"Yo solo escuché cuando me dijeron bienvenido a los Estados Unidos" (III) - Runrun
«Yo solo escuché cuando me dijeron bienvenido a los Estados Unidos» (III)
Durante el recorrido por México pasaron por Moncloa, Guanajuato y  Piedras Calientes, ciudad fronteriza del noreste de México, en el estado de Coahuila, ubicada al frente de Eagle Pass, Texas, Estados Unidos, a orillas del río Bravo

 

 

@yeannalyfermin

 

A Omar le faltaban más de 1.800 kilómetros para llegar a los Estados Unidos, pero aún debía vencer tres grandes obstáculos. Y su salud con cada día que pasaba estaba más deteriorada. 

Cuando llegaron a Danlí, una ciudad de Honduras, se desmayó por una baja de tensión y perdió el conocimiento porque no había comido bien. Varias personas del pueblo lo ayudaron a que se recuperara y apenas se sintió mejor continuaron con el viaje. 

Salir de Honduras representaba un precio muy alto para Omar. El salvoconducto tenía un precio de 220$ por persona, pero ellos prefirieron seguir caminando. Más adelante se consiguieron con unos niños que cobraban 10$ por pasarlos por una finca privada y así evitar el punto de control fronterizo. 

“Estábamos nerviosos porque la policía pasaba a cada rato. Nos mantuvimos ocultos hasta que pasó un autobús que logramos parar para que nos dejara en el siguiente pueblo. La meta era llegar a Tegucigalpa, pero el autobús nos dejó como a cuatro horas”, dijo Omar.

Cuando lograron salir del monte, después de haber caminado durante una hora, un señor que manejaba una camioneta les dio la cola y les ofreció medicinas y comida. “Le caímos tan bien al señor que nos llevó más allá de Tegucigalpa, nos dejó en el terminal y nos echó la bendición”. 

Cuando lograron llegar a Aguas Calientes, frontera con Guatemala, le estaban pidiendo el salvoconducto que no pudieron pagar por su alto valor, por lo que tuvieron que pasar por una trocha y pagar un monto de 21 dólares. 

En territorio guatemalteco, Omar quedó impresionado por el nivel de corrupción con los que operan los policías, coyotes y taxistas en la frontera.

A Omar y su grupo no les quedó otra opción que pagar coyotes para llegar hasta Tapachulas, México. El monto del traslado era de 200$ por persona, pero él logró negociarlo a 190 porque eran cinco personas.

«Los coyotes nos llevaron a un hotel y los mantuvieron ahí dos días. Nos daban comida y nos trataron bien. Yo sentía que andaba con gente de un cartel. Estaba muy nervioso”, comentó.

Omar explicó que los coyotes son una banda organizada que opera 24/7 a través de WhastApp. A parte de ellos habían más personas que también iban a cruzar la frontera para llegar a México. Era, según describe Omar, una flota de 18 carros aproximadamente y todos iban cargados con cuatro personas. 

También se comunican por radio y el primer carro que parte adelante es el que comanda y va informando las novedades que hay en la vía, la velocidad y el acercamiento entre carro y carro. Utilizan claves para comunicarse en los puntos fronterizos.

«El primer carro que pasaba iba cantando la zona, si en las alcabalas se ponían necios, él lo iba comunicando. Y así hasta que pasaba el último. En una de esas el que iba de primero llegó a un punto de control, y como era de noche, lo pararon y mandó a que todos los que iban detrás  de él se frenaran, cuadró con los policías y le dio un fajo de billetes. Le dijo yo vengo con 18 carros más, van a pasar 80 personas y te van a dar una contraseña. La contraseña era un cambio de luces y la frase: con diarrea. El paso de los carros tenía un tiempo límite, si se pasan tienen que pagar más plata. Cuando nosotros llegamos faltaban 4 minutos”, comentó Omar.

Finalmente llegaron a la frontera de México y unos muchachos comenzaron a guiarlos, los montaron en unas balsas improvisadas con tripas de camión y dos tablas por los lados. En la otra ribera los esperaban varias motos que prestan servicio y los llevaron hasta Tapachulas. 

Apenas amaneció fueron a sacar la cita de la Comar, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, un documento para que los inmigrantes obtengan la visa humanitaria y puedan transitar sin problemas en el país azteca. 

Al día siguiente intentaron nuevamente sacar la cita de la Comar, lo lograron, pero tenían fecha para el 2 de septiembre de 2022. Precisamente en esos días, más de 7.000 inmigrantes hicieron una marcha para la aduana de México y ellos no perdieron la oportunidad para unirse a la multitud y para pasar por el control migratorio. 

“Nos unimos a esa marcha y pasamos por el frente a inmigración de México y no nos pararon, había demasiada gente. El sol en la marcha era brutal, como a 38 o casi 40 grados. Mi novia se me desmayó en plena marcha, eran como las 2 de la tarde y no habíamos comido. Menos mal que había ambulancias y la auxiliaron”, dijo. Omar.

