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Oligarquía

José Toro Hardy Jun 14, 2018 | Actualizado hace 6 años
Insostenible, por José Toro Hardy

 

Muchos venezolanos han caído en una suerte de desesperanza. Fueron testigos el 20 de mayo de unas calles vacías como las de una ciudad fantasma. Sin embargo esa misma noche el CNE nos presentó unos resultados dignos de Ripley’s  ¡Believe it or not! (¡Aunque Ud no lo crea!).

Se cuentan ya por millones los venezolanos que abatidos por el hambre o el desaliento huyen porque sienten que el futuro les fue birlado.

A ellos me dirijo:

El grupo que se enquistó en nuestras instituciones ha desvirtuado los objetivos que desde el Siglo de las Luces concibieron los grandes filósofos políticos como Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Locke, Hume y tantos otros. Ese régimen ha arrastrado por el fango aquellos nobles pensamientos, transformando algunos de los más grandes logros surgidos de la Revolución Francesa, como es el caso del equilibrio e independencia de los Poderes, en una suerte de agavillamiento de Poderes Públicos cuyo objetivo no es otro que el de mantener una verdadera oligarquía en el control de los asuntos públicos.

¿Qué es una oligarquía? Nos la define la Real Academia de la Lengua  como una “Forma de gobierno en la cual el poder político es ejercido por un grupo minoritario”. El Diccionario El Mundo le agrega dos acepciones aún más precisas: a) “Autoridad que ejercen en su provecho un pequeño número de personas”; y b) “Conjunto de poderosos negociantes que se aúnan para que todos los negocios dependan de su arbitrio”.

Pero ese “conjunto de poderosos negociantes” enfrentan una situación inviable. Como cualquier gobierno, dictatorial o no, requiere de unas finanzas públicas que le permita operar. Ese no es el caso de lo que aquí ocurre.

El déficit fiscal es inmanejable. Se requieren ingresos tributarios que permitan sostener el gasto público. Componentes  fundamentales de ese ingreso son:

a)  El Impuesto sobre la Renta. Ahora bien una economía en la cual se desmontó el aparato productivo y el PIB se ha venido abajo estrepitosamente, ya no es capaz de generar en términos reales el ISLR requerido.

b)  El IVA. Tratándose de un impuesto al consumo, también cayó bruscamente ante una  contracción devastadora del consumo.

c)  La renta petrolera. Ésta va en vías de extinción porque el régimen logró lo inconcebible: destruyó al sector más vital de nuestra economía. La producción se viene a pique, junto con actividades tan importantes como la refinación, la petroquímica, la exportación y la distribución. La ineficiencia, la ignorancia, la corrupción, la politización y el dogmatismo acabaron con lo que era la empresa más importante de Venezuela, de Latinoamérica y una de las petroleras más importantes del mundo entero: PDVSA.

d)  Financiamientos internacionales. Esa puerta también se cerró al gobierno por la falta de seriedad en el cumplimiento de sus obligaciones. Incluso China se niega a otorgarlos.

Después de ensayar con loqueteras como el Petro y otras similares, la única vía que le queda a la actual administración para financiar su gasto es:

e)  Financiamiento del BCV mediante la emisión de dinero que solíamos llamar inorgánico.  Aparte de que tal mecanismo está expresamente prohibido por el Art 320 de la Constitución, la emisión de ese tipo de dinero es la causa fundamental de que hoy padezcamos la inflación más alta del mundo. Se trata de la hiperinflación más aguda que ha conocido el Hemisferio Occidental en toda su historia. José Guerra estima que este año superará el 100.000%.

¿Cómo no van a subir los precios cuando las emisiones de dinero del BCV para financiar el gasto público han llevado la liquidez monetaria a magnitudes que algunos ya miden en “billardos” (yo ni siquiera conocía el término). Esos excedentes monetarios, que no encuentran qué comprar en el país, al final del día se desvían a la compra de dólares en el mercado paralelo provocando allí una devaluación brutal que retroalimenta la inflación.

Y para colmo la escasez perniciosa de cualquier bien, incluyendo alimentos y medicinas y el resurgimiento de enfermedades como la malaria, la tuberculosis, la difteria, el sarampión y hasta casos de polio (inexistente en los últimos 29 años) completan un cuadro que se hace insoportable.

