Vicente Emilio Vallenilla, autor en Runrun

Vicente Emilio Vallenilla

El complejo proceso electoral en los Estados Unidos

The winner takes it all and the looser has to fall… ABBA. 1980

@Vicevall

La votación nominal terminará su proceso, por lo demás altamente avanzado, el martes 3 de noviembre. Pero es solo una fase de un sistema de elección del presidente de esa república que fue establecido por los Padres de la Patria por una serie de razones particulares.

Para cualquiera de nosotros, acostumbrados, teóricamente, a un sistema de votación “globalmente estándar”, donde una elección se gana en base al que tenga el mayor número de votos, ese sistema resulta un tanto ininteligible. Por ello sería lógico esperar que el 4 o 5 de noviembre haya un ganador de la elección presidencial. No es así.

La realidad resultante del sistema de votación estadounidense es otra. La verdadera elección ocurre en realidad en el intrincado mecanismo de la elección del “colegio electoral”.

Ese “colegio” está compuesto por 538 “electores”. Son estas personas las que van a decidir la escogencia del presidente en nombre de los aproximadamente 153 millones de votantes de un total de 330 millones de habitantes que tiene Estados Unidos. En consecuencia, esta elección del 3 de noviembre lo que significa, en cristiano, es que esos votantes van a elegir a esos electores, quienes a su vez el 14 de diciembre elegirán, en nombre de sus respectivos estados al presidente y al vicepresidente. Se requiere una mayoría mínima de 270 votos afirmativos para ganar la elección.

Por supuesto que esto no implica que la votación del martes 3 de noviembre no sea significativa. Lo es, en tanto que el triunfador en cada estado da un mandato inequívoco a sus electores en el colegio electoral para votar por el candidato ganador. Bajo ese supuesto, el voto estadal debería entonces indicar el ganador en el colegio electoral. Sin embargo, los electores del colegio pueden escoger a otro candidato distinto al ganador en su estado porque ya ha pasado. O sea, el candidato ganador (con el mayor número de votos en ese estado) reclama todos los votos electorales de ese estado. Trump con solo el 2 % por encima de Clinton en el voto popular obtuvo todos los 29 votos de Florida. Pero ha habido casos donde el elector ha cambiado a última hora su voto.

Ahora bien, ¿en que se traduce todo esto? Suponemos que los estados que tienen una mayoría de electores pueden decidir quién será presidente. California tiene 55 votos electorales (el mayor) o sea, 55 personas que votarán en diciembre en nombre de ese estado, pero resulta que el número de electores no se ha establecido proporcionalmente en base a la población de cada estado.

El número de electores en los estados de mayor población como California, Texas y Florida están más bien subrepresentados en términos del colegio electoral, aunque siguen teniendo el mayor número de electores. Eso es lo que explica que, en 2016, Clinton a pesar de ganar los numerosos votos electorales de California y Nueva York, lo tuvo muy difícil en estados con menos electores, como Pensilvania y Michigan, lo cual en buena medida permitió la victoria de Trump.

La decisión también podría estar en manos de los electores en aquellos estados que en pasadas elecciones cambian su voto de republicano a demócrata y viceversa. Son los estados indecisos, (swing states).

Allí es donde verdaderamente reside la posibilidad para el presidente-candidato de ganar la elección.

La alucinante complejidad del escrutinio 

Todo esto y estamos sobresimplificando el proceso. La realidad es que es muchísimo más complejo. Nos ha tomado tiempo entender todos los recovecos protocolares que pueden hacer variar los resultados. Por ejemplo, el método de escogencia de los electores varía de estado a estado. Los votos nominales son contados de diferentes maneras y en diferentes momentos. Algunos pueden serlo con anterioridad. Otros tienen que contarse el día de la elección. Otros pueden ser contados después del voto nominal. O sea, conocer el total de manera uniforme y veraz puede ser alucinante.

A diferencia de los otros 48 estados, en Maine y Nebraska el voto nominal solo escoge dos electores y no, como hemos explicado, al total de electores, de acuerdo con la regla de que el ganador del voto el día 3 de noviembre decide el voto de todos los electores de ese estado). En total 32 estados (más la capital) tienen una ley que obliga a los electores a votar por la persona ganadora de todos los votos electorales, con penas severas, medianas o ninguna  penalidad. En 18 estados no están obligados a votar por el ganador de la elección del 3 de diciembre. Allí está el detalle.

Por último, no existe la declaración del ganador por parte de una autoridad nacional electoral. Es el congreso, quien en sesión conjunta en enero, declararía el ganador de la elección, si es que no hay una disputa. Pero eso es otro proceso bastante engorroso que puede surgir en las próximas semanas (dará como para escribir dos o más artículos). Sin contar una erupción social.

