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Joaquín Villalobos Sep 06, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Soberanía criminal

Ilustración del artista plástico mexicano Víctor Solís

Venezuela es un espejo cuasiperfecto de lo que un país no puede hacer sin destruirse. O de lo que debe hacer si quiere destruirse. Uno de los errores graves en ambos sentidos es ver el crimen como una expresión de la pobreza y asumir que hay una relación causal entre uno y otra, de modo que el crimen no se reducirá mientras no se reduzca la pobreza, al tiempo que combatir el crimen es en cierto modo agravar la injusticia, ser insensible y ciego a las raíces sociales del crimen.
Joaquín Villalobos hace el recuento en este lúcido ensayo de la forma como Venezuela, partiendo de esta visión, empezó por no combatir al crimen, luego por combatirlo mal, quedando finalmente a su merced, en una extraña, cómplice y aberrante convivencia de soberanías: la soberanía del Estado y la soberanía criminal

 

Venezuela padece quizás la peor crisis de seguridad en los conflictos entre Estado y delincuencia en la historia del continente. El caso venezolano incluye importantes lecciones para toda Latinoamérica en la lucha de los gobiernos por el control del territorio. Un problema que con distintos grados de gravedad existe en Brasil, Colombia, México, Centroamérica y casi todas nuestras naciones. Venezuela es un caso extremo de errores y, en ese sentido, es un manual perfecto sobre lo que no hay que hacer.

El primer derecho humano es la seguridad, porque ni la salud ni la educación ni las libertades más esenciales tienen sentido si se vive amenazado y con miedo. La primera responsabilidad del Estado es proteger la vida, la tranquilidad, las libertades y el patrimonio de todos los ciudadanos. El Estado nunca debe renunciar a su obligación de proteger a las personas y perseguir al crimen. Tolerar, pactar formalmente o de hecho con criminales, implica quitarles la paz a los ciudadanos para dar tranquilidad a los delincuentes. Esto significa que el Estado cede territorios, población y soberanía al crimen.

La política de seguridad de la Venezuela de hoy arrancó en 1999 con la siguiente declaración pública de Hugo Chávez: “Si yo fuera pobre, yo robaría”. Los delincuentes eran para él víctimas de la injusticia social. El problema es que esta idea derivó en tolerancia a los delincuentes y en indiferencia hacia las víctimas de los delitos, que eran gente pobre y de clase media. Chávez reformó la seguridad pública politizándola, desmantelándola y militarizándola.

Los opositores políticos fueron considerados más peligrosos que los criminales. La oposición fue perseguida, la delincuencia tolerada y el Estado debilitado.

Se produjo entonces un crecimiento exponencial de la delincuencia y ahora el gobierno lucha contra cientos de bandas criminales en todo el país que le han arrebatado extensos territorios rurales y urbanos de los cuales el Estado huyó y la delincuencia estableció su propia soberanía. La vida y la seguridad de millones de ciudadanos quedó en manos de criminales. El régimen venezolano pasó así de lo sublime a lo ridículo, transitando de la compasión con el delito a una guerra de exterminio contra los delincuentes que está perdiendo.

Antes de Chávez, Venezuela era un país relativamente seguro, durante años millones de colombianos se refugiaron allí para escapar de las violencias de su país. En 1990 Venezuela tenía una tasa de homicidios de 10 por 100 000 habitantes, para el 2002 llegó a 451 y en el 2018 a 81.4; desde entonces ocupa el primer lugar del continente y uno de los más altos del mundo. Lo curioso en el caso venezolano es que nadie “alborotó el avispero”, tampoco se fragmentaron cárteles que en realidad no existían. En este asunto hay una relación directa entre tolerancia al crimen, debilitamiento del Estado y pactos con los delincuentes, que derivaron en una explosión delictiva sin precedentes en el continente.

En el falso dilema entre reprimir o prevenir, Chávez optó por la prevención sin represión. Con el auge petrolero el Estado venezolano se fortaleció y, si se consideran tiempos de implementación y territorios intervenidos, es posible que el chavismo haya ejecutado los programas de gasto social más grandes de Latinoamérica. Aunque ese gasto social no respondía a una lógica preventiva sino electoral-clientelar, en esencia debió prevenir y reducir drásticamente la actividad criminal; sin embargo, el resultado fue totalmente opuesto: el Estado se debilitó y el crimen se expandió a niveles que el régimen jamás imaginó.

Esta historia podría resumirse en cuatro decisiones del gobierno: el desmantelamiento de las policías, los pactos con las pandillas urbanas, la administración de las prisiones por parte de los delincuentes y la política de dar refugio a las guerrillas colombianas.

Estas medidas se tomaron con extrema ingenuidad y bajo el supuesto moral de que la maldad se definía principalmente por el origen de clase y la posición política-ideológica. Sobre esto un amigo brasileño de izquierda que trabajó en la seguridad de su país me dijo: “A nosotros nos tomó tiempo concluir que el mal existe, es universal y que independientemente de los programas preventivos, al crimen siempre se le debe perseguir”.

El partido original de Chávez se llamó Movimiento Quinta República, aludiendo a una refundación de Venezuela. Las tres primeras repúblicas terminan cuando muere Bolívar. La cuarta fue definida por Chávez como oligárquica, neoliberal, etcétera. Como todos los populistas, desconoció el pasado reciente y estableció que la nueva historia comenzaba con él y su Quinta República basada en un “nacionalismo revolucionario de izquierda” que traía consigo la “Revolución bolivariana”.

En lo que a la seguridad concierne, esta refundación implicó que todo lo anterior fuera desmantelado por razones políticas. La reforma policial chavista implicó así la disolución de todas las capacidades policiales preexistentes. Esto condujo a una desinstitucionalización de la seguridad que conllevó a la pérdida de experiencia, recursos, inteligencia y capacidades operacionales que no tenían nada que ver con ideología. El gobierno venezolano debilitó severamente su propio poder, del que disponía para proteger a los ciudadanos.

Chávez impulsó una reforma policial supuestamente civil para evitar violaciones a los derechos humanos, pero en la práctica entregó la seguridad a militares leales. Esto formó parte de un plan más global donde cientos de oficiales pasaron a realizar tareas civiles en el gobierno. Asegurar la lealtad de las Fuerzas Armadas se convirtió en un objetivo estratégico a través del enriquecimiento de los jefes, ya fuera por posiciones de poder o por corrupción. Dos mil oficiales fueron ascendidos a generales, superando a los novecientos de Estados Unidos. Fue en realidad un proceso de cooptación de militares y policías para integrarlos al proyecto partidario bolivariano. Esta politización destruyó la institucionalidad, la disciplina, la calidad de las evaluaciones, la escala de ascensos y todas las capacidades profesionales.

El sistema de méritos fue sustituido por la lealtad política a la revolución. Como resultado final la seguridad fue desmantelada, desprofesionalizada, corrompida y reorientada a proteger al gobierno, y no a los ciudadanos. Los delincuentes pasaron a segundo plano porque la prioridad era espiar, controlar, perseguir, apresar y procesar judicialmente opositores, incluso dentro de las propias Fuerzas Armadas. Mientras esto ocurría se pactaba o toleraba a los delincuentes, que fueron creciendo sin control.