Ocurre esto en medio de un aislamiento internacional sin precedentes. Nunca  en toda la historia latinoamericana unas autoridades habían sido rechazadas simultáneamente por la OEA, el Grupo de Lima y la Unión Europea al desconocer las elecciones del 20 de mayo.

Se trata pues de un régimen que ya no cuenta con legitimidad de origen ni de desempeño y que ha sumergido al país en una de las peores crisis que han ocurrido en el mundo entero en los últimos 50 años.

La historia es implacable. Lo que no es viable sencillamente se hace insostenible.

 

@josetorohardy

Oligarquía titánica, por Laureano Márquez

Puño

 

A Don Armando Rojas Guardia

Para estar a tono con los tiempos que corren, me inscribí en un curso de tragedia clásica. En una de las sesiones nos dedicamos al estudio de los titanes, personajes sumamente importantes en la mitología antigua porque, en uno de los diversos mitos griegos sobre la creación, se habla de que el hombre fue formado de las cenizas de los titanes, luego de que Zeus —que no se lo pensaba dos veces para achicharrar al más pintado— los fulminara con un rayo como castigo por haberse jartado a Dionisos. El alma humana que de esa masa cenicienta surgió tiene, pues, en su constitución elementos titánicos y dionisíacos.

El uso que contemporáneamente damos a la palabra titán  refiere a una persona capaz de hacer esfuerzos excepcionales, es decir, titánicos. Pero para los griegos significaba otra cosa: según Kerényi, la palabra viene de titainein que significa “sobrepasarse a sí mismo” y no había nada peor para un griego que la desmesura. “Nada en demasía” era su consigna. Qué lástima que los que botaron al mar al celebérrimo  Titanic no supieran esto, porque no habrían cometido la soberbia desmesura de retar a los dioses considerándolo “el insumergible”. Amargas son las lecciones que recibimos los hombres cuando nos creemos dioses.

    Partiendo de la caracterización que hace López Pedraza, definamos los rasgos distintivos de los titanes:

  • La transgresión del límite y la vocación de omnipotencia. Esa sensación de supremacía los hace sentirse dueños de todo y capaces de cualquier cosa. No hay ley que pueda frenarlos ni principio que no pueda ser violado.
  • El titán es mesiánico: la vida se divide en antes y después de él. Exige confianza, adoración y entrega absoluta: solo él conoce lo que es bueno para todos. Todo el que se le oponga, por tanto, es un traidor, un enemigo, un gusano digno de ser encarcelado, vejado y humillado.
  • El titán es fraudulento: hace promesas que no cumple, hace trampas. Dice cosas como “me cambio el nombre si no logro tal cosa o tal otra”. Es de naturaleza embustera, farsante, embaucadora y pilla. El cinismo es su estado natural.
  • El titán es charlatán: habla, habla y habla para llenar el vacío de su inconsistencia y su carencia de ideas. No se me ocurre ningún ejemplo en este momento, pero se han visto.
  • El titán está, pues, en la frontera de la psicopatía.

Pero los griegos no solo se dedicaron a contar mitos que recogían sus teogonías y cosmogonías, sino que también formularon las bases de la filosofía política de Occidente, entre otros detallitos. Aristóteles, por ejemplo, realiza una clasificación de las formas de gobierno según estas estuviesen orientadas al beneficio colectivo de la ciudadanía o a beneficio propio de los gobernantes. Una de las peores formas de gobierno, hermana de la tiranía, es la oligarquía. Como es una degeneración de la aristocracia, es una forma de gobierno ejercida por los ricos más brutos. Los ricos brutos son aquellos cuya fortuna no es producto del esfuerzo sostenido e inteligente de años, sino del privilegio cortoplacista que daba la posibilidad corrupta otorgada por Pericles de que sus compinches obtuviesen dracmas a 10 denarios, mientras en el ágora estaban a más de 3000. Eran, pues, los pericleros dramáticamente ricos y excepcionalmente brutos.