En otras palabras, debemos entender que la elección presidencial en EUA es un proceso que consta de tres partes si el resultado es claro y aceptado: la votación nominal, la elección en el colegio electoral y la declaración del ganador en el congreso. 

Ahora bien. No hay que ser demasiado perspicaz o para quienes observamos diariamente lo que acontece en Estados Unidos, que lo más probable es que esta no será una elección definitiva y simple en términos del calendario propuesto.

La situación de Florida hace 20 años atrás entre Al Gore y Jorge (George, si así lo prefiere el lector) W. Bush, demostró lo complicado de un sistema con tantas variables e incógnitas procedimentales. La diferencia entre ambos era mínima. Lo cierto es que el suspenso mantuvo en vilo a ese país porque esa pequeñísima cantidad de votos al final sería la que elegiría al presidente de Estados Unidos, a pesar de que Gore tenía una ventaja de medio millón de votos en la elección nominal. Se cuestionó el resultado. Solo faltaba Florida para cerrar el proceso.

Uno de los problemas es que Gore “concedió” la victoria a Bush, casi inmediatamente después del primer conteo. Pero cuando empezaron las impugnaciones y demandas judiciales en diferentes distritos, Gore fue visto como un “mal perdedor” que impedía la victoria del nuevo presidente cuando decidió retractarse del reconocimiento. Allí vino el desconcierto en el sistema electoral e intervino la Corte Suprema al final.

Este precedente puede ser utilizado por el presidente Trump, cuando señala que “el reconocimiento se haría inmediatamente, si “él es el ganador”.

En las 58 elecciones presidenciales que han tenido lugar en EUA, cinco han tenido como ganador al perdedor del voto nominal.

Ex quo consequitur, se nos ocurre que el presidente Trump podría ser el primero en la historia de EUA que gana dos veces la presidencia, perdiendo el voto popular. O, el primero que gana y pierde una elección presidencial, perdiendo el voto popular. En cualquier caso, será una de las tantísimas razones por que la historia recordará la inolvidable era Trump.

El panorama es totalmente incierto a pesar de que todo apunta a que el candidato Biden es el ganador. Pero a lo mejor habrá presidente Trump por cuatro años más.

Pero si algo hemos aprendido en todos estos largos años estudiando la ciencia política y observando su aplicación internacional es que, siendo inexacta, parece tener la potestad de cambiar la exactitud de las que lo son, como las matemáticas, cuando se aplican a ella. En otras palabras, en política, la cuenta de dos más dos no necesariamente son cuatro. 

* Embajador de la República (r) ©2020 Vicente E Vallenilla

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

La eventual política exterior de Mr. Biden

Mr. Biden plantea un cambio en los parámetros de actuación del próximo gobierno de EUA.

@Vicevall

Comoquiera que ya es casi un hecho (aunque en la política siempre hay sorpresas de sorpresas) que el exvicepresidente Biden está en camino de ganar las elecciones, nos parece oportuno ofrecer algunos elementos descriptivos de la política exterior de un eventual gobierno de Joe Biden.

La razón de este análisis, no escapará al lector, es debido a lo que calificamos en otro escrito como la importancia histórica de esta elección presidencial en EUA y su impacto sobre la comunidad internacional.

Estamos frente a una situación de cambio en los parámetros de actuación del próximo gobierno de EUA.

Está claro que, de ganar la elección, el presidente Trump no solo mantendría todas sus aspiraciones de política exterior, sino que haría un énfasis mayor sobre cada uno de esos fines (ideológicos/principistas) y objetivos (aspiraciones de corto y mediano plazo) para mantener y profundizar, en su visión, la hegemonía estadounidense. La idea del mantenimiento del poder mundial de Estados Unidos es un fin en el cual convergen todos los segmentos del espectro político de ese país.

Por el contrario, dado que la posibilidad de un presidente Biden es creíble a escasas semanas y con una inmensa brecha estadística, queremos adelantar lo que pueden ser los rasgos fundamentales de la estrategia de política exterior de Biden y del partido demócrata que, cada vez más, se desplaza hacia el extremo opuesto del secular conservadurismo republicano (que de paso tampoco encarna Mr. Trump, pero ese es otro tema.)

Dejemos claro, no obstante, que no nos hacemos responsables por la pérdida de tiempo incurrida al leer este análisis, en caso de ganar Mr. Trump la elección presidencial.

Los planteamientos hechos hasta ahora por el candidato Biden los podríamos consolidar de la siguiente manera, en base a algunos postulados que se han hecho públicos:

 “La democracia norteamericana y sus valores” ejemplo para la comunidad internacional

El tema de la complejísima situación de la democracia está entre las primeras prioridades de la política exterior, aunque siempre ha estado el tema de los “valores de la democracia norteamericana” como una constante en todas las políticas exteriores del pasado reciente. Pero en el planteamiento del eventual gobierno de Biden habría un giro particular que vamos a desarrollar:

Se establece la necesidad de “revitalizar” la democracia en ese país. Lo cual indica que en el análisis interno se reconoce que existen importantes elementos perturbadores del sistema político doméstico, y por ende, parece implícito que se observan fenómenos sociales que representan una amenazan el orden interno, como disturbios, saqueos, etc. Sin ese orden, sin la estabilidad indispensable no es posible sustentar la capacidad de influir globalmente. De hecho, cualquier política exterior no es sustentable sin un orden interno estable que sirva de plataforma a esa política.

