibídem, V. VI, pp. 302-303

(8) Ibídem, V. VI, p. 303

(9) Ibídem, V. VI, p. 304

(10) Ibídem, Vol. VI, p. 305

(11) Ídem

(12) Ibídem, Vol. VI, p. 305-306

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Hacia la democracia: Rómulo y la resistencia adeca en tiempos de jauja (I)

@fariasjoseluis

Imagine luchar con débiles fuerzas de unos partidos políticos desarticulados y en repliegue contra un enemigo poderoso y -en apariencia- invencible:

Dueño del poder militar y represivo…

… usado sin escrúpulos…,

… con abundantes recursos financieros manejados a su antojo…

… y apoyo internacional, comenzando por Estados Unidos…

Esa era la dura circunstancia a la que se enfrentaban Rómulo Betancourt, sus compañeros de Acción Democrática y el resto de las organizaciones partidistas opositoras. Los resultados obtenidos entre 1948 y 1954 confirmaban que ninguna organización política podía por sí sola contra aquel poderoso enemigo.

Las iniciativas alentando salidas de fuerza, aguijoneadas por ficciones, habían aterrizado en resultados adversos. Fueron seis años duros, sin aceptar que la unidad era una condición imperativa para derrotar la tiranía.

Es un pasaje de nuestra historia hacia la democracia que evoca situaciones familiares de hoy, con la salvedad de que entonces se pudo salir de la oscuridad y por ahora seguimos en las sombras.

A recoger velas

El tiempo transcurrido fue de equivocaciones lamentables y penosas, el naufragio ocurrido imponía la revisión de la política a seguir. Persistir en el yerro prolongaría indefinidamente la vida de la dictadura. No fue una encomienda fácil ni rápida. Como suelen ser los cambios de política, era necesario balancear lo ocurrido, formular la nueva propuesta, persuadir a unos e incluso apartar a otros, según fuera el caso.

La apuesta a la conspiración militar para recuperar el poder, espoleada por la desesperación y/o el exceso de confianza de la dirigencia adeca, sobrestimaba el poder de sus contactos militares y por ende subestimaba el de la dictadura.

Sus efectos eran totalmente contrarios a los esperados, tras cada intentona golpista venía la arremetida represiva que debilitaba el partido.

A partir del fraude del 2 de diciembre de 1952 y la Constituyente de 1953, el régimen se sentía «legitimado», en insólito breve tiempo logró estabilizarse. El viento soplaba en contra de la oposición.

El modo de enfrentar la dictadura de Marcos Pérez Jiménez exigía cambios, un tiempo de aplomo para poner las cosas en su sitio. «A partir de junio, después de la terrible razzia -escribe Rómulo Betancourt-, quedamos quebrantados seriamente. La táctica justa, la indicada, fue recoger velas, amainar en la propaganda, dormirse en la ponzoña». (1)

La actuación aislada de Acción Democrática, principal fuerza política del momento y víctima del golpe de Estado del 24 de noviembre de 1948, así como su fe ciega en una solución violenta e inmediata, pensando que la recuperación del poder era cosa de corto tiempo, resultó en múltiples fracasos que debían superarse.

Hacia la democracia: "Rómulo y la resistencia adeca en tiempos de jauja" (I), por José Luis Farías"
L. Llovera Páez, Ruiz Pineda, Edmundo Fernández, presidente Gallegos, C. Delgado Chalbaud y M. Pérez Jiménez (1948). Foto @PerezJimenez52

Los continuos reveses determinaban el abandono progresivo de la creencia en salidas rápidas fruto de la conspiración golpista, de los descabellados proyectos de invasión armada del territorio y de las absurdas «actividades especiales», subterfugio del lenguaje de la resistencia para denominar los actos de factura terrorista continuamente fracasados, que incluían acciones violentas de saboteo e incluso de atentados contra altos funcionarios en la ilusoria creencia de que desencadenarían el derrumbe inmediato del régimen.

En el ingrato recuerdo quedaban los intentos de golpes de Estado abortados por delación, como el del 5 de enero de 1953 dirigido por Alberto Carnevalli, quien había sucedido a Leonardo Ruiz Pineda en la conducción de la clandestinidad; de sus llamados valientes a la «rebelión civil» para combinar la conspiración golpista con la acción de masas, caídos al vacío; de la frustrada invasión militar de la «Operación Berta», dirigida con entusiasmo directamente por el propio Rómulo Betancourt; de las excesivamente riesgosas «actividades especiales», como el frustrado atentado contra Pedro Estrada, jefe de la policía política; y de la peligrosa «Operación Pingüino» para la introducción de armas al país.

Fueron acciones de alto costo en vidas y en descalabro organizativo. Llegaba el «tiempo de revisar la estrategia» y «dar comienzo a la definición de nuevas tácticas políticas». Urgía el debate, el balance no podía esperar: pedía la reflexión serena.

El deterioro de la organización encubierta de Acción Democrática se evidenciaba en el creciente número de víctimas, apresados y exilados; como también en la excesiva rotación de sus autoridades.

Entre octubre de 1952 y noviembre de 1954, apenas dos años y un mes, AD cambió ocho veces de secretario general del CEN del partido: Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevalli, Eligio Anzola Anzola, Rigoberto Henríquez Vera, Hector Vargas Acosta y Jorge Mogna, Roberto Hostos Poleo y Pedro Felipe Ledezma. Se sucedieron uno tras otro. Un claro ejemplo de cuán mal iban las cosas para el partido en la resistencia.

Ruiz Pineda vilmente asesinado en una calle de San Agustín, Caracas; Carnevalli muerto por la negativa de la dictadura a permitirle atención médica en la Penitenciaria de San Juan de Los Morros, estado Guárico; el resto «dejó el cargo» por detenciones o persecuciones que los llevaron a salir del país.

La dirección política del exilio estaba consciente de la necesidad de levantar la mirada para ubicar el momento más favorable a la acción y atenuar los impactos de la represión.

El matrimonio de Berta hay que acelerarlo

En enero de 1954, Rómulo Betancourt escribía al CEN de Acción Democrática: «Las noticias que me llegan por diversas vías son indicativas de un reflujo en la combatividad popular». Y le planteaba, refiriéndose al partido, que debía ser «cancelada totalmente la idea de que la organización debe realizarse sobre la base de brigadas de ‘come cándelas» (2).

La política de la conspiración había fracasado, produciendo unos costos elevados en vidas y en el desmadre partidista. Sin embargo, todavía en diciembre de 1954, Rómulo seguía acariciando la salida violenta.

En carta a Manuel Pérez Guerrero, le hablaba en clave sobre las urgencias de conseguir recursos para la Operación Pingüino de introducción de armas y la Operación Berta para una invasión militar que recordaba la fracasada «Invasión del Falke», en 1929.

«La operación pingüino -escribe Rómulo-, esa de que te habló el delfín, está en marcha; y el matrimonio de Berta hay que acelerarlo, porque el padre de la niña ha puesto plazo fijo, improrrogable: o febrero (1955) como fecha límite, o niega el permiso concedido (…). Pero ahora viene lo difícil. Una y otra cosa requieren dinero. Veinticinco mil dólares bastarían, que deben ser enviados a Sierra (Carlos Andrés Pérez), quien está manejando el asunto, de acuerdo con Álvarez (Rómulo Betancourt). No tenemos de donde sacarlos (…). Si ustedes pueden levantar un dinero para esto, deben hacerlo». (3)

El empeño en la invasión con la «Operación Berta» perdería aliento al siguiente año, cediendo paso a un proceso de revisión de la política que debía seguir el partido. La joven Berta se quedaría soltera por el resto de sus días.

Entre apuros y penurias, «esta vaina es enojosa»

Betancourt y sus compañeros llevaban años de una vida de estrecheces económicas en el destierro y/o la clandestinidad. Los apuros materiales y financieros para el funcionamiento de las acciones programadas por el partido estaban a la orden del día. La apuesta por las opciones de la confrontación militar al régimen ameritaban finanzas cuya consecución se hacía cada vez más difícil.

Las penurias para subsistir eran otro de los asuntos que afectaban su cotidianidad y la de todos los dirigentes del partido. Sin embargo, no detenían su incesante actividad política, poniendo cuidadoso celo en el manejo de los recursos disponibles.

«Querido Sierra: recibí la última tuya -escribe Rómulo a Carlos Andrés Pérez-. Veo la distribución que diste al numerario. Se volvió un «suspiro» en un chinchorro, pero todos eran gastos insalvables (…). Te puse un cable, que veo no has recibido porque me lo dicen de la oficina. Pidiendo un dinero. No quería hablar de esto, pero la situación se me hace difícil. Los turcos atrás (dos permanentemente) resultan tan onerosos como en Cubita. Hay que alimentarlo y comen como unos leones. Instalarme, ya lo decía, costó más de lo previsto. Esta vaina es enojosa y no sé cómo va a solucionarse». (4).

De cada moneda ingresada a las exiguas arcas del partido se identificaba su origen y era empleada con rigurosa pulcritud por aquellos hombres, cuyo esfuerzo y coraje no arredraba su lucha y su ética.

Así lo atestiguan la contabilidad de la organización, llevadas por Carlos Andrés Pérez bajo el seudónimo “Sierra», en las cuales está relacionado MINUCIOSAMENTE lo gastado en cada una de las adquisiciones materiales necesarias para el funcionamiento del aparato como las actividades propagandísticas, la movilización y hasta lo requerido por la conspiración y el «volanteo», así como para el regreso de algunos desterrados al país.

De igual modo eran anotados los significativos gestos de solidaridad en ayudas monetaria a compañeros en desgracia y a familias de detenidos, difundidos muchos años después en los papeles de su archivo.

Los principios éticos eran un poderoso soporte en la moral de aquellos hombres y mujeres que sostenían la lucha contra la dictadura en condiciones de mucha adversidad.