Sin duda, solo puede ser visto como una fatalidad del destino —de esas que tanto animaban a los autores trágicos griegos— el hecho de que quien alguna vez insurgió en contra de una oligarquía, termine edificando otra oligarquía y, además, titánica. Dura la predestinación  de ser a un mismo tiempo rico, bruto y todopoderoso (dura, digo, para el que la padece).

@laureanomar

Laureano Márquez P. Dic 16, 2016 | Actualizado hace 1 mes
¿Y qué nombre le pondremos?
La diferencia fundamental entre esta forma dictatorial originaria y la actual estriba en dos rasgos notables: en Roma era el Senado el que promovía el nombramiento, muy distinto de la actualidad, donde los dictadores se nombran ellos solitos

 

@laureanomar

El llamar a las cosas por su nombre es uno de los rasgos distintivos de la condición humana y humano. En el Libro del Génesis dice que Dios encarga al hombre (en este caso sí, solo al hombre, porque la hombra no había sido fabricada), que ponga nombre a los animales y a las cosas. Nombrar significa apropiarse de algo. Cuando los conquistadores aparecían por estas tierras, lo primero que hacían era bautizar los territorios nombrándolos a su gusto y parecer.

El término «dictadura» para denominar a ciertos regímenes políticos viene, como tantas otras formas políticas, de la antigua Roma. Los romanos crean este nombre para referirse al gobierno conducido por un dictator magister populi. Se trataba de un funcionario que ejercía todos los poderes, sin las limitaciones establecidas en las leyes y sin posibilidad de ser censurado ni criticado por nadie. Se le designaba para momentos extraordinarios, de gran peligro o dificultad.

La diferencia fundamental entre esta forma dictatorial originaria y la actual estriba en dos rasgos notables: en Roma era el Senado el que promovía el nombramiento, muy distinto de la actualidad, donde los dictadores se nombran ellos solitos. La otra diferencia es que la dictadura tenía un plazo establecido que no podía prolongarse más allá de seis meses, que para un imperio milenario no es más que un pequeño lunar en su historia y benigno, además.

Los que vivimos hoy (quiero decir en los tiempos contemporáneos) son dictaduras en las cuales un solo individuo o pequeño grupo (oligarquía -del griego ?λιγαρχ?α, gobierno de unos pocos) gobierna a capricho a una nación y con vocación de quedarse para siempre, porque además los dictadores se perciben a sí mismos como inmortales y casi que en verdad lo son, porque la gran mayoría muere en el ejercicio del poder (cita requerida) y –salvo honrosas excepciones– suelen ser muy longevos.

Hoy día se distinguen entre dos tipos de dictadura: la autoritaria y la totalitaria. Para definirlas en términos burda e’simplistas, la dictadura autoritaria es aquella en la que el dictador «solo» quiere pisotear o someter a una nación, donde no tiene importancia que las masas apoyen, simplemente se les somete por la fuerza y no tienen una ideología que les sustente más allá del deseo de que se les obedezca incondicionalmente y consecuentemente no hay un culto al líder más allá de la pura propaganda. La dictadura totalitaria va más allá:

  • La concentración del poder va acompañada de un culto y endiosamiento del líder, a quien se le denomina con títulos extravagantes y pomposos (no ve viene a la cabeza ninguno, pero los hay).
  • Las dictaduras totalitarias parten de una ideología que abarca todas las esferas del ser humano: economía, cultura, familia y especialmente la educación que se rediseña en función del crear un nuevo tipo de ciudadano, una suerte de hombre nuevo de pensamiento único (el del régimen).
  • Se usa el terror para someter a la sociedad. Para ello se crea una policía que suele ser secreta, cuya misión es perseguir y someter a todo pensamiento disidente.
  • Se crean campos de concentración donde los que no se someten o se rebelan son aislados y torturados, donde son recluidos en condiciones infrahumanas y despreciada su humanidad.
  • Para el totalitarismo toda forma de disidencia es una aberración que debe ser extirpada. No se concibe la idea de que alguien pueda pensar distinto y mucho menos de que pueda haber algún día cambio de régimen político.

Estos son, simplificados de manera casi dictatorial, los rasgos que distinguen a la dictadura totalitaria.

