A 62 años de su firma: ¿Debemos volver a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo?
Los tres principales firmantes del Pacto de Puntofijo: de izq. a der. Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba. Foto en rafaelcaldera.com
A propósito de cumplirse los 62 años de la firma del Pacto de Puntofijo, reproducimos la charla del Dr. Rafael Caldera ¿Debemos volver a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo?, que transmitiera el programa Actualidad política, de Radio Caracas Televisión; y tomada de su versión taquigráfica, publicada en el diario La Esfera el 8 de noviembre de 1959
Un documento que recobra urgente vigencia como referente para la unidad política y recuperación de la democracia, en momentos en que se profundizan la disolución de la República, la tragedia humanitaria y la deriva dictatorial.
A continuación, el texto íntegro de la charla del Dr. Rafael Caldera:
“El 31 del pasado mes de octubre se cumplió el primer aniversario de la firma del Pacto suscrito por los partidos políticos Acción Democrática, Unión Republicana Democrática y Social Cristiano Copei, con motivo de establecer compromisos y señalar lineamientos para el proceso electoral que se iba a iniciar entonces y que culminaría el 7 de diciembre de 1958, y para la organización del país en el período constitucional.
Este documento, conocido generalmente como Pacto de Puntofijo, ha sido objeto de múltiples interpretaciones y comentarios en el seno de la opinión pública. Parece, por ello, interesante refrescar algunas ideas acerca de los antecedentes del Pacto, sus alcances y efectos para juzgar la situación actual de los distintos grupos políticos y los intereses nacionales en relación al mismo.
Debo empezar por reconocer que, con buena o mala intención, muchos han querido presentar el Pacto de Puntofijo como una regla para el reparto de prebendas burocráticas, como un compromiso para fijar la participación alícuota en los beneficios del Poder Público para los tres grandes partidos que lo suscribieron. Esta interpretación la hacen algunos, quizá de buena fe, pero debemos reconocer y recordar que el interés de deformar la interpretación de aquel documento existe, naturalmente en todos los que son enemigos del sistema democrático de gobierno.
Ambiente histórico del Pacto
En realidad, el Pacto se suscribió en momentos difíciles para el país. Habían transcurrido varios meses en los cuales las llamadas «reuniones de Mesa Redonda» no habían podido conducir a la proclamación de un solo candidato de unidad para la Presidencia de la República. Era ya un hecho el que los partidos políticos irían a las elecciones con sus respectivos candidatos, tanto para la Presidencia como para los cuerpos deliberantes. Había quienes hablaban en términos dramáticos, y con una intensa preocupación, de la ruptura de la Unidad. Había quebrado, según ellos, la unidad iniciada el 23 de enero, y no era posible ponerla a salvo ante el egoísmo de los partidos, cada uno de los cuales quería tener su organización específica y librar separadamente su propia campaña. Su conclusión era que la unidad iniciada el 23 de enero no había podido resistir a su primera prueba, es decir, el proceso electoral.
En esa situación difícil surgió la idea de suscribir un documento, un compromiso público, formal y solemne, para que ante el pueblo de Venezuela ratificaran los partidos políticos su voluntad unitaria; para que aun en el caso, visto ya inevitable, de que concurrieran a elecciones con candidatos diferentes, y de que contendieran con toda la pasión natural en un proceso electoral por obtener mayores votos, estaban dispuestos a salvar la Unidad, considerada indispensable para el robustecimiento del sistema democrático.
El Pacto de Puntofijo no se firmó, pues, en momentos de euforia; no fue fruto de ilusión momentánea, de embriaguez unitaria; se suscribió (y aquí está uno de los hechos más significativos de su existencia) en momentos de intensa preocupación, en que ya se estaban tomando posiciones para la contienda electoral, en que ya se veía a la gente formar filas para luchar por los comicios; y sin embargo, los contendientes, como en una sana justa deportiva en que se abrazan ante el público para recordar que por encima de la contienda hay interés común que defender, se llegaron a una mesa y suscribieron aquel compromiso que tiene por eso mismo una inmensa significación.