«La pía intención»

La dictadura siempre estuvo al acecho, incluso fuera del país. Rómulo se había instalado desde agosto de 1954 (luego de una pasantía en San Juan de Puerto Rico) en la zona rural de la isla para concluir su libro Venezuela política y petróleo«, en el cual trabajaba desde 1936 y le asignaba un papel fundamental en la formación política-doctrinaria de la militancia partidista.

Video Sofía Imber y Carlos Rangel entrevistan a Rómulo Betancourt. Canal Sofía Imber

Pero la llegada del jefe de Investigaciones de la Seguridad Nacional, Manuel Silvio Sanz, en compañía de otros agentes, «a lo mejor con la pía intención de drozblanquizarme» -escribió Rómulo- encendieron las alarmas de peligro, haciéndole regresar a San Juan (la capital) donde el gobernador Luis Muñoz Marín (su amigo) podía garantizarle protección policial ante un posible atentado.

La feroz represión en el país había acabado con el liderazgo de la clandestinidad: Leonardo Ruiz Pineda es asesinado el 21 de octubre de 1952, Alberto Carnevalli muere el 20 de mayo de 1953 en un calabozo de la Penitenciaria General de Venezuela en San Juan de Los Morros por falta de atención médica, Antonio Pinto Salinas es detenido y muerto por tortura, Luis Hurtado corre la misma suerte luego de haberlo desaparecido.

Muchos otros pagan con su sangre los sueños de libertad y democracia: son muertos por balas asesinas o en las cámaras de tortura del régimen.

Hacía poco la persecución se había extendido al exterior, asesinando al teniente opositor León Droz Blanco, emboscado en una calle de Barranquilla, Colombia, por una comisión encabezada por Braulio Barreto, esbirro de la Seguridad Nacional.

Las precauciones en materia de resguardo no estaban de más para el jefe máximo del principal partido, a quien la dirección de la organización le impusiera la vida fuera del territorio nacional para protegerlo de las fauces criminales de la tiranía.

Los años del bulldozer

Eran los años del bulldozer, la gigantesca maquinaria que simbolizaba la expansión de la industria de la construcción en Venezuela. La industria de la construcción era altamente lucrativa y, por sus volúmenes de inversión, también, el terreno ideal para la corrupción.

La etiqueta del proyecto desarrollista de la dictadura era el Nuevo Ideal Nacional y el bulldozer su símbolo. En la industria de la construcción se vinculaban estrechamente los militares y los hombres de gobierno con el empresariado dedicado al ramo.

Según el Banco Central de Venezuela, la floreciente industria absorbía «una tercera parte del total de las inversiones internas» (5)

La dictadura había logrado asociar la modernidad a la inversión en metros cúbicos de cemento armado de obras públicas; una idea legitimadora que, junto con la represión, la tortura, las desapariciones, la censura oficial y la autocensura, aseguraba la paz social que le proporcionaba estabilidad temporal.

«El tractor – escribía Laureano Vallenilla, ministro de Relaciones Interiores – es el mejor colaborador del gobierno, el más cabal intérprete del elevado y noble propósito de transformar el medio físico. El tractor con bulldozer se convierte en personaje familiar de los venezolanos, como otrora lo fuera el burro de carga. Es un símbolo tan respetable de la patria moderna que se está plasmando, un símbolo tan respetable como el caballo del Escudo nacional y que ya ha hecho historia». (6)

Hacia la democracia: "Rómulo y la resistencia adeca en tiempos de jauja" (I), por José Luis Farías"
Nuevo Ideal Nacional a lomos del buldócer, Hotel Humboldt, dibujos de Tomás Sanabria y Paseo Los Próceres.

La magnitud de las inversiones urbanizó al país en un tris. El dinero fue hábilmente empleado por la dictadura en la expansión urbana para llevar agua al molino de su idea del progreso:

«Satisface ver cómo el tractor -apuntaba Vallenilla- prepara tierras aptas en Portuguesa y Guárico, cómo borra de nosotros el recuerdo romántico pero triste del populoso barrio de San Juan, el de Catia, del más nuevo y absurdo de El Conde, con su estilo indefinido y cursi, de las casitas encaramadas en los cerros donde la desesperación engendra adecos y otras clases de resentidos». (7)

El dinamismo económico era de elevadas proporciones «el Producto Territorial Bruto, es decir el valor de toda la producción del país, subió más del doble entre 1950 y 1959”. (8)

Un dato revelador de aquel inmenso crecimiento económico -y que explicaba la amplia satisfacción del empresariado- es la cantidad de bancos creados: entre 1946 y 1958 se fundaron 20 bancos privados en el país. (9)

Estaba cambiando la faz de Venezuela. El canto de Vallenilla al impacto de la maquinaria era por demás elocuente de las modificaciones ocurridas en el espacio:

«El tractor, ese símbolo de la patria y del gobierno, destruye muchas cosas. Hasta los clubs políticos llamados partidos y sus representantes caracterizados han sufrido su impacto y se mezclan para perderse con la caña amarga, la pared de bahareque y los ‘corotos’ inútiles que el camión transporta para rellenar un hoyo. Se está cerrando un capítulo de nuestra historia. ¡El líder de la plaza aérea del Centro Bolívar, el conferencista del Aula Magna no pueden ser los mismos de la plaza de Capuchinos! Ni de El Silencio, ni del Teatro Olimpia. El escenario y el decorado reclaman nuevos actores y el público también. En la era del tractor no tienen cabida ni la peínala ni las chancletas, que simbolizaron sucesivamente etapas de barbarie y mediocridad». (10)

El Nuevo Ideal Nacional cobraba forma concreta en obras que estaban a la vista para asegurar la estabilidad del régimen y acentuar el pesimismo en quienes luchaban en la resistencia.

«Enyugamiento» al carro triunfal

Se vivían tiempos de prosperidad económica gracias al maná petrolero y a una creciente demanda de hidrocarburos como consecuencia de la nacionalización del petróleo iraní, de la guerra de Corea y la reconstrucción de Europa.

La entrega de nuevas concesiones a las empresas petroleras le metieron un chorro de dinero adicional a la dictadura, por lo que el crecimiento económico se hizo sorprendente: aumentó el gasto público y la capacidad de inversión tanto como de la de compra.

Los venezolanos veían con asombro la multiplicación de inmensas obras públicas, la mayoría de las cuales -justo es decirlo frente al mito de Pérez Jiménez como el gran y único modernizador de nuestra historia- se habían iniciado o al menos proyectado en el trienio 45-48 del gobierno adeco y aún en el anterior gobierno del general Isaías Medina Angarita.

Proceso que evidencia una tendencia modernizadora por parte del Estado venezolano, apoyada en la fabulosa renta petrolera e indistinta a la forma de gobierno -democrática o dictatorial- asumida. 

El plan de electrificación del Caroní, la explotación del hierro en Guayana, la petroquímica, el ferrocarril Barquisimeto-Puerto Cabello, los sistemas de riego del Guárico, la construcción de urbanismos como el «2 de Diciembre» (actual 23 de Enero), Lomas de Propatria y de Urdaneta, la Universidad Central de Venezuela, las Torres del Centro Simón Bolívar, la autopista Caracas-La Guaira eran ejemplos de un esfuerzo recibido por el país como signos de modernización y progreso.

Los patrones modernizadores ponían su acento en las vías de comunicación y en las obras de infraestructura de salud y educación, así como en la vivienda.

Tenían su impulso en el llamado «Plan Truman«, definido como un «Programa para que los beneficios de nuestros avances científicos y progreso industrial estén disponibles para la mejoría y crecimiento de las áreas subdesarrolladas». (11)

El empresariado venezolano se hacía eco con entera satisfacción de aquella expansión económica.

La Cámara de la Construcción señalaba, en 1950, que:

«La industria de la construcción ha alcanzado un desarrollo tal en los últimos años, que no puede compararse al de ninguna otra industria en el país, viniéndose a colocar, por el inmenso capital que utiliza y por el número considerable de mano de obra que emplea, al lado de la industria petrolera, en el segundo puesto de nuestra actividad industrial» (12)

En 1955, el presidente de la Cámara de Comercio del estado Zulia decía que:

«En el año de 1952 el coronel Marcos Pérez Jiménez asciende a la Presidencia de la república. El Gobierno de su rectoría actúa enérgicamente. Todos los ramos de la Administración Pública, todas las actividades de la vida de la nación sienten su influjo vigoroso». (13)

Valmore Rodríguez, periodista, figura legendaria y vicepresidente de Acción Democrática, desde el exilio describía aquellos días con desgarradora crudeza:

«Situación próspera, aceptación del régimen, entusiasmo por las inauguraciones y desvanecimiento gradual de la influencia pública, moralizante del partido. Enyugamiento en masa al carro triunfal de la clase media, de los antiguos discretos, pendulares. Corrupción universal (…) danza de millones de los contratos, y de la venalidad general a las orgías universales, da una idea exacta de lo que se nos ha venido encima. Grandes inversiones de capital, especialmente norteamericano, pero también portugués, cuya inmigración está ahora reforzada por talentos técnicos y gran copia de actividades económicas nuevas italiano, francés, belga, etc. Jauja. El medio está decididamente transformado (…). Los héroes son los artistas de la radio y la televisión nacionales, en sus papeles románticos de la familia del Derecho de nacer, o como se llame el culebrón de marras (…) Tengo la sensación de que nos ha dejado el autobús. No para siempre, desde luego, porque todo esto que te reseño lleva las aguas a nuestro molino, pero está prosperidad… esas arcas desbordadas, dan para rato”. (14)

Como bien lo dijera Valmore, en aquellos días Venezuela vivía en jauja; la abundancia le había dado estabilidad a la dictadura e imponía a la oposición la preparación para un mejor momento político con una forma distinta de enfrentarlo.