Hay otro añadido particular, aunque no diferente del enfoque tradicional de gobiernos anteriores al presente: reconoce la necesidad, por los altos costos y riesgos del enfoque básicamente individualista de la actual administración, de distribuir la carga del poder hegemónico mundial con otras “potencias occidentales o de mentalidad parecida” cuando indican que deberán:

 “Fortalecer la coalición de democracias que están con EUA “.

Esta visión consiste en que las alianzas son fundamentalmente útiles para la preservación de la condición de líder mundial en términos de democracia liberal frente al totalitarismo.

La movilización a estos propósitos de un gobierno de Biden comenzaría con una convocatoria de aliados a nivel global. De hecho, los planes para la convocatoria de una conferencia mundial sobre la democracia ya están en progreso.

Han identificado por el momento tres aspectos esenciales en su agenda:

Lucha contra la corrupción

La defensa contra el autoritarismo, incluida la seguridad de las elecciones.

Avanzar en los derechos humanos a nivel nacional e internacional

Encadenada a estas acciones se intentarán alianzas internas como el planteamiento referido al papel de la industria privada en la arena política. Se llamará a la “acción al sector privado”. El caso de enfrentar el poder comercial y tecnológico de China es particularmente señalado.

 Política para la clase media

Se habla, asimismo, de una política exterior para la clase media para ganar la competencia por el futuro contra China. Esperaremos por una aclaratoria sobre este punto, porque nunca habíamos conocido de una política exterior destinada en función específica de alguna clase socio-económica de una nación.

Tratando por un momento el caso de China, que es recurrente en estas primeras aproximaciones del entorno consultivo del candidato Biden, nos parece que hay una concordancia de propósitos generales en la postura hacia China con la tesis del presidente Trump; aunque se supone que desarrollarían diferentes estrategias.

Eso tiende a reafirmar nuestra creencia de que la política que percibimos como de contención hacia China del presidente Trump ha ido ganado adeptos internamente y en el exterior, ej. Australia, Gran Bretaña, Alemania y otros en la Unión Europea, Japón.

De modo que está claro que el partido demócrata no está muy lejos de la posición general del gobierno actual en tanto que propósito general frente a China.

Pero no sorprendería que la nueva estrategia esté basada en principio en una confrontación directa menos intensa, sobre todo en el caso comercial y tecnológico.

 Renovar el liderazgo de EUA para movilizar la acción global ante las amenazas globales

El candidato y su equipo mantienen la concepción de que el mundo no se organiza solo (cierto, la tendencia natural es al caos). Sin embargo, el equipo del candidato Biden descansa ese orden mundial necesario en el liderazgo de EUA:

“El liderazgo de EUA, respaldado por claras estrategias y propósitos es necesario para afrontar los desafíos globales que nos definen en nuestra era. A fin de liderar de nuevo tenemos que restaurar nuestra credibilidad e influencia…”.

En otras palabras, parece que se parte de la visión de que Estados Unidos ya no es el actor líder histórico en las relaciones internacionales.

La visión nuestra no coincide, porque el “liderazgo” no necesariamente conlleva popularidad. En términos de política internacional, el liderazgo lo entendemos como la capacidad de influir con sus iniciativas sobre el resto de sus pares, sean estas propuestas o acciones “simpáticas o no” o cualquier otro calificativo inimaginable que se les atribuya; o que las mismas hayan sido anunciadas formalmente con el protocolo del caso o en Twitter.

 Hacia el liderazgo positivo-amistoso de Obama

De modo que nos preguntamos si “relanzar” el liderazgo significa que hay convencimiento de que existe una pérdida evidente de su poder de persuasión, de su influencia en la comunidad internacional. No tenemos evidencia de que ese sea el caso. Más bien todo lo contrario.

Pero lo más probable es que liderazgo signifique en ese contexto demócrata que se quiere rememorar el liderazgo “positivo-amistoso” como el desarrollado en su momento por el presidente Obama.

Otros aspectos específicos de la administración Biden que se han anunciado serían:

La ratificación de tradicionales posiciones, tales como defender los intereses vitales de EUA, terminar con las guerras eternas, y elevar la diplomacia como primera herramienta para la interacción global. Reconstruir y agilizar al departamento de Estado (cancillería) empoderado y aumentado por el talento y riqueza de la diversidad de EUA.

