Entrevista | Soledad Morillo Belloso: “Venezuela me duele y me hace feliz” - Runrun
Entrevista | Soledad Morillo Belloso: “Venezuela me duele y me hace feliz”
 Venezuela está en cada uno de los venezolanos buenos, no importa en qué ciudad o pueblo del planeta estén las almohadas en las que reposemos la cabeza cada noche

 

@cjaimesb

Soledad Morillo Belloso es vehemente, leal y elegante. La conocí a través de su hermano Carlos, que era amigo mío cuando éramos jóvenes. Y desde entonces somos amigas; pero no amigas para conversas ligeras o fiestas, que también lo somos, sino compañeras de cruzadas por la libertad, de transmitir la esencia de la venezolanidad, de compartir vivencias y sueños.

Soledad es una magnífica escritora. No solo porque escribe bien, sino porque tiene lo que hace diferente a un buen escritor de un escritor excelente: ritmo para decir las cosas. Es culta y eso la ayuda, por supuesto. Ha recorrido mundo, lo ha aprehendido y lo ha hecho suyo. Por eso leerla resulta tan grato. Sus escritores favoritos en prosa son Gabriel García Márquez y Jane Austen. Sol también escribe poesía y se rinde ante Lorca, Antonio Machado y Benedetti, y, aunque expresa su deseo de ser poeta, ya lo es.

Como buena guerrera, confiesa que su héroe de ficción es el Conde de Montecristo. Admira la obra de Kay Rala Xanana Gusmão, quien llevó a Timor Oriental a su independencia. Su hecho de armas favorito es el rescate de los soldados británicos en Dunkerque. Y la figura histórica que más detesta es Hitler.

Le encanta el color azul, las rosas amarillas, la música de Vivaldi y Puccini y la pintura de Sorolla. Ante esto, no extraña que confiese que de tener un don de la Naturaleza, este sería la suavidad de la brisa. Aunque en ocasiones ella misma se convierte en un huracán de pasiones; eso sí, siempre a favor de causas justas y nobles.

–Como buena Morillo y como buena Belloso, hubiera esperado que nacieras en Maracaibo o en Santa Bárbara, pero resulta que naciste en Caracas. Sin embargo, tu zulianidad está en tu ADN y en tu corazón. Infinidad de veces has escrito sobre ella, tus recuerdos, tus añoranzas. ¿Qué sientes hoy al ver tu Zulia convertida en tierra arrasada?

–Pienso en mi papá. Que luchó tanto, que trabajó tanto, que sudó tanto. Y pienso que menos mal que murió en 1990 y no vio todo esto. Pienso en todos los de mi familia, tanto Morillo como Belloso, que fueron constructores de prosperidad y bonanza. Solo me queda una tía, que está en Maracaibo, como guardada porque ya no sale ante el pánico que corten la electricidad.

Lo que le hicieron al Zulia es de una maldad infinita. Y también de una notable estupidez. No solo destruyeron la industria petrolera. Destruyeron el campo, el comercio, la historia.

Es un pecado. Cuando murió mi mamá en 2008 fui a una misa. Ya se notaba el deterioro de todo. Ahora es un infierno de Dante. Hace años escribí la historia tanto de los Morillo como los Belloso. Porque hay que contar la verdad y no eso que pretenden imponernos. Y hace unos días, como introito de una entrevista a un agricultor amigo, Julio Bustamante, escribí todos mis recuerdos de la finca en Santa Bárbara. Y mientras escribía lloraba sin parar.

–A los nueve años te instalaste con tu familia definitivamente en Caracas. Alternabas con las vacaciones en la finca en el Zulia, dos mundos totalmente distintos. ¿Cómo los armonizadas?