Era menester esperar el tiempo en el cual -finalmente- se abriera la coyuntura electoral y volcarse a la preparación para entrarse a la misma en forma unitaria; lo que significaba poner de lado los legítimos intereses de cada partido político involucrado en mayor o menor medida contra la dictadura, para lo cual cada quien tenía una visión que entrañaba unos determinados límites.

Referencias:

(1) Rómulo Betancourt, Antología Política, T. VI, p. 176

(2) Ibidem p. 183

(3) Ibidem p. 244

(4) Ibidem p. 253

(5) Manuel González Abreu, Auge y caída del perezjimenismo, p. 92

(6) R.H., «Editoriales de El Heraldo«, p.14

(7) Ibidem pp. 14-15

(8) María Elena González, Los comerciantes de Caracas, p. 488

(9) Manuel González Abreu, Op. cit, p. 103

(10) R. H., Op. cit. p.15

(11) Manuel González Abreu, Op. cit. p. 90

(12) Ibidem p. 89

(13) Ibidem p. 100

(14) Rómulo Betancourt, Antología política, T. VI, p. 17

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Una nueva era está por comenzar
Venezuela en el siglo XX –más entre 1948 y 1998– vivió el periodo de mayor crecimiento económico e inversión de la historia de Latinoamérica. El presidente Carlos Andrés Pérez fue la personalidad de mayor figuración junto con Mandela en el Foro económico Mundial de 1992  

 

 @ovierablanco

Cien años de era positivista y democrática venezolana (1908-1998), de Gómez (inclusive) a Chávez (exclusive)], no las borra el que quiere. Reconociendo tránsitos gendarmes, restrictivos de libertades civiles y políticas, el siglo XX fue el período de mayor desarrollo social, económico, industrial y cultural del país. La denominada IV república fue fascinantemente pujante, siendo falsa la narrativa de lucha de clases. Un clúster de profanación, antihistórico… 

Entre charreteras y corbatas

Desde la llegada de Rómulo Betancourt hasta la injusta defenestración de Carlos Andrés Pérez de su presidencia, Venezuela vivió el periodo de mayor riqueza y progreso de su historia. Desmerecerlo obedece a una estrategia orwelliana de desintegración social, que apunta meter las ovejas en el corral. Y esquilmarlas…

El puente Rafael Urdaneta –mejor conocido como el puente sobre el Lago de Maracaibo– fue encargado por Pérez Jiménez al notorio ingeniero civil italiano Riccardo Morandi. El consorcio lo integraron Precomprimido C.A., Wayss & Freytag A.G; Julius Berger y Phillip Holtzman A.G. Fue construido en hormigón armado y pretensado, con una longitud de 8678 m y 134 pilares. La concepción de esta megaobra, al igual que las Torres de El Silencio, el Hotel Humboldt o la Ciudad Universitaria de Carlos Raúl Villanueva, seguían una visión-país modernista, espléndida, robusta, estilizada. Propia de un pensamiento rector, ilustrado y estadista, desprendido de dogmas y reflujos pobrecitistas.

Guri es otro ejemplo de magnanimidad. La ejecución y planificación de la Central Hidroeléctrica Simón Bolívar, embalse de Guri, comenzó en 1947 cuando Rómulo Betancourt era presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, y se culmina durante el gobierno de Rómulo Gallegos. En agosto de 1963 arranca la excavación y termina en 1978. Un embalse a una cota máxima de 215 metros sobre el nivel del mar, veinte turbinas y una inversión total de 5800 millones de dólares, que llegó a una capacidad instalada 10.000 MW (45 k gigavatios), tercero en potencia del planeta. La energía extra llegaba a Boa Vista, Cúcuta y la Guajira colombiana.

Visionarios como Leopoldo Sucre Figarella (Tumeremo/1922), hicieron de Guayana un complejo industrial irrepetible. El complejo de empresas básicas de Bolívar solo era comparable con la instalada en naciones caucásicas. Un emporio de energía y urbanismo devastado en los últimos cuatro lustros. “Científicos y ambientalistas señalan que la deforestación en las cuencas hidrológicas ha sido provocada por la minería aluvial de oro y diamantes de mafias desde 2011 (Chávez nacionaliza concesiones mineras) causa de la sequía del embalse de Guri».

La represa de Macagua es otra obra monumental del “Plan Nacional de Electrificación” de 1956 para fomentar el ahorro de petróleo como combustible de las termoeléctricas, resultado de la «Comisión de Estudios para la Electrificación del Caroní» (1953) por la Corporacion Venezolana de Fomento (CVP), bajo la dirección de Rafael Alfonzo Ravard. Un venezolano, militar e ingeniero íntegro cuya retina no la empañó la ideología. Fue el primer presidente de PDVSA.

No podemos dejar de mencionar el complejo hidroeléctrico Uribante Caparo “Leonardo Ruiz Pineda”, que se apoya en un sistema de cuatro presas construidas entre 1980 y 1986 con una superficie de 2000 ha (…). Obras concebidas y ejecutadas por los gobiernos de Betancourt, Leoni, Caldera, CAP, Herrera Campíns y Jaime Lusinchi, presidentes que aportaron al país todo un movimiento cultural, agroindustrial, siderúrgico, universitario, petrolero y urbano, entre charreteras y corbatas… de buena cepa.

PDVSA, la Apple de Latinoamérica y torres a granel

El primer gobierno de Pérez condujo a la nacionalización del petróleo y lanzamiento de PDVSA, segunda empresa de mayor capitalización del mundo. Solo hoy Apple, Amazon, Exxon o Microsoft podrían compararse en patrimonio. Se proyectan las torres gemelas del Parque Central de Caracas (255 m de altura), que fueron los rascacielos más altos de Latinoamérica. Luego llegaron la torre Mercantil, la torre Provincial; en 1969 el Caracas Hilton en el corazón de Bellas Artes, próximo al Teatro Teresa Carreño, al parque Los Caobos y Museos de Arte Moderno, Cine y Museo de Los Niños; la torre City Bank y la torre Movilnet (125 m) más la torre Polar I y II, el Cubo Negro, CCCT y Parque Cristal. Edificios a la altura y dimensión de una democracia liberal, vanguardista y ejemplar.

Mención aparte merece la torre del BCV, proyecto arquitectónico del arquitecto Tomás José Sanabria (1965) concedido por el presidente Raúl Leoni que ganó Premio Nacional de Arquitectura. Es el primer edificio inteligente del mundo. Tiene 27.000 metros cuadrados de construcción, mide 117 metros de altura y tiene 26 pisos para uso financiero. Fue inaugurado en 1973 por el presidente Rafael Caldera.

Venezuela en el siglo XX –más entre 1948 y 1998– vivió el periodo de mayor crecimiento económico e inversión de la historia de Latinoamérica. El presidente Carlos Andrés Pérez (personalidad de mayor figuración junto con Mandela en el Foro Económico Mundial de 1992) enfrentó, a su regreso de Suiza, el golpe de Estado del 4F-1992, que convirtió el gran viaje en un zarpazo histórico de abyectas consecuencias para las nuevas generaciones. Pero esa herida sanará. La Venezuela pujante regresará. Está en nuestras túnicas, en nuestras venas, en nuestras memorias.

Esta historia (la buena) continuará… Una nueva era está por comenzar. ¡Feliz año!

* Embajador de Venezuela en Canadá

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#10PensadoresIneludibles | Rómulo Betancourt

@eliaspino

Puede parecer extravagante la inclusión de Rómulo Betancourt, un hombre de acción, en el repertorio de los pensadores ineludibles de Venezuela. Sin embargo, realiza la actividad de hombre público partiendo de una profunda reflexión sobre su sociedad, que aconseja incorporarlo en la nómina de quienes han hecho diagnósticos fundamentales para el entendimiento de la marcha del país.

Familiarizado con la investigación del pasado, con los ensayos de autores de su tiempo y con quienes escribieron sobre el bien común desde el siglo XVIII en Europa, América Latina y Estados Unidos, deja una obra escrita de gran importancia para nuestra contemporaneidad.

En su juventud se aproxima sin suerte a la literatura, para llamar la atención después como activista de la Federación de Estudiantes de Venezuela en 1928. Entonces conoce la cárcel por una conferencia que ofrece sobre temas de actualidad, y debe abandonar el país por sus relaciones con un fracasado golpe de Estado contra el régimen de Gómez. Incansable en el ostracismo, participa en México en la fundación del PRV, una bandería de izquierda opuesta a la dictadura.

En Costa Rica figura entre los líderes más activos del Partido Comunista. A partir de 1931, establecido en Colombia, funda ARDI y participa en la redacción de un documento de interés sobre las posibilidades políticas de entonces, conocido como Plan de Barranquilla. Desparecido el tirano, vuelve para fundar dos organizaciones pioneras del partidarismo apenas incipiente: ORVE y PDN. De nuevo a la fuerza, marcha hacia el extranjero y se relaciona con los socialistas de Chile. 

Al regreso logra su creación esencial, Acción Democrática, el partido político fundamental del siglo XX venezolano. Y promueve la candidatura simbólica de Rómulo Gallegos a la presidencia de la república. La nominación del célebre escritor y la participación en los contados procesos electorales que entonces se realizan fortalecen el arraigo de la organización recién fundada, motivo que lo convierte en parte de un exitoso golpe contra el gobierno del presidente Medina Angarita.

Entre  1945 y 1947 es presidente de la Junta Cívico Militar, que inicia la renovación de la sociedad en un ambiente de controversia y participación popular. En noviembre de 1948 triunfa una militarada contra Gallegos, recientemente escogido como presidente constitucional en elección clamorosa; y debe marchar a otro exilio que se prolonga hasta 1958. A partir de tal año y hasta 1963, es presidente de la república en un período convulso que puede superar. En 1960 sufre un atentado con explosivos que quema de gravedad una parte de su cuerpo, pero sobrevive.