En lo específico se anuncia una revisión de una iniciativa Obama/Biden para Centroamérica.

Se propone restaurar las asociaciones o alianzas: mantener las óptimas capacidades de la OTAN, incluyendo las nuevas amenazas tecnológicas, corrupción, en el espacio exterior y en la alta mar. Y robustecer la cooperación con los socios más allá de Norte América y Europa, Asia, fortaleciendo capacidades colectivas e integrando amigos en América Latina y África.

También se plantea que fortalecerán las alianzas con Japón, Corea del Sur, Australia y otras democracias asiáticas; al tiempo que se mantendrá un sostenido apoyo a toda prueba a la seguridad de Israel.

Hay otros aspectos específicos, como el de control de armamentos que cae en la esfera clásica del interés nacional de EUA; pero de particular importancia es aquel que expresa claramente que EUA volverá a ser parte del Acuerdo de París sobre cambio climático desde el primer día.

Este es el bosquejo general de un eventual gobierno del presidente Biden en materia de la política exterior. No conocemos con exactitud la política a seguir en lo que se podrían llamar casos emblemáticos de interés particular para Estados Unidos. O al menos para la administración presente.

 Opinión pública y seguridad nacional 

Se supone que esos “casos” tienen prioridad en las definiciones preliminares de un candidato; sobre todo porque la opinión nacional tiene expectativas y estas a su vez están basadas en la coincidencia entre el mundo político doméstico y los grupos de presión de un país, al considerar que de alguna manera esos casos tocan de una u otra forma la sensibilidad de la seguridad nacional.

En consecuencia, forman parte del interés de esa república el alcanzar determinados objetivos particulares (sobre todo entre los inmigrantes); aunque ello signifique un cambio que puede ser drástico en las estrategias, tácticas e instrumentos.

No se enumeran hasta ahora ninguno de esos objetivos (al menos en la información que disponemos). Ya sabemos que ambos partidos han seguido al unísono la instauración y defensa de un sistema liberal internacional basado en la promoción del libre comercio y de la democracia liberal, lo cual ha permitido a EUA mantener eficientemente su preeminencia hegemónica mundial. Es de suponer que la administración Biden no dejará atrás estos preceptos filosófico-políticos.

 Enfoque multilateral

Ahora bien, más allá de estos principios rectores de una política, queda por conocer cómo va enfocar la administración Biden los temas-países-casos. El eje de esa política sería lo que en Estados Unidos llaman el enfoque “multilateral” (distinta la semántica a lo que en diplomacia en otras partes llamamos “multilateralismo”, lo cual no significa alianzas con “países parecidos”, sino que se refiere al uso de los mecanismos multilaterales organizados para el mantenimiento de la paz y la promoción del desarrollo sustentable. O sea, la ONU con su Asamblea General, sus Consejos de Seguridad y el Económico y Social; más la infinidad de organismos que comprenden al sistema de posguerra, comprendidas las instituciones financieras).

En esencia, la administración del presidente Biden tenderá a buscar el establecimiento de un orden mundial basado en alianzas “multilaterales”. Ello no es nuevo. Se organizó a partir del final de la última guerra, dado el éxito de los “aliados”. Así sucesivamente.

Solo durante la era Trump se ha reducido substancialmente el descanso de Estados Unidos en esas alianzas. La política actual más bien ha sido lo que podríamos llamar “a lone wolf policy”, o sea, la política del “lobo solitario”.

De modo que, hasta ahora solo contamos con algunos aspectos generales y suponemos que se revertirán las estrategias y dictados de estos cuatro años, aunque no necesariamente sus postulados. Pero nos permite tener una idea aproximada de lo que será la nueva política exterior de los Estados Unidos en una eventual era post-Trump.

Terminaré, por ahora, con una frase que leí hace muchos años del profesor Henry Kissinger:

Las nuevas administraciones ascienden al poder convencidas de la necesidad de objetivos y de conceptos generales. Más pronto que tarde se encuentran sujetas a las presiones de lo inmediato y lo particular. Motivo de ello es el enfoque pragmático destinado a la resolución de problemas de los encargados de tomar decisiones.”

* Embajador de la República (r) 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

La histórica elección en EUA

@Vicevall

Para sorpresa de los observadores de la política en los Estados Unidos, entre los que nos contamos, el exvicepresidente J. Biden fue escogido como candidato demócrata a la presidencia en la elección que tendrá lugar en noviembre.

Prejuicios aparte, el Sr. Biden hasta la primaria del estado de Carolina del Sur no contaba en las encuestas donde el senador Sanders tenía las de ganar. Aquella noche del 1 de marzo todo cambió. El escenario que ya estaba vaticinado de una elección entre un Mr. Trump triunfalista mayormente por sus cifras de política económica interna y un senador Sanders arrastrando huestes juveniles, deseosas a toda costa de cambiar las estructuras conservadoras del capitalismo norteamericano.

