A un año de la rebelión de la gente, por Pedro Méndez Dáger
A un año de la rebelión de la gente, por Pedro Méndez Dáger

 

Vivimos estos días el primer aniversario de la heroica rebelión de los ciudadanos venezolanos, su juventud, sus trabajadores, sus amas de casa, sus estudiantes y casi todos los sectores de la comunidad nacional, frente a la opresión política y la desintegración del país que los venezolanos habíamos venido construyendo en altibajos, a lo largo de dieciséis décadas largas, pero un pequeño grupo de oportunistas y demagogos, se ha empeñado en demoler durante los últimos veinte años.

 

No pasará y no olvidaremos el entusiasmo de aquellas semanas, esos primeros pasos en la rebelión de toda la gente, que iluminó de esperanza la tristeza y desolación del pueblo, con la valiente juventud venezolana en primera fila, reclamando la reconstrucción de las instituciones pulverizadas por una tiranía al servicio de Cuba.

Fue una rebelión pacífica, que trajo de vuelta a nuestras calles, algunas de las más descomunales manifestaciones que hemos protagonizado los venezolanos, en el empeño de no dejar perder la República. Una rebelión desarmada, que puso en las autopistas y avenidas, a vibrantes multitudes de gente de todas las edades, pero, en especial, a los jóvenes que señalaron un rumbo al enardecido pueblo en ejercicio de su genuina voluntad democrática.

Por momentos, aún en medio de las neblinas asfixiantes, se apoderó de nosotros la sensación de que teníamos de verdad el destino en nuestras propias manos; de que estábamos muy cerca de reconquistar la libertad y la autonomía democrática que nos habían arrebatado, de que el gran objetivo estaba al alcance, de que valía la pena el riesgo y la infinidad de sacrificios de todas las dimensiones y de que unos cuantas movilizaciones más impondrían las condiciones para llegar, por fin, al logro de los objetivos.

Luego vino el andar y el desandar, en medio de las nubes de humo tóxico, penetrado por las luces relampagueantes de las motos usadas para la represión, en medio de las explosiones, el sonido de los diésel de las tanquetas adquiridas, con dineros que no fueron nunca a los hospitales, a los preescolares, a los comedores escolares, a las universidades, ni a los modestos salarios de la buena gente de la Administración Pública; el estar plantados frente a los fogonazos de las armas de fuego, los gritos de la multitud ante la caída de los heridos, la alternancia normal entre el coraje y el miedo, el entusiasmo y la sed, las intoxicaciones y los heridos, las escapadas y los regresos… Y el frenazo repentino del liderazgo, una vez que el entusiasmo empezó su normal declive, como efecto acumulado de una permanencia en la calle y en la protesta, portentosamente larga y poblada de víctimas, represión, pero, sobre todo, de héroes.

Para muchos de los marchantes, quizá con excepción de los muy jóvenes, el recuerdo de 2002, nos hizo creer que se repetiría el fenómeno y que las fuerzas decisivas –principalmente los restos de aquellas fuerzas que habitan los cuarteles, y que alguna vez fueron las Fuerzas Armadas de la República de Venezuela, se pondrían en marcha e impondrían la liberación de la tiranía y el retorno a la democracia, ante la evidencia de la masiva y constitucional rebelión pacífica de la gente.  No ocurrió. No se atrevieron. Ganó el control de los comisarios de Cuba.

Y con el frenazo de la gente en marcha, la decepción y la frustración. Algunos de cuantos estuvimos en casi todos los escenarios de Caracas y de aquel liderazgo callejero en todas las ciudades del interior,nos hacíamos pocas ilusiones acerca de lo que es capaz de hacer la tiranía, sometida como está a la presión de agentes externos aún peores que ellos, quizá porque supimos, en cierta medida, cuál era la magnitud de las dificultades, de las limitaciones propias y, sobre todo, de los incentivos de quienes se mantienen haciendo negocios a costas del estado venezolano.

Bajo las circunstancias, el fervor fue transitoriamente disminuyendo y llegó el final de aquella increíble cadena de manifestaciones. Nada quita, sin embargo, del ambiente posterior, la sensación de que, en conjunto, las direcciones superiores de los partidos de la Oposición, se fueron poniendo al margen y terminaron por imponer una retirada de las calles. “Ustedes apagaron las calles” es la frase que nos arrojan a la cara, a nosotros los políticos, muchos ciudadanos. Por el momento, un año después, llueve sobre los dirigentes jóvenes de los partidos democráticos, la crítica de que nos dejamos convencer y de que aceptamos reconocer la necesidad de una retirada táctica, de las calles. “Ustedes no se cuadraron con nosotros”, recriminan todavía muchos de los más fervorosos partidarios de las grandes marchas de la primavera 2017.

Es, además, correcto afirmar que no se ha terminado de hacer el balance de aquellas largas y heroicas jornadas, y quizá éste no sea todavía el mejor de los momentos para dar prioridad a la documentación y el estudio objetivo de lo ocurrido. Sin duda, es necesario dejar ahora el resto de aquella importante tarea a los historiadores y a los buenos científicos sociales.  Sin embargo, aquí, al borde de las trincheras, es imprescindible hacer el balance técnico de lo ocurrido, para afinar la estrategia, que es y debe ser una. Porque donde hay varias ¨estrategias¨, no hay estrategia.

La luz reencendida en abril de 2017 no se apagó y no se va a apagar. Éste es el primer cumpleaños, y de pronto para encender millones de luminarias, que ratificarán la decisión de conquistar la democracia republicana y de reemprender la construcción de una Venezuela libre, digna y justa para todos.

No le quepa duda al tirano y a su pandilla de asociados: los ciudadanos volverán a las calles. Volverá la juventud a llenar de coraje y alegría la marcha incontenible de la gente en la reconquista de la libertad. La sangre derramada no habrá corrido en vano. Con más y mejor información, con más ilustrados cuadros de dirección, mejor informados sobre la naturaleza y las dimensiones reales de la tragedia, ¡Volveremos! El proceso en marcha hará que la conducción política reconozca a fondo causas profundas y los ingredientes delincuenciales de la tiranía que nos oprime. Nuestro rol, el del liderazgo y el de todos los ciudadanos debe ser organizarnos, entendernos y unirnos en la solidaridad. Germina en las comunidades una rebelión descomunal, incontenible, reivindicante, redentora. ¡Volveremos!

 

@pedro_mendez_d