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Armando Durán

Ene 30, 2017 | Actualizado hace 7 años
La desesperanza, por Armando Durán

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La contradicción entre ilusión y realidad acosaba a la mayoría de los venezolanos al acercarse el año 2015 a su final. Durante años, media Venezuela lo habían intentado todo, pero ni modo. Como en el famoso cuento de Augusto Monterroso, cada mañana al despertar, uno comprobaba que “el dinosaurio todavía estaba allí”. Hasta que el 6 de diciembre, a pesar de todos los pesares, el CNE no tuvo otro remedio que admitir la victoria de los candidatos de oposición en las elecciones parlamentarias. Un triunfo en verdad excepcional: los diputados de la alianza opositora MUD conquistaron ese día dos terceras partes de la Asamblea Nacional.

Un mes después, al instalarse el Poder Legislativo, Henry Ramos Allup, nuevo presidente de la Asamblea, pronunció en cadena de radio y televisión un impactante discurso, en el que indicó que la oposición, ahora con mayoría calificada, estaba en condiciones de decidir, en un plazo no mayor de seis meses, “la salida constitucional, democrática, pacífica y electoral para la cesación del gobierno”, oferta que había sido el eje central de la campaña electoral de la MUD. Luego añadió que de inmediato la AN procedería a aprobar una Ley de Amnistía para los presos y perseguidos políticos del régimen, y que estas acciones eran “compromisos no transables”.

Ya sabemos lo que pasó entonces. Nada. Incluso aquellos compromisos esenciales no pasaron de ser una vaporosa quimera. Sin duda porque el régimen, más despiadadamente que nunca, borró de su menú de opciones los artificios adoptados por Hugo Chávez para simular que su proyecto de dominación totalitaria se ajustaba a las reglas del juego democrático, juego a todas luces heterodoxo pero democrático al fin y al cabo, y porque los dirigentes de la oposición, para no poner en peligro su aspiración a conquistar electoralmente espacios políticos, a pesar del 6-D, siguieron negándose a llamar las cosas por su nombre. Pudo así el TSJ anular con impunidad todas y cada una de las acciones y decisiones de la AN y el CNE pudo, primero, sembrar de obstáculos el camino para llegar al referéndum revocatorio del mandato presidencial de Maduro antes del 10 de enero y, después, sencillamente suprimir de un plumazo esa legítima alternativa constitucional para cambiar de gobierno.

El último factor que le permitió al oficialismo salirse con la suya sin pagar un precio excesivo fue la inexplicable debilidad muscular de la oposición, tanto para oponerse eficientemente al TSJ y al CNE, como su inexplicable decisión de desmovilizar al indignado pueblo opositor en el altar de una farsa llamada “diálogo”, montada por el régimen con la estrecha colaboración de José Luis Rodríguez Zapatero y su combo de ex presidentes latinoamericanos.

El desenlace de estas claudicaciones es la penosa desesperanza que se ha adueñado del ánimo opositor, cuyo más irremediable efecto ha sido el rotundo fracaso de la movilización popular convocada por la MUD y la Asamblea Nacional para este 23 de enero.

No hay, sin embargo, mal que por bien no venga. La reacción implacable del régimen ante su aplastante derrota del 6 de diciembre y la debilidad extrema de la oposición para enfrentarla, si bien han hecho del año 2016 el peor de estos 18 años de chavismo, puede convertirse en el gran generador de cambios en la realidad política de Venezuela. En primer lugar, porque la oposición parece haber dejado de lado su inútil cautela a la hora de caracterizar al régimen y, de manera unánime y muy categórica, ahora lo califican de dictadura. En segundo lugar, porque también han cerrado, según ellos, “por completo”, el capítulo de diálogo con el gobierno. Por último, porque, si bien no lo han dicho expresamente, al considerar al régimen como dictadura y rechazar finalmente el diálogo porque resulta imposible dialogar con una dictadura, la oposición deja de ser simple oposición y se convierte, incluso contra los deseos de algunos, en disidencia. Con todas sus consecuencias. Un cambio que produce, a partir precisamente de la desesperanza, una percepción muy distinta del futuro desarrollo del proceso político venezolano y de las acciones a emprender para devolverle su vigencia a la Constitución Nacional y al Estado de Derecho. Como alguna vez advirtió Chávez, sin medias tintas ni pendejadas.