–El primer año en Caracas no me gustó. A moco tendido lloraba y les pedía a mis papás que nos regresáramos. A esa edad, nueve años, no entendía nada. Pero en cada vacación íbamos a Zulia, a Maracaibo o a la finca en Santa Bárbara. Luego me adapté a vivir en Caracas. Y tuve una vida interesantísima en Caracas, de estudios, de trabajo, de gente extraordinaria que conocí. Al final, soy zuliana, pero no soy ni «marabina» ni «caraqueña». O soy las dos cosas, no lo sé. Pero tengo muy diáfanas mis raíces. Y además me encantan. Porque la historia de mi familia es como una novela. Cuando la cuento, a la gente le gusta porque sienten que están viendo una película. Y yo les digo que en realidad todos somos personajes de un relato que empezó hace mucho.

Soledad Morillo Belloso: «La historia de mi familia es como una novela».

–Tú y yo compartimos un cariño mutuo por un hombre extraordinario, tu hermano Carlos, quien dejó este mundo cuando estaba en la plenitud de su vida y facultades. ¿De qué manera vive Carlos Morillo Belloso en su hermana Soledad?

–Carlos no solo fue mi hermano. Fue mi amigo incondicional, mi cómplice, mi confidente. No solo nos queríamos, nos gustábamos mucho, que es todavía más importante. Me apoyaba en todo lo que se me ocurría. Era muy divertido y extraordinariamente culto y pulido. Un hombre de mundo. Con él podías hablar de cualquier cosa. Carlos era un hermano distinto para cada una de sus hermanas. Y él tenía la habilidad de hacerte sentir única. Entonces hay en mi corazón «mi Carlos», el mío. Y mis hermanas, cada una, tienen su Carlos. No solo tengo mil recuerdos de él, recuerdos grandes y chiquitos. Es que Carlos está en mi vida de todos los días. Aunque se me mojen las ojeras, él es un motivo constante de felicidad. Porque sé que él está pendiente de mí, me ayuda, me regaña y me aplaude. Y simplemente estoy segura de que volveremos a estar juntos. Yo tuve, más bien tengo, el mejor hermano posible. Yo no le dije adiós; fue un hasta luego.

–¿Desde cuándo escribes? ¿Quién o qué fue el motor que te llevó por ese camino?

–Desde los nueve años. Escribí un cuento para el colegio, que fue censurado por las monjas. Una declaración de amor a Beto López Larralde, a través de un relato de una muñeca. Hace unos meses curucuteé en mi memoria y lo volví a escribir. Y además lo grabé con mi propia voz y lo hice público. Beto es el primer amor de mi vida. Desde entonces no he parado de escribir.

Y yo además me he pasado la vida escribiendo cartas de amor. Por supuesto que he escrito muchas cosas «serias». Artículos, textos, ensayos, entrevistas a gente importantísima. Pero lo que me gusta y me cuesta más es mi propia narrativa, en la que me desnudo. Los cuentos, los relatos, las novelas, los versos. Acabo de terminar Diez y siete postales de Soledad, que son relatos de mí como andariega. No quiero quedarme con cosas por decir. Yo creo que escribir es mi manera de convertirme en personaje protagonista de esta novela que es mi vida.

–La Comunicación Social es un apostolado más que una carrera, al menos en Venezuela. Los periodistas han enfrentado a la peste roja con un valor y una gallardía sin límites. Tienes miles de historias que narrar en este sentido. Escoge una o dos para compartir con quienes te van a leer en esta entrevista.

–Yo me rebelé contra todo esto desde el principio. Sabía exactamente que nos destruiría como país. Y desde el día uno denuncié. Jamás caí en eso del embeleso. A mí el salvajismo político me parece destructivo. Yo soy periodista, pero también soy demócrata y venezolana. Creo que el periodismo y toda la comunicación social tienen que ser herramientas de la libertad, de la civilidad. Y tienen que ser inteligentes y también elegantes. La comunicación de cloaca es destructiva y no solo no la uso, la adverso.