Reafirmación de la Unidad
En el propio texto del Pacto –el cual hemos hecho editar profusamente para que quede amplia constancia de él y lo puedan leer y analizar todos los que se interesen por la vida política de Venezuela, es decir, todos los venezolanos de buena voluntad– se señalaban algunos hechos bastante interesantes.
Uno era el de la conciencia de la Unidad
Se hacía una especie de recapitulación de las Mesas Redondas y se señalaba que en medio de la agitación política inherente al cambio de sistema, el resultado obtenido era favorable, toda vez que «las naturales divergencias entre los partidos, tan distintas del unanimismo impuesto por el despotismo, se han canalizado dentro de pautas de convivencia que hoy más que nunca –se decía– es necesario ampliar y garantizar».
Había, pues, una afirmación básica: la aspiración a que el proceso electoral «no solamente evitara la ruptura del frente unitario, sino que lo fortaleciera mediante la prolongación de la tregua política, la despersonalización del debate, la erradicación de la violencia interpartidista, y la definición de normas que facilitaran la formación del gobierno y de los cuerpos deliberantes, de modo que ambas agruparan equitativamente a todos los sectores de la sociedad venezolana interesados en la estabilidad de la República como sistema popular de gobierno».
La lección de la experiencia
Por otra parte, se señala en el Pacto de Puntofijo un hecho que con frecuencia se tiende a menospreciar, si no a olvidar: el de que se llegó al compromiso a través de una lección de la experiencia. Fue esa lección de la experiencia, y no un entusiasmo momentáneo, lo que hizo que grupos divergentes en muchos de sus planteamientos programáticos, que se habían combatido acremente durante años en las trincheras de la lucha política, llegaran a formalizar el compromiso de unidad.
El análisis cabal de los antecedentes –dice el Pacto–, de las características actuales y de las perspectivas de nuestro movimiento democrático, la ponderación comprensiva de los intereses legítimamente representados por los partidos a nombre de los centenares de miles de sus militantes, el reconocimiento de la existencia de amplios sectores independientes que constituyen factor importante en la vida nacional, el respaldo de las Fuerzas Armadas, el proceso de afirmación de la República como elemento institucional del Estado, sometido al control de autoridades constitucionales, y el firme propósito de auspiciar la unión de todas las fuerzas ciudadanas en el esfuerzo de lograr la organización de la nación venezolana, han estado presentes en el estudio de las diferentes fórmulas propuestas.
Fue, pues, una expresión clara, inequívoca, paladina, no egoísta ni excluyente de los sectores independientes ni de las otras fuerzas políticas o sociales organizadas, sino el reconocimiento de todos estos factores y el análisis de la experiencia histórica los que llevaron, en acto de gran responsabilidad, a los personeros de los tres partidos políticos, a suscribir aquel pacto, que tomó el nombre de Pacto de Puntofijo.
Alcances del convenio
El alcance esencial del pacto, naturalmente, era el de salvar la unidad en medio de la lucha electoral. Este fue el objetivo preciso. Pero no quedó confinado a estos términos el alcance del documento: hizo algunas afirmaciones que tienen inmenso valor dentro de la vida venezolana.
Uno de ellos es la exclusión del monopartidismo, es decir, del gobierno de un solo partido como sistema adecuado a la realidad democrática de Venezuela: «Se deja claramente sentado que ninguna de las organizaciones signatarias aspira ni aceptará hegemonía en el Gabinete Ejecutivo en el cual deben estar representadas las corrientes políticas nacionales y los sectores independientes del país, mediante una leal selección de capacidad».
Había, pues, una definición básica de gran interés para el afianzamiento de la vida venezolana. Y por eso se estableció que «si bien el ejercicio del poder por un partido es consecuencia legítima de una mayoría electoral, la suerte de la democracia venezolana y la estabilidad del Estado de derecho entre nosotros imponen convertir la unidad popular defensiva en gobierno unitario, por lo menos por tanto tiempo como perduren los factores que amenazan el ensayo republicano iniciado el 23 de enero».
Este reconocimiento lo hacían los tres partidos antes de conocer el resultado electoral; más aun, antes de iniciarse definitivamente la contienda.
