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Víctor Maldonado C. Ago 22, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Levántate, no temas
Ese país que extrañamos y al que aspiramos comienza con nosotros y se funda desde nuestro ser y nuestro actuar. Somos nosotros el país que podemos ser, sobre la base de lo que hemos sido

 

@vjmc

A mi amigo Mingo

Al final nos corresponde “agarrar el toro por los cachos” y enfrentar con toda la serenidad que nos sea posible el balance de nuestras vidas. Nos hemos equivocado muchas veces. Hemos perdido tres décadas de lo mejor de nuestras vidas en el intento de corregir un error de aproximación a la política, somos el país latinoamericano con la migración forzada de consecuencias más atroces en lo que va de siglo, y hemos visto deshacerse una tras otra todas y cada una de nuestras ilusiones.

Los venezolanos somos un país de tristezas, aunque sonriamos. El peso es terrible. Hemos experimentado la despedida, la soledad, el abandono, la enfermedad, la muerte y la traición. Tragamos grueso, pero hemos comido basura. Y para colmo, en medio de esta pandemia, ni siquiera nos hemos podido despedir de nuestros seres queridos, que son despachados como si fueran paquetes de intocables. Estamos encerrados, el miedo se nos ha impuesto como mecanismo de dominación, sin que tengamos el consuelo de una política de vacunas para todos, incluso los más pobres, los más alejados, los que no tienen contacto con la modernidad.

Nuestras poetas comparten con nosotros versos de desgarre y la experiencia de una vida cotidiana consistente en la ardiente incertidumbre del pasar los días atentos al próximo apagón, los efectos de la lluvia siguiente, el calor sofocante, y el tratar de no pensar en nada, que nada nuevo ocurra, una enfermedad, una devaluación adicional, que no se dañe la nevera, que aguante el gas hasta la próxima bombona, que no suban la matrícula de las escuelas. Estamos en un remolino, aferrados a un tronco, tratando de bracear, intentando no ahogarnos.

Vamos a estar claros. Nosotros vivimos una realidad que provoca arrechera. Una vida que transcurre en dos raseros bipolares.

Un país que quiere pagar salario mínimo pero que cobra bienes y servicios en dólares. El país de las apariencias que pretende “hacerte una oferta de servicios” en bolívares, mientras eres testigo y cómplice obligado de cómo se cobra. ¿Ese es el país con dos sistemas que auspician los voceros empresariales? Y esto es solo un ejemplo de la bipolaridad enloquecedora que con la que nos torturan a diario. ¿Se hacen los locos? ¡Sí! Y eso da más arrechera.

Y al frente, en la orilla, bien a salvo, la política se burla. Se burlan porque no reconocen la tragedia del país, ni la inmensa inversión que todos hemos hecho en sobrevivir y mantener la cordura. Se burlan porque ellos son una dimensión discordante de nuestra realidad, sin vínculo con lo que nos está ocurriendo e ingeniando falsas soluciones a problemas que son de ellos, pero no de nosotros. Ellos viven la apariencia, por cierto, mal maquillada, y nosotros vivimos en carne viva. Ellos hablan un idioma de diálogos, negociaciones y ruta electoral. Son ellos los que juegan ese juego de bailar alrededor de las sillas, son ellos los que se paran, se sientan, se turnan y vuelven a jugar, mientras nosotros, aferrados al tronco, tratando de superar la turbulencia, los vemos, los oímos y los odiamos. Ellos son la traición venezolana, la práctica arquetipal del vivo, el individualismo prepotente y sobrado que igual piensa “que los demás se jodan, bien hecho” y trata de hacer negocio con eso. ¿Más jodidos? ¡Mejor para mí! Los bolichicos solo fueron la primera versión de la perversidad que se ha ensañado en nosotros.

Pero no perdamos el sentido original. Estamos hartos, nos sentimos defraudados, nos han violado con oprobio, estamos de muchas maneras constreñidos por las difíciles circunstancias, pero si volteamos a nuestro fragor histórico, no es la primera vez que nos toca respirar profundo y decidirnos a barajar la mano, comenzar de nuevo y seguir viviendo.

La cadena de las crisis

La cadena de las crisis

Estamos como las tardes que amenazan con el chaparrón inminente, en los dolores de parto, deseosos ya de comenzar una nueva etapa. Y deplorando el tiempo invertido en tanta piratería maliciosa interpretada por élites perversas y desconectadas de la suerte del país. Esas élites que se creen los únicos habitantes con derechos y que practican una narrativa tan refractaria a los otros, que somos nosotros.

¿Cómo hacerlo? El problema es que duele tanto como provoca un inmenso hastío. ¿Hasta cuándo, Señor, vamos a vivir el castigo del eterno comenzar? Duele, porque además nos humilla. Aburre, porque nos queda menos vida para desgastar. De allí que esta nueva oportunidad no la gastemos en espejismos. ¡Enseriemos nuestra vida!

Lo primero es procesar el duelo que llevamos entre pecho y espalda. Asumir el doloroso esfuerzo del “darnos cuenta” qué ha pasado con nuestra heredad.

Hacer contacto con la realidad y elaborar un inventario de pasivos y de activos vitales. ¿Qué ha pasado con nuestra vida? Busquemos datos e hitos referenciales.

a) Esto comenzó en 1992 con los golpes de Estado. Se consolida como proceso en 1998 y va agotando todas las reservas republicanas y democráticas hasta constituirse en un ecosistema criminal que reparte los roles a favor del totalitarismo.

b) Llevamos 29 años de turbulencia destructiva. Una generación completa se ha desgastado y descompuesto en el intento de cambiar la situación.

c) Estos 29 años han sido el escenario para calibrar a las élites políticas y económicas, que nos han resultado fallas en su compromiso con el país. Y más que fallas, erráticas, corruptas y traidoras.

d) Nos hemos quedado solos. Nadie va a venir a salvarnos, ni podemos contar con el liderazgo político nacional. No hay pudor alguno, porque cuando ellos se sientan en la mesa con la tiranía es para reforzarla y nunca para reivindicar nuestro derecho a la libertad. Son serviles y pusilánimes. Rastreros a cambio de una participación en el saqueo, único propósito transformado en el proyecto más consistente de nuestras élites.

e) En 29 años descubrimos una violencia creciente y experimentamos “la traición de Leviathan”. El sobrio monopolio de la violencia legítima se ha convertido en un bazar nacional de la violencia ejercida por los que no tienen empacho en disparar y matar. Mientras eso ocurre, se justifica cualquier cosa en aras de la revolución y de una igualdad mal digerida. Ahora sabemos que el Estado socialista no es garantía sino la causa raíz de nuestra servidumbre.

f) Ahora tenemos como residuo de tanta barbarie una economía mutada a un sistema sofisticado de lavado de dinero, mientras que la economía real agoniza o se reconfigura. Sin asegurar los factores de producción, en medio de la arbitrariedad, con leyes confiscatorias y el ojo del gobierno esperando cualquier caída para devorar lo productivo es poco probable que tengamos algo diferente a “buenos negocios conjuntos entre mafias y testaferros serviles”. Es una economía sin horizonte para invertir, y por lo tanto es una economía envilecida. Sin moneda, con el dólar como moneda default, y un sistema financiero que en modo condicional se atreve a innovar en servicios, pero que ha dejado al país de clases medias y bajas al margen. Aquí no hay crédito. Es una economía premoderna en pleno siglo XXI.

g) No hay servicios públicos, y no vale la pena abundar lo que ya sabemos, porque lo sufrimos.

h) Se ha desguazado la familia.

i) Se ha tirado a pérdida la educación y se ha pervertido el contenido educativo.

j) No hay instituciones autónomas sin una predisposición servil a hincarse ante el altar de la revolución.

k) No hay garantías judiciales, no hay justicia y no hay sistema judicial. Pero sí tenemos centenares de presos políticos, anónimos, cuyas familias están arruinadas psicológica y económicamente.