Ilustración de Víctor Solís.

La política de pactos con las bandas tuvo como punto de partida un intento de aproximación social y política a los barrios pobres donde existía delincuencia. Primero con los que se llamaron círculos bolivarianos, que tenían ingredientes culturales e ideológicos; luego con los famosos “colectivos”, que han jugado un papel muy importante en la represión de las protestas opositoras; y, finalmente, cuando la inseguridad se agravó, intentaron pacificar los barrios creando las llamadas “zonas de paz”.

La conexión de políticas sociales y la delincuencia ocurrió porque Chávez definió que su gobierno era una revolución armada que debía defenderse organizando milicias populares. Pero su gobierno tenía un origen electoral, nunca fue una revolución de verdad. El chavismo contaba con votantes, seguidores y simpatizantes, pero no había ocurrido una lucha que generara suficientes militantes ideológicos, no existía mística revolucionaria, sino dinero y clientelismo a gran escala. Así que, a la hora de organizar la defensa revolucionaria, el chavismo terminó reclutando en los barrios populares a personajes violentos y entre estos a los peores delincuentes, que lógicamente terminaron de capos que controlaban sus comunidades en nombre de la revolución bolivariana. Chávez, a falta de unas Fuerzas Armadas revolucionarias, corrompió a los militares y, a falta de milicias populares, armó a delincuentes.

Todo lo que el chavismo se proponía hacer social y políticamente en las comunidades pasaba por los colectivos, que además fueron armados por el propio gobierno.

Esto se masificó al punto de alcanzar decenas de miles de hombres que han terminado dirigidos por connotados delincuentes, antes amigos y ahora enemigos del gobierno. Finalmente, el chavismo perdió el control de su propio monstruo y tuvo una reacción represiva tardía que se ha convertido en una sangrienta guerra que las fuerzas de seguridad están perdiendo. En un intento por reducir la violencia el gobierno se ha visto forzado a pactar con los delincuentes entregándoles recursos, administración de servicios y territorios en los cuales el Estado renuncia a tener presencia y los delincuentes mandan.

La mezcla de política con delito no es exclusiva de Venezuela, ha tenido lugar en otros países, ya sea con definiciones de izquierda o de derecha. El paramilitarismo en Colombia derivó en delincuencia y narcotráfico al igual que las FARC y el ELN. En Nicaragua, después de la guerra contrarrevolucionaria, surgieron bandidos a los que se denominó “recompas”, “recontras” y revueltos. En México los Zetas surgieron de las Fuerzas Especiales del Alto Mando. En Argentina, militares de la dictadura se convirtieron en secuestradores. En Guatemala, los kaibiles que derrotaron a las guerrillas fueron reclutados por los narcos mexicanos. En los 90, guerrilleros suramericanos se dedicaron al secuestro como negocio en Brasil y México. El reclutamiento de delincuentes por grupos políticos no es nuevo, lo particular en Venezuela es la masividad y que fue el Estado quien los organizó, los armó y les dio poder.

Con cárceles superpobladas y frecuentes motines, el chavismo inventó un programa de rehabilitación para las prisiones sustentado en la misma idea del delincuente como víctima. Crearon así una especie de autogobierno de las prisiones que quedó a cargo de los propios presos. Es decir, que el Estado pondría los recursos para que los internos administraran las prisiones y estos mantendrían el orden y evitarían la violencia y motines que generaban mala imagen a la revolución.

El resultado del autogobierno ha sido lo que popularmente se conoce en Venezuela como “pranato” que viene de PRAN, que es como se le llama al interno jefe de la prisión. PRAN es el acrónimo de: preso, rematado, asesino, nato. Es decir, las cárceles quedaron en manos de los peores y más violentos criminales porque ellos eran los más eficientes para imponerse y mantener el orden interno. Pero la violencia y los motines continuaron y las prisiones han terminado convertidas en infraestructuras y territorios bajo control criminal. Los presos están armados, planifican delitos, organizan fiestas, tienen piscinas y cajero automático para recibir dinero de extorsiones y secuestros. Hay hacinamiento, pero los pranes poseen muchas comodidades. El gobierno de Venezuela ha repetido a mayor escala lo que el gobierno de Colombia acordó en 1991 con Pablo Escobar, cuando este construyó su propia prisión que se conoció como La Catedral.

Chávez, al igual que Raúl Castro, ayudaron a presionar a las FARC para que firmaran la paz en Colombia porque estaban ingenuamente convencidos de que la izquierda gobernaría eternamente ganando elecciones en Venezuela y todo el continente; las FARC y el ELN estorbaban en el camino electoral. Pero, tal como era previsible, la economía chavista hizo implosión, la administración ineficiente quebró a la industria petrolera y el gobierno de Maduro perdió las elecciones parlamentarias en diciembre del 2015; otros gobiernos de izquierda también perdieron el poder en Latinoamérica; Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, y el partido de Álvaro Uribe ganó las elecciones en Colombia.

En este nuevo contexto, el chavismo y el castrismo estimularon la división de las FARC y mantuvieron la protección al ELN para preservar su vieja política de desestabilizar a otros para defenderse. Es una historia larga, pero los efectos actuales de esto han sido muy graves para la seguridad de Venezuela.

El problema fue que el chavismo le permitió al ELN y a los disidentes de las FARC hacer un mayor uso del territorio venezolano en el momento en que estos grupos ya no eran insurgencia política, sino narcotraficantes y crimen organizado.

La ideología había sido sustituida por el dinero de la cocaína, la minería ilegal de oro, el tráfico de armas, las extorsiones y los secuestros. Los ideológicos de las FARC, con la paz, se volvieron partido político y los disidentes, que nunca renunciaron al narcotráfico, se fueron a Venezuela. La permisividad a estos grupos armados colombianos terminó abriendo la puerta a un crimen organizado de mayor escala, veterano en el combate, corruptor de autoridades y experimentado en el control territorial.

El chavismo, en cuanto a seguridad, transitó de la ingenuidad ideológica con los delincuentes a la guerra y el exterminio. Sin duda no todos pensaron que este sería el resultado. Hubo dirigentes chavistas que denunciaron que no se debía pactar con mafias, pero ya era tarde; el problema no era si se debía o no, sino si se era capaz o no de ganar a los criminales. Hay centenares de noticias, ensayos y videos oficiales y no oficiales que hablan de la gran explosión criminal y la guerra que padece Venezuela. Intentaremos resumir algunos de los hechos más dramáticos que resultaron de la combinación de los cuatro factores descritos.

La cantidad de bandas existentes sin duda es una especulación, además de que estas se fragmentan, reagrupan y cambian de cabecillas constantemente, como suele ocurrir con los grupos criminales en todas partes. Pero la evidencia de que son centenares es abrumadora. Existen, según lo reconoce la propia policía venezolana, en 18 de los 24 estados del país, y están conectadas operacionalmente con los pranes que controlan las prisiones. Las bandas las integran decenas de miles de jóvenes de 25 años en promedio y también niños. Están armados con fusiles automáticos, lanzagranadas, pistolas, equipos de comunicación, drones y en algunos casos poseen armamento de mayor potencia, como lanzacohetes y ametralladoras pesadas.