@aduran111

El Nacional

Ene 16, 2017 | Actualizado hace 7 años
La calle y la salida institucional, por Armando Durán

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El jueves, Jesús Torrealba anunció que la oposición no participaría en la reunión prevista para el viernes 14 de enero. Era la inevitable respuesta de la alianza después de conocerse las exigencias formuladas en  noviembre por Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, a Nicolás Maduro: mientras el gobierno venezolano no ponga en libertad a los presos políticos, anuncie un cronograma electoral, reconozca la autoridad constitucional de la Asamblea Nacional y abra canales internacionales de ayuda humanitaria para la población acosada por la escasez de alimentos y medicamentos, el Vaticano no continuaría desempeñando su papel de mediador entre el Gobierno y la oposición.

Siempre se ha dicho que las revoluciones no se cuentan en las urnas de ningún evento electoral, pero Hugo Chávez había creado la ilusión de que la revolución y el voto de los ciudadanos no son términos antagónicos, si desde el poder central podía controlarse su desarrollo y resultados. Fue, sin duda, un importante aporte a la teoría revolucionaria latinoamericana después del fracaso de la propuesta guevarista del foco guerrillero como condición subjetiva suficiente para que un grupo de hombres audaces, como había hecho Fidel Castro y su Movimiento 26 de Julio en Cuba, tomara el poder por la vía de la violencia revolucionaria. Y un hecho que le permitió a la comunidad internacional y a la oposición venezolana, a pesar de las dudas y certezas sobre la falta de imparcialidad y transparencia del árbitro electoral, aferrarse fieramente a la solución institucional y pacífica de la compleja confrontación de la dos Venezuela.

Fue precisamente esta actitud, para muchos falsa e imposible, de la oposición venezolana después del 11 de abril y de la huelga petrolera de diciembre de 2002, lo que le facilitó a Chávez la tarea de imponerle al país sus nuevas y nada democráticas reglas del juego político y electoral. Sobre todo, porque en aquel año de graves incertidumbres y turbulencias, Jimmy Carter y César Gaviria, con el respaldo de Washington, dispusieron una apaciguadora Mesa de Negociación y Acuerdos que no resolvió nada, pero que tuvo un logro relevante, la celebración del referéndum revocatorio del mandato presidencial de Chávez,  que se celebró con más de un año de retraso y con la aplicación de todas las artimañas imaginables, desde la grosera invención de las planillas planas y el reafirmazo, hasta la conversión del referéndum en plebiscito, una violación flagrante del artículo 72 de la Constitución Nacional. Dispositivos del todo fraudulentos, que le permitieron a Chávez alzarse con una sólida aunque muy discutible victoria en las urnas del 15 de agosto de 2004.

Dos días después, The New York Times concluía en un editorial que a la oposición venezolana sencillamente le había faltado “eficacia y realismo” para encarar el desafío que le había presentado Chávez. Por su parte, la Coordinadora Democrática les encargó a dos venezolanos de prestigio, el constitucionalista Tulio Álvarez y el economista Ricardo Hausmann, preparar un informe sobre las causas de aquella catástrofe. A mediados de septiembre, en vísperas de las elecciones regionales, Álvarez resumió el resultado del trabajo de ambos con una afirmación terminante: “En Venezuela no están dadas las condiciones para tener elecciones.”

La Coordinadora Democrática no le hizo el menor caso al informe. Ni entonces ni nunca. Hasta el día de hoy, con crecientes rupturas, misteriosamente fiel a la ilusión institucional, una perspectiva imaginaria de la auténtica realidad política de Venezuela,  que tuvo su máxima expresión el pasado mes de mayo en República Dominicana, con las primeras y entonces clandestinas reuniones entre representantes del gobierno y la oposición. Cuestionada por muchos esa decisión, y tras recorrer un sendero sembrado de muy diversos obstáculos, gracias a la decisión papal de cumplir una función mediadora, finalmente se produjo en octubre la instalación oficial de esta controversial y paralizante Mesa de Diálogo, que ahora parece haber muerto.