Y para colmo, como lo hemos dicho sin cansarnos de repetirlo, padecemos una dirigencia política que se entregó y exige de nosotros total complicidad en una trama que por donde se vea, solo les conviene a ellos. Por eso, y no por capricho, debemos transitar todas las fases de la ruptura. Porque o nos atrevemos a romper, o no nos salvamos. No habrá ninguna posibilidad mientras esas sean las condiciones de marco.

Como todo proceso de ruptura a la venezolana, en estos 29 años han sido muchas las veces en que hemos vuelto a confiar. Pero se acabó el tiempo de las oportunidades de remisión.

Debemos asumir con humildad y realismo que hemos sido víctimas de una gran estafa.

Una estafa alucinante. Con operaciones psicológicas sofisticadas, que nos aturden y no nos permiten saber quiénes son aliados de verdad y quiénes son parte del aparato del régimen. Es en esa zona gris donde nosotros dudamos. Por eso, no nos queda más que apelar al sentido de realidad y recordar la sentencia evangélica que, ante la duda, el único criterio razonable es insistir en que “por sus obras los conoceréis”, porque el discurso es engañoso en un ecosistema donde nadie juega a la integridad. Aquí se ha legitimado la mentira.

Pero romper no es suficiente. Quedan pendientes dos preguntas cruciales: ¿Cómo reconstituir la política? ¿Cómo reconstituir la república?

Debemos asumir nuestra responsabilidad. En el M2 de nuestro ejercicio ciudadano debemos hacer la diferencia, entendiendo que nos jugamos nuestra existencia y la vigencia de un país llamado Venezuela. Ese país que extrañamos y al que aspiramos comienza con nosotros y se funda desde nuestro ser y nuestro actuar. Somos nosotros el país que podemos ser, sobre la base de lo que hemos sido. Sin pretensiones epopéyicas. Sin ese heroísmo almibarado que nos legaron nuestros apologistas románticos. Me refiero a la batalla de nuestros abuelos y bisabuelos. De nuestros padres y de nosotros mismos. De nuestros vecinos, nuestro barrio o ciudad. Porque este país se ha hecho y mantenido por la fuerza demoledora de las pequeñas cosas, que han llegado a sumar grandezas.

No estamos peor, ni ha sido mayor el desastre por nuestra casi infinita capacidad de adaptación, porque una vez decididos no hay marcha atrás. No estamos peor porque nuestra fortaleza está asentada en algunos valores que no se mezclan con nuestros peores defectos. Somos trabajadores, aunque no lo creamos, no hemos abandonado metas que nos parecen valiosas, como la educación de nuestros hijos, o los emprendimientos indebidamente calificados como rebusques. No lo queremos reconocer, pero somos gente que anda y desanda caminos, desde la huida hacia Oriente, queriendo evitar los desmanes de Boves, el trajinar de los ejércitos libertadores, las migraciones internas del siglo XX, y más recientemente el doloroso proceso de migración y desplazamiento forzados, de nuevo por hambre, violencia y muerte. No nos quedamos esperando nuestra suerte. Nos movemos, así sea al alto costo de la separación.

Pero no estamos mejor porque nos embelesamos con la personalidad carismática, nos enamoramos del líder y les entregamos todas nuestras banderas y consignas. No estamos mejor porque la mala cara de la adaptación es la tolerancia, más allá de cualquier límite razonable, porque creemos que el país es bueno para la renta, y porque nunca nos ha importado demasiado cuál es el origen de la riqueza que exhiben con impudicia todos los que se encaraman en el ecosistema criminal. No estamos mejor porque no hay sanción moral contra los chanchullos. Y porque nos cuesta mucho la exigencia de normas y valores aplicados universalmente, sin la excepción del carnet, sin el privilegio del compadrazgo, sin las excepciones presumidas por la familia extensa, sin el afán de particularizarlo todo. No estamos mejor porque preferimos la impunidad de las logias propias (eso que yo llamo la “costra nostra”) al interés del país. No estamos mejor porque esos obstáculos lucen todavía infranqueables, porque tienen que ver con nosotros, con nuestra forma de pensar, nuestros modelos culturales, y porque todo esto tiene actores intencionales e interesados que juegan a nuestra confusión. Y desde la confusión a nuestra fatal servidumbre.

Esta “costra nostra” no requiere de ciudadanos sino de masa. Ni los del régimen, ni su oposición complaciente (opolaboracionista) pueden lidiar con la inquisición propia de los que actúan con libertad. Ellos quieren que seamos la misma montonera de nuestro largo y tortuoso siglo XIX y los “Juan Bimba” del siglo XX. Ellos quisieran que nosotros nos comportáramos como “buenos compañeritos” que se conforman con gorra y franela con los colores del partido, sin vocación de impugnación. Ellos nos tienen previstos como “carne de cañón” que paga represión, muerte, cárcel y violencia, para exhibir y apropiarse del martirio de nuestro pueblo.

Al pretendernos masa informe (de eso se trata el trapiche destruccionista llamado socialismo del siglo XXI, pero también tiene que ver con el populismo irredento) están confiando en algo que estamos dejando de ser. Por hartazgo y trauma, tal vez no por convicción, ya no queremos ser tan dóciles y confiados. Y ese precisamente es el foco de una nueva oportunidad, cueste lo que nos cueste.

Es muy duro, nos saca de la cancha que siempre hemos jugado, pero debemos recordar la esencia de nuestra vida en común. Solamente podemos salir del mal si transitamos este desierto aferrados a lo que sabemos que somos, rebelándonos ante nuestro presente, y teniendo claro el futuro que queremos para nosotros. Y comenzar esta reacción en cadena contra lo que nos está matando.

No busquemos más allá de nosotros mismos. El cambio de actitud comienza con nosotros. Teniendo presente que va a doler y costar el dejar atrás y el renunciar conscientemente a la causa raíz de nuestros males. Cada uno puede hacer el inventario propio. Pero que no falte un repudio explícito a dos dimensiones del mismo problema:

a) Hay que repudiar definitivamente al caudillismo y por lo tanto, debemos decidir, de una vez por todas, no ser nunca más parte de una montonera.

b) Hay que renunciar y prevenirse contra el compadrazgo, amiguismo y el compinchismo. Eso va a doler. Pero mientras no seamos capaces de diferenciar espacios, tiempos y contextos, mientras no seamos exigentes en las condiciones morales e institucionales de las relaciones entre nosotros, en tanto que ciudadanos, seguiremos abriendo la fosa donde terminará enterrado nuestro país.

