El miedo al Apocalipsis - Runrun
Elias Pino Iturrieta May 13, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
El miedo al Apocalipsis

@eliaspino 

En la médula del cristianismo está sembrada la convicción de que el mundo se acabará. Revestido de su gloria, un día Jesús descenderá de los cielos para el gran ajuste de cuentas que es el Juicio Final. De su sentencia no escaparán ni los vivos ni los muertos, afirma el Credo enseñado en la catequesis y repetido después en forma mecánica a través de las generaciones. La idea de un colofón ineludible de la humanidad, en cuya antesala existirá un tribunal para determinar si sus criaturas siguieron las reglas de la creación, llegará necesariamente para todos. Está en la Escritura.

En La ciudad de Dios, libro esencial de San Agustín en el cual se resume la concepción metafísica de la historia, se asegura la llegada del fin de los tiempos debido a que está anunciada por las profecías del Antiguo Testamento y por la autoridad de los evangelistas.

Después la versión es recogida por abundante literatura de la Edad Media, entre la cual sobresalen obras que fueron muy influyentes. Así, por ejemplo, los Comentarios del Beato de Liévana, difundidos en el siglo VIII, el célebre Apocalipsis de San Severo, del siglo XI e ilustrado con imágenes de monstruos capaces de provocar el pánico de los lectores; y la omnipresente Introducción de Joaquín de Fiore, que congrega a millares de entusiastas desde 1187. A la lista se agrega la recurrencia de autores  cuyas producciones  son repetidas en los púlpitos pueblerinos, entre ellos san Hilario de Poitiers y san Pedro Damián. Hay constancia de que los poemas de este último viajan a América en el equipaje de los conquistadores españoles.

Pero muchas de las fuentes que rebuscan en la Biblia las sentencias sobre la terminación de la Historia, también se ocupan de hacer una imprecisa cronología del futuro. Los eruditos convertidos en adivinadores pronostican un reino de mil años distinguido por el predominio de la virtud y por la convivencia de los justos, no solo capaz de hacer que la gente espere en paz el advenimiento del gran Sabbat con el hijo de Dios en la cúpula, sino que también lo prepare en la tierra mediante la expurgación de los pecadores y la muerte del Anticristo. Como no se trata solamente de una expectativa paciente, sino también de una depuración que sirva de alfombra al retorno del crucificado, la esperanza no pocas veces se convierte en violencia.

Transformada en una especie de ideología de los pobres, muchas veces la venida de Dios se ha preparado con acero y pólvora desde los rincones de la miseria.

El problema radica en saber a ciencia cierta cuándo empiezan esos mil años de santa felicidad, ruleta de pronósticos que no solo produce olas de herejía condenadas por la Iglesia, sino también matanzas de los supuestos discípulos de Satán provocadas por el miedo escatológico de los milenarismos. El Anticristo puede ser cualquiera, según la tendencia de las épocas o el ruido de los agitadores, y así el terror ha de tener diversos derroteros y variedad de víctimas. El Anticristo no tiene fecha precisa en el calendario, porque muestra su poder y su maldad cuando las situaciones lo facilitan. En consecuencia, no es solo un asunto del pasado sino igualmente una alternativa del porvenir. ¡Hay que ver cómo aprovechan los fanáticos de Nostradamus ese cúmulo de posibilidades, para buscarlo con tenacidad en nuestros días!

Las bellas artes han apuntalado la proximidad del Apocalipsis en obras que han provocado el sobrecogimiento de los tiempos modernos. Así, por ejemplo, el tríptico de El Bosco, minucioso en pormenores, que es una de las atracciones de El Prado; y el fresco de Miguel Ángel en el fondo del altar de la Capilla Sixtina, compendio majestuoso de lo que espera a la humanidad cuando el Creador tome la decisión de pasar su fatal factura. Imágenes para creyentes y ateos, para  devotos y turistas de todo el universo, llaman la atención sobre un suceso que las noticias machacan cuando Constantinopla cae en manos de los turcos, cuando sucede el cisma protestante, cuando Napoleón pretende el dominio de Europa, cuando Hitler lleva a cabo un holocausto, cuando estalla la bomba atómica en Hiroshima, o se instalan cohetes nucleares en La Habana y  Corea del Norte trabaja armas de exterminio masivo, por ejemplo. Y todo esto sin hablar de las catástrofes naturales, ni de pestes o pandemias.

¿No son hechos que indican, de acuerdo con los climas de opinión vigentes en cada caso, que los anuncios de los evangelistas Mateo y Juan se pueden concretar? Ahora, cuando termina este artículo, el papa emérito Benedicto XVI, en un libro publicado en Alemania, asegura que hay un nuevo “Anticristo espiritual” que debe ser enfrentado por la Iglesia. Leña nueva para la  antigua candela.

 

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