¿Solo por ahora? ¿O la marcha del 23 de enero y la nueva política represiva del régimen han borrado definitivamente del mapa la quimera de una solución negociada de la crisis?

@aduran111

El Nacional

Oposición retórica, régimen implacable, por Armando Durán

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Anunciamos para el miércoles 12 de octubre una jornada especial de movilización nacional, en la que desbordaremos las calles de todo el país de forma pacífica y le haremos saber al régimen y a sus agentes electorales que la recolección de 20% de las firmas es nacional y que el referéndum revocatorio es este año”.

Esta fue la categórica respuesta que el pasado 26 de septiembre le dio la MUD al anuncio oficialista de que el revocatorio solo podría celebrarse a mediados del primer trimestre del año 2017. Un desafío planteado por Jesús Torrealba con el tono grave de quien está a punto de emprender una acción temeraria, que le advertía al país y a la comunidad internacional que la alianza opositora le haría saber ese día a los jerarcas del régimen que no son ellos los que imponen las normas que regulan la vida del Estado, sino que esas normas solo las impone la Constitución.

¿Fue esto lo que ocurrió el 12 de octubre? ¿Desbordó la MUD las calles de la geografía nacional y puso a temblar a un régimen que supuestamente está muerto de miedo? Por supuesto que no. Durante esta jornada que debía de haber sido una demostración de fuerza irresistible en defensa de los valores de la democracia y la libertad no pasó nada. Absolutamente nada. Ni siquiera se logró realizar la jornada de calentamiento organizativo con que sigilosamente habían sofocado lo que iba a ser masiva movilización ciudadana. Ese día, sencillamente, todos fuimos testigos de la infeliz debilidad muscular de la MUD como instrumento de lucha política. Incluso su falta de convicción en su propia estrategia de lucha contra la gestión despótica del régimen.

Ese día también se puso en evidencia la distancia abismal que separa la realidad de los deseos. Tras la magnífica victoria electoral del pasado 6 de diciembre, millones de venezolanos respiraron felices. Complemento de aquel resultado histórico fue la instalación de la nueva Asamblea Nacional y el discurso que pronunció Henry Ramos Allup al asumir su presidencia. Sin la menor duda, en aquel punto decisivo del proceso político venezolano, Jesús Torrealba, por haber conducido la alianza opositora al gran triunfo electoral del 6-D, y Ramos Allup, por su discurso en cadena nacional de radio y televisión proclamando el inicio de un nuevo tiempo político en Venezuela, se convirtieron en los hombres del momento. Gracias a ellos los venezolanos podían ver por fin una luz al final del túnel.

Lamentablemente, como nos previene el dicho popular, poco dura la esperanza en casa del pobre. Y así, torpeza a torpeza y cálculo político-electoral a cálculo político-electoral, lo que parecía ser el principio de un fin anhelado con desesperación por 80% del país, ha terminado siendo la tomadura de pelo más grande de estos años de reiteradas y amargas tomaduras de pelo. El 1° de septiembre se había recuperado parte de aquella esperanza, pero al descubrir entre otras muchas ingratas verdades que buena parte de la oposición seguía negociando en secreto quién sabe qué con los representantes del régimen, hasta ese 1° de septiembre llegó la disposición ciudadana a escuchar los baldíos y fraudulentos cantos de las sirenas de la MUD.