Cualquiera que fuese el resultado o la mayoría que hubiere favorecido a alguna de las corrientes en pugna, aun reconociendo el derecho emanado de esa mayoría, las organizaciones signatarias expresaban el reconocimiento de que la democracia venezolana, para consolidarse, debía buscar la fórmula de un gobierno unitario por todo el tiempo necesario para erradicar los obstáculos que se oponen a su desarrollo, con participación de las fuerzas representativas de casi la unanimidad de la opinión nacional.
Por otra parte, para reafirmar el sentido de esta unidad en medio de la variedad, de este entendimiento en medio de la divergencia, de este compromiso al iniciarse una contienda, se hacía un señalamiento simbólico de una gran importancia para la vida venezolana: el de que los votos de los partidos signatarios habrían de constituir, todos juntos, una gran manifestación de la voluntad nacional contra la tiranía.
Si Pérez Jiménez había montado la farsa de un plebiscito absurdo, en el que nadie se daba la posibilidad de elegir, los partidos signatarios del Pacto de Puntofijo quisieron darle el sentido de un espontáneo y libre plebiscito a favor del sistema democrático de gobierno y en contra de la autocracia, a la suma de todos los votos que recogieran todos ellos en medio de la campaña electoral.
Un plebiscito contra la tiranía
Esta era la advertencia previa que se hacía al pueblo de Venezuela desde antes de registrarse las distintas candidaturas para la lucha electoral. Desde antes que esas candidaturas se presentaran al electorado, se le advertía a toda la ciudadanía el que los votos que se dieran por las distintas listas se sumarían todos, simbólicamente, como una gran afirmación de la voluntad nacional contra el despotismo.
Todos los votos emitidos –dice el Pacto de Puntofijo– a favor de las diversas candidaturas democráticas, serán considerados como votos unitarios y la suma de los votos por los distintos colores, como una afirmación de la voluntad popular a favor del régimen constitucional y de la consolidación del Estado de derecho.
No era una simple reglamentación formalista, sino el alineamiento definitivo de las fuerzas políticas a favor de un sistema de gobierno, el sistema democrático, y de la organización de la República dentro del Estado de derecho.
Para que esto se realizara de manera formal, y para que el compromiso con el pueblo tomara el cauce de una gran reforma social, se establecía allí el anticipo de lo que habría de ser el documento firmado el 6 de diciembre de 1958, es decir, el programa mínimo de gobierno, en el cual nos comprometíamos los candidatos presidenciales de los tres partidos para obligarnos a que cualquiera de los candidatos, al resultar electo, pusiera en práctica durante su período la ejecución de ese programa, en el cual quedamos comprometidos en coincidir y al cual quedamos comprometidos en respaldar en nombre de las organizaciones políticas que representábamos. Un programa mínimo preveía, pues, el Pacto de Puntofijo, «cuya ejecución sea el punto de partida de una administración nacional patriótica y el afianzamiento de la democracia como sistema».
Efectos del Pacto de Puntofijo
Casi no sería necesario recordarlo, si no fuera por las interpretaciones que han surgido en el acaloramiento de los tiempos. El primer efecto del pacto fue el de dar el ejemplo de una gran campaña electoral que se puede presentar como modelo en cualquier parte del mundo.
Un observador extranjero me llegó a decir alguna vez que oyendo a los candidatos no se sabía si estaban haciendo propaganda por su propia candidatura o por la de los demás. Claro, no faltaron dentro de la lucha electoral momentos de pasión. Especialmente en los últimos días hubo algunos encuentros físicos, algunos graves rozamientos, hubo maniobras, trucos electorales, y era imposible, dentro de la naturaleza humana, el aspirar a que no los hubiera.
Pero, además del proceso mismo de la campaña, no podemos sustraer a los efectos del Pacto de Puntofijo el hecho de la aceptación del resultado de las elecciones. A veces somos propensos a olvidar, pero los días más difíciles quizás que ha tropezado nuestra experiencia democrática después del 23 de enero, y aparte de los incidentes violentos de las jornadas de julio y de septiembre (que al fin y al cabo nos encontraron a todos juntos, formando todos un solo y compacto bloque) fueron los días posteriores al 7 de diciembre, cuando se empezaron a conocer los resultados electorales y los ánimos enconados y las actitudes dubitativas plantearon ante la República el tremendo interrogante de si se iba a reconocer o aceptar aquellos resultados que comenzaron a arrojar los escrutinios.