La mayoría de las bandas usan nombres propios de grupos criminales como Cara de Perro, Culón, Los Morochos, Cara de Hulk, etcétera. Pero otras son una clara mezcla de crimen y política, una se volvió un partido político llamado Tupamaros y comenzaron a criticar a Maduro. Este les quitó la legalidad y entonces los tupamaros realizaron un mitin armado y de inmediato les fue devuelta su legalidad, con puestos en la Asamblea Nacional incluidos. En uno de los casos los delincuentes crearon su propia moneda: el panal, que tiene el rostro de Chávez impreso. Los criminales organizan fiestas infantiles, se encargan de la vigilancia, asesinan a quienes roban en sus dominios, reparten los paquetes de comida que les entrega o roban al gobierno, organizan los funerales, los eventos deportivos y conciertos para los habitantes, pero al mismo tiempo realizan secuestros, asaltos, extorsiones, trafican droga y hacen la guerra a otras pandillas y a la policía si entra a sus territorios.

Un artículo de The New York Times habla de cómo “Maduro pronuncia discursos destinados a proyectar estabilidad mientras la nación colapsa”. Las bandas dominan el barrio 23 de Enero a solo quince minutos del Palacio de Miraflores; allí Maduro hace todo tipo de concesiones para mantener una precaria paz. Desde el año 2015 las fuerzas de la policía han hecho intentos por capturar a un importante capo llamado Carlos Luis Revete, alias el Koki. Sus dominios están situados en la llamada Cota 905, a solo 3 kilómetros del Palacio Presidencial, pero el Koki realiza alianzas con otras bandas para expandir su control a otros barrios de Caracas.

Los operativos para contenerlo han fracasado y han dejado un saldo de muchos muertos, incluidos policías y civiles. En julio de este año, el Koki atacó un cuartel de la Guardia Nacional y los enfrentamientos en Caracas duraron tres días y alcanzaron importantes autopistas de la capital. En negociaciones anteriores con esta banda participó la vicepresidenta Delcy Rodríguez y los acuerdos fueron que la policía debía abstenerse de entrar a los dominios del Koki.

La frontera entre Venezuela y Colombia —en los estados de Táchira, Apure y Amazonas— se está convirtiendo en una especie de tercer país dominado por múltiples grupos criminales colombianos que manejan cuantiosas rentas del narcotráfico, el oro y otras actividades delictivas. Estos grupos se han expandido incluso al estado de Bolívar, en la frontera con Brasil. Igual que en las zonas urbanas, en estos lugares los capos mandan. Pero, como era de esperarse, los disidentes de las FARC se empezaron a dividir y a tener violentos conflictos por territorio y dinero. Maduro decidió tomar partido, recuperar el control y detener la violencia generada por sus amigos. Envió en marzo de este año a las Fuerzas Armadas con vehículos blindados y armamento pesado al estado de Apure, pero los delincuentes colombianos derrotaron a las tropas de Maduro de manera humillante. Los soldados cayeron en campos minados, los blindados fueron emboscados y destruidos; se contaron dieciséis muertos, numerosos heridos y ocho militares prisioneros. El resultado final fue una negociación con los criminales colombianos: liberaron a los prisioneros y las Fuerzas Armadas abandonaron su presencia y dejaron el territorio en manos de los disidentes de las FARC, que están fundando allí su propia república conocida como Segunda Marquetalia.

Con todo lo descrito, es evidente que la moral de los custodios de las prisiones, de los policías y de los militares venezolanos está severamente debilitada. No puede haber disposición combativa porque no tiene sentido arriesgar la vida para combatir criminales a los que el mismo gobierno dio la mano y apoyó. Por otro lado, los mandos que se volvieron corruptos y ricos quieren vivir bien sin complicarse la vida. Obviamente el resultado es que hay miles de deserciones.

La solución de Maduro fue entonces crear una nueva policía llamada Fuerza de Acciones Especiales de la Policía Nacional Bolivariana, conocida públicamente como FAES. Estos policías “élite” cubren su rostro, no portan identificación, solo una calavera en su uniforme, y son en realidad una fuerza de exterminio. Conforme a las cifras que el gobierno entregó al equipo de la alta comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Michelle Bachelet, cerca de 5300 personas murieron solo en el 2018 por “resistirse a la autoridad”. Estos agentes cobran más dinero y están autorizados a robar y matar sin enfrentar consecuencias.

Sus víctimas son habitantes de los barrios pobres que antes apoyaban incondicionalmente al chavismo. La FAES está constituida en realidad por asesinos y esta fue la única solución que encontró Maduro para intentar contener la explosión criminal que las políticas chavistas parieron. Pero la FAES no es para proteger a los ciudadanos, sino al gobierno, porque los delincuentes están secuestrando a familiares de militares o miembros de la élite chavista.

El resultado final de la reforma policial de Chávez es que ahora tanto la policía como las bandas son moralmente iguales. Ambas están integradas por personas violentas y despiadadas.

El 20 de noviembre de 2020, durante una entrevista transmitida por la televisión oficial, el fiscal general de Venezuela, Tarek William Saab, reconoció que los policías de la FAES en complicidad con delincuentes realizan atracos, roban vehículos y secuestran personas. Esto evidencia cómo una política de seguridad basada en la indulgencia con el crimen no solo destruye la moral de los policías, sino que puede acabar convirtiéndolos en delincuentes.

Es posible que algunos piensen que esto no puede pasar en su país, pero mantener el control del territorio cuando este es disputado por criminales es una tarea compleja que, si no se hace o se hace mal, puede terminar multiplicando el poder de estos. Hay una enorme diferencia entre incursionar temporalmente una zona dominada por delincuentes y tener la capacidad de quedarse permanentemente en esta y asegurar la presencia integral del Estado. Chile parecía un país altamente seguro y estable hasta las violentas protestas del 2019. La masividad de estas protestas se explica por indiscutibles y justas demandas populares, pero el nivel de vandalismo no encaja con la civilidad de la mayoría de los chilenos. ¿Cómo lograron pequeños grupos de extrema izquierda contar con suficiente gente para desplegar tanta violencia? La explicación es que la extrema izquierda reclutó grupos de delincuentes dedicados al narcomenudeo y múltiples delitos para que realizaran el vandalismo que los ciudadanos descontentos no estarían dispuestos a ejecutar. El fundamento ideológico fue que esos delincuentes son pobres y víctimas de la injusticia. Obviamente estos militantes delincuentes no tuvieron reparos en quemar iglesias de más de un siglo. Esa confrontación de meses en las calles empoderó más al crimen y ahora existen al menos diez zonas de Santiago de Chile consideradas conflictivas donde la presencia policial no existe o comienza a volverse simbólica.

Ilustración del artista plástico mexicano Víctor Solís.