Editorialista de El País, periódico de su partido, ofrece textos diarios a los lectores entre 1944 y 1945. Venezuela, política y petróleo es su libro fundamental, cuya primera edición es de 1956 y más tarde circula con  reformas de contenido. También destacan entre sus obras: Con quién estamos y contra quién estamos, Una república en venta, Posición y doctrina, La segunda independencia de Venezuela y América Latina, democracia e integración. La fundación que lleva su nombre ha publicado una copiosa colección de su epistolario, con las anotaciones de rigor.

De todas las creaciones de Betancourt debe destacarse la fundación de un partido político de masas, partiendo de lo que existía desde el siglo XIX en la administración del bien común.

Desecha la idea marxista de una organización sin vínculos con la realidad, o dispuesta a imponer una receta que la cubra y modifique, para pensar en un proceso de aglutinación que desemboque en un domicilio capaz de incluir a obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales, comerciantes, propietarios e industriales medianos y pequeños.

Si se considera que no existe experiencia en la arquitectura de banderías como la que planea, es un portento que no desestime la heterogeneidad de la sociedad cuya reforma procura y desemboque en la puesta en marcha de un movimiento capaz de iniciar un proceso de renovación que logra influencia duradera. Se puede hablar de la existencia de un abismo en el entendimiento de la colectividad y en la valoración del papel de las masas, debido a la idea que impone a partir de los años treinta del siglo XX de lo que debe ser un partido político y de cuál será su propósito. Tal idea conduce a una percepción distinta del papel de las élites, de la virtud en el trabajo de los líderes políticos y de la evolución de las masas en sus posibilidades de control de las decisiones dentro y fuera de los partidos establecidos después del gomecismo.

Si estamos ante la concreción de un pensamiento que hasta entonces ha brillado por su ausencia, o ha sido intermitente, su trascendencia se agiganta debido a que lo piensa una figura del poder, o con aspiraciones  de controlarlo, como camino para la modernización de la sociedad, en términos generales. Pero también en el entendimiento particular de la riqueza petrolera y de su renta como palanca de trasformación en áreas como la educación, la salud pública, la alimentación, la propiedad agraria, la libertad de expresión y las comunicaciones.

Un conjunto de consideraciones tan ambicioso apenas se había abocetado en las tres primeras décadas de la centuria, lo cual permite afirmar que, debido a su impacto, suceden cambios profundos en la sociedad cuando toman el mando el dirigente y su partido.

El hecho de que el vecindario latinoamericano formara parte de las preocupaciones le da mayor proyección, especialmente en el empeño de crear frentes comunes en defensa de la democracia representativa y en la liquidación de los regímenes autoritarios de derecha e izquierda.

Como escribimos sobre un gigante de la política, el esbozo que se ha presentado de su pensamiento está sujeto a controversia. Más todavía en la actualidad, cuando se han sometido a crítica demoledora las ejecutorias de la democracia de la cual fue promotor. Si nos alejamos de los campos de batalla y hacemos un alto en las bibliotecas, manarán evidencias de sobra en torno a la magnitud de su legado intelectual.

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Alejandro Armas Nov 06, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Ya quisiéramos tener un Betancourt

@AAAD25

Debo confesar que ver a Leopoldo López activo es… Raro. Obviamente el líder de Voluntad Popular hizo de las suyas durante su cautiverio doméstico y bajo la protección de la diplomacia española. Pero ahora sus andanzas son mucho más visibles, y el señor no ha perdido su tiempo, como dejó claro la audiencia que sostuvo con el presidente español, Pedro Sánchez. Ah, y no malinterpreten. Celebro que un padre injustamente separado de su familia vuelva con ella, esta vez sin el confinamiento de una casa. Además, francamente creo que López es más útil para la causa democrática venezolana si tiene libertad de movimiento. Digo que es raro porque siento que ha pasado una eternidad desde 2014. Venezuela se ha deteriorado tanto, en todos los sentidos… Y eso que ya entonces estábamos muy mal.

Vean nada más el aspecto político. El chavismo nunca fue democrático, pero por más de década y media mantuvo ciertas apariencias que lo ponían en la zona gris de los regímenes híbridos. De eso ya no queda nada. Autoritarismo inequívoco es lo que hay.

La Asamblea Nacional fue desconocida de facto tan pronto cayó en manos de la oposición, y sus funciones fueron confiscadas.

La protesta ciudadana se volvió el blanco de una represión cruel (mucho más que antes). El acoso a medios y periodistas empeoró, al igual que la persecución de dirigentes y activistas opositores. Hoy muchos de estos se encuentran en el exilio, y la añadidura más reciente a esa lista, Leopoldo López, es la que enarbola un liderazgo más fuerte.

En sus primeras declaraciones a la prensa desde Madrid, López profirió una cita de Rómulo Betancourt que no pasó desapercibida: “we will come back” (“volveremos”). Aunque alguien pudiera pensar que Betancourt dijo esto tras el golpe militar de 1948 y el inicio de su tercer exilio, lo cual lo haría cónsono con la proclama de López, en realidad se le atribuye en circunstancias mucho menos funestas. A saber, la derrota de Acción Democrática ante el copeyano Luis Herrera Campíns en las elecciones presidenciales de 1978, las últimas durante la vida de Betancourt (quien a su vez citó entonces al general Douglas MacArthur, en medio de la evacuación estadounidense de las Filipinas de cara a la ocupación japonesa en la Segunda Guerra Mundial).

Como sea, no han faltado afirmaciones alusivas a la pertinencia de la cita, ya que, dicen algunos, hay un claro paralelismo entre Rómulo Betancourt y Leopoldo López. Según estas personas, al exalcalde de Chacao, como dirigente opositor de mayor peso fuera del país, le corresponde desempeñar el mismo papel que el del legendario adeco en su destierro de los años 50, con augurios de que el éxito se repita.

Ah, pero lamentablemente estos son deseos infundados, resultado de la necesidad psicológica de encontrar una roca a la cual asirse para no ser arrastrado por la corriente de la resignación. La causa es comprensible, pero el efecto no es sensato.

Quisiéramos nosotros tener un Rómulo Betancourt contemporáneo. Un animal político de semejante genialidad. No lo tenemos. Leopoldo López, ciertamente, no es uno.

Pese al respeto que le tengo por sus sacrificios personales en el esfuerzo para restaurar la democracia venezolana. Eso no significa que vaya a engañarme a mí mismo sobre sus destrezas y limitaciones.

Hay varias cualidades que distinguen a López de Betancourt. La primera a la que me voy a referir, siendo justos, aplica a toda la dirigencia opositora mayor de 40 años. Las carreras políticas de todos han transcurrido exclusivamente durante la hegemonía antidemocrática chavista o, en el caso de los mayores, durante la democracia, primero, y el chavismo, después. Por lo tanto, su experiencia lidiando con regímenes plenamente autoritarios es relativamente poca; y se limita al período que empezó, digamos, en 2016 y sigue desarrollándose. Esto es importante porque explica el hecho de que la coalición opositora haya sido exitosa electoralmente cuando el descontento social contra el chavismo finalmente estalló en 2015, sin haber podido avanzar casi, una vez que el régimen terminó de desmantelar los pocos vestigios de competitividad electoral que aún quedaban. Dicho de otra forma, nuestra dirigencia no ha sido capaz de replicar su victoria comicial en otros terrenos, que son aquellos a los que ha quedado confinada, lo cual se refleja en el estancamiento de la causa opositora.

Betancourt y sus coetáneos, por el contrario, pasaron toda su infancia y toda su adolescencia bajo la dictadura brutal de Juan Vicente Gómez. Fue en ella que comenzaron su activismo, lo cual les permitió familiarizarse con el duro entorno de la clandestinidad desde una edad muy temprana. Ya habían acumulado mucha experiencia en tal sentido cuando les tocó un enfrentamiento final contra Marcos Pérez Jiménez y su eufemísticamente llamado “gobierno de las Fuerzas Armadas”.

La segunda diferencia es más personal. Tan personal que es el personalismo, ni más ni menos. El personalismo de Leopoldo López. Estamos hablando de un político tremendamente ambicioso, con aspiraciones evidentes de llegar a la cúspide del poder en su país. Eso no lo hace especial entre los políticos y por supuesto que no lo distingue del hombre que inauguró 40 años de democracia venezolana con su victoria comicial de 1958. Pero si reparamos en la trayectoria partidista de López, otro gallo canta. Estuvo por muchos años en Primero Justicia, luego pasó brevemente a Un Nuevo Tiempo, y finalmente, fundó su propio partido, Voluntad Popular. La hegemonía que ejerce sobre la tolda anaranjada no es ningún secreto. Es elocuente que López, en vez de competir por el liderazgo de su primera casa, en cuyo caso se las hubiera visto con Julio Borges y Henrique Capriles, hubiera preferido crear otra organización, a su imagen y semejanza.

La relativa vaguedad ideológica de VP no hace sino dar otra indicación de que lo que importa es lo que el fundador piense.

Esa sed de protagonismo permanente, así como las ínfulas de grandeza, pueden ser una debilidad cuando se trata con un régimen como el chavista. No en balde varios de los fiascos de la oposición en la última década han sido atribuidos a imprudencias vinculadas con el ego de López, así como a errores de su parte estimando su margen de maniobra frente al chavismo.

Betancourt no era así. Fue un hombre de un solo partido, el cual atravesó varias  etapas (empezando por el PDN o, si se quiere, ARDI), pero fue siempre el mismo en términos de organización. Acción Democrática no giraba en torno a Betancourt; ni en su ideario ni en su operatividad. Sus fundamentos ideológicos son fáciles de identificar, con orígenes inspirados por el socialismo latinoamericano aprista (que a su vez bebió de las corrientes más radicales de la Revolución Mexicana) y una posterior moderación que desembocó en la socialdemocracia.