 

Caminaron desde las ocho de la mañana hasta las 10 de la noche. Cuando llegaron a la Aduana de México, donde consiguen el permiso para avanzar, migración los atendió y les entregó un pase válido por 30 días. 

Se devolvieron a la casa donde se habían hospedado, descansaron durante dos días y luego partieron a Ciudad de México y de ahí a Monterrey. 

“Cuando llegamos a Monterrey no encontramos carros y la migración estaba muy violenta, autobús que pasaba lo paraban, bajaban la gente, los devolvían o los metían presos”, relató Omar. 

A la distancia del río Bravo

Durante el recorrido por varios pueblos de México pasaron por Moncloa, Guanajuato y  Piedras Calientes, ciudad fronteriza del noreste de México, en el estado de Coahuila, ubicada al frente de Eagle Pass, Texas, Estados Unidos, a orillas del río Bravo.

Omar y su grupo llegaron a una casa donde ayudaban a los migrantes, una señora los atendió y en la mañana siguiente se ofreció a ir a ver cómo estaba el río o si habían policías en la zona para ver sí podían pasar. Cuando regresó les dio luz verde.

Estando ya frente al río, bajaron la loma corriendo por temor a que la migración los agarrara. Cruzamos primero una parte, porque en el medio del río hay como una isla. Cuando llegamos a la isla había un mexicano todo odioso con un machete y nos estaba amenazando a todos. Llegó un momento en que todos pensamos en agarrarlo, pero que va. Decidimos irnos por otro lado”, dijo Omar. 

Más abajo estaban unos muchachos con unas balsa y les dijeron que cobraban lo que pudieran darles. 

“Los de la balsa nos dijeron: los que sepan nadar ayuden a empujar la balsa, éramos pocos los que sabíamos. Ellos remontaron como pudieron y parte de la balsa se estaba desinflando. Dándole y dándole, logramos llegar al otro lado, a territorio estadounidense. El río estaba súper hondo, yo que soy alto ya no tocaba piso. Cuando llegamos subimos la cerca, tenía demasiados alambres de púa, y cuando la pasamos estaban las camionetas de migración”. 

Sueño americano 

A territorio estadounidense llegaron a las once de la mañana del 3 de julio de 2022. «Yo solo escuché cuando me dijeron bienvenidos a los Estados Unidos, e inmediatamente los de migración nos dieron agua y nos montaron en unas camionetas y nos llevaron hasta un sitio donde estaban como especie de unas perreras, muy cerca del muro que mandó a hacer Trump para frenar la migración».

“Nos llevaron como a un campamento, nos dieron una bolsa más o menos grande para meter nuestras pertenencias, de ahí, nos dieron un ticket con un código que no podíamos perder, eso teníamos que amarrarlo a la bolsa”, comentó Omar. 

Los tuvieron sentados por varias horas y el primer paso fue llenar un formulario con la información personal de cada uno. Luego de ahí, los pasaron a una carpa gigante que estaba dividida en varios sectores.

“En una de las zonas te revisan todo lo que traes y te botan todo lo que esté mojado. Yo solo tenía un par de zapatos, una biblia, una camisa, el cargador, pasaporte, los mil dólares que me quedaban y el teléfono. Te botaban cepillos de diente, desodorante, crema dental, maquillaje. Solo te dejaban la ropa seca”, dijo Omar. 

Luego de cinco horas esperando que los llamaran, y sin comer nada, los pasaron a otra sala donde le tomaron las huellas y las fotos. Ya cerca de las cinco de la mañana, los llamaron para colocarles un brazalete y les dieron un sándwich, una manzana, pasas, unas barritas y agua.

En otra sala, había unos banquitos y los ordenaban ahí para entregarte toallas, cepillo de dientes y los mandaban a bañarse en cinco minutos para que finalmente te fueras a una celda. 

“Ahí duré desde el 3 de julio a las 11 am y salí el 5 de julio como a las 6 am. Era un martes”, recordó Omar. 

Después de que salieron de ahí les entregaron unos papeles con un ID, les advirtieron que cuando llegaran a su destino tenían que reportarse con migración.

“A algunas personas les pusieron grilletes, teléfonos, y a nosotros solo un sello. Nos fuimos a las cuatro de la tarde a Washington, y luego a New York”, comentó Omar.

Omar comentó que actualmente están en un refugio esperando a tener todos los papeles en regla para poder empezar a trabajar. Para ellos la prioridad es hacer las cosas bien y estar totalmente legales para no tener problemas, por eso, trabajan de la mano con la trabajadora social que les asignaron. 

Las motivaciones de Omar para tomar el riesgo de atravesar el Darién fue ayudar a su familia y procurar un mejor futuro para su hijo. Los peligros que podría correr en la selva no eran más grandes que su deseo de conquistar el sueño americano.

Desde Chile a México, Omar gastó más de 4 mil dólares. En total, casi mes y medio duró la travesía de estos tres jóvenes que se vieron obligados a buscar en otras tierras un mejor futuro que no consiguieron en Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú ni Chile. 

*Omar González es un nombre ficticio utilizado para preservar la identidad del joven migrante.