Un momento memorable... - Runrun
Orlando Viera-Blanco Ene 09, 2024 | Actualizado hace 2 meses
Un momento memorable…
Un momento memorable es aquel donde sucede una mutación, una transformación que propicia tu voluntad, tu alma y tu naturaleza, para comprender el mundo que te rodea… si amas o desprecias, si eres feliz o infeliz

 

@ovierablanco

Cuántas veces hemos dicho “hoy no saldré de casa”, “a ese sitio no voy ni amarrado”, “con ese [a] no voy ni para la esquina”. No sabemos lo qué hubiese sucedido si no damos marcha libre a esas ventanas del destino

Recomiendo una serie estupenda: Lecciones de química. Un guion suave, inteligente, bien elaborado, que nos enseña a aceptar, precisar y celebrar los regalos del destino. Si queremos un cambio en la vida no basta quererlo, tenemos que propiciar, como decir sí a una invitación, una cita, un evento, un reto o simplemente: una sonrisa.

Lecciones de química, trae al plató el famoso libro de Charles Dickens, Grandes esperanzas. Una metáfora genial del autor inglés, que vale la pena comentar, porque nos lleva a pensar en las grandes expectativas cumplidas de nuestros momentos memorables, los grandes amores y amigos ¡alucinante!

Jamás nos avergoncemos de nuestras lágrimas, ni de nuestras alegrías…

¿Has tenido un día memorable? Me hice la misma pregunta al tiempo que leía la famosa cita de Dickens. No podemos indagar nuestro presente sin montarnos en la nave y viajar al pasado. Grandes esperanzas nos dicen: “Ese fue un día memorable para mí, porque produjo grandes cambios en mí. Pero ocurre lo mismo con cualquier vida. Imagínese un día seleccionado como tachado y piensen cuán diferente habría sido su curso. Haz una pausa, tú que lees esto, y piensa por un momento en la larga cadena de hierro u oro, de espinas o de flores, que nunca te habría atado, de no ser por la formación del primer eslabón en un día memorable”. Pues nada, quede atado en esa frase: “Imagínense un día seleccionado tachado y piensen cuán diferente hubiese sido su curso”. De pronto tus hijos o nietos serían otros o no serían.

Cuántas veces hemos dicho “hoy no saldré de casa”, “a ese sitio no voy ni amarrado”, “con ese [a] no voy ni para la esquina”. No sabemos lo que hubiese sucedido si no damos marcha libre a esas ventanas del destino. Recuerdo un día tachado que por habilitarlo se produjo una cadena de eventos, que edificaron mi vida. Una iniciativa que se hizo inédita, maravillosa, abrasadora, memorable. Es trepidantemente cierto: si no lo hubiese hecho, si no nace aquel primer eslabón, el cambio no hubiese llegado, la vida sería otra o no sería. ¿Has vivido esa pausa en tu vida? ¿Has llorado cuando te toca reír o lo contrario?

Una tarde en el colegio –siendo un adolescente– me doy cuenta de que una gran mayoría de mis compañeros de curso –mayores y menores– portaban un sobre azul. Todos, menos mi mejor amigo Javier y yo. ¿En qué consistía ese pliego? ¿Por qué muchos lo tenían y nosotros [Javier y yo], que nos sentíamos líderes y populares por haber comenzado desde kínder en el colegio, ni sabíamos de esa tarjeta celeste y elegante? Que incómoda situación.

Se trataba de una fiesta de quince años que celebraba una “fulana de tal” [ni de su nombre me quise enterar] porque mi indignación ante el desaire me ofendía. Con mi grupete de pretendidos populares [no–invitados], investigamos dónde era el festejo. Y como acostumbramos los adolescentes de los 80 –sin internet de las cosas, RRSS ni vida virtual– asumimos el reto de rentar un tuxedo, buscar un aventón y aparecernos en la puerta de la recepción para entrar con “robo de identidad”. Para ser honestos, el invento de superar ‘check points’ no era misión imposible en la época, salvo que…

–Su nombre por favor, preguntó el vigilante corpulento, de muy mala cara y voz de tenor. Era “Mocho Brujo”, un sempiterno e imbatible portero –Ultraman de la Caracas de los 70 y 80.

–Soy “Pedro Vargas”, contesté con la autoridad que me otorgaba el traje, y ser el cantante que más gustaba a papá.