Eso me trajo aplausos, pero también muchos ataques. En estos tiempos que nos ha tocado vivir, la primera víctima ha sido la verdad. Pero resulta que la verdad es poderosa, es esquiva, y nadie la puede matar. Muchos comunicadores se rindieron y se vendieron, pero muchos han luchado y batallan cada día. Cuando pase el tiempo, que pasará, esos quedarán en la historia como los defensores de la ética. No existe comunicación útil y decente sin ética. Y esa no la venden en los bodegones.

–¿Por qué sigues en Venezuela si puedes vivir fuera?

–Ciertamente, tuve oportunidad de irme. Pero yo decidí quedarme y luchar. Es mi país. Estoy agotada. He envejecido prematuramente. Esto ha tenido un costo muy alto. Creo, sí, que cuando todo esto termine, porque terminará esta novela con tantas faltas gramaticales y ortográficas, mi marido y yo vamos a necesitar irnos. No sé si en modo definitivo. Pero al menos un tiempo. A curarnos heridas que duelen, a cargar baterías, a poner en remojo el amargo sufrimiento de estos años.

–Cuéntame de tu experiencia con el belly dancing.

–Ja, ja, ja… Muy divertido. Yo había ido a Marruecos. Y regresé empecinada en hacer danza del vientre, que me fascina. Me parece un arte. Yo bailo muy bien y tengo mucho ritmo. Así que pensé que, si se me daban muy bien los ritmos caribeños, pues con eso podría. Pues tres meses estuve en clases. Y, nada. Que las caderas hay que moverlas distinto. Es como zafar las coyunturas del cuerpo. Y no pude. Yo veo a Shakira y, créeme, lo lleva en la sangre. Ella es bicultural. Yo no. Yo soy caribeña. Pero me divertí mucho.

–Unas palabras sobre otra persona a quien quiero muchísimo: tu marido, Arnaldo Arnal Vallenilla.

–Nos enamoramos ya de muy adultos. El amor después de los cuarenta es muy distinto. Yo me pasé muchos años sin pareja. Años acostumbrada a estar sola. Absolutamente independiente. De mi primer matrimonio no tuve hijos. Así que era una gaviota. Arnaldo apareció en mi vida cuando ya había empezado este desastre en el país. Él y yo compartimos posiciones políticas, pero sobre todo posiciones de vida. Nos gustan las mismas cosas. El nuestro es un amor denso, vertebrado, con peso específico, que ha sido probado en mil vendavales. No vemos el vaso medio lleno, sino en proceso de llenar. Todas las mañanas nos despertamos con un beso. Y en las noches antes de dormir hay un «te quiero». Y conjugamos la vida en primera persona del plural.

–¿Qué significa Venezuela para Soledad Morillo Belloso?

–Cuando me dicen que escriba en tres o cuatro líneas quién soy, siempre comienzo por «venezolana». Porque eso soy, primero y principal. Pero soy una venezolana que cabalga entre dos siglos. No soy criolla. Sé mucho de historia y de costumbrismo, pero soy una venezolana nacida, criada y formada en la modernidad, no en una cuna con naftalina. Yo sería venezolana en donde sea que me tocara ir. Venezuela no es el mejor país del mundo. Es, sí, mi país.

Pero el país de verdad no es este que padecemos ahora. Venezuela tiene la suerte de haber sido construida entre naturales e inmigrantes. Eso es fantástico.

Es nuestra mejor ventaja. No para recuperar lo que tuvimos y fuimos, sino para construir el nuevo país que podemos ser. Decente, trabajador, encantador, equitativo, colorido, entusiasta, libre. Venezuela significa libertad. Y Venezuela está en cada uno de los venezolanos buenos, no importa en qué ciudad o pueblo del planeta estén las almohadas en las que reposemos la cabeza cada noche. Venezuela es un amor infinito, tan infinito que me duele y me hace feliz. A mí Venezuela me arranca todos los días una lágrima y una risa. Mi alma es tricolor.