Seguramente, esto mismo está ocurriendo en las protestas de Colombia, donde la masividad tiene justificación social, pero el vandalismo no. En las protestas del 2019, los propios ciudadanos rechazaban y contenían los actos vandálicos, porque los colombianos están hartos de la violencia que han padecido de forma casi ininterrumpida por más de un siglo. Colombia fue un laboratorio positivo de recuperación del territorio, pero luego de la firma de la paz era frecuente el debate sobre quién iba a llenar los espacios vacíos que dejó la desmovilización de 10 000 combatientes de las FARC. Todo indica que no los ocupó el Estado, sino delincuentes y con ello hay riesgo de un nuevo ciclo de violencia.

Hace diez años publiqué un artículo sobre la seguridad en Venezuela titulado La guerra que viene y finalmente la guerra llegó. Restablecer la paz en Venezuela será doloroso, tomará muchos años, costará muchas vidas y requerirá invertir cuantiosos recursos. Lo que está ocurriendo era totalmente predecible e igual ahora se puede prever que en otros países de la región se están incubando las condiciones que podrían generar grandes explosiones de violencia y en algunos casos hay peligro de que se vuelvan endémicas (ojalá me equivoque).

Que la concentración de la riqueza provoque inseguridad puede resultar lógico, pero que esta se multiplique cuando se está distribuyendo, como ocurrió en Venezuela, acaba con uno de los grandes mitos que relacionan pobreza con inseguridad. India tiene más pobres que Estados Unidos; sin embargo, hay más homicidios por habitante en Estados Unidos. La pobreza no genera mecánicamente inseguridad, lo que sí genera inseguridad son el empobrecimiento moral, la debilidad del Estado, la cultura de corrupción y la polarización política-social. Un largo periodo de inestabilidad política, de división interna o la distorsión o extinción de los valores cívicos pueden tener un efecto mucho más negativo en la seguridad que una severa inequidad. El caso más clásico y emblemático es Sicilia, en Italia, donde existe una relación directa entre la historia de guerras, inestabilidad y violencia con la cultura de rechazo al Estado y por lo tanto con el poder de la mafia.

Es común en el debate político preocuparse por la privatización de la salud, del agua, la educación, etcétera, pero muy pocos se preocupan por la privatización de la violencia, que debe ser un monopolio del Estado. La existencia de criminales dominando territorios es en última instancia privatización de la violencia. Si el Estado deja espacios vacíos de autoridad, los criminales los llenan.

Cuando el crimen se desarrolla le quita al Estado tres monopolios esenciales: la violencia vía grupos armados, la justicia a través de ejecuciones y la tributación vía extorsiones. El crimen organizado alcanza su más alto nivel de desarrollo cuando cuenta con poder financiero, poder armado, autoridades cooptadas o infiltradas, territorio, base social, conexiones globales y una cultura criminal en expansión. La cultura criminal se manifiesta en la fase más avanzada de dominio territorial y arraigo social; en esta el delincuente es el ejemplo de persona exitosa y su relación con la comunidad se vuelve normal. Los narcocorridos, el lenguaje oral y corporal de las maras centroamericanas, las impresionantes tumbas de los narcos en Culiacán, el culto a Pablo Escobar, al santo Malverde o las figuras de los miembros de la banda del Koki que se venden en Caracas son ejemplos de cultura criminal.

El dominio territorial le da al crimen ventaja para fortalecerse, reproducirse y multiplicarse. La estabilidad le garantiza reclutar, armar, entrenar, planificar y organizar redes de inteligencia. Cuando el Estado acepta que la delincuencia controle un territorio, está tolerando que los ciudadanos que viven en esos territorios puedan ser impunemente asesinados y extorsionados, que los niños puedan ser reclutados y las niñas violadas y que los negocios de gente trabajadora puedan ser apropiados por criminales. Cuando todo esto ocurre ya no se trata de un problema de seguridad pública, sino del camino a convertirse en Estado fallido.

Eso es Haití ahora y por ello la muerte del presidente Jovenel Moïse fue en realidad un asesinato anunciado. Conforme a datos de la Comisión Nacional de Desarme de Haití hay en este pequeño país al menos 77 grupos delictivos armados y la Red Nacional de los Derechos Humanos habla de una “gansterización” de la política. Gabriel Gaspar, exsubsecretario de Guerra del gobierno del expresidente Ricardo Lagos de Chile, señala que “las pandillas haitianas están fuertemente armadas, exhiben su poder y controlan territorios, especialmente en la capital. Las pandillas están agrupadas en una federación criminal conocida como G9, liderada por Jimmy Barbecue Cherizier, un expolicía que utiliza lenguaje populista criticando a los “oligarcas”. Solo en junio estas bandas realizaron doscientos secuestros y asesinaron a treinta policías. Mucha pobreza, un Estado débil y una policía que no controla el territorio han derivado en un potente poder criminal”. En este contexto es inevitable que los criminales se conviertan en un instrumento del poder económico y político, y que a su vez el poder económico y político termine convertido en un instrumento de los criminales. En algunos lugares del continente la delincuencia ya es un poder fáctico que se está cruzando con la clase política.

Los pactos formales o de facto con delincuentes resultan de la debilidad del Estado o de la presión pública electoral por reducir los homicidios y la violencia. La indiferencia o el pacto aparecen como el camino más rápido para mostrar resultados, pero a costa de sufrir una explosión criminal mayor a futuro porque el Estado no resuelve su debilidad y el crimen gana condiciones para fortalecerse. La delincuencia no es fenómeno estático, sino expansivo, ya sean grandes cárteles o pandillas; por lo tanto, cuando no se le combate crece. No hay razones objetivas para suponer que los delincuentes limitarán su actividad por su propia voluntad, lo único que puede detenerlos es la fortaleza del Estado.

La visión ingenua del chavismo sobre la delincuencia nos recuerda la fábula del escorpión que le pide a la rana que le ayude a pasar el río. Esta acepta con la condición de que no la vaya a picar. A mitad del río el escorpión picó a la rana, que pregunta sorprendida: “¿Por qué me picaste, los dos vamos a morir?”. El escorpión le responde: “Lo siento, es mi naturaleza”.

* Exjefe guerrillero salvadoreño, consultor en seguridad y resolución de conflictos. Asesor del gobierno de Colombia para el proceso de paz.

Ensayo publicado el 1 de septiembre de 2021 en la Revista Nexos (México).

FOTOS Y VIDEOS | Las mejores imágenes de la tarde en la que Daniel Dhers llevó esperanza a la Cota 905

La barriada caraqueña conocida como Cota 905, que hace un mes era el foco de enfrentamientos y tiroteos de bandas armadas, fue escenario este sábado de una exhibición de BMX freestyle encabezada por el medallista olímpico venezolano Daniel Dhers, quien busca impulsar «sueños» y el deporte en su país.

Los niños y adolescentes de esta barriada se concentraron en una cancha y en las calles para presenciar la exhibición de Dhers y otros deportistas venezolanos que practican el BMX, entre ellos el atleta Edy Álvarez, quien también participó en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 y una pequeña de ocho años, Camila Iachini, que sueña con las olimpiadas 2032.