Este gran desafío comienza con nosotros. No busquemos en el cielo una señal. Nosotros somos señal y advertencia. Y hay cosas que debemos hacer en el marco de nuestros pequeños confines. Y este esfuerzo tiene también indicadores de precisión. Yo los invito a completar el inventario. Pero que no quede fuera de la reflexión estas necesidades:

a) La necesidad de construir el país desde nuestra exigente mirada. Nosotros sabemos lo que queremos: decencia, oportunidades dignas, salud y educación, modernidad, libertad, seguridad y justicia. Sabemos lo que no deseamos más: destrucción, ruina, mentira, prepotencia, impunidad y servidumbre. Nosotros queremos congregar a nuestras familias y no la tragedia de la dispersión. No queremos un país donde el privilegio sea para los saqueadores. Queremos un país con una economía productiva y pujante. No queremos un país de mafias. Queremos un gobierno eficaz, pequeño, concentrado en hacer lo suyo, sin desbordes ni excesos. No queremos líderes eternos que abusan del poder encomendado para quedarse eternamente. Queremos alternancia en el poder, ejercido con límites y pudor republicano. ¿Lo podemos lograr? ¡Depende de si podemos romper con todo lo hecho para comenzar de nuevo!

b) Queremos una nueva clase de líderes, definidos bajo nuevos conceptos. Líder es aquel que comparte nuestras convicciones y dirige el camino. Que ni se vende, ni se prostituye, ni es adicto al poder para su propio lucro. El líder que queremos debe ser capaz de construir relaciones valiosas fundadas en la verdad. El líder que necesitamos tiene un proyecto de poder elaborado con integridad. No queremos líderes infatuados, con guardaespaldas y camionetas blindadas, que suben cerros para tomarse fotos, y que lo único que dan es la mano, pero no su compromiso.

c) Queremos una red de ciudadanos empoderados, con líderes que sepan trabajar coordinadamente. Porque no puede ser uno solo, providencialista y mandón, sino constructor de proyectos en común, con una hoja de ruta en el que todos comparten con equidad costos, ganancias y riesgos. No necesitamos “hombres fuertes”. Necesitamos líderes con fortaleza. No necesitamos conductores chabacanos, que transmiten una imagen sesgada del venezolano. Necesitamos líderes que modelen sobriedad y talante republicano. Tenemos que reencontrarnos con el país trabajador, frugal y esperanzado que hemos sido y que podemos volver a ser.

Aliados para el cambio

Aliados para el cambio

Pero el marco de aspiraciones luce incompleto si no proponemos un sentido. La gente pide afanosamente un qué hacer. Necesitan un encuadre y un contexto que les permita comenzar a construir oportunidades para un país que muchos quieren tirar a pérdida. Y eso supone superar dos caminos que nos regresan al abismo. El inmediatismo, y tratar de afectar lo que solamente son apariencias. El tiempo perdido es imputable a esa clase política falla y carente de sentido de la responsabilidad social. Que nos conformemos con ellos, porque son los que existen, nos condenan a perdernos de nuevo en el laberinto de la inefectividad.

El plano de las apariencias solo nos enreda en batallas espurias. Pretender que el problema es el pasaporte que no nos otorgan, los apagones o la usurpación masiva de todos los poderes públicos, nos pone a pelear con las representaciones de un ecosistema criminal que es mucho más complejo y que se ha encajado en nuestra vida precisamente porque estamos constantemente aturdidos por sus efectos. Pero ¡cuidado! esa es la propuesta de los voceros de los gremios empresariales. Algo así como encalar una pared podrida en sus cimientos. Quisieran ellos una “normalización de lo que hay”, para tener ellos más oportunidades. Quisieran ser parte de una gran burbuja, no tener que pensar, evitar el discernimiento, y tener acceso a lo que ellos consideran parte integrante de su prosperidad, sin importar el tamaño de la exclusión que con eso provocan. Todos ellos quieren su “Hotel Humboldt” o su archipiélago de islas exclusivas donde la cordialidad entre los que dicen ser adversarios públicos desmiente cualquier discurso aparentemente confrontador.

Ellos son tentadores y tentación del apaciguamiento, la resignación y la capitulación.

Por eso aplauden las mejorías infinitesimales, dicen que ahora llega el agua cada tres semanas, o que el documento de identidad lo entregan solo después de seis meses. La lucha para ellos es en el detalle reivindicador, sin impugnar la esencia. Lo de ellos es el gasoil, los aranceles, la voracidad fiscal, y la administración de la pandemia. ¿Y el fondo? Ellos se entregaron y ahora son mandarines informales del régimen ante el cual se hincaron.

Entonces, ¿qué hacer? La política que podemos y debemos hacer comienza por nosotros. En el libro de Jeremías hay un llamado que bien podría ser a nosotros: “Ciñe tus lomos, levántate y háblales. No temas, porque yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro y como muro de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo para librarte”. Por eso debemos centrarnos en la verdad y recuperar siete dimensiones de la lucha y la resistencia política.

La FE

Este conflicto es existencial. El mal se engríe y cree que puede desplazar al bien hasta dejarnos en tierra baldía. Por eso, esta nueva etapa política nos debe reconciliar con nuestra FE y desde nuestras convicciones comenzar a combatir la oscuridad. Por la fuerza de las convicciones debemos entender, asumir y confiar que Dios está con nosotros y puede con nosotros dirigirnos hacia la liberación. Dios con nosotros debería volver a ser nuestro estandarte. Y nosotros poder definir con mayor precisión las líneas divisorias entre lo bueno y lo malo, lo aceptable y lo inaceptable. Sin convicciones estamos perdidos en el remolino donde todo vale lo mismo. El mal nos quiere desencajados y desmoralizados. Nuestro deber es revitalizar nuestra FE, levantarnos y comenzar a recorrer el camino hacia la liberación.

LA FAMILIA

La familia es el último reducto que quieren destruir. No han podido, pero sus embestidas la han fracturado. Nos han hecho creer que nuestras familias ni funcionan ni son motivo de orgullo. Han relativizado la vida, expoliado la responsabilidad en la educación de nuestros hijos, sometido al hambre y obligados a la dispersión. Pero hay que reconstituir las familias como centro de la vida, los valores, la responsabilidad por los otros y la esperanza. El espacio de la infancia, la ternura y la protección de los que todavía son frágiles. El espacio de nuestros abuelos, que merecen esa vida en conjunto y el honrar el mandamiento que manda a velar por los padres. Me refiero a la de cada uno, sin filosofar sobre la de los demás. Es un llamado a tomar posesión de nuestros bastiones de resistencia, no dejarnos allanar ni vencer, y desde allí, levantarnos y comenzar a recorrer el camino de la liberación.

