Emigrar en tiempos de cuarentena: una travesía con una decena de alcabalas - Runrun
Emigrar en tiempos de cuarentena: una travesía con una decena de alcabalas
Relato de una familia que se vio obligada a emigrar por las trochas en medio de una “cuarentena radical” en Venezuela. 
El país tiene una reducida oferta de vuelos humanitarios para sus ciudadanos y para personas de otras nacionalidades que buscan retornar a sus hogares. 

@gchenriquez1 

4:00 de la mañana del domingo 5 de julio. Cargar en la maleta del taxi los bolsos de 15 kilos con «todas» sus pertenencias. Despedirse de un grupo selecto de familiares y salir de Caracas en un viaje que duraría 12 horas. 

Una familia venezolana de tres integrantes salió del país en medio de la “cuarentena radical” impuesta por Nicolás Maduro ante los efectos de la pandemia del coronavirus en el país. Tenían  en sus planes emigrar ya que tenían una visa de residencia en Estados Unidos que se vencía a mediados de julio si no la utilizaban. De perderla, tendrían que renovarla y correr nuevamente con gastos que superan los dos mil dólares. Además tendrían que buscar una vivienda en la que alojarse por el tiempo que dure el confinamiento en el país, ya que los bienes que tenían los habían vendido. 

Por estas razones, el grupo familiar decidió salir de Venezuela por tierra para poder abordar el vuelo a EEUU, a sabiendas de las dificultades que tendrían en el camino. Para hacerlo, por dos semanas buscaron salvoconductos que les permitieran desplazarse por el país; ubicaron a un taxi que los movilizara desde Caracas a San Cristóbal, estado Táchira; y contrataron a un funcionario de los cuerpos de seguridad del Estado para que los cruzara por la frontera entre San Antonio, Venezuela  y Cúcuta, Colombia.

Su mayor miedo era hacer una inversión de tiempo, energía y dinero, y no poder llegar a Táchira, ante la posibilidad de que un funcionario impidiese el paso de la familia. Entre las 4:00 y las 7:00 de la mañana del 5 de julio no hubo ninguna alcabala o punto de control entre los estados Miranda y Cojedes. Igual de ausente estuvo la circulación de otros vehículos y el alumbrado público durante las primeras tres horas de viaje. La familia tampoco habló entre ella. Cada uno, a su manera y en silencio, cargaba con preocupaciones y miedos que no querían compartir con sus seres queridos. 

A partir de las 7:00 de la mañana comenzaron a aparecer las alcabalas y puntos de control en el camino. La primera fue al ingresar al estado Cojedes. Nada pasó. La segunda en Tinaco, también en Cojedes. 

Luego, la tercera alcabala, fue al salir de Guanare, estado Portuguesa. “A todos, incluidos los taxistas, nos quitaron las cédulas de manera apresurada presuntamente para revisarnos los antecedentes penales”, contó uno de los familiares. Al cabo de 20 minutos entregaron los documentos y pudieron seguir. 

Hasta el estado Táchira se encontraron con al menos cuatro puntos de control más que les permitieron seguir su paso sin complicaciones y sin exigir los salvoconductos. Pero al llegar al estado Táchira la historia cambió. 

Las trochas llegan a San Cristóbal

Al cruzar el peaje que separa a Barinas de Táchira en otra alcabala solicitaron los salvoconductos de todos los pasajeros. Un funcionario de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) preguntó cómo le estarían pagando a los transportistas, «creemos que para exigirnos algún soborno”, aseguró un miembro de la familia. 

Al explicarle que el pago se realizó entre la empresa de transportes y la empresa que emitió dos de los salvoconductos, sin ninguno de los pasajeros estar involucrados, el funcionario procedió a revisar las maletas. 

“Como no consiguieron alimentos, ni algún elemento con el que se pudieran quedar, el mismo funcionario rompió -intencional o de manera accidental- el cierre de la última maleta que revisó. Luego nos dejaron seguir”, dijo un familiar. 

A tan solo un par de kilómetros, otra alcabala impedía totalmente el paso de salida o entrada al estado Táchira. Todos los conductores debían bajarse a “negociar” con un militar encargado, quien indicaba cuáles vehículos pasaban y cuáles no. 

Uno de los viajeros debió bajarse a hablar con el funcionario y no fue sino hasta que éste le mostró un salvoconducto del Ministerio de Salud, que dejaron pasar el taxi en el que se movilizaban. La última alcabala que la familia consiguió para ingresar al estado Táchira fue a unos 10 kilómetros de la anterior, en la que solo preguntaron por qué viajaban con tanta ropa. El temor del grupo de viajeros de no poder llegar al estado fronterizo había sido superado. 

A las 4:00 de la tarde de ese 5 de julio, el grupo familiar llegó al lugar en donde se alojarían por una noche para descansar. Al día siguiente pasarían la frontera para llegar a Colombia. 

San Cristóbal – San Antonio – Cúcuta

Cruzar la frontera entre Venezuela y Colombia solo es posible -al menos durante la cuarentena- si conoces a un militar, o a un trochero que conozca a un militar. Transitar de San Cristóbal a San Antonio implicó para la familia tener que atravesar al menos ocho alcabalas de funcionarios de la GNB, del Cuerpo de Investigaciones Científicas y Penales (CICPC), y de la policía del estado Táchira. 