Con diversos trucos en el aire, tras rodar por una rampa, los deportistas regalaron una tarde llena de optimismo a los habitantes de la comunidad que los ovacionaba, aplaudía y agradecía por haber llevado la actividad hasta la barriada.

Los más chiquitos manifestaban su alegría por la llegada de Dhers, mientras le pedían autógrafos, fotografías y abrazos. Varios de ellos aseguraban conocer la carrera del medallista de plata en quien ven una inspiración.

La actividad fue organizada por la ONG Otro Enfoque, que lleva dos años prestando apoyo en la zona, y el grupo de hip-hop Free Convict que nació dentro de una cárcel de Venezuela y que se ha convertido en un movimiento para impulsar el cambio en la sociedad.

Según explicó Dhers, tras su llegada, su visita a la Cota 905 estaba pendiente desde hace un tiempo, por lo que prometió que tras los Juegos Olímpicos, al primer lugar que iría cuando llegara a Caracas sería este.

BUSCAR LO POSITIVO

«Aquí en la Cota yo no estoy viendo problemas, yo estoy viendo gente alegre que quiere hacer cosas, así que de eso se trata. Es de mostrar lo positivo, y así como, obviamente, han pasado cosas en el sector, o sea siempre piensen en todo lo bueno porque lo bueno siempre va a poder más que todo lo malo y hubo momentos fuertes, pero estamos ahorita en momentos de paz», dijo ante la comunidad.

El deportista, de 36 años, que sueña con participar en los Juegos Olímpicos París 2024, abogó también por «reconstruir» a Venezuela y señaló que, en su opinión, cada venezolano está haciendo su trabajo para lograr ese propósito.

«Es que el venezolano que está en Venezuela está tratando de reconstruir su país; y el que salió, el que se fue (del país), está reconstruyendo su futuro a través de Venezuela. No saben la cantidad de restaurante venezolanos que hay en el mundo, hay que creer en los sueños», apuntó.

Dhers llegó acompañado de otros atletas venezolanos como Robeilys Peinado, que participó en salto de pértiga en los Juegos Olímpicos Tokio 2020, y quien también fue recibida entre abrazos por los habitantes de la Cota 905.

La atleta dijo, en declaraciones a EFE que se deben aprovechar los recientes Juegos Olímpicos para introducir a los jóvenes en «el camino del deporte».

«No se rindan que las cosas sí son posibles, que sí se puede lograr todo lo que nos proponemos en la vida», indicó Peinado que se llevó un diploma olímpico tras su participación en Tokio 2020.

Disfrute de la galería con las mejores imágenes de la visita de Daniel Dhers a la Cota 905

UNA PROMESA PARA EL BMX

En tanto que, la pequeña Camila Iachini también fue el centro de las miradas al ser la única niña de su edad y género en participar en la exhibición de BMX.

La pequeña de ocho años de edad contó que se inició en el BMX hace dos años y que comenzó tras ver en la televisión las olimpiadas de 2016.

«Todo comienza viendo la televisión y viendo las olimpiadas del año 2016. Les dije a mis padres voy a practicar este deporte y me dijeron que sí, en ese momento tenía 3 años y después me dieron mi bicicleta que me la dio Santa Claus», indicó al destacar que su sueño es llegar a los Juegos Olímpicos de 2032.

La Cota 905 fue escenario hace un mes de enfrentamientos entre grupos armados que la Policía venezolana asegura logró desalojar de la zona, aunque se mantiene la búsqueda para la captura de sus líderes.

El operativo de la Policía para acabar con los tiroteos en la zona se extendieron por tres días y se anunció la detención de más de 30 delincuentes, aunque no se aclaró el número de víctimas y muertes. 

GRATITUD Y COMPROMISO

A pocas horas de recibir el apoyo de cientos de personas en la Cota 905,  Dhers agradeció el recibimiento.

«¡Muchas gracias, Cota! Después de unos meses difíciles en la Cota 905, pudimos subir con un equipo de deporte y cultura para renovar la esperanza y sueños de sus residentes que nos recibieron con gran emoción y calidez», comentó en su cuenta en Twitter.

Agregó que la razón de realizar este tipo de actividades es para exponer a la juventud a querer alcanzar su sueños.  «Me voy con un poco de su energía en el corazón», sumó Dhers. 

De igual forma, extendió su gratitud a los atletas que lo acompañaron y a la fundación Otro Enfoque. 

Con información de EFE

Medallista olímpico Daniel Dhers visitó la Cota 905
Estuvo junto a la saltadora de garrocha Robeilys Peinado 

El medallista de plata en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, Daniel Dhers y la garrochista Robeilys Peinado visitaron este sábado 14 de agosto la Cota 905, donde llevaron a cabo actividades recreativas con los habitantes del popular sector, ubicado al oeste de Caracas. 

Dhers, quien ganó la presea en la modalidad BMX Free Style, arribó apenas el viernes a la capital venezolana y dijo que tiene planeado realizar una agenda donde incluirá a todos. 

“Me vine clandestino e igual se enteraron. Ha sido una fiesta desde que llegué a Caracas. Espero que estén pendientes y se unan, porque los quiero incluir”, dijo Dhers.

A principios de julio, la Cota 905 fue escenario de una matanza producto de presuntos enfrentamientos entre miembros de cuerpos de seguridad del Estado e integrantes de bandas de delincuentes. De acuerdo a cifras recabadas por Monitor de Víctimas, el hecho dejó 37 personas muertas y al menos una veintena de heridos. 

 

 

 

 

 

Roberto Patiño Ago 05, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
Régimen letal

El informe del Monitor de Victimas, una iniciativa de Caracas Mi Convive y Runrunes, da voz a los familiares de los asesinados por un régimen letal, cuya política de «seguridad» responde a una lógica de guerra inútil, cruel e ineficiente

 

@RobertoPatino

El pasado 8 de mayo, Bryan Onel Cedeño, de 24 años, vecino del barrio José Félix Ribas de Petare, fue asesinado por los cuerpos de seguridad, acusado de pertenecer a la banda del Wylexis. No importaron las súplicas de sus familiares y vecinos. Bryan cumplía con los requisitos por los que el régimen aplica, de manera sumaria, la pena capital que no existe legalmente en el país: ser un joven humilde que vive en un sector popular de Caracas.

Este fue uno de los casos registrados en el informe “Pandemia, gasolina y militarización: el cóctel que estimuló la violencia”, del Monitor de Víctimas, una iniciativa de Caracas Mi Convive y del portal Runrun.es, que busca sistematizar, visibilizar y poner el rostro de las víctimas de la violencia en Caracas, Lara y el Táchira. Un esfuerzo de investigación, documentación y difusión que da voz a los familiares de los asesinados por un régimen que ha demostrado su letalidad en unas políticas de seguridad donde priva una lógica de guerra inútil, cruel e ineficiente.