El Pacto de Puntofijo señalaba como uno de los compromisos fundamentales el reconocimiento del resultado electoral, la adhesión de todas las fuerzas políticas a ese resultado y el compromiso de defenderlo, cada uno de nosotros y todos juntos, como si nos favoreciera el propio resultado a nuestros determinados y particulares intereses.
El afianzamiento del sistema a través de la constitución de los poderes elegidos por el pueblo, el retorno a la vida constitucional, la instalación de las cámaras legislativas, de las asambleas legislativas y de los concejos municipales, el 19 de enero, y la toma de posesión del presidente electo el 13 de febrero, fueron resultado de no escasa importancia, que no podemos olvidar, y que en gran parte debemos atribuir a los propósitos y compromisos formales estampados en el susodicho Pacto de Puntofijo.
El Gobierno de coalición
De acuerdo con el Pacto, el presidente electo llamó a las fuerzas políticas para reclamarle su participación en el Gobierno. Y quiero señalar este hecho, porque es de importancia para el esclarecimiento de nuestra historia política reciente. La participación de COPEI y de URD en el Gobierno, tanto en el Gabinete Ejecutivo como en las gobernaciones de estado y en otros cargos públicos, no fue el resultado de una presión ejercida por estos grupos sobre el presidente de la república, sino el resultado de una iniciativa del presidente de la república que, invocando los principios del Pacto y con el respaldo de su propio partido favorecido por la mayoría electoral, nos exigía compartir responsabilidades para el afianzamiento del sistema democrático.
Así empezó a funcionar el régimen de coalición. Así empezaron también las lamentables pugnas por posiciones políticas, degeneradas a veces en pugnas por situaciones burocráticas, que dieron a muchas gentes la impresión de que el Pacto de Puntofijo era una medida de reparto de prebendas, cuando la real situación había sido llegar al compromiso solidario por la firme convicción de la necesidad de fortalecer el sistema democrático de gobierno.
El gobierno de la Unidad no se hizo tampoco con carácter de agresión, ni mucho menos, a las fuerzas independientes ni a otras fuerzas políticas, sino con la ratificación de la importancia de los sectores independientes y del derecho de las otras organizaciones existentes en el país. Por eso se decía en el Pacto de Puntofijo que «su leal cumplimiento no limita ni condiciona el natural ejercicio por ellas de cuantas facultades puedan y quieran poner al servicio de las altas finalidades perseguidas». Y por ello también se invitaba «a todos los organismos democráticos a respaldar, sin perjuicio de sus concepciones específicas, el esfuerzo comprometido en pro de la celebración del proceso electoral en un clima que demuestre la actitud de Venezuela para la práctica ordenada y pacífica de la democracia».
La experiencia iniciada bajo el signo de Puntofijo ha tropezado con dificultades. Las dificultades son inherentes a los mecanismos de coalición. Pero debemos de reconocer con sinceridad (y ya lo hemos expresado varias veces) que el espíritu de la coalición parece que se hubiera hallado ausente en los últimos tiempos: esa gran fuerza que debe impulsar al cumplimiento de los fines específicos del Gobierno y de la administración en esta etapa constitucional en que vivimos.
Momento decisivo
Debemos reconocer que aquella idea generosa, básica, ha presentado frecuentes deterioros. Que la gente tiene la impresión de que las fuerzas políticas a veces pierden la conciencia del deber común ante la divergencia de determinados conflictos. Encontramos a veces situaciones de crisis que alarman –no sin razón– a las conciencias preocupadas de todos los venezolanos que queremos que el régimen constitucional sea estable, que la Reforma Social se haga a paso firme y que podamos dar garantías suficientes para el desarrollo económico, a fin de crear oportunidad de ocupación a los venezolanos que no encuentran trabajo.