Dentro de la jerarquía de AD, Betancourt no fue un líder caudillesco, sino un primus inter pares, al menos en su relación con Raúl Leoni, Gonzalo Barrios y Luis Beltrán Prieto Figueroa.

Parte de su talento como zoon politikón radicaba en saber cuándo apartarse y delegar. A mediados de los 60 pudo intentar manejar el gobierno de Leoni desde las sombras. No lo hizo. En los 70 pudo volver a buscar la presidencia. No lo hizo.

Tal vez la audacia de ver en Leopoldo López a un nuevo Rómulo Betancourt sea poco notable cuando a él y a otros dirigentes opositores los han comparado de manera halagüeña con Winston Churchill o Nelson Mandela (¡!). En fin, creo que es hora de dejarse de eso. Los líderes de la causa democrática venezolana han hecho sacrificios que pocos estamos dispuestos a hacer y eso nadie se los puede negar. Pero ni siquiera la más deslumbrante pureza moral va necesariamente de la mano con la eficacia. Cuando hayamos pasado por una transición democrática exitosa, podremos hablar de un nuevo Betancourt (o varios). No antes.

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A 62 años de su firma: ¿Debemos volver a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo?

Los tres principales firmantes del Pacto de Puntofijo: de izq. a der. Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba. Foto en rafaelcaldera.com

 

A propósito de cumplirse los 62 años de la firma del Pacto de Puntofijo, reproducimos la charla del Dr. Rafael Caldera ¿Debemos volver a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo?, que transmitiera el programa Actualidad política, de Radio Caracas Televisión; y tomada de su versión taquigráfica, publicada en el diario La Esfera el 8 de noviembre de 1959

Un documento que recobra urgente vigencia como referente para la unidad política y recuperación de la democracia, en momentos en que se profundizan la disolución de la República, la tragedia humanitaria y la deriva dictatorial.

A continuación, el texto íntegro de la charla del Dr. Rafael Caldera:

“El 31 del pasado mes de octubre se cumplió el primer aniversario de la firma del Pacto suscrito por los partidos políticos Acción Democrática, Unión Republicana Democrática y Social Cristiano Copei, con motivo de establecer compromisos y señalar lineamientos para el proceso electoral que se iba a iniciar entonces y que culminaría el 7 de diciembre de 1958, y para la organización del país en el período constitucional.

Este documento, conocido generalmente como Pacto de Puntofijo, ha sido objeto de múltiples interpretaciones y comentarios en el seno de la opinión pública. Parece, por ello, interesante refrescar algunas ideas acerca de los antecedentes del Pacto, sus alcances y efectos para juzgar la situación actual de los distintos grupos políticos y los intereses nacionales en relación al mismo.

Debo empezar por reconocer que, con buena o mala intención, muchos han querido presentar el Pacto de Puntofijo como una regla para el reparto de prebendas burocráticas, como un compromiso para fijar la participación alícuota en los beneficios del Poder Público para los tres grandes partidos que lo suscribieron. Esta interpretación la hacen algunos, quizá de buena fe, pero debemos reconocer y recordar que el interés de deformar la interpretación de aquel documento existe, naturalmente en todos los que son enemigos del sistema democrático de gobierno.

Nada puede halagar más a quienes ambicionen un hecho de regresión en Venezuela, que el descrédito de las fuerzas políticas organizadas, que envolvería el descrédito del mismo sistema democrático y prepararía el terreno en la conciencia pública para cualquier hecho de fuerza.

Ambiente histórico del Pacto

En realidad, el Pacto se suscribió en momentos difíciles para el país. Habían transcurrido varios meses en los cuales las llamadas «reuniones de Mesa Redonda» no habían podido conducir a la proclamación de un solo candidato de unidad para la Presidencia de la República. Era ya un hecho el que los partidos políticos irían a las elecciones con sus respectivos candidatos, tanto para la Presidencia como para los cuerpos deliberantes. Había quienes hablaban en términos dramáticos, y con una intensa preocupación, de la ruptura de la Unidad. Había quebrado, según ellos, la unidad iniciada el 23 de enero, y no era posible ponerla a salvo ante el egoísmo de los partidos, cada uno de los cuales quería tener su organización específica y librar separadamente su propia campaña. Su conclusión era que la unidad iniciada el 23 de enero no había podido resistir a su primera prueba, es decir, el proceso electoral.

En esa situación difícil surgió la idea de suscribir un documento, un compromiso público, formal y solemne, para que ante el pueblo de Venezuela ratificaran los partidos políticos su voluntad unitaria; para que aun en el caso, visto ya inevitable, de que concurrieran a elecciones con candidatos diferentes, y de que contendieran con toda la pasión natural en un proceso electoral por obtener mayores votos, estaban dispuestos a salvar la Unidad, considerada indispensable para el robustecimiento del sistema democrático.

A 62 años de su firma: ¿Debemos volver a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo?
Las firmas del Pacto de Puntofijo (izq.), y la mesa donde se firmó el histórico acuerdo democrático. Gráficas de la Revista Élite número 1728 del 8 de noviembre de 1958.

El Pacto de Puntofijo no se firmó, pues, en momentos de euforia; no fue fruto de ilusión momentánea, de embriaguez unitaria; se suscribió (y aquí está uno de los hechos más significativos de su existencia) en momentos de intensa preocupación, en que ya se estaban tomando posiciones para la contienda electoral, en que ya se veía a la gente formar filas para luchar por los comicios; y sin embargo, los contendientes, como en una sana justa deportiva en que se abrazan ante el público para recordar que por encima de la contienda hay interés común que defender, se llegaron a una mesa y suscribieron aquel compromiso que tiene por eso mismo una inmensa significación.

Reafirmación de la Unidad

En el propio texto del Pacto –el cual hemos hecho editar profusamente para que quede amplia constancia de él y lo puedan leer y analizar todos los que se interesen por la vida política de Venezuela, es decir, todos los venezolanos de buena voluntad– se señalaban algunos hechos bastante interesantes.

 Uno era el de la conciencia de la Unidad

Se hacía una especie de recapitulación de las Mesas Redondas y se señalaba que en medio de la agitación política inherente al cambio de sistema, el resultado obtenido era favorable, toda vez que «las naturales divergencias entre los partidos, tan distintas del unanimismo impuesto por el despotismo, se han canalizado dentro de pautas de convivencia que hoy más que nunca –se decía– es necesario ampliar y garantizar».

Había, pues, una afirmación básica: la aspiración a que el proceso electoral «no solamente evitara la ruptura del frente unitario, sino que lo fortaleciera mediante la prolongación de la tregua política, la despersonalización del debate, la erradicación de la violencia interpartidista, y la definición de normas que facilitaran la formación del gobierno y de los cuerpos deliberantes, de modo que ambas agruparan equitativamente a todos los sectores de la sociedad venezolana interesados en la estabilidad de la República como sistema popular de gobierno».

 La lección de la experiencia

Por otra parte, se señala en el Pacto de Puntofijo un hecho que con frecuencia se tiende a menospreciar, si no a olvidar: el de que se llegó al compromiso a través de una lección de la experiencia. Fue esa lección de la experiencia, y no un entusiasmo momentáneo, lo que hizo que grupos divergentes en muchos de sus planteamientos programáticos, que se habían combatido acremente durante años en las trincheras de la lucha política, llegaran a formalizar el compromiso de unidad.

A 62 años de su firma: ¿Debemos volver a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo?
«Se señala en el Pacto de Puntofijo un hecho que con frecuencia se tiende a menospreciar, si no a olvidar: el de que se llegó al compromiso a través de una lección de la experiencia». Foto El Mundo.

El análisis cabal de los antecedentes –dice el Pacto–, de las características actuales y de las perspectivas de nuestro movimiento democrático, la ponderación comprensiva de los intereses legítimamente representados por los partidos a nombre de los centenares de miles de sus militantes, el reconocimiento de la existencia de amplios sectores independientes que constituyen factor importante en la vida nacional, el respaldo de las Fuerzas Armadas, el proceso de afirmación de la República como elemento institucional del Estado, sometido al control de autoridades constitucionales, y el firme propósito de auspiciar la unión de todas las fuerzas ciudadanas en el esfuerzo de lograr la organización de la nación venezolana, han estado presentes en el estudio de las diferentes fórmulas propuestas.

Fue, pues, una expresión clara, inequívoca, paladina, no egoísta ni excluyente de los sectores independientes ni de las otras fuerzas políticas o sociales organizadas, sino el reconocimiento de todos estos factores y el análisis de la experiencia histórica los que llevaron, en acto de gran responsabilidad, a los personeros de los tres partidos políticos, a suscribir aquel pacto, que tomó el nombre de Pacto de Puntofijo.

Alcances del convenio

El alcance esencial del pacto, naturalmente, era el de salvar la unidad en medio de la lucha electoral. Este fue el objetivo preciso. Pero no quedó confinado a estos términos el alcance del documento: hizo algunas afirmaciones que tienen inmenso valor dentro de la vida venezolana.

Uno de ellos es la exclusión del monopartidismo, es decir, del gobierno de un solo partido como sistema adecuado a la realidad democrática de Venezuela: «Se deja claramente sentado que ninguna de las organizaciones signatarias aspira ni aceptará hegemonía en el Gabinete Ejecutivo en el cual deben estar representadas las corrientes políticas nacionales y los sectores independientes del país, mediante una leal selección de capacidad».