Difundido el pasado martes 27 de julio, el informe pudo constatar que un tercio de los 599 homicidios registrados en Caracas, durante el 2020, fueron perpetrados por fuerzas policiales. Se trata de una práctica que ha convertido a las FAES y al CICPC en el brazo armado más letal que apunta a una ciudadanía desarmada, acosada por la violencia de las bandas criminales, la crisis económica, la falta de los más elementales servicios públicos y por la acción de unos “cuerpos de seguridad” que imponen arbitrariamente la pena de muerte.

Esta investigación, que permite visualizar y generar información sobre los homicidios perpetrados, es una respuesta de la sociedad civil organizada a la opacidad que mantiene el régimen. Y ofrece datos documentados sobre esta materia a las distintas instancias de derechos humanos, en el país y en el extranjero.

El informe, presentado por Ronna Rísquez, coordinadora editorial de Monitor de Víctimas; César Salgado y Héctor Navarro de Caracas Mi Convive; Lorena Meléndez, periodista de Runrun.es; la periodista Liz Gascón y que contó con la presencia de la investigadora Mirla Pérez, directora del Centro de Investigaciones Populares, forma parte de un esfuerzo que lleva adelante Caracas Mi Convive para apoyar a los familiares de las víctimas; el fin es dar a conocer sus casos y mantener viva, en la conciencia de la ciudadanía y ante los organismos multilaterales, el extenso prontuario de un régimen que sigue aplicando una sistemática política de violación de derechos humanos.

Como lo advirtió la investigadora Mirla Pérez, en Venezuela persiste una banalización de la muerte y una comprensión errónea de la vida cotidiana en los sectores populares donde a veces se percibe que las comunidades “protegen” a los delincuentes. Nuestro trabajo en estos sectores, junto con nuestros líderes, nos confirma que sus habitantes son víctimas de bandas que imponen su ley.

Hoy por hoy, muchos venezolanos son rehenes de un conflicto abierto entre grupos delictivos y unos cuerpos de seguridad incapaces de brindar protección y dar las más elementales garantías de respeto por el debido proceso judicial y los derechos humanos.

Es necesario desnaturalizar la violencia, deslegitimar la muerte como la “solución” a los problemas de criminalidad en el país; construir políticas de seguridad con apoyo de las comunidades, las organizaciones civiles e investigadores; recuperar el control sobre los cuerpos de seguridad del Estado y reconstruir un sistema judicial que dé garantías a todos los ciudadanos. Un proceso complejo, de largo aliento y que se enmarca dentro de un proyecto mayor: recuperar la plena vigencia del Estado de derecho y la democracia en el país. Una vocación de cambio que crece y se fortalece, todos los días, en los venezolanos.

Desde Caracas mi Convive seguiremos acompañando, apoyando y trabajando junto con todos los venezolanos que insisten en dar la voz a los familiares de las víctimas; un compromiso de vida por la vida misma.

Para ver las claves más importantes del informe de Monitor de Víctimas:

* Director de Alimenta la Solidaridad y Caracas Mi Convive

rpatino.com

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

INFOGRAFÍA | 37 muertos en 3 días de tiroteos: el balance actualizado de la violencia en la Cota 905

 

Durante la presentación del informe anual de Monitor de Víctimas se precisó que a esta cifra se suman otros 27 muertos en la presunta «cacería» de supuestos miembros de la megabanda del «Koki»

Los integrantes del equipo de Monitor de Víctimas aprovecharon la presentación de su informe anual este 27 de julio para dar a conocer un balance actualizado sobre los hechos acaecidos en la Cota 905 y sus alrededores.

Durante la presentación del informe “Pandemia, gasolina y militarización: el cóctel que estimuló la violencia”  se dio a conocer que en el intento fallido del Gobierno por desmantelar la megabanda del “Koki” perdieron la vida 63 personas.

La presentación del informe estuvo a cargo de Ronna Rísquez, coordinadora editorial de Monitor de Víctimas; Manuel Parejo y Héctor Navarro por Caracas Mi Convive; Lorena Meléndez, periodista de Runrun.es; Liz Gascón, periodista del estado Lara; y como invitada especial la profesora Mirla Pérez, directora del Centro de Investigaciones Populares.

Respecto a los sucesos de la Cota 905,  Rísquez detalló que se contabilizaron 37 muertos en tres días  –entre el 7 y el 9 de julio– de enfrentamientos,  que incluye la Operación Indio Gran Cacique Guaicaipuro. 

La cifra de caídos incluye dos mujeres y un niño de 11 años que fueron víctimas de balas perdidas.

 

Además, se precisó también que del total de muertos,  11 víctimas fueron alcanzadas por balas perdidas, 9 eran presuntos miembros de la banda del “Koki”, 10 fueron presuntamente ejecutados por funcionarios policiales y 4 eran funcionarios de cuerpos de seguridad.

A esta cifra se suman otras 27 personas muertas en la presunta “cacería” de supuestos miembros de la megabanda del “Koki” entre el 10 y el 23 de julio, lo que eleva el número total de fallecidos a 63.

 

Las personas desplazadas de la Cota 905
El Estado es el responsable de asegurarles a los desplazados de la Cota 905 condiciones mínimas de existencia digna y garantizarles sus derechos humanos

 

@dhayanamatos

Aunque se haya dicho tantas veces, no está de más repetir que las principales víctimas de las bandas armadas y de la delincuencia social en los barrios son las personas que allí habitan y que desarrollan en esos lugares su vida cotidianamente.

Contrariamente a la opinión frívola y superficial de algunas personas que creen que todos los habitantes de los barrios son malos, vagos o delincuentes, la realidad muestra que la gran mayoría es gente trabajadora, honesta y decente.

Quienes habitan estos espacios son personas que, por un lado, tienen que hacerle frente a las difíciles condiciones actuales existentes en Venezuela para cubrir las necesidades básicas y, por el otro, deben convivir con altos niveles de violencia, resistir a la delincuencia que azota su realidad pero de la cual ni son parte activa ni son cómplices, solo sobrevivientes.

Todo esto viene a colación por los sucesos ocurridos en la Cota 905, en el enfrentamiento entre los cuerpos de seguridad del Estado y la banda del Koki.

Sin Estado ni liderazgo opositor, manda el Koki

Bastante se ha señalado que la fuerza que han adquirido los grupos delincuenciales en el país obedece a la falta de Estado. En ese sentido, la desinstitucionalización que se aprecia en todos los sectores también se refleja en el poder –sustituto del estatal– que las bandas han ido adquiriendo, ante la vista gorda de las autoridades, en algunos casos y, ¿complicidad en otros?

Es difícil no ser suspicaz sobre este tema cuando se observa el arsenal armamentístico decomisado a los antisociales; se genera el interrogante de si es posible que entre al país ese tipo de armamento sin que sea notado por las autoridades públicas.

Por el otro lado, hay que reconocer la falta de empatía de algunos de quienes se denominan líderes de la oposición venezolana y su falta de conexión con las demandas de la gente, sus necesidades, experiencias, trayectorias y recorridos vitales. Parecen estar más preocupados de tomarse una foto con Biden y de las reacciones de Ursula von der Leyen que de conocer de primera mano los problemas que aquejan a esa población venezolana que pretenden representar.