LA COMUNIDAD

La calle, el condominio, la urbanización, la escuela, la iglesia, las cercanías requieren de nuestra activa preocupación y ocupación. El país que queremos cambiar comienza en nuestra casa y se despliega por nuestras calles. Velar por lo común, practicar el respeto, ser constructivos y severos en la responsabilidad compartida, aportar lo acordado y celebrar la cotidianidad del orden que nosotros mismos nos proveemos forman parte de esa comunidad vida que nos hace participar de la luz que entre todos nos procuramos. Solo cuando la calle deje de ser ajena, estaremos preparados para fundar el país que queremos. Nadie más que nosotros va a protagonizar el cambio. Y en ese sentido la política nueva debe ser de abajo hacia arriba.

LA COMPASIÓN

El sufrimiento de los demás no nos puede ser ajeno. La militancia en la indiferencia nos ha resquebrajado las ligazones que todavía nos significan como comunidad política. La familia y la comunidad se deben realizar en la compasión que nos aúna y que da paso a la lealtad de proyectos colectivos. Es tener el coraje de mirar al otro que sufre para intentar atenuar las razones de su pesar. En un país asolado por un régimen que nos quiere destruir, dispersar y dañar en nuestra esencia, solo la práctica militante de la compasión nos puede devolver el propósito común que tenemos como nación.

LA EXPERIENCIA COMO PEDAGOGÍA POLÍTICA

Familia y comunidad deben ser los centros donde insistamos en la cultura de la explicación. Insistir en el valor de la verdad como el arma que nos protege de la farsa. Desentrañar las causas de nuestra servidumbre y conseguir caminos en común para resistir y vencer. Contrariar las mitologías socialistas y las promesas falsas y viles del populismo. Entender lo que nos ha ocurrido, asumir responsabilidades y costos, encarar la mentira, y soñar con todas las posibilidades de un país diferente, son parte del quehacer político que se nos impone. Asumir esta experiencia como aprendizaje y promesa de cambio. La política es comunicar para convencer y prepararnos para vencer. 

FOCO EN SALIR DE LA BANCARROTA MORAL

No se trata de quedarnos en la mera contemplación de nuestra fatal condición. Es una época de preparación y acondicionamiento para rescatar el país que nos han arrebatado. Por eso mismo debemos tener el coraje de romper y dejar atrás todos los que nos han traído hasta aquí. Y el compromiso de no volver a cometer los mismos errores. El país nuevo tiene que ser diferente al partidismo clientelar, a las macoyas de las élites pervertidas, al rentismo irresponsable, la violencia del “guapo y apoyado”, las infinitas tramas que se ingenian “los más vivos”. Por eso mismo, superar la quiebra requiere primero un repliegue para volver a la fe originaria, recuperar la familia, hacernos parte activa de la comunidad, practicar la compasión y comenzar a narrar esta época para comprenderla y tratar de salir de ella. Es nuestra bancarrota la que debemos superar.

ACCIÓN Y CAMBIO

Llegado el momento, actuar para institucionalizar los cambios. No antes, ni después. Y no ceder al cansancio, el facilismo y la displicencia. La política comienza hoy, contigo y entre los tuyos. Exponte a la experiencia del ser líder, estar con los tuyos para ser sal y luz, y con los demás siendo sal y luz. Luz en tu casa, luz en la calle. Porque todo tiene su momento, y la paciencia todo lo alcanza. Recuerda que más allá del temor y la turbación, ¡Solo Dios basta!

victormaldonadoc@gmail.com

El silencio de Dios

El silencio de Dios

TALITA CUMI

TALITA CUMI

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Reuben Morales Feb 04, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Fobias que no te dice el psicólogo

@ReubenMoralesYa

Si bien son muchas las fobias tipificadas por la psicología, he encontrado un conjunto de pánicos no diagnosticados, pero que usted y yo padecemos todas las semanas:

Teleeducación-fobia: estremecimiento que vive un padre cuando llega un correo de la maestra titulado “Actividades de la semana”.

Motofobia: es la película de atraco que uno se arma en la cabeza cuando va caminando por la calle y escucha una moto cerca.

Tarjetofobia: espacio de tiempo que transcurre entre pasar tu tarjeta de débito o crédito para una compra y sentir el vértigo interno de que te digan: “Saldo insuficiente”.

Meserofobia: terror que se manifiesta tras reclamarle algo a un mesero y pensar en la posibilidad de que luego te traiga el plato escupido.

Estornudofobia: pánico que uno vive cuando presencia un estornudo de otro ser humano. Dicha fobia dura hasta dos semanas (tiempo para confirmar si ese ese estornudo produjo una incubación de COVID o no).

Esposafobia: fenómeno tipificado por mi colega Bobby Comedia. Es el temor de un hombre ante la posibilidad de que la esposa lo regañe por algo que hizo o dejó de hacer. Dicho en términos del Licenciado Comedia: “No importa lo que hagas, para ella igual la vas a cagar”.

Hora-loca-fobia: miedo que se manifiesta en el cuerpo cuando uno está en una fiesta sentado, bebiendo y conversando tranquilo y arranca la hora loca. El clímax de dicho miedo se presenta cuando tu tía se acerca para meterte a la fuerza en el trencito de la conga.

Alocucionfobia: ansiedad intensa que siente un ciudadano cuando su presidente anuncia una transmisión especial para comunicar nuevas medidas económicas.

No-sé-a-qué-le-di-fobia: sobresalto que se vive al comprar un aparato electrónico nuevo y darle a un botón que no se sabe para qué es.

Celufobia: pavor que siente todo hombre cuando deja su celular solo y la mujer se lo comienza a revisar.

En-la-parada-fobia: temor que se manifiesta al viajar en bus y ver que este ya se acerca a nuestra parada. Es el momento retador en donde uno debe vencer toda vergüenza y gritar “¡¡¡En la parada, por favor!!!”.

Supermercadofobia: angustia que brota cuando la cajera del supermercado está pasando los productos por el escáner y uno espera el monto total de la compra.

Plátanofobia: súbito aumento de adrenalina que experimenta el organismo al darse cuenta de que las tajadas de plátano se quemaron por uno estar revisando el teléfono mientras las freía.

Tenemos-que-hablar-fobia: ansiedad extrema que siente un cónyuge o un empleado cuando su pareja o jefe le envía un mensajito que dice “Tenemos que hablar”. Dicha fobia puede incrementarse exponencialmente si el mensajito termina en “Pero lo hablamos mañana”.

No-me-viene-fobia: crisis existencial que viven las parejas luego de tener relaciones y no recibir la tarjeta roja del árbitro en los días siguientes.

Y si bien estas fobias son nuevas, hay unas más nuevas todavía, pero aún están en estudio. Una de ellas se llama Lo-leíste-fobia. La misma se caracteriza por un síndrome de escapatoria que se manifiesta al leer un artículo y luego esconderse para que el escritor no te acose preguntando “¿Lo leíste? ¿Lo compartiste? ¿Qué te pareció?”. Lo único claro de dicha fobia es que, si desea evitarla, simplemente dígale al escritor “¡Te botaste! ¡Eres un crack! Ya lo compartí en todos mis grupos” y caso resuelto. El escritor no le fastidiará más y la fobia desaparecerá de inmediato.