Había, pues, una definición básica de gran interés para el afianzamiento de la vida venezolana. Y por eso se estableció que «si bien el ejercicio del poder por un partido es consecuencia legítima de una mayoría electoral, la suerte de la democracia venezolana y la estabilidad del Estado de derecho entre nosotros imponen convertir la unidad popular defensiva en gobierno unitario, por lo menos por tanto tiempo como perduren los factores que amenazan el ensayo republicano iniciado el 23 de enero».

Este reconocimiento lo hacían los tres partidos antes de conocer el resultado electoral; más aun, antes de iniciarse definitivamente la contienda.

El resultado, cualquiera que fuese, no podría justificar la tesis del gobierno por un solo partido.

Cualquiera que fuese el resultado o la mayoría que hubiere favorecido a alguna de las corrientes en pugna, aun reconociendo el derecho emanado de esa mayoría, las organizaciones signatarias expresaban el reconocimiento de que la democracia venezolana, para consolidarse, debía buscar la fórmula de un gobierno unitario por todo el tiempo necesario para erradicar los obstáculos que se oponen a su desarrollo, con participación de las fuerzas representativas de casi la unanimidad de la opinión nacional.

Por otra parte, para reafirmar el sentido de esta unidad en medio de la variedad, de este entendimiento en medio de la divergencia, de este compromiso al iniciarse una contienda, se hacía un señalamiento simbólico de una gran importancia para la vida venezolana: el de que los votos de los partidos signatarios habrían de constituir, todos juntos, una gran manifestación de la voluntad nacional contra la tiranía.

Si Pérez Jiménez había montado la farsa de un plebiscito absurdo, en el que nadie se daba la posibilidad de elegir, los partidos signatarios del Pacto de Puntofijo quisieron darle el sentido de un espontáneo y libre plebiscito a favor del sistema democrático de gobierno y en contra de la autocracia, a la suma de todos los votos que recogieran todos ellos en medio de la campaña electoral.

Un plebiscito contra la tiranía

Esta era la advertencia previa que se hacía al pueblo de Venezuela desde antes de registrarse las distintas candidaturas para la lucha electoral. Desde antes que esas candidaturas se presentaran al electorado, se le advertía a toda la ciudadanía el que los votos que se dieran por las distintas listas se sumarían todos, simbólicamente, como una gran afirmación de la voluntad nacional contra el despotismo.

Todos los votos emitidos –dice el Pacto de Puntofijo– a favor de las diversas candidaturas democráticas, serán considerados como votos unitarios y la suma de los votos por los distintos colores, como una afirmación de la voluntad popular a favor del régimen constitucional y de la consolidación del Estado de derecho.

No era una simple reglamentación formalista, sino el alineamiento definitivo de las fuerzas políticas a favor de un sistema de gobierno, el sistema democrático, y de la organización de la República dentro del Estado de derecho.

Para que esto se realizara de manera formal, y para que el compromiso con el pueblo tomara el cauce de una gran reforma social, se establecía allí el anticipo de lo que habría de ser el documento firmado el 6 de diciembre de 1958, es decir, el programa mínimo de gobierno, en el cual nos comprometíamos los candidatos presidenciales de los tres partidos para obligarnos a que cualquiera de los candidatos, al resultar electo, pusiera en práctica durante su período la ejecución de ese programa, en el cual quedamos comprometidos en coincidir y al cual quedamos comprometidos en respaldar en nombre de las organizaciones políticas que representábamos. Un programa mínimo preveía, pues, el Pacto de Puntofijo, «cuya ejecución sea el punto de partida de una administración nacional patriótica y el afianzamiento de la democracia como sistema».

Efectos del Pacto de Puntofijo

Casi no sería necesario recordarlo, si no fuera por las interpretaciones que han surgido en el acaloramiento de los tiempos. El primer efecto del pacto fue el de dar el ejemplo de una gran campaña electoral que se puede presentar como modelo en cualquier parte del mundo.

Un observador extranjero me llegó a decir alguna vez que oyendo a los candidatos no se sabía si estaban haciendo propaganda por su propia candidatura o por la de los demás. Claro, no faltaron dentro de la lucha electoral momentos de pasión. Especialmente en los últimos días hubo algunos encuentros físicos, algunos graves rozamientos, hubo maniobras, trucos electorales, y era imposible, dentro de la naturaleza humana, el aspirar a que no los hubiera.

Pero el proceso de las elecciones en Venezuela nos acreditó ante la conciencia del mundo como un pueblo culto, que sabía lo que quería y que tenía conciencia de cómo ejercer los derechos fundamentales de la vida democrática.

Pero, además del proceso mismo de la campaña, no podemos sustraer a los efectos del Pacto de Puntofijo el hecho de la aceptación del resultado de las elecciones. A veces somos propensos a olvidar, pero los días más difíciles quizás que ha tropezado nuestra experiencia democrática después del 23 de enero, y aparte de los incidentes violentos de las jornadas de julio y de septiembre (que al fin y al cabo nos encontraron a todos juntos, formando todos un solo y compacto bloque) fueron los días posteriores al 7 de diciembre, cuando se empezaron a conocer los resultados electorales y los ánimos enconados y las actitudes dubitativas plantearon ante la República el tremendo interrogante de si se iba a reconocer o aceptar aquellos resultados que comenzaron a arrojar los escrutinios.

El Pacto de Puntofijo señalaba como uno de los compromisos fundamentales el reconocimiento del resultado electoral, la adhesión de todas las fuerzas políticas a ese resultado y el compromiso de defenderlo, cada uno de nosotros y todos juntos, como si nos favoreciera el propio resultado a nuestros determinados y particulares intereses.

El afianzamiento del sistema a través de la constitución de los poderes elegidos por el pueblo, el retorno a la vida constitucional, la instalación de las cámaras legislativas, de las asambleas legislativas y de los concejos municipales, el 19 de enero, y la toma de posesión del presidente electo el 13 de febrero, fueron resultado de no escasa importancia, que no podemos olvidar, y que en gran parte debemos atribuir a los propósitos y compromisos formales estampados en el susodicho Pacto de Puntofijo.

El Gobierno de coalición

De acuerdo con el Pacto, el presidente electo llamó a las fuerzas políticas para reclamarle su participación en el Gobierno. Y quiero señalar este hecho, porque es de importancia para el esclarecimiento de nuestra historia política reciente. La participación de COPEI y de URD en el Gobierno, tanto en el Gabinete Ejecutivo como en las gobernaciones de estado y en otros cargos públicos, no fue el resultado de una presión ejercida por estos grupos sobre el presidente de la república, sino el resultado de una iniciativa del presidente de la república que, invocando los principios del Pacto y con el respaldo de su propio partido favorecido por la mayoría electoral, nos exigía compartir responsabilidades para el afianzamiento del sistema democrático.

Así empezó a funcionar el régimen de coalición. Así empezaron también las lamentables pugnas por posiciones políticas, degeneradas a veces en pugnas por situaciones burocráticas, que dieron a muchas gentes la impresión de que el Pacto de Puntofijo era una medida de reparto de prebendas, cuando la real situación había sido llegar al compromiso solidario por la firme convicción de la necesidad de fortalecer el sistema democrático de gobierno.

El gobierno de la Unidad no se hizo tampoco con carácter de agresión, ni mucho menos, a las fuerzas independientes ni a otras fuerzas políticas, sino con la ratificación de la importancia de los sectores independientes y del derecho de las otras organizaciones existentes en el país. Por eso se decía en el Pacto de Puntofijo que «su leal cumplimiento no limita ni condiciona el natural ejercicio por ellas de cuantas facultades puedan y quieran poner al servicio de las altas finalidades perseguidas». Y por ello también se invitaba «a todos los organismos democráticos a respaldar, sin perjuicio de sus concepciones específicas, el esfuerzo comprometido en pro de la celebración del proceso electoral en un clima que demuestre la actitud de Venezuela para la práctica ordenada y pacífica de la democracia».

La experiencia iniciada bajo el signo de Puntofijo ha tropezado con dificultades. Las dificultades son inherentes a los mecanismos de coalición. Pero debemos de reconocer con sinceridad (y ya lo hemos expresado varias veces) que el espíritu de la coalición parece que se hubiera hallado ausente en los últimos tiempos: esa gran fuerza que debe impulsar al cumplimiento de los fines específicos del Gobierno y de la administración en esta etapa constitucional en que vivimos.

Momento decisivo

Debemos reconocer que aquella idea generosa, básica, ha presentado frecuentes deterioros. Que la gente tiene la impresión de que las fuerzas políticas a veces pierden la conciencia del deber común ante la divergencia de determinados conflictos. Encontramos a veces situaciones de crisis que alarman –no sin razón– a las conciencias preocupadas de todos los venezolanos que queremos que el régimen constitucional sea estable, que la Reforma Social se haga a paso firme y que podamos dar garantías suficientes para el desarrollo económico, a fin de crear oportunidad de ocupación a los venezolanos que no encuentran trabajo.

Tenemos por delante un momento verdaderamente decisivo. Para salvar el espíritu del Pacto de Puntofijo es necesario que hagamos y ratifiquemos el propósito de vigorizar el espíritu unitario que logró la coalición hoy existente. Yo estoy perfectamente convencido de que la coalición es una necesidad en Venezuela; pero también lo estoy de que el pueblo concebiría el pacto como una burla a sus intereses, si no pusiéramos todos de nuestra parte un esfuerzo para que la acción administrativa y la realidad política se impulsen hacia finalidades claras.

Lo más grave que le podría pasar a Venezuela, en el actual momento que atraviesa, sería perder la fe en las instituciones democráticas. Estas están representadas en los partidos. En los días de enero del 58, el pueblo tuvo un gran respeto, adhesión fervorosa por la palabra de sus dirigentes, los dirigentes de los partidos.

Crisis tremendas, que habrían provocado en otros pueblos estremecimientos violentos, pudieron conjurarse porque, día tras día y en cada momento de peligro, las voces de los dirigentes responsables de los distintos sectores de opinión se le dieron al pueblo, y el pueblo tuvo oídos abiertos y espíritu receptivo para escuchar sus consignas.