Pero ese día fue más bien el coup de grâce a lo que casi todos imaginábamos porque la verdad es que ya estaba ocurriendo algo en aquel escenario. La pandemia estaba progresivamente creando efectos políticos, económicos y sociales devastadores en un año de elección presidencial. El virus surgido en China contribuyó a una improvisa transformación del mapa electoral. Ni siquiera lo hizo el impeachment.

En pocos meses la peste y diversas actuaciones han ido horadando la plataforma del candidato Trump, quien contaba con la “garantía” de que casi siempre el gobernante-candidato ha obtenido la reelección.

El batallador Sanders y la otra con opción, la senadora Warren, de pronto se esfumaron en los corredores de Washington y con ellos desapareció lo que prometía ser el debate del siglo sobre el sistema capitalista-liberal de EUA.

La sorpresiva y rápida evolución ha llevado al candidato Biden a ser ya el virtual ganador de la elección presidencial de noviembre, de acuerdo con las encuestas. Mientras, el candidato-presidente, cercado en medio de la peor pandemia en la historia de Estados Unidos, pareciera haberse dislocado de su zona de confort político.

En todo caso ha habido poco de campaña tradicional en ambos lados, aunque para mucho ya parece un final resuelto. Cuestión de tiempo. El candidato Biden tiene una ventaja alrededor de un porcentaje que pudiera ser infranqueable.

Pero creemos que la personalidad del presidente indica que no califica para la resignación sin pelear. Eso supone que el forcejeo sin cuartel seguirá en los próximos tres meses.

¿Hay alguna posibilidad de revertir esta situación donde, incluso en los estados que siempre han sido bastiones de los republicanos, el presidente perdería y, más aún, las dos cámaras del Congreso pasarían a control de los demócratas?

Contracorriente, nos parece que pudiese haber una oportunidad para evolucionar hacia un tercer escenario donde ambos candidatos se equiparen. Habrá debates. Creemos que la dialéctica pública puede ayudar a equilibrar la balanza en un país que cambia posiciones más por hechos que por ideologías, con la circunstancia particular de que en EUA los ciudadanos votan pero no eligen directamente.  

La situación es todavía más complicada. La observación indica que ese país esta profundamente fragmentado. La división del electorado no parece ser la tradicional entre republicanos y demócratas. Lucen más bien divididos entre los “pro-Trump” y “anti-Trump”, como señalábamos en un tuit reciente.

Teóricamente, el candidato Biden podría seguir en modo levitación, en espera del resultado canibalístico del enfrentamiento entre los bandos en pugna de Montescos y Capuletos, porque esta elección  tiene características  de antagónica y emocional hacia una persona, credo y estilo.

Pero digamos que nada de esto último, es decir un tercer escenario, ocurre. Supongamos que las estadísticas ganan, ¿cómo sería el vuelco “bidenesco” a la política exterior de Trump en términos generales? 

1. Lo primero es que podríamos suponer que se adoptaría una especie de extensión en sentido lato a lo que hemos calificado anteriormente como “la conciliatoria política exterior del presidente Obama”. En otras palabras, una actitud general de entendimiento con regímenes adversarios y en conflicto abierto.

Esto tiene amplias implicaciones sobre el futuro de las relaciones con Venezuela o, aun más, con el futuro de Venezuela.

2. Ello implica una reversión a la situación ex ante con Cuba y con Irán. No descartaríamos la reapertura de las embajadas, la reanudación de vuelos y de visitas de alto nivel (al estilo de la diputada por NY, Rep. Ocasio-Cortéz).

3. Irán. Podría ser la reformulación y ejecución del preciado acuerdo nuclear del secretario John Kerry y solicitar sus buenos oficios con Venezuela.

4. De allí se podría derivar un entente o entendimiento en el escenario sirio con Assad y Rusia.

5. China. Una vuelta cautelosa a la política iniciada por Nixon y Kissinger con la neopotencia del presidente Xi. Pero lo sopesarían, dado que la posición beligerante del presidente Trump parece haber calado hondo en ciertos sectores de la población y empresas, así como en ambos lados del estamento político en Washington.

6. La relación con Rusia podría sufrir un distanciamiento. La ambivalente posición de los últimos años hacia el presidente Putin y el antagonismo clásico natural con la otrora muscular Unión Soviética no permiten vislumbrar una relación favorable, pero podría haber un desmontaje progresivo de las sanciones personales y corporativas.

7. Por último, la restauración del “viejo orden” con los aliados europeos no se haría esperar.

8. Una vuelta a los mecanismos multilaterales de negociación y cooperación, mediante la reafiliación a organismos y tratados internacionales rechazados, como la Convención sobre Cambios Climáticos, la Organización Mundial de Comercio, la UNESCO, la Organización Mundial de la Salud. O sea, la reversión de lo que detractores de Trump llaman sarcásticamente “el retiro de EUA del mundo”.