Constatar esta dura realidad hizo que la alianza renunciara a realizar la anunciada toma de Venezuela este 12 de octubre. Aunque solo fuera para no hacer olas, había que cancelar eso de hacerle ver al régimen que negar el revocatorio le haría correr un peligro aún mayor que el de otra derrota electoral. Nuevo disparate de la dirigencia de la MUD que, tras haber dilapidado el extraordinario capital político que el pueblo opositor había puesto en sus manos, en lugar de tratar de recuperarlo ejerciendo la presión necesaria para obligar al régimen a admitir la salida anticipada del presidente y de su gobierno, ahora debe contentarse con el triste consuelo del pataleo, ¡agárrenme que lo mato!, desde un rincón que cada día se le hace al país más oscuro, miserable e insignificante.

Mientras tanto, el régimen se prepara para sustituir a Maduro por otro de los suyos el año que viene, y sigue apretando, implacablemente y sin piedad, las últimas tuercas y resortes de un régimen totalitario a la manera cubana.

 

@aduran111

El Nacional 

Oct 03, 2016 | Actualizado hace 8 años
La MUD desafía a Maduro, por Armando Durán

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Hace una semana, la MUD le dio cabal respuesta al reto que significó que el CNE anunciara el cambio inconstitucional de las condiciones y fecha que regularán la activación y celebración del referéndum revocatorio. En mi columna de la semana pasada sostenía que al régimen, obligado por la magnitud de la amenaza electoral, no le quedó más remedio que poner sus peores verdades sobre la mesa.

Esta vez la MUD estuvo a la muy difícil altura de su circunstancia. Aceptó el reto, denunció al régimen y le subió a Maduro su parada. Esa fue la virtud excepcional de su rueda de prensa el pasado lunes. En primer lugar, porque su secretario ejecutivo asumió la responsabilidad de anunciar un radical cambio de piel de la organización, que deja ahora de ser una simple alianza electoral y se constituye en un frente político nacional cuyo único y unitario objetivo es el cambio anticipado de presidente, gobierno y régimen. En segundo lugar, por desconocer expresamente la posición adoptada por el régimen para impedir la celebración del revocatorio antes del próximo 10 de enero. Por último, porque le advirtió al régimen, a la opinión pública nacional y a la comunidad internacional que si el chavismo persiste en su propósito de negarles a los ciudadanos su derecho de elegir, la MUD los convocaría a la desobediencia civil. Con carácter permanente.

Se trata de un salto cualitativo que comporta incluso que la MUD también parezca estar resuelta a abandonar el cómodo papel de oposición según las reglas impuestas por el régimen para pasar a ser disidencia pura y simple. Ese fue el sentido exacto que tuvo devolverle a María Corina Machado, marginada desde los tiempos de la Salida, un protagonismo que sirve para manifestarle al país que la MUD, al menos por ahora, es otra, y que si el régimen persiste en el antidemocrático propósito de impedir la restauración del orden democrático por la vía electoral, no les temblará el pulso para movilizar a la sociedad civil hasta que se cumpla el mandato popular expresado el 6-D, libre y democráticamente, de cambio político en Venezuela.

Son, sin duda, palabras mayores y constituyen un categórico desafío de la MUD a Maduro, que coloca al país y a la comunidad internacional en el centro de un huracán cuyos vientos comenzarán a soplar sobre Venezuela el próximo 12 de octubre. Una confrontación definitiva entre el régimen, resuelto a impedir por todos los medios un revocatorio que marcaría el final anticipado de su mal llamada revolución bolivariana, y una oposición al parecer resuelta a hacer valer el peso de ser mayoría abrumadora, a pesar de los empeños de algunos, ahí están la reunión de John Kerry con Maduro en Cartagena, el anuncio de que Thomas Shannon regresa esta semana a Venezuela, el regocijo de Jesús Torrealba por la anunciada participación del Vaticano en un diálogo gobierno-oposición que se suponía definitivamente muerto y el hecho de que la MUD no haya vuelto a mencionar a Timoteo Zambrano ni haya informado de sus funciones actuales en el aparato político de la alianza o de las gestiones de José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Resistirá la MUD esta ofensiva por venir y el argumento de que el valor incalculable de la paz justifica a veces el sacrificio de la libertad?