Esa idea de liderazgo político en la cual hay una conexión entre quien lidera y tiene una visión que quiera compartir, comunicar y conectar con sus seguidores, para organizarlos en aras de una meta común, parece divorciada de la forma en que se comportan algunos de los “líderes” de la oposición venezolana. No saben lo que es “patear calles”, recorrer barrios, conectar, escuchar, sentir a esa ciudadanía que quiere respuestas y reconocimiento de sus problemáticas.

Se trata de un liderazgo que no ha sabido ocupar los espacios abandonados por el gobierno y ante este panorama, donde no están presentes ni los unos ni los otros, las bandas criminales gobiernan, establecen las dinámicas y las normas de actuación: son ellos quienes detentan el monopolio de la violencia, hasta el punto que, donde ejercen su mandato, la policía no se atreve a entrar.

Y en este contexto, se va generando un nuevo grupo de víctimas de la crisis sociopolítica venezolana: las personas desplazadas internas.

Bendiciones a La Vega

Bendiciones a La Vega

Los desplazamientos de la Cota 905

Las imágenes de vecinos de la Cota 905 abandonando sus casas, con unas pocas cosas en la mano y cargando a niños y niñas se volvieron virales… ¡Huyen de la violencia! Y huir, en su acepción común, implica alejarse precipitadamente de un lugar que encierra algún peligro.

Esto fue lo que hicieron, se fueron de sus casas por miedo al peligro que ya habían enfrentado y que temían que volviera a suceder. Además, es importante tener presente la violación de sus derechos humanos.

Cuando se huye no se planifica el viaje, ni se organizan los próximos pasos. Se sale y se deja atrás todo, aunque eso implique una vivienda que costó mucho adquirir, los afectos y el cariño de personas cercanas, los recuerdos, los objetos con valor no solo económico sino sentimental, en definitiva, se deja atrás la vida conocida para enfrentarse a nuevos retos y riesgos. Sin olvidar los efectos del estrés postraumático que pueden llegar a sufrir ante lo vivido.

Eso es lo que ha ido sucediendo en la Cota 905 y sobre lo que es necesario alertar.

¿Refugiados o desplazados internos?

A nivel mundial, hay una clasificación de las personas que huyen de sus hogares y se desplazan según crucen o no una frontera internacional.

Las personas nacionales de un país que huyen de sus hogares por temor a un peligro, se desplazan y cruzan una frontera internacional, es decir, se van a otro país, se les conoce como refugiados. En su caso, opera la protección internacional a la cual los países que han firmado tratados en esta materia se han comprometido.

Según el informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) titulado Tendencias globales desplazamiento forzado en 2020, los cinco países de los cuales proceden el mayor número de personas refugiadas, en orden descendente, son: República Árabe Siria, Venezuela, Afganistán, Sudán del Sur y Myanmar.

Esto quiere decir que los venezolanos representan la segunda mayor proporción de refugiados en el mundo; aunque no se le haya otorgado esa condición expresamente, sí ha habido un reconocimiento de que se trata de una migración forzada por la emergencia humanitaria compleja, agravada actualmente por la pandemia de la covid-19.

En el caso de quienes se desplazan internamente, aunque huyen de su hogar, no hay cruce de fronteras internacionales y se trasladan a otros lugares dentro del territorio nacional (Colombia es el país del mundo con el mayor número de personas desplazadas internamente, aproximadamente 8 millones). En este caso, el Estado en el cual habitan es el responsable de asegurarles condiciones mínimas de existencia digna y garantizarles sus derechos humanos. Así las cosas, el Estado venezolano es el principal responsable de la protección de las personas desplazadas internas de la Cota 905.

En el número 18 de los Principios rectores de los desplazamientos internos de Naciones Unidas expresamente se establece que “1. Los desplazados internos tienen derecho a un nivel de vida adecuado; 2. Cualesquiera que sean las circunstancias, las autoridades competentes suministrarán a los desplazados internos, como mínimo y sin discriminación, y se cerciorarán de que pueden recibir en condiciones de seguridad: a) alimentos indispensables y agua potable; b) cobijo y alojamiento básicos; c) vestido adecuado; y d) servicios médicos y de saneamiento indispensables; 3) Se tratará en especial de garantizar que las mujeres participen plenamente en la planificación y distribución de estos suministros básicos”… ¿Está el Estado venezolano cumpliendo las obligaciones que tiene con los desplazados de la Cota 905?

Preocupación por lo que vendrá

El caso de la Cota 905 no es el primero en el cual las personas abandonan sus hogares por los enfrentamientos armados, ya en el país se han dado otros casos. Se desconoce la cifra de desplazados internos y desconozco si alguna entidad pública o alguna organización internacional les están prestando apoyo, por ello quiero alertar sobre esta situación, para que se monitoree lo que les sucede y que estas personas no terminen en el olvido, con lo que se profundizaría aun más su actual situación de vulnerabilidad.

Desplazados

Desplazados

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Podcast | Tres en uno: Silencio en la Cota 905, salvarse de un secuestro y los cambios en las relaciones laborales

En el episodio 126 de este podcast informativo, tres grandes reportajes destacaron esta semana por la alianza entre los portales RunRun.es, TalCual y El Pitazo.

Silencio en la Cota 905: del centro hacia dentro suspendidas las garantías, es el reportaje que destacó por TalCual esta semana. En zozobra y con miedo constante viven los habitantes de la Cota 905 en Caracas luego que cuerpos de seguridad hicieran un operativo por 72 horas los días 7,8 y 9 de julio que dejó más de una treintena de muertos.

Por El Pitazo resaltó el trabajo Conoce como el comprador de un vehículo se salvó de un secuestro. Arturo viajó del estado Yaracuy a Ocumare del Tuy en el estado Miranda para comprar un camión por 6 mil dólares, pero una alcabala lo salvo de una estafa. Al decirle a los funcionarios que se dirigía a hacer ese negocio que había visto a través de la plataforma Marketplace en Facebook, estos acudieron al lugar y mataron a dos delincuentes que pertenecen a una banda de robo, secuestro y extorsión.

La pandemia aceleró los cambios en las relaciones laborales, es el reportaje de Runrun.es que expone que la llegada de la pandemia alteró el modo de trabajar. La mayoría de las personas se ven obligadas ahora a laborar desde sus casas, otras han tenido que adaptarse a través de las redes sociales y del servicio a distancia. En un país, donde la conectividad a internet es una de las peores del planeta, el teletrabajo no parece ser la solución para algunas empresas que han debido salir de personal o simplemente cerrar.

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Lo bueno, lo malo y lo feo de la detención de una mujer y tres hombres de la banda del “Koki”
Es bueno que se haya detenido a estas personas, en lugar de ejecutarlas. Pero es mala la ausencia de información oficial detallada y es muy feo que se estigmatice e hipersexualice a la mujer capturada. En este último aspecto, también el Estado tiene responsabilidad, explicó Gabriela Boada, defensora de derechos humanos

Fotos: @BegvGeneral

Funcionarios de la Brigada Especial Contra las Actuaciones de los Grupos Generadores de Violencia (BEGV), junto al Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), detuvieron este martes, 20 de abril, a cuatro ciudadanos presuntamente vinculados a la banda del “Koki” que opera en la Cota 905. Los sujetos fueron capturados en un edificio de Fuerte Tiuna y en Las Adjuntas.