La verdad sea dicha, cuando comencé este escrito, lo hice motivado por algo en específico, pero en el transcurso de la escritura se me olvidó por qué, y a mí que nada se me olvida. En fin, cosas de estos tiempos.

Nota del editor: artículo actualizado el 19 de marzo de 2024.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 
 
 
 
 
Ángel Oropeza May 17, 2016 | Actualizado hace 8 años
Los 8 síntomas por Ángel Oropeza

Madurodiosdado

 

Tanto observadores de la realidad nacional como la mayoría de los ciudadanos parecen coincidir en la percepción de que el gobierno del madurocabellismo no da más, y que su declive luce ya irreversible. ¿Cuánto hay de cierto en esto?

Una revisión de la literatura especializada sobre estos temas permite identificar al menos ocho síntomas de lo que se denomina la fase terminal de dominación de un régimen político. Ellos son:

  1. Quiebre de la autoridad moral para gobernar (desaparición de la “auctoritas”, esa capacidad moral, socialmente reconocida por los ciudadanos, que procede de un saber y un actuar ético, y que le otorga legitimidad a instituciones y personas específicas).
  2. Debilitamiento notable de apoyo popular.
  3. Imagen internacional deteriorada y dificultad para lograr apoyo y comprensión de otros países.
  4. Imposibilidad de garantizar la paz ciudadana, la vida de las personas y el monopolio de la violencia por parte del Estado (lo que se traduce en que cada vez más grupos irregulares –desde hampa común hasta mafias, pranes y paramilitares progobierno– pasen a compartir estas funciones).
  5. Síntomas de ingobernabilidad (entendida esta como la incapacidad para controlar los procesos económicos y sociales de un país).
  6. Fracturas internas y pérdida de la homogeneidad mínima en la clase política gobernante.
  7. Violación sistemática y permanente de la Constitución, con el fin de proteger poder y privilegios particulares.
  8. Recurrencia a la represión, la amenaza y el miedo como último recurso de control social.

De acuerdo con la tipología anterior, no hay duda de que el actual gobierno venezolano ha entrado ya en una etapa agónica de dominio. Ahora bien, el hecho que esto sea así no significa que pueda predecirse su fin, ni siquiera que no pueda mantenerse artificialmente en el tiempo a pesar de su precario estado. El calificativo “terminal” no hace referencia a una realidad cronológica sino a una condición situacional, asociada con los ocho signos anteriores. Su desenlace depende de lo que sea capaz de hacer en ese estado, pero sobre todo de lo que haga la alternativa política a ese régimen y de la respuesta de acompañamiento de la ciudadanía a las estrategias de esa alternativa.

En concordancia con el octavo síntoma, la oligarquía acaba de anunciar un amuleto jurídico llamado “decreto de estado de excepción”, que no es otra cosa que un intento desesperado de refugiarse en el último reducto de poder que les queda, y es la capacidad para reprimir. De hecho, quizás lo único novedoso de este artificio leguleyo en comparación con el anterior “decreto de emergencia económica” es el aumento de la capacidad discrecional de los aparatos represores del Estado para ejercer violencia contra quienes no se arrodillen ante la mediocridad gobernante.

Hay que recordar que la represión y la militarización son los últimos extremos de la cadena de control social. Cuando se recurre a ellos es porque ninguno de los mecanismos que usualmente se usan en democracia, basados en la obediencia social voluntaria y en la auctoritas de los gobernantes, funcionan. Ante la carencia de estos últimos, la única opción para obtener acatamiento es la fuerza bruta.

Esta recurrencia a la amenaza produce ciertamente efectos en algunos sectores de la población, que pueden acrecentar su desesperanza y creer, erróneamente, que los ladridos son evidencia de fortaleza. Hay que recordar que los perros también ladran por miedo.

Lo verdaderamente importante, y que hay que seguir observando de cerca, es que esta represión y la violación constante de la Constitución –actualmente los atributos más característicos y definitorios del madurocabellismo– están provocando repulsión y rechazo no solo en las bases populares del oficialismo, sino en sectores del aparato burocrático y hasta en componentes de la propia Fuerza Armada Nacional, que resienten el triste papel de esbirros represores solo para proteger los intereses económicos y de dominio de una camarilla decadente y enferma de poder.