Esta es la naturaleza agónica de este instante irrepetible de la historia nacional. Los fundamentos de lo que bien puede terminar siendo, o bien la confrontación definitiva entre el régimen y los ciudadanos, o una nueva postergación del desenlace que, en este caso, también significaría un final definitivo, pero de la esperanza. En el gobierno y en el PSUV se tiene la certeza de que en cualquier evento electoral el régimen saldría con las tablas en la cabeza. De ahí que haya puesto sus cartas sobre la mesa. También de ahí que solo si los estrategas cubanos y del régimen sienten la proximidad de un peligro mayor que el de otra derrota electoral aceptarían medirse en las urnas del revocatorio y sacrificar incluso a Maduro. ¿Será esa la agenda del diálogo que tal vez venga? Habrá que ver si la oposición conserva su firmeza contra viento y marea, hasta el final del desafío. O si en mitad del proceso, para no correr el peligro de perderlo todo, tira la toalla.

 

@aduran111

El Nacional

 

Feb 15, 2016 | Actualizado hace 8 años
El grito del silencio por Armando Durán

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¿Para qué sirve la Asamblea Nacional si el régimen, empleando a fondo la militancia roja rojita de los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, invalida sus decisiones y leyes?

Mírese como se quiera, ese es, a partir de esta semana, la esencia de la inestable realidad política de Venezuela.

La causa eficiente de esta tormenta por venir es la sentencia del TSJ devolviéndole su vigencia al decreto de emergencia económica, rechazado por el poder legislativo de acuerdo con la inequívoca norma constitucional sobre los estados de excepción. Una reacción que, por supuesto, no toma a nadie por sorpresa, pero que tal como lo hemos repetido en esta columna desde el mismo y crucial instante en que los electores le dieron su abrumador voto de confianza a la propuesta de cambio formulada por la oposición, nos recuerda que los deseos no empreñan.

A partir de esta encrucijada, grosero autogolpe de Estado contra la constitución, contra las leyes y contra la voluntad de la inmensa mayoría de los ciudadanos, ha estallado en Venezuela lo que el lunes pasado calificamos de “confrontación de todas las confrontaciones. Un conflicto absoluto”, que sencillamente reproduce el trágico desenlace de la pugna del presidente José Tadeo Monagas y la mayoría opositora del Congreso, ocurrida la tarde del 24 de enero de 1848, con el asalto al convento de San Francisco, sede entonces del Congreso, y la muerte de varios diputados.

La sentencia del TSJ representa para la Asamblea un ingrato ultimátum. O enfrenta con todas sus consecuencias este último desmán del oficialismo por conservar el poder “como sea”, o sus diputados se hacen los locos, como siempre han propuesto algunos dirigentes pobres de espíritu en nombre del falso argumento de que “los tiempos de Dios son perfectos.” Sin asumir en ningún momento el desafío político y existencial que el chavismo le ha presentado a Venezuela desde hace 15 años. Como si el estado de derecho reinara soberanamente en el espacio venezolano y nuestro proceso político discurriera apaciblemente por los senderos de la normalidad democrática.

En el fondo se trata de no ver ni escuchar lo que en realidad configura la conmovedora realidad de un pueblo que ya está a punto de perder irremediablemente la paciencia. De ahí que nos preguntemos si a las víctimas sistemáticas del hampa, de la violencia y de la miseria total, sin precedentes en la Venezuela republicana, cuya representación más cabal son las colas y la indignación sin límites de los ciudadanos de todas las tendencias, les bastará la respuesta que Henry Ramos Allup, acompañado de los diputados de la oposición, le dio el viernes al TSJ.

En esta ocasión, en rueda de prensa, denunció una vez más Ramos Allup la complicidad del tribunal y el Ejecutivo en el empeño de sostener al gobierno Maduro contra viento y marea, y reiteró que el régimen tiene los días contados, pero, y eso abrirá sin duda un amargo debate en el seno de la oposición, aceptó, si no la legitimidad, sí la legalidad de la medida judicial. Y añadió que si bien el objetivo del TSJ es negar la legalidad de los actos de la AN, ellos continuarán cumpliendo con sus funciones de legislar y controlar. O sea, que aun sin confesarlo, admitió que el poder legislativo acepta pasar a ser en la práctica un simple jarrón chino, aunque con una diferencia de importancia. En los próximos días, declaró, la Asamblea informará cuál será el mecanismo constitucional acordado por la oposición para producir el cambio del gobierno, ya no en el plazo de 6 meses, sino mucho antes.