En todas le preguntaron al militar que llevó la familia a la trocha, quiénes eran ellos y por qué tenían tantos bolsos. Por tratarse de un funcionario el que se adentraba a San Antonio, no tuvieron inconvenientes para pasar por los puntos de control. Sin embargo, la tensión y ese silencio ensordecedor que la familia había experimentado el día anterior, se repitió hasta llegar al cruce. 

Adentrados en San Antonio, el militar dejó a la familia en una calle. “De un lado tenía casas de cemento frisadas, con techos de zinc, y del otro un camino que conecta con la trocha. De ese camino apareció en trochero y le ordenó a uno de los jóvenes que estaban en la calle que acomodara nuestros bolsos”. 

El joven de unos 23 años amarró tres bolsos grandes con unas cuerdas y se los colgó de la espalda. Las mismas cuerdas que amarraban los bolsos tenían un trozo de tela que el muchacho se colocó en la frente para ayudarse a mantener el equilibrio de los 45 kilos que cargaba. Todos bajaron por un camino rocoso y con el piso resbaladizo -estaba lloviendo- y se acercaron a lo que sería el inicio del pase de la frontera. 

Luego de por lo menos tres semanas en las que la familia se mantuvo pensando en los riesgos de salir del país de manera irregular y entrar a otra nación de la misma manera, se dieron cuenta de algo: no estaban solos. 

En el cruce por la trocha había por lo menos 200 personas ingresando a Colombia y 200 más ingresando a Venezuela. A pesar de que el país se encontraba en una cuarentena estricta, centenares de personas -unas con tapabocas y otras no- transitaban entre las dos naciones sin ninguna restricción ni control sanitario. 

«El que no paga va por el río»

Funcionarios del CICPC vestidos de civiles, según indicó uno de los trocheros a la familia, son quienes tienen control de la frontera con Colombia. En medio de un caos en el que personas van y personas vienen, un grupo de al menos unos diez hombres, supervisan que todas las personas que salen y entran a Venezuela paguen su tarifa. 

“El que no paga va por el río”, decía uno de los jóvenes que inspeccionaba los sacos de comida que cientos de personas ingresaban a Venezuela. A la familia le revisaron y desordenaron absolutamente todas sus pertenencias -sin guantes, tapabocas, o alguna medida de bioseguridad- en búsqueda de alimentos o medicinas. No encontraron nada luego de diez minutos y los dejaron ir. 

Comenzaron entonces su camino hacia la ciudad de Cúcuta. En la vía atravesaron al menos dos puentes hechos con tablitas de madera que apenas se sostenían, uno de ellos por encima del río Táchira, que divide a Venezuela con Colombia. «Cruzamos tan rápido como podíamos, si te detenías a ver los puentes y detallabas su estado de fragilidad, te congelabas y no cruzabas», aseguró uno de los familiares. 

Luego de 20 minutos de caminata rápida, con una lluvia que mojaba a la familia, a los trocheros, y a sus pertenencias, finalmente llegaron a suelo colombiano. Sin embargo, el paso de venezolanos que las autoridades colombianas permitían estaba pronto a cerrarse, por lo que metieron a la familia en una casa ubicada en territorio colombiano. 

emigrar 

“Desde ahí nos montaron uno a uno, de manera sigilosa, dentro de un taxi que nos llevó al hotel en el que nos alojamos en Cúcuta”. Ya la familia habría terminado lo más difícil de su viaje: salir de Venezuela. Al llegar a la ciudad fronteriza, el reto era desplazarse a Bogotá para finalmente tomar un vuelo humanitario que los llevaría a su destino final. 

Para eso tuvieron que contactar a un colombiano que trabaja en el terminal de autobuses de la ciudad para que les comprara el pasaje a todos, ya que en el país vecino era necesario también un salvoconducto para circular. 

Después de 16 horas de viaje en una carretera que solo tiene curvas, la familia llegó a Bogotá, y al cabo de dos días logró montarse en el avión que los llevó a Estados Unidos. Antes de abordar, fueron sancionados por las autoridades de migración colombiana por ingresar de manera irregular al país. Los funcionarios, empáticamente, les indicaron que entendían su situación como venezolanos, pero que ellos debían hacer su trabajo y multarlos. 

emigrar

Ahora, casi un mes después de haber salido del país, la familia asegura sentirse aliviada. La embajada de Estados Unidos en Colombia constatemente emite un comunicado indicando que los residentes americanos deben prepararse para una larga estadía en Venezuela ya que no han podido coordinar un vuelo humanitario con las autoridades del país. 

El comunicado, de alguna manera, es un consuelo que le reafirma a la familia que salir del país bajo las circunstancias que lo hicieron fue una buena decisión. Pero de igual manera se sienten una gran nostalgia por no haberse podido despedir de todos sus familiares y amigos; por haber dejado a un hijo y hermano en Venezuela, a la abuela, y a su mascota. 

Su preocupación ahora es cuándo podrán volver a Venezuela a buscar a las personas y cosas que tuvieron que dejar atrás porque no cabían en sus bolsos de 15 kilos. Ansían despedirse, como amerita, de sus seres queridos de los que no tuvo la oportunidad de hacerlo al haber tenido que emigrar en tiempos de cuarentena.