Los dioses del miedo

Los dioses del miedo

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Carolina Jaimes Branger Oct 15, 2020 | Actualizado hace 1 mes
Miedo

@cjaimesb

Desde el martes 13 de octubre, cuando me designó el presidente Guaidó como miembro del Comité Organizador de la Consulta Popular, he tenido infinidad de llamadas y mensajes. Apartando los insultos, que no fueron muchos, tres denominadores comunes: felicitarme, agradecerme y la inevitable pregunta: “¿no te da miedo?”…

Sí, claro que me da miedo. Estamos enfrentando a un régimen que quiere mantenerse como sea en el poder y hace lo que sea para lograrlo. Cualquier manifestación o acción de crítica es respondida con “tuntunes”, como dice el hombre del mazo. Y todos sabemos qué y cómo son esos “tuntunes”. También se meten con las familias, el punto más débil que tenemos. Su maldad es ilimitada y lo hacen saber por todos los medios. Y encima, tienen un TSJ y unos jueces que liberan a asesinos, como vimos recientemente en los casos de Fernando Albán y el capitán Acosta Arévalo.

Yo fui coordinadora de El Firmazo en Aragua. El rumor era que los Círculos Bolivarianos iban a entrar en la Cámara de Comercio, donde teníamos nuestro “cuartel general” y destrozarían las planillas. La primera noche me avisaron que estaban reuniéndose en la IV División Blindada del Ejército, para salir hacia donde estábamos nosotros. Ahí también sentí miedo. Entonces llamé al General Baduel y le pregunté si eso era verdad. Argüí que no tenían derecho a impedirnos un acto democrático que contemplaba la constitución que había sido redactada, en aquel momento, a imagen y semejanza del movimiento chavista. Baduel me dijo con su voz grave: “señora, no se preocupe. Haga su consulta, que nadie se lo va a impedir. Tiene mi palabra”. Y nadie nos boicoteó la recolección de firmas. Lo que sí pasó es que, en ruta hacia Caracas, “desaparecieron” 20.000 de las 120.000 firmas que habíamos recogido. Uno de nosotros, como Judas, había sido el traidor. Pero esa es otra historia.

El hecho es que hoy enfrentamos un nuevo desafío de llevar a cabo una consulta popular en tiempos de anarquía y represión. Pero tal vez esta sea la última carta que los demócratas venezolanos podamos jugarnos. Por eso es importante participar. Si usted es de los que creen que ya tuvimos una consulta y “que no pasó nada”, le respondo que las condiciones de 2020 son distintas a las de 2017: ahora tenemos un gobierno legítimo, reconocido por las democracias más sólidas e importantes del mundo.

Este es un llamado de auxilio del pueblo venezolano. La peor diligencia es la que no se hace. No se pierde nada participando y se puede ganar mucho.

El 2017 no fue en vano: aquello trajo que hoy tengamos un presidente encargado y muchos países aplicando sanciones y persecuciones a los jerarcas del régimen. Aquello nadie se lo imaginó. Sopesando la experiencia anterior… ¿acaso no será altísimamente probable que sus efectos sean motores para por fin alcanzar la ansiada libertad en Venezuela?

¿Miedo? Sí, claro que hay miedo. Pero peor que el miedo es la desesperanza, porque la desesperanza paraliza. Eso es lo que quiere Maduro.

¿Miedo?… ¡Por supuesto! He pasado mi vida adulta predicando que no podemos esperar que otro haga la diligencia por nosotros. Ahora, una vez más, me tocó. Y les tocó a los valientes que me acompañan en esta consulta. Porque valiente no es quien no siente miedo. Valiente es quien, a pesar de sentir miedo, sigue adelante. Gracias Blanca Rosa Mármol de León, Enrique Colmenares Finol, Isabel Pereira Pizani, Horacio Medina, Estefanía Cervó y Rafael Punceles. Un honor estar con ustedes en este evento histórico y necesario.

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El miedo como característica de los pobres

@eliaspino 

En obras fundamentales de la literatura occidental, antiguas y modernas, se insiste en presentar el miedo como un rasgo propio y exclusivo de los hombres humildes, de las personas sin bienes de fortuna, mientras se atribuye a los miembros de las clases elevadas el monopolio de la valentía. Las crónicas sobre las epopeyas que han adquirido celebridad desde los tiempos  de Troya se detienen en los nombres de los reyes aguerridos y de los miembros de las cortes que los rodean, en testimonios de coraje físico de heroicas figuras dignas de memoria, para que la soldadesca ocupe  planas mínimas pese a que pone la carne en el asador. Estamos ante una recurrencia de pareceres, que conviene referir en esta serie que hacemos en Runrunes sobre los temores que han influido en el comportamiento de las sociedades.

El miedo al futuro

El miedo al futuro

Una de las referencias clásicas sobre el asunto se encuentra en la Eneida, que no solo importa debido a cómo fue seguida por autores posteriores, sino también porque explica los motivos de su afirmación. Escribe Virgilio: “El miedo es la prueba de un bajo nacimiento”. Nadie se atreve después a dudar de la sentencia, sino todo lo contrario. Es repetida con obediencia reverencial, para que adquiera consistencia el vínculo que se establece entre la cobardía y la pertenencia a los estratos más desposeídos de la colectividad.

El poeta plantea un nexo mecánico, un lazo ineludible entre la causa y su efecto: asocia necesariamente el rasgo deplorable de la cobardía con la ubicación de las personas en la base de la pirámide social.

Para los patricios de la Roma imperial era fundamental el concepto del honor, un atributo que los hacía merecedores del pináculo y por el cual eran capaces de dar la vida en situaciones extremas. Como a los plebeyos ese asunto no les importaba porque no les servía para nada, no eran capaces de participar en hazañas que los distinguieran ni siquiera un poco. No les interesaba. De allí su prolongada inclusión en los archivos de la cobardía.

En adelante prolifera el enaltecimiento de los héroes, sin que los autores permitan que el pueblo entre en el cuadro de honor. Los textos con especial audiencia en este sentido se deben a Amadís de Gaula, escritor de los libros de caballería más leídos y traducidos en Europa desde principios del siglo XVI. La fama de personajes fantasiosos, los caballeros andantes que adquieren prestigio por triunfar en combates desiguales, se convierte en un ideal perseguido por las clases acomodadas y por los hidalgos que buscan acenso, como don Quijote.

Uno de los autores que más influye en la orientación es Torcuato Tasso, quien no refiere fabulaciones sino episodios supuestamente sucedidos en la realidad. De acuerdo con la que asegura en su Jerusalén liberada, los caballeros de la nobleza, ante las murallas de la ciudad santa “se adelantan a la señal de las trompetas y de los tambores, y se ponen en campaña con altos gritos de alegría”. Las conductas referidas por Tasso son calcadas por otros volúmenes sobre la bizarría de las noblezas, independientemente del lugar y de la fecha en que lo demostraran. Solo era cuestión de no salirse del estereotipo.