Este tesoro, este capital que otras naciones no tuvieron en ocasiones similares, tenemos que salvarlo ahora. Y seríamos verdaderamente injustos, duros y mezquinos, y hasta traidores con los derechos del pueblo de Venezuela, si sembramos en su conciencia la idea de que los partidos políticos no son organizaciones para defender sus intereses, sino representaciones de burócratas, comanditas de intereses que pelean por arrancar presas dentro de un gran festín presupuestario.

Llevar esa idea al ánimo del pueblo sería preparar inevitablemente, quiérase o no se quiera, el retorno a formas de autocracia y despotismo. Porque si el pueblo no cree en los partidos, ¿cómo puede creer en el ejercicio de la democracia? Si el pueblo perdiera la fe en los grupos que han luchado por él, que se han sacrificado por la libertad y que han sacrificado egoísmos para plasmar en una realidad concreta la vida democrática, ¿quién podría entonces poner coto a través de la misma voluntad popular, a las ambiciones que pueden estar acechando, como acecharán siempre a vuelta de la esquina?

El espíritu de Puntofijo

Es necesario, por ello, que volvamos a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo. Este no se realizó con cómoda tranquilidad alrededor de una mesa en que hubiéramos colocado un pastel para ver cuál era la tajada que le tocaba a cada uno.

El Pacto de Puntofijo se celebró en momentos en que la angustia de que la Unidad estaba en quiebra amenazaba hacer crisis en la opinión de los venezolanos.

Entonces fuimos a decirles que a pesar de que nuestras convicciones partidistas y las conversaciones celebradas nos llevaban a la convicción de que habría candidaturas separadas y opuestas, y de que cada uno de nosotros haría campaña por su candidatura respectiva, no olvidábamos el compromiso de unidad que nos vinculó en las jornadas de liberación de enero del 58 y al cual llegamos (cosa que no debemos olvidar y que debemos recordar muchas veces) por el camino del sufrimiento, por el camino del dolor, en la noche oscura de la tiranía, que nos fue vinculando y poniéndonos uno al lado del otro para hacernos ver que por encima de nuestras diferencias había un gran común interés en el bien del pueblo venezolano y en la defensa de la libertad.

Ese espíritu de Puntofijo, la interpretación genuina de aquel Pacto, es la que debemos reclamar ahora: que el Pacto de Puntofijo sea la expresión vigorizadora del espíritu de entendimiento de los venezolanos, y que tengamos presente el deber de unidad, que nos puede llevar a paso firme a la meta que andamos buscando.

Cuando estemos en un régimen democrático consolidado, podremos darnos el lujo de comenzar a pelear entre nosotros y ojalá que entonces no olvidemos que por el camino de la negación sistemática no se llega nunca a las grandes soluciones creadoras. Pero hoy estamos más obligados que nunca a continuar en nuestra jornada. Y mi voz, que en este caso no es una voz personal, sino la voz de todo el movimiento copeyano y de todos aquellos venezolanos que sin formar filas en nuestro movimiento comparten las ideas que sustentamos, esa voz representa el compromiso de luchar para que no se rompa la Unidad, para que no se rompa el compromiso, y todo lo contrario, para que desaparezca la presencia odiosa de las mezquindades y que una grande y positiva fraternidad presida la recuperación del destino de Venezuela.

Buenas noches».

Nota: este artículo fue publicado originalmente en la web oficial www.rafaelcaldera.com

Una latencia llamada Milagros (atentado a Rómulo Betancourt hace 60 años)

La explosión ocurrió a las 9:15 de la mañana. A las 10:15 p. m. Rómulo Betancourt recibió a 22 periodistas en el Hospital Universitario. A las 11:45 p. m. ya estaba en Miraflores, con las manos vendadas y anteojos nuevos.

@VV_Suarez 

Luis Cabrera Sifontes, el hombre que accionó la bomba que por poco catapulta a Rómulo Betancourt directo al Panteón Nacional, abordó el Curtiss C-46 de la línea aérea RANSA con tres maletas. Dos eran color verde, repletas de nitroglicerina en forma de dinamita compacta y de nitrato de amonio reforzado con TNT. La tercera, más pequeña, era de semicuero imitación de piel de caimán barbudo que contenía la estación de acción remota que haría explotar una carga mortífera a las 9:15 de una mañana pluviosa el 24 de junio de 1960 en el Paseo de Los Próceres.

Estaban en Ciudad Trujillo (Santo Domingo). El grupo conspirador, encabezado por el general montonero Carlos Sanoja Rodríguez y el excapitán de navío Eduardo Morales Luengo, había discutido y acordado con el dictador Rafael Leonidas “Chapita” Trujillo una serie de acciones encaminadas a deponer al gobierno venezolano, en asociación con facciones perezjimenistas del ejército nacional.

El atentado de Los Próceres no estaba en los planes iniciales. Trujillo les entregó un lote de armas (ametralladoras, fusiles, pistolas, cacerinas, granadas, todos muy viejos y de escasa potencia), que fue descargado en una hacienda guariqueña propiedad del presidente de RANSA, Carlos Chávez, antes de aterrizar en Maiquetía el día 18 de junio.

El cargamento de explosivos fue añadido en el momento del abordaje de regreso de Ciudad Trujillo, luego de que el temible jefe del Servicio de Inteligencia Militar dominicano, coronel Johnny Abbes García, hubiera convencido a Cabrera Sifontes de su presunta utilidad en el momento en que estallara el golpe de Estado planeado e insinuado un atentado contra el presidente venezolano.

Rafael Poleo ya despuntaba como buen reportero. Fue de los primeros periodistas en trazar perfiles (revista Élite) de los personajes instrumentales en el atentado, Cabrera Sifontes y Manuel Vicente Yánez Bustamante.

Cabrera es radiotécnico y agrimensor, que sabe de ondas y teodolitos. Sufre de ludopatía. Inventa planes inmobiliarios que ahora le tienen en apuros.

A Yánez Bustamante le embargan una cantera en Guatire y en su expediente figuran dos denuncias por estafa de fondos públicos.

Poleo: “Cabrera estaba definitivamente perdido por el juego. No por distinto, el vicio de Manuel Vicente era menos peligroso. Las mujeres le tenían de cabeza. Había desfalcado las rentas municipales de Petare, donde trabajaba. Para tapar el hueco pidió prestado y el prestamista (el general Sanoja) a poco cobró, a modo de intereses, al obligarlo a hacerse conspirador”.

Abbes García instruyó a Cabrera Sifontes sobre el uso del sistema de microondas y le había enseñado fotos sobre las devastaciones resultantes en sus experimentos contra objetos y personas.

Por encima de todos estaban Sanoja Rodríguez y Morales Luengo, quien fuera director del Círculo Militar en tiempos de Pérez Jiménez. Ambos seguían la ruta golpista de Castro León y Martín Parada.

¿Dónde estaban mis amigos periodistas que en los chats de ahora recuerdan aquel bululú? Para el viernes 24 de junio, comienzo de puente festivo en todo el país, Evaristo Marín estaba en “Pedro González” brincando fogatas de San Juan. Jesús Cova, en Caripito celebrando la participación de “La primera lanza de Oriente” en la Batalla de Carabobo. Omar Pineda, sin pelo en el sobaco aún, estaba en Artigas, preparándose para ver una avanzada del desfile del Día del Ejército, que pasaría por la avenida San Martín rumbo a Los Próceres (esa mañana le preguntó a su cuate “Mascavidrio” ¿qué tal me vería con uniforme militar?).

A Betancourt se le había alborotado el hígado y tenía regurgitaciones gástricas con tripa a punto de colitis, y además había amenaza de lluvia, según el Observatorio Cajigal. A las 10 de la noche del jueves 23 decidió que asistiría al desfile. Ese dato se filtró, aún sin explicación 60 años después. Cuando el Cadillac blindado entró por la redoma de Los Símbolos, sus ocupantes, la seguridad presidencial y el SIFA avistaron un chatarroso Oldsmobile verde modelo 1954 matrícula HK-6-ARI aparcado a la vera de la avenida, a 300 metros del puente que da hacia la Nueva Granada. Nadie reparó, sino cuando estalló.

Al igual que en el caso de la intentona chavista del 4 de febrero de 1992, la acción conspirativa y el atentado estaban avisados. A la Digepol y a la PTJ las habían dejado fuera del equipo de seguridad presidencial. Estados Unidos había remitido una advertencia y un delegado del Departamento de Estado se había reunido cuatro días antes con Betancourt. En la portada de la edición del sábado 25 del diario El Nacional, apareció un pequeño recuadro que decía: “Un cable del exterior anunciaba al gobierno el atentado”.

Atentado a Rómulo Betancourt
Detalle de la portada de El Nacional (25-6-1960), donde un pequeño recuadro decía: “Un cable del exterior anunciaba al gobierno el atentado».

Hasta Carlos Andrés Pérez, desde San Cristóbal, envió un radiograma sobre los rumores de la trama. Al ministro de la Defensa, general Josué López Henríquez, le pareció “raro” el ambiente, pero no actuó.

En la mañana, antes de que los agentes de tráfico trancaran las vías de acceso a la zona, Yánez Bustamante fingió un desperfecto que le obligaba a dejar el coche aparcado allí. Ya estaban en el maletero los 65 kilos de dinamita y la estación que debía recibir la orden remota que desencadenaría la explosión. Las dos maletas estaban amorochadas y conectadas entre sí por cables, y encima de ellas el detonador.

