La “desigualdad”, un valor (socialista) - Runrun

La política está atiborrada de aforismos que se tornan en frases obligadas de discursos que no por colmados de exaltaciones y promesas, lucen tan vacíos como cualquier contenedor con ausencia de todo. Discursos que al final no dicen nada pues no comprometen nada que pueda definir algo. Aunque en alguna medida.

La retórica es el terreno dialéctico donde multiplicar algo por nada no da todo. Escasamente, el producto termina tan reducido de tal forma que desaparece ante cualquier asomo de análisis. 

Cualquier tratado de Teoría Política, Filosofía Política, Axiología, Sociología Política o Ética, refiere consideraciones que exalten la justicia, la libertad y la verdad, como fundamentos políticos alrededor de los cuales giran los valores superiores que toda sociedad medianamente organizada se plantea para conquistar sus objetivos. Siempre y cuando esté supeditada a alguna normativa que busque ser tan justa y equilibrada como sea posible. 

Fue así como Aristóteles adujo que “el único Estado estable es aquel en el que todos los ciudadanos son iguales ante la ley”. Sin embargo, hay una profunda distancia entre lo que puede contener el papel, y lo que las realidades pueden abiertamente develar. A primera vista puede inferirse que poco o nada importa que la igualdad sea un derecho pues según Honoré de Balzac, “no hay poder humano que alcance jamás a convertirla en hecho”.

El problema que de tan cruda situación deviene, complica no sólo condiciones que afectan la justicia distributiva toda vez que ésta cumple un papel para alcanzar una sociedad libre de dominación. Sino que además, dificulta la declaración de actuar con meridiana claridad ante lo que implica la equidad como praxis social, indispensable para lo que el ejercicio de la política señala como “participación equitativa de todos en el disfrute de la riqueza, según los principios de la justicia social (…)”.

Esto se explica cuando se entiende que “la primera igualdad es la equidad” (Víctor Hugo) No obstante, la brecha que la dinámica política genera de sus desavenencias, embates y contradicciones, dan cuenta de que en política lo que no es posible, es falso. Tal cual lo infirió Antonio Canovas del Castillo, político e historiador español, cuando buscó una explicación que redimiera la política de sus carencias. Lo cual no consiguió.

La política sabe cómo encubrir o disfrazar promesas que, en el camino de los hechos, se vuelven intangibles. Más, cuando detentan la condición de “ilusorias”. Esto ocurre desde un principio. Esto hace ver que la política se bandea entre desaciertos, tal como refirió Benjamín Disraeli, político británico quien fuera dos veces primer ministro del Reino Unido, al decir que “el ejercicio de la política puede definirse en una palabra: disimulo”. De manera que no tiene mayor razón cualquier doctrina, proyecto ideológico o tesis política, al exponer propuestas que comprometen valores políticos como sustentos o fundamentos del ordenamiento político que seguiría en caso de conquistar el poder político.

Ejemplo de tan ovacionada consideración, es el expuesto por el artículo 2° de la Constitución Nacional de Venezuela cuando señala valores tan determinantes para la consagración del Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, como la vida, la libertad, la justicia, la solidaridad, la democracia la responsabilidad social y, particularmente, la igualdad. Más aún, su preámbulo, propone “establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica (…)” a través de acciones que consoliden valores cuya aplicación “(…) asegure el derecho a la igualdad sin discriminación ni subordinación alguna (…)”. 

De esa forma, una serie de preceptos de tan cardinal Carta Política, igual alude a derechos, libertades y garantías que exaltan la igualdad como pivote de decisiones sin que, al momento de actuar las instancias del Estado venezolano, evidencien algún respeto al texto constitucional. Sobre todo, cuando el mismo revela un contenido basado en eventos que buscan afianzar valores republicanos. Y en primer nivel, destaca la “igualdad”. Pero hasta ahí llega todo, pues las realidades testifican lo contrario.

Así que realzar relaciones equitativas e igualitarias, se convierte en un problema de justicia que sigue todavía sin resolverse. Despejar la incógnita de tan difícil ecuación política, hace el planteamiento inexpugnable. Tan mayúsculo problema, termina no sólo afectando las relaciones sobre las cuales se basa el bienestar social: Igualmente, el desarrollo de los individuos y comunidades.  

Y precisamente es acá dondedespunta la desigualdad. O sea, cuando unas pocas personas, aprovechándose del poder que las circunstancias le confieren o permiten, acaban oprimiendo a otras. Y mientras no pueda solucionarse tan grueso dilema que hace ver la “sumisión” como la variable principal de la ecuación llamada “desigualdad”, rápidamente florece una situación en la que la “sumisión” termina prescribiendo una relación nada equitativa, nada igualitaria, entre individuos que configuran una sociedad. 

Es esa la idea que se contrapone al concepto “igualdad”. Pero que en el caso de sociedades oscurecidas por la “dominación”, sobre todo cuando están regidas por algún modelo de gobierno totalitario, autoritario, dictatorial o tiránico, donde cabe el servilismo, la reverencia, el engrandecimiento, la prepotencia, la adulación, la soberbia o el odio como recursos de relacionamiento sociopolítico, se abre  paso franco la “desigualdad”. Y al mismo tiempo, concede lugar preponderante a la “inequidad”. O sea, aquella “cualidad que consiste en dar a cada uno lo que se merece en función de sus méritos o condiciones”. 

Entonces, por qué tanto alarde al declarar la “igualdad” como objetivo político gubernamental si al final los hechos políticos demuestran que tan significativo valor ni es entendido. Ni tampoco atendido. A su alrededor, se enquista una especie de inapetencia de su comprensión que se ve sustituida por la “desigualdad” como razón de ejercicio político. 

El socialismo real y el pronunciado igualitarismo, actuaron en discordancia con lo que implicaba la “igualdad”. Por eso, quedó atrapada en los intríngulis de la retórica política. Hoy día, invocar a la “igualdad” como razón de ejercicio social o político, no tiene asidero que respalde su valoración como criterio de gobierno. Peor aún, desde que las revoluciones políticas manosearon con grosera sugestión el valor “igualdad”, era porque sus estamentos operativos no tenían ya nada que dar. Fue entonces cuando, las realidades permitieron la “desigualdad” como instrumento de subordinación necesaria para imponer criterios utilitarios de gobierno. La reivindicación del individuo y sus libertades, fueron excusas para validar decisiones que contuvieran la “desigualdad” como razón de gobierno. Así se degradó tanto la política asumida en nombre del socialismo, que aunque suene contradictorio o absurdo, se prefirió convenir, contrario a la razón política y social, la “desigualdad” un valor (socialista).