A los efectos y limitaciones de este escrito, que ya pisa los terrenos del oráculo, cabe preguntarse en el mundo de Biden, con la variadísima izquierda norteamericana ahora con gran fuerza, ejerciendo enormes presiones, ¿como quedaría Venezuela?

Mucho tiempo ha pasado desde aquellos días del jocoso y quizá fortuito encuentro Biden-Maduro, vicepresidente y canciller, respectivamente. Días de popularidad a la Obama (a pesar de aquella firma del decreto declarando a Venezuela como amenaza a la seguridad de EUA).

Esa política exterior propiciaba encuentros de docenas de políticos y diplomáticos para que ensayaran formas diversas de una salida a la crisis política venezolana.

El presidente Trump ad nauseam ha implementado de forma y fondo mecanismos muy diferentes y diversos en su período. Los instrumentos predominantes hacia países con algún grado de conflicto han sido de carácter financiero-coercitivo-punitivo, personales-nacionales.

Pero volvamos al futuro. Con la llegada de Biden -siguiendo ese hilo hipotético- los mecanismos de Trump podrían ser desmantelados o podrían mitigarse por tipificar una era que dio vuelco en cuatro años a la política y estilo del binomio Obama-Biden.

Tampoco podrían volver al esquema anterior de Obama porque hay nuevas variables que tendrán que sopesar para establecer una política adaptada. Además, está claro que hasta ahora ha habido en general un consenso interpartidista al tratar el tema Venezuela.

En el caso de las sanciones, es de suponer que la mayoría de estas podrían ser levantadas; algunas de inmediato; otras paulatinamente.

Detengámonos en una importante; en aquella que tiene un efecto particular sobre un patrimonio estatal. Nos referimos a la sanción que ampara a CITGO. Se ha dicho que la empresa está “protegida”. La verdad es que hay una sentencia, pero hay una protección de naturaleza política temporal de la presidencia de EUA que abarca cualquier patrimonio público de Venezuela.

“ .. todas la propiedades e intereses propiedad del gobierno de Venezuela (sic) que están en los Estados Unidos… están bloqueadas y no pueden ser transferidas, pagadas, exportadas, retiradas, o movilizadas de cualquier manera.” …

De modo que la tal protección, insisto, de carácter temporal, pudiese ser levantada. Con ello se dan las condiciones para la ejecución de la sentencia: pérdida de propiedad de CITGO (si se subastan acciones más allá de lo adeudado a la antigua Cristallex).

El otro supuesto evidente sería que un gobierno de Biden mantuviese las sanciones y la protección temporal de CITGO continúe sin fecha hasta que cambien las condiciones políticas.

«Nada está escrito», parafraseando a T.E. Lawrence. Esta es una elección como pocas, y de alguna manera será vista como muy importante por su influencia directa en el devenir de Venezuela y para el resto del mundo.

El resultado de esa elección afectará el futuro de las relaciones internacionales en general.

Otros Estados pueden tener mecanismos para aprovechar lo positivo y evitar lo negativo de aquel resultado. El tiempo dirá. Para la comunidad internacional y para el futuro de Estados Unidos será una elección como pocas.

Si bien las causas-efectos en Venezuela han sido, y son fundamentalmente responsabilidad de los connacionales, es innegable el enorme impacto que tiene la política exterior de EUA sobre un país vecino con interdependencia histórica como Venezuela.

Entre tanto, Cronos sigue impasible midiendo los acontecimientos que la sumergen en un desconcertante vacío, desconectada, en un laberinto kafkiano y con su tic-tac que va enmarcando inexorablemente para la historia el progresivo desguace estructural, el éxodo cruel y la evaporación de la  felicidad de la nación.

* Embajador de la República (r) 

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Vicente Emilio Vallenilla Jul 15, 2020 | Actualizado hace 1 mes
El acertijo

@Vicevall 

Un artículo aparecido en El País el 28-6-20, y en otro medio local, el 29-6-20, me llamó poderosamente la atención porque tengo un entendimiento distinto al que plantea el renombrado autor del mismo, que no identificaré para no distraer al lector con la personalidad sino más bien con sus ideas.

El artículo comienza con una pregunta sin la respuesta inmediata que uno espera a renglón seguido, con lo cual nos invitó a adivinarla. Ello me recordó un acertijo, que como en la ópera Turandot y en muchas obras de la literatura universal, se resuelve siempre al final.

Creo que podemos participar todos en el debate sobre el futuro a raíz de esta desgracia global, probablemente la peor en la Historia, pero además porque se trata también del futuro de Venezuela que está en juego. Por eso me atrevo a compartir este escrito para que los lectores tengan varias perspectivas sobre un tema de tal importancia. Para los que no leyeron ese texto, la pregunta fue:

“¿Que tienen en común el prestigio de Washington, la cooperación internacional, la austeridad fiscal y la globalización?”