Las crónicas más trajinadas de fines del medioevo y principios de los tiempos modernos ponen a circular los nombres de figuras que se convierten en arquetipos  de la valentía, capaces de llegar hasta la posteridad y de reafirmar la idea de cómo solo los caballeros que se les parecen merecen lugar en la historia.

Uno de los primeros que destaca en el repertorio de los nobles bizarros es Juan sin Miedo, quien gana su elocuente nombre en la batalla de Lieja sucedida en 1408 y en la cual no deja títere con cabeza, jugándose la vida en el centro de una pavorosa sangría. Le sigue Carlos el Temerario, de quien expresó un repetido e imitado trovador: “Era altivo y de gran valor, seguro en el peligro, sin miedo y sin espanto; y, si alguna vez Héctor fue valiente ante Troya, este lo fue otro tanto”. Para remachar las reminiscencias clásicas, un cronista dice que “en su conducta era un Fabio Máximo, y en empresas sutiles un Coriolano”. Estamos solo ante un par de ejemplos, de los cuales encontrará el lector infinito collar de perlas en las producciones de Hollywood y en las series de Netflix.

Pero, aparte de lo que ruede en las películas, conviene insistir en la idea expuesta por Ronsard en sus Crónicas: “Como el leño no puede arder sin fuego, el gentilhombre no puede acceder al honor perfecto, ni a la gloria del mundo, sin proezas”. Montaigne, un pensador moderno y generalmente alejado de los lugares comunes, asegura que los plebeyos, debido a que no les interesa la honra, son propensos al espanto y solo  pueden actuar en las batallas como un rebaño de ovejas.

En los Caracteres de La Bruyere se lee una explicación que  invita a reflexionar: “El soldado no se siente conocido; muere oscuro y perdido en la multitud; vivía de todos modos, pero vivía, y esa es una de las fuentes de la falta de valor en condiciones bajas y serviles”. Al hombre común no le servía para nada pelear, en suma, y de allí su cómodo pasar por los rincones de la pusilanimidad.

La idea de la cobardía de los pobres cambia a partir de la Revolución Francesa y de las guerras napoleónicas, es lo contrario gracias a los episodios pintados por Goya y a las descripciones de las independencias de los Estados Unidos y las colonias hispanoamericanas, pero tiene la larga y pesada  cola de unas interpretaciones como la que se acaban de bosquejar. Se supone que son versiones superadas, clichés desafortunados y condenados a la desaparición, pero lo prudente es no atreverse a tomar la espada para defender el punto. Tales gestos quizá no concedan honor.

Los dioses del miedo

Los dioses del miedo

El miedo a los cambios

El miedo a los cambios

Los rumores y el miedo

Los rumores y el miedo

El miedo a los judíos

El miedo a los judíos

El miedo al Apocalipsis

El miedo al Apocalipsis

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Antonio José Monagas May 23, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Entre el miedo y la ignorancia

@ajmonagas 

La historia es reveladora de cuantas cosas hubieran podido evitarse. Sin embargo, es igualmente testimonio de la testarudez del hombre, toda vez que ha demostrado que se devanea cuando se arroga la desfachatez de cometer los mismos errores de tiempos pasados. Sería sin duda, la razón que habría movido a Wrigth Mills a admitir que “(…) muchas veces tenemos que estudiar historia para librarnos de ella”. No en el sentido de desprenderse de sus lecciones, sino, por lo contrario, de aferrarse a las mismas.

No hay duda que entre los ejercicios más útiles del aprendizaje, dirigido al afianzamiento del desarrollo, son el estudio y comprensión de la historia. Solo que la terquedad del ser humano, tantas veces alborotadora de desaciertos, se funde con la miseria. Y en consecuencia, con la mediocridad.

En medio de tan horrenda combinación, se encuentra el lugar perfecto para que germinen las semillas de la desesperación. Sobre todo, nocivas a la espiritualidad que debe proveer de verdades a la sociedad, a las comunidades a las cuales se integra el hombre en términos de sus capacidades y potencialidades. Aunque no por ello cundidos -en buena parte- de miedos, ansiedades,  pesadumbres y tosquedades. Más aun, de ignorancia acumulada.

Aquí recrudece el temor que la ignorancia infunde con todas sus fuerzas, en cualquier lado y momento, Las realidades se ven asaltadas por el terror propio de grotescas situaciones. Es el caso de guerras, catástrofes naturales, hecatombes, barbaries. Desde luego, las pandemias. Es ahí donde el rostro del caos proyecta su imagen hacia los cuatro puntos cardinales. Donde las realidades se insumen en el marasmo. Son tiempos de crisis, cuyas consecuencias clausuran posibilidades de escape.

Sin embargo, las esperanzas siempre están a la postre de dichas realidades para ser servidas de la más correcta manera. Pero he ahí el problema que de tal escenario irrumpe con solapada violencia. Pero es violencia al fin que, como forma de manifestarse, hace que sus efectos sean inexorables. Es lo que acontece en naciones inmersas no solo en crisis políticas. También en desgracias inducidas por crisis sanitarias como acontece con la pandemia del coronavirus, por sus secuelas sociales y económicas.

Es el caso Venezuela. Las realidades arrojadas por las groseras y abusivas decisiones de una política militarista, sectaria, usurpadora, inconstitucional y corrupta, devinieron en un comportamiento social particular. Este comportamiento si bien entendió la inminencia del cuidado preventivo, al mismo tiempo se extralimitó en su forma de adecuarse al momento.

No hay duda entonces de que el temido virus y la ignorancia han propiciado pesadas situaciones de complicada salida. Estas situaciones no solo han sacado lo mejor, sino también lo peor del ser humano. Especialmente de aquellos con ínfimas cuotas de poder, intoxicados por las bravuconadas que emulan de quienes comandan la represión ordenada desde los altos estrados del poder político. Es un problema que se ha intensificado, toda vez que Venezuela vive sobrellevando las crisis entre el miedo y la ignorancia.

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Elias Pino Iturrieta May 13, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
El miedo al Apocalipsis

@eliaspino 

En la médula del cristianismo está sembrada la convicción de que el mundo se acabará. Revestido de su gloria, un día Jesús descenderá de los cielos para el gran ajuste de cuentas que es el Juicio Final. De su sentencia no escaparán ni los vivos ni los muertos, afirma el Credo enseñado en la catequesis y repetido después en forma mecánica a través de las generaciones. La idea de un colofón ineludible de la humanidad, en cuya antesala existirá un tribunal para determinar si sus criaturas siguieron las reglas de la creación, llegará necesariamente para todos. Está en la Escritura.

En La ciudad de Dios, libro esencial de San Agustín en el cual se resume la concepción metafísica de la historia, se asegura la llegada del fin de los tiempos debido a que está anunciada por las profecías del Antiguo Testamento y por la autoridad de los evangelistas.

Después la versión es recogida por abundante literatura de la Edad Media, entre la cual sobresalen obras que fueron muy influyentes. Así, por ejemplo, los Comentarios del Beato de Liévana, difundidos en el siglo VIII, el célebre Apocalipsis de San Severo, del siglo XI e ilustrado con imágenes de monstruos capaces de provocar el pánico de los lectores; y la omnipresente Introducción de Joaquín de Fiore, que congrega a millares de entusiastas desde 1187. A la lista se agrega la recurrencia de autores  cuyas producciones  son repetidas en los púlpitos pueblerinos, entre ellos san Hilario de Poitiers y san Pedro Damián. Hay constancia de que los poemas de este último viajan a América en el equipaje de los conquistadores españoles.

