Hacer política siempre ha sido un ejercicio de elegante disimulo. Por otra parte, la astucia ha sido un criterio de peso cuyo manido provecho roza con la más vulgar paradoja mediante la cual se hace posible aducir la burla como recurso dirigido a operar la demagogia. Entendida ésta como cimiento funcional del populismo. Por eso, muchas veces, la política se lee cargada de la mayor hipocresía posible para desvirtuar realidades y pintarlas del color que mejor rellene situaciones en un papel atestado de palabras sin valor, ni significado. O peor aún, se construye una política tan fragmentaria que se permite untarla de cuanta inmundicia pueda conseguirse. Es casi como convertirla en criterio para salvar circunstancias de calamidades que colman sus contextos. En estos planos, se moviliza la política. Sobre todo cuando quienes la usurpan para gobernar, se disfrazan de demócratas. Aunque por debajo del ropaje, se advierta el verde oliva característico de un uniforme militar manchado de despotismo, corrupción e injusticia.
En el fragor de esta noción de política, de una política embadurnada de todo tipo y clase de perversidades, cualquier sociedad termina rompiéndose en tantas partes como la imaginación pueda concebir. Más que lo que la teoría política refiere como el fenómeno de “polarización”, son lo problemas que destruyen no sólo los legítimos sueños de quienes aspiran a escalar social y económicamente la “escalera de la vida”. También, las expectativas que toda persona llega a trazarse a medida que va incorporándose o integrándose a situaciones que exigen de él lo mejor de sus capacidades, emociones y sentimientos.
La Venezuela de hoy es el resultado de una progresión a la inversa. Es decir, de la resolución de una inecuación cuyas variables se incomprendieron y luego se desvanecieron, en virtud de la complejidad de la operación pretendida. La incompetencia gubernamental, sumada a una dosis de locura ideológica sobre la cual pretendió establecerse el modelo de país “socialista”, conjugada con la ambigüedad de lo que llamaron “revolución pacífica pero armada”, fue el guión perfecto para modelar un comportamiento nacional contradictorio cuyos resultados afloraron graves confusiones, complicaciones, desórdenes, desconciertos y cualquier género de problema que han reducido el futuro a un ínfimo trazo donde ha tenido cabida un conjunto de consideraciones de la más rastrera calaña.
Tanto ha padecido el país en todas sus manifestaciones, que no es ni la sombra de lo que alcanzó a ser en épocas pasadas que creyeron haberse superado. Pero ni siquiera, con los tiempos que siguieron a la dictadura de Juan Vicente Gómez la cual finalizó con su fallecimiento en diciembre de 1936. Nadie se habría imaginado que 2016 sería una año cuyos tiempos dejarían ver un país en ruina económica, social y política. Pero también en lo administrativo, financiero, organizacional, y pare de contar. O como alguien bien atinó cuando escribió por las redes sociales que “quién iba a pensar que uno iba a estar viendo un plato de caraotas como un plato de caviar… Que hacer una cola se volvería parte de nuestra rutina diaria… O que nos iba a tocar pagar millones de bolívares por un cartón de huevos, un kilo de carne, un pollo, etc…. O que en vísperas de Navidad, la alegría la cambiaríamos por preocupaciones y pensamientos negativos porque la mitad de la familia estaría del otro lado del mundo pues tuvo que partir a buscarse un futuro mejor…”
¿Quien iba a pensar que Venezuela se parecería a alguna de aquellas naciones que fueron criticadas por la desidia de sus gobernantes? Posiblemente, nadie. O quizás alguno que por razones literarias, se había planteado algún relato de ficción con la idea de convertirlo en un “best seller” u obra literaria de gran éxito de ventas.
Hoy, por causa de tanta hipocresía avalada por altos funcionarios cuyas mentiras no convencen a nadie pues nadie las cree, el país está cayéndose a pedazos sin que esos mismo funcionarios puedan recoger las partes fracturadas y recuperarlas con el propósito de rehacer lo dañado. Cuesta reconocer que Venezuela se haya hundida en el marasmo, por cuanto ya estos presuntos dirigentes políticos no tienen el tiempo necesario para emprender tan maratónica labor. Están ocupados en ver hacia dónde huyen pues la justicia internacional comenzó a pisarle los talones.
De manera que Venezuela no es lo que divulgan las emisoras gubernamentales o afectas al gobierno. Las realidades son crudamente contrarias y eso no tiene forma de rebatirse. No son lo que la propaganda anuncia. Todo es el resultado de medidas con sobrada insuficiencia y excedida incompetencia. Pero suscritas, por supuesto, en medio de realidades preparadas en hipocresía con “salsa”.