¿Quién es más venezolano? - Runrun
Juan E. Fernández Dic 13, 2020 | Actualizado hace 1 mes
¿Quién es más venezolano?

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

Cuando por el año 1995 yo cursaba cuarto año de Humanidades, en la Unidad Educativa Nuestra Señora de Las Mercedes, mi profesor de francés Carlos Álvarez nos habló de un refrán muy bonito que dicen mucho los franceses y que sugiere “A donde fueres haz lo que vieres”.

Aquel dicho galo era una invitación a dejarse llevar por las costumbres y la cultura del país a donde uno viajara o incluso migrara. Y es una cosa que en mi caso particular me marcó la vida, cuando me tocó migrar.

Los que me conocen saben que siempre quise a la Argentina, no hablo de una chica (que también) sino del país. Así que cuando vine por primera vez tomé mate, comí asado, bailé tango y todos esos clichés turísticos que te ofrece Buenos Aires.

Pero ahora que ya llevo años viviendo aquí, suplanté la arepa, las caraotas y el huevo frito por las tostadas, las medialunas, las facturas o simplemente un mate a la mañana; y eso no me hace menos venezolano que nadie.

Decidí escribir de este tema porque, hablando con compatriotas que también son migrantes, me contaron que reciben ataques de otros paisanos que seguramente migraron hace más tiempo que ellos, pero se creen más venezolanos que nadie (esos que no se quitan la franela de la Vinotinto ni para bañarse). Pero ¿por qué los atacan? Porque no comen comida venezolana con regularidad o tienen amigos que no son venezolanos. Y capaz hasta incorporaron a su vocabulario palabras del país donde viven.

Quiero aclarar que cuando desayuno mate con medialunas, en lugar de arepa con caraotas y café con leche, no estoy infringiendo ninguna ley; tampoco cuando escucho Soda, Fito o Drexler, en vez de escuchar a Gualberto Ibarreto, Guaco o Caramelos de Cianuro (músicos que obviamente también escucho porque son parte de mi historia de vida).  

A todos esos compatriotas que creen que adoptar nuevas costumbres es un delito, solo les quiero decir: es bonito mostrar lo de uno, ofrecerles una arepita o un tequeño a los otros ciudadanos del mundo; pero no insulte la comida del otro porque “lo nuestro es lo mejor”. Más bien atrévase a probar nuevos sabores.

Y comentarios como: “No sé cómo pueden comer eso, en vez de mandarse una buena arepa”, guárdeselos para usted. Aprenda del extranjero que sin prejuicios se comió una hallaca, una arepa o un tequeño; y acéptele la invitación de probar la comida local.

Dejemos de una vez por todas de creernos el ombligo del mundo. Porque ciertamente nuestra comida es rica, como lo es también la de otros países. Esto aplica también a la música y las costumbres.

Hablando de costumbres, quiero escribir acerca de la Navidad venezolana: es verdad que nuestras navidades son maravillosas y está bueno cantar la gaita onomatopéyica en su casa, y comer hallacas recordando la tierra, porque hace falta; eso no está en discusión. Pero la invitación es que lo haga desde el respeto, es decir con un volumen adecuado; porque no está bueno obligar a los no venezolanos a escuchar nuestra música si no quieren.

Acá sería genial evitar comentarios como “esta gente es muy aburrida” o “yo en Venezuela amanecía con la música a todo volumen y nadie me decía nada”. Porque recuerde: ¡ya no está en Venezuela! Más bien invite a un amigo extranjero a vivir nuestras navidades, pero sea recíproco y viva también la Navidad del lugar donde vive.

Por último, quiero hacer una reflexión: puedo comprender que algún venezolano de los que se quedaron en el país, luchándola como nadie en esa terrible crisis que se vive, me reproche algo. Pero que me diga apátrida alguien que se fue mucho antes que yo y me condene porque no como arepa todos los días es hasta risible… Si usted es de esos, solo le quiero decir: ¡usted no es más venezolano que yo!

Sea feliz, y no le haga caso a los comentarios que restan. Haga como decía San Martín: “Sea libre (y feliz) y lo demás no importa”. Pero respetando a los demás.

Solidaridad y diáspora

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