A través de su cuenta de Twitter, la periodista de sucesos Lysaura Fuentes detalló que los funcionarios capturaron a la ciudadana identificada como Carla Dorianny Díaz Torrealba, Alias “La Pelúa” en Fuerte Tiuna, donde también detuvieron a Óscar Eduardo Gómez Durán, según la BEGV.

Además, Fuentes detalló que también fue detenido un presunto integrante de la banda de El Koki en Las Adjuntas, calle Santa Cruz, identificado como Jender Edwin Díaz Rodríguez. El último sujeto no fue identificado.

Lo bueno

La detención de los presuntos miembros de la banda del Koki, entre ellos Carla Dorianny Díaz Torrealba, conocida como alias “La Pelúa”.

También se ve positivo porque Díaz Torrealba, Gómez Durán y Díaz Rodríguez serán presentados ante un tribunal de control y serán sometidos a un proceso judicial, como establece la Constitución de Venezuela.

Un hecho importante a resaltar es que estas personas no fueron ejecutadas extrajudicialmente por cuerpos de seguridad, un patrón que ha sido habitual desde el año 2015 con la Operación Liberación del Pueblo, y luego con las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), en los casos de persecución a presuntos miembros de bandas o grupos delictivos.

En este caso, se podrán determinar las responsabilidades de los detenidos en hechos delictivos y  sus vínculos con organizaciones criminales, además se les impondrán las sanciones que contemplan las leyes del país. 

Lo malo

Que las autoridades del Ministerio de Relaciones Interiores Justicia y Paz, y el Ministerio Público no suministren información oficial sobre la detención de estos presuntos delincuentes y sus roles dentro de la organización criminal que paralizó Caracas entre el 7 y 9 de julio con hechos violentos que causaron 37 muertos y más de 20 heridos.

Aunque en esta ocasión se tuvo conocimiento de la identidad de los detenidos y no solo de sus apodos -que es lo común- se desconocen detalles sobre el prontuario delictivo de los aprehendidos, de qué delitos puntuales se les señala, con qué hechos específicos se les relaciona y cuáles son los elementos que permiten afirmar que son miembros de la banda de Carlos Luis Revete, alias “Koki”.

Tampoco se ha explicado cómo es que miembros de un grupo criminal tan peligroso se encuentran escondidos en una vivienda ubicada en el interior de una instalación militar.

Lo que sí circuló rápidamente fueron fotos de la mujer detenida, posando con armas, en traje de baño y desnuda.

Lo feo

La estigmatización e hipersexualización de Carla Dorianny Díaz Torrealba, detenida por su presunta vinculación con la banda del “Koki”.

De acuerdo con una nota publicada por El Pitazo, Díaz Torrealba tiene 19 años y estaba solicitada por presuntamente ser cómplice directa de los líderes de la megabanda de la Cota 905. Fuentes policiales detallaron que la detenida, a quien se le conoce con el alias “La Pelúa”, presuntamente cobraba las extorsiones y rescates de secuestros, además,  administraba los pagos de la venta y distribución de drogas.

Tras conocerse la noticia de la detención de Díaz Torrealba, rápidamente los medios de comunicación y los ciudadanos la viralizaron en las plataformas digitales. Sin embargo, el principal motivo por el cual se convirtió en tendencia este hecho no fue en sí por las detenciones.  

Muchos de los comentarios y notas difundidas hacen mayor énfasis en la figura de Carla Dorianny Díaz Torrealba, a quien han señalado como presunta “garitera” de la Cota 905.

Entre los principales comentarios encontrados en Twitter, se denota un énfasis particular en Díaz Torrealba, resaltando, sobre todo, sus características y atributos físicos y el hecho de ser una mujer integrante de una banda delictiva.

En conversación con Runrun.es, Gabriela Buada, defensora de derechos humanos y fundadora de la ONG Caleidoscopio Humano, consideró que al relatar la noticia de la detención de Díaz Torrealba desde ese enfoque se perciben “elementos de discriminación, estigmatización y violencia de género”, porque se profundizan estereotipos.

“Hablar de una vez de esos elementos, que podría pasar por el hecho de ser mujer, revela que existe una profunda estigmatización de ella. La forma en la que se ha visibilizado la noticia también, porque no es lo usual que una mujer participe en estas bandas, y que además se resalten las condiciones físicas desde una hipersexualización y no se detalle lo que realmente es la información, es lo que nos hace suponer que hay una profunda estigmatización por sus condiciones de género”, explicó.

 

Desde la perspectiva de Buada, la responsabilidad no recae únicamente en los medios de comunicación por la forma en que se visibiliza el hecho, tampoco en la opinión pública, sino principalmente en el Estado.

“La  hegemonía comunicacional, las barreras que viven los medios para acceder a las fuentes, ya son muchos años que ningún periodista de sucesos va a la morgue, o no tienen acceso a cifras oficiales”, señaló Buada.

En ese sentido, recordó también que las últimas cifras que detallan estos temas de violencia y seguridad ciudadana se emitieron en el año 2015, cuando estaba al mando del Ministerio Público la exfiscal Luisa Ortega Díaz.

“No hay acceso a ninguna fuente que haga que la labor del periodista sea menos intuitiva, menos investigativa y de análisis. Por ello, muchas veces corren el riesgo de exponer a las mujeres en los titulares para darle  visibilidad a las notas”, explicó.

En tal sentido, señaló que el Estado no tiene campañas informativas ni discursos apropiados en cuanto a temas de género y cómo se pueden comunicar. .

“Esto conlleva a que esa persona pueda estar expuesta a todo lo que tiene que ver con estos estigmas, estos hechos que de alguna forma pudiesen colocar en riesgo su integridad física y moral”, aclaró.

Como consecuencia de toda esta falta de educación en cuanto al tema, “se infunde una opinión que va más allá de la investigación y que no está respetando ni la presunción de inocencia, ni otros parámetros que también se deben respetar y que los medios deberían tener claros”.

Para concluir, reitera que la hispersexualización de todo lo que representa Díaz Torrealba pudiera ser responsabilidad del Estado, pues a falta de educación sobre estos temas, “se profundizan estos errores, quedan en la mente de la opinión pública y se forjan esas opiniones machistas, discriminatorias y discriminantes que normalmente vemos”. 

Por su parte, Gonzalo Himiob, vicepresidente del Foro Penal Venezolano, manifestó preocupación por el “manejo sensacionalista, frívolo y rayando en la apología del delito”, que han tenido algunos medios de comunicación y periodistas con respecto a la captura de Díaz Torrealba.

A juicio de Himiob, “es un irrespeto a las víctimas”, agregando que “idealizar y banalizar crímenes y criminales nunca es bueno”.