El pulso del asesino - Runrun
Antonio José Monagas Mar 28, 2020 | Actualizado hace 3 semanas
El pulso del asesino

@ajmonagas 

La incertidumbre escapa al control del hombre sin que, en su proceso indagatorio, pueda manifestar algún apego al conocimiento acumulado a través de los tiempos. De nada pues valieron las conjeturas y sapiencia de quienes se arrogaron alguna capacidad para presumir adelantarse a hechos que caracterizaron realidades que marcaron hitos de pesadumbre. Y a partir de los cuales se evidenciaron disociaciones sociales, políticas y económicas.

Desarreglos estos que devinieron en cambios igualmente sociales, políticos y económicos. Aunque de los mismos emergieron fuerzas indiscutibles que rasgaron verdades. Estas transformaron latentes realidades en expectativas que, con el tiempo, adquirieron un valor tal que no terminó de comprenderse. Particularmente porque, en lo inmediato, las situaciones dieron lugar a nuevos acontecimientos que poco permitieron el debido reacomodo que bien pudo haberse logrado de contarse con el tiempo necesario para implantar una nueva conciencia civilizatoria. Capaz de ordenar la sociedad, sus instituciones y mecanismos de control correspondientes.

Aun cuando en repetidas veces distintas naciones se sumergieron en un mundo mutante, las realidades actuaron en dirección contraria a las presunciones aludidas con base en el egoísmo de quienes ostentaban el poder. Ese mundo, presionado por contingencias naturales y fatalidades provocadas por la testarudez y avaricia humana, así como por la desesperación mostrada por articularse a sistemas sociopolíticos y socioeconómicos que ofertaban un cuadro de atractivas realidades en ámbitos en los que se ha debatido el hombre por ver realizadas sus ilusiones, trajo consigo desgracias de todo tenor, extensión y espesor. Más que logros alcanzados.

Debajo de la movilidad que hacía contorsionar la faz del mundo, se han ocultado asesinos (casi) invisibles. Su peculiaridad para adaptarse a las condiciones del ambiente no ha permitido ser descubierto. Al menos, inicialmente. Y así fue como el mundo, en su afán de animar cambios de toda índole, se vio envuelto en trampas que, su perspicacia mal acuciada, llegó a construir. Trampas estas que no se compadecieron de la potestad de sus constructores. Así que la misma argucia que dieron como resultado la movilidad de las mismas, insumieron al mundo en cada época hasta subordinarlo a la superioridad de pronunciamientos políticos sin que pudiera evitar la desgracia que su misma obcecación provocó.

La historia del mundo se ha paseado por serias eventualidades del tenor antes referido. Como infortunios que los mismos han sido, resultaron profundamente traumáticos.

Y aun así, esas calamidades han seguido suscitándose de tal modo que si bien cuestan entenderlas en su incidencia, asimismo cuestan aceptarlas. Aunque lo peor es que han sido difícil de concienciar a modo de lección aprendida. Los hechos ocurridos así lo atestiguan.

Desde tiempos bíblicos, la humanidad se ha visto abatida por inmensos siniestros que han diezmado la población de forma imprevisible y horrenda. Las últimas, como la peste negra, la gripe española, la fiebre amarilla, la tuberculosis, la malaria y otras epidemias y pandemias, causaron daños descomunales. Unas, con efectos más duros en algunos sitios que en otros. Pero con crudas secuelas al fin.

Ahora ha comenzado a hacer estragos el coronavirus con la COVID-19 que causa. El mismo, a pesar de lo que refiere la historia del mundo sobre eventos de similares características, ha envuelto todo en un enorme desconcierto. Dicha condición ha sido el mejor terreno hallado para cultivar el ensañamiento y rapidez de ataque del temido virus.

Los términos que explican el pánico, el horror, el temor y el miedo en sus acepciones más utilitarias, se extraviaron de su sentido más lato. Tanto así, que la paranoia hizo gala de su presencia. Así, se dispuso a consumir esperanzas y arrasar con espacios en los que se suponía estar arraigada no sólo la fuerza de voluntad necesaria para dominar la incertidumbre como amenaza permanente. Del mismo modo, la templanza suficiente para sobreponerse al dilema que confronta la emergencia en cuestión. Ello, con el perverso propósito de allanar el camino de la victoria por el cual intenta desfilar el maligno microorganismo.

Pero la capacidad de perjuicio del temido virus es mayormente proporcional a su microscópico tamaño. Razón esta por la cual arremete sin compasión contra cualquier individuo. Sin distingo alguno de clase, lugar o condición.

Se pronostica que su letalidad se afincará sobre los ámbitos de la producción, de instancias comerciales, bursátiles y financieras. Es decir, a nivel de la economía en todo su trazado o recorrido. Aunque sus maléficos efectos igualmente dejan advertir que también hará estragos en lo que incumbe a relaciones interpersonales toda vez que comenzó a supeditarse en el miedo, el temor y el pánico. De esa forma, logra someter a la sociedad al sembrar la consternación que sus secuelas finalmente provocarán.

El distanciamiento social inducido hurgará condiciones ocupadas por la intimidad, la familiaridad y la camaradería. Al fin, todos ellas razones que afectarán la socialización como razón de integración social. Su daño moldeará distorsiones en la comunicación y en la cultura, particularmente. Además de efectos colaterales patológicos que puedan avivar la aprehensión entre personas que alberguen sospecha de contagio del otro.

Esta realidad conspiraría contra valores de tolerancia, respeto, solidaridad, empatía y comprensión que sin duda, ocasionaría un completo desprecio hacia todo lo construido en función de la dignidad, la promoción de la prosperidad y de la construcción de una sociedad que actué en equilibrio de cara al bienestar de la población.

Es indiscutible continuar insistiendo en la obligación de respetar la naturaleza, pues en su esencia se hallan enigmas y riesgos capaces de afectar la salud del hombre en todas sus manifestaciones. Lidiar con cualquier presencia natural que habite los ámbitos más recónditos de la realidad, no significa que deba actuarse con la prepotencia que pueda caracterizar la dimensión en la que existe el hombre.

Por encima de cualquier excusa, vale la prudencia, la moderación y la humildad. Sobre todo, cuando resulta inevitable concienciar la vida como soporte de la humanidad y garantía frente al tiempo. Más aun cuando alguna amenaza no del todo conocida o reconocida, pueda imbuirse a través de embates y avatares solapados. O dejándose ver como amenaza disfrazada. Es dar cuenta de que en pleno enfrentamiento, habría que revisar el problema tanteando el pulso del asesino.