Ese es, por supuesto, el clamor desesperado del silencio que se escucha en todas las esquinas de Venezuela. Un grito todavía silencioso, pero que en cualquier momento, si Maduro y compañía no abandonan la inútil y muy costosa defensa numantina de su “revolución” y si la oposición no encuentra la forma de concretar por las buenas su promesa de cambio, puede impulsar a los ciudadanos, indignados con unos y otros, a transformarse por las malas en una fuerza incontenible y colectiva del cambio. ¡Ojala que no sea necesario!

 

@aduran111

El Nacional 

May 04, 2015 | Actualizado hace 9 años
¿Se acabó la revolución chavista? por Armando Durán

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Desde varios días antes del Primero de Mayo, Nicolás Maduro avisó que en su discurso de ese día haría importantes anuncios en materia económica. Habló, incluso, de un auténtico “revolcón” para sofocar la guerra económica desatada por el imperialismo y la oligarquía. Nada más natural, pues, que los ciudadanos esperaran sus palabras con razonable desazón.

La inquietud creció considerablemente el jueves 30 de abril, cuando se supo que viajaría esa noche a La Habana para acompañar a Raúl Castro en el desfile de los trabajadores cubanos por la habanera plaza de la Revolución. Sin embargo, durante su breve pero intensa estancia en la isla, Maduro no escuchó a Castro ni a nadie mencionar para nada al imperialismo, como si el fenómeno nunca hubiera existido.

Maduro había comprobado en Panamá que Cuba seguía ahora otros rumbos, pero era difícil suponer que pesaría más en su conciencia, la nueva y desconcertante posición cubana, o la presión agobiante de la crisis, un enigma que a su vez sólo dejaba dos opciones posibles: retroceder en busca de al menos un tenue hilo salvador de oxígeno político, o profundizar aún más la marcha que él se proponía imprimirle a la “revolución” con el delirante propósito de acelerar su fuga hacia delante.

Esta confusión dialéctica se hizo mucho mayor, a las 2:51 de la tarde del Primero de Mayo, cuando Maduro comenzó en la plaza O’Leary su discurso con un implacable bombardeo retórico contra el imperio, la oligarquía y los pelucones. Se agudizó media hora después al manifestar que ese día comenzaba, con las decisiones que se implementarían durante mayo, junio y julio para derrotar a los promotores de la guerra económica contra el pueblo y conquistar la victoria económica, el primer día de la victoria antiimperialista de la revolución socialista y chavista de Venezuela. Y tuvo su punto más ardiente al aseverar que para vencer de manera definitiva a los capitalistas y defender al pueblo, costara lo que costase, él contaba con la Ley Habilitante antiimperialista que le había aprobado la Asamblea Nacional.

Los peores temores se hicieron entonces materia muy palpable. A pesar de todos los pesares habidos y por haber, Maduro estaba por fin a punto de darle una patada a la mesa y aquí, caballeros, se acabó lo que se daba. Sobre todo, porque inmediatamente después confesó que ahora iba a decir lo más importante que había ido a decirle a la clase obrera venezolana.

No sé ustedes, pero yo, en ese preciso momento, aguanté la respiración. Para nada, por supuesto. La voluntad de arrasar con lo que queda de democracia y capitalismo en Venezuela se quedó en la retórica amenaza de siempre, porque lo que en verdad sostuvo Maduro (¿fue eso lo que le dijeron en La Habana?) es que “a la clase obrera venezolana le falta mucho para poder asumir la conducción económica y construir el socialismo”. Por último, afirmó que “todavía no estamos a la altura” y que el compromiso de todos ese día era “prepararnos para lograr este objetivo”. Y añadió que “trascender las luchas reivindicativas (o sea, renunciar por las buenas al derecho democrático de la protesta) es el único camino para enfrentar el desafío socialista”. Como si en Cuba, con el respaldo de la URSS durante décadas, aprendieron a hacerlo.