 

@AngelOropeza182

El Nacional

La verdadera historia por Laureano Márquez

paramilitares

A Uribe, en su delirio de grandeza egocéntrica, se le ha metido en la cabeza rescatar la Gran Colombia y quiere ser su primer presidente. A objeto de lograr tal fin se ha confabulado con la oligarquía criolla, pelucona toda ella, para propiciar una invasión de los Estados Unidos a través de Guyana. Realmente las supuestas exploraciones de la compañía petrolera gringa no son tales, sino plataformas de lanzamiento de ojivas nucleares. Para ello lo primero que ha hecho Uribe, con total apoyo de Santos —que simula un odio que no le tiene en verdad— es sembrar de paramilitares la frontera. Estos paramilitares se disfrazan de gente humilde para que, al ser expulsados como le corresponde a todo delincuente, generen en la comunidad internacional y en los organismos de defensa de los derechos humanos, cuyo juicio tanto nos importa, la sensación de que en este país se maltrata y se veja a la gente pobre y se hacen expulsiones masivas contrariando todas las convenciones internacionales sobre la materia. Los susodichos están tratando de llevarse todos los productos venezolanos a Colombia, primero para quebrar su propia industria, de la que ellos mismos son dueños, pero eso lo hacen para disimular, para despistar; es una coartada, como la coartada del Guayabo, para que no crean que son ellos. ¿Qué ganan con todo esto? Que el pueblo venezolano sienta —gracias a la campaña que hacen la oposición, la MUD y Capriles, todos ellos financiados por Uribe, Pastrana y Donald Trump, que también está metido en la vaina porque quiere apoderarse de nuestro petróleo para financiar la construcción de su piazo de muro de 3000 kilómetros— que todo eso está sucediendo por una supuesta ineficiencia de nuestra administración. ¿Por qué lo hacen en este momento? Porque se acercan unas elecciones parlamentarias en Venezuela que el gobierno tiene ganadas de calle con el respaldo de más del 90% de la población, que está clarísima, además, de todo lo que se está moviendo detrás de una agresión internacional en contra de nuestro país.

Mientras esto sucede de este lado del planeta, otra confabulación se pone en marcha por si fracasa la anterior. Rajoy, desde España, con la complicidad de Felipe González, intenta la restitución de la monarquía de Fernando VII en Venezuela. En este caso sería con Felipe (no González, sino de Borbón y Grecia (no el país, que es nuestro aliado, sino el apellido materno), el hermano de Camilo Sesto, cantante español que es, de paso, bastante amigo de Bertín Osborne, que lo que anda buscando es el monopolio del aceite de oliva extra virgen en Venezuela (ignorante, de paso, de que por estos lares nada extra virgen se está consiguiendo). La renuncia de Juan Carlos no es ninguna casualidad. Todo forma parte de un plan cuidadosamente orquestado. Lo de la cacería de elefantes en África fue planificado para destruir su propia imagen y potenciar la de su joven hijo. En esto estuvo involucrado un conocido periodista de runrunes y un cómico venezolano (español de origen y agente encubierto de la Guardia Civil) que se fueron juntos a África a organizar la matanza elefantina. ¿Por qué la oligarquía española de Osborne quería sacar a Juan Carlos? Muy sencillo: se sabe que Felipe, por tener nombre de brandy, tendría mucha mayor penetración en el alma nacional a la hora de la constitución de una eventual monarquía de derecha en Venezuela. Pablo Iglesias, contrariamente a lo que piensan los españoles, no vino a entrenar a los cuadros del gobierno venezolano. Es exactamente al revés: vino a recibir entrenamiento y es nuestro agente allá para contrarrestar esta ofensiva de la que nuestros servicios de inteligencia tenían conocimiento desde hace muchos años. Por ello el ensañamiento de la oligarquía española en contra de Podemos.

Afortunadamente nuestros eficientes cuerpos de seguridad descubrieron a tiempo el plan del eje Bogotá-Madrid. La revolución se ha salvado nuevamente y otra elección está a punto de ganarse por mayoría absolutista.

 

@laureanomar