Pero muchas de las fuentes que rebuscan en la Biblia las sentencias sobre la terminación de la Historia, también se ocupan de hacer una imprecisa cronología del futuro. Los eruditos convertidos en adivinadores pronostican un reino de mil años distinguido por el predominio de la virtud y por la convivencia de los justos, no solo capaz de hacer que la gente espere en paz el advenimiento del gran Sabbat con el hijo de Dios en la cúpula, sino que también lo prepare en la tierra mediante la expurgación de los pecadores y la muerte del Anticristo. Como no se trata solamente de una expectativa paciente, sino también de una depuración que sirva de alfombra al retorno del crucificado, la esperanza no pocas veces se convierte en violencia.

Transformada en una especie de ideología de los pobres, muchas veces la venida de Dios se ha preparado con acero y pólvora desde los rincones de la miseria.

El problema radica en saber a ciencia cierta cuándo empiezan esos mil años de santa felicidad, ruleta de pronósticos que no solo produce olas de herejía condenadas por la Iglesia, sino también matanzas de los supuestos discípulos de Satán provocadas por el miedo escatológico de los milenarismos. El Anticristo puede ser cualquiera, según la tendencia de las épocas o el ruido de los agitadores, y así el terror ha de tener diversos derroteros y variedad de víctimas. El Anticristo no tiene fecha precisa en el calendario, porque muestra su poder y su maldad cuando las situaciones lo facilitan. En consecuencia, no es solo un asunto del pasado sino igualmente una alternativa del porvenir. ¡Hay que ver cómo aprovechan los fanáticos de Nostradamus ese cúmulo de posibilidades, para buscarlo con tenacidad en nuestros días!

Las bellas artes han apuntalado la proximidad del Apocalipsis en obras que han provocado el sobrecogimiento de los tiempos modernos. Así, por ejemplo, el tríptico de El Bosco, minucioso en pormenores, que es una de las atracciones de El Prado; y el fresco de Miguel Ángel en el fondo del altar de la Capilla Sixtina, compendio majestuoso de lo que espera a la humanidad cuando el Creador tome la decisión de pasar su fatal factura. Imágenes para creyentes y ateos, para  devotos y turistas de todo el universo, llaman la atención sobre un suceso que las noticias machacan cuando Constantinopla cae en manos de los turcos, cuando sucede el cisma protestante, cuando Napoleón pretende el dominio de Europa, cuando Hitler lleva a cabo un holocausto, cuando estalla la bomba atómica en Hiroshima, o se instalan cohetes nucleares en La Habana y  Corea del Norte trabaja armas de exterminio masivo, por ejemplo. Y todo esto sin hablar de las catástrofes naturales, ni de pestes o pandemias.

¿No son hechos que indican, de acuerdo con los climas de opinión vigentes en cada caso, que los anuncios de los evangelistas Mateo y Juan se pueden concretar? Ahora, cuando termina este artículo, el papa emérito Benedicto XVI, en un libro publicado en Alemania, asegura que hay un nuevo “Anticristo espiritual” que debe ser enfrentado por la Iglesia. Leña nueva para la  antigua candela.

 

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Elias Pino Iturrieta Abr 14, 2020 | Actualizado hace 3 semanas
El miedo a la noche

@eliaspino 

La noche ha llenado de miedo a los hombres desde el principio de las civilizaciones, de una sensación que no desaparece con facilidad. Las prevenciones que produce la caída del sol son objetivas, es decir, susceptibles de entendimiento por causas que se explican mediante el ejercicio de la razón, pero hay otras que provienen de la mente de los seres humanos, arraigadas en el fondo de su sensibilidad, que dominan los comportamientos sin que se pueda localizar el elemento concreto de la realidad que los provoca. Ahora nos aproximaremos a eso resortes subjetivos, con la esperanza de que el lector sienta que no escarbamos en el baúl de las antiguallas.

No hay discusión sobre una infinita cantidad de factores que han obligado a los hombres a preocuparse por la llegada de la noche desde tiempos remotos. Las limitaciones de la vista, en especial, menos dispuesta que la de los animales para la observación de paisajes y ambientes sin iluminación, recortada para la atención de detalles que pueden ser fundamentales para la sobrevivencia. Pero, así como la ausencia de luz reduce la capacidad de movimientos de los vecinos comunes y corrientes, le viene de perlas a quienes quieran atacar sus propiedades y sus vidas. Sustraídos de la vigilancia del perjudicado, o de las autoridades creadas para protegerlo, hacen de las suyas al amparo de las tinieblas. De allí la necesidad de hacer fogatas al principio, y de iniciar proyectos de alumbrado público más tarde. Las primeras para la salvaguarda de comunidades pequeñas o cercanas a los bosques, porque no solo hay que cuidarse entonces de los forasteros solapados sino también de las bestias montaraces; las otras para perseguir el delito en ciudades muy pobladas. Cuando se considera a la nocturnidad como un agravante de los atentados contra el prójimo, caemos en cuenta de las ventajas que favorecen a los malhechores después del crepúsculo. Es una situación experimentada hoy con creces por los habitantes de las ciudades venezolanas, sobre la cual parece suficiente lo dicho. Lo que viene de seguidas tal vez no resulte tan obvio.

Muchos pueblos antiguos fueron adoradores del sol, orientador de la marcha de los recursos materiales, brújula del trabajo de los fieles y guía de los gobernantes que dejan de caminar a tientas debido a su magisterio, pero también lo llevaron a los templos por el pánico que les provocaba la lobreguez permanente. No solo lo celebraban por los beneficios que le atribuían en los procesos de creación y distribución de la riqueza, sino igualmente por ser el enemigo de la noche, el elemento que no la dejaba continuar. Los antiguos mexicanos se reunían cada 65 años en Teotihuacán para implorar el regreso del astro rey. Consideraban que una noche eterna sería catastrófica, y hacían ofrendas sangrientas para que la candela del cielo renovara su contrato con los hombres. Miraban fijamente hacia las alturas para esperar el retorno de la iluminación, que no era otra cosa que el regreso de la vida. Cuando salía el sol los sacerdotes encendían un fuego en el pecho de un sacrificado, para felicitarse porque la vida podía continuar. Estamos ante un temor que se repite en el futuro, y que no consiste en tenerle miedo a la oscuridad sino al hecho de vivir en oscuridad, es decir, en lo más parecido a la negación de la existencia. De noche los cuerpos pierden su voluntad y quedan a merced ajena, en una especie de limbo, de lo cual se deduce que los hombres dejan de cumplir el rol o el castigo del dinamismo que les impuso Dios cuando los creó.