En definitiva, tantos años nadando (y destruyendo hasta los fundamentos de Venezuela como nación) para derrumbarse así de fácil y tranquilo en la otra orilla del arroyo revolucionario que ya ha comenzado a extinguirse en Cuba.

@aduran111

El Nacional 

Ene 12, 2015 | Actualizado hace 9 años
Golpe, golpe y más golpe por Armando Durán

Golpes

 

Más o menos así definía Ramón Piñango, en un tuit del 27 de diciembre, lo que sucedía en la Asamblea Nacional y en las calles de todo el país. Golpes parlamentarios para garantizar el continuismo cada día más totalitario del régimen y descalabros muy penosos en supermercados y farmacias. Imagen categórica de un proceso degenerativo que ha venido destruyendo sistemáticamente a Venezuela a lo largo de estos últimos 15 años, hasta colocarla en su muy difícil situación actual, que a todas luces, inexorablemente, se le escapa de las manos a un Nicolás Maduro tan desconcertado que ni siquiera logró hacerse escuchar en Pekín.

Por supuesto, el primero de los golpes chavistas ocurrió el 4 de febrero de 1992, fecha de la frustrada intentona de Hugo Chávez contra el sistema democrático, todo lo deficiente y agotado que se quisiera entonces, pero proceso democrático al fin y al cabo, con sus mecanismos de rehabilitación intactos. Golpe que ha continuado en su labor devastadora hasta este fin de año, cuando a partir del 22 de diciembre el chavismo se apoderó en la AN, una vez más y sin contratiempo alguno, de todos los poderes públicos, comenzando por el mal llamado Poder Moral.

Después le tocó su turno al CNE, estructura esencial del continuismo, para dejar bien instaladas en su sitio nada más y nada menos que a Tibisay Lucena y a Sandra Oblitas. Un acto en que solo se sustituyó al supuesto representante de la “alternativa democrática”, Vicente Díaz, en verdad instrumento invalorable del régimen para poder jugar a su antojo con la voluntad de los electores, como aspiran a seguir haciendo con su sucesor en el directorio.

El último episodio de esta obscena seguidilla de trancazos inconstitucionales se produjo con la selección de los nuevos 12 magistrados del Tribunal Supremo de Justicia. Decisión como las otras perfectamente previsible desde siempre, gracias a la sinrazón de gestos como el infeliz disimulo de Edgar Zambrano, quien, estando presente en la AN a la hora de la votación, hizo que su suplente, que no estaba incorporado, cargara con la vergüenza de darle su voto a representantes del chavismo menos democrático. Como si con esa infantil argucia pudiera ocultar su enmascarada colaboración con el régimen, a cambio de unos pocos espacios de interés personal y beneficios materiales.

No obstante, el régimen no ha podido encubrir dentro ni fuera del país su bancarrota material y espiritual. El rechazo chino basta para medir la magnitud de ese desastre. En estos 15 años los gobernantes chavistas han realizado el milagro de hacer desaparecer millardos y billones de dólares sin rendirle cuentas a nadie, le han abierto de par en par las puertas del país a la hiperinflación, el desabastecimiento y la inseguridad, y han transformado estos días, que en todo el mundo son de alegría y desenfado, en un elogio masivo a la locura oficial y la miseria de la población.

Los tumultos y las riñas que a diario estallan en comercios y farmacias apenas son los signos más visibles de la indignante humillación que sufren los ciudadanos de todas las tendencias y reducen a Venezuela, nación que cada día lo es menos a pesar de que hasta hace muy poco era el espejo en que trataban de mirarse otros pueblos menos afortunados de la región, a un simple poblado bajo amenaza de colapso como casi segura opción presente y como preludio del abismo al que nos aproximamos ominosamente, sin que haya ya puertas que se les abran a nuestros gobernantes en ningún rincón del planeta y a la vista de golpes tras golpes tras golpes que nos condenan, sin remedio, a enfrentarnos al nuevo año con la certeza abrumadora de que solo podemos esperar lo peor.

