Todas las opciones - Runrun
Antonio José Monagas Feb 15, 2020 | Actualizado hace 3 semanas

Los hombres de pensamiento del mundo libre y democrático, se encuentran en una incómoda y difícil situación. Han sido arrasados por contradicciones que pululan realidades de confundida caracterización. En lo particular, Venezuela no ha escapado de tan crudo problema. Desde la Independencia hasta la actualidad, el país se ha servido de criterios dictados por naciones que, políticamente, pudieron adelantarse a las circunstancias imperantes en cada momento histórico. Naciones que se valieron del liberalismo a la inglesa, del federalismo a la norteamericana, del socialismo a la francesa. O que hacían equilibrio entre posturas ideológicas.

Sin embargo, de poco valió que Venezuela se hubiese aprovechado de ello cuando a fin de cuenta, los ejercicios de gobierno que se implantaron durante buena parte del siglo XX y en lo que va de siglo XXI, dieron cuenta del carácter contradictorio que se fraguaron bajo los lineamientos de política que trazaron el rumbo que fue tomando el país. Rumbo éste que, lejos de enmarcar una praxis política apegada al concepto de “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”, esgrimido por distintas constituciones de la época, terminó deformando cada ejercicio de gobierno. Así Venezuela fue ajustándose a atroces coyunturas, Bien improvisando, o sumiéndose en arbitrariedades. Más aún, sin un plan que diera con salidas urgentes a la anarquía que indujo el populismo y la demagogia.

Cuando los tiempos comienzan a marcar el inicio de la tercera década del siglo XXI, Venezuela parece no poder más con el inmenso peso que gravita sobre su curso. La crisis política, la crisis económica y la crisis social, han arreciado de tal modo, que el país se volvió un dilema. O peor, un charco de “rojas” inmundicias.

 

La palabra “desarrollo”, tantas veces enunciada a manera de promesa o compromiso político, particularmente en tiempo de campaña electoral, con la idea de afianzar a Venezuela sobre bases y valores que soporten de forma segura el devenir político, fueron sólo voces zarandeadas por el viento. El finado presidente militar, al momento de hacer público las Líneas Generales del Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación 2001-2007, exponía que “en ellas se consolidan los fundamentos y políticas para la dinámica del crecimiento económico sostenido, las oportunidades y equidades, la dinámica territorial y ambiental sustentables, la ampliación de las oportunidades ciudadanas y la diversificación multipolar de las relaciones internacionales”. (Crasa burla y tenaz engaño).

Sus mentados “cinco equilibrios”, no fueron otra cosa que la vía más expedita para un vulgar maniqueo alrededor de propuestas que terminaron convirtiéndose en una contraoferta de la que luego se sirvió el régimen político para enquistar las causas que determinaron la ruda crisis de Estado que en un “santiamén”, engulló al país. Y además, se radicalizaron decisiones que descompusieron al país llevándolo a la situación en la que hoy se encuentra.

Actualmente, el tema que angustia a los venezolanos, producto del trauma político padecido en veinte años de autoritarismo hegemónico, está relacionado con los modos, formas o maneras de evitar que todos aquellos problemas arrastrados por la razón política que acusa el país, continúen causando los estragos hasta ahora soportados.

Últimamente, la oposición democrática ha traído a colación razones que traten dicho tema. La labor parlamentaria de los últimos cuatro años, ha sido contundente a ese respecto. De hecho, las esperanzas volvieron al venezolano. El país comenzó a visualizar el túnel por el cual habrá que transitar para salir al otro lado. Quizás lo más importante alcanzado por la gestión de parlamentarios resteados con y por la democracia, ha sido el apoyo internacional obtenido con el propósito de hacer del conocimiento de las naciones del mundo libre, sobre el profundo problema que vive el país que una vez fuera referente en democracia y gestión de gobierno. En consecuencia, se ha visto la respuesta solidaria de una comunidad internacional que supera ya los sesenta países y gobiernos del entorno democrático.

Se ha hablado de distintos métodos capaces de contar con la disposición necesaria para disipar el tizne que se ha cernido sobre el horizonte político, económico y social venezolano. De esa forma, se ha hecho referencia a modelos de fuerza y esquemas jurídico-políticos que pudieran fungir como estrategias o tácticas en torno al problema que arrasó con todo lo que se erigía como factor de desarrollo nacional.

 

Se han mencionado procedimientos que van desde órdenes de detención, incursión militar extendida o puntual, operaciones de fuerza de baja intensidad, hasta negociaciones que impliquen acciones categóricas que incidan sobre eventos y procesos de extracción de capitales, acuerdos según el modelo “militar a militar” y manejos de inteligencia financiera que den con los cabecillas de estructuras criminales y narcotráfico. Acciones que consideren protestas dirigidas a provocar presiones a lo interno y externo del régimen político.

Asimismo, se ha hecho alusión de aplicación de sanciones a quienes le hayan sido comprobados delitos de índole penal o financiero. Delitos que hayan afectado al patrimonio público, erario o hacienda nacional. Incluso, a naves y aeronaves que se hayan prestado a transgresiones de igual naturaleza. Además, a quienes han participado de disposiciones que hayan violado derechos humanos, tanto como facultades institucionales y constitucionales.

En fin, todo ello apunta al respeto de lo que encarna y simboliza el “Estado de Derecho” bajo el cual debe ceñirse toda decisión asumida en nombre de la justicia, del pluralismo político, la responsabilidad social y la democracia. Por eso, se ha dicho que, de cara a la recuperación de las libertades y garantías que asisten al venezolano en todas sus manifestación y necesidades de vida, es válido actuar según la posibilidad de considerar dictámenes que tomen en cuenta: todas las opciones…