La oscuridad es la muerte, según la Biblia. En los Salmos queda dicho que trae pestes, animales perjudiciales y conductas abominables de los hombres. Isaías y Daniel aseguran que llegará el Mesías para ofrecer la resurrección después de la decrepitud de las capas nocturnales. El evangelio de san Juan afirma que Jesús vino “a chocar contra las montañas de la noche”. Antes de la llegada de Cristo, asegura san Pablo, el hombre se encontraba “en la noche”. Y así sucesivamente. Unas imágenes que remachan las fuentes eclesiásticas hasta nuestros días, capaces de provocar espanto por lo que la noche significa en sí misma y por las criaturas destructivas que se mueven en su seno. Desde finales de la Edad Media, no solo los voceros de las iglesias católica y protestante, sino también intelectuales respetados, buena parte de ellos dedicada a actos de purificación como las cacerías de brujas, los tribunales que conducen a la hoguera, los habituales sermones de las parroquias y la redacción de manuales de rudimentos, entienden que la noche es teatro auspicioso para los aquelarres y para las abominaciones que traman. No hay reflector capaz de disipar los pavores que puede despertar la noche después de una prensa tan sesgada, especialmente cuando asegura, para llegar a su clímax, que Satanás es “el príncipe de las tinieblas”.

En Sueño de una noche de verano, Shakespeare junta los elementos objetivos con las generalizaciones tenebrosas, las creencias y los delirios que se han esbozado sobre los peligros de la noche.  Escribe:

He aquí la hora en que el león ruge,

En que el lobo aúlla a la luna,

Mientras que el pesado labrador ronca,

Abrumado por su penosa tarea.

He aquí la hora en que las antorchas crepitan al apagarse,

Mientras la lechuza, con su grito sonoro,

Recuerda al miserable en su lecho de dolor

El recuerdo del sudario.

He aquí la hora de la noche

En que todas las anchas tumbas abiertas

Dejan escapar su espectro

Para que vague por los caminos de la iglesia.

Así habla de la noche uno de los autores esenciales de los tiempos modernos. ¿Quién se atreve a frecuentarla, después de leer o de escuchar sus letras?

Elias Pino Iturrieta Abr 08, 2020 | Actualizado hace 3 semanas
El miedo y el mar

@eliaspino 

“Qué locura confiar en el mar”, dice uno de los personajes en un coloquio de Erasmo. No estamos sino ante uno de los infinitos testimonios del pavor que provocan las inmensidades líquidas en los seres humanos, sobre el cual haremos breve viaje ahora con la guía del historiador Jean Delumeau. En un libro extraordinario que fundamentará sucesivas crónicas, El miedo en occidente (Taurus, 1989), Delumeau se detiene en las reacciones de nuestras civilizaciones, esencialmente terrestres, ante el misterio de los océanos. Desde el principio de los tiempos modernos, sin adelantos técnicos suficientes para atender los desafíos de su entorno, crece el miedo de los hombres frente a un universo que nadie controla con seguridad y que nadie ha podido dominar plenamente, ni siquiera en nuestros días.

Son muchos los motivos que provocan el pánico ante los océanos desde el principio de los tiempos modernos, pero uno sobre el cual se insiste radica en los elementos perniciosos, o que así se consideran en la cristiandad europea, que llegan por sus oscuros conductos. Más allá de los mares, en costas lejanas y cargadas de malas intenciones, habita un género humano cuya misión es la destrucción de los buenos hijos de Dios, objetivo que tratarán de cumplir a través de expediciones frente a las cuales se deben levantar murallas de rezos y pólvora. Los sarracenos y los berberiscos, por ejemplo, quienes aparecen en peligrosos navíos aprovechándose de las facilidades ofrecidas por el agua complotada con sus fuerzas para la destrucción de la humanidad. La idea encuentra soporte en las versiones clásicas sobre las criaturas malignas que acechan a los navegantes en el agua o en las costas, como las sirenas y  los estrabones, como Polifemo y Circe creados por Homero y por Virgilio.

Pero, así como facilita la llegada de enemigos letales, el mar también impide o ha impedido la propagación de la religión verdadera en las tierras dominadas por los infieles. Las historias sobre las pavorosas tempestades, o sobre las calmas infinitas que paralizaron el viaje de los cruzados a oriente para el rescate de los santos lugares, refuerza la idea de una especie de pacto entre Satanás y los océanos para estorbar el reino de Cristo. En ocasiones tales historias terminan con felicidad debido a las plegarias de los caballeros más piadosos, o a la intervención de una reliquia de los bienaventurados que los capitanes utilizan para salvar la vida y para cumplir el mandato papal de decapitar moros. Este pleito entre maldad y virtud encuentra igualmente soporte en la idea que predomina sobre la ralea de los marineros, a quienes se moteja de aventureros alejados de los mandamientos de la Iglesia y de las regulaciones del gobierno civil. Gracias al nexo que se establece entre la irrupción de las olas asesinas y el pecado de las tripulaciones, se incrementa la previsión de mantenerse en parcela conocida o de postrarse ante el confesor antes de arriesgarse en las embarcaciones.  Los hombres que permanecen en la tierra firme contarán con la serenidad de una “muerte seca”, acompañados de sacerdotes y familiares, mientras que los navegantes quedarán expuestos a las convulsiones solitarias de la “muerte mojada”.

En la época de los grandes descubrimientos geográficos se establece del todo la idea de los peligros del mar, debido a que proviene de la descripción de proyectos de navegación que tienen éxito y gozan de celebridad. Ya no se trata de cuentos fantasiosos, de enormidades nacidas en las tabernas de los puertos y en los rincones de las sacristías, sino de relatos incluidos en volúmenes de gran circulación que hablan de la expansión de Europa debido a sus progresos técnicos. En Os Luisiadas, uno de los textos más leídos en el siglo XVI, Camoens hace decir a Vasco de Gama: “Expresar en toda su amplitud los peligros del mar, mal comprendido por los humanos: tormentas repentinas y terribles, trazos de relámpago que abrasan el cielo, negros chaparrones, noches tenebrosas, fragores de trueno que conmueven el mundo, esto sería para mí una prueba tan grande como vana, incluso aunque mi voz fuera de hierro”. No está hablando un charlatán, sino uno de los exploradores más famosos de los tiempos modernos. También entonces llega hasta miles de lectores el libro de Pedro Mártir de Anglería sobre los viajes de los españoles después de los periplos de Colón. Anglería escribe con licencia de los reyes como Cronista Mayor de las Indias para multiplicar afirmaciones como las recogidas por Camoens, pero también para confirmar la existencia de monstruos marinos en batalla con los hombres que se entrometen en sus dominios.

El mar como elemento macabro se recoge en las pinturas de Brueghel y Goya, en las tradiciones recreadas por Rabelais, en el teatro de Shakespeare, en los Ensayos de Montaigne y los poemas de Ronsard, por ejemplo. Su presencia en grandes obras de los tiempos modernos remite a una permanencia cultural, a una sensibilidad continuada que se debe analizar con mayor atención. Como se ha atravesado el vuelo de los aviones, la perpleja civilización terrestre de la que formamos parte no lo ha relacionado todavía con los senderos que permitieron la llegada del coronavirus desde regiones exóticas, pero sobrarán los prejuicios para traerlo a colación.