Tenemos por delante un momento verdaderamente decisivo. Para salvar el espíritu del Pacto de Puntofijo es necesario que hagamos y ratifiquemos el propósito de vigorizar el espíritu unitario que logró la coalición hoy existente. Yo estoy perfectamente convencido de que la coalición es una necesidad en Venezuela; pero también lo estoy de que el pueblo concebiría el pacto como una burla a sus intereses, si no pusiéramos todos de nuestra parte un esfuerzo para que la acción administrativa y la realidad política se impulsen hacia finalidades claras.
Lo más grave que le podría pasar a Venezuela, en el actual momento que atraviesa, sería perder la fe en las instituciones democráticas. Estas están representadas en los partidos. En los días de enero del 58, el pueblo tuvo un gran respeto, adhesión fervorosa por la palabra de sus dirigentes, los dirigentes de los partidos.
Este tesoro, este capital que otras naciones no tuvieron en ocasiones similares, tenemos que salvarlo ahora. Y seríamos verdaderamente injustos, duros y mezquinos, y hasta traidores con los derechos del pueblo de Venezuela, si sembramos en su conciencia la idea de que los partidos políticos no son organizaciones para defender sus intereses, sino representaciones de burócratas, comanditas de intereses que pelean por arrancar presas dentro de un gran festín presupuestario.
Llevar esa idea al ánimo del pueblo sería preparar inevitablemente, quiérase o no se quiera, el retorno a formas de autocracia y despotismo. Porque si el pueblo no cree en los partidos, ¿cómo puede creer en el ejercicio de la democracia? Si el pueblo perdiera la fe en los grupos que han luchado por él, que se han sacrificado por la libertad y que han sacrificado egoísmos para plasmar en una realidad concreta la vida democrática, ¿quién podría entonces poner coto a través de la misma voluntad popular, a las ambiciones que pueden estar acechando, como acecharán siempre a vuelta de la esquina?
El espíritu de Puntofijo
Es necesario, por ello, que volvamos a la interpretación justa y cabal del Pacto de Puntofijo. Este no se realizó con cómoda tranquilidad alrededor de una mesa en que hubiéramos colocado un pastel para ver cuál era la tajada que le tocaba a cada uno.
Entonces fuimos a decirles que a pesar de que nuestras convicciones partidistas y las conversaciones celebradas nos llevaban a la convicción de que habría candidaturas separadas y opuestas, y de que cada uno de nosotros haría campaña por su candidatura respectiva, no olvidábamos el compromiso de unidad que nos vinculó en las jornadas de liberación de enero del 58 y al cual llegamos (cosa que no debemos olvidar y que debemos recordar muchas veces) por el camino del sufrimiento, por el camino del dolor, en la noche oscura de la tiranía, que nos fue vinculando y poniéndonos uno al lado del otro para hacernos ver que por encima de nuestras diferencias había un gran común interés en el bien del pueblo venezolano y en la defensa de la libertad.
Ese espíritu de Puntofijo, la interpretación genuina de aquel Pacto, es la que debemos reclamar ahora: que el Pacto de Puntofijo sea la expresión vigorizadora del espíritu de entendimiento de los venezolanos, y que tengamos presente el deber de unidad, que nos puede llevar a paso firme a la meta que andamos buscando.
Cuando estemos en un régimen democrático consolidado, podremos darnos el lujo de comenzar a pelear entre nosotros y ojalá que entonces no olvidemos que por el camino de la negación sistemática no se llega nunca a las grandes soluciones creadoras. Pero hoy estamos más obligados que nunca a continuar en nuestra jornada. Y mi voz, que en este caso no es una voz personal, sino la voz de todo el movimiento copeyano y de todos aquellos venezolanos que sin formar filas en nuestro movimiento comparten las ideas que sustentamos, esa voz representa el compromiso de luchar para que no se rompa la Unidad, para que no se rompa el compromiso, y todo lo contrario, para que desaparezca la presencia odiosa de las mezquindades y que una grande y positiva fraternidad presida la recuperación del destino de Venezuela.
Buenas noches”.
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Nota: este artículo fue publicado originalmente en la web oficial www.rafaelcaldera.com