@aduran111

El Nacional 

¿Qué busca la oposición? Por Armando Durán

Oposicion

 

En su editorial del pasado jueves, Teodoro Petkoff, director del diario Tal Cual, sostiene que “no hay nada en el horizonte que tenga más importancia que las elecciones parlamentarias del año próximo”.

Se trata de un principio esencial de cualquier democracia. Y en Venezuela, la razón de ser de la MUD de antes y de ahora, pero con una trampa perversa, porque no vivimos en democracia y ninguno de los dos gobiernos del régimen chavista ha admitido ni admite la opción de abandonar el poder por las buenas o por las malas. Desde esta perspectiva, la afirmación de Petkoff no es verdad ni es mentira, sino todo lo contrario. Apenas un salvavidas accidental (y desde abril de 2013 insuficiente) al alcance de una alianza de partidos minusválidos, con fines exclusivamente electorales y objetivos autocomplacientes muy limitados. Nada más.

Este ha sido siempre uno de los principales problemas de la dirigencia política no chavista. Negarse a confrontar al gobierno y renunciar a la legítima aspiración de sustituirlo en Miraflores, así sea electoralmente. A pesar de que todos sepamos que el equilibrio inestable entre gobierno y oposición es lo único que garantiza, en cualquier parte del mundo, la estabilidad de un sistema democrático. Todo lo contrario de lo que sucede en Venezuela desde hace 15 años, donde los gobernantes solo reconocen a la oposición, precisamente, en la medida que no sean ni hagan oposición. Como si, en efecto, la única actividad política permitida por el régimen sea la dócil participación en los múltiples procesos electorales convocados por el CNE, a la sombra de todos los poderes públicos, reunidos en un paquete prefabricado de organismos gubernamentales, cuyo único objetivo es asegurar la permanencia indefinida en el poder de Hugo Chávez primero y de Nicolás Maduro ahora.

Esta es la más pesada rueda de molino que el chavismo le ofrece a la sociedad civil. Y la razón de que a la hora de votar, quienes voten, lo hayan hecho y lo seguirán haciendo contra el candidato o candidatos chavistas, un rechazo que de ningún modo debe confundirse con votos a favor de este o de aquellos candidatos de la MUD. En todo momento a sabiendas de que en el juego electoral diseñado hace años por los asesores cubanos de Chávez en tiempos del referéndum revocatorio, gane quien gane, no implica la posibilidad de facilitar un cambio de gobierno, mucho menos de régimen.

No obstante, la sentencia inapelable de Petkoff pasa por alto esta realidad. Para él y para los partidos de la MUD, da lo mismo el rábano que sus hojas. Se niegan a distinguir lo que debe ser de lo que realmente es. La famosa falacia naturalista. Y también se niegan a convenir que las elecciones no constituyen el único camino democrático y constitucional para enfrentar y derrotar al régimen. De ahí que para ellos las elecciones tampoco sean un medio para alcanzar metas más ambiciosas. Ni siquiera cuando pudo serlo, en abril del año pasado. Para ellos, las elecciones siempre han sido un fin en sí mismo. Como en el caso de las últimas elecciones parlamentarias, poco importa quién las gane. Estas elecciones, y el diálogo gobierno-oposición que la MUD está resuelta a reanudar con la vista clavada en esas urnas electorales, son más de lo mismo.

Nada que ver con tomar las calles con 50.000 movilizaciones populares en toda Venezuela, como anunció Chúo Torrealba al asumir la secretaria general de la MUD. Lo que se ha buscado siempre y se busca ahora, al precio que sea, es no renunciar a unos pocos espacios administrativos concedidos por Miraflores como premios a la buena conducta de la “oposición”. Apenas eso.

 

@aduran111

El Nacional