El rey desnudo y la estupidez del káiser - Runrun
El rey desnudo y la estupidez del káiser

@ArmandoMartini

Recordando la fábula del rey pedante, imbécil que se dejó convencer por dos charlatanes que se decían sastres y tejedores. Afirmaban ser capaces de elaborar magníficos bordados, con hilos de oro y prendas pomposas para una vestimenta espectacular que ojos humanos pudieran haber visto. Resaltando que solo los nobles del reino podrían ver tales vestiduras. El presumido y vanidoso monarca otorgó a los gárrulos su confianza.

Los pícaros simulan laborar afanados en su quehacer. El día de la festividad, su excelsitud se vistió y, montado en su caballo, salió en procesión por las calles de la villa. Era vitoreado, enaltecido. Los súbditos conocedores de la extraña cualidad de la vestimenta callaban y veían pasar a su honorable excelencia, convencido de que miraban una indumentaria esplendorosa, digna de su majestad. Y no la vergonzosa desnudez del jactancioso.

Un niño exclamó «el rey va desnudo». Removió conciencias de aquellos que presenciaban el desfile. Primero con murmullos, luego en voz alta comenzaron a chismorrear «el rey va desnudo»; los cortesanos se dieron cuenta de la añagaza. Buscaron a los pillos en el castillo, pero desaparecieron con el dinero, joyas, oro y plata. El engaño había surtido efecto y el rey iba desnudo, advertido por la inocencia de los niños que, como se suele decir, siempre dicen la verdad.

No porque una mentira sea aceptada por muchos, tiene que ser cierta.

El estallido de la Primera Guerra Mundial desató fuerzas que marcarían de manera cruenta el siglo XX. No existía razón para que imperios como el otomano, ruso, alemán o austro-húngaro se enzarzaran en una matanza terrible de años.

El engreimiento del káiser y los enrevesados sistemas de alianzas en Europa se desequilibraron. Alemania no fue la culpable del estallido, pero la estupidez de su emperador contribuyó en mucho para preparar el escenario. Desde el siglo XIX, la diplomacia alemana siguió la regla de oro de mantener amistad con Rusia y evitar una guerra en dos frentes. Sin embargo, el acomplejado káiser, por tener un brazo más corto que otro, se dejó llenar la cabeza de grandezas por encima de su propia mediocridad. Y terminó arruinando a una Alemania regida por el necio que era, apartada por su estulticia de las alianzas pacientemente negociadas. Y como siempre ha sucedido en términos históricos, lo pagó muy caro: con una aplastante derrota en una guerra que atrincheró desvergüenza e incompetencia.

El problema de algunos, independiente del sector socio-económico y variadas formaciones políticas, es que llegan al poder y se deslumbran fascinados por la adulancia. Que los llamen, “mi comandante en jefe”, “jefe supremo”, “líder”, cualquier pendejera y alabanza interesada; aman creer que son obedecidos a voz de mando cuando en la práctica sus órdenes son inducidas por quienes las aplicarán a conveniencia, rodeados de serviles alabadores que practican el culto del cuento infantil Blanca Nieves del “espejo, espejito ¿quién es el más bonito?

El ego es confundir lo que realmente se es con lo que se quisiera ser; convencerse a sí mismo de que se ha llegado a ser sin trabajar para serlo. El exceso de valoración es lo que hace al tramposo y ladrón creer que se parece por su dinero al que se lo ha ganado con talento, trabajo duro, empeño, constancia, venciendo retos y obstáculos. Que ambos puedan comprar el mismo auto, o ser vecinos, no significa que sean iguales; uno viste lo que adquirió con esfuerzo y sudor, el otro con lo robado; y el de los ladrones, sea comprado en Caracas, Roma o París, es un traje que solo ve quien lo lleva puesto, los demás ven la piel rugosa y los interiores sucios.

La desvergüenza del incumplimiento, insolencia de no honrar la palabra empeñada, desfachatez del engaño, la soberbia constante sin reconocer errores, el insistente empeño enfermizo de los mismos coristas que rechazados direccionan culpas a terceros, la exigencia de la asociación incondicional, y el desechar ideas diferentes, sugiere que el objetivo oculto es distraer para prolongar el tiempo.

Pero, no toda la culpa es del ego. En el ser humano con talento, aptitud, principios y valores, competitividad, voluntad incansable del trabajo honesto, es un motor de poderoso, de potente caballaje. En cambio, en el charlatán, patrañero, embustero, creído, cleptómano es solo un espejo distorsionador, la fotografía de un disfraz que alguna vez tendrá que quitarse. O que le arrancarán.

Lecciones que deben recordarse a cien y más años de distancia.

El que no hace le hacen

El que no hace le hacen

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