Por curiosidad, me paseé muchas veces por el escenario del crimen. Vivía en Santa Mónica, al lado este de la avenida. Iba una y otra vez para tratar de certificar cómo se habían dispuesto los dos encargados del atentado. En paralelo corre el río El Valle, hacia el norte, buscando al Guaire. Del lado de allá estaban (o están) varias fábricas de bloques de concreto y tubería para aguas servidas. Esa quebrada está embaulada, pero con bastante vegetación a la altura de las vías peatonales. Ese mismo recorrido lo habían hecho las comisiones investigadoras, tanto de la inteligencia militar venezolana como de las misiones de la OEA que se encargaron del caso casi inmediatamente.

Manuel Vicente se hacía el loco con lo del auto averiado; se alejó un poco, fuera del efecto de la onda expansiva que se produciría un rato después. No podía abandonar el sitio puesto que tenía que cantar la zona. Debía estar a la vista de su compinche.

Cabrera Sifontes se había instalado en la ribera opuesta. Había armado la estación de microondas que había traído de Santo Domingo en una maleta de cuero de caimán. Con unos binoculares observaba a Manuel Vicente, a la espera de la señal convenida, y también miraba al Oldsmobile verde.

La señal era simple: el gesto de quitarse el sombrero. Esa señal estaba condicionada al momento exacto en que tanto el Cadillac como el Oldsmobile estuvieran en paralelo. Un objeto fijo a la espera de emparejarse con un objetivo que marchaba a media velocidad. La precisión del acto percutivo sería crucial. El objetivo móvil estaba blindado. Había que accionar la carga explosiva en el momento exacto, para que la dinamita surtiera efecto total.

Confluían dos factores decisivos, a cargo de Cabrera Sifontes: el agudo sentido de la vista (Manuel Vicente se quita el sombrero) y la acción no refleja de accionar el suiche que emitiría la orden para que estallara la carga distante.

El sueco Alfred Nobel inventó la dinamita en 1867 y en 1888 el alemán Heinrich Rudolf Hertz demostró la existencia de ondas electromagnéticas. Cuando se unieron ambos elementos veinte años después, el mundo tembló. En todos los conflictos bélicos del siglo XX, los sistemas de radiofrecuencias habían servido de apoyo para la expansión del uso de explosivos, sobre todo con el objeto de incapacitar momentánea o permanentemente al enemigo en un radio limitado. En el XXI, los conflictos en Oriente Medio han acentuado su uso mortal.

Los sistemas de microondas permiten que una orden sea ejecutada a distancia. En 1960 la separación entre emisor y receptor era bastante limitada (entre 100 y 300 metros, según la potencia de la señal y la ausencia de obstáculos físicos entre los puntos).

Para el atentado, la dotación entregada por los dominicanos era sencilla y parecía muy efectiva. El transmisor consistía en dos tubos al vacío colocados dentro de una caja de tocadiscos de 45 RPM, con una batería de seis voltios, con capacidad para actuar dentro de un límite de diez a catorce megaciclos.

Sobre la instrumentación del atentado, Betancourt se atrevió a decir: “Fue usado el novísimo sistema de atentados políticos, que tuvimos el dudoso privilegio de estrenar, de hacer estallar la poderosa bomba desde una distancia de centenares de metros, mediante un mecanismo de microondas”.

Pero un detalle, invisible y para ese momento no cuantificable dejado al libre cálculo del perpetrador, impidió que Betancourt y el resto de los tripulantes del Cadillac murieran en el acto (menos el coronel Ramón Armas Pérez, jefe de la Casa Militar).

Se llama latencia.

En comunicaciones inalámbricas, latencia es el tiempo en que una señal (o un paquete de señales) se propaga entre los diversos puntos de una red. Actualmente se mide en milisegundos y hasta en nanosegundos. Hace 60 años, la latencia se medía en segundos. En síntesis, significa retardo. Se refiere al tiempo que tarda en llegar una acción desde su punto de inicio hasta su punto de fuga o cuando la acción se consuma.

La vemos durante las tormentas: primero el relámpago y luego el trueno. La apreciábamos claramente en los comienzos de las transmisiones de televisión satelital. No había sincronía entre la imagen y el audio (nunca será perfecta, puesto que la luz viaja más rápido que el sonido). Cada quien iba por su lado, uno detrás de la otra. “Mueve un pie y el otro le sigue, donde vaya”, cantaba Sergio Pérez, el nieto salsero de Rómulo Betancourt.

Cabrera ve que Manuel Vicente se ha quitado el sombrero cuando cree que ambos vehículos están aparejados (primera latencia), luego Cabrera acciona el suiche (segundo retardo), la onda radioeléctrica cruza el río (tercera latencia), la onda acciona el detonador de la carga explosiva (cuarta latencia). Finalmente, quinta latencia, la dinamita estalla y hace que el Cadillac vuele por los aires, como Aldo Moro en Roma, como Carrero Blanco en Madrid. Pero Rómulo y su pipa no mueren.

Pocos días antes había desafiado al Altísimo: “Que se me quemen las manos…”, había soltado su gañote gruñón. La explosión ocurrió a las 9:15 de la mañana. A las 10:15 p. m. recibió a 22 periodistas en el Hospital Universitario. A las 11:45 p. m. ya estaba en Miraflores, con las manos vendadas y anteojos nuevos. Estaba maltrecho pero no abollado. Cuando se dirigió al país por radio, muchos creyeron que se trataba de la voz del Ciego Hilario, que lo imitaba a la perfección.

Apareció en televisión 22 días después del atentado, con el propósito de mitigar la campaña de desinformación que habían desatado la emisora de radio La Voz Dominicana y el diario El Caribe, ambos controlados por Trujillo, replicadas por muchas agencias internacionales de noticias.

Decían que estaba tuerto, que había quedado ciego, que ahora sí era verdad que no escuchaba a nadie, que ni culo tenía para sentarse, que sus capacidades mentales habían aparcado en la Luna. Cuando, por prescripción médica, debió ser suspendido un encuentro en la frontera con el presidente colombiano Alberto Lleras Camargo, El Caribe tituló: “Sigue incapacitado”.

Una latencia llamada Milagros, atentado contra Rómulo Betancourt, por Víctor Suárez.
Ni ciego, ni tuerto, ni loco. Betancourt salió por la TV a los 22 días del atentado para mitigar la campaña de desinformación liderada por los medios controlados por Chapita Trujillo.

El estallido produjo una onda de calor calculada en 4000 grados centígrados. Pero nada siguió luego del chicharrón: ni rebelión militar, ni otros actos de fuerza, ni movilización popular. Raúl Leoni, Rafael Caldera y Jóvito Villalba tomaron por unas horas el mando político (Pacto de Punto Fijo AD-Copei-URD). A pesar de que en sí el acto no falló, que Rómulo siguiera con vida paralizó todos los planes de la conspiración.

El periodista español Miguel de los Santos Reyero, en su libro “El último hermoso crimen” (1972): “una fracción de segundo de más, o de menos, podía hacer fallar la operación”. El historiador Edgardo Mondolfi, en su libro “El día del atentado” (2013): “eso fue probablemente lo que ocurrió y tal vez, para suerte de Betancourt, la clave radique en la imprecisión de unos cuantos segundos de rezago a causa de la distancia que Cabrera guardaba de su objetivo cuando le correspondió apretar el suiche”.

Unos días después del atentado, tras el arresto de la mayoría de los responsables, Nels Benson, especialista en demoliciones del ejército de EE. UU., cedido por el Pentágono para ayudar en la investigación, rindió un informe sobre la técnica y uso de los explosivos utilizados en Los Próceres. Benson sostuvo que hubiera sido difícil para la persona que operara el transmisor conseguir un cálculo exacto para el momento de la explosión, si hubiera tenido que actuar a base de la señal de otro individuo. La disparidad entre el ángulo de visión de Yánez Bustamante y la ubicación real del objetivo móvil al momento de quitarse el sombrero podría explicar por qué el centro del impacto fue logrado en la parte delantera del vehículo y no en su parte trasera, donde viajaba el presidente. (Cito al investigador histórico y periodista dominicano Miguel Guerrero en Listín Diario el 28-6-2011).

Mientras recogen los vidrios, Morales Luengo, Cabrera Sifontes y Yánez Bustamante se van hacia La Guaira por la carretera vieja. Lanzan por los barrancos el aparato de radiofrecuencia. En Macuto se alojan en una pensión. Al día siguiente, Yánez vuelve a Caracas y se entrega. Delata toda la operación. El 29 de junio Morales Luengo es detenido cuando intentaba asilarse en una embajada. El general Sanoja Rodríguez, enlace con Chapita Trujillo, es detenido en Caracas. El copiloto del Curtiss C46 también es detenido, pero el piloto escapa a Miami. Carlos Chávez, presidente de RANSA se entrega y en 1964 le cierran la empresa.

El radiotécnico Luis Cabrera Sifontes huye hacia occidente, en busca de la frontera colombiana. Es capturado dos semanas después en Cabudare, estado Lara. Andaba disfrazado de peón, con cédula falsa, tripulando un burrito sabanero camino de Belén.

Sobre Chapita Trujillo, en su aparición en TV del 16 de julio Betancourt advirtió: “He dicho al respecto palabras claras, precisas, meditadas y definitivas: si la OEA no adopta las medidas que signifiquen en los hechos la erradicación de ese foco de perturbación en el Caribe, Venezuela, por sentido de dignidad nacional, aplicará unilateralmente las sanciones del caso”.

Se trataba de la “Operación Relámpago”, acción de represalia armada en terreno dominicano que un día después del atentado empezó a zurcirse en la Fuerza Aérea Venezolana, pero que nunca se concretó. La OEA hace lo suyo, aplica sanciones, y once meses después Chapita cae abaleado en Ciudad Trujillo, excapital de la República Dominicana.

* (Datos esenciales tomados de El día del atentado – Edgardo Mondolfi Gudat – 2013 – Editorial Alfa – Caracas – Venezuela).

 

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