Respondo: no creo que tengan algo en común a no ser, obviamente, que toda actividad humana está de alguna manera interrelacionada. El autor señaló, asimismo:

La covid-19 no solo mata gente, también mata ideas. Y cuando no las mata, las desprestigia. Las ideas tradicionales sobre oficinas, hospitales y universidades, por ejemplo, no sobrevivirán incólumes a las secuelas económicas de la pandemia. Tampoco lo harán algunas de las ideas más globales sobre economía y política. Estas cuatro, por ejemplo.

Extraeremos algunas de esas últimas “cuatro ideas”.

«Estados Unidos es fuente de estabilidad para el mundo. Falso”.

“…pero ninguna guerra o crisis económica le ha hecho perder tanta influencia mundial a EE. UU. como lo ha hecho Donald Trump. Desde su elección en 2016, el presidente ha mostrado, casi a diario, que en vez de calmar al mundo y a su país, prefiere fomentar conflictos y azuzar discordias. Sus reacciones a la pandemia han reconfirmado que la Casa Blanca es un aliado volátil, torpe y poco confiable”.

Comparto que es falso, pero por razones diferentes a las suyas. No me pronuncio sobre su juicio al presidente Trump. Pero me interesa comentar la sustentación que hace. Parte de la idea de que un solo gobierno puede desestabilizar el orden global del sistema internacional.

No creo que sea posible, excepto que desate una guerra de tales proporciones que ponga en peligro al sistema.

Ningún actor en las relaciones internacionales es “fuente de estabilidad”. La estabilidad no la proporciona un Estado. Es el sistema internacional el que ofrece estabilidad hasta que uno o más de los actores rompe con “las reglas del sistema”. Es allí cuando se desestabiliza el sistema internacional y es cuando puede dar paso a un reacomodo de actores y de sus reglas de funcionamiento. Ej. la II G.M.

En este momento existe un sistema multipolar, con una variedad de reglas. No creo que se hayan roto hasta ahora de forma estructural alguna de las reglas de funcionamiento del sistema internaconal. Lo que hay son cambios en la intensidad, en la forma y el fondo de los conflictos. Es decir, puede haber tensiones. Las hay y fuertes, pero las tensiones son producto de su utilización para lograr fines (el presidente Trump es un experto de esa técnica). No se crean con la intención de destruir al sistema. Se pueden remediar con cambios en las posiciones que las crean. Ej. la crisis del NAFTA a principio del gobierno de Trump. Ya esa tensión no existe.

 La cooperación internacional

La pandemia ha confirmado que no existe una comunidad internacional capaz de enfrentar concertadamente amenazas globales… La covid-19 ha demostrado fehacientemente que esa presunta comunidad internacional que trabaja coordinadamente no existe (…) La desconfianza a la cooperación internacional también ha contribuido a fragmentar y hacer más ineficiente la coordinación entre países con respecto a normas, producción y distribución de medicinas y materiales médicos. Y esta es otra ironía: el desprestigio de la colaboración internacional ha hecho que a una amenaza global se le haya dado una respuesta esencialmente local e inadecuada.

Esto pareciera un fuerte juicio en relación a la pandemia y a las gigantescas emigraciones, inesperadas ambas. Mi opinión: la cooperación internacional ha existido y sigue existiendo. Los mecanismos de cooperación internacional -aunque reconozco que sería deseable- no son como aquellos mecanismos de los bomberos que reaccionan de inmediato a la alarma, porque conocen de antemano la naturaleza destructiva del fuego y sus causas. Y tienen los instrumentos a su disposición para eliminarlo.

Esta ha sido una epidemia totalmente desconocida para la humanidad, sin idea de la velocidad de su propagación voraz. Y que en consecuencia no haya una respuesta al unísono y eficaz no significa que no se esté intentando hacerle frente con lo disponible en el caso de la pandemia.

Simplemente no es posible, pero ello no puede llevar a desconocer el permanente trabajo silencioso de la ONU, de múltiples organismos públicos y privados y de miles de ONG. Desconocería la contribución de la UE al desarrollo, de países individuales como los nórdicos, que siempre contribuyeron siempre muy por encima del 1 % de su PIB hacia los países en desarrollo. Holanda, v.g. ha contribuido en más de 2 % de su PIB desde el 2015. O sea, la cooperación internacional existe. Venezuela, de paso, fue un ejemplo en la materia hasta hace poco.

Lo que es innegable es que sí hay una afectación al progreso de la cooperación cuando se debilita al multilateralismo y es cierto que ha estado ocurriendo. Concuerdo en que el retiro o amenaza de recortes de fondos de las instituciones multilaterales crean incertidumbres que terminan por afectar la eficiencia de los mecanismos de cooperación internacional.