–Pues tenemos un problema amigo mío […] don Pedro Vargas tiene un poco más edad que Ud. ¡y ninguno de sus nietos aparece en mi lista!

Me di vuelta como cordero degollado… Javier me reclama:

–¿A quién se le ocurre dar ese nombre si ya habíamos dicho que intentaríamos con nombres de invitados? Déjame hacerlo yo, rezongó.

–Buenas noches. Soy César. Busque por favor, asentó con mirada fija y desafiante a los ojos rojizos de Ultraman.

–Pues querido ‘César’ tenemos otro problema, replicó Mocho Brujo dirigiendo a mí su retina acusadora. Solo tengo dos [Césares] en mi lista [Parra y Nieto] y ambos están adentro. A menos que sean dobles, a Ud. y don Pedro Vargas les doy tres segundos, y llevo cuatro, para que corran por donde vinieron.

Con rostro triste pero pícaro, Javier se acercó a mí:

–Creo que no vamos a poder “por esta puerta”. Pero tengo una idea… Nos fuimos con nuestros montecristos puyados al terreno colindante de la casa. Despejando el matorral, llegamos al muro medianero. Javier me ayudó a trepar; pero, al llegar al tope, en medio del Lago de los Cisnes, le grité: ¡esto no lo salta ni Dios!

[…] Con mi pantalón roto, sin faja, ni corbatín, corrimos por donde vinimos. Salimos de aquella maleza poblada de cuanto insecto, bicho y espinas había. Javier embarrado y yo rasguñado, llegamos a la parada del bus. Al abordar quien conducía nos dijo: – ¡C… que elegancia! Parece que la fiesta no terminó en paz…

Pero lo inimaginable es que aquella fiesta frustrada para Javier y para mí, sería un momento memorable, donde la oscuridad se convertiría en alegría.

Las conexiones de la vida

Es pertinente traer a colación una cita de Paul Tabori: “Toda actividad humana es autoexpresión. Nadie puede dar lo que no lleva en sí mismo. Cuando hablamos o escribimos o caminamos o comemos o amamos, estamos expresándonos. Y este yo que expresamos no es otra cosa que la vida instintiva, con sus dos fecundas válvulas de escape: el instinto de poder y el instinto sexual”. ¿Has estado alguna vez enamorado[a] sin conocer el amor? ¿Has tenido el instinto de creer que un hecho inadvertido se convertirá en un eslabón inaugural de tu vida? ¿Lo has expresado? Creo que es ahora que lo hago. He vivido con esa válvula, pero no la había dejado escapar.

Hay eventos que conectan, que marcan nuestro destino. Nunca quise intentar entrar en aquella fiesta. Tenía miedo. Primero a “Mocho Brujo”, y segundo a la vergüenza del qué dirán. Nunca he sido amigo del proverbio “de mejores fiestas me han botado”. No quería saber más de aquel evento, de cómo les había ido, ni quién era la quinceañera.

Pero fue inevitable escuchar “ha sido la quinceañera más hermosa y radiante que jamás he visto”. Mi negación iba a tope. Ni grabé su nombre. Lo que sí trascendió fue el triunfo de Mocho Brujo… ¡Todo el colegio se había enterado de que fuimos despachados por el Godzilla de Caracas! […] Un año más tarde, Javier que no descansaba en reivindicar nuestro prestigio herido [y perdido]. De pronto se presenta en la cantina de nuestro querido colegio, con dos niñas muy lindas. Un alta y otra pequeña.

–Te presento a Gabi grande y Gaby chiquita. ¡Son mejoras amigas, como tú y yo… Ella, la grande, ¡es la famosa quinceañera que tuvo el honor de no tenernos en su fiesta el año pasado! […] Al escuchar aquella memorable sentencia, mi corazón latía desbordadamente. Una doble agitación me impedía reaccionar. Por un lado, la pena de no haber sido su invitado y, por el otro, el miedo que supiera que intentamos colearnos. La emoción de ver tanta dulzura con dos colas sujetando su frondosa cabellera ponía en mis ojos una belleza de insuperable estampa, a lo que solo alcancé a decir:

–Hola. Hay limonada y refresco. También maní y Cocossette. Ella, con memorable educación, contestó sonriendo: una limonada está bien. Aquella sonrisa me hizo atleta. En segundos fui y regresé con las bebidas. Mi cuerpo no paraba de sudar. Mi corazón latía a todo tren. Otro momento memorable, porque aquella tarde no tenía previsto bajar al recreo. Nunca volví a escuchar un no de Gabi [grande]. Nunca rechazó una invitación… Después de 40 años seguimos juntos. A decir de Tabori, mi intuición había fecundado y mi corazón lo estaba expresando. ¿Cuántas veces has pensado que un muro, un obstáculo, una noche que “no terminó en paz”, se convertiría en un momento memorable?