Pero esas incertidumbres históricamente han sido siempre sorteadas de alguna manera. Por otra parte, el unilateralismo o el multilateralismo son formas de expresar la interacción de la comunidad internacional. Ambas tienen ventajas y desventajas, aunque frente a los grandes problemas o conflictos el multilateralismo es el supremo medio de solución pacífica. Si no, ya habríamos tenido la III G. M. Por eso es que se creó la ONU. De paso, la historia indica -a pesar de que observamos la repetición de lo contrario- que el unilateralismo norteamericano es de la cosecha del presidente Trump. No es cierto. El multilateralismo de la posguerra fue más bien una excepción. Todos los gobiernos han tenido la doctrina unilateralista planteada por el propio presidente de Washington en su momento.

 La austeridad fiscal

Señala el autor que “esta idea antes muy popular como remedio obligatorio para enfrentar una crisis financiera, ahora es tóxica”.

Pues ha sido más bien lo contrario. La austeridad nunca fue “muy popular” en tiempo de crisis, excepto entre grupos conservadores o adherentes a la teoría del Supply Side. Ni siquiera la ultra conservadora M. Thatcher pudo mantener esa posición de austeridad en la perniciosa crisis británica de los ochenta. Sucumbió ante la tentación de incrementar el gasto público para aumentar el empleo. El presidente Hoover, de EUA, aumentó el gasto público en 88 % entre 1929 y 1933 ante la crisis financiera de la Gran Depresión. El gran Keynes criticó más bien que el gasto público del presidente Roosevelt no fuera lo suficientemente grande y sostenido.

En la crisis reciente de 2008 “La Gran Recesión” el FED, (Banco Central de EUA) utilizó otra vez mecanismos fiscales y monetarios. Una combinación de gasto público y recortes de impuestos convenientemente llamada “estímulo” (Ley del Estímulo Económico de 2008 y la “Ley de Reinversión y Recuperación” que establecieron un presupuesto de gastos,de $ 787 000 millones, y un abanico de medidas de carácter social. Pero hay que tener claro que los presidentes no tienen la última palabra. La tiene el Congreso que aprueba los gastos. De modo que es responsable tanto o más que los presidentes. De modo que no es la “receta de moda” como declara el articulista. Históricamente ha sido la receta en el siglo XX y en el actual siglo.

El déficit fiscal… se ha disparado a niveles nunca vistos.

¿Nunca vistos? El déficit fiscal del gobierno de Obama en el 2009 fue el más grande de la historia fiscal de EUA. Superó el billón de dólares (un trillón en inglés). El de Trump el año pasado fue de $ 984 millardos. Para el de este año lo más seguro es que sobrepase a Obama ya que se está preparando un paquete de más de dos billones por los efectos de la pandemia. Además, es importante que, en términos del tamaño de la economía, el más grande déficit fue el de F. D. Roosevelt en la II G. M.

 La globalización

Esta es otra idea que antes era idealizada y ahora es demonizada

La globalización no es una idea (no al menos en el sentido platónico), ni creo que ha sido idealizada. Es decir, al menos no por los países en desarrollo. Es más bien un fenómeno de las relaciones internacionales. Me constan personalmente los enormes obstáculos políticos para su reconocimiento y aceptación por los países en desarrollo. Desde su aparición han pasado muchos años y aún presenta desafíos enormes, por lo que continúa la desconfianza básica hacia ella. Los desafíos que ella engendra son múltiples y para la mayoría de los países pobres, sus beneficios reales en términos de desarrollo son inalcanzables bajo los actuales términos del intercambio (the terms of trade).

Es cierto que hay incertidumbres y sobradas razones para preocuparse por el futuro de la economía mundial y de la cooperación. Es claro que los Estados Unidos es el actor de más peso y sus decisiones de política exterior pueden afectar al sistema internacional, pero no lo destruye a menos que se proponga desatar un caos mundial. Eso -por fortuna- supongo que no está en la agenda.

Al final del artículo el autor nos recuerda el acertijo y nos ofrece su respuesta:

«¿Qué tienen en común estas desprestigiadas ideas?:

Que las cuatro son importantes pilares del orden mundial que surgió después de la II Guerra Mundial.”

No somos partidarios de que esos sean pilares del orden de la última gran guerra.

Nos parece que los pilares de ese orden mundial están incólumes en el Preámbulo de la Carta de la ONU de 1945:

1. Mantener la paz y la seguridad internacionales

2. Fomentar entre las naciones relaciones de amistad

3. Realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales

4. Servir de centro que armonice los esfuerzos de las naciones por alcanzar estos propósitos comunes.

Estos siguen en pie, como cuando nos adherimos a ella en 1945. Seguiremos luchando por esos principios y objetivos después de la pandemia, sin el abatimiento de la raza humana.

Esa es la solución del provocativo acertijo.

© VEV julio 2020

*Embajador de la República (r).

 

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