Nunca fue más cierta aquella frase de Charles Dickens: “Nadie es inútil en este mundo si aligera las cargas de otro”. Y parafraseándole, nada es inútil si sospechas que lo que aparenta un mal momento, puede cambiar tu vida, puede construir el primer eslabón de tu destino. Una ecuación súbita, imprevista que, sin saberlo, aligera las cargas de nuestra existencia, de nuestras lágrimas y alegrías…

Un momento memorable es aquel donde sucede una mutación, una transformación que propicia tu voluntad, tu alma y tu naturaleza, para comprender el mundo que te rodea… si amas o desprecias, si eres feliz o infeliz. Un momento memorable [que pueden ser muchos], consciente o inconscientemente, te permite expresar lo más íntimo de tu ser, de tu querer, es la voz del alma. Para llegar adonde quieres llegar, debes encender luces por caminos donde no quieres estar. No es apagar las velas para “el acecho” no te alcance. Es encenderlas para guiarte. Entonces el destino no es inevitable. Antes es previsible, es posible, si queremos que las cosas pasen. Es construir las conexiones de la vida. Y en las cosas del poder, igual.

¿Un amor, un destino, un poder desconocido?

Es muy arriesgada la idea de que el amor siempre llega o siempre sucederá porque sí; que todo está escrito en las páginas de tu destino. El amor también emerge sin conocerlo, pero hay que conquistarlo. Y al aparecer estar dispuesto a retenerlo. Nada sucede por casualidad, pero la causalidad es inmensamente voluntaria.

Tenemos la tendencia a creer que lo bueno, o lo malo, son eventos predestinados, merecidos o inmerecidos. Pero lo más cercano a la realidad es que la naturaleza humana es quien construye sus caminos de flores o espinas, las ataduras de hierro o de oro, si estamos dispuestos a encarar cualquier camino, apartar insectos y segar la maleza. Es ver la botella medio llena…

La carga de mi vida la ha aligerado hermosamente un episodio en apariencia inesperado, pero memorable. El amor por conocer de una gran mujer. Lo fue desde el día que no la conocí, desde el día que me sentí ignorado, por lo que mi mente y mi alma –consciente o inconscientemente– quisieron hacerla protagonista de los grandes cambios, de la pausa y transformación de nuestra vida. Porque el esplendor o la tristeza del amor o el desamor, de la luz o la oscuridad, las lágrimas o las alegrías, no caen del cielo. Lo hacemos nosotros.

Sentencia Dickens «Es cosa muy desagradable el sentirse avergonzado del propio hogar. Quizás en esto haya una negra ingratitud y el castigo puede ser retributivo y muy merecido» Imaginemos si trasladamos esta sentencia, a nuestro país que es nuestro hogar o nos damos licencia para embriagarnos de un destino supuestamente irreparable, inmutable, invariable. En ese momento construimos un peligroso eslabón: “el de una negra ingratitud cuyo castigo puede resultar retributivo”. Cuidado…

Todas mis esperanzas, nuestras grandes expectativas, pueden nacer cuando convertimos un día tachado en uno diferente, para darle curso. Algunos lo llaman fe. Otros creer. Prefiero llamarlo la convicción de saber que nuestras esperanzas no son vagas ni inciertas, porque la luz somos nosotros. «Las polillas y toda suerte de animales desagradables suelen revolotear en torno de una bujía encendida. ¿Puede evitarlo la bujía?” Y en ese día de aparente oscuridad, bichos y elevados muros, encendemos las velas y nos convertimos en luciérnagas…

No ceses en la búsqueda de tu momento memorable. Hoy 8 de enero cumplo un año más en este plano. ¡Quise encender estas velas… por ustedes, por ella, por la familia, por el amor a Venezuela, por ti Javier que te has ido pero que aún iluminas y por los amigos que aún quedan, que ya me contarán… su momento memorable!

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es